Era un amanecer sin sol; esos pasajes únicos del Santuario que lograban que el cielo clarease con todas las estrellas en su seno, pero sin que los rayos llegaran a los ojos. Si bien era algo que ocurría sólo en invierno y helaba demasiado como para contemplarlo, valía la pena abrigarse y observar.
Pese a su corta edad Lugonis era conciente de eso y, con mucho cuidado para que su maestra no lo escuchara, se asomaba a la ventana de su pequeño cuarto, envuelto en todas las mantas de abrigo que tenía en su cama. Entonces se sentaba en el marco para contemplar la madrugada invernal; un instante que se complementaba con el silencio, tan ausente en el Recinto.
Ese momento, sin embargo, no sería como ningún otro de los que vio a escondidas.
Un ruido lo alertó; provenía entre los matorrales detrás de la casa, la sección más espesa y poco cuidada de los rosales. Por algún motivo que desconocía, Lugonis tenía prohibido ir a ese lugar; condición que hacía mas jugosa la necesidad de mirar. Después de todo, podría ser un intruso y él debía estar alerta en todo momento.
Esperó unos segundos más para confirmar lo que había escuchado; tomó su abrigo de entrenamiento y salió con cuidado hacia el camino de tierra, deslizándose lentamente por la ventana. Se colocó los rizos detrás de sus orejas para ver mejor, y se inclinó gateando al lado de la pared de la casa, hasta dar la vuelta.
Efectivamente había una figura que se movía entre los matorrales. Si era un animal, no viviría mucho al aspirar el veneno al que él mismo se había acostumbrado. Y si era una persona, o era tonta o había caído herida, perdida entre la trampa floral. Sea como fuere, tenía que advertir a su maestra para que...
Twinkle, twinkle, little star,
How I wonder what you are.
Up above the world so high,
Like a diamond in the sky.
Reconoció la voz, y supo enseguida que no era un intruso. Su maestra estaba inclinada entre aquellos matorrales, limpiando y volviendo a poner cosas. ¿Desde que hora estaba allí?
When the blazing sun is gone,
When there´s nothing he shines upon,
Then you show your little light,
Twinkle, twinkle, through the night.
Twinkle, twinkle, little star,
How I wonder what you are!
~o~
—Maestro, Agatha de Piscis se presenta ante su llamado.
La mujer inclinó la cabeza con rodilla en tierra, el casco en la mano y el cabello coronando su máscara dorada. Sage permaneció mirándola unos instantes, meditando bien las palabras.
—Ponte de pie — dijo y suave y formal — ; este asunto es personal — la mujer obedeció, algo intrigada — . Lugonis me dijo algo inquietante esta mañana, mientras compartía sus lecciones con Ilias y los demás niños — comenzó — . Lo suficientemente extrañas como para que Zaphiri no hiciera bromas al respecto. Dime, Agatha, ¿Lugonis es un niño capaz de mentirme?
—No, señor. No conoce la mentira y no se la he inculcado; jamás le faltaría ese respeto. Aunque temiera su juicio, sabe que es mejor su regaño que un latigazo.
—Bien, eso esperaba. Entonces no inventa cosas.
—No, tiene imaginación, pero no la usa para crear mentiras ni sueños.
—Excelente — pareció aliviado — . Entonces la mentirosa eres tú.
—¿Perdón?
—Que la mentirosa eres tú — contestó, poniéndose de pie — . Y estoy sumamente decepcionado de ti.
Aquello fue como una estocada en su pecho, pero permaneció inmóvil y callada.
—Por tu gesto, sabes de lo que estoy hablando.
—... sí.
—La madrugada no oculta cosas, no aquí — dijo de pronto, bajando las escalinatas hacia ella — . Creeme que intenté usarla, pero es vano. Todo termina sabiéndose, tarde o temprano; aunque seas un buen fabulador, o tu rostro oculto lo simule — sonrió entonces, sacándose el casco y mirándola con calidez — . Menos al tener un niño tan especial como Lugonis, preocupado por su alrededor y por ti.
Agatha sonrió con ironía bajo el metal.
—Dígame, maestro, ¿le cantó la canción tal cual?
—Solo tarareó la melodía, su inglés es bastante malo y balbuceante — admitió — . Aunque se esforzó media hora en recitármelo, es adorable.
—Déjese de dar vueltas y aplique mi castigo por desobediencia. — le cortó bruscamente.
El Patriarca reprimió una risa inadecuada para la ocasión; así, se mantuvo en su propia majestad.
—No tan aprisa, Agatha. Quiero que ejercites esa pequeña cosa que te enseñé sobre tu carácter, para explicar las cosas con calma. Partamos de la base: una vez, hace mucho, te di una orden y debías obedecerla, aún después de haberme derrotado en combate para ser digna de los Peces Dorados — volvió al trono y colocó el casco en su falda, pensativo. Piscis quedó en su lugar — . Me pregunto con dolor por qué no acataste mi mandato. Era una orden fácil.
Los puños del Santo Femenino se cerraron con fuerza, y tuvo el impulso de arrancarse la máscara para que contemplara sus ojos sangre, inyectados de furia y vergüenza. Pero así como sus dedos se movieron, volvieron a calmarse.
—Usted no tiene ese derecho sobre mí.
—Bien, al fin veo honestidad — contestó — . Argumenta.
—Es mi problema. — cerró, y el hombre alzó los puntos en su frente.
—Es la respuesta que me da un niño, no una dama instruida como tu. Así que espero más elaboración en tus palabras. Tengo tiempo.
Agatha se tensó entera, temblando de enojo.
—¡No es su derecho!
—Soy el Patriarca, tu maestro, tutor y tu superior. El derecho es algo que se pierde al ingresar al Santuario. Eres un soldado más — sentenció más gravemente, buscando provocarla. Finalmente, la mujer dio un paso adelante, encendiendo su cosmos, con una rosa negra que brotó entre sus dedos ennegrecidos.
—¡No me obligará a olvidar a mi hijo ni a mi esposo!
—Dioses, Agatha, ¿tanto te costaba decirlo?
—¡Ya basta! No puede pronunciarse contra ellos, ni contra la memoria que les guardo; el recuerdo de la muerte de ambos por mi causa. Prohibir los ritos para honrarlos aquí no alivia mi conciencia.
—Y en vez de explicármelo, lo haces a escondidas como una chiquilla, ¿Es que jamás te inspiraré confianza suficiente?
La rosa y el cosmos se esfumaron, junto con su fuerza. Las rodillas temblaron y cayó al suelo, haciendo que el casco rodara fuera de su cabeza para hundirla entre los hombros. Tembló de nuevo e intentó apagar un sollozo, que retumbó en la soledad de la sala.
Sage se puso de pie y dejó su casco a un lado, para caminar hacia el de Piscis y tomarlo entre sus manos, yendo hacia ella.
-No me enfada que los recuerdes. Me duele la mentira de ocultarme algo tan importante. En aquel momento, cuando eras más joven, te exigí olvidarlo porque estabas condenada a caer en la desesperanza, una víctima excelente para que Hades se apoderase de tu corazón herido. Te pedí algo imposible, y sé que estuve mal... pero si no te ponías fuerte...
—Lo sé, maestro, perdóneme, yo...
El muviano se inclinó y secó las lágrimas que salían por el mentón, debajo de la máscara.
—¿Has hecho un altar?
—N-no. Sólo... lápidas con sus nombres. Hoy era el aniversario de mi esposo, David. Quise cantarles una canción que les gustaba — su voz se quebró — . La amaban, más allá que agonizaban de dolor, enfermos por mi culpa... por haberlos envenenado por años, sin saber. Y yo...
—Sigue haciéndolo, Agatha — cortó Sage — . Estás lejos de sus tumbas reales. Tienes mi permiso una vez al año de volver a Inglaterra y hacer tus ritos cristianos; además de que puedes tener sus nombres en tu Templo. Pero con la promesa de que nunca más volverás a mentirme; y que algún día le dirás a Lugonis quiénes fueron y por qué lo haces. Es una bella lección de amor.
Piscis sintió el corazón encogido, pero en paz.
—Así será, maestro.
~ooooooooo~
—¿Por qué estamos en la parte más fea del jardín, maestro?
—Ninguna parte de la Casa es fea, Albafica — le sonrió, mirando como el pequeño curioseaba — ; tienes que conocerla bien, y hoy quiero enseñarte algo especial, porque es un día especial.
Caminaron hasta un claro artificial entre los rosedales. Había dos lápidas limpias, con jarrones de piedra que tenían rosas secas. Lugonis las limpió y reemplazó las flores con cuidado. Albafica parpadeó.
—¿Quiénes son... Da-v-i-d y M-mi-mai... ?
—Michael— le contestó Lugonis, sonriente— . Fueron personas muy amadas por mi maestra; y, en cierto modo, habitaron este lugar. Venimos a saludar y no olvidarlos, por ella.
Ese fue el día en que Albafica supo que su maestro sabía inglés, y tenía una voz hermosa.
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