Título: Adicciones.
Personajes: Shōko Ieiri, Satoru Gojō, Megumi Fushiguro, Yūji Itadori, Nobara Kugisaki.
Pairings: Gojō/Ieiri.
Línea de tiempo: ¿AU?; Sin maldiciones.
Advertencias: Disclaimer Jujutsu Kaisen; los personajes no me pertenecen, créditos a Gege Akutami. Posible y demasiado OoC [Fuera de personaje]. AU [Universo alterno]. Situaciones dramáticas, vergonzosas, cómicas y poco románticas. Nada de lo ocurrido aquí tiene que ver con la serie original; todo es creado sin fines de lucro.
Clasificación: T
Categoría: Romance, Comedia.
Total de palabras: 1910
Nota de autora: Sí, sí, sí. No estoy siendo original.
Cortito pero intenso–
Summary: La enfermera Ieiri tiene adicciones muy peligrosas; tabaco, alcohol, café... y tal vez también el profesor Gojō.
De boca en boca. Un sabor amargo que contrarresta el dulzor empalagoso de algún chocolate demasiado caro. El aroma a anestesia en el ambiente mezclándose con la colonia de un intruso no tan intruso. Las manos expertas en cortes perfectos sobre la piel se entrelazan con otro par, más grandes, más fuertes. Es un enredo como sus lenguas, y la saliva, y los suspiros apagados. Se escuchan pasos a la lejanía, ninguno se acerca, y ellos pueden continuar con los roces indebidos tanto como deseen, tanto como el tiempo les permita, con los segundos siendo diligentemente contados por el reloj anticuado en la pared del cuarto.
La dama de mirada amarga, como los cigarrillos y el café que tanto adora, lleva sus manos a hundirse en el pelo de nieve de su compañero. No es frío, es cálido, es una antítesis que también le encanta. Se enreda en sus mechones desastrosos, le estira con fuerza, escuchándole gruñir contra sus labios llenos de labial rojo que también están manchando la boca, las mejillas y el cuello del mismo hombre.
Sonríe a leguas, abriendo los ojos un segundo para verle. Su ceño también blanco está fruncido, y puede sentir sus deseosas manos por sobre su cuerpo. Una se aferra a la tela de la bata, y la otra se ha abierto paso bajo su camisa negra, rozando los dedos contra su cintura desnuda. La mujer le deja avanzar tanto como quiera, haciendo ella misma a un lado los botones de su ropa para dejar a la vista su torso y escote. Él no tarda en abandonar sus labios para encajar sus dientes en el pálido cuello femenino, dejando una pequeña marca que más tarde cubrirá con maquillaje. Continúa bajando, repartiendo besos y mordiscos en varias áreas, robándole un par más de gemidos bajos que no irán más allá de las paredes de la habitación.
—Satoru... —murmura, cerca del oído de su confidente. Él suelta un sonido cerrado, indicando que le escucha pese a estar divirtiéndose quitando el broche de su sostén—. Hazte a un lado.
El hombre, confundido, se detiene y la mira. Ieiri tiene una expresión cansada, lo común, pero también divertida. Hay una gran contradicción en eso.
Antes de que Satoru pueda preguntarle por qué debería detenerse, la mujer le empuja con ligera rudeza hacia atrás, haciendo que caiga de espaldas sobre el colchón de la camilla. Un chirrido en las ruedas hace eco, y ella da vuelta para cerrar las cortinas alrededor de ese pequeño espacio. Luego simplemente regresa con él, subiéndose a horcajadas encima suyo mientras se deshace de la bata y la camisa, tirando ambas prendas a un costado. Sus rodillas a cada lado de las caderas del hombre, y sus brazos acaban apoyados a los lados de su cabeza, impidiendo que se mueva de allí.
—Hoy te ves desesperada, querida Shōko. —Bromea Gojō, sonriendo con sorna. Ella no muestra signo alguno de devolverle el gesto.
—Si no cierras la boca, voy a atarte y amordazarte. —Advierte, totalmente seria, pero en contraste con el hecho de que ella misma ya se encontraba desabotonando la camisa de Gojō hasta abrirla por completo.
—Tan ruda. Con razón no tienes novio. Aunque, por supuesto, yo no tengo problema alguno con el sadomasoquismo.
—Lo sé —afirma, como si se tratara de nada. Lo escucha reírse con ganas, pero no le presta atención—. Y no es sadomasoquismo.
—Ya lo sabía. Sólo probaba si estabas prestando atención a la clase.
(—No me trates como uno de tus alumnos.
—No me trates como uno de tus pacientes.)
No intercambian más palabras, sólo otra ronda de besos, que cada vez se vuelve más ansioso, menos amable. Un par de mordidas sobre los labios y la lengua. Los dedos masculinos aferrándose con más fuerza a la piel femenina, dejando algunas pequeñas marcas. Ella apretando su cuello y rasguñando sus hombros, tirando de su cabello hasta sacarle gruñidos de gusto. Más botones deshaciéndose, pero sin que la ropa desaparezca por completo. Hay un gusto pícaro e insano ante la idea de indicios que fueran a delatarlos más tarde, pero no pueden admitir tales cosas en voz alta. Así que solamente continúan con lo suyo, perdiéndose en el aroma y el sabor del otro, disfrutando de caricias que no son caricias y roces ardientes que les dejan un poco más inconscientes que antes.
Gojō susurra alguna palabras de mentiroso amor, que Shōko manda a tirar en un baúl lejano de su mente. Tal insensatez no sirve sino para aumentar la intensidad de un intercambio entre ambos, entre su carne y su ser y casi todo. Tentaciones fútiles. Ella le ruge en voz baja alguna advertencia sobre el tiempo, el traicionero tiempo que recita el reloj descompuesto del cuarto, que ya se asemeja al infierno ante la temperatura de sus cuerpos, tocándose y moviéndose juntos, entre sí. Un nudo que tarda en desatarse al estar tan pegados entre sí, compartiendo algo más que cumplidos vacíos y choques amorosos sin sentido.
En medio del sicalípsis que anuncia un festín de sensaciones escalofriantes, la mano femenina para sobre los labios de su compañero, callando los escandalosos sonidos que suelta a propósito para mantener a flote el descenso húmedo entre sus muslos. Sus mejillas, pegajosas por el sudor, y rojas como manzanas, son absolutamente bonitas. Shōko también envidia sus ojos de cielo, lleno de auroras boreales, mientras regala un par de besos indiscriminados otra vez sobre su cuello y hombros, manchando de más rojo todo. Un rojo que sólo ella puede usar y plantar en él.
—Cállate, cállate, cállate... —pide de cerca, contra su oreja, mordiendo ese lugar. Ruega que por favor, sólo por esta vez, él se atreva a cerrar su boca.
Pero su querido amante nunca es tan complaciente.
Bien podrían descubrirlos ahí mismo y realmente no importaría, pero evitar la molestia de un sermón y demás problemas es algo más ventajoso. Gojō no lo comprende, él es un buscapleitos sin remedio y Shōko no tiene idea de como ha terminado enredando sus piernas sobre alguien así.
—Así no sería divertido.
Una excusa absurda y más besos en todos lados son suficientes para dejar pasar la grosería de no escuchar las advertencias. Ieiri es débil ante los dedos que se arrastran contra su cuerpo, y más temprano que tarde cede ante los pedidos egoístas de Satoru. Está gruñéndole, con un cariño displicente que tal vez sólo sea una alucinación, por culpa de la inconsciencia a su voluntad y pudor.
Pero en cuanto llega el ansiado final, ella misma no es capaz de contener del todo su voz en cuanto percibe, con absoluto placer, los espasmos en su interior y el intruso que le roba tantos besos, opacando un grito ambiguo gracias a su lengua y el toque suavizado en un abrazo que llevaría con pesadumbre a algo amoroso. El calor se extiende desde su vientre y se pierde en un pensamiento sin importancia. Casi sonríe satisfecha por el hecho de terminar con la deliciosa tortura de estar ligada a alguien como ese hombre.
Más tarde, suelta un largo suspiro, en tanto termina de sacudir la tela blanca de su bata, intentando hacer desaparecer las arrugas en ella. Da la espalda al docente que termina de limpiarse la boca con un pañuelo para quitarse todo el sospechoso rojo, y va en camino a su escritorio, lleno de papeles y vasos desechables de café que tira al basurero de manera descuidada, ocultando los restos de otra basura que no debía estar ahí. Abre el cajón de la mesa y saca la cajetilla de cigarrillos que con recelo esconde del director, para llevarse uno de ellos a la boca. A la par que busca a tientas el encendedor de su bolsillo, se dirige a una ventana para que el humo no inunde la habitación, que ya de por sí olía extraño debido a la actividad que había hecho a escondidas con otro funcionario de esa institución. Mira cansada el patio del lugar, notando a los estudiantes, ignorantes de todo, estar en un círculo. Siente curiosidad sobre eso, pero ese sentimiento se disipa en cuanto el cigarro en sus labios es arrebatado.
—¿No es esto absolutamente malo luego de haber tenido sexo? —Menciona Gojō, con obvia burla, sosteniendo el objeto entre sus dedos y sonriendo de forma sospechosa. Ieiri le mira con desagrado—. Si murieras, ¿con quién más podría hacer–?
—Me gustas más cuando lo que sale de tu boca no son palabras —comenta, cansada. Él se ríe, no importándole la grosería—. Realmente no me importa, pero es mejor que desaparezcas ahora mismo antes de que algún niño venga. Ya casi acaba la hora del almuerzo.
—Ay, ¿me estás echando nada más así? ¿Después de todo lo que hemos pasado juntos, querida Shōko?
—Sí —como si nada, vuelve a darle la espalda y se dirige una vez más a su escritorio, sacando otro cigarrillo del cajón—. Ahora, si me disculpas.
Gojō hace una mueca de disgusto, pero sabe que la mujer tiene razón esta vez. Así que tira el cigarro por la ventana y camina hacia la salida, empero, se detiene antes de irse. Vuelve a mirarla, con algo parecido a reproche.
—Por cierto, el sabor del café no hizo que el del alcohol fuera menos fuerte —puntúa, antes de sonreír con malicia—. Cómete unas mentas, cariño. Te las dejé en el bolsillo. Como pago por mi ayuda, me llevaré tu encendedor.
Antes de ver el rostro furioso de la mujer, Satoru da vuelta, despidiéndose con la mano y huyendo de la enfermería. Una vez afuera, se topa con unos estudiantes, y a todos les sonríe como si nada malo ocurriera, o si no fuera sospechoso que estuviera a esas horas en ese corredor.
—¿También viste eso, Fushiguro? —pregunta Kugisaki, frunciendo el ceño.
El nombrado hace una mueca de desinterés, y decide ignorar a su profesor para dirigirse con la enfermera escolar, porque Itadori seguía inconsciente en su espalda y el maldito pesaba demasiado. De esa forma, deja sola a Nobara, quien juraba que no era normal que el profesor más molesto de la escuela tuviera pintado el cuello con el labial que sólo había visto a la enfermera usar.
Shōko estaría en problemas, pero tal como los cigarrillos, el alcohol y el café que no puede dejar por nada del mundo, Gojō también era un dilema peligroso que ha decidido mantener cerca. Todo era tan malditamente exhaustivo para ella. Pero estaba bien con eso.
¿fin?
