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SAKURA
CINCO DÍAS LLEGARON Y PASARON.
Sasuke y yo no nos hablamos el uno al otro. Comíamos en habitaciones diferentes. Yo dormía en el dormitorio principal, y él en un dormitorio de invitados del segundo piso. Lars había trasladado toda la ropa de Sasuke al dormitorio de invitados, para que no tuviera ningún motivo para entrar en el dormitorio que compartíamos. La tensión parecía aumentar a cada día que pasaba, más que aplacarse.
La situación estaba empeorando.
Yo estaba cansada de que me castigara con su silencio. Que me ignorara me ponía enferma. Prefería mil veces escucharlo gritándome que verle fingir que yo no existía.
Lo peor era la soledad.
Me había dicho que no quería hablar conmigo durante una semana entera. Sólo habían pasado cinco días, así que todavía tendría que esperar un poco más. Ya que nunca lo escuchaba, decidí hacerlo por esta vez. Los últimos días se me habían hecho cuesta arriba, sin poder comer ni dormir. Sin su olor en las sábanas, no lograba pegar ojo. No compartir mis comidas con él me hacía perder el apetito. Me sentía como si hubiera perdido toda mi vida, más que a mi marido.
Al octavo día, lo esperé al pie de las escaleras. Tendría que pasar por delante de mí si quería llegar a su cuarto, y de ningún modo me ignoraría ahora. A las cinco en punto, dejó el coche con el aparcacoches y entró.
Lars lo saludó y cogió su abrigo.
―Buenas tardes, Excelencia. La cena estará lista en una hora.
Sasuke asintió brevemente por única respuesta. Se desabrochó los puños de la camisa mientras se acercaba a mí. Dio tres pasos antes de darse cuenta de que yo estaba allí de pie. No redujo la marcha, pero sus ojos se oscurecieron visiblemente.
Seguía iracundo.
Se arremangó la camisa hasta los codos y se detuvo al pie de la escalinata. Yo estaba en el último escalón, pero él seguía siendo más alto que yo. Su camisa color crema y su corbata azul pálido contrastaban con la oscuridad de su pelo y sus ojos. Aunque estaba sonriendo, seguía teniendo un aspecto imponente. Era oscuro como las sombras, constantemente consumido por la noche. Me miró con cruel indiferencia, sin atisbo de afecto.
Ahora que lo tenía delante, no sabía por dónde empezar.
Sasuke excusó mi silencio rodeándome y dirigiéndose hacia las escaleras.
¿Habían sido aquellos siete días más fáciles para él que para mí?
Me di la vuelta y lo seguí, pisándole los talones hasta que llegamos a su dormitorio. Entró y se desabrochó la camisa, preparándose para meterse en la ducha, como solía hacer justo después de llegar del trabajo.
Yo entré y cerré la puerta detrás de mí.
Él se dio la vuelta y se sacó la corbata del cuello de la camisa. Tenía la camisa abierta, revelando su físico bronceado y musculoso. Los músculos de su pecho eran gruesos y duros como el cemento. Su estómago cincelado desaparecía en su cintura, dejando entrever la V que se formaba hacia sus ingles.
Su sensualidad no me distrajo, pero verlo casi descamisado me hizo echarlo de menos aún más. Yo solía dormir justo encima de su pecho todas las noches. Ahora ni siquiera dormíamos en el mismo piso de aquella mansión.
Sasuke no habló, lo cual era algo normal en él. Pero en estos momentos, me sacó de mis casillas. Deseaba que me dijera lo que se le pasara por la cabeza para poder saber en qué pensaba.
―Di lo que hayas venido a decir. Si no, me voy a meter en la ducha.
Jodido capullo.
―¿Para ti ha sido fácil esta semana?
―No. ―Se quitó la camisa y la dejó caer al suelo.
Echaba de menos hasta recoger sus cosas.
―Pero es porque hoy estoy tan cabreado como hace una semana.
Crucé los brazos delante del pecho, negándome a permitir que me intimidara.
―Te dije que estaba intentando ayudarla. Mis intenciones eran buenas.
―Me importa una mierda cuáles fueran tus intenciones. ¿Te haces una idea de lo que me habría sucedido a mí si te hubieran capturado?
–Pero no lo hiciero...
―Mi vida entera habría terminado. ―Avanzó un paso hacia mí, con los ojos oscuros ardiendo como brasas―. Todo aquello por lo que he trabajado habría dejado de tener significado. Tendría que matar a Tristan y a todos sus hombres en represalia. Probablemente perdiese la vida en el proceso. Obito también. E incluso si sobreviviera, me atormentarían las cosas crueles y horribles que te estarían haciendo. Tendría que sufrir todos los días hasta recuperarte. Y aunque te recuperase, habría sufrido de todos modos. Sólo porque Bones esté muerto no quiere decir que mis pesadillas se hayan acabado. ―Era la primera vez que pronunciaba aquel nombre desde su muerte, no andándose ya con miramientos por mis sentimientos―. A veces no puedo ni respirar, Sakura. A veces pienso en lo que te hizo y se me encoge el pecho. ―Se acercó aún más, su volumen haciéndome dar un paso atrás―. No muestro esta cara de mí cuando tú estás cerca. Cojo el coche y me doy una vuelta por el campo, sufriendo en mi propio cautiverio porque sé que tú no puedes ayudarme. Sólo te haría sentir a ti tan mal como me siento yo.
Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero me negué a dejarlas caer.
―Y después empiezo a pensar en Naori... en cómo no pude salvarla. ―Me señaló con un dedo al pecho―. Pero te salvé a ti. Tú ocupaste el vacío que ella dejó al marchar. Me haces sentirme cuerdo, sentirme entero. A pesar de la carga de tu pasado, me completas. Y si perdiera eso... no me quedaría nada. Esta casa no es nada sin tenerte a ti para compartirla. Mi vida no es nada sin tenerte a ti para compartirla. ¿Cuándo lo vas a entender, Sakura?
Mis ojos se movieron de un lado a otro mientras contemplaba los suyos.
―Cogiste un cuchillo y me apuñalaste con él. Me arrancaste el corazón del pecho y lo pisoteaste. Me faltaste al respeto, me humillaste. Arriesgaste lo único sin lo que no puedo vivir. Todo lo que deseo es mantenerte a salvo y protegerte. Pero tú escupes en ello cada vez que tienes ocasión. No me pidas disculpas porque no te voy a perdonar, Sakura. Esta vez no.
–No me estaba disculpando...
Sus ojos se estrecharon hasta emitir la mirada más agresiva que había visto nunca.
―Piénsalo bien antes de hablar, Sakura. Piénsalo muy bien...
–Estaba intentando salvarla.
―Y arriesgaste mi vida para hacerlo.
―No, no lo hice.
―Arriesgaste tu vida, que es lo mismo que arriesgar la mía ―dijo furioso―. Somos una sola persona, Sakura. –Levantó un dedo mientras me miraba―. Me dijiste que esto era importante para ti, así que intenté idear un modo de hacer que funcionara. Pero no había solución. Te comportas como si no lo hubiese intentado.
―Sé que lo hiciste... pero yo quería intentarlo con más ganas.
―Esa mujer es una desconocida. Arriesgaste nuestras vidas enteras por una persona a la que ni siquiera conoces.
―No es una desconocida. Es un ser humano.
Él dio un paso atrás y suspiró, intentando controlar su enfado. Se le tensó la mandíbula y sus ojos adquirieron un aspecto aterrador.
―Entonces, ¿somos iguales? ¿Tu marido y cualquier persona desconocida tienen el mismo valor para ti?
―Yo no he dicho eso.
―Tienes razón, no lo has hecho. Pero es lo que me demostraste al arriesgarlo todo por ella. ―Se dio la vuelta y se pasó la mano por la barba incipiente de la mandíbula. Su espalda subía y bajaba con rapidez, mientras se esforzaba al máximo por mantener su ira bajo control―. Sal de aquí, Sakura. Ya no quiero seguir hablando contigo.
―No puedes limitarte a seguir ignorándome.
―Puedo hacer lo que me dé la puta gana. ―Se dio la vuelta, más lívido que antes―. Si no quieres recibir una bofetada, es mejor que te vayas.
―No me hables así.
―Pues no me traiciones ―rugió él―. Tampoco pido demasiado, Sakura.
–Me debes una disculpa.
Él levantó una ceja.
―¿Qué yo te debo a ti una disculpa? ―Inclinó ligeramente la cabeza―. ¿Te has vuelto loca?
―No tendrías que haberme pegado así.
Por un solo instante, sus ojos se ablandaron. Pero su gesto de furia volvió tan rápidamente que no estaba segura de haberlo visto de verdad.
―Tú no respetas nuestro matrimonio. ¿Por qué debería hacerlo yo?
―Sasuke, no lo hice por nosotros. Lo hice por esa pobre muje...
―Entonces tienes que empezar a ponernos primero. Es así de sencillo. Soy tu marido. Siempre debería encabezar tu maldita lista de prioridades. ―Se sacó el cinturón de las presillas de un tirón y lo dejó caer al suelo―. Sal. Ahora mismo no quiero ni mirarte.
―Sasuke...
Me cogió por el cuello e hizo fuerza. Su apretón era firme, pero no me impedía respirar.
―Que. Salgas. ―Dejó caer la mano y entró en el cuarto de baño, estampando la puerta en mi honor.
Cuando se abrió la ducha, permití que la humedad de mis ojos se convirtiera en lágrimas. Permití que se derramasen por mis mejillas, sucumbiendo a la desesperación.
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DABA LA IMPRESIÓN DE QUE AHORA MISMO LAS COSAS ESTABAN PEOR QUE NUNCA.
Lamentaba haberlo herido, haberle provocado el tipo de dolor que me había descrito, pero no podía disculparme por ser quien era. No estaba en mi naturaleza quedarme a un lado y no hacer nada mientras una persona inocente sufría. No podía dejarlo hasta haber intentado todas y cada una de las posibilidades. Si Sasuke y Obito se hubieran rendido conmigo así de fácilmente, ya no estaría viva.
Hubiera deseado que él lo entendiera.
Aquella noche también dormí mal. Me preguntaba si Sasuke estaría durmiendo mejor. Antes de mi llegada era un insomne que solía beber whisky hasta desmayarse por el alcohol.
No quería que volviese a aquello.
Desayunó en el comedor, el mismo lugar en el que solíamos desayunar juntos todas las mañanas. Lars había estado trayéndome la bandeja directamente a mi habitación, y tomaba mis comidas en la terraza.
Pero ese día, entré en el comedor.
Sasuke llevaba un traje impecable y corbata, y tenía el periódico abierto delante de él. Estaba comiendo lo mismo que comía siempre, claras de huevo con espárragos. Tomaba el café solo, oscuro como él. Apenas levantó la vista cuando entré. Me echó un vistazo, pareció aburrido, y volvió a posar la mirada sobre el periódico.
No quería discutir. Estaba allí para dar un paso en la dirección adecuada. A pesar de su frialdad y de su crueldad, lo amaba tanto que me dolía. No podía ni imaginarme una vida sin él. Sería igual que cuando volví a Manhattan: vacía de todo sentimiento.
―Hoy voy a ir a casa de Obito para pasar un rato con Temari. ¿Te parece mal? ―Aquellas palabras me hicieron daño en la boca, tener que pedir permiso, cuando no debería haber tenido que pedir nada. Pero aquellas acciones significarían mucho más para él que una disculpa.
Elevó rápidamente la vista del periódico y me contempló con otros ojos. No eran fríos, ni crueles. Parecían los mismos con los que me miraba todos los días.
―No, no me parece mal. ―Terminó de hablar, pero no volvió a dirigir la vista al periódico. Su mirada me estaba reservada.
Cuánto la echaba de menos.
―¿Puedo coger uno de los coches? ¿O prefieres llevarme? ―Esas preguntas no fueron tan difíciles de hacer. Cuando le daba lo que quería, respondía positivamente. Estaba más guapo cuando no se mostraba tan agresivo.
Tenía ambos brazos sobre la mesa, dejando a la vista sus relucientes gemelos de plata. Aquella mañana se había puesto una corbata amarilla, en contraste con el traje oscuro. Tenía el pelo pulcramente peinado, pero todavía no se había afeitado. Tenía la barba poblada, más de lo que se la había visto nunca.
―Yo te llevo. Pero preferiría teneros a las dos en las bodegas. ¿Te parece mal?
En vez de exigir algo fríamente y esperar que obedeciera a ciegas, también ponía de su parte. Cuando le daba lo que quería, él me daba lo que quería yo a cambio. No podía quejarme.
―No.
Volvió a coger el periódico.
―Me voy en quince minutos.
―Vale. ―Sabía que la conversación había terminado, así que me di la vuelta.
―Botón.
Me paré en seco y sentí las lágrimas acudiendo a mis ojos. No me había llamado así en más de una semana, que me había parecido una eternidad. Me quedé allí quieta, saboreando su tono tanto como el propio apelativo.
–¿Hmm?
―Gracias.
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SASUKE CONDUJO ATRAVESANDO LOS CAMPOS DE CAMINO A CASA DE OBITO, EVITANDO EL TRÁFICO DE LAS calles más transitadas. El camino panorámico era mejor, de todos modos. Me daba la impresión de que éramos las únicas dos personas en aquella preciosa tierra.
Conducía con una mano en el volante y la otra apoyada en el cambio de marchas. Miraba directamente al frente, sin dedicarme más que alguna mirada de reojo. Su silencio no era tan tenso, ni tampoco abiertamente hostil.
No intentamos mantener una conversación.
Estaba mirando por la ventana, sin saber cómo hablar con mi propio marido. Sabía que seguía cabreado conmigo. De otro modo, me habría dado la mano durante el trayecto. Ya no sentía deseos de gritarme, pero nuestra discusión no era ni mucho menos agua pasada.
Entramos en la rotonda de entrada y Sasuke tocó el claxon.
Temari salió un momento después, vestida con unos vaqueros negros y un top blanco. Llevaba el pelo en rizos sueltos, así que tenía acceso a unas tenacillas. A lo mejor se las había comprado Obito. Se introdujo en el asiento de atrás y se puso el cinturón.
―Buenos días.
Sasuke fue mucho más amable con ella de lo que había sido conmigo.
–Buenos días, Temari.
Estuve a punto de fulminarlo con la mirada.
―Hola. ¿Lista para otro día en las bodegas?
―Sí. ―Miraba por la ventana mientras Sasuke se alejaba de la casa―. Estoy emocionada. Aquello es muy bonito. No es que esto no lo sea... pero me siento sola cuando no está Obito.
Aquello implicaba que lo echaba de menos en su ausencia. Me recordó a mis sentimientos por Sasuke al principio de nuestra relación. Él era mi captor, pero a mí no me gustaba no tenerlo cerca. Eran unos sentimientos difíciles de entender.
Sasuke se dirigió a las bodegas, encendiendo la música y poniendo algo en italiano. Entendí alguna palabra aquí y allá, pero dado que tanto Sasuke como Lars me hablaban en mi propio idioma, no había tenido demasiada necesidad de aprenderlo.
Unos minutos después, llegamos a las bodegas y salimos del coche.
―Si necesitáis algo, me lo decís. ―Sasuke se despidió de nosotras y entró en su despacho. No me dio un beso de despedida como solía hacer. Se marchó, tratándome como si no fuese nada especial.
Dolía.
Temari no se dio cuenta de la tensión.
–¿Qué hacemos primero?
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AL TERMINAR LA ÚLTIMA DEGUSTACIÓN DE VINO PARA LOS TURISTAS, CERRAMOS POR AQUEL DÍA. YO lavé las copas de vino mientras Temari les ponía el corcho a las botellas y las devolvía a la pequeña nevera. Tapamos el pan y el queso sobrante, guardándolos para el día siguiente. Casi todos los turistas hablaban inglés, y parecía gustarles encontrar a alguien que hablase tan bien su idioma. En muy pocas ocasiones habíamos tenido visitantes que sólo hablaban italiano, y no inglés. En esos casos, le pedía a uno de los trabajadores que me ayudara.
―¿Va todo bien? ―Temari secaba las copas de vino con un paño y después las colocaba en el estante.
―Sí. ¿Por qué? ―Envolví el queso en papel de plata antes de meterlo en una bolsa hermética de plástico.
―Sasuke suele venir unas cuantas veces durante la jornada. Pero hoy no se ha pasado ni una vez. –Estaba en el otro extremo de la barra, con la mirada concentrada en sus manos.
Era más observadora de lo que yo había pensado.
―Estamos... Estamos en medio de una pelea ahora mismo.
–Oh... Siento oír eso.
―Gracias.
―Pero sea lo que sea, estoy convencida de que lo solucionareis.
―¿Por qué lo dices? ―Temari no nos conocía demasiado bien. Apenas conocía a Obito, dado que sólo llevaba viviendo con él unas semanas.
―Se ve lo enamorado que está de ti. Y tú pones la misma expresión por él. ―Me dedicó una sonrisa antes de guardar las copas en el armario. Las mesas del almacén estaban cubiertas de trozos de comida y manchas de vino, así que las limpió todas con una bayeta húmeda.
Yo deseaba que tuviera razón.
―Sí... Estoy segura de que lo arreglaremos.
―¿Te importa que te pregunte por qué habéis discutido? –Tiró todas las migas al suelo antes de meter el paño en el cesto de la ropa sucia.
Obito seguramente se lo iba a contar de todas maneras, así que no tenía sentido ocultárselo. Terminé de recogerlo todo y me senté en el primer sitio que encontré en el vestíbulo. El sol se derramaba por las laderas de las colinas. En una hora atardecería.
–Pues... Fui a ver Tristan a Francia.
Temari palideció al escuchar aquel nombre. Después de permanecer inmóvil durante varios segundos, se acercó lentamente hasta mi mesa y se sentó en la silla que había frente a mí.
―¿Fuiste tú sola?
―Sí. Pensé que podría encontrar un modo de liberarte.
Estaba sobrecogida por la emoción y los ojos se le llenaron inmediatamente de lágrimas.
―Sakura... No sé qué decir.
―Pero no quiso negociar conmigo. Me ofrecí a comprarte, pero me dijo que no estabas a la venta.
―Espero que no te hiciera daño.
―No, no me tocó. No se arriesgaría a hacer enfadar a Sasuke.
―Fue muy peligroso, Sakura. No deberías haberlo hecho.
Ya era la tercera persona que me lo decía.
―Sasuke piensa lo mismo. Por eso está cabreado conmigo. Le alteró que me arriesgara así.
―No puedo culparlo. Cuando un hombre ama a una mujer, hace todo lo que pueda para protegerla.
―Supongo. Está enfadadísimo... ―No pensaba contarle los detalles de las peleas que habíamos tenido. La pobre chica no necesitaba saber aquello.
―Es muy apasionado. Es mejor que un hombre se obsesione contigo a que se muestre indiferente.
Yo había aprendido aquello no hacía mucho.
―Y Tristan es un psicópata. Así que me alegro de que no te hiciera nada. Sé que tú entiendes lo que es que te... ya sabes... pero él es horrible. Un monstruo absoluto. Ninguna mujer debería verse sometida a eso.
―Exacto, y ese es el motivo por el que quiero salvarte a ti.
Ella estiró los brazos por encima de la mesa y tomó mi mano entre las suyas.
―Te lo agradezco, Sakura. De verdad que sí. Tú y Sasuke sois tan amables... y Obito también. He tenido mucha suerte de haberos conocido a todos, de haber recibido estos treinta días para estar tranquila...
Seguía siendo una prisionera, pero se consideraba afortunada. A lo mejor Obito sí que la estaba tratando bien de verdad.
―Pero no permitas que esto te altere. No cargues ese peso sobre tus hombros. Has hecho todo lo que has podido por ayudarme, pero no hay nada que se pueda hacer. Si Matsuri no continuara prisionera, las cosas serían diferentes... pero no le puedo dar la espalda. –Temari me dio un apretón en la mano antes de apartar las suyas―. Vosotros tres ya habéis hecho bastante... en serio.
Me estaba consolando ella a mí, en vez de yo a ella. No era ningún misterio por qué Obito estaba tan encandilado con ella.
―Intentaré recordarlo.
Después de apartar las manos, se reclinó en la silla.
―Obito ha hecho tanto por mí. Es algo brusco y agresivo, pero hay un gran hombre debajo de toda esa armadura. Me ha estado llevando a hacer turismo, me ha llenado con más comida de la que puedo comer, y... ―Respiró hondo y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Yo esperé al borde de mi asiento.
―Me llevó a ver a mis padres... para que pudiera despedirme.
¿Que hizo qué?
―¿Dónde viven tus padres?
–En Carolina del Sur.
¿Obito la había llevado hasta Estados Unidos para que pudiera ver a su familia? ¿Cuándo había hecho aquello? ¿Por qué había hecho aquello?
―Me dijo que no podía llamarlos. Los teléfonos están pinchados y es demasiado peligroso. Pero me llevó a su casa en mitad de la noche para que pudiera estar un rato con ellos... y poder contarles lo que me había sucedido. No quería que vivieran el resto de sus vidas sin saber... y Obito me dio la oportunidad de hacerlo.
No lograba articular nada ni remotamente coherente. Obito había volado con ella hasta Estados Unidos, arriesgándose a ser atrapado por la policía, sólo para darle algo que ella le había pedido. Sus padres bien podrían haber llamado a la policía. Había arriesgado el cuello de verdad por esta mujer.
―Al menos pudiste verlos...
―Sí. Nunca podré agradecer bastante a Obito su amabilidad.
―¿Aunque sea un criminal y te esté utilizando durante treinta días? ―No estaba siendo considerada ni educada, pero me parecía que Obito no tenía que recibir más alabanzas de las merecidas.
Ella consideró su respuesta durante largo tiempo antes de hablar.
―No estoy diciendo que Obito sea un santo, pero nunca me ha obligado a hacer nada que no quisiera hacer. No me hace daño. Habla conmigo. Dice que me liberaría si pudiera... es el modo más lujoso de ser una prisionera.
