El coleccionista
Sumario: Algo extraño está sucediendo con Draco. Al menos, Harry sabe que el Draco que él conocía en Hogwarts no permitiría que lo tratasen de esta manera.
Género: Drama/Romance.
Claves: Casefic. Drarry/Harco. Post-Hogwarts. EWE. Harry sí es Auror, Draco tiene problemas…y adiós canon.
Disclaimer: Si HP fuese mío, esto sería canon. Ya que no lo es, saben lo que significa.
II
—Mione, ¿es cierto que las reliquias hechas por duendes sólo las pueden reparar los duendes?
—Eso he oído —Su amiga, que revisaba una pila de documentos desde el otro lado de la encimera de Grimmauld Place, su nuevo lugar habitual de los sábados en la mañana, se detuvo un momento, para observarlo con el ceño fruncido—. ¿Rompiste algo de los Black, Harry?
Él se apresuró a negar, antes de que lo acusase de algún desastre.
—No, no, no es para mí.
Por suerte, no hizo preguntas, a pesar de que le dirigió una mirada curiosa durante varios segundos, antes de continuar con su tarea voluntaria.
—0—
—…es absurdo, es simplemente absurdo.
Zacharias Smith, uno de los pocos Inefables con que mantenía contacto en el Departamento aliado, ocupó un espacio libre en su escritorio, en lugar de la silla frente a él, que estaba llena de libros e informes que Harry todavía no acomodaba, y no tenía intenciones de hacerlo tampoco.
—Dicen que no hay presupuesto para el intérprete para el caso Durand, pero tampoco van a dejar que los Inefables nos encarguemos en su lugar —Meneó la cabeza, con la misma exasperación con que hablaba de cada una de las fallas que le encontraba al sistema desde que ingresaron a sus respectivos puestos en el Ministerio—. Vas a tener que solucionarlo, Potter, no dejan de atarme de manos.
El "caso Durand" era la desafortunada circunstancia de un criminal francés que encontró refugio en Inglaterra, y al toparse con uno de los Aurores en patrulla, entró en pánico y lo atacó hasta matarlo. El Ministerio francés quería enviar un embajador para brindar más información respecto al caso, esa que las autoridades extranjeras lograron reunir y ellos todavía no, y de cierto modo, servir de observadores, jueces, y para apremiar la captura del sujeto.
Harry no estaba muy seguro de qué hacer cuando se enteró de que tendría que organizar la reunión.
—0—
—Oye, Mal- Draco —Hermione pareció reconsiderarlo a último momento. Tenía una cucharilla de postres en la mano cuando se puso de pie y comenzó a hacer señas con la otra. Su esposo y Harry intercambiaron miradas.
Estaban de regreso en el restaurante a las afueras del Ministerio. Después de semana y media de haberle perdido la pista por completo, Draco volvía a aparecer con sus trajes hechos a la medida por el local.
Al escucharla, miró alrededor, como si creyese que se trataba de un error, o como si buscase auxilio en alguien que no podía encontrar, así que Hermione insistió.
—¡Hey, Draco! Ven aquí un momento, por favor. Es importante.
—Y aquí viene con su C. E. M…—Oyó murmurar a Ron, que se ganó un "¡shh!", cortesía de su esposa y futura madre de su hijo.
—¿C. E. M? —repitió Harry, organizando las siglas dentro de su cabeza.
—Causa de los Ex-Mortífagos —indicó ella, sonriente—. Corto, sencillo, suena bien. Es la mejor combinación que se me ocurrió…ah, ¡sí! Draco, siéntate un momento.
Al alcanzar la mesa, Draco arqueó las cejas, volvió a dar un vistazo alrededor, luego a cada uno de ellos y a la cuarta silla, que podía ocupar.
—Siéntate, siéntate —decía Hermione, entusiasmada.
Harry aprovechó el paso de un camarero para pedir un trozo de tarta de melaza, porque le quedaban cuarenta minutos del descanso para comer, y estaba seguro de que aquello iba para largo. Mejor entretenerse y dejarla hablar. Ron debió llegar a la misma conclusión en cuanto vio que convencía a Draco de sentarse frente a ellos, porque hizo regresar al mesero para pedir otra ración de pudin.
—No tengo mucho tiempo, Granger —explicó Draco, entre dientes. Hermione sonreía.
—Granger-Weasley —Y le mostró el anillo de matrimonio, a manera de prueba, ignorando el cómo rodaba los ojos ante la imagen. Se reclinó en el asiento, acariciándose el vientre de forma distraída, sin dejar de verlo, y tras unos instantes silenciosos e incómodos, en que el camarero tuvo el buen juicio de llevarles sus pedidos deprisa, volvió a inclinarse hacia adelante—. Quiero que sepas que me asignaron tu caso esta semana en el Departamento de Ley Mágica.
Aquello capturó su atención. Harry lo supo por la manera en que paró de buscar alrededor y se fijó en la bruja.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Me parece excelente lo que Blaise y tú están intentando —comentó ella, con más dulzura, e incluso Harry tuvo que reconocer que sonaba a que sí creía en la nueva causa. Sospechaba que habría reuniones a las que tendrían que asistir e ideas en las que debían apoyarla, en especial desde que cuando no se sentía querida, empezaba a sollozar y terminaba por enviar un patronus a Molly, que les jalaba las orejas a ambos por su falta de tacto con una mujer en estado, decía—; estudiar con horarios tan desorganizados debe ser duro, y sé que no han querido que presenten los exámenes prácticos. A ti, en particular, te tienen bajo un régimen demasiado estricto y…
—Dime algo que no sepa —La interrumpió Draco, de pronto.
Ron hizo ademán de intervenir también, pero su esposa le colocó la mano en el brazo y lo retuvo.
—Quiero decir que tienes mi apoyo. Igual que él, igual que Pansy.
Por un momento, la mesa se quedó sumida en un silencio absoluto, sepulcral. Ni siquiera Ron se atrevió a engullir su pudin, ni las respiraciones de los cuatro alteraron el ambiente entre ellos.
—Escucha, Granger, debería decir que lo aprecio, pero la verdad…
—Oh, ¡es que no has visto esto todavía! Presenté una solicitud de reconsideración ayer por la tarde. Tengo una semana para el informe, dos de recolección de datos…—continuó Hermione, conforme rebuscaba en uno de sus característicos bolsos con hechizos expansibles, hasta que dio con un pergamino enrollado, que sacó y desdobló sobre la mesa, apartando los platos de postre de ambos, y dándole la vuelta para que Draco pudiese leerlo. Apuntó el principio—. Estas son las primeras firmas que mi petición ha recibido.
Draco se inclinó, leyó, y después levantó la mirada hacia ellos, alternándola entre Harry y su mejor amigo, con un toque de incredulidad que no disimulaba del todo.
—Weasley y Potter firmaron esto —susurró Draco, como si no estuviesen presentes y creyese que se trataba de un error.
Junto a él, Ron se atragantó con una cucharilla de pudin. Oh, así que para eso eran las firmas que Hermione les pidió en la mañana.
Mientras tanto, la bruja asentía.
—Sí, y también Cho Chang, Percy Weasley, Zacharias Smith, Terry Boot, el Ministro…
—¿El Ministro firmó esto? —Draco le dio otra ojeada apresurada, hasta dar con uno de los nombres en el centro del pergamino. Hermione no dejaba de sonreír.
—Le hablé de esto, todos están completamente de acuerdo. Están intentando hacer un bien, no es justo que los traten como convictos por actos de hace diez años, que ni siquiera fueron voluntarios —Ella bufó, indignada, y se metió a la boca una cucharada de brownie tan grande que era sorprendente que no se manchase—. Éramos sólo niños, todos, no sabíamos qué más hacer, y ninguno pudo haberla tenido fácil, con los demás diciéndoles "mortífagos" y tratándolos de malos por ser de Slytherin. Ni siquiera intentamos darles una oportunidad, ¿cómo íbamos a esperar que no cayeran en el otro bando?
Ron y Harry observaban, boquiabiertos, a la mujer sentada en medio de ambos. Draco no lucía menos asombrado. Ella nunca había hablado de ese tema, no con ellos, y ninguno estaba consciente de que tuviese tales opiniones al respecto.
Draco fue el primero en reaccionar. Carraspeó, se enderezó en el asiento, y con cuidado, volvió a enrollar el pergamino, que le ofreció luego a ella.
—Pansy- ella se va a poner feliz —murmuró, ligeramente vacilante.
Harry supuso que era lo más cercano a un agradecimiento que podrían esperar de su parte, y su amiga debía saberlo, porque asintió con una sonrisa dulce.
—Su informe dice que quiere aplicar a la Academia de Medimagia, ¿cómo le va?
—Bien, creo —Draco arrugó apenas el entrecejo, como si acabase de caer en cuenta de que aquella se convertía, poco a poco, en una plática demasiado corriente para sostenerla con ellos—, bueno, no la dejan ingresar por sus antecedentes familiares. Le dijeron que tomase otro apellido, uno no relacionado a esto, pero…no es buena idea.
—Hablaré con el Ministro —Hermione se terminó su pastel de chocolate, miró alrededor en busca del mesero, probablemente para hacer otro pedido, y al no hallarlo, colocó su mano sobre el dorso de la del antiguo Slytherin, y le dio un leve apretón—. Conversemos de esto cuando vuelvas a pasar por aquí, ¿de acuerdo? Hay mucho que quisiera preguntarte, y a Blaise y Pansy, para seguir con las peticiones.
Draco bajó la mirada hacia sus manos unidas sobre la mesa. Se apartó lento, se aclaró la garganta, y se puso de pie con un asentimiento inclusive más tenso que el resto de su postura.
Cuando lo vieron alejarse, Hermione entrechocó las palmas.
—Eso salió bien —sentenció la bruja, pero Harry y Ron, que intercambiaron miradas a su espalda, no estaban seguros de qué había salido bien.
—0—
El día de la reunión con el embajador francés había llegado, y Harry se se preguntaba por qué el Departamento de Aurores tenía presupuesto para una cafetera, al más puro estilo muggle, y entrenamientos al aire libre para los novatos, y no un intérprete. Un maldito intérprete. No pedía que le diesen recursos para ganar una guerra mágica, sólo alguien que le explicase lo que el otro mago estaba diciendo, para no dedicarse a mirarlo con cara de idiota durante toda la reunión.
—…bueno, jefe, es que se supone que usted tenía que cuidar el presupuesto, ¿recuerda? —mencionó Dennis, uno de los novatos, cuando lo vio enfurruñado en la oficina.
Y pese a las negativas irritadas de Harry, una vez que se fijó en el papeleo que adornaba su mesa y los estantes aledaños, cayó en cuenta de que, efectivamente, la firma del Departamento de Aurores para comprar la bendita cafetera, era la suya, y en ningún lado se le ocurrió pedir un intérprete.
Oh, bien, aquello era un nuevo nivel de descuido. Era cierto que llevaba alrededor de una semana en que dormía poco menos de tres horas, tenía pesadillas, y sus comidas eran dispersas y en pocas cantidades, cuando no almorzaba en el restaurante con sus amigos, pero, por lo general, no fallaba en el trabajo de ese modo.
Enojado consigo mismo, se dirigió a la oficina de Ley Mágica, para pedir auxilio de último momento a Hermione. Quedaban cuarenta y cinco minutos para que el embajador pisase el Ministerio inglés, y la bruja no estaba en su oficina.
Quería llorar.
—0—
Faltaban veintidós minutos exactos cuando, en un arranque de inspiración, se acercó al restaurante y la encontró. Fuera de la hora de almuerzo, no esperaría ver a Hermione en una de las mesas, con la cantidad de trabajo que tendría pendiente dentro del Ministerio; sin embargo, cuando localizó a sus dos acompañantes, sentados en el otro extremo, se hizo una idea de por qué estaba fuera de la oficina tan temprano.
Pansy, pálida, demacrada y ojerosa, le decía algo que era disimulado por un buen muffliato colocado con anticipación, y la otra mujer no dejaba de escribir con un bolígrafo muggle en una libreta de cuadros. Draco estaba en la silla junto a su compañera, cruzado de brazos, con aire más cansado que enojado. De vez en cuando, miraba hacia otra mesa de forma disimulada, y luego se fijaba en ellas de nuevo.
Harry no se molestó en tener falsas consideraciones y cortesías cuando se detuvo junto a la mesa, arrastró una silla para sentarse a la inversa, y saludó con un vago gesto a los antiguos ex Slytherin.
—Mione —llamó, deteniéndola, a la vez que apoyaba los brazos sobre el respaldar de la silla—, ¿hay un hechizo que sirva para que entienda el francés?
—El francés, en específico, no —susurró ella, pensativa, dándose toquecitos con el bolígrafo en el labio inferior. Harry emitió un sonido frustrado y se pasó las manos por el cabello, ganándose tres pares de miradas curiosas—. ¿Por qué, Harry? ¿Con quién vas a hablar?
—El embajador de Francia viene en un rato…
—¿Y por qué no usas el traductor portátil? —Hermione parpadeó, extrañada.
Harry recordaba la última vez que lo llevó a una reunión. El "traductor portátil" era un aro que se colocaba sobre el cartílago de la oreja y hacía que el oído interpretase las palabras como si fuesen dichas en el idioma natal del destinatario; era muy utilizado por Aurores en misiones de incógnito.
Pero a los franceses y alemanes (¡bendito Merlín, los alemanes…!) no les gustaba que los llevasen en sus reuniones. Los consideraban algún tipo de ofensa ya que sus embajadores, por supuesto, sí manejaban el inglés. De ahí que los Inefables más experimentados o el Ministro tomasen esas reuniones, y no Harry.
Si el año anterior lo sacaron de la sala, no quería imaginar lo que harían si le decía al embajador francés un "oye, sé que todos tus informes están en francés, pero tú hablas inglés, ¿por qué no me los explicas así, y entre nosotros nos entendemos?".
Cuando se lo contó a su amiga, Hermione terminó por suspirar.
—Bueno, supongo que cada país tiene sus normas de cortesía…
—Y yo olvidé el presupuesto para el intérprete —confesó Harry luego, arrepintiéndose al instante, porque se percató de que su amiga le fruncía el ceño. Por suerte, el regaño que se avecinaba fue interrumpido por Pansy, que se inclinó hacia adelante.
—Draco habla francés fluido desde niño —Y palmeó el brazo de su amigo. Ahora era ella quien se ganaba una mirada desagradable del mago—, ¿es importante?
Harry observó a uno y al otro, y después a Hermione.
—Mientras le hagas prometer no divulgar la información…—aclaró Hermione, encogiéndose de hombros—. Un acuerdo de confidencialidad mágica basta.
—Es muy importante —Casi lloriqueó Harry, ya que tenía el "permiso" de Hermione.
Draco empezó a alarmarse al no obtener una negativa.
—Il réalisera! —siseó, mirando a su compañera.
—Il ne vous dérangera pas et vous serez plus en sécurité avec eux —replicó Pansy, negando. Luego se dirigió a ellos de nuevo, en inglés—. Puede oír todo y explicarte después, si- —Pansy hizo una breve pausa, en la que vio a su amigo y después a ellos. Sonrió— nos consigues una mesa en ese restaurante lindo y nuevo del Callejón Diagón.
—¿El fénix azul? —indagó Hermione, intrigada—. No hay mesas disponibles en semanas, Ron me iba a llevar…
—Tienes que pagar una buena suma para que desocupen una mesa para ti —Pansy chasqueó los dedos—, y por supuesto, tú invitarías la cena. Pero eso no es un problema para ti, Potter, ¿cierto?
Harry boqueó. Draco miraba hacia las mesas contiguas de forma disimulada y las dos brujas esperaban su respuesta.
Supuso que aquello le enseñaría a sacar bien los presupuestos la próxima vez.
—0—
De nuevo, el cambio era automático. Aterrador, opinaría Harry para sí mismo.
Draco era todo cortesía, palabras dulces y sonrisa fácil. Habló con el embajador como si fuesen amigos desde siempre, le dio un vistazo a los informes que ofrecía, tomó notas en un pergamino con una vuelapluma, hizo preguntas en un francés fluido, perfecto y lleno de esos sonidos nasales que a Harry tanto le perjudicaban. Quien los hubiese visto, uno ensimismado en la explicación del caso, el otro incómodo en la silla, pensaría que la reunión era para Draco, no para él.
Al terminar, Draco le tendió los rollos de pergamino, que tenían la conversación completa traducida del francés, y le dijo que, por Merlín bendito, no se le olvidase el presupuesto otra vez. Harry juró que intentaría recordarlo.
Acordaron cenar en tres días.
—0—
Harry no había entrado antes al Fénix Azul, inaugurado apenas hace dos meses, porque tenía esa mala costumbre de vivir de la cocina de Kreacher durante la semana y atragantarse en La Madriguera los sábados y domingos, cortesía de Molly. Era más práctico que vestir una capa para ir a cenar.
El local era amplio, con el suelo y techo de espejos, las paredes de un blanco inmaculado y cientos de candelabros mágicos, que proyectaban la luz hacia el resto de los cristales y hacían que fuese difícil mantener los ojos abiertos entre tanto resplandor y claridad, hasta después de haberse acostumbrado. Mesas redondas, de manteles hechos a mano, y las sillas más acolchadas en que se sentó en su vida. Aun así, no estaba convencido de que valiese los treinta galeones de la reserva (diez por cada comensal, precio especial por ser Harry Potter), ni los muchos más que sabía que abandonarían las bóvedas Black y Potter, nada más darle una ojeada al menú que le entregaron.
Llevaba la mitad de una copa de quién-sabía-qué, de color blanco pálido y sabor dulce y suave, cuando una de las sillas frente a él se movió y Draco se sentó. De nuevo, iba con una de esas capas que parecían ajustarle como si fuesen hechas para él. Solo.
—Pansy no pudo salir —Lo decía con amargura, sin despegar los ojos de la mesa entre ambos—; puedes quedarte a comer, deja que pida algo, intentaré hacérselo llegar, y…
—¿Por qué? ¿Tienes prisa? —Harry habló sin pensar, y ya que daba por hecho que se quedarían solos, volvió a revisar el menú, con mayor interés. El estómago le rugía desde el último sorbo a la copa— ¿alguien te espera?
Draco dio un pequeño, apenas perceptible, brinco. Estrechó los ojos, y Harry se preparó para el comentario mordaz que seguro llegaría, pero luego él mismo se contuvo y bufó.
—No seas idiota, Potter.
Harry rodó los ojos.
—Mira, no sé tú, pero yo me muero de hambre —Los abarcó a ambos con un gesto, luego le restó importancia—. Si ya tienes la mesa, come y presúmele que tú viniste al lugar nuevo y ella no.
Lo vio negar, con una sombra de sonrisa en el rostro.
—Tienes hambre porque te dieron Abre-Bocas —puntualizó Draco, tras un momento. Señaló la copa blanca, que Harry acababa de llenar de nuevo, y luego se dedicó a examinar el menú por su cuenta.
—¿Qué es un Abre-Boca? —Aunque el nombre le daba una idea, decidió preguntar.
—Una poción sin color, sabor ni olor, que se vierte en las bebidas para suavizarlas y abrir el apetito en los restaurantes caros.
Lo explicó como si fuese natural, cosa de todos los días. Harry frunció el ceño al ver el líquido blanquecino.
—No puedo creer que me echaron una poción a la bebida para hacerme comer más.
—Los mejores lugares lo hacen —replicó Draco, sin mostrar el menor interés en él—, ¿cómo crees que se mantienen?
—Eh, ¿con comida de buena calidad?
Draco soltó un bufido de risa y hasta ahí llegó la conversación. Cenaron en un silencio tranquilo, interrumpido apenas por el tintineo de cubiertos, palabras del mesero y sus respuestas.
Harry agradeció que, por alguna razón inexplicable, no se sintió incómodo. Draco tenía modales impecables y comía con una calma inaudita, pero ni una vez corrigió, o hizo comentario alguno, de los suyos. También se percató de que, cada poco tiempo, al acabar un platillo, se distraía tirando de la cadena plateada-dorada que llevaba en el cuello.
Al finalizar, se despidió con la cortesía más impersonal que existía, y se Apareció a las afueras del local, con una bolsa de papel en que llevaba un postre para Pansy.
—0—
Situaciones similares se repitieron en las tres semanas posteriores, el tiempo que les llevó dar por cerrado el caso Durand. Cuando el embajador francés quería tener una charla, Harry conjuraba un patronus, y esperaba a Draco en el Atrio; él siempre se demoraba de diez a treinta minutos, iba bien vestido y con aspecto de no haber tenido necesidad de andar con prisas para llegar allí. Incluso las dos ocasiones en que pidió audiencia nocturna, a eso de las once, Draco habló con suavidad frente al embajador, aunque luego, una vez solos y fuera del Ministerio, masculló sobre lo desconsiderado que era el malnacido. A Harry le hizo tanta gracia el cambio que se echó a reír, y no supo explicarle por qué.
Así, el día en que el escuadrón 7 y el escuadrón 11 acorralaron al criminal y lo capturaron, fue un momento digno de celebración dentro del Ministerio. En especial, porque el embajador que tanto los hartaba no tenía motivos para permanecer allí por más tiempo.
Harry envió otro patronus a Draco, invitándolo a cenar al Fénix Azul, si estaba desocupado, y diciendo que invitase a Pansy, si quería. Otra vez, apareció solo, y le mencionó que ella no podía salir.
Comieron mayormente en silencio, después de que le hubiese hablado de la resolución del caso, porque era justo que ambos se quejasen del horrible embajador. Pocos comentarios interrumpieron el acuerdo tácito de conservar la tranquilidad de su mesa luego de eso.
—¿Te gusta el chocolate? —Se le ocurrió preguntar en algún momento, cuando iban por el postre.
Draco arqueó las cejas.
—¿A quién puede no gustarle el chocolate, Potter?
Harry sonrió y le concedió la razón. Tuvieron una pequeña discusión, en que Draco intentaba, en vano, enseñarle los postres extranjeros con sus complicados y graciosos nombres, y fue ese momento de distracción, el que no lo dejó notar el encantamiento levitatorio que alguien murmuraba cerca de ellos.
Lo vio un segundo antes de volcarse. Draco también se dio cuenta tarde, cuando lo tenía sobre la cabeza. Al instante siguiente, una de las botellas de Abre-Boca se vaciaba sobre su cabello rubio y la capa oscura.
—Qué desgracia —Escuchó decir al culpable. No tenía idea de quién era—, también dejan entrar a la basura del mundo mágico a este lugar.
El hombre se rio, hasta que notó que Harry estaba al otro lado de la mesa, frunciéndole el ceño. Con un resoplido despectivo, hizo ademán de caminar de vuelta a otra mesa, pero fue derribado por un hechizo zancadilla, que lo hizo caer de cara contra una mesa de dulces y llenarse de crema.
Harry parpadeó, aturdido. Sabía que no fue él. En el lado opuesto de la mesa, Draco, sin abrir los ojos y con la varita entre los dedos, acababa de realizar el encantamiento sin pronunciar una palabra.
Lo siguiente que supo fue que se armó un alboroto. Los empleados se acercaban, el hombre gritaba, exaltado, lleno de caramelo y melaza, y exigía que echaran a ese Mortífago y vieran lo que había hecho, y Harry estaba parado en medio de ambos, en un intento de mantener el orden público.
—No lo ataques —musitó, entre dientes, apartando a Draco, que todavía goteaba el líquido de la botella y parecía más que dispuesto a maldecir a alguien—, no lo ataques. Vas a ganar aquí y a perder en el Ministerio, Draco.
Draco se puso más rígido tras él. El mago se echó a reír.
—Sí, haz lo que te dice. Sólo para eso sirves, para ser la perra-
—Señor —Harry alzó la voz y tuvo la absurda impresión de que, sin necesidad de un sonorus, el sonido retumbó en el local—, como Auror, debo pedirle que se detenga en este momento y salga de estas instalaciones, o me veré en la obligación de llevarlo al Ministerio.
—¿Ah? —El mago formó un rictus de desprecio, que no le pasó por alto— ¿bajo qué cargo?
—Agresión.
—¡Agresión! —estalló el mago, alarmando a algunos comensales que, hasta ese momento, intentaron mantener la calma— ¡darle lo que se merece a un asesino no debería contar como agresión de ningún modo!
Más adelante, Harry sólo recordaría que la sangre le hervía cuando mandó a llamar a Dennis, que tenía turno de noche, y envió al hombre al Ministerio bajo "agresión" e "intento de ataque a un funcionario público (Auror)", y al novato enrojeciendo al ofrecerse a procesarlo él mismo.
—¡Es que cómo se le ocurre intentar atacarlo, jefe…! —exclamaba Dennis, llevándoselo.
Bueno, tal vez lo último lo exageró un poco.
—0—
Draco se escabulló del local por la puerta de atrás, cuando llegó el novato del escuadrón 7, así que Harry no estaba sorprendido de encontrarlo caminando en línea recta, de ida y vuelta, en el callejón detrás del Fénix Azul.
Tenía la varita todavía entre los dedos y un encantamiento de limpieza y secado devolvía su cabello y ropa casi al estado anterior al incidente. En la otra mano, sostenía la pieza rota que le colgaba de la cadena, presionada cerca de los labios. Creyó ver que murmuraba contra ella.
Harry apoyó la espalda contra la pared más cercana y esperó a que se percatase de su presencia y se detuviese. No hizo lo último. En la oscuridad, le era imposible distinguir que tenía el rostro rojo por la rabia.
—Se lo llevaron al Ministerio —avisó, tan suavemente como era capaz. Ni siquiera a él o uno de sus amigos, que estuvieron encerrados por Mortífagos, se les habría ocurrido montar semejante acto. Era estúpido.
—No va a pagar ni una mísera multa cuando diga mi nombre, Potter, lo sabes.
—Le avisaré a Hermione para que se asegure de que sí pague —prometió Harry. Draco frenó y giró hacia él; tampoco podía identificar la expresión que tenía—. Es posible que tengas que presentarte y hablar de lo que hizo, y si estás calmado y no lo agrades como él a ti, van a…
Draco resopló.
—¿Cuándo te convertiste en la jodida voz de mi consciencia, Potter?
Harry se rio, encogiéndose de hombros.
—Viene en el paquete de Auror, supongo.
No respondió. Un grupo bullicioso pasó por la entrada al callejón, sin notarlos. Draco tiraba de la cadena plateada-dorada en un movimiento que, los años de entrenamiento y observación de Harry, sólo pudieron llamar "compulsivo".
—¿Sigue rota? —preguntó, ya que no tenía idea de qué más decirle.
Draco se tardó unos instantes en reaccionar.
—Te lo dije, los duendes piden algún tesoro a cambio de las restauraciones.
Y yo no tengo nada, quedaba implícito. Harry se mordió el labio, cambió su peso de un pie al otro, y aunque sabía que no era responsable de nada, se sintió un idiota por mencionarlo.
—¿Sabes? Conozco a un duende, no es muy amigable, pero él podría…
—No lo intentes, Potter, en serio —interrumpió Draco, ocultando la cadena dentro de su capa recién limpiada por magia—. Ya veré cómo lo resuelvo.
De nuevo, sin saber qué decirle, lo vio darse la vuelta, alisarse los pliegues inexistentes de la ropa, y caminar hacia la salida del callejón. Antes de Aparecerse, sin embargo, lo miró por encima del hombro.
—Me gustó la comida, antes de que llegase el imbécil —comentó, quizás con cierta vacilación, y bufó—, pero de verdad, Potter, si ya conoces el truco, no tomes tanto Abre-Boca. Parece que vas a dejar al restaurante sin comida.
Harry aún sonreía cuando su figura se esfumó.
Si les diese la traducción de las frases en francés, ¿dónde estaría el misterio? /corazón, corazón
