Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de eien-no-basho y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.
Capítulo 2: De despedidas y batallas
Kagome tenía la clara sensación de que no quería despertarse. Aunque su mente luchaba por entender exactamente qué era, sabía que tenía que haber una situación desagradable a la que enfrentarse en el mundo consciente si fuera a volver a él. Así que planeó con indecisión al borde de la consciencia, esperando volver a sumirse en las profundidades más oscuras del sueño.
Pero había un ruido en algún lugar cerca de su cabeza. Un sonido áspero de respiración ruidosa que invadía la tranquilidad de su mente. Era su madre, pensó Kagome con repentina comprensión. Estaba llorando. Al igual que había estado llorando antes de que Kagome…
De repente recordó por qué había querido permanecer dormida, pero era demasiado tarde. Su mente ya había empezado a recuperar el enfoque. Con una mueca interna, abrió los ojos, resignada pero no preparada todavía para lidiar con la rareza que era en ese momento su realidad.
Lo primero que enfocó fue el rostro de su madre, directamente por encima de ella. Estaba rojo e hinchado, las lágrimas todavía se escurrían tristemente desde sus ojos de color castaño oscuro. Dejaban pequeños rastros de piel limpia y bronceada entre la habitual fina capa de suciedad que todos en la aldea portaban como una segunda piel.
La señora emitió un sonido estrangulado al darse cuenta de que su hija estaba despierta, su repentino movimiento sacudió la cabeza de Kagome, que reposaba en el regazo de su madre. Su madre se dobló aún más para abrazar con fuerza el torso de Kagome, mascullando palabras sin sentido.
—Me estás asfixiando, mamá —protestó Kagome, descontenta por la angustia de su madre.
—Es por tu propio bien, Kagome, juro que lo es —fue la acuosa respuesta mientras su madre al fin recuperaba la habilidad de formar palabras.
—¿Que me asfixies es por mi propio bien? —bromeó Kagome débilmente, aunque ninguna parte de ella tenía ganas de bromas.
Su madre tenía un leve hipo y el sonido se le atragantó mientras soltaba a regañadientes a su hija.
—No, eso no, es decir… —se interrumpió, negando con la cabeza.
Kagome, libre de su llave estranguladora, se incorporó.
—¿Estás segura de que te sientes lo suficientemente bien para levantarte, Kagome-chan?
La pregunta vino de algún lugar cerca de sus pies. El houshi estaba allí sentado y ahora se le habían unido su hermano y su abuelo.
—Me encuentro bien —respondió Kagome, con un filo en su tono que no pudo suavizar.
Él era, después de todo, el causante de este lío.
—¿Estás segura de que estás bien, Nee-chan? —dijo Souta con voz aguda—. No es propio de ti que te desmayes.
Su tono inconsciente le dijo a Kagome que todavía no tenía ni idea de lo que había ocurrido entre su madre y el houshi.
—Estoy bien, de verdad. Estar bajo la lluvia y trabajar todo el día deben de haberme cansado más de lo que pensaba —ofreció, odiaría ser la que le informara de las circunstancias.
A juzgar por el completo silencio de la habitación, al fin había parado de llover. Tras considerar la situación por un momento, Kagome se levantó con cuidado.
—¿Puedo pedirle que me acompañe fuera, Houshi-sama?
—Kagome —dijo su madre con tono de advertencia. Su expresión inquieta decía que anticipaba violencia si se dejaba que Kagome estuviera a solas con ese hombre.
—Solo necesito hablar con él, mamá.
—Entonces iré con…
—Necesito hablar con él a solas, mamá —le interrumpió Kagome cuidadosamente.
—Entonces vamos fuera para estar a solas, Kagome-chan —dijo Miroku, levantándose para unirse a ella.
—Tú grita si intenta algo, Kagome —intervino Jii-chan, dirigiéndole a Miroku una mirada de sospecha.
Su abuelo siempre había sentido una desconfianza instintiva hacia los forasteros, pero Kagome pensaba que esta vez tenía motivos. Aceleró los pasos con disimulo, manteniéndose justo fuera del alcance de las manos del noble.
—Señor, soy un houshi, un hombre de fe —protestó Miroku, su expresión era de exagerada inocencia.
—Sí, sí —murmuró Jii-chan groseramente. Kagome giró la cabeza para ocultar una pequeña sonrisa.
Cuando hubieron salido de la cabaña y estuvieron lo suficientemente lejos para que no les oyeran, Kagome se dio la vuelta para encarar al hombre con seriedad.
—Me gustaría que me diera una explicación de qué está pasando. Un explicación muy exhaustiva —exigió, solo quedaban pequeñas trazas de su antigua cortesía.
—Siempre y cuando prometas no volver a desmayarte, Kagome-chan, estaré más que contento de darte una explicación —bromeó Miroku ligeramente.
—No me pille por sorpresa con más información que me altere la vida y prometo no volver a desmayarme —replicó Kagome, irritada por el recordatorio.
Miroku asintió y alzó las manos en un gesto de paz.
—¿Por dónde quieres que empiece?
Kagome se dio un momento para organizar sus pensamientos.
—¿Qué le parece por la auténtica razón por la que ha venido a esta aldea?
—Es cierto que me enviaron desde la capital para investigar los disturbios espirituales —dijo Miroku—. Han ocurrido incidentes inusuales por todo el país, pero los sucesos más destacados se han dado aquí, en el extremo sur. Y, aunque he sido incapaz de localizar la fuente exacta, la mayor parte del jyaki que he sentido ha sido en esta zona. Pero es más que una simple investigación.
—Entonces, ¿antes estaba mintiendo? —interrumpió Kagome, su expresión se volvía más pétrea a cada momento.
—Mintiendo no, Kagome-chan, simplemente excluyendo unos cuantos detalles aquí y allá. Hay un mundo de distancia entre ambos —replicó Miroku con aire de algo profundo. Kagome resopló de una manera muy poco femenina.
—Pero volviendo a lo que decía —insistió el houshi, la comisura de su boca se inclinó irónicamente hacia arriba—. Mercaderes y visitantes de la capital hicieron varias declaraciones sobre una aldea que había salido milagrosamente indemne ante la conducta violenta de los youkai.
—¿Mi aldea?
—Tu aldea, sí, al igual que tu milagro. Inicialmente esperaba que la seguridad de la aldea pudiera deberse a la existencia en ella de un nido youkai o algo igual de desagradable. Me sorprendió y me complació bastante encontrar un tesoro como tú en un lugar tan improbable.
—Escuche —resopló Kagome con la poca paciencia que le quedaba, negando con la cabeza—. Tal vez antes no estaba escuchando o pensó que estaba siendo modesta, pero hablaba en serio cuando decía que Kaede-sama era la responsable de la mayor parte. Yo apenas hice nada.
—Estaba escuchando, pero en lugar de modestia creo que es una idea equivocada por tu parte. Aunque Kaede-sama puede haber actuado como canal a través del que encauzarlos, son tus poderes los que crearon la barrera que salvó a tu aldea. Incluso un espiritista de la más baja orden podría sentirlo. Tienes un aura característica, Kagome-chan, y aunque puede que la respetes profundamente, la de Kaede-sama palidece en comparación.
No había trazas de jovialidad en su rostro o en su tono, ni siquiera una fácil media sonrisa descansando en sus labios. Kagome vaciló, su certeza y cólera flaquearon por un momento.
—Es imposible que yo… es que… no…
—Te aseguro, Kagome-chan, que nunca antes había encontrado a una espiritista de tu calibre —aseveró el houshi con firme implacabilidad, fijando la idea a la fuerza en su cabeza—. Aunque te falta entrenamiento, creo que tienes el poder de rivalizar con los propios kami si lo manejas adecuadamente.
—Pensaba que no iba a lanzarme más información que me alterase la vida —masculló Kagome, presionando una mano contra su ceja como si eso pudiera ayudar a ordenar su oleada de pensamientos.
—¿Esa es la razón por la que quiere que vaya a la capital? —consiguió decir después de un momento.
—Se me indicó que descubriera la situación de esta aldea y que actuase acorde a ella. Encuentro muy acorde que vuelvas conmigo.
—Pero ¿por qué? Es decir, aunque por alguna casualidad yo resulte ser tan excelente como cree que podría serlo, ¿no hay cientos de otros espiritistas excelentes a disposición de la capital? —abogó Kagome. Se descubrió con ganas de recostarse, a pesar de su resolución de querer que todo saliera a la luz.
—Por desgracia, en los últimos años se ha experimentado un gran declive en el número de quienes entran en las órdenes, al igual que los fallecimientos de muchas de las excelencias que ya estaban en ellas. Desde luego, no hay nadie allí con tanto potencial en bruto como tú. Y en tiempos como en los que nos encontramos, con espíritus por todo el país de repente sublevados, tu poder, estoy seguro, demostraría ser inestimable —explicó Miroku con aire de leve disculpa.
Era imposible no sentir lástima por la pálida joven, con su pequeño mundo viéndose de repente abierto por sus deshilachadas costuras.
Kagome le dio la espalda, frotándose bruscamente la frente con la palma callosa de su mano. Inspiró honda y controladamente, exhaló, inspiró de nuevo, exhaló y su mente se calmó lentamente, su agitación se redujo a un suave zumbido al fondo de su cabeza.
Era una técnica que Kaede le había enseñado cuando era pequeña y su padre había fallecido. Había estado tan angustiada durante semanas, que había tenido problemas para concentrarse y, en consecuencia, para usar sus poderes para ayudar a otros que habían caído víctima de la misma plaga que había matado a su padre. La técnica le había ayudado a estabilizarse y a salvar a los demás que podían ser salvados.
Agrupó sus pensamientos con cuidado. Su madre básicamente la había prometido al houshi y a la corte. Lo había hecho por el propio bien de Kagome, eso podía entenderlo la joven miko.
Y, de verdad, Kagome debería haberse sentido agradecida, eufórica incluso. Que la sacaran tan fácilmente de una existencia de esfuerzos para tener una vida segura, enterarse de que, lejos de ser simplemente otra espiritista mundana, poseía tan inmenso don de los kami, que la pusieran en posición de ayudar a cientos con sus poderes en lugar de solo al pequeño círculo de su aldea… todo ello debería haber sido como una loca fantasía reservada únicamente para sus sueños.
Pero no era bueno en absoluto. De hecho, lo único que Kagome se sentía era enferma, deseaba que el houshi y todos sus grandes planes para ella estuvieran lo más lejos posible de su aldea. No podía abandonar así como así su aldea, sus responsabilidades. No podía soltar con tanta facilidad la carga que había estado destinada a soportar, no después de cargar con ella tan diligentemente durante tantos años.
—No creo que duren mucho aquí sin mí, Miroku-sama —dijo Kagome finalmente—. Sé que suena presuntuoso por mi parte que lo diga, pero dependen de mí para muchas cosas y…
—Tu honorable madre ya se ha tomado la molestia de explicar exactamente lo mucho que esta aldea depende de ti. Francamente, me sorprende que no tengas más ganas de escapar de una existencia tan pesada —dijo Miroku compasivamente.
Kagome se encogió de hombros, negando con la cabeza.
—Son personas que debo proteger y ya ve por qué no puedo abandonarlas.
—Al contrario, veo más razones para que te vayas —dijo Miroku. Kagome frunció el ceño, esperando a que se explicara mejor.
—Otra cosa que tu madre y yo tratamos en nuestra discusión fue el problema del vacío que dejaría tu ausencia. Como solución, propuse la protección de la capital a cambio de llevarte conmigo. Recibirán guardias imperiales, acceso al suministro de comida imperial y cualquier espiritista o curandero que puedan necesitar. En resumen, deberían estar cómodamente establecidos durante el resto de sus vidas.
—¿De verdad usted podría hacer todo eso? —preguntó Kagome con incredulidad.
—Lo justo sería darles al menos eso a cambio de quitarles algo tan preciado. Y sería mi placer personal el darte la oportunidad de tener una vida en la que puedas tener un poco de voz y voto —dijo Miroku, la cálida sonrisa volvió a su rostro.
—Ah… —fue todo lo que consiguió decir Kagome.
Tenía algo húmedo en la cara y por un momento se preguntó si volvía a empezar a llover, pero el cielo estaba claro.
Kagome se dio cuenta de que estaba llorando. Nunca se había sentido tan aliviada en toda su vida.
Cayó lentamente de rodillas sobre el fango, todos sus músculos se relajaron a la vez. Enterrando la cara en las manos, lloró silenciosamente.
Se había estado esforzando por cumplir con su deber para con los aldeanos desde que tenía memoria, apenas consiguiendo mantenerlos un paso por delante del desastre a cada giro de los acontecimientos. El futuro, sin embargo, siempre había sido un prospecto lúgubre, sin cambios a la vista y con poca esperanza de mejora. Pero ahora, con esto…
Sollozó, presionando sus manos cerradas en puño contra sus ojos. Estaban salvados. Estaba salvada. Al fin parecían haberse acabado las dificultades.
—Ea, ea —arrulló Miroku de forma tranquilizadora, arrodillándose y dándole palmaditas en la cabeza como a una niña pequeña—. Todo irá bien ahora.
Por primera vez en mucho tiempo, Kagome fue realmente capaz de creerlo.
Después de llorar hasta que pareció que no le quedaban más lágrimas delante del houshi, Kagome acabó sintiéndose fuertemente avergonzada. Afortunadamente, él había parecido entenderlo y, tras darle una rápida palmadita en la espalda para «hacer que recobrara completamente su antiguo espíritu», le informó de que iba a prepararse para su partida. Dijo que volvería a buscarla dentro de un día y sugirió que debería hacer el equipaje y despedirse mientras tanto.
Kagome se había despedido de él con una sonrisa avergonzada y un ademán, tomando nota mental de pedirle a Kaede un báculo o una especie de bastón, ya que probablemente viajaría sola con el houshi hasta la capital.
Ahora la joven miko se dio un momento para cerrar los ojos y centrarse antes de entrar en la cabaña. Puede que su madre ya lo supiera, pero todavía tenía que informar a Jii-chan y a Souta de todo lo que había ocurrido.
Hizo a un lado la burda puerta colgante y entró. Y se encontró directamente con su madre, hermano y abuelo. Cayó al suelo con un pequeño «uf».
Los tres tardaron en adelantarse para ayudarla a levantarse, todos con expresión bastante avergonzada.
—Escuchando a escondidas, ¿eh? Y eso que siempre me has dicho que es de mala educación, mamá —se quejó ligeramente Kagome, poniéndose en pie sin su ayuda—. ¿Cuánto habéis oído?
—No, Kagome, no estábamos…
—Nieta tonta, cómo puedes pensar que tu abuelo…
—No pudimos oír nada, Nee-chan. Os alejasteis mucho de la cabaña —dijo Souta sin rodeos. Los otros dos le lanzaron miradas mordaces.
—Bueno, de acuerdo, entonces —dijo Kagome con un poco de decepción. Habría sido más fácil si los hubieran oído—. ¿Por qué no os sentáis y os explico todo?
Obedecieron. Kagome se lo explicó.
Al final, su madre volvía a estar llorando, pero Kagome podía ver que en su mayoría era de felicidad. Era lo que ella había querido, para empezar. Souta y Jii-chan estuvieron callados durante un largo período de tiempo.
Al final, Souta se levantó y pasó con aspereza por su lado para salir de la cabaña. Kagome se levantó instintivamente para ir tras él, pero dudó, sin saber si sería sensato hacerlo. Miró a su abuelo, esperando su reacción.
Él fijó la mirada en ella por un largo momento antes de suspirar, su viejo rostro se hundió profundamente.
—Ve tras tu hermano. Este viejo, por su parte, entiende tu razonamiento. Y, quién sabe, tal vez puedas hacer que ese Tennō haga algo cuando llegues a la corte.
Kagome le lanzó una breve sonrisa de agradecimiento y se apresuró a salir. Souta ya no estaba a la vista, pero sabía bastante bien a dónde se dirigiría. Caminó hacia el río.
Como había predicho, estaba allí. Hundido hasta los tobillos en la orilla embarrada, lanzando rocas a la corriente.
—¿Souta? —llamó Kagome tentativamente.
—No quiero hablar contigo —fue la cortante respuesta. Lanzó una piedra con fuerza y saltó tres veces antes de hundirse.
—Entonces no hablaré. Solo me quedaré aquí sentada —dijo Kagome, dejándose caer en la orilla embarrada.
Ya ni importaba a esas alturas, estaba hecha un desastre. Pasó los dedos distraídamente por su pelo oscuro para arreglarlo un poco, esperando.
—Molesta incluso más que te quedes ahí sentada y me mires, Nee-chan —le espetó Souta, un poco antes de lo que ella se hubiera esperado. Kagome no pudo evitar sonreír, inclinando la cabeza para ocultarlo.
—Entonces ¿qué te gustaría que hiciera? —preguntó Kagome.
—Me gustaría que te fueras y punto. Es lo que pretendes hacer, de todas formas, ¿verdad? —le cortó Souta con inusitado desdén en su voz.
—Eso no puedo hacerlo por ti. ¿Algo más?
—¡Podrías explicarme exactamente cuándo te has vuelto tan petulante para pensar que necesitas mudarte a la corte imperial! —ladró Souta, dándose la vuelta para enfrentarla con los ojos brillando con susceptibilidad—. ¡Podrías explicarme cuándo te has puesto tan por encima del resto de nosotros!
—Souta…
—¿Somos una gran carga para ti? ¿Tantas ganas tienes de irte? ¿Siempre has estado esperando una oportunidad para salir de aquí? —acusó Souta, la ira le estaba robando el buen juicio.
Tenía una roca en la mano y, por un salvaje momento, Kagome pensó que podría tirársela a ella, pero él se limitó a tirarla al río, donde salpicó un poco y se la llevó la corriente.
—¿De verdad piensas eso de mí, Souta? —preguntó Kagome en voz baja.
Pareció frustrado por un momento ante su falta de respuesta real. Era obvio que estaba intentando provocarla. Estaba enfadado y quería discutir, pero entonces su fiera expresión colapsó y se desplomó a su lado en el barro, dándole puñetazos al suelo.
—Por supuesto que no pienso eso de ti. Pero por qué… ¿por qué tienes que irte? No me importan todas esas cosas que nos van a dar a cambio de ti. No me importa nada de eso. ¡No deberías tener que venderte para salvarnos! No deberías tener que irte… —Souta se interrumpió, incapaz de mirarla.
—No me estoy vendiendo, Souta. Lo juro. La aldea necesita las cosas que nos van a dar, pero no iría si no quisiera ir de verdad —dijo Kagome.
Souta le lanzó una mirada acusadora, abriendo la boca para volver a empezar.
—No es que quiera estar lejos de ti o de la aldea, ni nada parecido —le interrumpió Kagome con firmeza—. A pesar de todo, quiero quedarme aquí. Os quiero a ti, a mamá y a Jii-chan más que a nada en este mundo, ¿sabes?
»Pero se me está dando una oportunidad que sé que no va a volver nunca. Puedo ir a la capital y aprender, y trabajar para cambiar las cosas para mejor para todos vosotros. Me pondrán en posición de ayudar a mucha gente, Souta.
»Eso era lo que papá siempre decía que era lo más importante, ¿verdad? Y eso es lo que Kaede-sama siempre me ha enseñado. Pero te diré algo. Si me dices que de verdad no quieres que me vaya, no me iré. Porque tú eres lo que más quiero.
Kagome le sonrió, diciendo todo eso de corazón, aunque ya estaba segura de su respuesta. Era hijo de su padre, después de todo.
—Me das vergüenza, Nee-chan, siempre sueltas cosas de chicas como esas —se quejó Souta, sonrojándose débilmente. Masculló algo más que no pudo captar sobre el suave barboteo del río.
—¿Qué has dicho?
—He dicho que quiero que te quedes —repitió Souta, girándose ahora para mirarla a la cara.
—Souta —dijo Kagome, sorprendida.
Su hermano sonrió irónicamente, negando con la cabeza.
—Es broma, Nee-chan… más o menos. Tal vez solo necesitaba sacarlo de mi sistema. —Se rio sin gracia—. Sé que las cosas… no han sido fáciles para ti, a pesar de la forma en la que actúas. Siempre hay algo de miedo en tus ojos y algo triste. Es que… es difícil dejarte ir así como así. No puedo evitar pensar, «¿qué voy a hacer ahora?». Es patético y egoísta…
Kagome rodeó sus hombros con sus brazos con cautela, consciente de que estaba en medio de una de esas etapas incómodas del crecimiento en la que no apreciaba demasiado los gestos de afecto. Él le permitió abrazarlo sin oponer resistencia solo por esta vez.
—Sé exactamente lo que harás cuando me vaya.
—¿Qué?
—Vas a ser el hombre de la familia, al igual que lo llevas siendo desde hace mucho tiempo —aseveró Kagome con seguridad.
Souta resopló.
—Si yo soy el hombre de la familia, entonces ¿Jii-chan qué es?
Kagome se dio un golpecito en la barbilla pensativamente.
—Mmm… ¿el entretenimiento? —ofreció. Ambos se rieron un poco ante la idea.
—Pero, en serio, tú eres más el hombre que yo, Nee-chan —discutió Souta.
—Gracias, eso me hace sentir especial —bromeó Kagome—, pero en serio, he estado demasiado ocupada corriendo todo el tiempo por la aldea adelante como para ocuparme de nuestra familia. Tú eres el que se asegura de que mamá y Jii-chan coman bien y cuiden de sí mismos.
»Tú enciendes el brasero por la noche cuando hace frío. Sales y traes la mayor parte de la caza y la pesca para comer. Gestionas los cultivos de la familia. Así que, pienses lo que pienses, está claro que eres tú el hombre de la familia.
—¿De verdad lo crees? —preguntó Souta.
Kagome asintió.
—Tal vez tengas razón.
Se quedaron en silencio, observando el sol escondiéndose en una llamarada roja y naranja. Se reflejaba resplandecientemente en el agua.
—Vendrás de visita, ¿verdad? —preguntó Souta.
—Cada vez que pueda —replicó Kagome con firmeza.
—Te… echaré de menos, Nee-chan —admitió Souta en voz baja. Parecía dolorosamente avergonzado.
—Ooooh, yo también te echaré de menos —arrulló Kagome con tono jocoso, atrayéndolo hacia ella y dándole un húmedo beso en ambas mejillas. Ahora él se retorció, riéndose un poco e intentando apartarse.
—¡Qué asco, Nee-chan! Pa… ¡Para! ¡Me das vergüenza!
Los dos habían hecho las paces. Aun así, Kagome tenía un poco de ganas de llorar.
El resto de la noche pasó sin incidentes. Los dos volvieron a la cabaña y la familia de Kagome la ayudó a empezar a hacer el equipaje antes de que se retirasen a dormir, exhaustos en todo el sentido de la palabra.
Durmieron con los futones pegados los unos a los otros por primera vez desde que el padre de Kagome había fallecido. Parecía adecuado y Kagome saboreó la sensación de su calidez rodeándola.
Por la mañana se levantaron tarde, un lujo que era inusual para ellos. Terminaron de hacer el equipaje con muchas quejas de la madre de Kagome, que insistía en que se llevara el kimono más elegante de la familia para la llegada de la miko a la capital. Jii-chan, por supuesto, insistió en que Kagome se llevara todos los amuletos de protección falsos que tenía la familia, incluyendo una pata de pájaro disecada de aspecto bastante cuestionable.
Kagome había protestado diciendo que ya casi se llevaba toda la cabaña consigo, pero saboreó silenciosamente las quejas y la preocupación familiares.
Al final, después de desperdiciar todo el tiempo posible con el equipaje, llegó el momento de que Kagome hiciera sus rondas. No disfrutaba de la idea, aunque les tenía mucho cariño a muchos de los aldeanos. No obstante, salió y pasó lentamente por las cabañas, despidiéndose y depositando sus últimas bendiciones sobre sus habitantes.
Las reacciones fueron mixtas, desde personas llorando y deseándole lo mejor hasta aquellos que se lanzaron a sus pies y le rogaron que no se fuera. Algunos, Kagome pudo notar con un sentimiento de desazón, estaban resentidos, o veían su partida como una traición o estaban enfadados por su oportunidad de tener algo que bien podía estar a océanos de distancia de ellos, pero no podía hacer nada y lo sobrellevó con toda la gracia que pudo reunir.
Kagome llegó finalmente a la colina más grande de la aldea y al templo que había en lo alto, su última parada del día. Su familia se separó de ella en ese punto, entendiendo que quería despedirse a solas de su mentora de toda la vida.
Con un profundo y pesado sentimiento de finalidad, Kagome subió la colina y entró en el templo por última vez.
Kaede-sama estaba sentada de cara a la puerta, como si hubiera estado esperando a su estudiante en cualquier momento. Aunque eso no le habría sorprendido mucho a Kagome, teniendo en cuenta lo rápido que se corría la voz en una aldea diminuta como la suya. Le hizo una reverencia a la miko mayor, una formalidad con la que las dos rara vez cumplían.
—Mi querida niña, siéntate —ordenó Kaede amablemente.
Kagome obedeció, yendo a sentarse enfrente de ella.
—Yo…
—Ya comprendo la situación, niña, y estoy segura de que tus pobres labios han tenido suficiente de explicaciones para varias vidas, así que ¿por qué no pasamos a las cosas importantes? —se le adelantó Kaede, sosteniendo en alto una nudosa mano.
—De esto era de lo que estaba hablando ayer con Miroku-sama, ¿no? —preguntó Kagome, los eventos se conectaron de repente en su mente.
—Sí, así es. Miroku-sama vino buscando respuestas en relación con esta aldea y yo se las proporcioné. Luego inquirió sobre tu situación en particular en la aldea y si pensaba o no que sería sensato que le acompañaras. Le dije que sí que pensaba que era prudente, aunque creo que lo habría intentado contigo de otro modo. Es bastante testarudo en ese sentido —dijo Kaede con una media sonrisa indulgente.
Kagome frunció el ceño, algo extraño captó su atención.
—Habla de Miroku-sama de una manera muy familiar —afirmó, con una pregunta enlazada en sus palabras.
—Nos habíamos conocido y habíamos llegado a ser algo más que conocidos antes de nuestra inesperada reunión del día de ayer —respondió Kaede ante la pregunta implícita.
—Pero el houshi nunca antes ha estado en esta aldea, que yo recuerde… Espere, no querrá decir… —se interrumpió Kagome, incrédula.
—Por muy difícil que te parezca de creer, niña, hubo un tiempo en el que residí en la capital como espiritista. Por razones que preferiría no revelar, escogí marcharme de esa vida en busca de una más sencilla. En realidad, aunque pueda irritarte un poco saberlo, escogí esta aldea para vivir por ti. Nunca antes había visto un aura tan brillante —explicó Kaede en voz baja, con aire de estar recordando algo impresionante.
—¿Por mí? —repitió Kagome, sin habla.
Por extraño que fuera, todo tenía sentido. Aunque no había pensado mucho en ello en su momento, Kaede había llegado a la aldea cuando Kagome ya tenía siete años.
¿Cómo sino podría haber aprendido Kaede a leer y a escribir, tal y como le había enseñado a Kagome? Por no mencionar todas las lecciones de etiqueta que la miko mayor le había dado a la más joven. Aun así, era difícil de comprender.
—¿Está segura de que no quiere hablar de por qué se fue? —presionó Kagome, con profunda curiosidad.
—Estoy bastante segura —replicó Kaede, inflexible.
—De acuerdo, entonces —se rindió Kagome, un poco decepcionada—. Bueno, entonces ¿cómo cree que me irá en la capital?
—No mentiré para calmar tus preocupaciones, niña —advirtió Kaede.
Kagome asintió con entusiasmo.
—Bien, entonces supongo que será difícil para ti. Aunque te he enseñado tanto como he podido, tus modales no están ni cerca de los de una cortesana nacida y criada como tal. Tampoco creo que seas lo suficientemente astuta para lidiar bien con todos los engaños que son comunes en el mundo de la corte.
»También está el hecho de que no tienes a tu favor el haber nacido o crecido entre ellos y nunca han pensado demasiado bien de los forasteros. Suma a todo eso el arduo entrenamiento espiritual al que sin duda tendrás que someterte. Aparte de eso, sin embargo, creo que puede que te lo pases maravillosamente bien.
—Bueno, usted dijo que no iba a calmar mis preocupaciones —murmuró Kagome, aunque solo estaba vagamente atribulada. Todavía sentía todo muy lejano—. Supongo que solo puedo esforzarme al máximo.
—Esa es la niña a la que quiero —dijo Kaede con cariño—. No dejes que perviertan ese espíritu tuyo, pase lo que pase. Sé un ejemplo, incluso si tienes que serlo completamente sola.
Kagome sonrió, acogida por el afecto de Kaede.
—Gracias, Kaede-sama, por todo lo que ha hecho por mí.
Hizo una profunda inclinación, esperando que, incluso en su simplicidad, el gesto fuera suficiente para expresar su profunda gratitud.
—Adiós, niña.
—Cuídese, Kaede-sama.
Una profunda comprensión las atravesó a ambas. Las palabras eran inadecuadas e innecesarias. Kagome sonrió. Kaede le correspondió a la sonrisa. La joven miko se marchó.
Kagome regresó a su cabaña para tomar su última comida con su familia y esperar hasta que el houshi viniera a buscarla, sabiendo que solo sería cuestión de tiempo. Durante la mayor parte de la comida mataron el tiempo con charla banal, ya que ninguno estaba dispuesto a reconocer lo inevitable.
Al fin llegó la llamada a la puerta, un suave golpeteo en una de las paredes. El houshi obviamente quería darle un poco de privacidad para que pudiera despedirse por última vez. Kagome agradeció el pequeño gesto. Con una honda inspiración que le llenó los pulmones, dejó el cuenco y se levantó para mirar a su familia.
—Es la hora —dijo, aunque fue bastante innecesario.
—Venga, no exageres, cariño. No es hora de nada, es solo otro acontecimiento en la vida. Volverás cuando puedas, muy pronto, estoy segura —la amonestó su madre temblorosamente, poniéndose ella también en pie.
Abrazó a su hija con un agarre adecuado para estrangular a un oso y Kagome devolvió el abrazo con igual fuerza. Respiró hondo, imprimiendo firmemente en su mente el olor a barro, lluvia y río.
—Tienes razón, mamá. Estoy segura de que volveré en un santiamén —dijo Kagome, aunque sabía que ninguna se lo creía.
Su hermano fue el siguiente en levantarse y le dio un abrazo rápido, muy masculino, con un solo brazo.
—No te preocupes por nada de aquí. Yo me ocuparé de todo —declaró Souta con una certeza que pretendía hacer que se fuera tranquila. Kagome se inclinó y le dio un beso en la coronilla, a pesar de sus protestas.
Caminó hasta su abuelo, que había permanecido sentado y le dio un beso en la sien. Él le dio palmaditas en una de sus manos, esbozando una sonrisa a la que le faltaban dientes en su dirección.
—No dejes que te cambien, querida niña. Digan lo que digan, nunca vas a estar mejor que ahora.
Kagome asintió y fue a recoger su pesado saco de cosas, su elegante kimono, los falsos encantamientos de protección y demás. Lo echó por encima de su hombro, cediendo un poco bajo su peso antes de volver a enderezarse.
Se mordió el labio inferior agresivamente, tragando las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Le dirigió a su familia una última sonrisa, aunque tembló un poco en las comisuras.
—Sin duda voy a volver, así que guardad un futón para mí, ¿de acuerdo? —dijo.
Todos asintieron y Kagome solo pudo asumir que su silencio significaba que estaban esforzándose tanto como ella por despedirse sin lágrimas. Kagome salió de la cabaña con pasos apresurados.
Tenía la garganta demasiado apretada como para que pudiera decirle nada al houshi, pero él pareció entenderlo. Sin decir una palabra, cogió su zurrón y fue a atarlo a la espalda de su enorme caballo oscuro junto con las cosas de él.
Kagome cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro con inquietud, mirando atrás de vez en cuando para ver si alguien de su familia estaba asomándose para verla partir. No vio a ninguno de ellos y lo agradeció un poco. No estaba segura de que pudiera seguir adelante con esto si los veía en ese momento.
Una corta eternidad más tarde y Miroku terminó, dándose la vuelta para ayudarla a montar sobre el caballo. Sus manos permanecieron respetuosas mientras la subía a la silla y él montaba delante de ella.
Le indicó que se agarrase y ella obedeció, enterrando el rostro y las manos en la parte de atrás de su túnica. Él no cuestionó sus actos, limitándose a decir que se iban antes de azuzar al caballo con las rodillas para ponerlo al trote.
Kagome lloró silenciosamente contra la espalda de su túnica mientras el sol se ponía y avanzaban por la aldea, sin mirar atrás ni una sola vez.
Kagome se despertó a la mañana siguiente mientras los primeros rayos del amanecer coloreaban el cielo, adormilada y desorientada. Estaba envuelta en el futón que se había traído y solo podía asumir que se había quedado dormida llorando en algún momento durante la noche.
Se incorporó, dándose cuenta de que su aldea no estaba a la vista y sintiendo que su corazón se encogía bruscamente. Una profunda y hueca ola de soledad la invadió y estuvo tentada a recostarse para dormir por un tiempo.
—¿Te encuentras mejor, Kagome-chan? —le llegó la voz de Miroku desde cierta distancia, atravesando sus oscuros pensamientos.
Estaba sentado junto a un pequeño fuego, asando un par de peces para desayunar. El caballo estaba atado a un árbol cercano, pastando entre el follaje del bosque.
—Sí, mucho mejor, gracias —mintió Kagome, forzando una sonrisa—. Me disculpo por quedarme dormida de esta forma, Miroku-sama.
—No hay ningún problema, Kagome-chan —dijo el houshi, quitándole importancia alegremente con un ademán—. Disfruté mucho acostándote en tu futón anoche. Consideré meterme en él contigo para darte calor, pero temí que fuera un poco pequeño para ambos.
Kagome se rio entre dientes con incredulidad, flexionando un puño amenazadoramente bajo las sábanas mientras se preguntaba cuánto de aquella afirmación era cierto. Se juró en silencio no volver a quedarse dormida antes que él.
—¿Quieres desayunar? —ofreció Miroku, sacando del fuego uno de los palos en los que había estado asando un pescado. Se lo tendió.
Kagome salió arrastrándose de su futón y aceptó el pescado con un pequeño agradecimiento. Sopló ligeramente sobre él antes de darle un mordisco.
—¿Estás segura de que te sientes mejor, Kagome-chan? —inquirió Miroku, mordisqueando su propio pescado.
Kagome levantó la mirada, pero el houshi tenía los ojos fijos en su comida. Ella sonrió irónicamente. Puede que fuera un libertino, pero Miroku de verdad parecía ser un buen hombre. Bastante perceptivo, además.
—Estoy segura de que estaré bien —replicó Kagome, ya sintiéndose un poco menos sola—. Aunque no siempre haya sido feliz allí, sigue siendo un gran cambio el solo hacer el equipaje e irme. Y estoy un poco preocupada por cómo será todo en la capital, al igual que por cómo les irá a los aldeanos ahora que me he ido, incluso con la ayuda que les envíe usted. También es un gran cambio para ellos.
—En realidad, creo que todo va a estar más tranquilo ahora que te has ido, si me disculpas que lo diga —dijo el houshi. Kagome frunció el ceño.
—¿A qué se refiere?
—No deseo alterarte en modo alguno, pero creo que es importante que lo entiendas —dijo Miroku, su expresión perdió un poco de su ligereza.
Lanzó el palo en el que había ensartado su pescado a las llamas, observándolo mientras se consumía.
—Como he mencionado antes, tu aura espiritual es muy única y muy grande. Y como nunca se te ha enseñado a controlarla adecuadamente, es muy fácil sentirla a bastante distancia. Siendo ese el caso… creo que pudiste haber sido tú la que atrajo algo de la actividad youkai hasta tu zona.
»Después de todo, una miko poderosa pero esencialmente sin entrenamiento es un objetivo excelente para cualquier youkai que pueda querer un rápido incremento de poder. Te devoran, absorben tus habilidades y se convierten automáticamente en un poder en el mundo de los espíritus.
Kagome lo miró boquiabierta, con los ojos cada vez más abiertos.
—No querrá decir… ¿es culpa mía que esa horda destruyese todas esas aldeas? —Le hormigueaba la piel, el terror se deslizó sobre ella como el frío roce de la piel de una serpiente.
—No quise decir nada parecido. Solo se te puede hacer responsable de tus propios actos y los youkai harán lo que quieran a pesar de todo. Así que, por favor…
Miroku se fue quedando callado, extrayendo de su vacía expresión que no le estaba escuchando. Suspiró, medio deseando poder retirar sus palabras.
Kagome miró fijamente la mitad que quedaba de su pescado, ya sin hambre. Se le revolvió el estómago. Por los kami, ¿de verdad había sido culpa suya? Toda esa gente…
Había algo más arrastrándose por la periferia de su mente. Era como un cosquilleo, como…
—Miroku-sama —dijo, los engranajes de su mente empezaron a funcionar abruptamente. Levantó la mirada hacia ella, sorprendido.
—¿Sí?
—¿Puede sentir eso? —preguntó.
El cosquilleo se había convertido en una punzada como la de una astilla. Miroku ladeó la cabeza inquisitivamente hacia ella.
—¿A qué te…?
Kagome ya estaba en pie, corriendo hacia el caballo y rebuscando con desesperación entre su enorme zurrón. La sensación había crecido rápidamente hasta un dolor como de puñalada, aunque no era tanto un dolor físico como una incomodidad distante que podía sentir con su sentido espiritual.
Miroku ahora estaba de pie, con el shakujou tintineando en su mano. Obviamente él también podía sentirlo, aunque la forma en la que no paraba de girarse para vigilar en todas direcciones le dijo a Kagome que tampoco podía precisar de dónde venía. Con un gritito de triunfo, sacó su arco y flechas del zurrón.
Solo para gritar cuando se derrumbó y se vio clavada bruscamente contra el suelo por incontables y puntiagudas patas de insecto pertenecientes al youkai que había salido de entre el follaje, directamente por debajo de ella. Luchó y se retorció en vano debajo del youkai, observando mientras un torso humanoide y femenino se inclinaba hacia su rostro. Era un youkai ciempiés, se dio cuenta Kagome, y uno muy grande.
—¡Kagome-chan! —llamó Miroku desde algún lugar a su derecha.
Kagome peleó con más fuerza, pero la cosa tenía sus brazos firmemente clavados al suelo, evitando que hiciera un simple gesto de defensa.
El youkai estaba ahora cara a cara con ella, sus ojos pequeños y brillantes, y filas y filas de colmillos puntiagudos al descubierto. Parecía estar olisqueándola, bajando lentamente hasta su estómago, como si hubiera olido algo. Se detuvo en su cadera derecha, sonriendo implacablemente.
—Shikon… —dijo entre dientes, abriendo ampliamente la boca y enterrando las fauces en la carne de su cadera.
Kagome chilló. En una explosión de luz perlada, el youkai explotó.
Trozos de carne verde llovieron sobre la estupefacta miko y el houshi. Sus ojos se encontraron entre los restos, la mano del houshi estaba paralizada en su agarre sobre el rosario que envolvía su otra mano.
—¿Estás bien, Kagome-chan? —preguntó, librándose de su estupor y corriendo a su lado. Kagome ignoró la mano que le ofrecía para ayudarla a levantarse, prefiriendo permanecer en el suelo por el momento.
—Estoy bien, creo —consiguió decir.
Los colmillos del monstruo apenas habían perforado su piel antes de explotar espontáneamente. El silencio reinó por unos momentos, ambos estaban absortos, observando los trozos de carne que caían.
—Bueno, menuda forma de empezar nuestro viaje. Bienvenida al ancho mundo, Kagome-chan —bromeó Miroku débilmente, más para romper el silencio que por otra cosa. Una pierna larguirucha aterrizó sobre su cabeza, sacudiéndose ligeramente.
Kagome se echó sobre el suelo, riendo un poco histéricamente.
Bienvenida al ancho mundo.
Nota de la traductora: Muchas gracias por todos los favoritos y alertas que recibí en el capítulo anterior, y también por los reviews que me dejasteis. Sé que dije que actualizaría el viernes o el sábado, pero no me he podido contener y he sacado ya este capítulo.
Comienzan ya a pasar cosas y se ponen en movimiento los engranajes de la historia.
Espero que disfrutéis mucho de este capítulo y que me comentéis qué os ha parecido.
¡Hasta la próxima!
