Notas: Como pueden ver, decidí continuar la historia ❤️ y se darán cuenta que, dentro de todo, seguiré el canon como lo hice en la primera parte. Quiero mostrarles cómo nuestra pareja estrella llegó a ese final que ya leyeron, por lo que en los próximos tres capítulos nos vamos al pasado, ¡así que abróchense los cinturones pues será un camino lleno de baches!
Espero no les moleste lo largo que quedó y que lo disfruten.
Atención: Tomé ciertos acontecimientos del manga, aunque no literales como el capítulo anterior. En las notas finales nombraré en cuáles capítulos me basé. El sufijo "-sama" y "-dono" son traducidos como "honorable".
Al final, notas al pie.
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Sentando Nuestras Bases
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El estrecho camino entre las viviendas de quienes hasta los próximos días serán sus vecinos, va llegando a su fin. Llega a la esquina y dobla a la derecha, un anciano fuera de su propio hogar lo saluda mientras pasa a su lado y él sonríe de vuelta, pues lo conoce desde que la familia Ubuyashiki le entregó la hacienda para su acomodación y entrenamiento. Se le viene el pensamiento de los objetos que se encuentran dentro de ella, que ya no usará, y decide en pasar por la casa de aquella familia a dejar algunos regalos antes de volverse a marchar como tiene planeado.
Sigue la calle y por un momento ve las siluetas de un recuerdo, de hace casi cinco meses atrás, con dos chicos como protagonistas en medio del camino que se halla siguiendo, que lo hace bufar de risa. Uno aterrado de la terrible jornada vivida y el otro ignorante de sus días venideros, Tanjirō y Zen'itsu se cuelan en su mente y suspira en gracia; es bueno saber que su entrenamiento dio frutos, al final.
El cielo se encuentra nublado y comienza a traer oscuridad más rápido de lo que la tarde tiene para prepararse a su final. La puerta principal de su dōjō se encuentra abierta y el encargado le saluda en reverencia tan pronto lo ve arribar, mientras se encuentra barriendo fuera de la hacienda. Sanemi le devuelve el saludo, así como a los demás discípulos y ayudantes que aún se encuentran ahí, contribuyendo a mantener el lugar en pie mientras no se encontraba, y continúa su camino, atravesando el arco de entrada y dirigiendo sus pasos hacia el lado izquierdo del edificio que lo lleva más rápido a sus aposentos. Abre la puerta corrediza de su habitación y deja sobre el tatami las pocas pertenencias que cargaba en su viaje. Ha llegado a tiempo para la hora del té y no puede estar más agradecido por los olores que se cuelan por el lugar.
Sale un momento de la estancia hacia el pequeño huerto fuera de la misma y revisa que su hermoso y fuerte escarabajo rinoceronte japonés siga con vida, sonríe de verlo caminar en su encierro y le ofrece un poco de comida. Respira el aire puro de la hacienda y se levanta de nuevo. Su cuervo kasugai se postra en la ventana del pasillo y lo observa con grandes ojos negros, Sanemi le indica que pase a la cocina a pedir un poco de arroz con salsa y continúa sus pasos.
Camina los pasillos hasta su dōjō, entra y se acomoda frente al altar a la izquierda, encendiendo un incienso, que toma de la caja donde los guarda, y saluda a su familia. Su altar es relativamente pequeño en comparación a otras grandes casas, no hay fotos con qué rendir respeto, solo hay un trozo de tela morada que perteneció a Gen'ya, y no hay espacio para ofrendas, pues nunca lleva, pero es su pequeño lugar en la tierra con ellos, y en estos tres últimos meses ha sentido finalmente paz al sentarse frente a ese espacio a la izquierda de su dōjō. Aunque el haber agregado a su pequeño hermano a sus rezos haya sido tortuoso en los primeros días, hoy ya puede respirar mejor en su presencia. Antes de regresar sus pasos y encerrarse en su habitación, suspira fuerte y el pequeño cansancio que queda luego de dos días y medio de caminata se va en el suspiro, y sus energías se renuevan; es bueno estar en casa.
Llega a su habitación y comienza entonces a desempacar, de la tela que cargaba con sus escasas pertenencias, el uniforme con el sobretodo corto y blanco con el que lo vestía, su ropa interior y las prendas usadas el día de la fotografía. Saca también la cajita donde guardaba alimento para el camino y una bola de arroz con carne se encuentra aún intacta dentro de ella, la cual se come de inmediato para evitar que se estropee, y sale para dirigirse finalmente hacia el baño a asearse antes de entrar al ofuro; desea cenar temprano este día, para preparar lo necesario que llevará en su viaje a la pequeña hacienda de Giyū tan pronto deje todo en orden en la suya propia. Piensa si debería avisarle de su llegada, pero concluye que es aún muy pronto.
Una vez organice lo necesario con los encargados de la hacienda y envíe a su cuervo a la familia Ubuyashiki informando de sus planes, avisará a Giyū el día de su partida y el de posible arribada.
Cuando se sienta a cenar, llama a todos los presentes y da aviso de sus planes para el próximo mes.
―Les informaré si hay un cambio, pero ese es el estimado de mi permanencia en Kioto ―Sanemi siente un escalofrío de pensar en la ciudad donde Giyū reside. Aquella gran ciudad que, desde hace casi cincuenta años, fue dejada de lado por el gobierno para convertir a Tokio en la nueva capital. La famosa ciudad que le deja un sabor exquisito a la gente que llega a visitarla, debido a la explotación de su cultura que tanto se esmeran en promover a los extranjeros, más ahora en estos tiempos tan difíciles que se viven, políticamente hablando. A Sanemi no le agrada en demasía la personalidad de su gente, así que espera que, viviendo esta nueva normalidad fuera del Cuerpo de Exterminio, y con Giyū como ancla, encuentre el atractivo que otros ven en ella―. De igual forma, ya saben que los planes de mudanza y traslado del dōjō a una nueva ubicación más pequeña siguen en pie, por lo que pongamos manos a la obra en estos dos días que estaré aquí, para prepararnos.
Sus ayudantes y encargados de la hacienda asienten a su noticia y tan pronto terminan la cena, Sanemi se sienta en el salón contiguo con el encargado del dōjō, quien le muestra los inmuebles en venta en el área, y junto a la encargada de la hacienda, quien comienza a planear la vestimenta y muebles a donar, los trabajadores a despedir y la ropa a comprar para su nueva vida de civil.
Sanemi no es ningún tonto y sabe que el cambio de vida que le ofreció Giyū es solo temporal, pues ninguno de los dos sabe qué sucederá con ellos, o qué será de su futuro y si los planes que programen sean traídos a la realidad. Un gran árbol de posibilidades se abre ante él.
Es posible que no le guste Kioto y decida devolverse, ya sea solo o en compañía; es posible que sí le guste y se quede. Es posible que lo que siente por Giyū no sea más que una amistad nacida por la necesidad de verse juntos en su soledad; es posible que sus sentimientos se desarrollen a un camino en el que jamás pensó deambular. Es muy posible que Giyū se harte de él rápidamente y deba volver con la cola entre sus piernas y su orgullo machacado.
Es muy posible que sea otro castillo de arena sin suficiente agua de mar, derrumbándose ante sus pies.
Será un mes intrigante, así que debe prepararse para su resultado, sea cual sea.
Una vez Sanemi se encuentra de nuevo en el calor de su habitación y con la tenue iluminación que le regalan sus dos lámparas, comienza la tarea de seleccionar todo aquello que llevará al viaje o dejará ya sea para donar o guardar. Toma lo poco que tiene entre kimonos, hakamas y yukatas, haoris, hakamas y obis, sandalias, medias y fundoshis, separando entre lo que puede donar y lo que aún le gusta llevar, y esas prendas las guarda de inmediato en su valija de viaje. Saca unos implementos de aseo que tiene adicionales dentro de su armario y deja los que aún usa en su puesto. Mueve unos libros de su pequeño librero y los coloca sobre la mesa de centro para encargarse luego de ellos, abre dos cajones que encuentra repletos de torres y más torres de recortes de artículos de periódicos, que guardaba para llevar la cuenta de las posibles apariciones de demonios, y tira todo aquello con gusto, en una caja de cartón que tiene a la mano y que ubica en un rincón de su habitación; se siente muy bien dejar esas interminables búsquedas de información. Luego se dirige de nuevo al armario y saca del mismo, en su parte superior, el futón y almohadas para preparar su noche.
Al dejarlo organizado sobre el tatami vuelve sus pasos para reorganizar las demás pertenencias dentro del armario, que golpeó mientras sacaba la funda del futón, y dentro del caos que causó, encuentra una pequeña caja de madera clara, sin pintar y sin tapa, que reconoce de inmediato aún sin ver la inscripción en uno de sus cuatro lados.
"De: Tomioka Giyū."
―De verdad, que eres un tonto ―susurra al silencio y a las pequeñas candelas que lo acompañan.
No entiende la causa de que continúe guardando esa simplona caja en su armario, pues lo único que lo obliga a cumplir ese deseo es que, cada vez que llega al depósito de desperdicios a lanzar sin más la caja adentro, siente que su alma se está yendo con ella. Una furia descontrolada toma posesión de su cuerpo, que luego de disiparse, deja en él una tenue tristeza que le apretuja el pecho con cada latido. No entiende, ni aprecia, el sentimiento que le provoca, esas sensaciones indistinguibles que lo embargan, y es por ello que, a la cuarta vez de fracasar en su intento, decidió guardar dentro de sus pertenencias a aquella caja de madera, sin color más que el de la tinta negra que la adorna, donde vinieron los ohagi que Giyū le regaló casi dos meses atrás, al visitarlo en su habitación asignada en la Hacienda Mariposa durante su recuperación.
Toma entre sus manos el objeto, junto a una de las lámparas, y los deja a ambos sobre la mesa de su habitación a un lado de los libros, se sienta frente a esta y se deja atrapar por los kanji que danzan con la luz de la habitación.
Tomioka Giyū es el nombre del hombre con el que ha planeado pasar un mes junto a su presencia y estilo de vida, en una ciudad que le queda a cuatro días de caminata o a un poco más de uno si corre hasta Yokohama y toma el tren hasta Kioto. Un hombre que lo ha puesto de cabeza al sacudirlo por completo con sus respuestas y que no duda en sincerarse frente a sus intenciones con Sanemi, despojándolo de su decencia, de su odio al destino y la soledad. Ese hombre que le despertó deseos innombrables ante la sociedad y el presente que se vive, ante el refuerzo de las leyes en contra de sus prácticas.
Un hombre que conoce desde hace años y que hoy, en su cálida habitación danzante en las llamas de unas cuantas lámparas, lo mantiene ensimismado con una simplona caja de madera, manchada con tinta negra, que lo mantiene en un limbo entre el dulce olor de las oportunidades tomadas y la pestilencia de las malas decisiones.
La historia que entre ellos se viene arrastrando detrás de sus espaldas ha tomado ya la distintiva forma de aniversarios, con más de cinco años desde su primer vistazo y tres de encuentros furtivos, sin posibilidades remotas de escapar de ellos. El trío de turbulentos años vividos entre secretos diurnos y placeres tortuosos es el único responsable del presente que hoy viven. Una retorcida línea de tiempo que busca enderezarse en una hacienda pilar, a 450 kilómetros de distancia en una gran ciudad, que mantiene a Sanemi más cuerdo de lo que pudo estar antes, cuando buscaba a la muerte en las demoníacas noches consecuentes a su gratuita entrada al limbo del matricidio.
Espera, con anhelo inesperado, que Giyū le mantenga la cordura que recién comienza a poseer.
2.1. Nuestro Preámbulo
[Preámbulo: m. Rodeo o digresión antes de entrar en materia o de empezar a decir claramente algo]
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Es otoño y débiles hojas caen con pesar de los frondosos árboles que ocultan la enorme mansión de la familia jefe del Cuerpo de Exterminio de Demonios.
La tarde es fría, y siente el viento helado del otoño calarle los huesos, mientras se encuentra de pie sobre la gris grava que decora el hermoso jardín. Cuatro pilares que asisten a la reunión extraordinaria se hallan hablando entre ellos entre murmullos, muy al contrario del pilar del agua quien se recuesta un poco contra el pulido engawa del salón principal de sus asambleas de pilares, a diez metros de distancia del grupo.
Giyū se encuentra de nuevo en el jardín de aquella gran hacienda debido a la introducción de un nuevo miembro, que ese día ha ingresado a la casa Ubuyashiki por sus propios medios, luego de una ardua batalla en contra de una de las lunas inferiores, como le alcanzó a escuchar Giyū a uno de sus compañeros pilares, cuando arribó a su encuentro.
La causa de la reunión de esa tarde ha ocasionado en él que las invasoras emociones y turbios pensamientos que orbitan siempre muy dentro de su mente, salgan a flote y regresen como una oscura bruma que lo aturde contra su voluntad, sometiéndolo contra todas sus fuerzas. Traen de vuelta con ellos, aquellos horribles deseos de finalmente subyugarse a su destino y morir una muerte indigna bajo su propia mano y espada, sin la intervención de nadie que lo alivie de su nefasta, pero merecida agonía, y dejar finalmente vacío su puesto como pilar del agua.
Otra persona más que evoca la corrupción de su lugar entre los demás pilares. Otra persona más que con su existencia reduce la suya sin realmente intentarlo, con tan solo la característica de su valiente naturaleza. Un hombre o una mujer, merecedores de su puesto, que es más humano o humana de lo que Giyū puede intentar demostrar ser, quien seguramente llegará a recriminarle con su mera presencia el porqué de la suya propia en tan majestuoso y respetable lugar, en lo más alto de la pirámide.
Esa persona está oculta entre árboles, lo sabe, pues le siente vibrar de emoción. La causa o consecuencia de que no se acerque a ellos le trae sin cuidado.
Escucha los pasos que se acercan a la puerta corrediza del salón y de inmediato sus pensamientos se frenan, dando paso a una personalidad más calma que le permite responder con respetuosa responsabilidad a los encargos del Maestro, quien se acerca a calmados pasos hacia ellos. Giyū se acomoda en su posición, del lado más alejado de la fila de pilares que se postra frente a la familia que sale al jardín. Uno de los pilares se hace a su lado izquierdo, y queda atrapado en medio de este y el pilar más fastidioso y ruidoso que hay entre ellos.
Kanae, la pilar de la flor, se retira un poco hacia su derecha, hacia los árboles que Giyū sabe muy bien a quién resguarda entre sus frondosas copas. Cuando el Maestro y sus hijos hacen acto de presencia en el jardín, los dos pilares ya se encuentran junto a ellos en fila.
Así es entonces que, luego de años sin tener aquella técnica entre sus colegas, Giyū termina por conocer ese día a Shinazugawa Sanemi, el nuevo pilar del viento.
Su nombre se pierde luego de unos segundos, en la bruma de su cabeza.
Luego de la introducción realizada por Kanae y el Maestro, hay una gran conmoción. Sin embargo, a Giyū le ha comenzado un dolor de cabeza bastante conocido, que no le permite distinguir las palabras que se intercambian por unos momentos entre el nuevo pilar del viento y el Maestro.
Se le es difícil no sentirse amedrentado por la presencia de todos en el lugar, como si con cada segundo que pasara esperaran que Giyū se decidiera finalmente por abrir la boca y pronunciar su renuncia, tomar su espada y cortarse el cuello como merece, pues una ceremonia de Seppuku es solo para los honrados y honorables, y él es lo más cercano a un demonio entre ellos. Siente los ojos de todos puestos en él y a la vez no, y siente que los gritos que se escuchan por todo el lugar son dirigidos a sus egoístas acciones. No debería seguir ahí. Debería irse. Debería marcharse. Debería renunciar a todo. Debería morir sin dignidad.
Los gritos se detienen y sólo quedan murmullos que se pierden en la estática dentro de su mente.
―Masachika quería dejar que su ser querido viviera con una sonrisa hasta que su vida llegara a su fin, y por nada antinatural que amenace la vida de esa persona ―le escucha decir al Maestro, fuerte y claro, esperando que esas palabras no solo lleguen al nuevo, sino a todos. Giyū se percata finalmente que se encuentra a unos pasos de él, hablando directamente con el nuevo―. Incluso si él, en ese momento, no pudiera estar a su lado. Él quería que vivieran. Él quería que sobrevivieran.
A Giyū le toma un momento procesar esas palabras, que llegan con fuerza abrumadora.
Él es igual a mí.
Este joven, aparentemente de su misma edad, ha perdido a alguien amado en medio de la batalla contra los demonios, por las acciones altruistas de esa misma persona, quien se entregó a la causa para que otros vivieran. Para que él viviera. Este pilar, el nuevo pilar del viento, ha vivido en carne propia el amargo trago de llegar a la cima a costa de los sacrificios de alguien más. ¿Será posible que haya alguien que sienta lo mismo que el pilar del agua?
¿Será posible para Giyū encontrar a alguien que lo comprenda?
Giyū exhala fuertemente con la revelación, y ello hace que el pilar a su lado se voltee a verlo extrañado. Se siente triste, pues anhela que lo que piensa sea cierto aunque eso indique que el otro joven sufre al igual que él lo hace, pero no puede evitar buscar un alivio momentáneo a su tormento interno.
Nuevas palabras se cuelan dentro de su horrible migraña.
―Masachika se… sacrificó por la victoria ―musita el nuevo pilar y Giyū lo escucha atentamente―, para salvar a la niña que defendió a la luna. Para lograr la verdadera victoria. Así que tomé su espada y corté la garganta de esa desgraciada demonio cuando se acercó a su cuerpo. La blandí tan mal que terminé partiéndola.
―Las adversidades nos hacen tan fuertes como el diamante mas puro, y tu, Sanemi, y todos los demás niños, son aún más fuertes y brillantes que aquella preciosa piedra pues lo dan todo para proteger a cada ser humano. Masachika deseó que sus amadas personas vivieran, ¿harías eso también por tus otros compañeros, por sus hermanos, por sus familias y las familias de ellas?
―Sí…, Maestro.
―Te has ganado tu puesto entre nosotros, Shinazugawa. Fuiste muy valiente y salvaste a todos los que pudiste ―dice Kanae con su dulce voz, que permite a Giyū escucharla sin tanto dolor―. El honorable Maestro vio tu gallardía, vio las esperanzas que han puesto en ti, así como yo las vi cuando supe qué sucedió. Por favor, acepta la invitación que muy amablemente hace nuestro honorable Maestro, a que tengas la oportunidad de salvar a muchos más, como ha sido el deseo de todos nosotros, incluido el de tu compañero, Kumeno.
No, piensa entonces Giyū, afligido, con los miembros entumecidos y con el zumbido en su cabeza que no se detiene, que no se detiene, que no se detiene. No soy igual a él, el nuevo pilar del viento luchó al lado de su persona importante y muchos más, luchó contra el mal que le robó lo que más quería hasta que, con su muerte, lo vengó. No soy igual a ninguno de ellos.
La estática en su cabeza se acrecienta, llega desde cada uno de sus dedos hasta los brazos y piernas. Es anestesiante y es doloroso. Siente ganas de gritar hasta enmudecer, de arrancarse cada extremidad, de halarse el pelo tan fuerte que la sangre caiga hasta las piedras del jardín bajo sus pies. Le clama al cielo que no le permitan seguir viviendo, sufriendo así. La tierra se mueve y él se mueve con ella, la tierra tiembla y él se ahoga en el cielo. Se eleva en una gris nube de tormenta, que lo baja como granizo.
Y luego solo le queda la calma, y no siente nada, y Giyū parpadea, y lo ve a él. Al nuevo pilar del viento quien se encuentra viéndolo de reojo, en la lejanía de sus pasos, en compañía de sus nuevos camaradas quienes merecidamente lo atosigan por su previa actitud. El Maestro y sus hijos ya no se encuentran con ellos, el jardín se siente solo. No obstante, aún siente esa mirada del nuevo pilar, que irradia rabia, como si supiera lo que piensa y lo recriminara por seguir existiendo aunque no pueda ofrecer nada al mundo, más que muertes imprevistas e indeseadas, y puestos en el universo que no le corresponden. Y aquel hombre desvía la mirada, porque no hay nada que ver en su dirección, y él no sabe de Giyū, porque no está ahí, y Giyū sabe que no está, y le duele no estar.
No soy nadie.
El mundo se detiene y Giyū se detiene igualmente. Toma una bocanada de aire, tal y como haría si hubiera una luna superior frente a él, y el mundo vuelve a la normalidad.
Giyū se marcha y este encuentro queda borrado de su memoria.
Nadie supo que estuve aquí.
No obstante, Sanemi sí lo supo, y no solo eso, lo vio y vio las lágrimas que retuvo mientras su cuerpo se subyugaba a los delirantes pensamientos que lo estrangulaban. Sanemi simplemente decidió no acercarse por su propia salud mental y por el efecto que aún tiene la dulce voz del Maestro en su cabeza, domándolo aún luego de varios minutos de ausencia. Sus camaradas pilares, tres veteranos y Kanae, a quien conoce de antes, no dejan de dar sus opiniones frente a su brutal verborrea contra el Maestro, pero aunque quisiera excusarse con ellos frente a la causa de su mal humor y fuertes palabras, decide tampoco hacerlo. La muerte de Masachika es reciente, muy reciente, tanto que aún siente las manos calientes por su sangre derramada sobre ellas, y le ocasiona muchos sentimientos encontrados a los que no les encuentra lugar dentro de sí mismo. Así que no dice nada más y asiente a todo.
Un pensamiento aparece de la nada en su mente, y se pregunta quién es realmente aquel chico esquivo que se encontraba aguantando las lágrimas en medio de una reunión de pilares, sin que nadie se percatase de ello, mientras le veía intensamente a diez metros de distancia.
Era extraño para Sanemi encontrar a alguien que lo mirase con tal intensidad, sin miedo o enojo de por medio.
―Ah, Tomioka se ha ido ―Sanemi voltea a ver a Kanae, quien observa algo en la lejanía y su voz continúa triste, con el mismo tono con el que lo reprendió segundos antes. Presume que sigue con la mirada a su silencioso compañero pilar―. Nuevamente se ha marchado, tan pronto el honorable Maestro lo hizo…
―Ese maldito aburrido de Tomioka jamás cambiará ―ruge el pilar del sonido volteando a ver a su izquierda, a Sanemi se le escapa su nombre en el momento―. ¡Ni siquiera sus salidas son extravagantes! Qué desgraciado tan raro.
―Shinobu piensa algo similar, dice que siempre ha sido así y muchos lo odian por esa actitud elusiva. En cambio, a mi me parece que hay algo más que no vemos, percibo mucha tristeza de su parte.
A Sanemi le parece también, pero sigue en un mutismo del que no logra salir hasta mucho tiempo después, fuera de los amplios terrenos de la Mansión Ubuyashiki. Las poderosas y sabias palabras del Maestro lo han dejado descolocado por varios minutos. Se va de la mansión junto a Kanae, así como ella lo acompañó cuando iban, y descubre mucho más de su Patrón que le genera mayor vergüenza, por las palabras antes expresadas, y admiración, por las que Kanae pronuncia con vehemencia. Aprende también de su nuevo rol como pilar del Cuerpo de Exterminio, las responsabilidades puestas en él que incluso ya las sentía antes como propias, y los cuervos que los acompañan les avisan que pronto recibirá indicaciones para la hacienda que recibirá para su descanso y entrenamiento, así como el aumento del salario a recibir a partir de ese día; solo debe indicar el monto que requiere para mantener su nueva hacienda, viajes, investigación, alimentación y adiestramiento. Kanae le sonríe finalmente cuando llegan a su hacienda, la famosa y restaurada Hacienda Mariposa, indicándole amablemente que se tomen un descanso esa tarde en su salón de té, antes de partir a la oscura noche a cumplir su trabajo.
Sanemi, poco experimentado en recibir cordialidad, suelta un gruñido en afirmación y su nueva vida como pilar del viento comienza.
No vuelve a ver a los otros pilares hasta casi cinco meses después, en la asamblea semestral que debe atender ahora, pues, al parecer, es una de las pocas normas que debe cumplir para mantenerse ahí salvando a la humanidad, desde su nuevo puesto como pilar de la corporación no gubernamental.
Sanemi ya venía teniendo encuentros casuales con Kanae antes de la nueva asamblea que los reúne ahí, pues ella se había empeñado en ayudarle a pasar el trago amargo de la realidad, mezclada con muerte, que le supo perder a su mejor confidente y amigo. Le agradece cada intento, pero se conocían tan solo un poco antes de aquel suceso, por lo que se siente aún muy incómodo en su presencia. La chica tiene un corazón tan puro, que Sanemi evita con todas sus fuerzas mancharlo con su actitud y palabras.
Voltea a ver a todos, sin saludar a nadie, y se percata que uno de ellos ya no se encuentra ahí, es entonces que, en lo más oculto de su memoria, recuerda que su cuervo le avisó de la reciente muerte de aquel pilar[1] una semana atrás.
Cuando se sienta a un lado de Kanae, incapaz de separarse de ella por respeto, lo vuelve a ver, a aquel extraño pilar del que muchos hablan con resentimiento y confusión. Lo ve, pero al mismo tiempo pareciera que no, como si fuese un espejismo que se forma en los cálidos días de agosto, y se pregunta si es posible que los espejismos puedan tener emociones similares a la tristeza.
Tomioka Giyū, el pilar del agua, se sienta en la parte más alejada de la estancia y su mirada apática y distante perturba un poco a Sanemi. Ya no ve rasgo de aquella tristeza de hace casi cinco meses atrás.
―Hoy llegamos todos a tiempo, qué milagro ―comenta, como quien no quiere la cosa, Uzui Tengen, el pilar del sonido―. Hasta Tomioka nos ha agraciado con su espantosa presencia en el salón y no afuera, como es su aburrida costumbre.
―No es momento de buscar peleas entre nosotros, sino de agradecer que aún seguimos aquí, Namu Amida Butsu.
Sanemi frunce el ceño y escucha suspirar tristemente a Kanae, a su lado.
―Estuvo muy poco tiempo entre nosotros ―responde, apesadumbrada, haciendo referencia al pilar fallecido―, pero creo que obtuvo información valiosa en su batalla, una que su cuervo logró comunicar al Maestro a tiempo, antes de perecer por la fatiga. Hoy honraremos su memoria con un plan de acción.
―Así será ―responde el pilar de la roca, Himejima Gyōmei.
―¿Cuándo se unirá tu hermana a nosotros? ―pregunta Sanemi, francamente curioso de la situación de Shinobu, pues a pesar de haber vencido una luna inferior hace un tiempo atrás, solo Giyū fue aceptado en esa línea de combate. Realiza su pregunta en base a una conversación que tuvo con ellas hace unos días, poco antes del deceso del último pilar―. Somos pocos y no tiene sentido que Tomioka y yo hayamos sido ascendidos por vencer a una luna, pero ella no.
Kanae sonríe, como solo ella sabe hacerlo―. Shinobu es persistente, dice que hasta que sea maestra de la nueva técnica del insecto y perfeccione su método de envenenamiento, no se nos unirá. Por fortuna, el Maestro no se opuso. Disculpa hago evidente mi egoísmo, pero prefiero que aún no lo haga.
Sanemi parpadea y piensa en su querido hermano Gen'ya, ya solo un recuerdo en su mente dispersa. Tiene años sin verlo. Por lo menos, su cuervo aún le informa que se encuentra vivo y eso es lo único que le interesa saber por ahora.
Se voltea a ver al pilar del agua, pues al nombrarlo de aquella manera puede haber tomado a mal su comentario, y se encuentra con su perfil, inmovil, mirando al frente como lo encontró cuando llegó. No se ha movido en todo ese tiempo. Sanemi se inquieta más por esa actitud verdaderamente extraña de aquel hombre.
Las respetables hijas del Maestro aparecen para abrir la puerta del salón y la asamblea de pilares comienza. Sanemi se emociona por descubrir más del rey de los demonios a quien, con gran premura, desea matar.
Cuando esta termina y los ánimos están elevados nuevamente con la información desvelada, Sanemi se despide de Kanae al verla correr para regresar pronto a la Hacienda Mariposa, donde la esperan sus hermanas para solucionar un problema dentro de la misma. Tengen se encuentra intercambiando unas palabras con la respetable señora Ubuyashiki que nadie escucha, mientras que Gyōmei se acerca a Sanemi antes de que se marche a la habitación que le asignaron para descansar esa tarde antes de salir de caza, en la helada noche de invierno.
―Shinazugawa, me alegro tenerte entre nosotros y que hayas encontrado el camino de vuelta a la rectitud ―suelta el gran hombre frente a él y Sanemi se extraña de sus palabras―. Tus anotaciones en la asamblea, aunque bruscas, fueron de ayuda. Si Dios nos lo permite, Namu Amida Butsu, partiré mañana a primera hora a investigar Wazuka como recomendaste, e iré acompañado de Tomioka, como me encomendó el Maestro.
―¿Tomioka? ¿Por qué con ese tipo? Tengo la información de primera mano…
―Él tiene las prefecturas de Kioto, Hyōgo y Shiga a su cargo ―interrumpe el otro―, así que conoce muy bien sus alrededores, incluyendo Wazuka, claramente. Su hacienda está en Kioto.
―¿Tomioka vive en Kioto? ―Sanemi repite en pregunta, completamente impresionado, buscando con su mirada al susodicho y encontrándolo en la entrada del salón hablando algo privado con el Maestro; Sanemi supone que es de lo mismo que le está comentando Gyōmei―. No le va.
De lo poco que le han contado de él, ha podido darse cuenta de su actitud tan arisca y honesta, al punto de ser imprudente, que lo ha vuelto tan infame entre los cazadores del Cuerpo de Exterminio; muy diferente a su primera impresión, con lágrimas de por medio. Un carácter opuesto al de la población de Kioto, quienes se esmeran en ser cordiales y respetuosos, al punto de hablar siempre en doble sentido para evitar malos entendidos, aunque eso poco sentido tuviera. Ya se puede imaginar el contraste de personalidades y el horror que deben vivir sus vecinos con semejante morador en sus tierras.
El pilar de la roca suelta un resoplido y Sanemi lo voltea a ver sorprendido, le parece que Gyōmei no logró aguantar la risa a tiempo. No es común escuchar a ese hombre de grandes rasgos y mirada triste demostrar sentimientos diferentes al respeto o al reproche, menos aún de burla, por lo que los niveles de admiración hacia él aumentan, al percatarse de lo humano que también es, debajo de toda esa fuerte apariencia.
―Disculpa. No sabes cuántas veces he escuchado eso, pero el Maestro, honorable y sabio como siempre será, decidió enviar a Tomioka a la ubicación que el previo pilar del agua tenía. No le hacía daño y mantendría la pequeña hacienda que ya estaba allá, era perfecta para él. Aunque me atrevo a pensar que el respetable Maestro algo de divertido le encontró a la situación.
Sanemi suelta una risotada que alerta al resto de los individuos que aún permanecen en el salón, pero poco le importa. Llevaba desde la horrible muerte de Masachika sin sonreír, como si su querido compañero se hubiera llevado la poca luz que tenía en su pecho, al partir. Un sentimiento desconocido y cálido vuelve a nacer dentro de sí mismo, lo que le causa escalofríos.
No merece sentir placer, no mientras aún recuerda el cuerpo descompuesto de su amado compañero, enterrado entre las miles de tumbas que reposan cerca de la Mansión Ubuyashiki, a un par de kilómetros de donde se encuentra en pie.
Calla de inmediato, pero hace el amago de hacerlo solo por respeto a los demás.
―Estoy casi seguro que hay una luna superior entre esas malditas demonios que están asesinando dentro de las plantaciones de Wazuka. Cuando la derroten, celebren por mí con un té[2].
―Namu Amida Butsu.
Sanemi se despide con un movimiento brusco de cabeza y dirige sus pasos hacia la salida del salón; tomará un breve descanso y un poco de comida en su habitación.
Cuando pasa a un lado del Maestro, hace una reverencia que el Maestro le devuelve en silencio, y luego, sin quererlo, posa sus grandes ojos en Giyū, quien lo observa con la misma cara de apático que ha llevado durante toda la mañana y parte de la tarde.
La ilusión en la que lo atrapó su espejismo se ha disuelto y finalmente ha distinguido la verdad de su existencia. No todos los hombres en el Cuerpo son honorables como Masachika, ni todos los hombres guapos se comparan con el encanto natural que él tenía.
Cuánta falta le hace.
.:.
―¿Qué piensas de Shinazugawa?
―¿Quién…?
―El pilar del viento.
―No sé.
―Yo tampoco sé por qué me empeño en seguir hablándote.
Giyū se voltea a ver a Shinobu, desde su puesto al otro lado de la mesa de experimentos.
La verdad sea dicha, le tiene un poco de rencor al susodicho por haberlo enviado a una misión en la que no hubo ninguna luna superior, ni cerca, hace unos meses atrás, pero no es una información que realmente le interese compartir.
―Entonces no lo hagas.
―Eres realmente mezquino, ¿lo sabías?
Giyū calla. Shinobu suspira y lo haría más fuerte sino fuera porque se encuentra mezclando dos fórmulas que requieren de una dosis especial, como le muestran sus cálculos.
―¿Sería mucho pedir si te digo que lo observes mientras se relaciona… con mi hermana?
―Sí, es mucho. Sin embargo, podría pagarte la atención de aquella vez.
Shinobu suelta los dos frascos y esta vez se deleita con el largo bufido que sale de sus labios, Giyū lo ve claramente―. Este tipo, Shinazugawa… No me gusta para nada, es un bocazas y un depravado. No sé qué le ve Kanae, últimamente.
―Parece que tiene muy mala suerte. Con sus botones.
―¿Mala suerte?
―Sí, se ve depravado porque siempre se le revientan los botones de arriba.
Shinobu ríe, a carcajadas, y su silla tiembla con ella. Giyū jamás la había visto reír, mucho menos de aquella estruendosa manera, pues la fachada que siempre ha mostrado es de rabia y dolor.
―Tomioka, creo que por eso es que te sigo hablando ―responde luego de varios minutos cuando deja un frasco, con lo que Giyū supone es veneno, a un lado en la larga mesa, junto a su extraña y nueva espada―. Tu pésimo sentido de conservación e interacción social me divierte y me estorba en medidas iguales. Eres un misterio para mí, pero no te sientas mal, me eres perfecto para lo que te he pedido anteriormente.
―Observar al pilar del viento.
―Exactamente. Llegará en la madrugada, al igual que Kanae, para su reunión contigo. Yo debo volar a la aldea a llevarle estos frascos a mi herrero, así que no podré acompañarlos.
Giyū asiente, solo por hacerlo, porque no sabe si debería decirle lo infantil que toda esta situación le parece, pero ya ha dejado en claro que desea pagarle por las molestias tomadas hace unos meses por una curación.
―Supe que se les unió Rengoku Kyōjurō, el hijo mayor del anterior pilar de la llama ―Giyū retoma su silencio característico y Shinobu no se estresa esta vez, pues se da por bien servida de haber tenido finalmente una larga conversación con él, que le terminó favoreciendo―. Es bueno saber que tienen más apoyo de su mismo rango.
Giyū vuelve a asentir, solo por hacerlo.
Sale de la habitación donde ha estado con Shinobu, sin despedirse, y se pasa por los pasillos de enfermería a cerciorarse del estado de los chicos a los que rescató en el camino, cuando llegaba al pueblo, quienes se encontraban peleando con un demonio de rango medio. Recuerda el momento en el que Shinobu supo de su boca la situación y la horrible cara que hizo al ver su ineptitud al cuidar la zona. Afortunadamente no hubo bajas, no más que la del demonio.
Cuando se asoma y ve que todos siguen descansando, con un ritmo normal en sus respiraciones y latidos del corazón, continúa sus pasos hasta el jardín, solitario, y se sienta en el engawa a observar el cielo nocturno, que pronto dará paso al amanecer.
Pocas estrellas se alcanzan a divisar en ese momento, pues el cielo ha comenzado a perder su oscuridad, demostrando el bello color azul de sus madrugadas. Ese color y ese cielo que tanto adoraba Sabito, que le nubla la vista.
Se queda admirando el amanecer, aprovechando sus últimos momentos de silencio antes de la reunión que se llevará a cabo en unos treinta minutos. Los ojos de Sabito se cruzan por su mente y siente la parte izquierda de su haori calentarse; lo percibe a su lado. El viento veraniego le levanta un poco la tela y el sofocante calor que ya lo estaba enloqueciendo disminuye, llevándose la triste sensación de ser observado y tocado por él que tanta angustia le crea.
Vuelve a alzar la vista hacia las estrellas ya opacadas por el sol y se percata de la luna aún presente en lo más alto, obstinada a ceder su espacio.
Se pregunta si Sabito realmente estuvo ahí acompañándolo en su solitario amanecer.
Siente pasos.
―Al parecer tienes la buena costumbre de llegar a tiempo a las reuniones extraoficiales, por lo menos ―gruñe el pilar del viento a sus espaldas, Giyū se centra en su respiración para disolver sus previas contemplaciones. Sabe que es mejor enfrentar a ese hombre con cabeza fría―. ¿Por qué?
―No me gusta hacer esperar a la gente ―realmente, es que nunca ha querido ser una molestia mayor a la que ya lo es, y por ello mismo jamás se le escaparía expresar aquel pensamiento. Menos con otro pilar.
―Ja… No pareces ese tipo de persona.
Giyū se levanta para marcharse y dejar el sitio vacío a Sanemi, pero este último se atraviesa en su camino.
―¿A dónde crees que vas?
A Giyū le parece que hace muchas preguntas. No se digna a darle una respuesta e intenta rodearlo, sin embargo, vuelve a encontrar resistencia por parte del otro. No puede evitar fruncir el ceño un poco ante sus acciones egoístas y se pregunta si es que Sanemi quiere comentarle algo antes de la reunión con Kanae. Se detiene en seco frente a él y alza una ceja interrogante, demandando información, acto que, al parecer, pone de mal humor a Sanemi pues lo toma del cuello de su uniforme, acercando su rostro a él en desafío. Giyū le toma la mano que se aferra fuertemente a él, respondiendo en oposición.
― Suéltame.
―¿Qué te hace pensar que voy a aceptar tu arrogancia, como los otros hacen?
―No estoy siendo arrogante. Exijo que me sueltes.
Sanemi sonríe, pero un gruñido sale de sus labios―. Oblígame, imbécil.
Otro desafío, a Giyū le parece que Sanemi solo sabe hablar con provocación. Decide decírselo.
―Solo sabes hablar con provocación.
Siente el brazo de Sanemi tensarse y se prepara para ser lanzado a un lado. Cuando se halla a unos cinco pasos de distancia del otro, se agacha rápidamente para evitar el puño que le manda a la cara y lanza una patada a las piernas de Sanemi en defensa. De inmediato, Sanemi toma su pierna y la hala hacia arriba, pero Giyū se gira sobre su eje para lanzar la otra hacia su quijada, que logra que lo suelte al alejarse del ataque y aprovecha ese segundo para caer sobre sus manos estiradas y girar de nuevo sobre su eje, esta vez impulsando su cuerpo hacia el lado contrario.
Sanemi lo busca sin pensarlo dos veces, por lo que Giyū no alcanza a reaccionar a tiempo y es golpeado de una patada hacia las costillas, que sí alcanza a detener con su mano derecha, a lo que toma con la izquierda la pierna estirada de Sanemi para lanzarlo lejos de sí mismo, pero vuelve a ser más lento que él y es tomado nuevamente del cuello de su uniforme. Es levantado en media luna hacia arriba, hasta caer fuertemente sobre el tatami. Giyū suelta aire de sus pulmones y sorprendido levanta la vista hacia el rostro enfurecido de su compañero.
―¡A ver si esto te parece suficiente provocación, hijo de puta! ―vocifera Sanemi y Giyū rueda por el tatami de inmediato al ver un puño caer.
Él solo había querido dejar al pilar del viento en paz antes de la reunión. Vaya dilema, piensa hastiado.
De repente, su conversación le trae a la memoria la suya con Shinobu hace unos minutos atrás. Puede ser el momento para salir de una duda.
―¿Está en tu naturaleza ser provocador? ―suelta cuando detiene una patada del contrario con su antebrazo. Sanemi lanza un bramido en pregunta y Giyū toma su katana envainada para golpear el vientre descubierto de Sanemi con el mango, aprovechando para dar un salto que lo lleva al otro extremo del gran salón y señala con un movimiento de cabeza el vientre que cubre ahora Sanemi con su antebrazo cicatrizado―. ¿No es entonces mero infortunio lo de tus botones?
―¿Qué mierda estás balbuceando, cabrón? ―Sanemi toma el mango y vaina de su katana, listo para reaccionar si Giyū vuelve a intentar algo tan atrevido como lo anterior.
―Me han dicho que pareces depravado, ¿es por que eres provocador por naturaleza?
Sanemi se le queda viendo con los ojos abiertos y las venas de estos reventadas, dándole un color rosáceo a su esclerótica, y Giyū piensa que posiblemente sufre de alguna afección ocular. Deja de lado el pensamiento, para enfocarse en la respuesta de Sanemi.
Sin embargo, esta no llega pronto, lo que calma un poco la agitación de ambos por la pelea.
―Kanae… No ―se interrumpe rápidamente Sanemi―. ¿Quién te dijo eso? ―responde finalmente, aunque en pregunta, aún con sus manos en el mango y vaina de su katana.
Giyū no le dedica ninguna respuesta, ni verbal ni física, a su pregunta. Agudiza su sentido del oído por si siente pasos o respiraciones cercanas, pues no desea que alguien los encuentre peleando entre ellos, incumpliendo con el reglamento de los Cazadores.
―No soy ningún maldito depravado ―dice, ahora cruzado de brazos―. Y menos aceptaré esa acusación viniendo de ti, imbécil.
―Abstente de llamarme imbécil.
Sanemi hace una mueca de fastidio, pero es rápidamente sustituida por una de atención. Giyū percibe el mismo cambio en la atmósfera, Kanae ha llegado por fin.
―Esto no se quedará así ―masculla Sanemi, saliendo de la habitación y Giyū lo sigue, dirigiendo sus pasos hacia la pequeña sala de reuniones de la Hacienda Mariposa a un pasillo de distancia. Allí se encuentra a las hermanas Kochō hablando entre ellas, Shinobu más tranquila ahora que ha visto a su hermana mayor sana y a salvo.
Sanemi saluda a ambas secamente, casi con vergüenza, y Giyū solo se adentra a la estancia, tomando asiento en una de las sillas bajas que se posicionan frente a la larga mesa de madera. Distingue todavía las pequeñas llamas de los candelabros del salón, pero Shinobu abre más la ventana permitiendo los débiles rayos del amanecer entrar al lugar.
La chica se despide de ellos, realmente de Kanae, pero Sanemi le contesta también, y Giyū espera impaciente a que la reunión empiece.
―Buenos días, Tomioka. Disculpa las molestias causadas, Shinobu me contó del demonio y los cazadores que encontraste cerca de la Hacienda.
Giyū se alza de hombros y se acomoda mejor en su silla, buscando recuperar su respiración completa luego del golpe causado por Sanemi y sus bruscas acciones.
―Contéstale, maldita sea.
―No hay problema, Shinazugawa ―replica Kanae, tomando asiento frente a Giyū. Sanemi se sienta a su lado derecho, en diagonal al otro―. A Tomioka no le agradan las charlas casuales y le respeto eso.
Kanae comienza la reunión anunciando que la información que posee, la viene llevando de voz a voz a los otros pilares, pues la importancia de la misma no puede ser transmitida por escrito ni por medio de los cuervos. Luego, continúa describiendo un viaje que hizo a la isla de Hokkaido un mes antes, por órdenes del Maestro, en el cual obtuvo cierta información de la planta que todos, incluido Muzan, buscaban: El Lirio Araña Azul. Según un mito que se extiende por la isla, principalmente en la remota isla de Rishiri con sus escasos habitantes, le dio pistas para seguir un camino sagrado el cual, al parecer, nace desde la helada cima del Monte Rishiri y se extiende por todo Japón. Kanae, les cuenta entonces del mito narrado entre los aldeanos que muy amablemente la acogieron.
―Son solo conjeturas mías ―termina ella, y Sanemi siente el corazón latiendo fuertemente por la aventura que tendrán más adelante―. Sin embargo, la descripción de la flor que guió al kami hasta el yomi, para salvar al viajero errante de consumir el fruto que lo atraparía ahí, suena exactamente igual a la que desesperadamente busca Muzan[3]. No puede ser casualidad.
Kanae asiente, asegurándose a sí misma de sus hipótesis, y continúa su relato viajero por la gran isla de Hokkaido y el camino a seguir de cada pilar, siguiendo el mapa con cada uno de los puntos que atravesó el viajero errante y el kami. Sanemi asiente a su explicación, hasta que son distraídos cuando una de las tsuguko de Kanae llega con tentempié y té, acompañada de otra de las Niñas Mariposas que se acerca a informar a la mujer sobre los cazadores que se han despertado y desean partir.
―¡Qué buena noticia! Ya te acompaño para despedirlos, Aoi ―suelta animada Kanae, con una linda sonrisa que ocasiona que el pesado ánimo que había anteriormente se aminore―. Tomioka, ¿deseas venir…?
Sanemi voltea la vista al pilar del agua, a quien había olvidado por unos instantes mientras se hallaba concentrado con la explicación de Kanae, y ve su cabeza negar a la petición de la mujer. Sanemi toma una de las tortillas rellenas que dispuso la tsuguko en bandeja sobre la mesa y arruga la cara en displicencia.
Tomioka Giyū lo ha dejado pensativo frente a las previas palabras soltadas en medio de su contienda, y odia sentirse así. ¿Quién se cree este tipo que es?, piensa mordiendo con rabia la masa.
Kanae sonríe de nuevo y se disculpa para marcharse, llevándose consigo a las dos Niñas Mariposas.
―Veo que te molestó lo que dije.
Giyū comenta una vez se encuentran solos, causando que Sanemi se atragante de la impresión, con la tortilla que pasaba por su garganta.
―Aprende a comer.
Sanemi toma una de las tazas de té a su disposición y cuando ya puede hablar, contesta con rabia. Ese hombre lo saca por completo de sus casillas.
―¡Cállate! ―vocifera― Además, ¡¿de qué mierda hablas!?
―O me callo, o te respondo. Veo que también debes aprender a hablar, Shinazugawa.
Sanemi siente que su cabeza va a estallar―. ¡Estás buscando que te dé una paliza como la de hace una hora!
―Me refiero a que no has dejado de ver a Kochō con aprensión, ¿te preocupa que haya sido ella quien se expresó frente a tu naturaleza depravada?
―¡Deja de decir «naturaleza depravada», joder!
Giyū vira los ojos en fastidio, lo que ocasiona que Sanemi se levante de su asiento y ponga su rodilla sobre la mesa para acercarse de forma intimidante al otro frente a él. Con medio cuerpo sobre el mueble y su cabeza a pocos centímetros de él, Sanemi puede ver con claridad la ambivalencia en el rostro de su opositor, que con los ojos y cejas demuestra un poco de sorpresa, mientras que con su boca manifiesta desinterés. Sanemi abre la boca para expresar de nuevo sus pensamientos sobre él, pero Giyū le gana, no con palabras, sino con acciones.
Sus ojos, ya calmos luego de su inicial sorpresa, se han deslizado a su pecho descubierto antes de subir nuevamente a su cara. Oh.
Sanemi sonríe con socarronería.
―Ya veo que no fue ella quien se expresó frente a «mi naturaleza depravada», eh, ¿Tomioka? ―Giyū alza una ceja, nuevamente, y Sanemi lo maldice internamente por siempre contestar de esa manera, pero no se deja llevar por esa emoción y le responde agrandando su sonrisa―. ¿Te parece esto suficientemente provocador, también?
Sanemi suelta una carcajada y se aleja un poco de su fastidioso rostro, pensando que ya se ha podido vengar de esas horribles acusaciones de antes, mas lo que logra es que Giyū lo siga con la mirada hasta que esta se desvía hacia abajo. Hacia su pecho que se ve más descubierto por su posición hincada sobre la mesa.
Esta vez, esa mirada permanece más tiempo en esa posición. A Sanemi le corre un escalofrío y sus vellos se alzan.
Abre la boca y es nuevamente interrumpido por las acciones del otro. Giyū alza la mano derecha y la posa sobre su pecho, luego procede a empujarlo con fuerza hasta que Sanemi siente su silla en su espalda y se acomoda en ella, al otro lado de la mesa.
―Aléjate.
El corazón de Sanemi late fuertemente y sus vellos siguen erizados. Un rostro familiar cruza su mente por un momento.
Algo más comienza a erizarse, pero lo controla de inmediato, haciendo acopio de su entrenamiento pilar. Giyū vuelve a ocultar su mano debajo de la mesa y voltea a ver la vista fuera de la ventana, ahora recibiendo los amarillos rayos del sol de lleno.
―Disculpen la demora, ya podemos continuar.
La dulce, aunque autoritaria, presencia de Kanae corta de tajo el pesado ambiente que comenzaba a hacerse presente en la pequeña estancia, y solo queda agradecerle en pensamientos, por ahora.
Los juegos de provocación los han dejado con un extraño sabor en la boca.
El serio matiz de la reunión se opaca por la incomodidad que Sanemi expulsa claramente por cada poro de su piel, tanto así que Kanae se acomoda varias veces en el asiento a su lado, y se interrumpe continuamente para preguntarle preocupada si ha captado la información que le proporciona junto a los puntos en el mapa que le corresponden a él visitar. Sanemi se siente verdaderamente mal de hacerla perder su tiempo al repetirse, pero siente la sangre hervir cada vez que escucha a Giyū suspirar fuertemente o bufar, por esto mismo.
Al concluir la pesada reunión, Sanemi se queda un rato más en la Hacienda Mariposa junto a Kanae, quien lo ha invitado a almorzar con ella y las demás Niñas Mariposa, y se siente respirar de nuevo una vez vislumbra en el horizonte lejano la rápida figura de Giyū desaparecer.
Giyū se percata, luego de un par de días, que su pésima actuación en ese día le imposibilitó brindar suficiente información a Shinobu, como le había pedido encarecidamente. No obstante, poco le importó quedar mal, pues ahora tiene un dilema en su cabeza que no desea enfrentar. Se promete no volver a responder a su parloteo. Nada bueno queda cuando Giyū expresa su opinión, su experiencia con la muerte de su preciada hermana y haber sido tildado de loco por los vecinos debió haber sido suficiente advertencia a su boca.
Le da la razón a Kanae: ha confirmado que también se mete en problemas cuando tiene conversaciones casuales. Es una buena mujer, con muy buenas observaciones.
Es una lástima que tenga gustos tan extraños.
Casi como él.
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El sol está en su punto más alto en el cielo, pero hay nubes negras sobre los rostros de los presentes.
Gran cantidad de personas se aglomeran en los terrenos de la Hacienda Mariposa, con acongojadas caras y pesarosos pasos. La nueva patrona del lugar los recibe a todos con cordialidad, aunque se le vea evidente el desaliento que ello le causa. Shinobu, con tan solo catorce años de edad, está tan destruida como todos esperarían.
Giyū no volvió a hablar con ella luego de su última conversación hace un par de semanas, mas no es necesario esforzarse por intentar evitarla, pues ella ha guardado su propio silencio luego de la apabullante muerte de su querida hermana mayor.
Kanae ha perecido en su batalla contra lo que parece ser una de las lunas superiores. El cielo está brillante, pero hay tanta tristeza en el ambiente que trae el fresco verano pronto a su fin. Parece increíble que hace tan solo dos semanas atrás estuvo en su hacienda disfrutando de la suave brisa de ese verano, en el engawa que daba a tan bello jardín.
Cazadores de varios rangos y kakushi, los cinco pilares restantes, la familia Ubuyashiki, hasta vecinos y gente del pueblo se habían reunido ese funesto día para dar el pésame y escuchar los sutras que Gyōmei seguramente pronunció con llorosa voz.
Los ritos fúnebres que sus camaradas tienen son siempre rápidos y tristes, pues morir en medio de un campo o a las afueras de una ciudad diferente a la propia, acelera el proceso de sus funerales, por la premura de enterrar a quienes llevan varias horas fallecidos. En este caso, según ha escuchado en cada murmullo de los cazadores que acompañaron a Shinobu, escuchado sin realmente quererlo, ella llegó a tiempo para hablar con Kanae y despedirla antes de que pasara el terrible suceso, por lo que le dio tiempo de otorgarle a su querida hermana el descanso y paso a la otra vida que merece.
Giyū llegó ya muy tarde, con arrepentimiento de no haber podido estar presente desde el principio para rendirle respetos, mas haber estado al otro lado de Japón no lo ayudó en la faena. Eso, y que el paso de los años ha afectado considerablemente a su cuervo kasugai, que al parecer se demoró unas siete horas en recordar el mensaje a entregar. Para cuando logró llegar, Gyōmei recién había terminado sus cánticos. Ella estaba ya en su ataúd sellado, preparada para su entierro.
Hay mucho llanto, los sollozos se vuelven gritos, el silencio se presenta por unos momentos antes de ser nuevamente sofocado por lamentos. La hacienda huele a incienso, sus ojos pican por el humo.
Kanae fue una muy buena mujer, quien lo entendió aún sin haber sido realmente cercanos y lo atendió con la calidez de una hermana mayor, las pocas veces que terminó herido en la vecindad de su hacienda cuando aún era un novato.
La vida de ellos es efímera, y Giyū comete el error de caer en la cuenta de ese hecho sólo cuando escucha el último adiós de sus seres queridos, entre gritos de amparo y demonios hambrientos.
Esta vez el recordatorio fue silencioso, tanto como un cuervo podía serlo.
El ataúd y la familia de Shinobu, conformada por las Niñas Mariposas que aún quedan, son llevados por el servicio fúnebre del Maestro Ubuyashiki al gran cementerio donde descansan todos los cazadores desde el periodo Edo.
La gente comienza a marcharse y Giyū se percata que solo los pilares se quedan en los jardines de la hacienda junto al Maestro, quien se encuentra acompañado solo por una de sus hijas, la mayor. Él lo alcanza a ver cuando se da media vuelta para marcharse hacia el cementerio, y le llama suavemente por su nombre.
―Lamento que no llegaras a tiempo, mi niño ―le dice y los otros pilares se voltean a verlo. Gyōmei con gordas lágrimas cayendo de sus lechosos ojos, Tengen con indudable sorpresa, Obanai con claro disgusto y Kyōjurō, el nuevo pilar de la llama, con una empática sonrisa. Sanemi se encuentra con la mirada clavada en el verde pasto a un lado del camino, ignorando seguramente lo que acontece con él―. No te retrasaré si es tu deseo adelantarte al cementerio primero. Nosotros nos quedaremos un momento más para cuidar la Hacienda y acompañar a los kakushi que se encuentran limpiando y acomodando el lugar. Amane y las niñas ya se encuentran allá.
―Con permiso ―responde Giyū.
―El honorable Maestro es muy complaciente contigo ―replica Sanemi y los presentes se voltean ahora hacia él, por lo que Giyū finalmente puede relajarse un poco―, pero sé que eres tan idiota que no te percatas de las cosas importantes. Debes esperar a que la familia tenga su entierro primero, antes de aparecer así, de la nada.
Giyū asiente y da media vuelta para salir por la puerta principal.
Toma el camino más largo hasta el cementerio, caminando a paso lento y esperando que los minutos pasen, tal y como le fue indicado por Sanemi. Confía en sus palabras pues alcanzó a ver de reojo a Gyōmei asentir ante su explicación.
La vida es efímera, piensa por segunda vez en el día. Es efímera y es horrible. Se pregunta cuándo le llegará su hora, pero un grito en su subconsciente lo aturde y le evita pensar de nuevo en su deseo de muerte. Es su obligación llenar el espacio que Sabito ha dejado entre ellos, acabando con el mayor número de demonios que le permitan sus manos y pulmones hasta que sea subyugado por los designios del destino o de los dioses.
Su cuerpo está al servicio del Cuerpo de Exterminio y su alma está atada a la de sus seres queridos en el más allá. Su propia vida es tan efímera como la de todos los demás humanos y tan insignificante como la de un demonio decapitado. Solo debe enfocarse en dar lo mejor de sí para no irse de este mundo con los mismos arrepentimientos con los que carga desde hace años y dejarle a las nuevas generaciones algo por lo que luchar.
Se recuerda su entrenamiento como pilar del agua. Toma aire y se tranquiliza en el flujo constante del agua que circula por su cuerpo. Su corazón es como la superficie del agua. Sereno y dócil, como el reflejo en el agua.
El cementerio está vacío, puede sentir los pasos de la caravana alejarse por el camino adyacente, y se acerca finalmente al nuevo nombre en la tumba prediseñada que se alza en medio de ese angustioso campo de piedras talladas.
La tumba está llena de flores y ofrendas dejadas por quienes estuvieron antes que él y se dispone a dejar una pequeña flor que recogió en el camino, con unos colores similares a sus sujetadores de mariposa. Sujetadores que se encuentran encima de la tumba, igualmente. Junta sus manos en rezo y le desea que encuentre su camino al más allá, como su hermana le enseñó hace tantos años atrás. Respira el penetrante olor de las flores cortadas y de los alimentos dispuestos sobre la piedra, suspira y da media vuelta.
Se da de lleno con Sanemi, quien llega detrás de él con la cabeza gacha y la mirada triste, su mano derecha oculta tras su espalda. Tiene sangre seca en su uniforme, por debajo de su axila izquierda, y un corte tratado y limpio en su oreja derecha. Cuando siente la mirada atónica de Giyū puesta en él, levanta la mirada un poco y frunce el ceño. Se sitúa frente a la brillante tumba, deja el ramo de flores que llevaba en su mano derecha sobre la misma y se queda agachado.
―La primera vez que te vi, en la asamblea extraordinaria que tuvimos por mi ascenso, vi que tenías la capacidad de producir lágrimas. ¿No tuviste suficiente estima por ella, al menos para llorar su pérdida?
Giyū se mantiene en inmutable silencio. Le toma por sorpresa esa declaración, pues recuerda básicamente nada de aquella asamblea, así que prefiere callar ante sus sospechas.
―Vale. Lo que sea ―concluye Sanemi.
Giyū observa que, por primera vez desde que lo conoce, Sanemi tiene bien abotonado el uniforme. Eso le demuestra el verdadero respeto que le tiene a Kanae incluso después de fallecida, así que, por respeto a ella también, que seguramente se encuentra observándolos antes de partir, le da una sincera respuesta a su pregunta.
―Kochō Kanae se acompaña ahora en mis recuerdos junto a una persona preciada en mi pasado, que guardaba un parecido con ella ―suelta suavemente sin dirigirle la mirada al otro hombre, así como él también evita hacerlo, y toca el lado derecho de su haori por mera costumbre―. Fue una buena mujer y lamento su destino, pero soy incapaz de sentir más dolor.
―Vale. Lo que sea…
El llanto que acompaña esas últimas palabras es palpable.
Una brisa fría marca el fin del verano.
Adiós, Kanae.
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Dieciséis meses tuvieron que pasar para volverse a topar frente a frente, en la privacidad de un encuentro fortuito, haciendo acopio de las causalidades en sus vidas.
Notas al pie:
[1] En las imágenes del capítulo 168, en los recuerdos de la primera reunión de Sanemi con los pilares, se muestra a uno o una de ellos con un haori oscuro (su cabeza oculta bajo las burbujas de texto), que no reconocí en ninguno de los pilares que conocemos, así que me tomé el atrevimiento de contar así su historia. Si me he equivocado, por favor me lo hacen saber :)
[2] Wazuka es un pueblo conocido desde hace más de mil años por sus plantaciones de té.
[3] Es una historia inventada por mí, aprovechando el paso del tiempo y cómo los mitos y leyendas van cambiando con él. Sin embargo, aclaro que el yomi es el "inframundo" de la religión Shinto, y quien ahí coma de sus frutos, no podrá volver a la tierra de los vivos.
Capítulos usados como referencia:
Capítulo 168: Permanencia Eterna.
Extra del Volumen 19, página 9.
Kimetsu no Yaiba: Tomioka Giyuu Gaiden.
Novela ligera No. 3, Kimetsu no Yaiba: Las Señales del Viento.
Notas de la autora: No se desanimen de esta primera parte y les pido que esperen al próximo capítulo, donde Giyu y Sanemi finalmente se acercarán.
Ahora, hablando de ciertas decisiones que tomé: Pienso que, si los pilares tenían regiones que cuidar, las haciendas entre ellos debían quedar a varios kilómetros de distancia, y si se preguntan por qué ubiqué a la hacienda de Giyū en Kioto, es porque la ciudad tiene un famoso bosque de bambúes a sus afueras que concuerda con las imágenes del capítulo 136. Incluso, esas escaleras que baja Sanemi cuando se marcha, son las del Templo budista del monte Kurama, ubicado en Kioto (les recomiendo buscar el bosque y el templo en google maps, son hermosos)
Para el rito funeral de la dulce Kanae me basé en información de Wiki y otras pocas páginas más. Por cierto, su relación con Sanemi quedó a interpretación de cada lector/a.
Espero que sigan disfrutando de este relato ❤️
