Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

La historia es nuestra.

Canción del capítulo:

"I'm into You" - Chet Faker (LIVE)


Naked Challenge

—Mañana tengo que ir a la universidad —suelta Edward, como si hablara del tiempo y sigue picoteando su desayuno.

—¡Estás bromeando! —La incredulidad en mi voz es evidente, el tenedor cae de mis dedos, generando una estridente cacofonía al chocar con el plato—. No, Edward, no vas —digo contundente y sin darle la oportunidad de explicarse, vuelvo a mis fresas, pincho una y la llevo a mi boca.

El silencio nos invade por un momento, sabía que pronto pasaría algo como esto, sin embargo, no estoy preparada para hablar del tema ni ahora ni nunca. Pasan los segundos y Edward me observa, cuando ya no lo puedo aguantar más, levanto el rostro para encararlo y exasperada murmuro—: ¡¿Qué?!

—Lo siento, bebé —sus ojos me suplican que comprenda—, pero tengo que reunirme con Withlock para ultimar los detalles de mi tesis.

—No, es no, Edward. Llevamos tres jodidos meses metidos aquí. ¿Acaso no ves noticias? ¡Allá afuera es un caos! La gente no se protege y no usan los elementos necesarios.

Él no responde, solo suspira y pasa las manos por su cabeza, despeinando aún más su cobriza melena, seductor movimiento del cual es por completo inconsciente y me distrae por un instante, antes de centrarme de nuevo en lo importante.

—No dices nada porque sabes que tengo razón. La gente está muriendo… —se me han quitado las ganas de comer, tengo un nudo en la garganta y poco a poco mis ojos se inundan—. No puedes salir, porque si lo haces y te contagias… puedes morir, y… —las imágenes de Edward sin poder respirar, conectado a miles de tubos y yo maniatada, atormentan mi cabeza.

—Bebé... Bebé, escúchame, si me protejo, no me pasará nada.

La angustia en mi pecho crece y crece al escuchar su optimismo. Sé que tal vez estoy siendo exagerada, pero imaginar a mi Edward atacado por un virus mortal, es algo que no puedo soportar.

—¡No, Edward, no puedes y no vas a romper nuestra burbuja de perfecta sanidad! —insisto, sin embargo, sé que no tengo nada más que opinar.

Edward se levanta bufando y recoge los platos —incluso el mío— para ponerlos en el lavavajillas. Su postura es tensa y sus cejas están casi juntas.

—¿No puedes hacerlo desde aquí? —sollozo.

—Sabes que no. Cuando Withlock lo dice, se hace, ya te he contado como es.

Bajo mi cabeza, derrotada, y Edward acerca su casi metro noventa hasta mí, gira la silla en la que estoy sentada, se hace espacio entre mis rodillas y se acuclilla entremedio de estas. Sus dedos con infinita ternura levantan mi mentón para obligarme a mirarlo y luego con delicados movimientos, limpia las lágrimas que corren por mis mejillas.

Edward me sonríe, sus ojos son cálidos y llenos de amor, y yo me derrito mientras me envuelve en sus brazos para arrastrarme a su regazo; lo recibo gustosa, abrazándolo con piernas y brazos.

—Te dejaré ir —acepto rendida—, pero tendrás condiciones —él se ríe y sus carcajadas, logran que los músculos de mi cuerpo se relajen un poco.

Solo un poco.

.

.

.

Vemos Netflix, más bien él lo hace, ni siquiera sé qué serie ve, porque estoy concentrada en mi celular, riéndome sola mientras reproduzco videos tontos en Tik Tok.

—Ya deja eso. Ve por más palomitas y mira la serie conmigo —refunfuña. Una de sus manotas obstaculiza mi vista y baja mi teléfono hasta mi regazo.

—¿Por qué eres tan insoportable? Y en serio, no soy tu sirvienta, ve por tus propias palomitas —mascullo toda seriedad y vuelvo a mi móvil.

—Está bien, pero no te enojes —me roba un beso. Es rápido, casi fugaz, pero me hace sonreír como tonta, como cada beso que me da desde que decidí —retaron-obligaron— a hacerlo yo.

Me doy cuenta que tengo bastantes corazones en mi Tik Tok del reto «besa a tu mejor amigo», y como siempre me pasa cada vez que lo veo, no puedo dejar de mirarlo y mirarlo. Fue de verdad mágico… A mi mente viene la primera vez que Edward y yo hicimos el amor, nuestros besos, sus cálidas manos, él en mi interior…, un WhatsApp de Alice rompe mi candente ensoñación; me rio con sus tontos memes de cuarentena.

Cuando Edward regresa, decido dejar mi celular de lado, mis hermosos recuerdos me han alentado.

—A ver, instrúyeme —canturreo acurrucándome junto a él y metiéndome bajo su brazo—. ¿Qué serie estás viendo que tanto quieres que vea?

The Walking Dead —declara emocionado y yo casi muero de un infarto, cuando pincha reproducir y la primera imagen que aparece, es una horda de zombis alrededor de un tanque de basura, tratando de atrapar a un pobre asiático.

—¡¿Qué demonios es eso?! —chillo.

The Walking Dead, la serie donde el mundo se ha transformado. Un virus se ha esparcido por el planeta, haciendo que todos se conviertan en zombis —dice misterioso y entonces, se enfrasca en contarme todo sobre la serie, pues al parecer es la segunda vez que la ve.

En serio, ¿cómo puede soportar ver todo ese mundo de monstruosidades? ¿No puede ver una serie menos contingente a lo que estamos viviendo?

—De verdad, bebé —insiste—. ¿Te imaginas que eso pasara en realidad? ¿Qué un virus zombi estuviera flotando por el planeta o qué la vacuna esa que están creando para esta mierda del COVID-19 nos convierta en zombis?

Trato de alejar esos pensamientos de mi cabeza, en serio lo hago, pero no puedo. Me quedo en shock y creo que mis ojos se van a salir de sus cuencas, cuando en la pantalla aparece un paneo de Atlanta y está invadida por muertos vivientes. Quiero gritar y la risa de Edward me gana.

—Casi parece que puedo leer tu mente —ronronea en mi oído, me aprieta hacia él y besa mi sien—, deja de imaginar cosas, mi «Coronabella».

—¡Cállate, idiota, no me digas así! —Se carcajea aún más fuerte y me hala hacia encima de él, pues enfadada he intentado moverme al otro lado del sillón.

—Ven aquí, mi dulce Coronabella y bésame. ¿O prefieres que te llame «Coronababy»? —susurra aun risueño, pero seductor.

Quiero negarme, seguir molesta por sus tontos comentarios, por las idiotas imágenes que planta en mi cabeza, conociéndome como soy; sin embargo, mi cuerpo traicionero decide por mí. Estúpido hombre hermoso y caliente. Me derrito y más que feliz hago lo que me pide, e incluso más.

.

.

.

Suena la alarma y la apago, aún con ojos pesados. El sueño intermitente es un asco, cada poco tiempo despertaba sobresaltada de algún sueño estúpido o no tan estúpido: Edward en una cama de hospital o Edward como zombi…

¿Quién puede culparme?

¡Va a salir, por Dios!

Desde mi estado de sopor escucho la ducha, él ya se está bañando. Arrastro mi cansado y preocupado cuerpo hasta la cocina para prepararle el desayuno y un par de sándwiches para llevar, por si le da hambre, pues no puede comprar nada en la calle. ¡Ni loca lo dejaré! Agrego un par de guantes plásticos y unas cuantas servilletas.

Creo no haberme demorado, pero escucho los pasos de Edward tras de mí, así que me giro, con las recomendaciones sobre su salida ya escapando de mi boca, empero, me quedo petrificada. Luce guapísimo con su pulcro traje negro y corbata del mismo color. Me sonríe y yo muerdo mi labio por puro instinto. Quiero besarlo…, y por supuesto que lo hago, no es algo a lo que pueda o quiera abstenerme ahora, este hombre hermoso es todo mío.

—No vayas —ruego por última vez, aunque sé que es en vano, cuando Edward me vuelve a besar con sus tentadores labios, que se mueven con los míos en perfecta sincronía.

—Bebé —responde sobre mi boca con un cansado suspiro, cuando finalmente nos separamos.

—Está bien, está bien —dándome por vencida le sonrío con desgana, los culpables son sus lindos ojos verdes. Jugueteo un momento con su cabello, me doy cuenta que ha intentado arreglarlo, pero sigue siendo un desastre y me fascina—. Siéntate —descontento me deja ir y se deja caer en unos de los taburetes que rodean la isla de la cocina.

Desayunamos en silencio, mirándonos y sonriéndonos coquetos. Me encanta que eso no haya muerto entre nosotros; pese a que ahora estamos en una relación, seguimos siendo como antes, flirteando siempre y en todo momento.

Cuando terminamos, es él quien recoge los platos y los pone en el lavavajillas.

—Me gusta cómo te ves —suspiro, mirando su trasero, mis manos pican por tocarlo. Edward se gira y me atrapa comiéndomelo con los ojos. Suelta una carcajada y no puedo evitar sonrojarme.

—¿Ah, sí?

—Aja… Aunque más me gustarías si no llevaras nada…

Los ojos de Edward brillan con picardía, en dos pasos está cernido sobre mí y casi rozándome los labios declara seductor—: Pues a mí… me gustas más cuando lo único que traes puesto, son mis manos en tus pechos y mi boca en tu co…

—¡Edward! —Lo regaño poniendo una mano sobre su boca, al tiempo que junto mis muslos por instinto, es inevitable cuando empieza con sus palabras sucias y calientes—. Sí, me gusta cómo te ves, pero más me vas a gustar cuando vayas a ponerte el overol.

—¿El overol? —pregunta sin comprender.

—El overol, cariño, el que te dejé encima de la cama —muerdo la parte interna de mi mejilla para contener mis carcajadas.

—¡¿Qué?! ¡Por Dios, mujer, voy a ver mi tesis, no al supermercado! —Se opone indignado.

«¿Y a mí qué? ¡Vas a salir Edward! Me da lo mismo si es al almacén de la esquina o a tu jodida facultad», quiero contestar, pero solo me limito a mirarlo con los ojos entrecerrados.

—¡Pero, bebé! —rebate una vez más, pero no sé identificar si es una súplica o va en aumento su enfado—. Me dará calor —adorable, ahora suena como un niño malcriado—. Voy a sudar como un cerdo. ¡Y frente a Withlock! A él le gusta que vayamos presentables.

—Me vale tres cominos lo que quiera él, vas con overol porque debes protegerte y punto. Lo llamaré si eso es necesario —sentencio.

—No lo harías —sus facciones son pura incredulidad.

—¿Me estás retando? —Alzo una ceja y me cruzo de brazos.

Edward me mira como si quisiera desintegrarme con la mirada, hasta que finalmente se rinde exhalando un profundo suspiro, deja caer sus hombros, frustrado me da la espalda y a grandes zancadas se dirige a nuestra habitación.

—¡Maldito Coronavirus! —Lo escucho murmurar.

Rio enternecida y por un momento estoy a punto de retractarme. Sé que estoy presionando su hombría, no cualquier hombre aguantaría capricho semejante, pero ¿qué puedo decir? Edward me ama demasiado así que, mientras mi angelito bueno que me susurra que lo deje ir con su dignidad intacta, el malo me recuerda mi principal cometido.

¿Han escuchado el dicho «matar dos pájaros de un tiro»? Pues eso es lo que haré con el dichoso overol. Aparte de las razones obvias de su uso, protegeré a mi hombre de las féminas que llevan meses sin ver algo que valga la pena, y por supuesto de las miradas indiscretas de las zorras de su universidad. He visto como varias de sus compañeras, incluso las secretarias y asistentes, lo admiran; las descaradas se lo follan con los ojos.

Antes tenía que aguantarme y ocultar mis celos, pero ahora no, ahora puedo marcar mi terreno; y Edward en ese traje negro es demasiado pecaminoso para su propio bienestar. ¡Lo pueden raptar y comer vivo! Así de peligroso está el mundo en estos días.

—¡Bebé, me veo ridículo! ¡Parezco un jodido Teletubbie! —Su mortificada voz me saca de mis pensamientos cuando aparece frente a mí, impoluto en el horrendo traje blanco. Intento a duras penas contener la risa porque tiene razón.

—No es verdad, te falta la pantalla en la panza y la antena —esta vez no me aguanto y rio con ganas, y él… él está enojado, sus cejas casi juntas me lo indican.

—No es gracioso —protesta.

—No te enojes y dame un abazo —me burlo un poquito más y extiendo mis brazos hacia él.

—¡Maldita «coronavida»! —refunfuña y abre sus brazos para recibirme.

No puedo parar de reír, ¡es tan tierno!

Antes de salir le acomodo el overol, le ayudo a ponerse la mascarilla, el escudo facial y los guantes. Por último, le paso su refrigerio y el portafolio, donde metí como pude un paquete de toallas desinfectantes, alcohol gel y alcohol puro en una botella en spray. Lo despido en la salida del apartamento, recordándole por millonésima vez lo que debe hacer: no tocar a nadie, mantenerse a dos metros mínimo de todas las personas, no tocarse la cara, usar guantes para todo y desinfectar el celular si lo va a usar.

No podemos besarnos, pues todo el aparataje que lleva, nos lo impide.

—Regreso a medio día —murmura, su voz suena apagada.

—Cuídate —es lo único que puedo responderle. Un nuevo nudo ha vuelto a formarse en mi garganta y las lágrimas están por desbordarse, así que me despido con rapidez y cierro la puerta—. Por favor, cuídalo. —suplico a cualquier deidad que esté disponible para escucharme.

.

.

.

Las primeras horas que paso sola me mantengo serena, confiada en que Edward es demasiado responsable y se va a cuidar, limpio el apartamento y escribo algunas páginas de mi propia tesis, incluso tengo una reunión virtual con la directora de esta, que no es nada más ni nada menos que Alice Brandon; sí, esa que también es mi mejor amiga.

Por supuesto que Alice no contribuye en nada al objetivo principal de mi titulación porque, aunque parezca increíble, aún quiere sonsacarme los detalles escabrosos de mi cumplido reto; así que me despido de ella, preguntándome cuando será el día que desistirá de interrogarme.

Son las once y parece que el tiempo no corre, quiero que Edward llegue ¡ya!, para poder abrazarlo y saber que está a salvo. Miro por la ventana, la calle está desierta, excepto por una chica que está paseando a su perro, me vuelvo a desesperar por esta espera que parece eterna, así que decido distraerme con mi teléfono.

Luego de pasearme por todas mis redes sociales y actualizar mi estado, caigo en mi placer culpable, Tik Tok, donde todo parece estar en llamas con el «Naked Challenge», que consiste en desnudarte frente a tu pareja y filmar su reacción.

Me rio un buen rato mirando las reacciones de los novios, cuando de pronto un bombillo se enciende en mi cabeza… La idea es tan macabra como genial.

«Bebé, ya voy en camino», aparece frente a mis ojos, junto con una foto de Edward, mi sobresalto es tal como si me hubiese pillado, que casi dejo caer el celular. Sonrío enternecida al ver que son las doce quince y aún está con el overol puesto y, por las partes que quedan expuestas de su mascarilla, se ven gotas de sudor. Lo más probable es que el pobre no se haya quitado en ningún momento ese maldito traje y ahora se está cocinando; no obstante, lo prefiero así por unas horas, que enfermo por quién sabe cuánto.

La paranoia invade mi cuerpo, es una especie de ansiedad que no me deja respirar con normalidad, así que con la certeza que Edward llegará pronto, me preparo. Me pongo una mascarilla, un overol como el de él y guantes; agarro un atomizador lleno de alcohol y me planto en la entrada, con la puerta abierta, esperando que aparezca frente a mis ojos.

Escucho sus pasos subiendo por las escaleras. «Va a estar bien», me repito en mente como un mantra. Apenas me ve, sonríe, soy capaz de darme cuenta de eso por las arruguitas que se han formado en la comisura de sus ojos.

—Hola, bebé —saluda lleno de felicidad.

También le sonrío con la mirada, pero le advierto—: Quédate ahí, cierra los ojos y ve girando poco a poco —sin darle oportunidad que se acerque a mí.

—¿Qué? —pregunta confundido.

—¡Te voy a desinfectar! Hazme caso.

Edward, sin articular palabra me obedece y empiezo a desinfectarlo. Sé que parezco una loca, pero no puedo dejarlo entrar sin antes sanearlo, junto con todos los objetos que llevó con él.

Cuando termino lo hago pasar el umbral y, antes de que se adentre más en casa, le ayudo a desvestirse, desinfectando de paso y de nuevo todo lo que llevaba puesto, incluso su ropa interior, y lo mando a ducharse en el baño para las visitas. Finalmente, agarro su ropa sucia y la que use, para meterla de inmediato a la lavadora.

Ya más tranquila, al comprobar que Edward sale de la ducha y se va a vestir a su antigua habitación, animada entro al que ahora es nuestro cuarto. Sé que soy un poco ridícula por todo este asunto del reto, pero quiero hacerlo, algo me dice que valdrá la pena. Espero sentada en la cama, aguantando lo mejor que puedo las ganas de reír.

«¡Santísimas deidades, por favor, que esto funcione!».

—Bella, ¿en dónde estás?

—¡En nuestra habitación! —grito, haciéndome la que escribo algo en mi computador.

—Hola de nuevo, bebé —sonríe desde la entrada y se recuesta contra el marco de la puerta. Le sonrío también, sacando fuerzas de no sé dónde para no lazarme a sus brazos, porque aunque él no lo vea, una simple sonrisa suya logra embelesarme.

—¿Cómo te fue?

—Un jodido estrés —resopla—, Withlock me dio algunos consejos, pero en general me dio el visto bueno, estoy aprobado —su sonrisa se amplía, desbordando orgullo. Otra vez quiero correr y abrazarlo, ha luchado tanto por sacar adelante su tesis, que no merece más que millones de felicitaciones, pero me contengo y sigo con el plan, ya que si todo sale como espero, mi Edward obtendrá bastante más que eso.

—Felicidades, amor —digo con simplicidad y él me mira extrañado.

—¿Eso es todo? ¿No merezco ni siquiera un besito? —Sus labios se fruncen en un coqueto puchero. Sí, eso es posible. Despega su cuerpo de la puerta y se empieza a acercar.

—Alto ahí, campeón —lo detengo cuando va a mitad de camino.

—¿Qué sucede? —Los ojos de Edward están clavados en mi mano en alto.

—¿Ya te lavaste las manos?

—Claro que sí —sus ojos se entrecierran y su confusión es notoria—. Me acabo de bañar, ¿no ves?

Edward se sacude el cabello cual perro y unas gotas mojan el albo cobertor de nuestra cama; lo ignoro, estirándome hacia la mesa de noche, agarro un tapabocas desechable y se lo lanzo a los pies del colchón.

—Póntelo —ordeno, y Edward sigue totalmente perdido.

Quiero largarme a reír cuando él, sin decir palabra, me obedece y luego sus preciosos ojos son lo único que veo de su perfecto rostro.

—¿Y ahora qué? ¿Me vas a decir que así, sí me puedo acercar a ti?

—Pues no, Edward. Ni sueñes que te vas a acercar a mí. Saliste y tienes que hacer cuarentena por catorce días, es la regla —sentencio toda seriedad.

—¡¿Qué?!

—Como escuchaste.

—¡Pero fui con todo lo que me dijiste, mujer! ¡Hasta Withlock se burló, él nunca se ríe y se rio en mi cara! No me acerqué a nadie, ni siquiera a mi profesor, no toqué nada, use los jodidos paños de cloro para los papeles, el gel para las manos, los guantes… ¡Bajé y subí por las escaleras, por Dios! Justo para no entrar en el ascensor. ¡Seguí todas las malditas reglas! —Su voz desborda frustración.

—Catorce días, he dicho.

Edward no dice más, se queda un momento mirándome incrédulo y con el entrecejo arrugado —¡es súper divino cuando está así, parece un ángel vengador!—, se quita el tapabocas, furioso lo tira al suelo y se va haciendo estruendo a su paso—: Maldito Coronavirus. Maldita «Coronauniversidad». ¡Maldita «Coronavida»! —refunfuña camino a la sala, supongo que a ver televisión, ya que lo escucho maldecir porque no puede encontrar el control.

Me rio bajito pese a tener cargo de conciencia por hacerlo sufrir, pero es más la diversión que otra cosa. Apago la cámara que puse escondida en mi librero.

Parte uno del plan, completada.

Mi estómago empieza a protestar así que, antes de ocuparme de ello, me doy el baño que no me di por andar de histérica. Acicalo mi cuerpo, preparándolo para lo que espero pasará y me pongo el pijama más indecente que tengo, que consiste en un top completo de encaje negro y un short de satén verde con detalles de encaje, que apenas cubre mi trasero. Me miro en el espejo y estoy perfecta, ¡hermosa y sexy!

Parte dos del plan, ¡en acción!

Camino a la cocina y paso frente a Edward, noto su mirada sobre mí, pero cuando giro el rostro, sus ojos veloces regresan a la pantalla. Me muerdo el labio para no reír, porque es hombre y no puede evitarlo, y porque ha puesto los zombis seguro que para vengarse.

Preparo algo de verduras con carne —la banda sonora que me acompaña son los graznidos de los zombis. Rolo los ojos, Edward es un niño—, no me tardo mucho y sirvo dos platos.

—Edward, tu comida la dejé en el comedor, puedes servirte —le digo al pasar frente a él, con mi comida en mano, dispuesta a merendar en la habitación.

—¿Es en serio? ¿No almorzaremos juntos? ¡Podemos mantenernos a dos metros! —ofrece con sus ojos brillantes de ilusión.

—No, Edward, ya te lo dije. Además, tendrás que volver a tu cuarto y usar el baño de visitas.

—¡¿Mi cuarto?! —cuestiona, incrédulo—. ¿Esto es en serio? ¿Volveremos a tener dos cuartos?

Me mira decepcionado, está muy dolido y enojado. Me parte el corazón verlo así, tengo ganas de claudicar mi cometido, pero me aguanto porque se lo compensaré y porque sé que después de pasar tantas rabias, le va gustar.

—Así es —impongo procurando sonar con convicción, le doy la espalda y huyo antes de doblegarme a su magnífica humanidad.

Cuando regreso a la cocina, descubro que Edward ya ha puesto su plato en el lavavajillas, así que también pongo el mío; luego, en aras de continuar la parte dos de mi plan, agarro un plumero, acomodo mi móvil en una parte estratégica que enfocará sus reacciones al filmar y, como quien no quiere la cosa, empiezo a sacudir algunos adornos de la sala.

Escondiendo lo mejor que puedo lo entretenida que estoy, lo tiento moviendo mi trasero de aquí para allá, al punto que estoy como una de esas chicas de las películas porno, cuando hacen su rol de empleadas, intentando seducir al jefe. Percibo la electrizante mirada de Edward sobre mi cuerpo. Una especie de gruñido escapa de su boca, cuando lo miro de reojo.

—¿Te pasa algo? ¿Ya empezaste a experimentar los síntomas del Coronavirus? —Le pregunto, encarándolo y batiendo mis pestañas en el proceso.

—No seas tonta, Bella —escupe con rudeza—. Si tuviera algo, no podré sentirlo sino hasta dentro de cuatro o cinco días.

—Es verdad, lo siento —me disculpo sintiéndome mal por él, debe estar muy frustrado para contestarme así; a pesar de eso, sigo con mi plan y me giro a mis «quehaceres domésticos».

—No, yo lo siento. Discúlpame por hablarte así.

Le sonrío y le guiño un ojo coqueta. Me volteo otra vez a desempolvar quien sabe qué, aunque continuo observándolo de reojo; Edward rezonga para sí y se reacomoda en el sillón, para ajustar su pantalón. Quiero hacer el baile de la victoria, ¡mi parte dos del plan ha salido a la perfección!, pero me limito a terminar de «limpiar» el estante de la televisión, tentándolo un poco más con mi insinuante paseo.

Mi pobre Edward está con la boca abierta.

—¿A qué estás jugando, Bella? —Me increpa con voz profunda, sus ojos son dos llamas.

—A nada, ¿por qué? —pregunto toda candidez, tratando de no mirar el grandioso bulto que tiene entremedio de sus piernas.

—¿Qué estás haciendo? —insiste nada conforme con mi respuesta.

—Limpiando, ¿qué no lo ves? ¡Oh, perdón! No me di cuenta que estaba tapando a tus «lindos» zombis, pero ya terminé —aseguro agarrando con disimulo mi celular y vuelvo a nuestra habitación.

Cuando llego, cierro la puerta y me recuesto contra ella, soltando un gemido en el proceso. ¡Qué hombre tan caliente! Esa mirada de fuego que tenía hizo gelatina mis piernas. ¡Esto es demasiado duro! ¿En qué estaba pensando cuando se me ocurrió autoimponerme este reto? Resistirme a Edward está siendo un calvario, no obstante me doy ánimos, pensando en que ya falta muy poco para ver los resultados.

.

.

.

Dejo pasar un rato, el justo para saber que Edward ha depuesto provocarme con los muertos vivientes y se ha movido al estudio, donde sagradamente juega videojuegos todas las tardes. Cuando está concentrado por completo —lo sé por los gritos e insultos que se escuchan—, me desnudo, sin sentir una pizca de vergüenza, solo ansiedad por saber cómo y en qué terminará todo esto. Me envuelvo en una pequeña toalla, agarro mi teléfono, pongo la cámara y ¡a grabar!

Respiro profundo y camino con decisión, cuando llego al despacho, Edward está con los ojos casi cuadrados en la pantalla, incluso tiene puestos los audífonos. Sonrío al verlo. De verdad… de verdad que es hermoso —si ustedes lo vieran, me lo robarían. Menos mal que eso no va a suceder—, sus cejas están juntas en concentración y se muerde el labio, cuando presiona insistente un botón del control. Maldice cuando algo no le sale como quiere, a la vez que relaja su cara y sonríe victorioso, cuando sí.

Suspiro, es momento de quitarme la toalla y lanzarla en su dirección.

Estoy expuesta como Dios me trajo al mundo cuando la tela cae sobre su cabeza, Edward masculla un improperio, porque no comprende qué fue lo que le atacó. Se ve confundido cuando quita el paño de su rostro, pero sus dudas se esfuman cuando me ve. Sus ojos se agrandan, su quijada cae, suelta un resoplido de la impresión y una sonrisa deslumbrante se abre campo en sus deliciosos labios.

Lo llamo con uno de mis dedos, que por supuesto sale en la filmación, y de inmediato los audífonos desaparecen de su cabeza, el control cae a sus pies — tanto que cuida esa cosa y ha salido volando quién sabe dónde—, incluso la silla se voltea, y yo salgo a correr en dirección a nuestra habitación, excitada y riendo a más no poder.

Lo veo tras de mí y me asombro, porque nunca puedo sacarlo tan rápido de ese sitio. Siempre tenemos guerra cuando lo llamo a cenar y el señor está jugando, y se demora mil años en terminar; pero ahora es distinto y guardo el «tip» para otra oportunidad.

No alcanzo a atravesar el umbral de la puerta cuando escucho un estruendo y me giro, Edward está en el suelo, desnudo y con el trasero al aire. Mi risa, más intensa, se hace eco por el apartamento. Él maldice, poniéndose de pie y con la poca dignidad que le queda, se soba un poco las rodillas.

—Conque muy chistosito, ¿eh? —cuestiona, pero no se apresura, ahora ha tomado actitud de un león acechando a su presa.

Me quedo inmóvil y sus ojos me hipnotizan. Es como si con el poder de su mirada, todos mis músculos fuesen sus esclavos. Deseo reaccionar, pero es inútil cuando veo que atrevido, lleva su mano derecha a envolver su miembro y lo acaricia de arriba abajo.

Mis ojos se clavan en esa parte de su cuerpo para observar cómo se da placer y sin disimulo, me relamo los labios. Estoy fascinada por su desinhibida sexualidad, así que con dificultad vuelvo a mirarle el rostro, para reestablecer nuestro contacto visual. Me sorprendo al comprender que Edward nunca ha dejado de mirar mis ojos y se ha acercado tanto, que ahora, está casi encima de mí; tan cerca que está a punto de atraparme.

Como un resorte salto hacia atrás, corro alrededor de la cama y sobre ella y él me persigue para seguirme el juego —incluso cuando puede acortar camino y agarrarme desde otro lado—, sin embargo, repite mi errático escape y, riéndonos a carcajadas, corremos desnudos por todo el departamento; cuando finalmente me atrapa, lo hace en la cocina, acorralándome contra la mesada.

Jadeo en busca de aire por culpa de nuestro juego, pero sobre todo, porque sentir la piel caliente de Edward contra la mía es el mismo cielo. Como el maravilloso amante que es, comienza a encender mi cuerpo con la ardiente sutileza de sus dedos índice y medio. Las yemas de estos trazan un círculo invisible alrededor de mi pezón izquierdo y sus ojos, acompañan el compás del erótico tatuaje. Es electrizante…, ese etéreo toque, hace que mi centro arda de anticipación.

Suelto un suave y necesitado gemido, y Edward se relame los labios.

—Perfecta… Eres perfecta, mi «Coronobella» —se burla, y el estúpido apodo ni siquiera logra enojarme, porque su desquiciante juego ahora va en ascenso, sube por mi esternón y continua la tortura por mi cuello, hasta llegar a mis labios.

Dejo ir el aire que no me he dado cuenta estaba conteniendo. Cuando mi lengua sale al encuentro de sus dedos, los rodeo y atrapo con los labios. Los dejo ir con lentitud, mirando a Edward a los ojos, porque a este juego podemos jugar los dos.

—Te estoy tocando. —Su mirada destila fuego y de nuevo, caigo presa de ella.

—Lo sé —musito, casi sin encontrar mi voz.

—Y no me he lavado esa mano —me desafía seductor.

—Lo sé —gimo cuando su boca desciende a atrapar mi ansioso pecho.

—Tampoco he desinfectado con alcohol la izquierda. —Sonríe, mirándome entremedio de sus pestañas, a la vez que atrapa mi pezón con los dientes y su «sucia» mano acaricia con devoción mi seno que está libre y expectante de atención.

Mis ojos se cierran y me abandono a sus licenciosas atenciones, pero luego de un momento tengo la urgencia de ver cómo me complace, así que me obligo a abrirlos y la vista… la vista es hermosa. Edward me acaricia como si fuera el más preciado de los tesoros, y cuando nuestras miradas se encuentran, sus ojos son dos orbes colmadas de lujuria y amor; entonces levanta el rostro y me sonríe, contemplando su obra de arte.

—Disculpa, no debí hacer eso —regodeado señala mi torso con un dedo—, ahora mi saliva está ahí… —resoplo para su niñería y atraigo su boca a mi pecho, donde lo oigo reírse y continuar con su trabajo—. Quiero besarte… —declara después de un momento.

—Quiero que me beses.

—¿No te importa? —Su aterciopelada voz es pura ironía.

—No… —respondo en mitad de un vergonzoso gemido, pues sus dedos han volado en un airoso camino hasta mi centro, donde descarados y expertos se abren paso entre mis pliegues. Gruñe cuando siente la evidente humedad en mi palpitante zona.

Pegándome aún más a su cuerpo, levanta una de mis piernas para obligarme a rodear su cadera.

—Me hiciste enfadar.

—Lo sé.

—¿No sabes decir nada más que, lo sé?

—Lo sé —suelto una risita y Edward también, al notar que mi cerebro se ha puesto monotemático, pero ¿quién puede juzgarme cuando ahora tengo el erecto miembro de Edward jugueteando entre mis piernas?—. Esto… no quiero hablar, solo… solo… —gimo aún más alto cuando comienza un delicioso y tentador vaivén, al tiempo que besa y mordisquea mi cuello.

—¿Solo qué? —Me reta juguetón, haciéndome perder la cabeza con la candente fricción, «¡maldito! ¿Por qué tiene más autocontrol que yo?».

—Te necesito. Solo bésame y fóllame, por favor...

—Tus deseos son órdenes para mí, bebé.

Y lo hace, ¡sí que lo hace! Porque Edward ama todo este juego de seducción, entonces atrapa mis labios con los suyos y en una sincronía casi dancística, nuestras bocas se mueven al compás de alientos entrecortados, húmedos roses de piel y el vaivén de sus caderas.

Nos dejamos llevar unos minutos por el fuego de nuestro erótico enlace y, cuando creo que al fin me hará el amor, Edward me da la vuelta de un rápido movimiento y me inclina hacia el mesón; una, dos veces tienta mi entrada y se hunde en mí soltando un gruñido de satisfacción.

Un gemido intenso brota de mi pecho al sentir nuestros cuerpos conectados como tanto lo necesito, sollozos de placer que se hacen cada vez más altos, gracias al movimiento certero y maestro de sus caderas que me enloquecen, y sus manos que acunan mis pechos de manera delicada, pero decidida.

Me aferro al mesón como si se me fuera la vida, porque sé que voy a derretirme en cualquier momento, más aún cuando Edward sube una de mis piernas, abriéndome para él, y su lengua recorre mi espalda hasta mi cuello, para besar mi piel con reverencia, al tiempo que hace a un lado mi cabello.

Y no puedo hacer más que rendirme a su torrente de pasión, la indescriptible electricidad que recorre mi cuerpo no tiene intenciones de menguar, solo va en constante ascenso, alojándose en mi vientre y en todas mis terminaciones nerviosas.

—No te corras aún… —susurra en mi oído, cuando Edward se da cuenta que no voy a resistir mucho más.

—Por favor… —suplico porque sé que voy a romperme en miles de fragmentos.

—Solo un poco más —ronronea y gira un poco mi torso, para poder darme un dulce beso en los labios. Sus embistes se hacen más lentos, pero no menos profundos—. Solo siénteme, Bella…

Trato de controlar mi jadeante respiración para intentar concentrarme y, a medida que lo logro, lo siento… siento a Edward en cada parte de mi ser, lo siento por todas partes. Lo beso otra vez y me dejo llevar en este mar de hermosa pasión cuando de pronto:

I got a feeling, we are gonna win. Our bodies make it perfect and your eyes can make me swim. Then again, everything seems new I can barely hold my tongue. To say the least, I'm into you¹ —Edward canta sobre mis labios con voz entrecortada y grave—. Abre los ojos, bebé… —me pide con ternura al ver que estoy tan perdida en el momento, que no hay reacción de mi parte.

No sin esfuerzo le obedezco, porque quiero seguir escuchándolo.

And your eyes are saying more than we can talk and warmer than our bedroom sport² —canta otra vez mirándome directo a los ojos, mientras me monta con un suave vaivén, que hace que todo se vuelva demasiado caliente e íntimo; sublime atmósfera que explota, cuando de pronto Edward baja mi pierna y sale de mí.

Quiero protestar porque me ha bajado de mi nube, pero ahora que estamos frente a frente, sus grandes manos nos giran, me toma de la cadera y me sienta en la isla de la cocina. De inmediato abro mis piernas para él, para acunarlo entremedio de mis muslos. Edward los acaricia con suavidad, mi piel está tan sensible que me estremezco con su exquisito tacto.

And your thighs are kisses from the outside, girl, that's all I need.³ prosigue con la canción cuando lo recibo en mis brazos mientras él, colma mi cuello de húmedos mimos.

Sus besos vibrantes recorren con veneración cada parte de mi rostro, es increíble cómo su entrecortado clamor me enciende, no solo por las palabras que profesa, sino por cómo me mira cuando vuelve a unir nuestros cuerpos, en sincronía con su voz y calientes versos.

—Te amo —murmuro con dificultad, porque no sé qué más decir; esas dos palabras lo resumen todo.

Me abrazo a él como un koala y quiero llorar por la dicha de sentirme tan amada y de amar, tan intensamente como lo hago. Y me doy cuenta que no es solo el cuerpo de Edward el que siento conectado al mío, es también su alma.

Y lloro... Lloro porque no puedo contener todas las emociones que me genera.

La petite mort, es el nombre con el que puedo definir este maravilloso y egoísta éxtasis que me invade en el momento que todo explota; y cuando despierto, son los brazos de Edward quienes me arropan, en tanto su cuerpo se estremece y se aferra aún más a mí…


1. Tengo la sensación de que vamos a ganar, nuestros cuerpos lo hacen perfecto. Y tus ojos pueden hacerme nadar. Por otra parte, todo parece nuevo. Apenas puedo contener mí la lengua, por decir lo menos, me gustas.

2. Y tus ojos, están diciendo más de lo que podemos hablar y más cálidos que nuestro deporte de dormitorio.

3. Y tus muslos son besos del exterior, chica, es todo lo que necesito.

4. Pequeña muerte.


Solo quiero decir que te amo, y me encanta escribir contigo. #TuSaltasYoSalto

Pdt: gracias por dejarnos sus hermosos comentarios, esperamos que también nos dejen su amor en muchos de ellos en este capítulo. Queremos saber qué les pareció y si quieren más.

Les quiere mucho, Sol y CoronaMerce.