Nota de autora:
Holaaa. Aquí estoy de nuevo. Aviso de que he escrito el capítulo desde el móvil. Mi portátil ha pasado a mejor vida (RIP por él) así que pido perdón si hay algún error de gramática o de ortografía. En cuanto me arreglen el problema lo editaré bien y revisaré si hay algún fallo.
Gracias por la paciencia y por la oportunidad a la historia.
CAPÍTULO 2.
Cuando se detuvo ante la puerta de la celda quinientos cuarenta y tres, Harry respiró hondo antes de agarrar el pomo de hierro y, sin pensarlo siquiera un segundo, la abrió de un seco tirón. La habitación en cuestión no tenía ventanas y la única iluminación provenía de una bombilla que colgaba desnuda del techo. Las paredes eran de hormigón y el único mobiliario constaba de una mesa con un par de sillas viejas.
Sus ojos recorrieron la pequeña sala y allí, sentado en una de ellas, se encontraba el espía.
Vestía una túnica negra raída en algunos lugares, llena de tierra y manchada de lo que parecía ser sangre. Tenía las manos apoyadas de manera delicada sobre la superficie de la mesa, con los dedos pálidos entrecruzados en un gesto que pretendía ser inocente. Su rostro estaba oculto por una capucha y lo único que se vislumbraba era unos labios rojos, femeninos y sensuales, que se curvaron en una sonrisa cuando escuchó como Harry cerraba la puerta a sus espaldas.
No podía negar que estaba sorprendido de que fuera una mujer. Costaba creer que aquel cuerpo menudo y frágil que se intuía bajo la prenda hubiera sido capaz de hacer todo aquello durante tanto tiempo y salir de una sola pieza. Harry caminó dando un par de pasos hasta situarse a una distancia prudencial de la mesa recordando las palabras de Ayden y apretando con fuerza la varita.
«Es...peligroso», había dicho el auror. Bien, ya iba siendo hora de descubrirlo.
Harry agitó la varita una vez, un golpe seco y conciso, que hizo levantar una fuerte ráfaga de viento en dirección a la mujer, lo que hizo que la capucha de su túnica cayera hacia atrás desvelando por fin su identidad.
Ella se reclinó en su asiento hacia delante para que la luz impactara de lleno en su rostro y Harry se quedó paralizado cuando un par de ojos azules lo atravesaron con frialdad. Él conocía a aquella mujer, había visto aquella misma mirada un centenar de veces durante su infancia. Todavía recordaba su mirada de hielo y su lengua afilada como una daga.
Por que le gustara o no, Pansy Parkinson era una persona difícil de olvidar.
La última vez que Harry la había visto fue en los momentos previos a la batalla en Hogwarts, cuando quiso entregarlo a Voldemort para salvarse el pellejo. Pero ya no quedaba nada de esa niña en la mujer que tenía delante. Su rostro ya no era redondo y suave como en ese entonces, dónde todavía quedaba algún resquicio de inocencia y bondad.
Ahora sus pómulos lucían más hundidos y marcados. El pelo le caía rebelde por uno de sus hombros y su color negro contrastaba con su tez extremadamente pálida. Unas oscuras manchas negras se extendían bajo sus ojos azules y lucía exactamente como lo haría un superviviente: desolada pero a la misma vez extrañamente tranquila.
Como si hubiera esperado ese momento y supiera exactamente a lo que iba a enfrentarse.
—¿Sorprendido, Potter?—dijo entonces ella, su voz era suave como la seda de su vieja túnica y sus labios rojos se curvaron en una sonrisa perezosa.
Harry no le devolvió la sonrisa. Simplemente siguió mirándola tratando de resolver el enigma de la mujer que tenía delante.
—¿Debería estarlo, Parkinson?
Ella soltó una carcajada por lo bajo mientras se acomodaba en el asiento sin despegar sus intensos ojos azules de los suyos.
La verdad es que si lo estaba. Lo último que había sabido de ella es que había salido de las puertas del Gran Comedor de Hogwarts pero no se había ido. Se quedó para luchar... en el bando equivocado.
Él nunca la vio en plena batalla, alzando la varita contra sus propios compañeros, contra sus amigos y profesores, posicionándose entre las líneas enemigas. Pero hubo testigos, los suficientes para corroborar que Pansy Parkinson se había convertido en un mortífago, que siempre lo había sido, a pesar de que en su piel no había ninguna marca que así lo atestiguara.
Y cuando todo acabó nadie pudo salvarla. Y ella tampoco hizo nada para demostrar su inocencia. Fue una de las pocas menores de edad, junto con Draco Malfoy, en sentarse frente al Wizengamot con las cadenas envolviendo sus muñecas y sus pies. Pero no tuvo tanta suerte como Draco, a quien lo exoneraron de todos los cargos por "salvarlos" en Malfoy Manor al negarse a desvelar que conocía a Harry y a sus amigos.
Se corroboró que el muchacho había actuado bajo coacción, que todo lo que había hecho lo hizo para preservar su vida y la de su familia. Fue un juicio lento y tedioso que duró días, algo que Harry sabía muy bien por que él había estado allí junto con Ron y Hermione. Ellos habían testificado a favor de Draco y de su madre, aunque nunca dedicaron buenas palabras a Lucius Malfoy.
El juicio de Pansy Parkinson fue rápido. No tenía familia a la que apelar, ni amigos a los que llamar al estrado para su defensa. La muchacha se plantó allí, con la mirada de hielo fija en un punto concreto y el mentón alzado de forma desafiante, y cuando los miembros de jurado comenzaron a dictar cada uno de sus delitos, incluso aquellos que no pertenecían a ella si no a las acciones de su padre fallecido en combate, ella no dijo ni una sola palabra.
Ni siquiera cuando le comunicaron que pasaría los próximos treinta años encerrada en Azkaban, pudriéndose entre rejas sin la posibilidad de ver ni un resquicio de libertad. Dos aurores la agarraron por los codos y la sacaron de allí a rastras y Harry no volvió a verla...
Hasta ahora. Hasta ese día.
—¿Qué haces aquí, Parkinson?—preguntó Harry bruscamente mientras se movía por la sala.
El ruido de sus pesadas botas resonó por la habitación y se deslizó hacia una de las paredes. Apoyó un hombro en ella mientras se cruzaba de brazos sin despegar su mirada de la suya.
En realidad lo que quería saber Harry era que la había llevado hasta allí. Por qué razón Pansy Parkinson había decidido vender su cuerpo y su alma para ayudar al Ministerio a derrotar a la Dalia Negra. Por qué razón le importaba ahora tanto su libertad cuando nunca hizo nada para recuperarla.
Dedujo que pasar una larga temporada en Azkaban había sido más que suficiente para minar su afilado orgullo. Pero sus motivos no importaban ahora. Lo único importante era que ella estaba allí, y no dentro de la Dalia Negra recopilando información como había hecho durante todos esos años. Su trabajo como espía había finalizado y Harry necesitaba respuestas.
Pansy se encogió de hombros. La túnica se deslizó con el movimiento exponiendo una extensión de piel de su esbelto y elegante cuello.
—Necesitaba unas vacaciones...—respondió mientras se miraba las uñas de las manos con fingido interés.
Él sonrió, aunque más bien fue una mueca desagradable. No iba a ponérselo fácil. Conocía a los de su calaña muy bien. Jugaban con ellos, los mareaban y los engañaban para ganar más tiempo de libertad antes de ser devueltos de nuevo a Azkaban.
—¿Te refieres en Azkaban? Creo que tu celda no la ha ocupado nadie desde que te fuiste... —dijo Harry pero en esa ocasión su voz se tornó amenazante, una especie de gruñido de advertencia que no pasó desapercibido por su oponente.
La mención de la prisión pareció surtir efecto en Pansy ya que su cuerpo se tensó perceptiblemente y en sus ojos brilló algo parecido al miedo. Harry estaba acostumbrado a ese tipo de miradas, llenas de pánico y de horror ante la incertidumbre de si volverían a pasar el restos de sus vidas encerrados entre cuatro paredes. Pero su rostro, tan bello y hermoso como una escultura clásica, se mantuvo pétreo y sin ningún tipo de emoción.
—No pienso volver volver ahí. —dijo ella apretando las manos en fuertes puños sobre la superficie de la mesa.—Preferiría volver al nido de ratas del que he salido antes que poner un pie en ese asqueroso lugar.
Harry admiró la seguridad con que lo dijo. Como si ella fuera una excepción, como si fuera diferente al resto de maleantes que ya habían pasado por su misma situación con anterioridad. En parte, lo era. Nunca habían tenido un espía así de letal y eficaz, pero su nuevo presente no borraba en absoluto las huellas de su pasado.
Ante los ojos de Harry, Pansy Parkinson seguía siendo una asesina y una mortífaga, aunque ese término ya hubiera quedado ya extinto y vacío de significado para muchos pero no para él. Harry siempre recordaría esa palabra. La tenía grabada a fuego en su mente.
—Entonces responde a mi pregunta, Parkinson. ¿Por qué razón abandonaste tu puesto en la Dalia Negra?
Ella alzó el mentón desafiante y por un momento viajó al pasado. A como solía hacer ese mismo gesto antes de lanzar un insulto hiriente hacia Hermione o hacia cualquiera que su pandilla considerase inferior.
—Si quieres que hable, Potter...—siseó despacio y con lentitud, como si estuviera saboreando las palabras—. Debes darme algo a cambio.
Harry alzó una ceja.
—¿Sabes que podría hacerte hablar aunque no quisieras?
Pansy se puso de pie antes de que Harry pudiera reaccionar. La tela de la túnica cayó sobre su cuerpo como una cascada negra y él alzó la varita hacia delante lanzando un hechizo de esposas invisibles. Pero ella no se inmutó, tan solo miró sus manos aprisionadas en contra de su voluntad.
—No creía que el bondage fuera lo tuyo, Potter.—se burló Pansy soltando una carcajada vacía y hueca mientras se movía por la habitación.
Estaba descalza y sus pies desnudos se movían por el suelo de piedra con demasiado sigilo. Harry sabía que no podría hacerle daño aunque quisiera, pero ninguna precaución era poca cuando se trataba de criminales como ella.
—Un Imperius sería más placentero.
Pansy sonrió antes sus palabras mientras bordeaba la mesa, las muñecas fijas delante de su cuerpo. No había perdido la elegancia a pesar de los años y su figura alta y esbelta le confería el aspecto noble del que su familia siempre había presumido.
—¿Quieres saber por qué salí corriendo de allí, Potter? —murmuró acercándose a la pared donde él estaba apoyado—. Entonces concédeme lo que te pido y te prometo que tendrás acceso al mismísimo corazón de la Dalia.
Harry suspiró pesadamente.
—Creo que ya sabes que esto no funciona así, Parkinson. Soy yo quien pone las reglas aquí. Dime la razón por la que huiste y tal vez me piense si merece la pena negociar contigo.
Ella dio un paso en su dirección y luego otro, hasta situarse casi a un palmo de distancia de él. Se quedó un instante en silencio como si estuviera sopesando sus palabras. Entrecerró los ojos azules mientras lo estudiaba y a Harry se le erizó la piel cuando observó el miedo y la angustia que apareció en ellos. Breve, pero suficiente para que fuera capaz de captarlo.
—Tú no lo entiendes...—murmuró Pansy y aunque su voz era baja, pudo notar la rabia contenida en cada palabra— Ellos me encontrarán. A estas alturas ya sabrán que los he traicionado, que yo era el espía. Necesito estar a salvo, necesito un lugar donde no sean capaz de encontrarme...
—¿Por qué te fuiste,Parkinson?—preguntó Harry inmutable.
Ella lo miró, los ojos azules abiertos de par en par, el pecho agitado mientras respiraba con fuerza. Era como si toda la fortaleza que había construido a su alrededor se estuviera desmoronando poco a poco.
—Tienes que prometerme que si te lo cuento me enviarás a un lugar seguro, que no dejarás que me lleven de nuevo a Azkaban.—su voz temblaba pero aún así logró que sonara firme cuando susurró:—Te daré lo que sea. Haré lo que pidáis. Pero no quiero...no puedo regresar ahí.
Harry la observó durante un momento. Las manos temblando delante de sus caderas, el cuerpo demasiado delgado y frágil, la mirada cansada, el rostro cetrino... Sabía que no debía dejarse influenciar por las apariencias. Que la esencia de un espía residía en el engaño y el sabotaje, pero fueron sus ojos, tan azules como el cielo despejado, lo que casi logró que claudicara.
Casi, pero no del todo. En el corazón de Harry ya no había espacio para la compasión. Ya no había espacio para nada.
Se separó de la pared con un movimiento brusco y volvió a mirarla de nuevo mientras sus pasos de dirigían hacia la puerta. Ya había jugado antes a ese juego y sabía como acabaría. Ella no era especial al resto. Era una asesina, una mentirosa que haría lo que fuera por salvarse el cuello. Ya lo había hecho antes, no había motivos para pensar que no lo haría también ahora.
—Tienes una hora para preparar tu confesión, Parkinson. Si no me das la información que quiero te obligaremos a hablar y volverás a Azkaban antes de que acabe el día. —sentenció Harry mientras se dirigía hacia la salida con pasos firmes.
Sabía que hablaría, todos acababan haciéndolo. Y todos acababan volviendo al mismo agujero de donde habían salido.
Ella ahogó un grito a sus espaldas y escuchó el sonido de sus pies desnudos sobre la piedra del suelo, corriendo en su dirección, mientras respiraba con fuerza.
—¡No!—gritó Pansy y fue un sonido tan desgarrador que logró que Harry se quedara clavado en el suelo con los dedos a unos centímetros de alcanzar el pomo de la puerta.—¡No puedes hacer eso! Por favor. Por favor Harry...
Él frenó en seco ante la mención de su nombre. Resultó raro oírselo decir en voz alta y sonó como una plegaria, como un ruego. Por un momento a Harry le recordó a su madre antes de morir. A la forma en la que había gritado su nombre, con tanto dolor y sufrimiento que a día de hoy todavía seguía teniendo pesadillas con ese recuerdo.
Giró el rostro lo suficiente como para mirarla por encima del hombro. Pansy estaba en mitad de la habitación con el rostro tan pálido como el de un fantasma. Ya no había rastro alguna de su fortaleza y supo que, de alguna forma, había conseguido quebrarla. Llevarla hasta el lugar que él quería.
A veces cuando lo único que te quedaba era tu libertad, era muy fácil ser tan dúctil.
—Entonces dame un buen motivo para no hacerlo, Parkinson. Dámelo y tal vez pueda ayudarte.
Pansy respiraba con tanta fuerza que podía escuchar el sonido de su corazón incluso en la distancia. La oyó coger aire un par de fuerzas, como si estuviera manteniendo una lucha interna consigo misma. Harry se movió hasta quedar de espaldas a la puerta para poder mirarla mejor.
Entonces observó el momento en el que se rindió. Sus menudos hombros se curvaron hacia dentro, sus ojos se llenaron de lágrimas pero no derramó ninguna. Ni siquiera cuando alzó la barbilla mientras se acercaba hacia él dando varios pasos hasta situarse lo suficientemente cerca para que su capa rozara los pies de Harry.
—La razón por la que me fui de la Dalia es la misma razón por la que no puedo volver a Azkaban...—musitó la voz temblorosa, las lágrimas en los ojos. La representación perfecta de la inocencia y la devastación, pero Harry supo que no estaba fingiendo, no cuando Pansy respiró profundo y dijo con perfecta claridad.— Estoy... estoy embarazada.
Juro que mis intenciones no son nada buenas al dejar el capítulo así jajaja. Me encanta dejar la tensión en la frase final. Sorry not sorry.
¿Qué opináis sobre Pansy? ¿Os fiáis de ella? ¿Creéis que hay otro motivo en el motivo de la huida? ¿Embarazada de quién?
¡Dejadme lo que pensáis en comentarios!
