Bueno, como ya advertí, quizás me demore más de la cuenta en actualizar este fic. De alguna forma va a salir, pero pido paciencia. Quería avisarles, y por eso la razón de la nota (no suelo hacerlas al principio), es que este fic tiene co-autoría. ¡YAGENI me está ayudando! Y un montón. Ella me dijo que iba muy al punto, centrándome en la pareja y que debía narrar más, así que para no ir a las apuradas, ella me está dando una mano enorme. ¡Espero que les guste el nuevo capítulo que hicimos entre las dos! Ah, por último… gracias 0-1-san por tu mensaje privado, de verdad me levantaste el ánimo y eres la razón por la que estoy actualizando ahora.


CAPÍTULO 2:


El oficial felicitó al novato por su ojo avizor. Tenían un posible pez entre las manos. Bajaron y caminaron hacia Luffy, este se puso de pie nervioso, metiendo la mano dentro del bolsillo del pantalón tanteando lo que todavía tenía. Era apenas una mísera bolsa; si al menos hubiera aparecido un cliente más, no se encontraría en esa encrucijada. Pensó en echar a correr, pero el chico de pelo verde fue más rápido que él y lo tumbó en el suelo.

—Si no tienes nada para ocultar, ¿por qué quieres correr? —le dijo, y lo empujó con fuerza aplastándolo contra el suelo, para así darle énfasis a sus palabras.

—Revísalo, Zoro —indicó su superior, ajustándose el cinto con la cartuchera del arma.

—De pie. —Zoro lo levantó del brazo y lo colocó contra un árbol para tantearlo. En el bolsillo encontró la última bolsita que le quedaba. Notó que el chico tenía la mirada perdida y que temblaba un poco, así que decidió intervenir. Había algo en el muchacho que le hacía pensar que era un pichi, apenas un intento de.

—¿Qué encontraste? —preguntó el policía de mayor rango.

—Marihuana —contestó el muchacho de pelo verde—, para consumo personal. ¿Verdad?

—En realidad estaba vendiendo —murmuró. Luffy a veces podía ser muy inocente, sí.

—¡Dije consumo personal! —le gritó en el oído sin soltarle los brazos—. Son al menos dos días en el calabozo. Si estuvieras vendiendo son dos años en un reformatorio. ¿Cuántos años tienes?

—¡Zoro! Esas preguntas se hacen en la jefatura, ¿cuántas veces te lo dije? —Se quejó el hombre bigotudo. Insistía en acomodarse el cinto, como si el hombre regordete intentara darse aires de autoridad ciñéndose el arma a la cintura.

El hombretón, vestido con el uniforme blanco de la policía, se subió al patrullero esperando a que Zoro metiera a la fuerza al muchachito en el asiento trasero del coche patrulla, pero se aseguró de susurrarle en el oído una frase muy importante: «Di que es para consumo personal».

Luffy asintió, algo aturdido por la velocidad en la que había pasado todo, pero ya sin oponer más resistencia se sentó atrás y dejó que el policía joven lo esposara. Llegaron a la comisaría y lo bajaron con brusquedad pese a que era difícil moverse puesto que ya iba esposado. Atravesaron una entrada amplia, llena de escritorios. El lugar tenía dos pisos y hervía de actividad: gente haciendo trámites, personas que entraban y salían, sonidos sin cesar de teléfonos. Luffy pensó si quizás sería posible huir entre tantas personas y movimiento, pero si no lo lograba, un intento fallido de huida solo haría todo peor. No solo para él. Sí en verdad eran tan solo dos días, podría aguantar; no dejaba de lado que ese policía de pelo verde se estaba jugando su puesto ayudándolo. Trató de tragar saliva, algo difícil siendo que sentía la garganta tan seca como un desierto. Mientras atravesaban un patio interno le dio el sol mortecino de la tarde de lleno en la cara. Cerró los ojos un instante antes de quedar definitivamente dentro del recinto y ya sin posibilidades de salir de allí. Respiró profundo. Lo mejor era no arriesgarse y hacer lo que el oficial le recomendase. Lo hicieron pasar a una oficina en donde le tomaron sus datos. Al final se apioló y dijo que tenía eso para consumo personal, tal como le había aconsejado el otro policía joven.

Le dijeron que iba a estar dos días dentro de un calabozo, solo porque no tenía antecedentes, o bueno, ahora tenía el primero. Cuando se hizo de noche, el muchacho llamado Zoro se acercó a la celda con un cuenco de comida para él. Solo era sopa, pero era mejor eso a nada.

—Gracias —dijo Luffy aceptando el plato. Notó con sorpresa que el guardia al final del pasillo ya no estaba.

—Es la primera vez que caes, ¿hace mucho que vendes? —preguntó el oficial recargando la espalda contra los barrotes, algo muy imprudente de su parte ya que es sabido que nunca debe darse la espalda a un preso. No obstante, más allá de que Zoro era un novato, Luffy le inspiraba la suficiente confianza como para relajarse con él. Se había cruzado de brazos, y se lo notaba un tipo rudo.

—Hoy empecé.

—Qué mala suerte la tuya —dijo con gracia, pero sin reírse. Volteó para dedicarle un sonrisa socarrona—, cuando es poco, tienes que decir que es para consumo personal, sino son años en prisión por venta.

—Entiendo, gracias por ayudarme. Aunque… —meditó al respecto—, es raro que un policía me esté ayudando. Se supone que no debería ser así.

—Se supone —suspiró—, pero me diste algo de pena.

—Ey, yo no estoy para darle pena a nadie —se quejó ofendido, realmente ofendido. En el orfanato había aprendido a pelear, sus dos hermanos le habían enseñado a defenderse de los matones. Lo curioso es que al final terminaron siendo ellos tres los matones del orfanato. El punto es que él podría haberse medido con esos dos sujetos, de no ser importante el detalle de que ellos iban armados y él no.

—De nada —ironizó Zoro con una sonrisa de costado. Se daba cuenta de que el muchacho tenía su orgullo—. ¿Cuántos años tienes?

—Diecisiete.

—En tres años podrías ir a una cárcel de adultos. Yo te recomendarías que dejes ese trabajo, no te va a llevar por buen camino —dijo antes de irse por el pasillo, dedicándole una larga y extraña mirada.

Luffy no había dejado de comer mientras hablaba con el oficial y ahora con el hambre un poco aplacada se puso a pensar en lo que había pasado. Debía reconocer que Zoro había sido amable con él. No parecía un mal tipo, tenía una linda sonrisa, si bien un poco intimidante. Todo en ese sujeto, hasta el porte, era intimidante. Y en parte tenía razón… vendiendo droga no llegaría muy lejos, solo a la cárcel, o a ser como el hippie; ¿pero qué podía hacer a su edad para valerse por su cuenta? Su hermano, a quien consideraba un tipo inteligente, no lo había logrado, él se sentía aún menos capaz.

(…)

«Espero no volver a verte por acá», le había dicho Zoro cuando a los dos días le abrió la puerta del calabozo. Luffy se despidió de él, dándole las gracias sinceras por haberlo ayudado un poco.

Llegó a la casa del hippie casi por inercia. Se acordaba poco del camino, es decir, desde la comisaría hasta la plaza, pero preguntando se llega a Roma. No tenía dinero para ir en transporte público, porque se lo había sacado la policía, así que le tocó caminar como cuarenta y cinco cuadras. El sol quemaba un poco aunque estaban en otoño y levantaba un vaho desde el asfalto por la humedad de la lluvia. El aire se percibía helado cuando pegaba en la cara. Las hojas danzaban en el aire, cayendo al suelo y formando una hermosa alfombra de colores ocres. A medida que se acercaba a la casa del hippie el movimiento de gente y de comercios se iba apagando para ir dejando lugar a la modorra de la siesta y de las casas humildes. Los perros durmiendo en la sombra de algún árbol o bajo los autos, escapando de la garua finita de la tarde. Las calles de tierra y los terrenos baldíos que los chicos usaban para jugar a la pelota estaban vacíos.

Cuando llegó, Ace le gritó que era un tonto, que cómo podía haber desaparecido dos días así. Que la había sacado barata en esa ocasión, pero que no siempre sería así. De boca en boca se habían ido enterando de que estuvo detenido.

—¡Tienes que ser más cuidadoso, Luffy! ¡Siempre distraído tú!

—¡No lo hice apropósito, me agarraron, no me hubieras dejado solo!

—Ya, no discutan. —Se metió el hippie en son de paz— ¿Te trataron mal?

—No, al contrario. Un oficial me ayudó de hecho. Me dijo que dijera que era para consumo personal.

—Porque la pena es menor, imagino que no habrás dicho que vendías. —Ace seguía enojado, pero más que nada por la preocupación. Cuando su hermano desapareció lo buscó por todos lados, hasta que alguien le dijo que se lo habían llevado en un patrullero. Cuando quiso ir a la comisaria, le dijeron que era en vano, que no lo dejarían ver a Luffy, no había ningún documento o papel que indicara parentesco, por lo tanto y según ellos, no era posible. Quizás si hubieran tenido dinero para sobornar a algún guardia los habrían dejado entrar. Pero eran pobres como ratas.

Los ánimos se calmaron un poco cuando el gordo les pidió ayuda para limpiar, mientras él cocinaba. Siempre cocinaba él. Tomaron vino y disfrutaron de la cena, dispuestos al otro día a salir a trabajar. Luffy sabía que tenía que hacerlo; al menos por un tiempo, hasta que se le ocurriese otra cosa, pero ahora sería más atento. Ya había aprendido la lección.

(…)

Pasó el tiempo y Luffy se iba volviendo más canchero, la policía ya no lo agarraba tan fácilmente, y los planes de hacer otra vida se diluyeron como se diluyó el miedo de ser atrapado una vez pasado el susto inicial. Sin embargo, una noche se encontraba caminando por el barrio con un frasco de marihuana dentro de su bolso para un cliente que vivía cerca. La noche estaba fresca, linda para caminar bajo las estrellas y estaba pensando en qué harían él y Ace en su día libre, que a decir verdad con el hippie todos los días eran libres si uno quería. Fue tonto de su parte estar tan distraído pero cuando vio pasar un patrullero a su lado actúo con normalidad y siguió caminando. Otra cosa no podía hacer tampoco. Echar a correr o mostrar nerviosismo lo dejaría en evidencia todavía más rápido.

Pero tuvo la mala suerte de que dentro de ese patrullero fuera el mismo oficial grandote y bigotudo que lo atrapó la primera vez, y que encima lo tenía entre ceja y ceja porque cuando podía, lo requisaba. Suerte que en esas ocasiones no llevaba nada consigo; pero esta nueva ocasión era completamente diferente.

—Para —indicó el oficial deteniendo el coche a su lado y bajando del mismo. Luffy miró al acompañante, era el mismo muchacho de pelo verde—. Contra la pared.

—¡Pero si no estoy haciendo nada!

—Zoro, baja de una puta vez y haz tu trabajo —le reclamó su superior. El muchacho bajó con desgana y lo primero que hizo fue abrir el bolso que llevaba Luffy. Suspiró, ahora sí ese muchacho estaba metido en una grande.

Le mostró el frasco al otro oficial y sin miramientos le colocaron las esposas y lo subieron al patrullero a empujones. Ya se sabía lo que venía a continuación, el lugar lleno de escritorios y teléfonos que no paraban de sonar, el patio interno donde saludó a la luna y a las estrellas y una oficina; la de la vez anterior, con un oficial sentado frente a él, tomándole la declaración.

—Ibas a vender, esa cantidad no es para consumo personal. —El oficial que le tomaba la declaración era medianamente joven, tenía un chupetín de cereza en la boca y no dejaba de teclear en la computadora. En esa nueva ocasión y por tener ya un antecedente, le dieron ocho meses en el calabozo.

Luffy se quería morir; estar encerrado ocho meses con lo hiperactivo que era él, parecía la muerte en vida. Por lo menos le dejaron hacer una llamada y avisarle al hippie las nuevas malas novedades. En esa ocasión, por ser un plazo más largo, le permitieron las visitas. Así que cada dos o tres días Ace iba a visitarlo para distraerlo un poco. Le llevaba libros, ¡libros que leía! Cuando a Luffy nunca le había gustado leer. Revistas viejas y algunos comics. También a veces le llevaba comida. Parecía que en la comisaria no era muy aficionados a darles de comer a los presos y muchas familias les llevaban alimentos a sus seres queridos.

También estaba el oficial de pelo verde. Por alguna razón era amable con él y le buscaba charla. Eran banales la mayoría, pero a veces hablaban de otros temas un poco más personales. Era como si el policía quisiera saber más de ese chico que le resultaba un enigma. Y lo era. No tenía el perfil de un maleante, se parecía a un niño casi. Tenía arranques infantiles y una mirada cándida en el rostro.

—Yo también me crie en un orfanato —comentó Zoro cuando Luffy le habló de su pasado—, pero a diferencia del tuyo, yo estuve en un buen lugar. El encargado era un tipo agradable, era como un padre para nosotros. Cuando salí del orfanato supe que tenía que hacer algo de mi vida o viviría en la calle.

—Eso nos pasa a todos.

—Por eso vendes droga, te entiendo —suspiró, sintiendo algo de pena empática—. Yo de inmediato me metí en las fuerzas. Empecé a estudiar y a los diecinueve me gradué con honores, fui el mejor de mi clase. De todas las clases. No sacaba menos de diez y mi puntería es inmejorable… al menos eso siempre me han dicho —concluyó con cierto deje de orgullo.

—Entonces… no hace mucho eres policía.

—Mi primer día fue cuando te encontramos la primera vez. —Esbozó una sonrisa, recordando ese episodio—. Nadie se gradúa tan rápido, pero yo fui un caso especial.

—Veo que eres bueno. —Le sonrió.

—Tú podrías intentarlo y salir de las drogas. No vas a terminar bien si sigues con lo mismo. —Aquello último, y sin saberlo, se iba a convertir en una realidad.

—¡Roronoa, a patrullar! —Le gritaron desde el otro extremo del pasillo, así que dejó la charla ahí. Se despidió de Luffy y fue a hacer su trabajo.

El muchacho quedó tras los barrotes, ansiando un poco de charla o algo de distracción, le gustaba hablar con ese policía, pero le faltaba poco para salir, nomás un par de meses. Miró por la diminuta ventana al final del pasillo el retazo de cielo azul y los jirones de las nubes que iban cambiando de color en lo que moría la tarde. Pensó en Sabo y en Ace y en las escasas tardes de holgazanear mirando las formas de las nubes, tratando de imaginar qué eran o que forma tenían. Deteniendo su pensamiento en Ace, le llamó la atención que en toda esa semana su hermano no fue a visitarlo. Qué raro. Quizás tenían mucho trabajo. En el verano muchos iban a la costa a vender y pasarla bien, y los que quedaban atrás tenían la posibilidad de aumentar sus ingresos vendiendo a precios siderales, pero ahora todos deberían estar regresando pues el otoño se acercaba, y es bien sabido que es época de cosecha... Era realmente raro que Ace no diera señales de vida.

Fue un jueves que apareció alguien que no esperaba, era el hippie y no tenía buena cara. Pidió entrar y le concedieron ese permiso por la delicada situación. Un oficial se quedó afuera y el gordo se sentó en una silla, frente a la cama de Luffy.

—Qué raro verte, hippie, ¿cómo estás? Yo muerto de aburrimiento, ¿y Ace, por qué no viene? ¿Mucho trabajo? —Notó que su amigo tenía una cara seria, pero no vaticinaba lo que vendría a continuación.

—Luffy… —dijo el otro sin saber cómo encarar el asunto—; siéntate, tengo algo que decirte.