Kai-Kyou, segundo año de la guerra.
Hak se impacientaba, apenas disimulando un gesto de fastidio, cada vez que Soo-Won se inclinaba sobre el mapa y examinaba las pequeñas figuras que representaban sus tropas y las enemigas.
Hak callaba, sin embargo; cuadraba la mandíbula y apretaba las manos en contenidos puños, hasta dejarse los nudillos blancos y clavarse las uñas en las palmas de las manos. Siempre tan meticuloso, tan calculador…, tan reflexivo…, Soo-Won era incapaz de tomar una decisión hasta que no hubiera analizado el más leve indicio de información.
Agh, se decía Hak, ¿por qué no prenderle fuego a las puertas de la ciudad? ¿O tal vez emponzoñarles las fuentes de agua? Sí, de acuerdo en que eso no era honorable. Pero esto es la guerra, por todos los dioses.
Y ahora que mencionaba el honor, ¿qué honor había en permitir que las filas del enemigo aumentaran y dejar entrar a Kouren, reina de las amazonas de Xing, y a su séquito de guerreras? Así no era cómo funcionaba un asedio, caramba…
Hak rodó los ojos y ahogó un bostezo. ¿Cuánto tiempo más los iba a tener retenidos Soo-Won en su guerra con Kai-Kyou?
Ah, si tan solo Soo-Won le dejara usar las catapultas incendiarias…
Él solo quería regresar a casa, con su familia y ver crecer a su hijo. Regresar a Yona…
Afuera, el sol se ponía y en el campamento de las fuerzas de Kouka comenzaban a encenderse, incontables, los fuegos de la noche. Y más allá, colosales, se alzaban las inexpugnables murallas de Kai-Kyou.
