Huir, correr, escapar, eso siempre se le había dado muy bien, a fin de cuentas era lo que había hecho siempre, huir de la vida política que su madre le quiso imponer, huir de las relaciones estables de cualquier índole metiéndose en oscuros trabajos con la INTERPOL, huir de Ian Doyle, huir de las secuelas de aquella relación, huir de la UAC, huir de Ian Doyle otra vez, y ahora, huir de Aaron Hotchner.
Dejó la copa en la barra y salió disparada, lo más rápido que su ajustado vestido en conjunto con los tacones le permitían. Cruzó entre las personas, empujándolos si era necesario, y en medio de su andar miró atrás, solo para obsérvalo a pocos pasos de ella, la seguía, lo que significaba que la había identificado.
—¡Eh! —Su voz llegó a sus oídos. Tan gruesa, firme y autoritaria como la recordaba.
Y también, aceleró los latidos de su corazón, como tantas veces le había sucedido en el pasado.
Salió a la calle, acariciada por la fría brisa de la noche, con su voz resonando otra vez en sus oídos, en su cabeza. Iba a echarse a correr, cuando su grito, cargado de desesperación volvió a sonar, está vez arrullado por la oscuridad.
—¡Prentiss, espera!
Se detuvo en seco. ¿Emily Prentiss aún existía? Ni siquiera ella misma podía saberlo ya.
—Prentiss... —le oyó de nuevo, está vez en un susurro ahogado, sin aliento, como si estuviese procesando la realidad.
Y así fue, no solo para él, las lágrimas quemaron sus ojos al sentir su cálido tacto cerrándose en su muñeca, llenándola de esa vida, ese calor, que tanto había añorado en los últimos meses, y que fuese justamente él le removía cada uno de sus olvidados sentimientos. Se dejó girar por su jefe, hasta quedar frente a frente, con sus ojos marrones admirando su nueva imagen.
—Hotch... —exhaló, como si fuese el último aliento.
Y lo fue, al menos fue lo último que hizo antes de tirarse a su brazos. Su aroma, sus palmas acariciándola, le dieron la bienvenida. Tenía un montón de preguntas, de dudas, pero se sentía tan bien entre aquellos brazos, que prefirió callar un instante, disfrutando, sin saber si aquel cálido abrazo volvería a suceder.
—¿Cómo es que estás aquí? —preguntó sin dejarle. La idea de que todo había acabado le hizo mirarlo, ilusionada —¿Has venido por mí? ¿Doyle está muerto?
Pero su mirada llena de lástima, vergüenza, y tristeza le dio todas las respuestas.
—No podemos hablar aquí —dijo, tan estoico y discreto como lo recordaba.
Asintió, no dijo nada más. Salió de sus brazos, de su calor, para conducirlo a su apartamento, en silencio, sin siquiera mirarse. Ambos estaban procesando aquel encuentro, pero por encima de todo, el resurgir de los sentimientos que tanto se habían esforzado por esconder en el pasado.
Al abrirle la puerta observó el olvidado desastre que había hecho horas atrás, todo estaba hecho añicos, y su primera reacción fue mirar a Hotch, seguía imperturbable, como si esperaba aquello.
—Lo siento... —murmuró completamente avergonzada.
—Tranquila —posó su mano en medio de su espalda para llevarla a dentro.
Todo aquello era un riesgo, él no debería estar allí, le había prometido a JJ que sería rápido, discreto, y tras su encuentro en el bar el resultado había sido totalmente opuesto, pero ya estaba ahí, no había marcha atrás.
Cerró la puerta de tras de sí, y se concentró en mirarla, en busca de la Emily que había conocido, tras esos falsos ojos verdes, la peluca rosa, sus largas pestañas, y el desastre que los rodeaba.
¿Dónde estaba?
¿Por qué demonios estaba vestida así?
¿Qué había ido a buscar?
—Emily... —la llamó, con un huracán de sentmientos buscando burlar los muros de su faceta imperturbable.
—Emily está muerta —le contestó con dolor —Mi nombre es Camille Dupont.
—No estás muerta —Un deje de dolor en su voz, hizo que sus ojos se llenasen de lágrimas.
—Así me siento, Hotch.
Dominado por sus sentimientos, estiró su mano hasta alcanzar la punta de sus dedos, tomadolos, palpando la fría temperatura de su piel, sin poder resistirse tiró de ellos para cerrar la distancia y envolverla entre sus brazos.
Su palma le acarició la piel descubierta de su espalda, frotándola con dulzura hasta llenarla de calor. Sintió las lágrimas mojando su camisa, pero no le tomó importancia, la estrechó más, y en un cariñoso impulso, dejó que sus labios se posaran en la coronilla de su cabeza dándole un suave beso.
Se quedó en el sitio, abrazándola hasta que la serenidad volvía a llegarle, ya no lloraba, ya no respiraba intranquila, estaba totalmente relajada entre sus brazos, y él, él no deseaba soltarla.
—¿Qué haces aquí, Hotch? ¿Cómo está el equipo? —le interrogó calmada, buscando su rostro, sin salir de sus brazos.
—He tenido que viajar y al saber que haría escala en París, no quise desaprovechar la oportunidad para verte —Tomó ambas manos entre las suyas, llenándola de calor —Para recordarte que no estás muerta, que no estás sola —finalizó, con completa sinceridad.
—Llegas tarde —Sin querer que se lo tomase como un reproche —Emily murió, Doyle acabó con ella, no con una estaca, sino al dejarla desterrada, en la oscuridad del olvido, lejos de sus amigos, de su familia, de su equipo, de las personas que ama.
Emily muerta, era algo con lo que su mente no había podido lidiar, pero ante sus palabras, notó que ella tenía parte de razón, ¿Cuánto podía quedar de ella después de lo sucedido? ¿Cuando le tocase volver sería la misma Emily? ¿Realmente estaba viva la Emily que había amado en secreto?
Aquella pregunta casi explotó su mente. Jamás se había permitido siquiera pensarlo, solo sabía que sus sentimientos habían estado ahí, ocultos tras un montón de peros, excusas y heridas del pasado. Pero..., ¿Ahora era demasiado tarde para dejarlo salir?
¿Qué haría con tanto amor si ya no podía expresarlo?
No. No podía dejarlos perder ¡No podía perderla a ella!
Tomó sus mejillas, tirando por la borda el estoicismo que le caracterizaba. Emily necesitaba a un hombre real, sin facetas, sin muros, que la reanimara, que le ayudara a volver a la vida.
—Yo sé que no estás muerta, yo no te he olvidado —Secó la lágrima que escapó de sus ojos —Y ahora estoy aquí, contigo, porque tampoco te he dejado de querer.
