CAPÍTULO I

—Gojō —habló un hombre rubio sentado en el escritorio—. Hoy llegan los estudiantes transferidos. El director Yaga me informó que serán tu responsabilidad, al menos por el resto del día.

—Muy bien —canturreó Gojō—. Yo creí que los estudiantes transferidos eran cosas que sólo pasaban en el anime.

Dicho esto, se acercó hacia su compañero de trabajo, Nanami Kento, quien le extendió unos papeles, que no eran nada más ni nada menos que los expedientes de dichos estudiantes.

—¡Woah! ¡Gemelos! ¡Nanamín, tendremos gemelos! —exclamó con la sutileza que cualquier niño tendría si le ponen un juguete nuevo enfrente.

—No lo digas como si fuéramos una familia en aumento. Das grima —respondió con la voz tan monótona que le caracterizaba—. Tu clase es la primera del año que cursarán, así que introdúcelos apropiadamente.

—¿Serán así de idénticos en vivo y en directo? Si miras sus fotos, parece que son la misma persona (incluso la ropa es idéntica).

—Oi, ¿escuchaste lo que acabo de decir?

—¡Me adelantaré al salón antes de que lleguen!

Acto seguido, el profesor Gojō tomó un par de marcadores y salió corriendo de la habitación. Planeaba hacerles una presentación digna del teatro que se montaba en su cabeza.

—Buenos días —saludó con el tono despreocupado y alegre de costumbre mientras cruzaba la puerta.

Los alumnos respondieron con entusiasmo, pero como aún faltaba tiempo para que empezara la clase, no regresaron a sus asientos, tan sólo bajaron un poco la voz. Al haber dos escritorios más en el aula, no dejaban de cuchichear sobre si habría nuevos estudiantes.

Gojō dejó sus cosas sobre el escritorio, menos los lentes oscuros que usaba de forma cotidiana a causa de la fotosensibilidad que padecía; ahora que la gruñona voz de Nanamín no le interrumpía la lectura, revisó con detenimiento los expedientes de los nuevos estudiantes. Uno de ellos, Itadori Yūji, tenía calificaciones promedio, las más bajas en áreas de matemáticas y ciencias, pero con buenos puntajes en cuanto al rendimiento físico. El otro, Itadori Sukuna, parecía meterse en problemas a menudo, pero al venir de escuela particular se le había tenido la consideración de que estudiara en casa y solo presentara los exámenes en la escuela; sus calificaciones…

«Oh, vamos, ¿Qué clase de broma es esta?» pensó. ¡Las calificaciones de Sukuna eran perfectas! Tan irreal que podría ser un chiste.

«Qué gracioso. Un hermano pareció adueñarse más cerebro del que le correspondía por derecho».

El verdadero problema era el siguiente: si eran gemelos idénticos, ¿cómo haría para diferenciarlos? Supuso que tendría que conocerlos más a fondo. En cuanto a su situación familiar… La campana que marcaba el inicio de clases interrumpió el interesante chisme que estaba a punto de leer.

—¡Adivinen qué! —se levantó de golpe y el resto de alumnos retomó sus lugares poco a poco—. El día de hoy seremos testigos de un experimento de gobierno. Se trata de… ¡Clones! Mandaron clones a comportarse como estudiantes. Así que pórtense bien con ellos.

Finalizó su broma con mucha seriedad y un pulgar arriba, razón por la cual nadie supo si estaba hablando en serio o si estaba jugando con ellos, como había sucedido el año anterior en varias ocasiones.

Un par de suaves golpes a la puerta la hicieron de "señal" para saber quién estaba del otro lado.

—¡Nanamín! —abrió de par en par sin pensarlo dos veces—. ¿Trajiste a nuestros niños?

El nombrado se dirigió con solemnidad a los clones adolescentes que lo acompañaban.

—Disculpen su actitud. Estábamos cortos de personal cuando lo contrataron. Si tienen quejas por su personalidad, no duden en acudir con los directivos; aunque es buen profesor (o eso dicen).

—¡Entendido! —exclamó uno de los gemelos con una sonrisa.

El otro se limitó a encoger los hombros y meter las manos en los bolsillos del pantalón.

«Como dos gotas de agua» pensó Gojō, sin embargo, había algo en ese par que hacía que se percibieran muy distinto uno del otro. En primera instancia, la forma en que se peinaban, uno tenía el cabello completamente hacia arriba, y el otro, hacia abajo, pero había algo más... ¿Qué sería? La mirada, tal vez. ¡Sí! Uno tenía una expresión despreocupada, agradable, calmada; el otro, era como si te retara a plantarle cara o a apartarte de su camino si no tenías las agallas.

Fijó su vista en el cuello del que no había dicho una sola palabra. Parecía estar cubierto con una de esas prendas que ayudaba a regular la temperatura, era eso o una licra deportiva como la que usaban los del equipo de béisbol bajo el uniforme. En los papeles no había nada que justificara su uso. ¿Sería una nueva moda?

Sin duda alguna esa clase sería muy entretenida. Se la pasaría molestándolos para hallar las diferencias en sus personalidades.

—Con permiso —anunció Nanami—. Y Gojō…

—¿Hm? —al escuchar su nombre dejó de pasar los ojos de un hermano al otro.

—No los molestes —lo amenazó, a la par en que se ajustaba los anteojos.

Todo el mundo pensaría que, si llegaban estudiantes nuevos a una escuela, serían los mismos alumnos quienes los atosigarían un rato, pero en el caso de esa institución en particular, el responsable directo era un profesor y no aplicaba sólo para estudiantes transferidos, sino para todo aquel que estuviera en primer año. Los chicos de cursos superiores lo sabían muy bien.

Gojō se hizo un lado para permitir el ingreso del nuevo par. Después, cerró la puerta y se dirigió al resto de la clase.

—A partir de hoy estos estos chicos serán sus nuevos compañeros, así que sean amables con ellos —giró el rostro hacia los nuevos—. Yo soy Gojō Satoru. Llámenme como deseen.

—Entendido —dijo uno de ellos, asintiendo un par de veces, y prosiguió a presentarse con entusiasmo—. ¡Mi nombre es Itadori Yūji, me gustan las chicas como Jennifer Lawrence! ¡Encantado de conocerlos! —agachó la cabeza para finalizar su introducción.

Algunos de los presentes intentaron aguantar la risa. No esperaban un dato así. Entonces, se dieron cuenta de que el otro seguía en silencio y luego de varios segundos, Itadori le dio un codazo.

—Sukuna —una simple palabra carente de empatía, calidez y energía, aunque no por eso en un tono hosco e impasible.

Todos se quedaron fríos. Analizaron a Sukuna de pies a cabeza, intentando no ser tan obvios. A diferencia del que parecía amigable y motivado, él era como un témpano; tenía la mirada pesada, no sabrías decir si en sus ojos había odio o indiferencia, más bien, era como si frente a él no hubiese nada ni nadie, un espacio en blanco. Sin lugar a dudas, era él quien más perpleja dejó a la clase.

—Esto —Gojō se aclaró la garganta, en vista de que eso fue todo, tal parecía que diferenciarlos no le iba a suponer mayor problema, eran: el Itadori bueno y el Itadori malo—, pueden sentarse en los asientos vacíos de allá —por instinto, se posicionó detrás de ambos y le dio un leve empujoncito a cada uno con la mano—, y si tienen alguna pregunta, no duden en…

El fuerte sonido de un golpe dejó las palabras suspendidas en el aire.

Mientras hablaba, pasó las manos de la espalda al cabello de los gemelos y, al instante, Sukuna soltó un manotazo violento que atrajo la atención de varios pares de ojos.

—¡Ah! —Itadori se apresuró a hacer uso de la palabra y evitar problemas en su primer día de clases—. ¡Lo siento mucho, Gojō-sensei! —tomó la mano de su profesor entre las propias y la masajeó de forma muy sutil con los pulgares—. A Sukuna le disgusta enormemente que lo toquen. Discúlpelo por eso.

Por su parte, Sukuna ignoró todo después de haber dado el golpe, así que para esos instantes ya se había adueñado de uno de los pupitres.

—¡Oi, Sukuna! —le riñó Itadori—. Di algo.

—Que no se vuelva a repetir —a juego con esas palabras, por primera vez, Sukuna dirigió una mirada a Gojō.

«Este chico...» Iba a ser todo un reto mantenerlo bajo control.

En lo que los gemelos conseguían el resto de sus libros escolares, Gojō les indicó que se juntaran con el compañero que tenían al lado, de modo que Itadori se movió junto a quien, hasta el momento, era el estudiante número uno, Fushiguro Megumi; Sukuna se acercó a una chica, Kugisaki Nobara.

El resto de la clase transcurrió con normalidad de principio a fin.

—Como veo que no hay dudas —dijo Gojō—, armaré las parejas al azar y de la peor forma posible para que trabajen juntos todo un mes hasta que sea la entrega del proyecto.

Un «¡¿Ah?!» shockeante y colectivo no se hizo de esperar.

—Aprovechando que ustedes ya están sentados así —se dirigió a los gemelos—, quédense con la persona que tienen al lado. Uraume, tú trabajarás con… —pasó la vista de un lado al otro en busca de un candidato—, Toge. Porque nunca los he visto hablar.

—Es que Toge es mudo, Gojō-sensei —respondió Uraume.

Como si ese día no hubiera empezado de la forma más extraña posible, a los oídos de los presentes llegó un sonido profundo y cargado de ironía: una carcajada de Sukuna.

Itadori se golpeó la frente con una mano, el chico que respondía al nombre de Toge, suspiró y Nobara dirigió a su futuro (compañero) tormento de equipo una expresión que mezclaba la extrañeza con el disgusto, como quien ve a un niño empujar mierda de perro con un palito.

Muchos en el aula se alegraron como nunca antes, apenas llegó la hora del receso. Lo normal hubiera sido acercarse a los nuevos, pero Sukuna les daba muy mala espina y para llegar a Itadori tenían que pasar cerca de él.

Ni medio minuto transcurrió, cuando Itadori escrutó el aula con la mirada en busca de su hermano y no vio señales de su existencia.

«Espero que no se meta en problemas».

Fushiguro se levantó del asiento y le tocó el hombro en el proceso.

—¿Vamos a la cafetería?

—¡Claro!

A ese par no le tomó mucho tiempo hacerse amigos. Itadori era de naturaleza extrovertida y sociable, a Fushiguro, pese a no ser muy hablador de buenas a primeras, no le molestaba demasiado, de hecho, era la primera vez que se sentía cómodo con alguien que acababa de conocer.

—Por cierto, ¿qué clubes tiene la escuela? —preguntó Itadori mientras se sentaba a la mesa con Fushiguro, luego de armar la bandeja de su almuerzo.

—Casi de todo. Desde los que son para quienes quieren flojear, hasta los deportivos que aspiran llegar a las nacionales. El mejor de todos es el de básquetbol.

—¿De verdad? ¿Ves sus juegos a menudo?

—Estoy en el equipo.

—¿Huh? —los fideos de Itadori cayeron de regreso al plato luego de escuchar eso—. Buenas calificaciones, guapo y deportista, ¿De qué dorama te sacaron? —No tenía por qué dudar de lo que escuchó, pero sonaba un poco surrealista.

—Es la verdad —se encogió de hombros, antes de llevarse una porción de arroz a la boca.

—Hm. ¿Y cómo es?

—Pues todos los días hay entrenamiento y el capitán es un poco… —cuando la cara del capitán, Tōdō Aoi, hizo acto de presencia en su subconsciente, una mueca amarga se dibujó en sus facciones.

Pese a ser algo serio, Fushiguro era un libro abierto, por lo que, al ver su expresión, Itadori se preguntó qué estaba mal con él. Quizá la cajita de leche a la que su amigo dio un par de sorbos había pasado de la fecha de caducidad.

—El capitán es… —continuó Fushiguro—. Demasiado entusiasta, por decirlo de alguna manera.

—Oh, comprendo, comprendo.

Itadori nunca había sido el tipo de estudiante al que le preocupara unirse a un equipo, tener buenas calificaciones y tal; en su anterior escuela pertenecía a un club de ocultismo en el que podía flojear todo lo que quisiera. No obstante, tras la muerte de su abuelo y con sus últimas palabras rondando sus pensamientos de manera esporádica, había decidido cambiar; estar rodeado de personas y ayudar a tantos como le fuera posible. ¿Cómo debería proseguir ahora? ¿Tal vez integrándose a un equipo deportivo con el objetivo de llegar a las nacionales?

—¿Te gustaría unirte? —preguntó Fushiguro.

Hasta ese momento, Itadori había mostrado una buena actitud, mas por unos instantes pudo ver sus ojos apagados, como si algo le hubiera hecho entristecer de repente. ¿Quizá esperaba ser invitado luego de escuchar que pertenecía al equipo?

—¿Huh?

«Oh, ahí está» dijo para sus adentros. Otra vez, Itadori había regresado a la normalidad.

—¿Quieres entrar al equipo?

—¿Aún se puede aplicar? ¿Aunque me haya transferido tarde?

Fushiguro asintió antes de contestar.

—Estás obligado a pertenecer a uno. Son ideas del director para mantener un buen balance entre el estudio y las actividades recreativas —aclaró—; además, sirve para que hagas más amigos, según Gojō-sensei.

—Ah, con que era por eso —se llevó una mano al mentón y frunció el entrecejo, como si le costara trabajo pensar—. ¿Qué haré? ¿Qué haré? Quizá deba unirme.

—No te preocupes si no tienes experiencia. Los senpai son muy buenos enseñando.

—Oh, pero yo he jugado antes —se señaló a sí mismo—. Tengo experiencia. ¡Y soy bastante bueno! Te sorprenderías.

—¿De verdad? ¿En qué escuela estabas?

—Ah, eso… —la sonrisa con la que terminó la última oración se transformó en una mueca dubitativa y llevó una mano hacia la parte trasera de la nuca en lo que buscaba la mejor manera de explicar su situación—. En mi anterior escuela no había un equipo de basquetbol, de hecho, tampoco jugaba en la secundaria…

—¿En la primaria, entonces? ¿No es eso alardear demasiado?

—Oh, no, no, no. No es así. He jugado en otros lugares; en parques y canchas de por ahí. Sukuna y yo somos un equipo de básquet callejero.

—Oh, ya veo —pasa ser honesto, eso le despertaba cierta curiosidad.

Parecía que, pese a venir de escuela particular, los gemelos eran medio malandros; bueno, lo creería de Sukuna, pero de Itadori… Quería indagar más, pero respetaba el derecho a la privacidad de cada quien, y no le gustaba sonar invasivo, así que haría una o dos preguntas más. Preguntas discretas.

—¿Llevan mucho tiempo jugando así?

—¡Sip! Bueno, más o menos. Empezamos el año pasado. En secundaria éramos meros espectadores, pero practicamos en casa desde que éramos niños. Era de las pocas cosas que podíamos hacer y que no terminaban en una pelea; con algo teníamos que entretenernos mientras llegaba a casa el abuelo y si nos encontraba peleando era un buen y doloroso golpe a cada uno.

Una diminuta e imperceptible sonrisa nostálgica curvó los labios de Fushiguro por un breve instante al escuchar eso. Tener un hermano… Debía cambiar de tema.

—¿Viven con su abuelo? —fue lo único que atinó a preguntar de manera improvisada, pues Itadori lo mencionó en el relato.

—Sí, aunque…

¡Ahí estaban! De nueva cuenta, Fushiguro notó esos ojos atribulados y sin brillo que su compañero hizo momentos atrás.

—Vivíamos con el abuelo —aclaró Itadori—. Falleció antes de que nos transfiriésemos.

—Oh —mierda, tenía una habilidad innata para sacar los peores temas de conversación posibles—, lo sie…

—No te disculpes, no te disculpes —interrumpió, moviendo ambas manos frente a sí para que el otro se detuviera—. Está bien. No pasa nada. Hace varias semanas de eso —comentó, no quería dar mala impresión ni que su situación fuera una carga emocional para alguien más—, y creo que me entristece pensar un poco en la manera en que murió, pero no me aflige tanto como imaginas. Es decir, era nuestro único familiar con vida...

«¡¿Huérfanos?!» muy para sus adentros, el pequeño Fushiguro que fungía como voz de la razón del Fushiguro corpóreo, puso los ojos en blanco.

—Pero, bien que mal —continuó Itadori—, aún tengo a Sukuna, así que todo está bien. Aunque me preocupa que justo ahora esté metido en algún lío. ¡Es un imán para esas cosas! Y como aún somos menores de edad, meternos en problemas sería… ¡Ah! —se revolvió el cabello por la frustración que originaba hacer conjeturas sobre lo que haría el desastre con patas que tenía por hermano.

Si algo admiraba Fushiguro de Itadori en ese momento, era la capacidad que tenía para pensar con relativa tranquilidad. Él estaría inseguro sobre su futuro si tuviera que apañárselas por su cuenta siendo estudiante. No podía decir que simpatizaba al cien por ciento, porque sus circunstancias eran diferentes, pero lo entendía, él tampoco tenía padres y su hermana cuidó de él por un tiempo, hasta que ese hombre apareció y se ocupó del resto.

—¿Te digo algo? —ahora sentía más confianza para hablar—. Sukuna y tú no parecen muy unidos. Es decir, vistos de fuera, no lucen como los gemelos estereotípicos que comparten algunas neuronas.

—Eso es porque a Sukuna le tocaron las que también eran mías.

«¡No te llames a ti mismo idiota con tanta facilidad!» soltó un bufido a modo de risa. Que Itadori hiciera bromas naturales sobre la conversación, sin resultar molesto, era entretenido.

—¿Quién es el mayor?

Itadori ladeo el rostro y parpadeó unas cuantas veces antes de responder.

—¿En realidad no eres tan listo como pareces, no es así? Pero el gran Itadori Yūji está aquí para ayudarte —se puso una mano en el pecho con mucha confianza y continuó—: los gemelos nacen el mismo día, en el mismo parto…

—No hablo de eso —le dio un pequeño e inofensivo golpe en la frente con un dedo, el cual, había detenido con su pulgar, formando un círculo, para acumular fuerza—, torpe. ¿Quién fue el primero en nacer?

—Ah, eso —se frotó el área de impacto, aunque no se quejó, no fue doloroso—: Sukuna.

Se veía venir la respuesta, tan sólo quería confirmarlo.

Después de eso, no pasó mucho tiempo para que finalizaran su comida y sonara el timbre que marcaba el regreso a clases.

—Una última cosa —habló Fushiguro mientras sacaba el celular del bolsillo—, deberíamos intercambiar números.

Itadori lo miró con una alegría inusual. ¡Era la primera persona con quien intercambiaría números en esa escuela!

—Así puedo mandarte mi dirección cuando esté en casa —explicó—, para que vengas y trabajemos en el proyecto para la materia de Gojō-sensei antes de que se junten más tareas.

—¡Por supuesto!

De ese modo fue como Fushiguro Megumi agendó a quien, con el transcurso de los días, se convertiría en su mejor amigo.