CAPÍTULO 1
CRECIENDO

A los siete años me habían expulsado de la escuela de niñas, ya había pasado un año desde entonces, y durante los dos primeros meses después de mi octavo cumpleaños mi padre había estado fuera, ocupado en la capital. Durante ese año tuve que estudiar en casa, siendo mi madre mi profesora, lo cual era una situación desagradable para las dos. Ella solo tenía estudios básicos, sabía de las letras y los números poco más que yo; y por mi parte no era una alumna demasiado aplicada. Ella decía que tenía cierto potencial pero si no lo entrenaba daría igual que no tenerlo.

—El talento natural no sirve para nada si no se trabaja. Lo que cuenta es la disciplina y el trabajo duro y constante. ¿Cuándo vas a madurar, hija?

—No sé. Cuando esté en una nueva escuela, una decente. Donde no haya niñas horribles, y donde los profesores sirvan para algo útil.

— ¡AY! Inculta, respondona, bravucona, nada refinada… ¿En qué me he equivocado contigo?—vi a mi madre a punto de llorar—Si sigues así nadie te desposará, nadie querrá casarse contigo. Tu padre y yo no tendremos nietos. La comunidad te odiará, nos odiará a todos—en ese momento vi que mi madre soltó dos lágrimas. Corrí hacia ella y la abracé en la cintura. Entonces caí en la cuenta de que quizás mi respuesta anterior la había lastimado sin querer.

"Donde los profesores sirvan para algo útil".

Me refería a que mis antiguos profesores no me enseñaron casi nada, pero creo que mi madre debió de entender que estaba criticando su forma de darme clase.

—Mamá, no llores. Estudiaré más. No llores. No me refería a ti, tú me enseñas bien—la abracé con fuerza.

—Eres una niña. No puede ser todo culpa tuya. Yo he debido hacer algo mal, no sé el qué pero algo he hecho mal. O puede que haya ofendido a los dioses y me estén castigando.

—Mamá, no digas eso.

Durante varios minutos ambas permanecimos de pie, y yo seguí abrazándola. Al principio pensé que sus lágrimas se debían solamente a que yo era una hija respondona, y puede que en parte fuese así pero había algo más, algo que le pasaba a mi mamá y ella no me lo decía, se lo callaba y yo no era capaz de intuirlo. Quería consolarla, pero no sabía cómo hacerlo, no sabía qué hacer ni que decir, así que solamente permanecí a su lado abrazándola. Sus lágrimas y su malestar se me contagiaron y yo misma comencé a llorar. Me sentía una inútil, no solo era incapaz de dar consuelo a mi mamá, sino que encima yo misma rompí a llorar, para que ella tuviese que cargar con las lágrimas de su hija como si no tuviese bastante con las suyas propias. No sé cuánto tiempo permanecimos abrazadas entre nosotras, pero al cabo de un rato llegó mi padre a casa. Le oímos entrar y de pronto mi madre reaccionó.

—Tu padre no debe vernos así. A ninguna de las dos y menos a mí—ella me secó las lágrimas con la manga de su atuendo y luego hizo lo mismo con ella misma.

— ¿Por qué, mamá?

—No es lo mismo una hija de ocho años que una esposa.

—No logro entenderlo. Muchas veces no te entiendo.

En ese momento entró mi padre en el salón, donde estábamos las dos supuestamente estudiando, pero donde acabábamos de llorar.

—Buenos días.

—Ya has vuelto, esposo. Creí que permanecerías más tiempo en la capital.

—Y yo. La vuelta fue más fácil que la ida. Tengo buenas noticias. Nos mudaremos permanentemente allí.

— ¿Allí, papá?

— ¿A la capital?

—Sí. El emperador quiere que sus oficiales vivan cerca del palacio. Me lo ha comunicado en persona, a todos los oficiales. Gracias a algunos contactos he conseguido una nueva casa, de tamaño es más o menos como ésta pero con más luz natural. Partiremos en tres días.

—De acuerdo—dijo mi madre.

—Por mí bien. No estaré rodeada de vecinas que me odian y de niñas horribles.

Mi padre se me acercó y me hizo un gesto para que me sentase, él también lo hizo.

—La capital es una ciudad grande. Esto solo es una vecindad pero la capital es mucho mayor. Allí está el palacio imperial, las casas de los altos cargos del palacio y las de los altos oficiales del ejército. Por supuesto también hay barrios más… humildes, pero incluso esos suelen ser más refinados que esta vecindad. Ya tienes ocho años, hija mía; va siendo hora de que empieces a madurar.

—Sí, padre.

—Tu madre es una buena mujer. Te enseña tan bien como puede pero no es maestra y yo tampoco. Te buscaremos un nuevo colegio de señoritas, y empezarás a estudiar en serio sin pelearte con otras niñas ¿Está claro?

—Mulán, sal de la habitación. Tengo que hablar a solas con tu padre.

—Pero mamá…

— ¡No repliques a tu madre! ¡Sal!

Me fui o eso pensaron ellos. Lo cierto es que no cerré la puerta del todo y me quedé escuchando fuera.

— ¿Estás seguro de mudarnos? Mulán en la capital… me preocupa. Ni siguiera aquí es capaz de comportarse ¿Y va a ir a la capital? No se adaptará. La gente la miraba mal y nosotros…

—Es la voluntad del emperador que yo me mude pero… no ha dicho nada de vosotras. Si lo deseas puedes quedarte aquí con Mulán pero yo tengo que irme.

—Debemos permanecer juntos. Somos una familia.

—Exactamente.

—Si es la voluntad del Hijo de Viento… Ojalá los dioses nos ayuden.

—Ahora dime. ¿Qué pasó antes?

— ¿Antes de qué?

—No soy tonto, esposa. Sé que cuando entré ambas estabais mal. Incluso tienes los ojos rojos.

— ¿Yo? ¡Maldita sea!

—Dime qué pasó.

—No me preguntes, por favor. A Mulán si quieres la puedes preguntar, a mí no debes.

— ¿Por qué?

—No soy una niña. Soy tu esposa. Debo apoyarte, no darte problemas.

—Te lo ordeno como marido. Dímelo.

—No sé cómo explicarlo. Estoy preocupada por nuestra hija. Es inmadura y yo tengo la culpa.

— ¿Tú? ¿Por qué?

—Porque sí. Soy su madre así que es mi responsabilidad, es mi culpa.

—…

—Querías que fuese sincera y lo explicase todo. Ya lo hecho. Ahora te ruego sinceridad a ti. ¿Te avergüenzas de mí? ¿Te arrepientes de ser mi marido?

— ¿Qué? ¡No!

— ¿Por qué? Si quisieses podrías repudiarme como esposa. Volverte a casar.

—Podría, pero no es lo que deseo.

— ¿Por qué? Te he fallado. No te he dado hijos varones, y nuestra única hija es una rebelde.

La puerta estaba un poco entornada. Podría haberla abierto un poco más pero me arriesgaba a ser descubierta, pero por la rendija pude ver como mi padre tomó de las manos a mi madre. Entonces al fin entendí la causa de sus lágrimas, ella sentía que había fracasado como madre, y yo tenía la culpa. Me sentí en ese momento la persona más miserable del mundo.

—No seas boba. Nos conocemos desde adolescentes. Nuestros padres pactaron nuestro enlace matrimonial. No te voy a dejar ni voy a consentirte que me abandones. Mulán mejorará. La encontraremos un buen marido, alguien habrá que la quiera como esposa. U otra opción es ponerla a trabajar en alguna casa decente para que al menos no se quede en la miseria cuando faltemos. Pero la mejor la opción es la boda.

Ellos se quedaron un rato más pero yo me fui a mi cuarto. Me encontraba destrozada. Era alguien horrible que hacía sufrir a su madre, e incluso era incapaz de consolarla cuando me necesitaba, en vez de eso yo misma me ponía a llorar encima de ella para lastimarla aún más. ¿Se podría ser peor hija de lo que yo era? Por fin comprendí que mis compañeras de colegio y nuestras vecinas tenían razón sobre mí; era un bicho raro, una niña mala. Era tan horrible, que solo servía para hacer sufrir a mi mamá. Me tiré en la cama boca abajo y comencé a llorar pero procurando no hacer ruido para que mis padres no me descubriesen. Sentía una profunda culpa que me rompía por dentro. Fue entonces cuando tomé la decisión de cambiar. Aunque no me gustase tenía que convertirme en una señorita, en una buena hija y futura esposa. Mi madre no volvería a sufrir por mí, no volvería a llorar por culpa de mi egoísmo e inmadurez, o eso creí entonces. Aún me esperaban nuevos problemas en la capital.

Tardamos unos días en prepararnos para viajar a la capital. No hubo grandes despedidas. La mayoría de los vecinos estaban encantados de que nos fuésemos, seguramente para librarse de mí; solo algunas vecinas se despidieron de mi mamá, y no muchas. Curiosamente vino a despedirme la niña tonta e insoportable, aquella con quien me peleé en el colegio y por cuya culpa me expulsaron; la acompañaba su madre y la mía me obligó a disculparme con ella, con gusto me hubiera excusado dándola otra bofetada pero me había propuesto ser una buena hija así que me limité a obedecer.

El trayecto hasta la capital no fue fácil ni breve. Viajamos en una carreta tirada por el caballo de mi padre. Resultaría muy extenso contar todos los detalles del viaje, que duró varios meses, e incluso podría dedicar un capítulo entero a detallarlo todo minuciosamente, pero como me da pereza lo resumiré. Racionábamos la comida y el agua que habíamos empacado; orinábamos en la carretera cuando no veíamos a nadie más; y dormíamos en la propia carreta. Mis padres se turnaban para hacer guardia durante la noche, aunque él insistía en quedarse en vela la mayor parte de las veces, diciendo que como padre y marido era su obligación, y que además debido a su formación militar estaba acostumbrado a velar. Por otro lado teníamos que hacer uso de mantas cuando refrescaba. En ocasiones encontrábamos a otros viajeros, y en tales casos padre decidía si debíamos ignorarlos o hablar con ellos, si era lo segundo solo hablaba él, y solo si lo veía prudente entonces nos presentaba a mi madre y a mí, de lo contrario permanecíamos apartadas en la carreta y en silencio. Posiblemente todo esto sonará un poco sobreprotector e incluso puede que un poco patriarcal por parte de mi papá, pero cuando se viaja por carretera durante meses no se debe bajar la guardia, no toda la gente de los caminos es buena, muchos sí pero no todos. El mero hecho de ponerte a hablar con un extraño es peligroso, si sale bien perfecto, pero si sale mal puede derivar en una agresión e incluso en robo.

El peor recuerdo del viaje se sucedió cuando llevábamos cuarenta días de marcha. Al atardecer padre se acercó a un campamento improvisado. Había varios hombres alrededor de una tienda. Padre estuvo un rato hablando con ellos, de pronto vi que dos de ellos empezaron a golpearle, se defendió bien y entonces vino un tercero. "Marchaos. Rápido, marchaos" gritó mi papá, pero mi madre y yo estábamos paralizadas de miedo. Vi que dos hombres se dirigían a nosotras, uno de ellos me agarró y me puso un cuchillo en el cuello. Mi madre gritó y el cuchillo se acercó más a mí.

—A callar, zorra. Harás lo que se te diga, o mi hermano se encargará de la niña.

Vi que madre asentía en silencio y que aquel hombre empezaba a desnudarla y tocarle los senos. Padre había sido sometido y amarrado, mientras gritaba que dejasen en paz a su esposa e hija, entonces le amordazaron. La cosa hubiese ido aún a peor si no fuese porque en ese momento un hombre bastante corpulento salió de la tienda.

— ¿No podéis estar en silencio, perros? Me habéis estropeado mi meditación.

—Lo sentimos, jefe. Tenemos "carne fresca".

Hasta varios años después no entendí que esa expresión se refería a mi madre.

—Pues gozadla en silencio—de pronto se fijó en mi padre— ¿Y este quién es? Un momento... ¿Fa Zhou? ¡Idiotas! ¡Soltadle inmediatamente! Y ustedes, apártense de esas mujeres. Imbéciles.

—Oh, vamos. Aún no se la he metido. Solo estoy calentando—dijo aquel miserable lamiendo el cuello a mi madre.

El hombre fornido vino hacía el agresor de mi mamá y le metió un puñetazo tirándolo al suelo. El otro hombre me soltó y yo corrí hacía mi madre y la abracé.

— ¿Están bien las dos?—dijo el fornido. Creo que llegó a mencionar su nombre pero ya no lo recuerdo.

No respondimos.

— ¿La ha penetrado?

—No. Ha estado a punto pero no.

—Mejor.

El hombre que había agredido a mi madre fue obligado a arrodillarse para pedirla perdón, después el fornido le dio un poco de dinero. Mi padre se nos juntó y tras intercambiar unas palabras con aquel hombre nos fuimos de allí.

Cuando ya llevábamos un rato le pregunté a mi padre quiénes eran esos hombres tan malos.

—El jefe era un oficial del ejército, los demás no lo sé. Quizás eran soldados rasos o parientes de él. Tal vez estuviesen de maniobras.

De pronto mi padre, que era quien conducía, detuvo la carreta y me examinó el cuello. Dijo que lo tenía enrojecido pero sin marcas.

Durante la noche me desperté con ganas de orinar, y entonces vi que mi padre abrazaba y acariciaba el cabello de mi madre mientras ella sollozaba. Hablaban en voz baja y no pude oír lo que decían, solo murmullos pero creo que mi madre se sentía sucia por haber sido tocada por aquel hombre.

Esa fue la última vez que nos acercamos a un campamento.

Tardamos unos sesenta días en llegar a la capital, y otros dos o tres en llegar hasta nuestra nueva casa. Madre había insistido en llegar por la mañana, no deseaba estrenar la vivienda en plena noche; y aunque ni mi papá ni yo entendimos el por qué él aceptó, le pregunté al respecto y solamente me dijo "El rol de la mujer es el mantenimiento y administración del hogar, si tu madre quiere llegar por la mañana tendrá sus razones, no discutas y aprende de ella, y ahora cállate". Así eran las familias; el esposo era el líder de las mismas, pero la esposa era quien administraba el hogar, y las hijas éramos novatas que debíamos aprender de ambos, en especial de la madre para convertimos en buenas esposas. Si yo hubiese sido un chico mi padre me hubiese entrenado en el arte militar pero había nacido hembra.

A mi mamá y a mí nos gustó la nueva casa, era un poco más grande que la anterior y tenía más iluminación, además también se podía ventilar más fácilmente. Sin embargo, estaba sucia, se notaba que nadie se había preocupado de su mantenimiento en mucho tiempo.

—Mamá, hay mucho polvo.

—Sí. Tú y yo tendremos que limpiar a fondo.

— ¿Solo las dos? ¿Y papá?

— ¡Los hombres no limpian!

Era cierto. No era normal que los chicos limpiasen; pero padre ayudó a mover los muebles para que nosotras lo hiciésemos, y además descargó el equipaje. Después de tres horas apenas habíamos avanzado. Entonces comprendí porque mi madre había querido llegar por la mañana, aunque tuviésemos que hacer tiempo durante un día más. Si hubiésemos llegado en plena noche entonces hubiésemos tenido que dormir encima de todo ese polvo, en cambió llegando temprano había más tiempo para limpiar y recoger antes de la hora de cenar. Aunque tardaríamos varios días en ordenarlo todo, ese día hicimos solo lo más prioritario según mi mamá.

Comimos y cenamos de las escasas provisiones que aún nos quedaban en la carreta. Hasta el día siguiente no fuimos al mercado. Cuando ya llevábamos una semana madre me dijo que era hora de buscarme una escuela de niñas. Hasta ahora yo la había ayudado a organizar la casa, pero ahora que ya estaba todo avanzado ella quería que yo empezase a estudiar y mi papá le dio la razón.

La nueva escuela era más grande que la anterior y solo había chicas. Incluso el personal era femenino. La escuela estaba destinada a la fabricación de esposas. Se enseñaba un mínimo de lengua y matemáticas; pero se ponía más hincapié en labores domésticas, ceremonias del té, religión, y mi asignatura favorita, baile y danza. Se enseñaba también cómo ser dócil y sumisa ante el marido pero sin agobiarle, aunque en esto último las maestras insistían en que no todos los hombres tenían los mismos gustos, y que por tanto teníamos que ser discretas pero también habilidosas para descubrir cuáles eran las preferencias de nuestros maridos para poder servirles mejor. ¿Servirles? Era eso lo que no me gustaba. Tal y cómo lo planteaban parecía que tuviésemos que ser meras sirvientas sumisas. Yo recordaba cómo mi madre cuando estaba deprimida se apoyaba en mi padre, y cómo él dejaba que ella se desahogase en él. Eso era lo mínimo que se podía pedir, un marido que nos protegiese y respetase y sobre el cual poder llorar en momentos de angustia, sin esas condiciones mínimas no tenía sentido casarse, y si lo tenía yo no lo encontraba. En cierta ocasión me atreví a hacerle una pregunta a mi maestra de etiqueta.

—Profesora Wen ¿Y no vamos a enamorarnos?

—El amor no es algo que surja mágicamente y de la nada, eso es una tontería de la mala literatura. El amor hay que trabajarlo día a día. Si son buenas esposas, si saben cautivar a sus maridos, si saben seducirles de forma sutil... entonces el amor les llegará tarde o temprano, de lo contrario no habrá amor.

—Pero ellos también podrían intentar cautivarnos a nosotras ¿O no?

Vi que la maestra me miró muy seria.

—No es habitual que ellos sean cautivadores, y si alguno lo fuese... Mmm, si lo fuesen cuídense. Cuando un hombre te promete el mundo a menudo solo te da sobras de comida.

—No la entiendo.

—Mulán, y esto va por todas. No crean en fantasías románticas, es una trampa. Yo me he casado dos veces. Mi primer marido murió de enfermedad pero no era un buen esposo; al principio me cautivo con palabras bonitas, que luego después se quedaron en… un mal matrimonio. Mi esposo actual no es muy afectuoso pero al menos me siendo respetada y protegida con él, eso es lo único que importa, lo único que debe importarles.

Por supuesto tuve varias maestras a lo largo de mi vida escolar, pero cuando pienso en mi formación a la que recuerdo con más cariño y admiración es a la maestra Wen. Las otras profesoras nunca me inspiraron tanto, no digo que fuesen malas docentes pero para mí solo había una autentica maestra. Por algún motivo hay profesoras que nos resultan admirables e inspiradores, otras que simplemente están ahí y ya está, y otras que incluso generan rechazo. En este último caso cuando Wen se jubiló su sustituta me pareció una pérdida de tiempo escolar, y nunca me lleve bien con ella ni tampoco muchas niñas. Pero aún faltaban varios años para que Wen se jubilase.

Años más tardé supe que mi maestra Wen había sufrido malos tratos durante su primer matrimonio; y que por eso se había encariñado con su segundo marido, porque el segundo esposo no la pegaba pero el primero sí lo hizo. No me pregunten cómo supe todo esto, tendría que explicarles muchas cosas referentes a mi maestra, y no soy tan insensible como para publicar ciertos detalles de la vida de una mujer que fue maltratada durante años. Seguro que más de uno querrá saber detalles, pero lo único que les diré es que debido a aquel maltrato Wen no creía en romances ni en enamoramientos. Y yo la verdad después de conocer su caso y sumarlo a las clases de ser una buena esposa comenzaba a pensar igualmente que el amor no existía, y que si tenía que casarme quería encontrar a alguien bueno y protector como mi padre. Sin embargo, años más tarde conocería a alguien que me haría replantearme mi opinión sobre el amor.

FIN DEL CAPÍTULO 1.


Hola, lectores/as.

Lo del tema de la guerra y Mulán como soldado se verá más adelante. Sin embargo, aquí veremos una versión de Mulán más casadera, alguien que no le gustará luchar pero se verá obligada a hacerlo.

En esta ocasión no habrá criaturas mágicas. Nada de dragones miniatura, ni fénix, ni brujas.

Este capítulo tiene un poco de contenido patriarcal, y debe ser leído con cuidado. Espero que nadie se haya sentido ofendido, y si así fuese lo siento.

El nombre de Wen lo saqué de un listado de nombres chinos femeninos, internet es muy útil. XD

Eso es todo por ahora.

Un saludo.
Nos leemos.