De las llamas al Brasero.
(Este es un Cuento "Fanfic de Remarried Empress /Emperatriz Divorciada/ La Emperatriz se volvió a casar" Los personajes no me pertenecen, sólo el devaneo mental de esta historia)
Era un Cementerio muy modesto. No había gran dignidad en la triste hilera de tumbas, apenas demarcadas con piedras y señaladas con toscas cruces de madera. En nada parecido al elegante Cementerio de la Nobleza, donde cada familia tenia elegantes criptas y mausoleos de mármol, adornadas de oro y piedras preciosas… Para qué decir del Mausoleo de la Familia Real. Pero ella estaba aquí. Injustamente, a su parecer. ¡Este no era su lugar!
Había una mujer de pie frente a una de las tumbas. Las piedras estaban aún limpias de tierra, lodo y hojas secas, y la madera de la cruz estaba aún fresca y brillante, libre de moho. Ni una sola flor adornaba la parca sequedad que la hacía igual de anónima y triste que al resto de ellas. Se quedó contemplándola por mucho rato. No había problema. Ahora tenía mucho tiempo, muchísimo. Incluso la oscuridad, que empezaba a percibirse alrededor, había dejado de producirle temor o reserva.
Llevaba un vestido blanco. ¡Cuántas veces le habían dicho que parecía un ángel! Y ella había sonreído con una perfecta imitación de inocencia. Sus ojos grandes, húmedos y oscuros de animalito sorprendido, que podían conmover hasta una piedra. Aún así… No hubo perdón.
La brisa septembrina no soplaba. A pesar de ello, su largo cabello rubio, casi blanco, muchas veces comparado a una ondulante cascada de plata, se mecía en suaves olas tras su espalda. ¿Qué importaba si la pechera del vestido estaba manchada? ¿Qué importaba si sus pies descalzos estaban sucios y descoloridos? Ya nada importaba… Esperaría por él. No sabía si aquí, o en el lugar donde todo había comenzado, dónde su vida dura, pero simple, había dejado de ser tolerable. Aquél dónde el deseo de huir y ser alguien más se había hecho tan insufrible que había tenido que huir, que correr entre los arbustos y los árboles aterradores para evitar que los perros la olieran y la llevaran de vuelta.
¿Tuvo ella la culpa? ¿La tuvo él? Sonrió. Para culparse uno al otro, ya habría tiempo. "No voy a dejarte solo" Lo prometiste. Tendrás que cumplir tu promesa.
Allí donde otrora había ojos, sus cuencas se agitaron. El frágil aleteo del recuerdo estaba tocando a su puerta. Ese día, sí, ese día…
"Corría. Corría porque estaba harta. Estaba tan exhausta que su boca permanecía abierta. Tenía miedo, miedo de que la castigaran si lograban cogerla. ¿Qué le harían? No le gustaba la sonrisa cruel en los labios del Amo. Para él era solo una herramienta. Una herramienta hermosa, pero bastante inútil.
El hijo del amo era otra cosa, pero al fin y al cabo, obedecería ciegamente la voluntad del viejo, o no habría herencia. Los nobles eran así. El título y la riqueza, valían más que la sangre, las lágrimas y los hijos. El viejo quería casar a su hijo con una heredera de una cuantiosa fortuna. Lo había comprobado. Ni siquiera sobrevivirían el amor y las palabras tiernas. Alan… Alan la había tratado con cariño, había susurrado promesas de amor, pero luego, al ver tan decidido y furioso a su padre, había echado pie atrás, negando toda responsabilidad. No era un mal amante, y la había tratado un poco mejor durante el embarazo, pero una vez que el bebé había muerto, su mirada se había vuelto opaca. Era imposible leerla. No habría matrimonio.
Seguiría siendo una esclava para siempre, lavando ropa blanca y sábanas con lejía hasta que sus manos agrietadas se deshicieran de tanto mojarlas, acarreando agua del pozo, cortando leña, arrancando malas hierbas. Y estaba harta. Harta, aburrida, absoluta y abrumadoramente cansada. Por eso corría ahora. Huía. Sabía bien que, si cruzaba el lindero de la propiedad, ya no podrían perseguirla abiertamente. La tierra de los Rotteshu colindaba con los cotos de caza de los nobles. Había escuchado decir a las sirvientas. Era su única esperanza, pero se iba quedando sin fuerzas.
Amanecía ya. Pronto sería visible para cualquiera… solo un poco más… vislumbró la cerca.
¡Lo logró! Traspasó el umbral. Pero aún no era libre…
De pronto se sobresaltó. Cornetas. Cuernos de Caza. ¿Alguien cazaba justo ahora? ¡No puede ser! ¿Tan pronto iban a atraparla de vuelta?
Pero… Estas personas no saben que escapé. Pensó. No saben que soy una esclava. Se detuvo unos segundos y se ocultó tras un árbol frondoso. El furioso rumor de los perros se escuchaba cada vez más cerca. ¿Qué hacer, qué hacer? Se dijo mesándose los espesos cabellos desgreñados. Se miró a sí misma. Estaba un poco sucia, descalza, y sus vestidos desgarrados y descoloridos. Dudaba que alguien pudiera confundirla con una noble que hubiera salido a pasear y se extravió.
Su pequeño cerebro trabajaba al máximo. En eso estaba, murmurando para sí misma, dando vueltas en el mismo sitio, cuando la vio.
Cruel. Medio oxidada. Las fauces hambrientas abiertas… Medio escondida entre la hierba fresca. Una trampa.
Muchas voces se alzaron en su interior. Los pros y los contras de una acción tan decisiva y violenta. Tenía claro que había gente cerca. Hombres. Pensó. Los cazadores siempre son hombres. Y tenía claro lo que sucedía con los hombres. Bastaba con que vieran su hermoso rostro angelical y que los mirara con expresión lastimosa para que su corazón se conmoviera. Muchas veces había escamoteado labores duras, consiguiendo que las hicieran por ella, o que le perdonaran las faltas o los atrasos cuando había que trabajar… salvo cuando no lo ordenaba la doncella jefa. Con ella no servía de nada poner caritas de indefensa. Pero ella no estaba aquí ahora. Solo un grupo de nobles entusiastas y sudorosos, que no podrían dejar de sentir que debían protegerla.
Está bien. Se dijo la esclava fugitiva. Dolerá. Dolerá mucho, pero es por una buena causa.
Esperó. No tuvo que esperar mucho. Las voces y el sonido de los cascos de los caballos se sentían cada vez más cerca. Respiró profundo, se preparó mentalmente y acercó la pierna.
El dolor la golpeó de inmediato. Era peor que un latigazo y si no la encontraban pronto, podría tener graves secuelas. No tuvo que fingir. Gritó sincera y honestamente porque era casi insoportable. Aún así tuvo tiempo de pensar y preparar su expresión facial, mientras algunas lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas. En eso era una consumada maestra.
Soy un cervatillo. Un delicado e inocente cervatillo digno de piedad…
De pronto, un ruido fuerte y el crujido enojado de las hojas, mientras alguien, abriéndose paso entre las ramas, apareció en el claro.
Era un hombre hermoso. Tenía la piel tan pálida como la porcelana, los cabellos y los ojos, brillantes y oscuros como el carbón. Llevaba una armadura de cuero ligera, botas largas y una capa liviana. Portaba una ballesta y un carcaj colgaban de su espalda, y un cuchillo de caza en la diestra. Su rostro digno y bello estaba sorprendido.
Un par de hombres aparecieron de inmediato junto al recién llegado, y quedaron tan sorprendidos como él, incapaces de articular palabra por unos minutos. Ella los miró, poniendo especial esfuerzo en exhibir la más lastimera, deliciosa e indefensa de las miradas en su rostro dolorido y contrito, mientras su boca delicada y temblorosa gimoteaba y pedía ayuda.
Él nunca había esperado que la presa atrapada en su trampa, sería la que lo atraparía a él, convirtiéndole en esclavo de sus caprichos y poniendo así su vida de cabeza…"
Voy a esperar por ti, Sovieshu. Dijo el descompuesto Fantasma. Somos uno y uno seremos por el resto de la Eternidad. No tendrás paz en ninguna vida, pues decidiste ser mío, y mío serás.
La calavera que antes había sido el hermoso y melifluo rostro de Rasta sonrió con complacencia.
En vida nunca había sabido tener paciencia, por ello se había apresurado a consumir el veneno para escapar del encierro de la torre… pero ahora, no había razón para apurarse. Él vendrá.
FIN.-
