¡Hola! AAAH que emoción ya estamos en el segundo capítulo, wow en serio me ha sorprendido la respuesta que ha tenido la historia, ver como muchos la han disfrutado tanto como yo disfruto escribiéndola es ¡demasiado emocionante!
En fin espero que disfruten el capi de hoy~
Muchas gracias, Ren por editar la historia ❤
Espeso como la Sangre
—¡Muy buenos días, mis queridos estudiantes! Mi nombre es Satoru Gojo y soy el maravilloso profesor encargado de moldear sus jóvenes y, seamos honestos —se encogió de hombros—, lentas mentes en cerebros cultos capaces de gobernar la siguiente generación.
Todos los alumnos guardaron un silencio sepulcral, Yūji sentía sus mejillas tan calientes como el Sahara.
Satoru hizo un puchero.
—¡Sé que puedo parecerles intimidante por mi exterior sereno y estoico! —ni siquiera él pudo contener la risa y sonrió el doble—. Pero ustedes descubrirán lo accesible que puedo ser.
Yūji ahora quería morirse.
Nadie más dijo nada.
—¿Nada? Vaya, que grupo de estudiantes tan difíciles tengo este año —se lamentó—, pero no se preocupen, soy el mejor maestro que tendrán.
—No me digas que ahora nos preguntará nuestro nombre y carrera —susurró la chica en su oído.
Si Gojo lo llegase a hacer, él se disculparía e iría disparado cual torpedo al baño antes que comenzara.
—Formarán tríos —escaneó todo el lugar—, oh, bien ya están sentados así —asintió con su siempre presente sonrisa—. Quédense de esa manera y quiero al finalizar la semana un ensayo de veinte mil palabras acerca del arte rupestre.
—Pero… —Megumi comenzó.
—¿Preguntas?
El pelinegro levantó su mano de inmediato.
—¿No? —Satoru no le prestó atención—. ¿Nada? De acuerdo, pónganse a trabajar.
Dicha la tarea, el albino se sentó en la silla de su escritorio, cruzado de piernas, sacó su portátil y comenzó a ignorarlos. Fushiguro chasqueó su lengua, la espumante molestia era evidente en cada músculo de su rostro; sin embargo, sacó su portátil y comenzó a buscar bibliografías referentes al tema.
—Guau, no sé si eso es mejor o peor de lo que pensé —ponderó ella.
—Ese tipo es insoportable —murmuró Fushiguro, quizás demasiado alto para calificarse como uno.
—Y que lo digas.
No pudo concentrarse un buen segmento de la clase, tampoco volvió a sentir hambre; Fushiguro llamó su nombre muchas veces, para hacerlo prestar atención, pero sus ojos avellana solo buscaban a Gojo. Quería encontrarse con su mirada detrás de los anteojos, quería hacerse notar; pero debía ser imposible que el albino no lo hubiera notado, ¿no? Itadori estaba sentado en la primera fila, debía estar ciego para no verlo.
Y por lo que pasó la noche anterior, estaba más que seguro que Satoru tenía todos sus sentidos intactos.
No obstante, los anteojos oscuros se entrometían y Gojo nunca miró en su dirección.
Avanzaron un poco cuando se terminó la jornada; pero aun debían trabajar en su horario libre. Nobara era sorprendentemente buena con la investigación, y parecía que el tema le era de interés. Yūji estaba satisfecho sólo con hacer lo que Megumi y Kugisaki le pidieran.
Para cuando las doce se marcaron en el reloj, Itadori estaba hundido en el texto que habían encontrado en la web, dejando a su maestro atrás de su mente.
Todos comenzaron a ponerse de pie y el chico de cabello como chicle sintió su pulso empezar a correr. Cayendo en cuenta que debía hacerlo, debía hablar con él y aclarar todo el asunto de inmediato; fue un error del momento, si Itadori hubiera sabido que él era un docente jamás habría aceptado el trago; y definitivamente no habría pasado la noche con él por subir sus notas.
Se tomó su dulce tiempo guardando sus pertenencias, esperando que todos los demás estudiantes salieran; tenía que estar a solas para enfrentar a Gojo. Nadie debía enterarse de lo que había pasado entre su profesor y él; seguramente lo llamarían chico de compañía o un prostituto, regalando su trasero a quien tuviera más que ofrecerle.
No era una secundaria, pero eso no garantizaba que las personas no hablaran en la universidad, y que los chismes y cuchicheos no estuvieran a la orden del día.
—Itadori —Fushiguro lo sacó de sus pensamientos, estaba de pie al lado de Nobara—, ¿vienes?
—Eh, sí —regresó—. Solo quiero preguntarle unas cuantas cosas de la asignatura al profe Gojo.
El pelinegro siguió con su mirada al albino, quien no hacía más que teclear unos cuantos comandos en su portátil y silbar sin importarle nada; se encogió de brazos y avisó que estaría fuera del aula con Kugisaki.
Se puso de pie con su corazón en la garganta y esperó que sus dos amigos salieran.
Fue entonces que, con músculos congelados, se acercó al intimidante escritorio de madera. ¿Tan intimidante le había parecido Satoru en el bar? Si antes lo había considerado inalcanzable, ahora el albino debía estar en otra estratosfera.
—Hey —dijo, llamando la atención del apuesto hombre.
—Hola —regresó Satoru con una amigable -pero ausente- sonrisa, sin despegar la mirada de la pantalla.
—Así que —intentó reírse entre dientes, dándole un poco de humor a la mortificadora posición en la que se encontraban—, eres profesor aquí.
—¿Eh? —A eso Satoru finalmente levantó sus hermosos ojos cielo para verlo y por una fracción de segundo Itadori se sintió expuesto, el color de su iris era algo que jamás había visto en otro ser humano—. ¿Un estudiante que no prestó atención a mi clase? —suspiró pesadamente—, y pensar que me presenté dinámicamente como Yaga me había aconsejado y todo.
Itadori miró a todos lados, inseguro de qué debía decir.
—Soy Yūji Itadori —informó señalándose con su índice, susurrando, como si fuera algún secreto que no debía saberse.
—Yūji —repitió—, déjame ver: Yūji, Yūji, Yūji —comenzó una y otra vez, tomando una página al lado de su laptop, escaneando una página con una lista de nombres—. ¡Ah! Yūji Itadori, muy bien, así que eres un becario por… —continuó leyendo— béisbol, ya veo. Espero que no des esta materia por sentado por preocuparte más por el deporte, ¿de acuerdo? —terminó con severidad.
¿Qué?
¿Estaba hablando en serio?
—¿Eh? ¿No me…? —no sabía cómo proceder—. ¿No me recuerdas?
—Recién nos acabamos de ver, Yūji —Satoru sonrió con tanta sinceridad, no dejando dudas en sus palabras.
—Pero… pero…
—¿Tienes alguna pregunta de la materia? ¿O del ensayo?
—N… no.
No tenía alguna duda del maldito ensayo, pero ¿cómo podía sentarse ahí, verlo a los ojos y no opinar nada de la noche anterior? Estaba jugando con él, ¿verdad? Definitivamente debía estar tomándolo del pelo, pero no podía decir las palabras: ¡Tuvimos sexo, alumno y profesor, ¿cómo puedes quedarte ahí como si nada?!
Mordió sus labios para no gritar sus pensamientos, además, Megumi y Nobara seguían afuera; si gritaba algo, ellos escucharían.
Satoru lo miró a los ojos, no eran fríos, pero sí indiferentes; como si… como si lo hubiera visto por primera vez. Yūji no pudo refutar nada, tampoco quería verse como un idiota, así que solo se acomodó el bolso en su hombro y dijo:
—Gracias por el consejo, profe Gojo, nos vemos en la siguiente clase.
Mientras comenzaba a acelerar su paso, una parte de él comenzó a preguntarse si, la noche anterior realmente había pasado.
Llegó fuera del salón y con un leve tirón cálido en su pecho, notó a Megumi y Nobara esperándolo; sonrió para sí mismo, parecía que esos chicos se estaban escabullendo fácilmente a su corazón.
—Te dije que iríamos a comer, ¿no? —dijo Fushiguro, recordando la promesa de antes; aún tenía un par de horas libres.
Trajo al par de chicos con un brazo en sus hombros, acercándolos a los costados de su cuerpo en un 'casi' abrazo. Nobara fue la primera en intentar alejarse, repitiendo cosas como: «Cuidado o me vas a causar diabetes.» o «Deja de comportarte como un bebé.» Aun así, Itadori no permitió que se despegara.
Regresaron a su dormitorio con Kugisaki, ya que la chica tenía mucha curiosidad de conocer los cuartos de los chicos -estaba convencida que eran más grandes-, así que los acompañó antes de almorzar. De todas maneras, aun debía cambiarse, seguía usando su ropa del día anterior.
Abrieron la puerta y fueron asaltados por la brillante luz del sol.
—¿Cómo, diablos, pueden vivir aquí? —se quejó Kugisaki, cubriéndose del resplandor con un brazo—. ¿No quedan ciegos?
—No me había percatado de eso —aceptó Megumi.
—Necesitan persianas urgentemente —señaló, sin embargo, comenzó a caminar en toda la habitación, inspeccionándola.
Yūji entró a la ducha compartida con el cuarto de al lado, dejando que las voces de ambos chicos se mezclaran con el ruido calmante del agua; limpiando los remanentes de su noche anterior y los besos espolvoreados por su cuerpo. Después de eso, nada quedaría, solo su recuerdo de lo que había pasado; sin importar cuantas veces Gojo se hiciera el desentendido, sí había pasado. Sí habían dormido juntos, ¿verdad?
O estaba tan mal de la cabeza que después de haber visto aleatoriamente a Satoru una vez, su imagen quedó impregnada en su cerebro y luego tuvo un sueño aterradoramente real con él.
No, no, todavía tenía la prueba de la nota, ¿no?
No. En su premura la había dejado en el hotel.
Se vio al espejo, completamente desnudo; Satoru no dejó ninguna marca.
No ahondó más en el tema, si tenía alucinaciones y necesitaba ser internado en un manicomio urgentemente, no quería saber. Además, eso era mejor, ¿no? Pensar que nada había pasado eliminaba la mayoría de sus problemas; nadie en el campus sabría que había tenido sexo con su profesor y él no sería conocido como «la puta de turno.»
Se intentó convencer de que jamás había pasado, quizás su hermano había metido alguna de su mercancía en su comida la noche anterior a la que se marchara y había pasado dopado todo el día sin saberlo, por todo lo que sabía, Fushiguro y Kugisaki podrían ni siquiera ser reales.
Eso sonaba tan estúpido como el vídeo que había visto acerca de la hipótesis de simulación de Descartes, pero, hey, no había nada como la dulce ignorancia.
Salió del baño, con sus pantalones puestos y secando sus brazos húmedos con una toalla; Nobara inmediatamente se cubrió sus ojos, dejando salir un sonido de molestia.
—Oye, hay una señorita aquí, ¿sabes? —dijo con molestia.
—¿En serio? ¿Dónde se encuentra, Kugisaki? —regresó con una sonrisa.
La chica bufó y le dio un puñetazo sin fuerza en su brazo, quitando su mano de los ojos, aceptando su destino.
—¿Tienen idea dónde comer? Debo ir a mi entrenamiento con el equipo a las dos de la tarde.
—Lo sé, y yo tengo práctica de física de los materiales luego.
—¿Bromeas? —intervino la chica de cabello naranja—. Yo también llevo esa materia.
—Podríamos ir juntos —ofreció el pelinegro.
—Bien.
—Eso me recuerda —continuó Megumi—, Itadori, ¿a qué hora terminas tu entrenamiento?
Yūji lo pensó un rato.
—Cinco de la tarde.
—Bien, nos encontraremos frente a la biblioteca Tengen e iremos a comprar persianas y platos.
—¿Platos? —¿quién necesitaba platos?
—Sí, Itadori, Kugisaki tiene razón, debemos comprar algunas cosas para hacer este dormitorio…
—Habitable —concordó Nobara.
Yūji se quejó con un gemido, todo eso sonaba como una molestia; pero sabía que tenía razón, iban a pasar tres años en ese lugar, debían hacerlo lo más cercano a un hogar como pudieran y… al menos en su caso, Itadori no buscaría emocionado regresar al apartamento de su hermano para vacaciones o el descanso de verano, jamás regresaría ahí.
—De acuerdo, de acuerdo —aceptó.
Megumi Fushiguro iba caminando por el viejo patio, en dirección a la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, justo al lado del campo de béisbol; ése era el deporte en la que la universidad Jujutsu se especializaba. Se enorgullecían de ser la única universidad en ocupar más de la mitad de los miembros del equipo nacional con sus graduados. Si estos no eran antes interceptados por cazatalentos de equipos internacionales.
Fuera del campus, era conocida como la universidad de los sueños. Era un hecho indiscutible que si alguien se graduaba de la universidad Jujutsu, estaba hecho de por vida; cualquiera que fuera la carrera.
Megumi solo debía aguantar cinco años y escaparía de su infierno.
Llegó hasta las gradas del jardín izquierdo para esperar a Itadori; después de su clase se había despedido de Nobara. Ella quería pasar lo que restaba de su tarde comprando ropa deportiva, profesando que iniciaría su día trotando en las mañanas, acompañando a Fushiguro. Correr era un hábito que él había cultivado desde la mitad de secundaria.
Notó a Itadori golpeando una serie de pelotas que eran arrojadas por una máquina en su dirección; salían como proyectiles, tan fuertes que parecían que podían quebrar dedos. Pero su amigo las golpeaba sin esfuerzo, una detrás de otra, llenando el campo rápidamente. Detrás, reconoció un hombre fornido con una coleta alta.
Tenía el uniforme del equipo universitario, así que no era el entrenador; sin embargo, parecía que hablaba con Yūji, dándole consejos.
Media hora después terminó el día de entrenamiento; el chico de cabello rosa lo notó sentado en las butacas y agitó su palma para saludarlo. Fushiguro solo resopló ante la actitud despreocupada de él.
Itadori era diferente a todas las personas que habían pasado en su vida, incluyendo los buscapleitos y enclenques de su secundaria; tampoco se parecía a ninguno en su familia, demasiado brillante. Megumi decidió que Yūji le caía muy bien.
Sacó su móvil y comenzó a escanear sin pensar las aplicaciones de redes sociales; no tenía nada en mente. Hasta que notó una notificación roja en sus solicitudes de seguidores; no pudo evitar bufar cuando vio dos: Un usuario era baseball4life y el otro gngergodess. Exactamente de Itadori y Kugisaki. No se le ocurría una buena razón para ignorarlos, además Yūji parecía el tipo que jamás lo dejaría descansar si no lo aceptaba.
Sin pensarlo mucho entró al perfil de Itadori, las fotos eran lo que se esperaba del chico de cabello rosa; comida, gatos callejeros, momentos de beisbolistas sobresalientes en el juego. Algunos amigos de la secundaria, la carta de aceptación de la universidad; lo usualmente predecible.
No obstante, no había ninguna de sus padres; Megumi no era ni cerca apegado a su familia, pero sabía que los chicos «mejor acoplados» socialmente -como le había parecido el de ojos avellana- generalmente tenían una relación relativamente buena con sus progenitores o familiares cercanos.
Comenzó a desplazarse hacia abajo, tenía muchas fotografías con amigos, pero estos casi no se repetían. Lo que le llevó a pensar que, quizás Yūji no solía quedarse mucho tiempo en un solo lugar, y esa idea lo hizo identificarse mucho más a él.
Bajó un poco más y se detuvo, una imagen robó su atención de inmediato.
Aparentemente había hablado muy pronto, Yūji tenía más familia de la que dejaba ver; el tipo de la foto debía ser su hermano, eran risiblemente similares. Los mismos ojos robles y almendrados, nariz respingada y mandíbula cuadrada; incluso su cabello era similar, aparte del estilizado. Lo que más los diferenciaba, sin embargo, eran las líneas que se dibujaban en los brazos del, aparentemente, hermano mayor.
Un círculo en cada hombro, líneas que rodeaban sus muñecas y otras iban hacia su torso.
«Los chicos creando alboroto.» rezaba la descripción de la fotografía.
El otro extraño no había sido etiquetado.
—¿Me viste batear, Fushiguro?
La voz de Itadori lo sobresaltó, sin pensarlo -ni demostrarlo- regresó a la pantalla principal de su celular. Lo que sea que se había tratado eso, si Yūji no hablaba de su hermano era porque no quería; y Megumi no era quién para preguntar.
—Eres bastante bueno, me sorprendiste —aceptó, poniéndose de pie y bloqueando su celular.
—¿Eh? ¿Tampoco me creías que tenía una beca deportiva? —dijo quejumbroso.
—Me han dicho que soy escéptico de nacimiento.
Yūji se rio y comenzó a caminar a su lado, buscando la salida del pequeño estadio.
Recorrieron la metrópoli universitaria, buscando un buen lugar para comprar lo esencial para su dormitorio: persianas, estanterías para anclar en las paredes, vasos y platos. Itadori pensó que sería una buena idea conseguir una buena vajilla de porcelana, simplemente porque podían; Fushiguro gastó una buena media hora alegando que sería una completa pérdida de dinero, porque los terminarían quebrando todos.
Sin embargo, al final, Yūji ganó.
Pasaron por un puesto de comida ambulante, comprando la cena para el día, dos platos de donburi, uno de pollo y otro de vegetales. Siguiendo su camino de regreso a su dormitorio.
—No te tome por… —comenzó el chico de ojos enormes, mirando el suelo donde caminaba.
—¿Vegetariano?
—Ajá.
—No disfruto comiendo la carne, y todo lo que eso conlleva.
Yūji, descubrió Megumi rápidamente, llevaba su corazón en su manga; usaba todos sus sentimientos a flor de piel; y se veía claramente apenado con la situación. Ambos chicos miraron a los dos lados y cruzaron la calle.
—No te estoy juzgando porque tú lo hagas, Itadori —tuvo que asegurarle.
El otro se relajó visiblemente.
—Aunque si lo pienso mejor, no me extraña —comentó Itadori después de un rato, pasando la enorme -y pesada- caja de la vajilla debajo de su brazo izquierdo. Fushiguro se negaba a cargarla, él ni siquiera quería la estúpida porcelana para comenzar—. Ah, te stalkee un poco en Instagram, espero que no te moleste.
—No lo hace —aseguró—, vi tu solicitud.
—Noté que tienes muchos animales de vuelta en casa —observó—. Dos perros, una serpiente y unos cuantos conejos.
—También un búho —agregó el pelinegro.
—¡Guau!
—Me gustan los animales, son mucho más confiables que las personas.
—¿Lo crees?
—Sí, y más buenos también. Ellos —meditó Fushiguro por un par de segundos—… ellos no tienen maldad. Todo lo que hacen, es para sobrevivir, no dañan a alguien más solo por dañar.
—Los animales son más honestos —concordó Yūji—. Excepto los delfines —comentó—, esos son unos hijos de puta.
Megumi no pudo evitar la carcajada que irrumpió de su garganta, como un géiser. Itadori se unió después.
—Esos sí son unos hijos de puta.
Su compañero de habitación le preguntó cómo había estado su día después de Historia del Arte y cómo se la había pasado con Kugisaki; Megumi le contestó a grandes rasgos, sabía que no le importaría saber sobre física, así que solo narró cómo Nobara creyó que su profesor le estaba coqueteando, por pedirle que anotara sus datos personales en una hoja que luego pasó a todos los estudiantes en el aula.
Yūji no se rio tanto como creía.
—Hehe, profesores coqueteando con estudiantes, qué gracioso —comentó despistadamente.
Megumi no tuvo oportunidad de señalar sus extrañas palabras, debido a que, demasiado cerca de la calzada del edificio de su dormitorio, notó una enorme camioneta negra, con vidrios tan polarizados que no se podía distinguir nada adentro.
Sabía perfectamente de quien se trataba; solo esperaba que Yūji fuera despistado para eso también.
—Guau, ¿qué es eso? —murmuró quedamente.
'Diablos.'
—¿Qué sucede? —Fushiguro fingió desinterés.
—Hablando de camionetas disfrazadas de florerías, ¿pueden esos tipos ser más evidentes?
—¿Eh? —Megumi moriría antes de darle a entender a Itadori exactamente quienes eran esos «tipos».
—Una camioneta negra y gigante en medio de un campus universitario, esto parece sacado de una mala novela policíaca.
Bueno, ahí iba su teoría de Yūji despistado; pero en algo tenía razón, eran unos completos idiotas si llegaban de esa manera a su campus universitario.
O estaban desesperados por encontrarlo.
Suspiró con pesar, sabía que se arrepentiría de eso después; pero no podía ignorarlos o regresarían al día siguiente haciendo algo peor; y ahora ya sabían dónde estaba su dormitorio.
—Itadori, ¿puedes llevar esto —señaló las compras y comida que él tenía en sus manos— arriba en el dormitorio? Debo arreglar algunas gestiones.
Su amigo lo miró, sorpresa y preocupación halando los músculos de su rostro.
—¡¿Eh?! ¡No hay manera! —negó con su rostro—. ¡¿Conoces a esos tipos?!
—Todo estará bien —aseguró—, lo prometo.
—¡Esto se ve tan raro como la mierda, Fushiguro! Si te dejo ir mañana despertarás en una tina sin tus riñones, no debes ser tan imprudente.
—¿Lo dice el chico que ayer pasó la noche en quién-sabe-dónde y vino hoy a clases con la misma ropa?
Yūji lo pensó por un momento y sus mejillas se matizaron de rosa.
—De acuerdo, tienes razón ahí.
—Estaré bien, Itadori —esperaba tener razón en eso—. Sube al dormitorio y cena, nos veremos más noche.
Su compañero de habitación lo sopesó, haciendo un puchero; quería detenerlo, pero no sabía cómo. Así que no dijo más, tomó las bolsas de tela que el otro sostenía de mala gana, como un chiquillo que fue mandado a su habitación. Megumi apreciaba que se preocupara por su bienestar, en su vida, eran contadas con una mano las personas que genuinamente lo habían hecho. Aunque… generalmente las personas sabían verdaderamente quién era él.
El pelinegro no se movió de su lugar hasta asegurarse que Itadori había entrado al edificio y no podía ver en su dirección.
No necesitó moverse, ni hacer ninguna señal para que la enorme SUV negra encendiera su motor y avanzara hasta parar frente a él. Las ventanas no bajaron, el conductor no se presentó; no obstante, la puerta trasera se abrió lentamente. Dándole la orden sin musitar una palabra.
Con molestia Fushiguro entró.
El aire fresco del aire acondicionado solo lo ponía más al borde; adentro de la camioneta solo se escuchaba el ronroneo del motor. No necesitaba ver a su lado para saber que Ogi Zen'in fue el elegido en ir por él; debía ser algo importante si su tío abuelo había ido personalmente a halarle las orejas.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó apoyando su codo en el brazo de la puerta y su rostro, perezosamente sobre él.
—¿Cuándo planeabas decirnos que te inscribiste en la universidad Jujutsu? —cuestionó el anciano. Fushiguro prefirió mirar la ventanilla y cómo el panorama comenzaba a moverse, saliendo de su lugar seguro.
Ni siquiera tenía idea cómo habían entrado a la universidad tan libremente, ¿qué diablos había de la seguridad? Ni un segundo después recordó que se trataban de los Zen'in; ellos podían entrar incluso hasta los archivos secretos del vaticano y nadie pestañearía.
Ellos controlaban todo Tokio, y estaba seguro de que todo Japón también.
—¿De qué servía que les dijera? —regresó—. Ustedes lo sabrían a los minutos, este momento exacto es la evidencia que tengo razón.
Ogi no siguió con el interrogatorio, sin embargo, el anciano lo miró de frente, intimidándolo. Megumi odiaba a los bravucones, idiotas débiles de mente que utilizaban su fuerza bruta para acobardar a los demás y superponerse a todos; eso era, en resumen, lo que los Zen'in eran. Criminales y bravucones.
—Naobito quiere hablar contigo.
A eso Fushiguro chasqueó su lengua, que la cabecilla de esa molesta familia quisiera hablar con él… era verdaderamente fastidioso. Ni siquiera era uno de ellos, su padre se encargó de eso, ¿por qué lo seguían molestando?
Sukuna tenía más de quince minutos esperando en su Mustang gris frente al punto de encuentro de esa semana; siempre lo solía cambiar; nunca era seguro verse más de dos veces en el mismo lugar. Las coordenadas cambiaban cuando se tenía que reunir con sus demás eslabones; y al mismo tiempo: Jogo, Hanami o Mahito nunca sabían cuándo ni donde se reuniría con los otros dos.
Toda la mercancía que había adquirido para la semana estaba por terminarse; haber tomado la decisión de expandir su terreno en los barrios más ostentosos había probado ser ideal. Los hijos de ricachones no tenían en más que gastar el dinero de sus padres, preferían hundirse en las adicciones más difíciles de obtener.
Sukuna solo se reía, los ricos no veían nada de malo en desperdiciar su vida; tenían todo lo que necesitaban servido en una bandeja de plata, pero ellos estaban felices de arrojarla a un lado y lamer la escoria bajo sus botas.
Eso estaba bien también.
Cada día más y más compradores se iban agregando a su agenda de contactos; usuarios y revendedores; a él no le importaba, si engordaban su billetera, compraban su desinterés también. Hacía un par de años, su nombre comenzaba a resonar; cuando inició en el negocio, quiso ser conocido por un apodo, que causara temor en sus rivales, se hizo conocido como Sukuna Ryomen.
En esa línea de trabajo, la reputación lo era todo; el respeto era ganado a puño limpio y sangre, hecho que aprendió a la fuerza cuando intentaron intimidarlo recién vendió sus primeros cinco gramos. Había tenido diecinueve años cuando un matón el doble de su peso y altura solamente le dio la mitad de lo que había sido acordado; supo en ese momento que era hacer o romper.
O salía victorioso o moría.
Él eligió vivir.
Resultó que el fanfarrón tenía lo que faltaba la bolsa de su pantalón; solamente le costó su habilidad para hablar, una nariz rota y mandíbula fracturada.
Quitó el seguro cuando divisó a Mahito; sin pensarlo dos veces entró en su automóvil antes que alguien los viera. Sukuna mantuvo las facciones de su rostro neutras cuando notó que el otro no tenía el bolsón lleno de dinero. Algo había salido mal con el intercambio.
—Explícate, tienes cinco segundos —le advirtió.
Mahito siempre intentaba dar rodeos, hacerse el gracioso en cualquier situación; esto generalmente le traía sin cuidado, pero algunas veces, como esa ocasión, estaba por acabar con su paciencia.
—No lo vendí —dejó caer de inmediato, no tenía su majadera sonrisa; aparentemente estaba igual de molesto que él—. El imbécil dijo que encontró una mejor oferta.
Sukuna apretó el manubrio del automóvil; era ridículo. Porque eso significaba que quien había ofrecido dicha oferta sabía cuánto Mahito le había pedido en primer lugar.
—Hemos tenido tratos con él desde hace meses —se quejó Mahito—. Bajamos sus tarifas y ¿así nos paga? ¿Traicionándonos? Vaya lealtad.
—Cuando se trata de drogas o dinero no existe tal cosa —escupió—. Voy a matar a quien hizo esa oferta.
—Ya me adelanté, jefe —informó, las esquinas de sus labios estirándose con felicidad caprichosa—; cité a ese mocoso de mierda al usual escondite. Le prometí una tarifa ridículamente baja; realmente… por solo haberme creído debería morir.
Miró el reloj de su muñeca.
—¿Está ahí?
—Va en camino.
Ryomen sonrió.
—Entonces no lo hagamos esperar.
Sukuna entró al piso cuando Mahito terminó de atar al traidor en una silla, se revolvía con desesperación; tenía algunos golpes en su ojo y mejilla, producto de su primer encuentro con el hombre de cicatrices en el rostro. Caminó tranquilamente hasta que estuvo frente a él; se removió su chaqueta negra de cuero, los ojos del mocoso brillaron con terror y pánico.
Sabía que las líneas de tinta en su cuerpo rápidamente se habían convertido en su insignia de orgullo, en augurio de respeto. Su cuerpo iba acompañado de la promesa de su sobrenombre: Ryomen.
El traidor sabía con quién se había metido.
Para cuando el mocoso habló, Mahito apenas llevaba arrancada la cuarta uña; un cobarde de primera. Claramente no conocía el concepto de lealtad, al menos, si se hubiera tratado de una caja de acero, Sukuna lo respetaría. Había descartado su camiseta y se había quedado en sus pantalones negros y centro sin mangas, sacó un cigarrillo de su bolsillo y lo encendió, disfrutando siempre el tintineo de su encendedor metálico y la primera bocanada de la nicotina.
Se encontraban en una fábrica abandonada, un lugar de mala muerta; en donde los vagabundos usaban el primer piso para tener algo parecido a un techo, y hacían la vista gorda con todo lo que pasaba a su alrededor. Mahito había llevado al traidor a la segunda planta para hacerlo gritar con libertad.
—¿Puedes repetirme quién te ofreció rebajar el precio que te habíamos propuesto por el medio kilo?
Antes de terminar la pregunta, arrancó la quinta uña; el mocoso dejó salir un alarido de bestia, intentando mover su mano ensangrentada de lado a lado; como si de esa manera se alejaría de Mahito.
—¡Por favor, por favor! —bramó, su voz se hacía chillona de la desesperación—. ¡Fueron los Zen'in! ¡Lo juro, lo juro! ¡No lo volveré hacer, lo prometo! —sollozaba.
El hombre de cabello largo lo miró, Sukuna fácilmente podía leer sus pensamientos; ese nombre no era el que había estado esperando. Pero no podía decir que le sorprendiera; había estado preparándose para este momento, los peces grandes habían escuchado su nombre y hacían algo para pararlo.
Estaba en la mira de los Zen'in, la familia que controlaba todo Tokio desde las sombras. Finalmente estaba pasando, Sukuna esbozó una sonrisa hasta que las esquinas de sus ojos se arrugaron; no había mejor mérito que ese; así que comenzó a carcajearse. Dispuesto a tomar su premio como fuera.
El cigarrillo se posaba en sus labios, mordió el rabo y pegó una risotada entre dientes, hundido en el júbilo se acercó al infeliz con uñas faltantes y comenzó a darle puñetazos en el rostro; sin pausar, sin esperar, sintiendo la sangre manchar sus nudillos, imaginando los pomposos rostros de los culos apretados Zen'in ahí y él, Sukuna Ryomen, proclamándose como verdadero rey de las sombras.
Se detuvo en seco, la sangre goteaba de sus puños, había cortado el cigarrillo en sus dientes en dos. Lo arrojó al suelo y lo pateó con su bota, Mahito ya estaba a su lado cuando sacó otro taco, acercándolo a sus labios lo encendió, el nauseabundo olor a sangre de sus nudillos todavía agudizaba todos sus sentidos.
—¿Y ahora jefe? —Mahito se acercó, deleitándose con todo el episodio.
—Se me antoja cazar un tiburón.
Megumi no paraba de mover su pierna con impaciencia, ya quería acabar con todo esto. Era verdaderamente molesto, y no podía evitar pensar, qué diablos debería estar pasando por la mente de Yūji al verlo subir a una camioneta negra y sospechosa; no había manera que supiera la verdad, ¿no? Que, para su calamidad, tenía lazos con la peor familia del bajo mundo.
Llegaron a la propiedad familiar, era una zona colosal en las afueras de la ciudad; una finca de quince hectáreas, donde cada uno de sus tíos tenía una mansión propia. La residencia principal -donde siempre se asentaba la cabecilla de la familia- medía una hectárea; Fushiguro no recordaba la última vez que puso un pie ahí adentro, su padre nunca había dejado que sus tíos fueran por él.
Un hombre corpulento de anteojos oscuros y dos pistolas a sus costados los dejó pasar al ver que se trataba de Ogi, abrieron las enormes compuertas de piedra; la entrada se extendía por diez metros y se bifurcaba a diferentes caminos, ellos tomaron la principal vereda, dirigiéndose a la residencia de cabeza. De vez en cuando alcanzaba a vislumbrar a los hombres de la estricta seguridad; algunos paseaban perros de ataque.
Pararon en la imponente entrada, de la mansión; era una oda a la arquitectura tradicional japonesa, del período Momoyama. Simulando la edificación del Castillo de Himeji; con azoteas de encorvadura y un complejo de tres torres subsidiarias. Siglos de linaje de los Zen'in habían nacido y muerto ahí; según algunas viejas historias, ellos fueron considerados la realeza del bajo mundo.
Sin embargo, hacía algunos años habían comenzado a perder ese título.
La camioneta paró y un sirviente abrió la puerta del anciano, otro se dirigió e hizo lo mismo con la suya. Entró al pórtico, el techo de piedra helaba el lugar; detrás de él los sirvientes lo seguían de cerca, Megumi asumía que era para vigilarlo más que para «servir». Evitando que saliera huyendo de la propiedad, proeza que era más que imposible realizar; nadie podía entrar o salir del solar Zen'in sin la autorización de uno de los miembros de la familia.
Se retiró los zapatos y fue llevado hasta el salón principal, la madera bajo sus pasos crujía con el ritmo de todos, Ogi a su lado podía seguirle el paso; aparentemente el viejo no estaba cerca de morir. Su tío abuelo se sentó sobre sus rodillas frente a una mesa, en la siguiente respiración le llevaron un té verde; Fushiguro no tuvo opción, tomando el asiento frente a él.
Comenzó a beberse el brebaje, el moreno solo mantenía ambas manos en cada rodilla; atento a cualquier movimiento súbito. Razón por la cual comenzó a escuchar unos pasos sobre el piso de madera acercarse y la puerta corrediza deslizarse unos segundos después.
Naobito Zen'in iba acompañado de dos guardaespaldas armados hasta los dientes.
—Megumi —saludó en su dirección—. Qué gentil de tu parte haber aceptado nuestra invitación.
—Bueno —el chico miró a los sirvientes -vigías- detrás de él y a Ogi quien seguía bebiendo plácidamente de su taza de mármol—, no me dejaste otra opción.
El corpulento hombre de cabello ceniza bufó, claramente divertido por su insolencia; la clase de expresión que se le dedicaba a un niño malcriado, antes de llegar al límite de su padre y ser castigado con puño de hierro.
—No necesitas estar a la defensiva, chico; realmente… pareces un gato, estirando tu flacucho cuerpo para parecer más grande —se echó a reír a carcajadas.
Fushiguro rechinó sus dientes con molestia, pero evitó que se mostrara en su rostro; era la clase de juego que quién era derrotado, es quien perdía los estribos primero.
—Debo recordarte, que es noche de semana, tengo clases a primera hora mañana. Preferiría que acortáramos esta "reunión familiar" —quiso hacer las comillas, pero no se atrevía, aun recordaba que estaba muerto si Naobito movía, aunque fuese solo un dedo— lo más que se pudiera.
—Ah, sí —el hombre dejó salir una vetusta risa—. Tú necia idea de estudiar… ¿qué era? Arquitectura, casi lo olvidaba.
Megumi ya no pudo evitarlo, se puso de pie; había soportado lo suficiente. Su padre, si bien nunca había sido el perfecto modelo a seguir -realmente, era todo lo opuesto-, siempre le enseñó a tener orgullo de dónde venían; no necesitaban ser parte de una familia con descendencia ancestral o posarse sobre un trono lleno de cadáveres para ganarse su lugar.
—Megumi —volvió a llamar.
El pelinegro llegó a la puerta, un hombre el doble de su tamaño había bloqueado la salida; no hacía nada más que verlo hacia abajo. Así que Fushiguro se giró para ver a Naobito.
—Aunque no lo creas, nos preocupamos por ti —mintió—; eres un Zen'in, no importa qué tanto tú padre intentó negarlo. Perteneces aquí —abrió sus brazos, haciendo énfasis en la mansión—, este es tu hogar.
—Se escucha como un sueño, sólo me pregunto dónde estaban hace cuatro años cuando mi padre estaba vivo.
—Hemos pasado demasiado tiempo en esta estúpida disputa de Toji.
—Ustedes mataron a mi padre —sentenció, sin dejar que la emoción se atara a su voz; era una realización a la que había llegado hacía mucho.
Y si era honesto, estaba más que acostumbrado a la idea que en cualquier momento un grupo de matones en esmoquin llegarían por él, poniéndole un saco en la cabeza y se lo llevarían para no ser encontrado por nadie nunca más.
—La policía cerró el caso como un accidente, Megumi, una verdadera pena para todos —Naobito cerró sus ojos como si sintiera una pizca de luto.
—La policía diría lo que fuera una vez fue comprada —desafió.
— Que tu padre no haya sido sensato al no saber dónde se encontraba parado y creer que tendría futuro fuera del negocio familiar, no quiere decir que no te cubriremos bajo nuestra ala, Megumi. ¿Quieres seguir con tu jueguito de estudiar tu carrera? Adelante, con gusto la pagaré por completo, junto con una mensualidad generosa para cubrir tus gastos de vida; lo suficiente para mudarte de los dormitorios comunales a un estudio.
—No quiero tu dinero manchado de sangre y tampoco saber de ustedes —ni siquiera lo haría si su vida estuviera de por medio.
Naobito frunció sus labios, desaprobando su decisión; y si había algo que el cabecilla de los Zen'in odiara más que a su padre, era el de tener a alguien que le dijera que no.
—Al menos acepta la seguridad que te podemos proporcionar —ofreció—. Debes saber, tenemos muchos enemigos ahí afuera, solo estarás completamente seguro, aquí, con nosotros.
—No te tomé como alguien que se preocupara por mi bienestar.
—Si apareces muerto en una zanja mandará un mensaje de debilidad de los Zen'in a las demás familias —intervino Naoya Zen'in, quien recién entraba por la puerta, tenía los mismos ojos crueles que su padre Naobito, pero era conocido por su falta de moralidad y creativos castigos para quienes traicionaban a la familia.
—Eso suena más a ustedes —corroboró Fushiguro.
—Megumi… —segunda advertencia.
—Aléjense de mí y eso es una orden —amenazó—, a menos que quieran que busque la manera de llevar todos sus crímenes con la policía y encerrarlos de por vida.
—¿No lo entiendes, mocoso imbécil? —Naoya se acercó a él, su kimono se movía grácilmente con cada estocada—. Por culpa de tu bastardo padre hemos quedado expuestos, solo es cuestión de tiempo que tú aparezcas en una bolsa de basura cortado en pedacitos.
Después de todo, desde hacía unos cuantos años, el nombre Zen'in no evocaba el respeto y temor que una vez tuvo; cabecillas de traficantes comenzaban a tener más respeto en los barrios bajos. Habían comenzado como don nadies, pero rápidamente comenzaban a escucharse más y más sus nombres.
Los Zen'in no tenían la misma fuerza de antes.
—Eso suena terriblemente detallado, ¿planeas hacerlo tú, tío?
—Naoya —Naobito reprendió—. Existen personas que se están haciendo fuertes ahí afuera y no pararán hasta ver nuestras cabezas decapitadas en picos en este castillo. Necesitamos estar unidos como familia.
¿Unidos? Megumi quería reírse a carcajadas, debían estar bromeando. ¿Zen'in? El nombre caía vacío en sus oídos, no significaban nada para él. Desde su nacimiento había sido un Fushiguro.
—Bueno, quizás se lo merezcan —declaró.
Naoya sonrió con arrogancia, seguramente estaba extasiado de tener una razón para matarlo. Naobito, por su lado, cerró sus ojos con decepción. Aun no tenía idea porqué ese hombre necesitaba un integrante más en la familia, cuando prácticamente su padre había sido arrojado hacia un lado y asesinado por ellos mismos.
—Megumi —advirtió, su voz había dejado de tener esa fingida amabilidad—, si no estás de nuestro lado, estás contra nosotros.
—Estoy del lado de Toji —sentenció, antes de dirigirse a la salida.
Y por un momento pensó que alguien sacaría una pistola y le dispararía en la cabeza; pensó en su nuevo amigo Itadori, al menos alguien lo buscaría si despareciera, él y Kugisaki. Intentó que no se notara el nudo que tragó en su garganta cuando llegó al hombre que seguía obstaculizando la salida; para su sorpresa, sin embargo, se movió, dejando el camino libre.
Nadie más lo detuvo en la salida. Fushiguro sabía que lo observaban, no había lugar en esa mansión que no estuviera vigilada por videocámaras y micrófonos; así que solo podía respirar fuertemente por su nariz y caminar sin ver hacia atrás, hasta que salió a la calzada de la calle. Miró hacia su derecha, uno de los hombres con pistolas lo miraba fijamente, a sus pies, un enorme perro de caza lo seguía con sus ojos.
Megumi caminó más rápido.
Pudo respirar hasta que salió por la enorme compuerta, nadie lo detuvo, tampoco le hicieron daño.
Cuando salió de la propiedad maldijo al notar que ya era entrada la noche; había olvidado llevar alguna chaqueta y el viento estaba condenadamente frío. ¡Ni siquiera recordaba que había sido llevado! Su automóvil se encontraba en el campus de la universidad; palpó su billetera y se sintió aliviado al saber que contaba con algunas monedas.
Un taxi condujo por la calle y Megumi agitó su brazo para pararlo de una.
Pudo dejar de temblar cuando el automóvil paró frente a las compuertas de la universidad Jujutsu; sabía que era tonto, los Zen'in tenían acceso a cualquier lugar, aun si su influencia y poder estaba disminuido o no. No obstante, el campus rápidamente se estaba convirtiendo en una zona segura donde regresar.
Pagó la tarifa del taxi y saludó a los vigilantes al momento que pasó por la pluma; al menos disfrutaría de la caminada nocturna antes de llegar a su dormitorio con Itadori, de esa manera podría poner sus ideas en orden de lo que acababa de vivir. Aun debía procesarlo en su totalidad, había sido un idiota soñador; pensó que cuando murió su padre también lo haría la conexión con la familia Zen'in. No eran sus pecados, no tenía nada que ver con ellos, para la sociedad él era y siempre sería un Fushiguro.
Pero ahora, ¿cómo podía deshacerse de ellos?
Se seguía repitiendo que la universidad Jujutsu era la respuesta, estudiaría los cinco años y haría hasta lo imposible por obtener una oportunidad fuera de Japón. Irse a un país tan recóndito, dónde nadie supiera lo que ser un Zen'in significaba, dónde su reino del terror no asomara su sombra.
Estaba demasiado enfocado, en la sonrisa violenta de Naoya, en la amenaza de Naobito y la presencia intimidante de Ogi; quizás por eso no prestó atención a sus alrededores, demasiado concentrado en la ya palpable conminación de la familia mafiosa a la que, sin desearlo, siempre había pertenecido por sangre. Creía que era la única amenaza a la que debía estar alerta.
Por eso no vio venir de la oscuridad el pesado cuerpo que lo arrojó al suelo; con fuerza, su cabeza recibió el impacto.
El mismo cuerpo se sentó en su pecho y comenzó a amarrar sus muñecas; su adrenalina subió al límite en menos de un segundo, ¿eran los Zen'in? ¿Habían jugado con él, dándole espacio para correr y no lo había aprovechado lo suficiente? Fue un idiota, ¿realmente creía que lo dejarían hacer lo que quisiera? ¿Amenazarlos sin ninguna clase de retribución? Había sido un imbécil.
Aun así, no se los dejaría tan fácil.
Megumi haló sus muñecas, con la soga que estaban siendo atadas, lo que propinó el cuerpo encima de él inclinarse hacia adelante. Fushiguro arrojó su cabeza con toda su fuerza, asegurándose de ver estrellas al impactar con la cabeza de su asaltante. El otro fue arrojado hacia atrás con violencia.
Levantó su cuerpo lo más que pudo y sacó una pierna del agarre, la arrojó contra la cabeza de su secuestrador; segunda contusión.
Toji siempre había sido una mierda de padre, pero al venir de una familia tan peligrosa; y después de convertirse en enemigo natural de los Zen'in, siempre le inculcó a su hijo el arte de defensa propia. También artes marciales, con armas blancas y sin ellas; Megumi siempre lo calificó como un lunático, pero en ese momento, nunca había apreciado tanto a su difunto progenitor por sus lecciones.
Hizo retroceder a su atacante y Megumi adoptó la primera posición de Jiu-Jitsu, retando a su oponente a atacarlo otra vez.
Era más corpulento que él, pero no tan alto como los guardaespaldas que había tenido su tío abuelo; estaba teniendo dificultades para ver bien a su secuestrador. El campus contaba con faroles desperdigados, nadie se suponía que debía estar fuera a esa hora.
—Aléjate de mí —exigió—, y diles a tus dueños que intenten matarme de otra manera; o me veré obligado a quebrarte el brazo.
La sombra de su secuestrador no musitó nada ni retrocedió, en su lugar extendió su mano en su dirección y flexionó sus dedos; provocándolo a intentarlo.
Con un chasquido de su lengua aceptó el reto, arrojando una patada; que fue detenida por el otro, se preocupó cuando sintió los dedos enrollarse en su talón y halarlo hacia él. Megumi cubrió su rostro con ambos brazos formando una «X» para recibir el puñetazo que le propinó. Dolió en sus huesos y sabía que el día siguiente dejaría una marca violácea, pero solo esperaba ganar un mañana para comenzar.
Tenía más fuerza de la que había esperado, no debía confundirse por su altura. Su contrincante tenía la soga lista; eso significaba que quería atraparlo con vida, y no quería ser encontrado. Fushiguro arrojó su puño, el otro lo vio venir fácilmente y se hizo a un lado, aprovechando el impulso del pelinegro para golpear su mejilla.
El impacto lo hizo retroceder y caer, su mejilla cosquilleaba, en cualquier momento comenzaría a doler.
En el suelo, arrojó su pierna a un lado, barriendo al otro de su soporte; Megumi aprovechó el momento y puso un pie en su pecho, manteniéndolo en el lugar.
—¿Qué quieres de mí? —exigió saber.
Su oponente buscó golpear su rótula, si tardaba en moverse la mitad de un segundo más, estaba seguro de que se la habría quebrado. En lugar de eso golpeó su muslo, paralizándolo con la fuerza, Fushiguro no pudo mantenerse en pie. Recibió otro puñetazo en su estómago, arrojándolo hacia atrás.
—Quiero saber cuánto me ofrecen por tenerte de vuelta —se rio el otro, contestándole por primera vez.
Eso significaba que no era de los Zen'in.
También sabía el otro significado que poseía: Si lo llegasen a secuestrar, a ellos no podría importarle menos; todo lo contrario, un Fushiguro menos en el mundo del qué preocuparse. Lo dejarían morir, pedazo a pedazo, porque ese imbécil que estaba frente a él parecía de los tipos que enviaban trozos de sus víctimas para incitar más miedo. En la negrura de la noche pudo ver su risa burlona, y ahora, sabiendo cuál era su plan, no podía evitar sentir un poco más de miedo.
Se puso de pie arrojó otra patada, directo a su costado; como esperó, el otro ya estaba listo, sin embargo, fue una finta y rápidamente cambió la dirección de la pierna, impactando, esta vez, con la cabeza del otro. No tenía ni la mitad de la fuerza que la primera, y lo único que logró fue hacerlo retroceder, pero era lo que necesitaba. Obtener el suficiente espacio para huir.
Así que Fushiguro lo hizo, el secuestrador, al verlo llegar al edificio de su dormitorio debía desistir.
Corrió y corrió, sus dedos estaban congelándose y la respiración entraba temblorosa en su garganta. Lo único que escuchaba eran las pisadas sobre la grama, su respiración forzada haciendo eco en sus oídos y detrás de él, a su asaltante, persiguiéndolo sin rendirse.
Divisó el edificio de su dormitorio, estaba terriblemente cerca, lo tenía que lograr.
Llegó a tocar la pared, ahora solo debía recorrerlo hasta la entrada, sin embargo, el secuestrador se volvió a arrojar sobre él, golpeando su cabeza en el mortero en medio de los ladrillos. Sintió los raspones en su codo y el otro lo tomó de su cuello, inmovilizándolo en el lugar; Megumi abrió su boca para gritar, pero el otro colocó su palma encima, callándolo.
Habían quedado bajo la lampara de la acera, el cemento había hecho heridas en sus brazos, pero no sentía dolor. La adrenalina era lo único que lo movía.
Cuando vio el rostro de su atacante bajo la luz halógena quedó perplejo.
—¡¿Eres el hermano de Itadori?! —gritó con incredulidad algo apagado debido a la mano encima de sus labios; reconociendo los tatuajes extraños que había visto en la fotografía. El extraño que no había sido etiquetado.
El cuerpo que lo sostenía quedó congelado, y lentamente removió la palma de su boca.
—¿Cómo sabes ese nombre? —eligió sus palabras con sumo cuidado.
Ambos notaron con la esquina de su ojo una sombra al lado derecho, su atacante murmuró un «Hijo de puta»; y lo soltó en el lugar. Se acercó peligrosamente a su oído y susurró un ronco: «Sígueme el juego o te mato, ¿de acuerdo?»
Fushiguro siguió sus ojos y, al mismo tiempo sintió alivio y nerviosismo al ver que se trataba de su amigo de cabello rosa. La mano en su cuello alivió la presión y se retiró, el tipo incluso tuvo la decencia de desempolvar su hombro con unas cuantas palmadas.
—¡Itadori! —gritó Megumi, entre más rápido dejara de estar a solas con ese hombre, mejor.
—¿Eh? —Yūji se quedó petrificado al verlos, esperaba que su amigo fuera lo suficientemente idiota para no leer el ambiente entre ellos— ¡¿Ehh?! ¡¿Sukuna?! ¿Qué haces aquí?
—Mocoso —saludó, y si Fushiguro no estuviese comenzando a sentir el dolor de los golpes de la pelea con ese "Sukuna", se habría echado a reír. Tampoco pudo evitar pensar que el nombre le sonaba familiar.
—¡Sukuna, ¿qué diablos estás haciendo aquí?! Estaba botando la basura y ¿Fushi…? ¡¿Ése es Fushiguro?!
—¿Él es tu hermano? —preguntó Megumi alejándose más del extraño hombre de tatuajes.
—Eh, sí, sí —rápidamente su amigo se posicionó en medio, quizás cubriendo al pelinegro de su familiar y por lo que Fushiguro había experimentado hacía unos minutos, estaba convencido que Sukuna era más que peligroso—. ¿Qué hacen ambos aquí? ¿Se conocen? ¿Fushiguro, dónde has estado todo el día? Una hora más y llamaba a la policía.
—¿No estabas botando la basura? —cuestionó, juzgando a su amigo, no parecía tan preocupado.
—De acuerdo, estaba viendo «CSI: Miami» mientras cenaba, pero después de eso iba a ir a la estación de policías más cercana.
—Quizás aun debamos ir —dijo, mirando de reojo a Sukuna, el hombre bañado en tatuajes no se inmutó, como si no estuviera por secuestrarlo antes.
—Si vuelves a desaparecer, ¿de acuerdo? —prometió tontamente—. Más importante, Sukuna, no recuerdo haberte dicho que vinieras a Jujutsu.
Su hermano, quien tenía el mismo color de cabello -así que Megumi marcó mentalmente que no era tinte artificial rosa-, se acercó a Yūji y le dio una sonora palmada en su espalda. Su amigo fue impulsado un paso hacia adelante, la "caricia" había sonado dolorosa; pero parecía que Itadori estaba acostumbrado, no se encogió de dolor ni se quejó.
—Tenía negocios cerca y aproveché el momento para visitar a mi hermanito, ¿no puedo hacerlo?
Yūji no dijo nada más, pero visiblemente se petrificó, aterrado hasta sus huesos.
—No sin antes avisar —regresó con labios apretados en una línea—, y espero que afuera de la universidad.
Sukuna esbozó una sonrisa más amplia.
—Sí, sí. ¿Qué te pasa, mocoso? Parece que has visto la muerte —se rio—. ¿Estás haciendo cosas que no quieres que me entere? —preguntó con una sonrisa.
—Nada para meterme en problemas —aseguró—. ¿Qué hacían aquí afuera?
El pelinegro abrió su boca, dispuesto a decirle todo, pero Sukuna se adelantó.
—Me perdí en esta jodida universidad —mintió—, y me encontré a…
—Fushiguro —se presentó.
—Me encontré a Fushiguro aquí y cortésmente le pedí si podía guiarme hacia mi hermanito.
Yūji no le creyó ni el principio de la palabra y él terminó comprendiendo que su amigo sabía exactamente la persona que era su hermano; aun así, no quería preocupar al otro, apostaba que se sentiría mortificado al saber que su familia estuvo por secuestrarlo e Itadori no se merecía eso. A diferencia de Megumi, quien se había criado en la línea punteada de lo moral e inmoral, el chico de cabello como chicle, era bueno hasta sus huesos.
—Bien —Yūji no presionó más—, Megumi es mi compañero de habitación —explicó—, pero ¡apenas y cabemos en las camas que tenemos! Sukuna, no puedes quedarte.
El hermano se encogió de hombros, nunca dejaba de sonreír, el tipo de sonrisa que lo ponía al borde de nervioso. El mismo tipo de sonrisa que su tío Naoya había perfeccionado; de un hombre que conocía bastante bien la oscuridad y los bajos mundos, su padre había pertenecido a ellos.
—De acuerdo, mocoso, solo daré una vuelta por tu lujoso dormitorio y me regresaré a casa.
Itadori frunció sus labios, aun no estaba convencido, pero supuso que era la única explicación que Sukuna proporcionaría.
—Bien —dio un pequeño salto y sus hombros se encogieron—. De acuerdo, pero aguarda unos momentos, debo recoger un poco. Oye, Fushiguro, le di a Gamasu cena —le recordó.
Fushiguro le agradeció quedamente; al momento que Itadori subía las escaleras del edificio dando grandes zancadas, pasando dos escalones a la vez; los dejó solos nuevamente. Por instinto Megumi se alejó lo más que pudo del otro; pero en el pasillo de los escalones debía tratarse de unos risibles cincuenta centímetros.
—¿Gama? —cuestionó el tipo de los tatuajes.
—Es mi rana —contestó por inercia, pero rápidamente cambió su porte al recordar los sucesos de hacía quince minutos— ¿Qué diablos querías? ¿Secuestrarme? —no podía subir el tono de su voz, porque Itadori podría escucharlos.
—Sí —aceptó con su socarrona sonrisa, que sólo comenzaba a irritarlo.
—¿Para qué? ¿Pedir mi rescate? Mis padres están muertos, no vas a sacar mucho de mi fideicomiso.
—Sé que eres un Zen'in —dejó caer, parando sus pasos para verlo de frente, su sonrisa desapareció, reemplazado por una sombra en sus ojos que lo dejaban helado—, a mí no me engañas.
El aire salió de sus pulmones, un golpe a su estómago; cuando recordó porqué el nombre se le hacía tan familiar: Sukuna Ryomen, el narcotraficante en ascenso que estaba teniendo más renombre en los últimos años. Él había sido la razón por la que los Zen'in lo habían buscado, y él había caído con su hermano como compañero de habitación. Fushiguro miró arriba de los escalones, en la dirección que Itadori había subido; el hombre de los tatuajes se rio entre dientes, comprendiendo lo que había pasado en su mente.
—¿Quieres decirme que mi hermano menor no tiene idea que está viviendo con un jodido heredero de la mafia más peligrosa de Japón? —no soportó más la risa y comenzó a carcajearse.
—No —el pelinegro lo miró de lleno, cuidadoso de no dejar ver la preocupación y miedo que sentía arrastrarse por sus extremidades—; y no se lo dirás a menos que quieras que le confiese que estabas tratando de secuestrarme. ¿Quién sabe a cuántos más le has hecho daño?
Sukuna le había parecido como alguien a quién nada ni nadie le importaba, pero se sorprendió al escucharlo, dejándose de carcajear finalmente.
—Hecho.
Después de las primeras dos semanas, Yūji había encontrado una rutina que lo mantenía cuerdo; sus clases teóricas iniciaban las nueve de la mañana, dos veces a la semana tenía la cátedra de "Historia del Arte"; asignatura que realmente le llamaba la atención, pero siempre terminaba mirando embobado a su profesor.
Todos los días se despertaba a las siete de la mañana, corría por una hora y regresaba a darse una ducha y prepararse para el día. Su compañero de habitación se despertaba a las ocho y corría por unas horas después. A diferencia de Megumi, Itadori era una persona matutina; su energía estaba en el punto más alto cuando despertaba y a lo largo del día.
Era en la noche que se sentía drenado; Fushiguro había comentado distraídamente que quizás sacaba su energía del sol.
Gojo nunca volvió a hablarle directamente a él, siempre era a todos los estudiantes en general; después de la tercera clase, se había rendido. Era más fácil fingir que todo había sido un sueño de fiebre, o quién sabía, quizás había sido secuestrado por alienígenas que lo hicieron beber algún extraño estupefaciente que lo hizo tener el sueño húmedo más sensual de toda su vida.
Esperaba que dichos alienígenas no hubieran dicho nada de la erección que claramente tuvo.
O al menos que lo consideraran grande para los penes humanos.
Lo que lo llevaba a pensar, ¿qué tamaño considerarían ellos como lo normal? ¿Cómo eran los penes alienígenas? ¿Tentáculos? Y si eso era verdad -al menos para Yūji-. ¿Cómo eran los órganos reproductivos femeninos? Había visto fleshlights en forma de dragón, en un pop up mientras visitaba sus sitios de ocio -en otras palabras, para masturbarse- favoritos, pero estaba seguro de que debían existir de alienígenas.
Se estaba desviando, pero eso era ocurrencia de todos los días; aprovechaba esos momentos en las mañanas para despejarse y no pensar en nada. Y definitivamente no pensar en cómo su hermano había encontrado el edificio de su dormitorio para aparecerse la primera noche como si nada. No había vuelto a hablar con Sukuna desde entonces, y no estaba entusiasmado por hacerlo.
Fushiguro tampoco había traído el tema a colación.
Seguramente su amigo había deducido la clase de persona que era su hermano y -siendo sensato como era- se quería alejar lo más que pudiera. A veces Itadori se preguntaba si al siguiente día Fushiguro lo desconcertaría con la sorpresa que se cambiaría de dormitorio, todo para poder alejarse de Yūji y su familia que claramente significaba problemas.
Así que agradecía todo el día que pasaba sin hacerlo, pero debía aceptarlo, sólo era cuestión de tiempo. Y lo que era aún peor, él no podría culpar a su amigo, es más, Itadori debería ser el encargado de alejar al pelinegro y a Nobara también; porque por más que le gustaba condenar a Sukuna de ser un criminal, él también era uno. La cocaína se distribuía en su casa, en su mesa.
Pero no podía. Su egoísmo y deseo de tener una vida de universitario normal era más grande que su sentido de lo que estaba bien.
Miró su celular sin parar de correr, el espejo negro de la pantalla apenas relucía bajo los crecientes rayos del sol naciente; pero pudo divisar un «7:43am». Llegaría hasta la biblioteca sur y daría la vuelta de regreso a su dormitorio.
Al menos ese era su plan, hasta que divisó frente a él un hombre alto y bien vestido con una americana blanca y una chaqueta gris; sus largas piernas eran abrazadas perfectamente por un pantalón del mismo tono, hecho a la medida. Su pecho dio un vuelco, a metros podía distinguir que se trataba de su profesor de Historia del Arte. Gojo caminaba, a paso lento, bebiendo el panorama apacible del campus, llevaba un maletín negro en su mano, el que lo acompañaba en cada clase.
Y aunque iba en dirección contraria; Yūji simplemente no pudo pasarlo de largo, desviándose del camino más corto de regreso a su dormitorio, para ir en el sentido de dónde venía.
—Buenos días, profe Gojo —saludó, con una sonrisa brillante.
El albino nunca lo miraba en sus clases, Itadori se comenzaba a sentir sediento; no tener esos ojos cómo universos sobre él hacía que el día se sintiera aburrido. Incluso ahí mismo, Gojo no se detenía, mantenía su paso, dejando al otro igualar su ritmo.
—Buenos días, Yūji —devolvió Satoru—, es bueno ver que practiques una vida saludable.
—¿Eh?
Señaló un dedo a sus piernas, Itadori había disminuido el paso para igualar al de su profesor; manteniéndose, trotando a su lado. No quería que sus músculos se enfriaran antes del estiramiento posterior.
—Correr en las mañanas.
—Ah —se rio apenado, que idiota se debía haber visto, era obvio que a eso se refería, pero últimamente había descubierto que cuando de su profesor se trataba, sus neuronas fallaban en hacer sinapsis—. Lo he hecho desde que tenía quince, me ayuda a concentrarme a lo largo del día.
—Interesante —contestó, con su apuesta sonrisa de siempre—, recuerda mantenerte bien hidratado siempre.
Yūji quería obedecer a su profesor, el alto albino tenía eso; así que sacó una pequeña botella del cinturón atado en sus caderas, dispuesto a hidratarse -aunque lo había hecho pausadamente en todo el trecho y francamente ni siquiera tenía sed-. Notó los preciosos ojos de Gojo seguir sus manos, de su cintura hasta su mano, Itadori miraba cada movimiento de ellos con suma atención, no sin antes llevar la botella a sus labios.
Disfrutó cómo la mirada de Satoru siguió eso también.
Por eso no notó el poste de luz con el que chocó; magulló su labio con la botella y la dura superficie de cemento. El impulso lo hizo tropezarse hacia atrás y directo a su trasero en el piso. Al menos eso hizo a Gojo detenerse, llegando a su lado a inspeccionar el daño, de rodillas; y por un momento Itadori quiso haberse lastimado más, al menos para que su apuesto profesor lo llevara a la enfermería.
Satoru tomó su mandíbula con dos dedos y los pasó como plumas sobre su puente de la nariz, asegurándose que el cartílago no estuviera roto. Itadori no podía sentir dolor, demasiado enfocado en los ojos de Gojo, podía jurar que veía nubes adentro de su iris; desde esa poca distancia, notó que, detrás de sus usuales anteojos oscuros, las pestañas eran igual de blancas que sus cejas.
Le recordó a la primera mañana de invierno.
—Parece que todo está bien —dijo, después de lo que se sintieron minutos enteros perdidos en esas nebulosas como cielo.
Mientras Yūji estaba a medio viaje astral.
—Si abres un poco más la boca, comenzarás a babear —Gojo se comenzó a reír.
Itadori dio un respiro hondo y agudo.
—¡Recuerda todo! —gritó—. ¡Esa noche fue real!
—Lo fue —concordó, su sonrisa se estiraba el doble de lo que Yūji había visto alguna vez—. ¿Creíste que estabas teniendo una experiencia bajo alucinógenos? —se carcajeó, haciendo sus mejillas calentarse bajo el sol matutino.
—¡Sí! —aceptó, sin vergüenza—. O también pensé…
—En la hipótesis de simulación de Descartes —terminaron los dos al mismo tiempo; seguido de una serie de risillas.
—Bien, supongo que no fui justo contigo —aceptó Satoru.
—Pensé que había sido un sueño —reclamó.
—Un muy buen sueño, espero —terminó con una sonrisa, guiñando un ojo.
Una risa nerviosa y un hipido mitad balbuceo espumó en su tráquea; porque todavía tenía sombras de las sensaciones y sonidos de lo que pasó esa noche apareciendo como truenos en sus ojos. A veces se perdía a media clase visitando destellos eróticos de las manos de Gojo en su cuerpo, pero su profesor podía vivir sin saberlo.
—¿Y de dónde viene usted? De todas maneras —cambió el tema antes que dichos flashbacks llenaran su mente—. ¿Del cuarto de un hotel donde dejó a otro chico desnudo después de cogerlo hasta hacerlo perder el conocimiento?
—¿Acaso no eres un pequeño bastardo descarado? —regresó.
Yūji le sacó la lengua.
—Es broma, profe Gojo —aseguró, intentando verse lo más inocente que pudo.
—Tomo por eso que te gustó mucho entonces —volvió a recobrar su semblante suave y seductor.
—Bastante.
Satoru se mordió los labios, suprimiendo una sonrisa; tentándolo a robarle un beso; Yūji deseaba con todo su corazón que su profesor se volviera a portar mal. Podía notarlo ahí, sentado en el pavimento del andén, Gojo lo recorría codiciosamente con la mirada. Itadori quizás abrió un poco más las piernas, sus pantalones cortos subiendo un poco más en su muslo dejando ver un poco más de su piel bronceada.
Gojo cayó, como abeja a la miel.
Yūji se deleitó al sentir los calientes dedos revolotear en la parte interna de su muslo, sabía que el hombre mayor podía ver su ropa interior y comenzaba a excitarse. Satoru sonrió, subiendo un poco más; sus ojos se entornaban, reviviendo esa noche en el hotel.
Llegó hasta centímetros de su entrepierna casi rozándolo, le tomó de toda su fuerza de voluntad para no mover sus caderas.
Satoru tomó la botella que estaba ahí, con un movimiento rápido; trayéndolo de regreso a la calzada para peatones en medio del campus de la universidad. Se la arrojó, obligando a Itadori a sacudirse la neblina de lujuria que se había comenzado a formar; para todos los demás, el catedrático solo estaba asegurándose que su alumno no tuviera una contusión.
Gojo se puso de pie, deshaciéndose de la mirada depredadora de antes, sonriéndole como si nada.
—Te espero en clases, Yūji, no llegues tarde, ¿de acuerdo?
No esperó más y siguió su camino, el que llevaba antes de ser interceptado por él; dejándolo con una semi en sus pantalones cortos y su piel gritando por sentir esos dedos en él.
—S… sí, profe —murmuró al viento, pues el albino ya se había alejado más de cinco metros.
Se puso de pie, sus músculos se habían enfriado pero sus entrañas ardían por más; perfecto… ahora debía tomar una ducha helada. Desempolvó sus pantalones y volvió a comenzar a trotar, en la correcta dirección de los dormitorios; no pudiendo contener la sonrisa tonta que se había adherido a su rostro y se negaba a marchar; Satoru era sumamente divertido y cada vez lo dejaba más intrigado. ¿Qué personalidad le mostraría después?
Itadori estaba caprichosamente emocionado, ahora sabía que Gojo también estaba dispuesto a jugar.
La categoría es: encuentren las diferencias entre el primer encuentro Goyuu y Sukufushi lol pero ey en mi defensa en el canon fue similar jaja
¿Qué les pareció?
Me encanta escuchar de ustedes ❤ Así que no duden en dejarme sus opiniones buenas (y malas!) en un bonito comentario~
Nos leemos luego.
