Y comenzamos al fin.
Les traigo un pequeño drabble sobre mi maravilloso Yuuji Itadori. ¿Ya mencioné que lo amo con mi alma? Lo seguiría diciendo mil veces más (como para no amarlo! Es un solecito).
El nombre del drabble es Primera Vez, y sí, el título lo dice todo. Tengan en cuenta que no soy muy original con los títulos xD
Este apartado va dedicado a las maravillosas chicas de grupo Jujutsu, a quienes les tomé un gran cariño ️ no es mucho, pero es trabajo honesto, así que espero que les guste.
Sin más que decir los dejo con el pequeño escrito. Disculpen las faltas, no fue beteado.
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Las manos cálidas se deslizaban como culebras por tu piel, el calor aumentaba y el dolor disminuía. Sentías que algo se rompía poco a poco en tu interior, pero sus besos suaves y húmedos hacían lo posible por amainar esa sensación.
Él se abría paso dentro de ti; dolía, no estabas acostumbrada a sentir algo dentro, y el mito de las primeras veces no ayudaba a que el nerviosismo abandonara tu pecho. En tu interior esperabas que solo se limitara a eso, un vano mito, y que en realidad no doliera la penetración; pero la biología en el cuerpo femenino no estaba a tu favor, al parecer.
Habías leído decenas de testimonios para intentar saber con qué te encontrarías. Algunas chicas habían dicho que les dolió como el infierno, otras aseguraban que si la mujer se encontraba en un total estado de relajación, entonces no dolería. Otras testificaban que no habían sentido nada; todo dependía del cuerpo, de las dimensiones del órgano sexual que las penetrara y de otros factores que en estos momentos no pensabas recordar.
Ahora experimentabas tu propio testimonio: efectivamente dolía como el demonio, ardía con cada minúsculo movimiento, una pequeña lágrima te acarició la mejilla pero sus labios se la bebieron de inmediato. Sus besos suaves ayudaban a difuminar los miedos y disminuir el dolor; no esperabas menos de él.
Sus dedos se enredaron entre los tuyos, unió su boca a la tuya y se bebió tu paladar. No sabías besar muy bien todavía, pero aquel joven de hebras rosadas te había dado una pequeña clase en tu sofá esa tarde, cuando sus manos se colaron por debajo de la ropa y te acariciaron la piel desnuda. Mientras su boca succionaba tu lengua y el calor corría por tus venas como una descarga eléctrica; pronto las telas se habían vuelto innecesarias, y le permitiste deshacerse de ellas.
No recordabas con exactitud cuándo habían comenzado con los pequeños roces de manos y las indirectas que él apenas entendía, mucho menos cuándo habían interactuado por primera vez. Tu mente no evocaba más que la imagen de su rostro, contraído de placer y con las mejillas espolvoreadas de rojo, deleitándose con tus facciones.
Un movimiento lento te arrebató de los recuerdos, el dolor pinchó tu entrepierna. Apretaste con fuerza la mano que se adhería a la tuya y arqueaste apenas la espalda, él jadeó sobre tu oído.
—Itadori —suplicaste—, más despacio.
Itadori Yuuji tampoco tenía experiencia en ello, te lo había dejado claro cuando la ropa había comenzado a escasear en ambos.
« Es mi primera vez en esto» había dicho. Y manifestaste que no importaba, que también era tu primera vez, y que no te afectaría. Tal vez estabas un poco equivocada.
—Voy tan lento como puedo —respondió Yuuji sobre la piel de tu cuello, adornándote con un beso y una suave mordida.
Una mano se enredaba en la tuya, la otra se abría paso entre tus hebras desordenadas que se ramificaban sobre la almohada pálida. Yuuji se tomaba el tiempo de saborear cada centímetro que podía de tu cuello y el comienzo de tu pecho, mordía y chupaba todo a su paso, dejando minúsculos tatuajes morados como esquirlas de su transcurso por tu cuerpo.
Tu pecho se relajo, entonces aquello en tu interior se movió una vez más. El dolor permanecía, pero el calor de los labios de Itadori y la parsimonia de sus dedos en tu cuero cabelludo endulzaba la agria sensación contraria al placer; y otro movimiento suave te ardió por dentro.
—Mírame —pediste, y Yuuji obedeció atravesando tus facciones con sus ojos.
Mirarlo, tocarlo, besarlo; cada acción que involucraba tu piel contra la suya era el disfrute que necesitabas para apaciguar el dolor.
—Muévete —concediste el permiso.
Entonces Itadori obedeció y comenzó a moverse, inició un vaivén calmo que te robó el aliento por un breve segundo; todavía no había placer, eras incapaz de sentir satisfacción y calor más que en los dígitos del chico, acariciándote. Buscabas, anhelabas todo el contacto posible con él.
Hubo un punto en el que el ardor y la incomodidad comenzaban a disminuir, y poco a poco aquellos sentires eran reemplazados por una suave punzada de placer en tu zona íntima. Un pálpito satisfactorio anidó en tu vientre bajo, mientras el joven de cabello rosado aumentaba de a poco el ritmo de las embestidas; oíste su piel chocando con la tuya, y el calor se expandió por tus venas de pronto.
Yuuji murmuró incoherencias en tu oído, sus besos en tu cuello se tornaron más rápidos y húmedos, y los dedos que te acariciaban el cabello halaron de él con fuerza. Arqueaste la espalda todavía más; querías más, necesitabas más.
El de cabello rosado abandonó tu cuello y se hundió en tu boca, esta vez tú succionaste su lengua y él conoció tu paladar. Saboreaste algo espeso y salado entre el beso pero no le prestaste demasiada atención, te imaginabas lo que era, y no querías pensar en el hecho de que estabas probándote a ti misma de la boca de Itadori.
Recordar el músculo ágil de su boca deslizarse sobre tu sensible feminidad hace un rato provocó que una corriente estática serpenteara entre tus músculos como una boa.
Las embestidas eran rápidas y te tocaban hasta lo profundo. Ya no había dolor, y el calor palpitante en tu vientre bajo se intensificó de repente; la mano entre tus dedos te abandonó para deslizarse por tu abdomen cremoso y suave, reptar con urgencia por tu monte de Venus e ir más allá. Tu punto dulce externo recibió gustoso el dígito de Yuuji, que comenzó a mecerse sobre él.
Habías leído un poco sobre lo que eso significaba. Cada persona lo experimentaba de forma distinta, pues los cuerpos respondían diferente a cada estímulo; pero tenías en claro que estabas muy cerca del orgasmo.
—Itadori —jadeaste como pudiste sobre sus labios—, estoy cerca.
Vislumbraste sus facciones; el mentón firme del que era poseedor, los labios finos y sutilmente buenos en repartir besos, la nariz pequeña y los pómulos firmes, adornados de un suave tono rosado. Su boca ligeramente entre abierta, exhalando vaho cálido sobre tu boca frágil e inexperta; comprendiste que él estaba tan cerca como tú.
Te sorprendía saber que Yuuji no hablaba durante el sexo. Lo habías imaginado como el típico chico que susurraba dulzuras al oído, pero en lugar de palabras te había llenado de besos y toques suaves. Y eso, era todavía mejor.
Colocaste tus manos sobre su espalda y hundiste los dedos sobre la carne cuando el clímax acarició tu sexo. El de hebras rosadas dio unas pocas embestidas más y contrajo su cuerpo sobre el tuyo; hizo de su mano un puño sobre tus hebras largas y haló con fuerza nuevamente. Los dígitos en tu intimidad dejaron de frotar, y supiste que él también había alcanzado su orgasmo.
Ambos respiraron agitados, el cuerpo de Itadori se desplomó a tu lado sobre el colchón, su pecho subía y bajaba con rapidez.
—¿Estuvo bien? —cuestionó él volteando su cuerpo hacia ti, y te fue inevitable ver esos ojos marrones, luminosos.
—Estuvo bien —confirmaste
