Petunia les había prohibido a los dos niños que entraran a la cocina porque podrían lastimarse. ¿Con qué? Dudley no lo sabía y hasta el momento no quiso cuestionarla. Después de todo, nunca se había herido y no podía evitar estremecerse al imaginar lo horrible y doloroso que sería su primera lastimadura.
Ese pensamiento lo frenó hasta que vio que su madre llevaba al raro de su primo a la cocina. ¡Era un mes mayor que él! ¿Cómo Harry, siendo menor y menos importante que él, podía entrar allí y él no? ¡Dudley también quería ver la cocina! ¡Quería ver a su madre cocinando las abundantes y deliciosas comidas que siempre hacía! ¡Era tan injusto!
El "pequeñito" Dudley, como diría su madre, expresó sus pensamientos, como cualquier niño; sin embargo, su tono, su llanto y el volumen de sus chillidos disminuyeron y echaron cualquier atisbo de ternura que alguna persona podría tener al ver a un niño hacer un pequeño berrinche.
El berrinche de Dudley definitivamente no era pequeño. Más bien podría haberse escuchado a una cuadra del número 4 de Privet Drive, lo cual no sería sorprendente para nadie de los vecinos, puesto que todos ellos habían tenido la desgracia de presenciar de primera mano los numerosos berrinches del bebé Dursley.
Una madre podría haber suspirado y calmado a su hijo para luego castigarle sin postre por dos días y explicarle por qué no podía quejarse de todo y esperar a que le solucionaran la vida en cada ocasión; otra madre simplemente podría haberle pegado una cachetada para callarlo.
Petunia Evans Dursley no era ninguna de esas dos madres.
—¡Oh, mi bebé! —exclamó mientras se apresuraba a salir de la cocina para ir a abrazar a su hijo, quien de inmediato sonrió: su mamá le daría besitos y solucionaría todo como siempre.
Cuánto la amaba.
Dudley se calmó lentamente mientras escuchaba las promesas de mover la mesa a la cocina, así no tendría que preocuparse por no ver de primera mano cómo se cocinaban los alimentos. ¡Además de que tendría la oportunidad de comer allí mismo!
Petunia solo sentía alegría por que su pequeñito se interesara en la cocina, olvidando los posibles accidentes que podrían ocurrir si agarraba un cuchillo o se acercaba demasiado al fuego.
¡A su pequeñito le interesaba la cocina!
Notas:
— Ahora que lo pienso, siento más empatía por este Dudley, ya que sus berrinches son justificables porque es un nene de cuatro años que piensa como un nene de cuatro años. Es decir, no un nene de once que hace berrinches como si tuviera cuatro.
— Espero que estos dos capítulos sean introducciones satisfactorias a las vidas de Harry y Dudley.
