Capítulo 1
La música de las almas
Era noche cerrada, con la luna ausente, y lloviznaba con viento. La gruesa neblina dificultaba la respiración.
Hubiera sido casi poético, si no fuera por la ocasión.
Para la coneja, fuera de día o de noche, incluso si los tres soles brillaran a la vez en la más hermosa primavera, daría igual. Hacía cuatro años que su cielo interior era negro, aunque los tonos cambiaran con el paso del tiempo.
Se abrazó a sí misma, mirando por encima de su hombro al conejo azul que la seguía a un par de metros, con la mirada perdida en el cielo, los ojos ocultos bajo su paraguas marrón descolorido.
Yin estaba teniendo dificultades sujetando el suyo en su lugar, sintiendo el viento y la llovizna a cada segundo. Pero poco le importaba. Podría llover a mares, y ella seguiría seca por dentro. Podrían hacer cincuenta grados de calor, diez bajo cero, pero su corazón seguiría sin cambios, intacto, sin verse afectado por ese frío o ese calor, helado, pesado como una roca y frío como un charco de agua estancada para siempre.
En su interior, se sentía como si estuviese atrapada en una bola de nieve, o viviendo en un castillo de cristal, dentro de una ciudad de hielo. Excepto por sus amigos y su hermano, los demás estarían fuera de su alcance, por más que hablaran con ella, por más que se acercaran cada aniversario a ellos, y soltaran palabras de consuelo.
Los gemelos llegaron al cementerio, donde una lápida blanca y sencilla, falta de adornos, los esperaba con su inconmovible cúspide de granito.
La placa decía, simplemente: "Aquí yace Yo, maestro, padre, amigo... fallecido a la edad de ochenta años. Nunca será olvidado".
Les habían dicho que un accidente lo había matado. Un automóvil, que chocó contra su cuerpo, pero tanto el panda como aquel conductor desconocido, un mandril de mediana edad habían muerto instantáneamente.
Centenares de flores yacían adornando la lápida, como intentando dar vida a algo sin vida. Como intentando plantar raíz y crecer alrededor de un trozo de piedra. Como intentando cubrir el dolor con algo que no fuera mera oscuridad y dolor.
-ya son cuatro años, hermana.
Ambos se arrodillaron, dejando sus ramos de flores prometidos. Ella, rosas blancas; él, calas del mismo color.
-¿Calas? ¿Ahora eres emo?
-Son las flores de la muerte. Bueno, no tenían ranúnculos ni violetas, ni rayo de luna, así que supuse que de todos modos serviría.
-Oh. Claro.
Aunque no se dio la vuelta, podía sentirlo reincorporándose y comenzando a marcharse, como si estuviera sonámbulo.
Alarmada, ella se reincorporó, agarrándolo por su brazo y olbigándolo a mirarla a los ojos.
-¿Qué estás haciendo? Tenemos que quedarnos otros diez minutos al menos.
-yin, está muerto. No le dolerá si hacemos eso el año que viene.
-¡yang! ¿Cómo puedes ser tan frío? –hubiera levantado más la voz, perola solemnidad del lugar se lo impedía-. ¡Era nuestro padre! ¡Nuestro maestro!
-¿Y? ¡Yin, lleva muerto cuatro años! Aunque le reces a todas las deidades del universo, nada cambiará lo que eso significa. Nada lo revivirá, no importa qué libro de hechizos o magia rara utilices.
Ambos acababan de salir completamente del cementerio, sin siquiera darse cuenta. Era como si el lugar mismo los hubiese expulsado a patadas, por mera mojigatería o indignación ante el ruido. Como si los muertos, abandonando toda pretensión de levantarse como los zombis de las películas para pedirles silencio, simplemente hubiesen bostezado en sus tumbas, dado una cabezadita y vuelto el cuerpo para volver al sueño eterno e ignoto.
Y Yin sospechaba, tristemente, que su padre no estaba entre esos viejos espíritus.
-Si tuviera que sacrificar mi vida, Yang, lo haría. Habría sacrificado todo. ¡Todo! ¿Qué deidad hay que adorar, con qué fuuuerza de la naturaleza o demonio del infierno hay que pactar para que vuelva con nosotros?
-ya te lo dije. Lo hecho, hecho está. No puedes deshacer lo que ya está deshecho. La gente simplemente no regresa al tercer día de la muerte y todos contentos. Es la ley de la vida.
-¡No, es la ley de la muerte!
-Uh, ¿ahora te vas a poner filosófica' La gente nace. La gente muere. Todos pasamos por eso. Duele hasta las lágrimas, pero sabes que es verdad.
-¡La muerte no es inevitable!
-Cuando encuentres la máquina del tiempo para viajar al pasado y sacar al maestro Yo del camino de ese coche, avísame.
-¿Deja de ser sarcástico! ¡No es gracioso!
-Solo me consuela saber que nosotros moriremos algún día y, entonces, quizás podremos empezar de nuevo, y ser una familia feliz.
-¡Lo odio! ¡Odio la muerte, yang! ¡Simplemente, no puedo soportarlo!
Yin comenzó a sollozar fuertemente, sin poder contener sus lágrimas mucho más. Yang la envolvió en un cálido abrazo, acariciando su espalda para reconfortarla.
-Lo lamento, Yin. No quise...
-Solo cállate. ¿Podemos ir a casa ya?
Horas más tarde, el dojo cerraba sus puertas por el día. Como era el aniversario, sus amigos daban las clases de woo-foo en su lugar. Lina se había ofrecido esta vez, sin importarle el griterío o las peleas de los niños.
-¿Finalmente algo de paz y tranquilidad!
Lina acababa de cambiarse por algo más casual, bajando las escaleras hacia la sala de estar. Abajo, el par de conejos miraba la televisión.
-¿Qué tal la clase de hoy? –Yang no se giró a mirarla, pero Lina pudo notar la calidez de su voz.
-Lo de siempre. El gimnasio apesta, pero la magia limpia toda la suciedad. –Tuvo que morderse la lengua para evitar preguntarles por el día; si siquiera sugiriera el tema, sabía que les arruinaría lo que les quedaba del día.
-Bueno, debo llamar a coop. Ya habrá cerrado la tienda para esta hora.
Roger, Dave y Coop habían decidido seguir el consejo de su profesor de música en la escuela secundaria, Boogeyman, y habían abierto una tienda de instrumentos musicales al otro lado de la ciudad. Lina y Yin, por su parte, atendían un hospital de medicina tradicional (curaciones mágicas, medicina oriental, etc) cuando no se hallaban dando clases.
-yang, recuerda que tienes que terminar tu libro para la próxima semana –lo retó su novia, mientras el conejo hacía zaping.
-nah, la editorial puede esperar. Siempre me dan una semana extra cuando se acerca el aniversario. Tengo tiempo de sobra.
Yang, por su parte, cuando no se encontraba dando clases de woo-foo, se dedicaba a la poesía. Puede que su hermana se burlara de él a menudo por eso o, al menos al principio, hasta que un par de clases de literatura con Ella, y de historia antigua de Carl, en lo que alguna vez fuera la guarida del mal del hermano Herman, habían acabado convirtiéndolo en el escritor más joven de la ciudad, por lo tanto del país y de todo el continente. Si su hermana y su novia habían recibido premios por sus métodos medicinales mágicos (literalmente mágicos), y sus amigos por su música, él había recibido ya tres premios por sus libros de poesía, que se enseñaban en las escuelas de todo el mundo.
Los adolescentes no se quejaban, a estas alturas eran materialmente autosuficientes, casi ricos. Eso no llenaba para nada el vacío de la pérdida. Pero al menos ayudaba a sobrellevarla mejor.
-Es mañana, ¿verdad?
La charla del trío se detuvo de golpe tras las palabras de Lina.
-Sí –dijo Yang, apretando con fuerza las manos de su novia y de su hermana a la vez.
-Pero chicos, ¿están seguros de esto?
-No tenemos otro camino por donde empezar –la cortó Yin, suspirando-. Pero si ayuda a sacarnos de dudas, por mí está bien.
Aquella mañana, la lluvia se había detenido por completo, cosa que la coneja rosa agradeció a quien sea que estuviera allá arriba.
Ambos hermanos tomaron aire profundamente, antes de decidirse a entrar en el edificio.
La pequeña universidad, de diseño sencillo, era roja por fuera y contenía paredes amarillas, un suelo blanco y un techo negro por dentro. Había sido construida hacía apenas una década, siendo pionera en todo el Estado, y a ella acudían estudiantes de todos los poblados de la zona, ávidos de conocimientos.
Bueno, aquí estaban ellos, deseosos también de conocimiento, aunque no precisamente del tipo que la universidad podría brindarles.
En el hall de la entrada, cientos de estudiantes se dedicaban a sus cosas. Habían carteles de las diferentes agrupaciones colgados por todas partes, en colores variopintos, sobre las mesas de madera que se apiñaban a su alrededor.
Al pasar a la bedelía, con la coneja liderando la marcha, se toparon con una fila de al menos cinco estudiantes delante suyo. La recepcionista, una lechuza con enormes anteojos adornando su cara, estaba atendiendo a un perro blanco, quien parecía nervioso por alguna aula que no conseguía encontrar.
-Ya te lo dije, Fabricio, esa aula no existe. Si no, te diría dónde está.
-¡Estoy buscando la 222H, en serio! –el pobre chico parecía estar a punto de sufrir un ataque al corazón-. ¡Tiene que creerme!
-Hmm, ¿qué materia es? ¿Docente?
-Uh. ¿Composición II? ¿Profesor Boogeyman del Hueso?
-¡Ah, el profesor Bones!
-Del Hueso, no Huesos.
-Un momento –se adelantó la coneja a su espalda-. ¡Nosotros venimos por lo mismo!
-Déjenme ver... ¡Ah, aquí está! Hmm, ese profesor, no sé por qué siempre da el número de un aula equivocada. Es la 222I. ¿El siguiente?
Los tres caminaron siguiendo el diseño del edificio con la mirada. Bueno, en realidad, el tal Fabricio era quien hacía eso, los conejos simplemente se limitaban a seguirlo a un par de metros.
El chico iba vestido de blanco en su totalidad, como pudo observar Yin. Traía un violín blanco y azul con él, junto con su mochila, un triángulo de tela amarilla con rayas blancas y azules.
Algo que le llamó la atención del joven estudiante, además de su extraño gusto por el blanco, fue una especie de bastón que se destacaba en el interior de la lona en su espalda. No podía ser el palito (o como se llamara, la coneja no lo sabía) de su instrumento, era demasiado grande y demasiado largo para serlo.
Se apretujaron en un viejo ascensor, los conejos más cerca de la puerta, con el tal Fabricio al fondo.
-Entonces, ¿tocas el violín? –intentó Yin.
-Ah, ¿te refieres a esto? En realidad, vengo a aprender. Me dieron una recomendación de este profesor. ¿Y ustedes?
-¿Nosotros? –el conejo azul se metió las manos en los bolsillos de su campera de terciopelo.
El dúo de conejos iba vestido de manera formal, el conejo de azul y la coneja de negro. En realidad, eran las mismas ropas que habían usado la noche anterior para su visita anual al cementerio.
-¿Qué tocan?
-Eh, pues... –dijo Yang, completamente perdido.
-¡Oh, ya veo! Vienen a descubrir su vocación, ¿es eso?
Las puertas del ascensor se abrieron, y los tres salieron a un enorme pasillo.
-Es por aquí.
Los tres caminaron hasta detenerse frente a una pesada puerta de roble.
Al mirar hacia el interior por la ventana de cristal, pudieron observar a un hombre en el aula.
-¡Pasen, pasen!
Fabricio entró primero. Luego, los conejos.
-Algo aquí no es correcto. ¿Es posible que ustedes no sean mayores de edad todavía?
Los conejos asintieron, pero se sorprendieron al ver el repentino enojo de su compañero.
-¿Y qué? Terminé mis estudios secundarios con dos años de adelanto. ¿Por qué importa?
-En cuanto a ustedes dos –siguió Boogeyman, aparentemente sin haber oído al canino-, aquí dice que ni siquiera han hecho un colegio primario o secundario en condiciones.
-¿Cómo sabe eso? –ambos saltaron.
El profesor, que no tendría más de treinta años, salió de detrás de su escritorio. Iba vestido con pantalones y zapatos negros. Su camisa era blanca con rayas amarillas y traía un sombrero rojo con una calavera blanca dibujada en el frente.
-Si quieren recibir mis clases, tendrá que ser en la escuela secundaria, al menos hasta que cumplen los dieciocho.
El profesor se apresuró a pasar a su lado, y los tres corrieron para seguirlo. Boogeyman cerró el aula con llave, antes de comenzar a trotar tranquilamente hacia las escaleras, para dirigirse a la planta baja.
-¿Qué le pasa? –gritó Fabricio, mientras saltaba los escalones de tres en tres.
Los gemelos lo siguieron, aunque un poco más tranquilos. Bueno, no era raro que los reconocieran, pero pocas personas sabían sobre su pasado. Estaban francamente intrigados sobre cómo este desconocido, profesor o no, había averiguado semejante información.
Salieron al estacionamiento, donde el profesor corría a subirse a su auto de alta gama.
-¡Ese idiota me las va a pagar! ¡No vine aquí para perder el tiempo!
-No te preocupes, tenemos auto. Por aquí.
Yin guió a sus compañeros hasta su –también de alta gama- automóvil, dejando al perro en el asiento trasero, con la coneja en el volante y su hermano como copiloto.
-¿Síguelo, hermana! ¡merecemos una explicación!
Yin pisó el acelerador, y comenzaron a seguir (o a perseguir, dependiendo de cómo lo mires) al hombre una calle más abajo.
Diez minutos después, habían entrado a un barrio de la ciudad que nunca antes habían visto. Parecía japonés o algo por el estilo. Las casas estaban llenas de esas linternas de papel, con pancartas de dragones y budas por todas partes.
-¿dónde rayos estamos? –Yang exclamó.
-¿Qué? ¿Nunca han visto el barrio japonés? Uh, yo vivo aquí, ¿saben?
Estacionaron a una cuadra de su objetivo, quien abrió su puerta y la cerró con total tranquilidad, como ignorando que lo seguían.
Un alce musculoso, vestido como policía de tránsito, apareció de la nada, gritándole que no podía estacionarse allí, pero Boogeyman le mostró una tarjea, y el oficial tuvo que dejarlo pasar.
-¡Uh, nadie respeta la ley por estos días!
-¿Qué ocurre, oficial? –inquirió Yin, habiendo alcanzado a oír parte de la discusión.
-¡Aquí hay una escuela, por todos los santos! ¡Cualquier idiota sabe que es ilegal estacionar un auto frente a una escuela!
-Entonces, ¿por qué lo dejó pasar sin una multa?
-El muy invécil es profesor, por eso. Los profesores pueden hacerlo.
-Espera, ¿no es...?
-Yang, vamos.
Los tres ignoraron al alce, y se abrieron paso hasta llegar a la entrada del edificio.
-¿Era ése... Ultimoose? ¿Qué, ahora es policía de tránsito?
-Qué sé yo. ¿Importa?
En la entrada, una lechuza idéntica a la recepcionista de la universidad los recibió, con una escoba en una mano.
-¿Estudian aquí, muchachos?
-Eh, ¿no? –Yang se golpeó la cara-. ¡Quiero decir, sí!
La mujer pareció restarle importancia a su nerviosismo, y los tres pasaron sin mayores problemas.
Era un colegio enorme, casi tanto como la universidad. Escuela pública, claro.
-¡Este lugar es mucho más grande que la academia!
-No es para tanto, hermano.
-Entonces ¿el hombre no mentía cuando dijo que ustedes no hicieron la escuela secundaria?
-Ni la primaria, amigo –Yang sonrió, algo avergonzado-. Nos educaron... en casa.
-Ya veo. Bueno, intentaría que compartieran mi sensación de pesadilla de volver a la escuela cuando ya no eres más un simple estudiante de secundaria, una pesadilla hecha realidad, pero supongo que no podrían identificarse.
Los gemelos asintieron.
Encontraron al hombre en un aula que, para su alivio, aún estaba vacía. Claro, no eran ni las siete de la mañana, así que las clases no habrían comenzado todavía.
-Eh, creía que este tipo solo era profesor universitario –dijo el conejo azul.
-En realidad, también doy clases aquí.
Boogeyman se dio la vuelta, mientras abría su maletín sobre su silla, sacando algunos libros y carpetas que intentaba acomodar sobre su escritorio.
-¡Yo ya pasé mis estudios secundarios! ¡No necesito volver a cursarlos!
-Me pregunto si fue aquí.
-Eh, no. Vivo aquí desde hace un par de meses. No los hice aquí, vivía en otro lado. Pero ¿eso qué importa?
-Hmm, no creo que nos hayamos presentado correctamente. Boogeyman del Hueso.
-Fabricio Luna. Aunque también pueden llamarme por mi nombre japonés, Uryu Tsuki.
-Yin y Yang –dijeron los conejos.
-¿El escritor y la curandera? ¡Oh, qué suerte tengo! –dijo el profesor, ahora un poco más alegre.
-Lo que sea –dijeron los conejos.
-Bueno, nos quedan todavía como cuarenta minutos. ¿Qué necesitan?
-Clases de música, obviamente. Toda mi familia toca algún instrumento. Mi papá fue alumno suyo en el conservatorio de Berlín, según me dijo.
-¡Ah, Yamato Tsuki! ¿Sí, lo recuerdo! Hmm, ¿cómo le va hoy como pianista?
-Muy bien. –Fabricio o Uryu dijo, frunciendo el ceño con molestia-. Tan bien que se fue de gira por Europa y no vuelve hasta dentro de medio año. Uh, no me quejo, en serio, pero no estaba acostumbrado a la casa con tanto silencio.
-nos educamos en casa, muchas gracias –se paresuró a explicar la coneja, harta de los rodeos del monstruo con sus aires de profesor de la alta escuela-. Pero nuestra consulta es algo más... personal.
-¿Sí? ¿Qué tan personal?
Yang hizo la señal de la cruz, y su interlocutor pareció entender que era algo realmente serio.
-Oh, entiendo.
-Es realmente complicado encontrarlo en la universidad. ¿Da clases particulares?
-Claro, no hay problema. Ten.
Boogeyman le entregó una tarjeta plastificada al chico canino, quien se la guardó en su mochila y se fue rápidamente, sonriendo ahora.
-Bien, ya estamos solos. ¿de qué se trata?
-Hemos oído que tiene una reputación... interesante –comenzó el conejo azul, animándose.
-Soy un compositor famoso, gracias.
-no, no nos referimos a eso –se apresuró a aclarar la coneja, agitando las manos en el aire-. ¿es verdad que puede hablar con las personas que ya no... están... en este plano?
-¿hablar con los muertos? ¿Espíritus? ¿Espectros? ¡Ay, querida! ¡Han venido con el hombre adecuado!
No les tomó más que unos quince minutos ir y regresar del cementerio en sus respectivos autos. Aunque estaba al otro lado de la ciudad, no había límite de velocidad en las afueras, por lo que condujeron rápida pero prudentemente.
-Es ésta –señaló la coneja, liderando el camino entre las lápidas.
El Boogeyman se arrodilló frente a la lápida, con un par de guantes blancos y una lupa. Examinó los alrededores con pericia, se detuvo en la letra escrita sobre la piedra, palpó los bordes. Examinó asimismo las flores.
-Oh, interesante.
-¿Qué necesita? ¿para hablar con nuestro padre? –inquirió la coneja una vez se hubo levantado.
-¿Su ropa? ¿Su comida favorita? Cualquier cosa, sólo dígalo y se lo daremos.
-chicos, no estamos buscando a una persona desaparecida en vida. Estamos buscando un alma en camino hacia la otra vida.
-No comprendo –dijo Yang, cruzándose de brazos-. ¿No es lo mismo?
-para un médium, son dos cosas completamente diferentes. Su padre ya no está entre nosotros, ¿comprenden? –ante su asentimiento, agregó-: Me basta con esto –recogió una de las rosas que Yin había colocado esa mañana- y esto –recogió una más vieja, que tendría varios meses.
-Hmm, ¿qué pasa con las flores? Son bonitas, ¿eh?
-hay dos cosas que puedo decirles al ver y oler estas flores. La primera, todas parecen nuevas. Como si incluso las más antiguas hubiesen sido colocadas ayer. Miren –levantó un ramo de ranúnculos que Yang había puesto allí el año anterior-, ¿lo ven?
-¡Increíble! –dijeron al unísono, fascinados.
-¿Saben lo que esto significa? Son buenas noticias. Significa que aman mucho a su padre, y él lo sabe ahora.
-hmm, no quiero sonar grosera, pero ¿dijo aman? ¿No querrá decir amábamos?
-Sé lo que dije. ¿No creen en la otra vida?
-¡Por supuesto que sí! –saltó la coneja, indignada.
-No realmente –objetó su hermano al mismo tiempo.
-Lo que sea. Sin embargo, algo aquí es diferente. –Olfateó el aire, antes de que su rostro decayera por la preocupación-. Dijeron que su padre fue víctima de un accidente, ¿verdad?
-Sí, nos llamaron minutos después de que ocurriera –continuó Yin, dominando la conversación-; nosotros estábamos en nuestra... casa cuando sucedió. Se suponía que iba a comprar algo al supermercado. Habíamos comenzado a preocuparnos que no hubiese regresado. Resulta que ni siquiera pudimos evitar que sucediera.
-No es su culpa. Pero escuchen, algo no está bien. Los espíritus cuyas formas mortales anteriores han muerto por algo como esto, pueden intentar regresar como espectros. Pero no es frecuente.
-¿Y? –ellos lo invitaron a continuar.
-Si el espíritu de su padre no ha vuelto, eso significaría que debería estar de camino a la otra vida. Hmm, qué raro. –extendió la mano con la que sujetaa la lupa, como tocando algo invisible frente a ellos-. La última vez que revisé, todo estaba bien. ¿Qué es diferente?
-Bueno, siempre que venimos aquí, con nuestros amigos o solos, el lugar se siente... –comenzó la coneja.
-¿Frío? ¿hay una angustia inexplicable que nunca se va?
-¡Eso mismo! Bueno, ahora no siento nada –admitió ella, entrecerrando los ojos-. ¿Será porque es de mañana?
-Es por mí. La próxima vez que quieran venir aquí, avísenme. Es mejor que no anden sin protección por esta zona.
-¿y eso por qué? –Yang protestó.
-Lo que dijo tu hermana. También lo sentiste, ¿me equivoco?
-Uh, sí. ¿Y eso qué? No es como si alguien intentara robar este lugar. No hay nada de valor aquí.
-Somos guerreros entrenados, así que no importa.
-Físicamente, quizás, pero hay cosas que escapan a la simple autodefensa física. En fin, será mejor que regrese. Este lugar me asfixia.
Sus acompañantes asintieron, comenzando a desandar el camino.
-Espere un momento –lo detuvo Yin, alcanzándolo en la entrada-. Antes, dijo que nuestro padre no está por aquí. Entonces, ¿eso significa que su alma está en paz? ¿De camino al cielo?
-Oh, eso. Nombré las dos únicas posibilidades que, en el mejor de los casos, debieran suceder. Pero bueno, nunca hay que descartar otras posibilidades. Veamos. –Se colocó una mano en su cuello, cerrando los ojos en concentración-. Oh, esto no me gusta. –Pareció estremecerse, antes de abrir nuevamente los ojos, con una mirada algo desencajada-. Oh, no me gusta nada.
-¿Qué pasa? Es como si acabara de ver un fantasma –bromeó el conejo.
-Ojalá fuera algo como eso. –Sacudió la cabeza, comenzando a sudar-. Hmm, ¿por qué mejor no me llaman más tarde?
Les lanzó una tarjeta con su dirección y un teléfono.
-Puede decirnos qué ha visto. Podemos manejarlo –le aseguró Yin, imprimiéndole falsa seguridad a sus palabras.
-No puedo encontrar el espíritu de su padre. Lo lamento.
Un pesado silencio cayó tras sus últimas palabras.
-¡Impostor! –saltó repentinamente Yang, agarrándolo por el cuello de su camisa con furia-. No es un médium, ¡solo un fanfarrón y un charlatán!
-¡yang, suéltalo! –su hermana lo apartó del hombre de un golpe, sujetándolo por su brazo-. ¿Qué rayos te pasa?
-¡oigan ustedes! ¿No saben que están en un lugar sagrado? ¡no griten!
Una chica que pasaba los retó, silenciando a los conejos.
Se trataba de una paloma blanca, vestida de blanco y rojo, con una mirada de pocos amigos.
-¿Y usted quién es? No la había visto por aquí antes –la cortó el zombi monstruoso, con curiosidad.
-Mi nombre es Yuki, y yo... soy...
-¿Una detective privada? –preguntó la coneja.
-¿Una saqueadora de tumbas? –la secundó su gemelo.
-¿Una bruja malvada?
-¿Una sacerdotisa loca?
-¿Una lúgubre actriz fracasada?
-¡Ninguna de esas cosas! ¡Soy... una guardia!
-¿le dan la protección de un cementerio a una chica joven? –se preguntó el adulto en voz alta-. Qué curioso.
-¿Le molesta que una chica tenga el trabajo?
-En realidad, preferiría que fueras una perito forense. Dios, es la primera vez que veo seguridad por aquí. Bien, recuerda reparar el ala del fondo. Ya sabes, donde están las tumbas más viejas. Las vi bastante descuidadas. Vámonos, tengo que regresar para dar mi clase.
-¡Todavía nos quedan muchas preguntas por hacerle! –esta vez, fue Yin quien lo agarró del cuello de su camisa, aunque su agarre era más suave que el de su hermano-. ¿Por favor?
-usen ese número. Estoy libre los fines de semana. ¿Está bien?
Resignados, los gemelos se volvieron a meter en su auto, sin ánimos ya de seguir al extravagante profesor de música. En su lugar, acabaron por regresar al dojo.
Mientras tanto, y sin que ninguno de ellos se hubiese percatado, la tal Yuki caminaba entre las diferentes tumbas, señaladas por sus lápidas, maldiciendo por lo bajo.
-La gente de hoy en día...
Caminó hasta detenerse en la lápida del Maestro Yo, arrodillándose a su lado y acariciando uno de los ranúnculos del montón que la adornaban. De repente, una ventisca helada la sacudió, pegándole el cabello azabache a la cara.
-Así que es ésta. Muy bien, vamos a trabajar.
