CAPÍTULO 2: Continuar
—No puedo creer que seas tan estúpido.
Habían transcurrido veinte minutos desde que Pilica comenzara a regañarlo mientras le aplicaba un ungüento fresco y viscoso sobre la piel. El chico en cuestión no se animaba a protestar, recibía las quejas y miradas severas en un silencio tranquilo sabiendo que las palabras de su queridísima hermana eran completamente ciertas, llevaba bastante tiempo siendo un idiota.
El día anterior y tras la confusión ocasionada por la llegada del Olympus y el caos generado en el puerto el joven ainu, completamente agotado y abrumado por la sensaciones se había desplomado rendido en el borde costero. En aquel estado ausente de profunda introspección perdió noción del tiempo y el espacio, pasaron horas durmiendo despreocupadamente bajo el sol. Con tantas distracciones nadie reparó en su presencia, mucho menos en el hecho de que aunque el deslumbrante sol de invierno no calentaba sus rayos aún quemaban. Para cuando Pilica fue a recogerlo, al atardecer, ya estaba demasiado enrojecido y adolorido para reaccionar, aunque logró balbucear solo un par de palabras inconexas mientras era arrastrado de regreso a su hogar.
—Al menos hoy tienes buen aspecto— añadió ella, algo más calmada, mientras examinaba cuidadosamente el rostro de su hermano.
Nuevamente tenía razón. Si bien las condiciones que lo llevaron a aquel estado no eran las mejores, finalmente el descuidado ainu había conseguido el buen descanso que no pudo obtener durante semanas. Sentía los ojos más calmados, sus músculos habían perdido rigidez e incluso el apetito ausente comenzaba a dar leves señales de existencia. Pero por sobre todo había comenzado a despejar sus ideas, encontrando un pequeño rastro de esperanza, una nueva motivación, algo a lo que aferrarse para poder continuar.
Porque si ahora se encontraba sentado junto a su hermana con una sonrisa llena de ternura y agradecimiento era porque la decisión había sido tomada, continuar. Ya se las arreglaría para encontrar un verdadero objetivo y de algún modo aprendería a lidiar consigo mismo.
—Ya estás listo - Sentenció la menor dándole una palmadita en el rostro — Ahora ve a desayunar. Aún hay leche caliente y preparé algo de pan. Yo estaré en la ciudad, papá volverá tarde hoy, espera vender artesanías cerca del hotel… ya sabes, los "visitantes". Por favor, no hagas algo tan estúpido otra vez.
Con un movimiento rápido la muchacha se puso su enorme sombrero y se colgó al hombro un pequeño bolsito hecho a mano. Se despidió con su acostumbrado beso en la mejilla y una sonrisa algo preocupada.
Al encontrarse solo el muchacho suspiró pesadamente liberando de a poco de la carga contenida. Comió lo que pudo en compromiso con su hermana y decidido a darse ánimos escogió algo de ropa limpia y se metió a la ducha. Hoy lo merecía, si bien en concreto nada había cambiado, tenía la certeza de que su aventura en el reino de las sombras llegaba su final y cualquier intento por volver a aquel estado sería un acto infantil de miedo y falsa autocompasión. El dolor y la culpa seguían allí, pero aquel impulso que nublaba su razón comenzaba a esfumarse. Al alejarse del borde y ver las cosas con algo de distancia le parecía absurdo que hace tan solo 24 horas estuviera a punto de abandonarlo todo. No pudo. No lo hizo ayer ni el día anterior y en el futuro tampoco lo haría. Pero le había tomado algo de tiempo y esfuerzo estar seguro.
Salió de casa aun lleno de incertidumbre pero con una extraña sensación de calma. El frío y reluciente sol del día anterior se había ocultado dando paso a una mañana gris y opaca cubierta de suave niebla. Inhaló con fuerza, notando por primera vez en cómo el aire de las montañas lo llenaba de energía, hoy sería un buen día, volvería a luchar. Emprendió su camino que por inercia lo llevaba rumbo al pueblo, al percatarse detuvo sus pasos e impulsado por aquel renovado valor se adentró en la espesura del bosque, su objetivo se encontraba un poco más allá.
Caminó en silencio sintiéndose cada vez más nervioso, hundiendo sus pies en una delgada capa de nieve, subiendo el camino en pendiente sin mayor dificultad. Conocía aquel sendero de memoria pero por mucho tiempo lo había querido olvidar, lo había recorrido en soledad cada vez que quería olvidarse del mundo y luego lo recorrió junto a ella cuando le abrió su corazón, para compartir algo especial. Al llegar a la bifurcación se dio cuenta de que poner los pies sobre aquel territorio sería demasiado y que lo mejor sería observar todo desde una distancia segura. Tomó el desvío subiendo por la montaña hasta llegar al mirador que él y su hermana habían improvisado hace unos años, aún inseguro sobre qué tan lejos podría llegar, cualquier paso en falso lo obligaba a plantarse de cara a una realidad que no sabía si estaba listo para enfrentar.
El viento soplaba frío y descubrió que su frente estaba empapada de sudor, un par de horas debieron transcurrir desde el inicio de su caminata. Avanzó lentamente por la explanada y trepó por una enorme roca estratégicamente colocada desde la cual en algún tiempo se podía ver en la distancia un enorme campo de fukis oculto entre las montañas, extendiéndose a la orilla de un gran río sagrado. Pero todo eso se había ido con ella. Se sentó observando la presa con calma descubriendo que aquel dolor lo podía soportar, que se había resignado a la pérdida. Aquel enorme muro de concreto se había erigido durante su largo duelo, pese al odio y el dolor su llegada había sido inevitable destruyendo aquellos hermosos recuerdos y ahora se plantaba frente a él como si siempre hubiera existido. Suspiró con pesar. La presa era una batalla perdida, pero la tragedia ocurrida se podría haber evitado, la culpa era suya y con eso quería cargar (aun cuando no fuese cierto). Pero en todo ese tiempo algo había aprendido, quien puso pausa a su vida había sido él mismo con su miedo a enfrentar la realidad, a defraudar a su gente, al rechazo de los demás, destruir sus propias expectativas y por sobre todo el miedo a descubrir en qué se estaba convirtiendo. Se abandonó a sí mismo al recorrer aquel camino causando aún más dolor, transformándose en una carga para su padre y su hermana que debían verlo deteriorarse día a día.
"Pero en ese momento… ¿Qué más podía hacer?"
Llorar, aceptar y continuar. Se había tomado su tiempo pero eso estaba haciendo. Como ella le enseñó, no culparía a los demás, aceptaría sus errores y miedos pero trabajaría para mejorar.
Las palabras de Damuko, no, Tamiko, resonaban en su mente y comenzaban a tomar sentido, ligeras lágrimas resbalaron por sus mejillas mientras una sonrisa triste y tranquila se contoneo en sus labios.
" Gracias por todo"
Aún no estaba listo para dejar ir, pero se sentía un poco más cerca.
Se encontraba absorto en esa paz cuando una una voz profunda y arrogante interrumpió el flujo de sus pensamientos.
— Ese pedazo de basura… los humanos destruyen todo, es una aberración
El joven ainu regresó de un salto al mundo terrenal, se volteó confundido buscando al dueño de aquellas extrañas palabras quien a sus espaldas y parado sobre la roca observaba la enorme construcción con molestia. Vestido con una inmaculada túnica blanca y finos zapatos chinos a juego, flores de loto doradas delicadamente bordadas adornaban sus ropas, los brazos cruzados, una expresión de hastío decorando las finas facciones de su rostro y sus ojos dorados observando sin perder detalle. Aquel muchacho que el día anterior desfilaba altivo sobre un enorme caballo, se revelaba como un chiquillo malcriado, de baja estatura y peinado gracioso, pese a que su impecable apariencia exudaba riqueza sin la enorme capa no le pareció tan intimidante.
"Maldita cucaracha"
El ainu se encogió intentando ocultar su rostro entre los brazos, sin hacer caso a las palabras del recién llegado, esperando no ser reconocido y por sobre todo que el intruso no deseara entablar una conversación. Pese a su renovada resolución no se sentía preparado para encarar de forma tan frontal el mundo real, mucho menos interactuar con alguien como él.
—Parece una construcción reciente — Habló el intruso — ¿Cómo era este lugar antes?
Una gota de sudor frío recorrió la nuca del ainu, realmente no quería hablar mucho menos dar explicaciones y su acompañante no parecía notar (o tal vez no le importaba) que aquella pregunta tan simple le había incomodado. El ainu desvió la mirada esperando que se aburriera y se fuera pero no ocurrió. Tras un par de incómodos minutos en los que no dejó de sentir la pesada mirada dorada fija en su espalda finalmente se rindió.
—Un campo de fuki.
—¿Cómo dices?
—Era… — Comenzó en un susurro intentando conseguir valor— ERA… Solía ser un campo de fuki. Un enorme campo de fuki al borde del río.
Su interlocutor, que al parecer ya había perdido el interés, lo miró de reojo respondiendo con simpleza.
—… ya veo
Y volvió el incómodo silencio, pero la mirada afilada del extraño de ojos dorados no se apartó, con pasos rápidos y silenciosos caminó hasta su lado, sentándose elegantemente sobre la roca. Tras observar al joven ainu sin lograr captar su atención el intruso retomó su intento de conversación.
—Qué sorpresa. Me atrevería a decir que hoy pareces una persona decente.
"Por supuesto que me reconoció".
El aludido se quedó helado sintiendo como la vergüenza coloreaba sus orejas a medida que una sonrisa triunfante se formaba en los labios de su acompañante. Quiso salir corriendo, desaparecer, pero sus piernas de plomo nuevamente lo traicionaron. Ocultarse ya era inutil y al parecer aquel invasor ya lo había escogido como blanco de sus burlas. Prefirió callar y encogerse de hombros, aguantaría en silencio hasta que se aburriera y le dejara tranquilo.
—¿Así es como tu gente da la bienvenida a los visitantes?— preguntó con arrogancia el de ojos dorados.
No notó el puño del ainu apretándose con fuerza, tampoco el ligero castañear de sus dientes, al no recibir respuesta verbal simplemente dejó escapar un bufido de frustración.
—Si no respondes no tiene gracia - añadió poniéndose de pie con movimientos ágiles, sacudiendo su inmaculada túnica - Anda, levántate. Quiero conocer este lugar.
El ainu fingió no escuchar, comprometido con la tarea de ignorarlo, pero al ver que su acompañante no se movía y su expresión irritada se profundizaba se sintió obligado a contestar.
—Oye …espera un segundo. Ni siquiera te conozco. No puedes venir a este lugar, hablarme de esa forma y darme órdenes como si nada ¿En serio esperas que te obedezca?¿Quién te crees que eres?
El aludido le devolvió una mirada desafiante, intentó contenerse pero en parte había estado esperando aquella pregunta. No pudo evitar inflar el pecho con orgullo y observar por sobre el hombro adoptando una expresión solemne y severa, listo para repetir casi por costumbre aquel discurso discurso que su padre le había enseñado antes de embarcarse.
—Soy el Gran Tao Ren, proveniente de China, el hijo más joven y heredero de la poderosa dinastía Tao. Yo me encargaré de la purificación de este mundo mediante la restauración de nuestra noble familia. Anda ya, ponte de pie y muéstrame el lugar, no me hagas repetirlo.
—Pues verá "¡Oh! Gran Señor Tao" aquí no nos interesan esas cosas, somos gente sencilla pero tenemos orgullo, no aceptamos órdenes de cualquiera que intente imponerse. Si "su majestad" tanto lo desea tanto, puede pedirle a alguno de sus sirvientes que le dé un paseo en carruaje por los muchos atractivos turísticos de la ciudad. Seguro será más rápido y cómodo que callejear junto a un vago harapiento y bueno para nada. Además… tengo cosas más importantes que hacer que lamerle las botas a un tonto fanfarrón.
Sin detenerse a ver el rostro perplejo de Ren, el joven ainu le dio la espalda esperando que aquello diera por finalizada la conversación. Había sido un gran esfuerzo articular tantas palabras de golpe, su corazón latía con fuerza lleno de euforia y de algún modo se sentía contento por haberse defendido. Habló desde la rabia contenida pero sobre todo desde la incomodidad de haberse visto interrumpido en aquel momento y lugar tan íntimos. Sólo esperaba que aquel muchacho diera la vuelta y se marchara.
Afortunadamente así ocurrió, pero a diferencia de lo que el ainu esperaba aquellos ligeros pasos no se dirigían a la ciudad, pudo escuchar como lentamente se alejaban adentrándose montaña arriba. No tuvo mucho tiempo para sentirse aliviado, casi al instante comenzaron a torturarlo miedos e inseguridades. Pensó en el fuerte viento que soplaba en la cima, en el frío que ya se avecinaba, en la nieve blanda y resbaladiza, en aquellos zapatos chinos que seguramente no estaban hechos para un ambiente como ese. Sintió un escalofrío acompañado de una extraña pero familiar sensación. Se le revolvió el estómago, los recuerdos nuevamente se agolparon y antes de dar rienda a su macabra imaginación se puso de pie de un salto y se encaminó colina arriba.
El sendero parecía despejado, lo llamó intentando recordar su nombre pero no había respuesta del joven chino. Se había esfumado, notó que las huellas se interrumpían a pocos pasos de su posición y pese a que todo indicaba lo contrario su pesimismo le llevó a pensar lo peor. Su cuerpo se tensó, paralizado por el miedo intentó acercarse a la orilla del camino, asustado de lo que pudiese descubrir.
—Estoy aquí, idiota.
El ainu se dio la vuelta con sorpresa y efectivamente, allí lo encontró, sentado despreocupadamente sobre una roca con una sonrisa satisfecha y un malicioso brillo en los ojos.
—Es que… creí que… desapareciste … las huellas
—¿Te asusté? — dijo con una risita burlesca — No soy tan descuidado para explorar sólo una montaña como esta. Con esta ropa tan incómoda y estos zapatos apenas puedo caminar — añadió con gesto de molestia mientras extendía los brazos exhibiendo la prenda en toda su longitud y lujo.
El ainu, sintiéndose nuevamente ridiculizado y ya harto de aquella situación dejó escapar un bufido de cansancio y frustración. Dio la vuelta decidido a regresar a casa, dormir hasta mañana y no volver a ver a ese sujeto nunca más.
—Ya déjame en paz.
—Solo quiero algún lugar desde donde pueda ver el mar— respondió el chino firme y sereno.
—Llegaste en un barco, idiota, ya viste suficiente mar
Antes de que el ainu pudiera negarse a su petición, el interesado lo volteó sujetando firmemente su brazo, encarándolo de frente con una respuesta.
—No digas estupideces, no puedes ver nada en esa jaula a la que llamas barco. ¿Qué ya tuve suficiente mar? Eso no es asunto tuyo. Simplemente haz lo que te digo y te dejaré tranquilo. Ahora no me hagas repetirlo una vez más, llévame a ver el mar.
—Solo respóndeme una cosa. Por qué yo.
Ren lo miró algo confundido y tras reflexionar un poco sus palabras le respondió tranquilamente y sin mucho interés.
—Porque estabas aquí.
Para ese entonces el ainu ya estaba demasiado cansado de aquella interacción como para protestar o indagar en la presencia del chino en las montañas. De deshizo del agarre de Ren con un movimiento brusco sin siquiera mirarlo, refunfuñando se encaminó colina arriba haciendo una señal con los dedos para que su acompañante lo siguiera. Tras un breve ascenso se detuvo en medio del camino, revolvió entre los arbustos dejando al descubierto un sendero improvisado difícil de reconocer para el ojo poco entrenado, abriéndose paso entre los matorrales se internó en la espesura.
El chino sonrió complacido siguiéndolo con movimientos elegantes. A partir de ese punto el camino se volvió angosto y pedregoso, aún así Ren pudo recorrer el empinado tramo sin dificultades
("¿A quién engañas? Claro que puedes caminar con esos zapatos"). El ainu intentó deshacerse de él cansándolo, lo llevó por una ruta aún más sinuosa y de suelo difícil, pero Ren no parecía turbado y logró sortear ágilmente los obstáculos del camino. Finalmente y tras una larga caminata en ascenso llegaron a una pequeña explanada que conducía a un acantilado. El ainu detuvo sus pasos contemplando el paisaje, recordando su última vez en aquel lugar, un intento fallido antes de escoger el muelle como escenario de su frustrado final. Se sacudió ese pensamiento y acercándose a una distancia prudente se sentó sobre el suelo invitando a su acompañante a hacer lo mismo.
"Amarrado junto al mar"
Ren por su parte lo ignoró y caminó directamente al borde del risco pisando fuerte. Desde aquella altura podía ver un roquerío a los pies del acantilado, las olas azotando con furia, el mar extendiéndose hasta donde llegaba la vista y en la lejanía el horizonte calmo fundiendo el cielo y el océano. El viento azotaba con fuerza revolviendo sus cabellos, haciéndolo tambalear, el frío calaba sus huesos y en aquel solitario y desolado paisaje cerró sus ojos con suavidad, disfrutando de aquella peligrosa tranquilidad. Antes de que el ainu pudiera acercarse y arrastrarlo a una distancia segura, el chino retrocedió y se sentó despreocupadamente sobre el suelo.
—No vuelvas a hacer eso. — regañó el ainu con una frialdad que hasta el minuto no había demostrado — Esta zona es peligrosa. Podrías caer.
— Ya puedes retirarte, me quedaré un poco más. Me mostrarte el camino, puedo volver solo.
— Ya es un poco tarde para eso. Si te quedas aquí demasiado tiempo comenzará a oscurecer, estás temblando de frío y lo más probable es que esta noche haya una tormenta. Cualquier descuido y eres hombre muerto.
—Eso podría ser interesante.
El de cabellos celestes comenzó a irritarse con la actitud arrogante del chino, la idea de marcharse y dejarlo solo resultaba tentadora, pero al mismo tiempo abandonarlo a su suerte era entregarlo a un destino incierto, había algo en su comportamiento que le inquietaba. Se sintió agotado, la cabeza le daba vueltas y sus piernas ya algo cansadas volvieron a anclarse al suelo, la tarde llegaría pronto y solo entonces se percató que desde su encuentro con Ren sus pensamientos habían abandonado el dolor, secuestrados por la preocupación y la molestia. ¿Era eso algo bueno? Al menos era distinto, pero se sentía extraño apartarse de aquel que fue su refugio tanto tiempo. Suspiro pesadamente y nuevamente decidió ceder ante la actitud caprichosa de su fastidioso acompañante, si lo consentía le dejaría tranquilo. Se sentó a su lado apoyando su rostro sobre su mano y cruzando las piernas en actitud de silenciosa protesta.
—Esta bien, te daré una hora, es invierno y oscurecerá temprano.
Ren lo observó con desdén, no sólo contradecía sus palabras, sino que también le daba órdenes y lo menospreciaba. La compañía del ainu ya no resultaba tan divertida como pensó en un principio. Contempló el rostro ainu algo tostado, contraído en una mueca llena de incomodidad y molestia. Recordó entonces su primera impresión el día anterior, porque desde el minuto en que lo vio lo supo. Supo quién era aquel ainu disminuido, una mancha entre la multitud, una criatura atrapada en la oscuridad, una presencia tan disminuida que solo alguien con un corazón igualmente angustiado sería capaz de notarla. Demasiado turbado para prestar atención al mundo , a solo un paso de dejarlo todo. Y él quería verlo, quería darle ese empujón, quería arrastrarlo al borde y verlo lanzarse a la desesperación porque él mismo era demasiado cobarde para hacerlo. Era su retorcida forma de ayudar y permitirse reafirmar su propio poder, triunfaría ante su propia debilidad, descargar su ira en el primer pobre diablo que se le cruzara. Lo aplastaría para no aplastarse a él. Pero al ver esa mirada desafiante y orgullosa supo que había perdido la oportunidad, algo había cambiado en ainu y no sabía muy bien qué pero era evidente que aquel miserable había recuperado su voluntad.
—Debo volver a casa. — Soltó el chino con un tono de frustración.
Tras aquellas palabras el ainu esperaba que se pusiera de pie e iniciara la marcha, pero Ren no se movía, con la mirada perdida en el horizonte se había dejado atrapar por su propio tren de pensamiento, sin embargo continuó hablando.
— Yo también me crie en las montañas- Comentó en calma, para sorpresa de su acompañante— Por supuesto, no son como las montañas que tienen en Hokkaido, pero se extienden por kilómetros, albergan ríos tan anchos como el mar y su altura se pierde en la bruma, es fácil desorientarse y extraviar el camino.
El ainu permaneció en silencio sin atreverse a hablar, era gracioso pensar que tenía algo en común con aquel chiquillo rico y maleducado, tal vez merecía una oportunidad.
—Yo también perdí mi camino. Este maldito viaje me hizo dudar, me hizo querer escapar y ahora que puedo hacer algo para deshacerme de esta frustración resulta que soy incapaz.—Ren hablaba consigo mismo pero el ainu descubrió algo de sentido en aquellas palabras — No volveré a confundirme, tengo claro quien debo ser, soy un Tao, debo cumplir mi misión.
Al escuchar esas palabras, el de cabellos celestes no pudo contener una risita algo nerviosa, aquella situación le parecía algo familiar y contemplarlo desde fuera le ayudaba a ver lo ridícula de su propia situación. Los viejos desde siempre imponiendo tareas imposibles de llevar, ellos mismos siendo unos idiotas ignorando su propia voluntad, dejándose arrastrar por el miedo y la inseguridad.
"Si ese es el caso… somos iguales, tu y yo"
Los recuerdos se agolparon en su mente, aquellos breves momentos, palabras llenas de dolor y sinceridad, una honestidad que en su momento no supo apreciar. Finalmente llegó a comprender algo.
—Quién debes ser no siempre es quien realmente eres —Interrumpió el ainu con sencillez, hablando más para sí mismo, pero esperando alcanzarlo también. — Puedes hacer lo que te ordenan o puedes continuar a tu manera, pero si te pierdes a ti mismo ¿Cómo piensas cumplir con ese deber?
Los ojos de Ren se agudizaron y su rostro dejó ver su indignación, había bajado la guardia, se mostró vulnerable y como respuesta recibió aquellas ilusas palabras llenas de un absurdo idealismo ¿Qué pretendía ese idiota? ¿Acaso intentaba enseñarle una lección?
— ¿Qué puede saber alguien como tú sobre el deber? No entiendes nada. Una basura como tú, vagando por las calles con esa actitud miserable, en esta isla de mierda llena de campesinos igual estúpidos, una cucaracha que se puede dar el lujo de perder el tiempo compadeciéndose, dime qué puedes entender TÚ del deber.
El ainu lo miró directo a los ojos y aunque podría haberse molestado por aquellas duras palabras de pronto le pareció que Ren era demasiado transparente.
— Alguien como tú ni siquiera tiene orgullo.
El ainu entendía que el chino sólo intentaba provocarlo de forma cruel y soberbia, pero aunque le hubiera gustado dar una respuesta violenta descubrió con esas palabras llenas de temor e inseguridad que necesitaba ser honesto, aquella situación por muy extraña y violenta también le pareció familiar.
—Hmm... Orgullo dices… ¿Sabes? Si me hubieras dicho esto unos días antes quizás lo hubiera creído, después de todo yo también pensaba lo mismo. Yo creí que mi orgullo provenía de mi sangre y de mi origen. Pensé que debía proteger este lugar, que debía odiar a mi enemigo, que debía proteger a la tribu. Pero entonces algo ocurrió… llegó ella… falle, me confundí, me enamoré, cometí errores, y luego la mate. Estuve atrapado durante mucho tiempo, puedo decirte que aun lo estoy, pero recordé lo que ella me enseñó. Supongo que es el momento de aceptar esas circunstancias, esas cosas que no puedo controlar. No solucionaré nada si intento escapar. ¿Que si tengo orgullo? Claro que sí, pero no proviene de mi gente o de mis logros, proviene simplemente del hecho de que decidí continuar siendo fiel a mi mismo.
El chino se quedó contemplando en silencio, digiriendo aquellas palabras llenas de sinceridad que le habían golpeado más duro que cualquier golpe o insulto. Había demasiado que no comprendía y demasiado que no quería aceptar, tantas otras cosas que habría preferido ocultar. Le incomodó aquella sonrisa tan amplia, esos ojos honestos que lo miraban empapados de lágrimas, sin rastro de vergüenza. Apretó con fuerza el puño sin saber qué hacer con la impotencia que comenzaba a desbordarse. Debía volver a casa, ahora era urgente.
—No sé como llegue a dar contigo. Dime quién mierda eres, basura de la montaña.
El ainu lo miró a los ojos y con una sencilla sonrisa respondió .
—Por ahora puedes llamarme HoroHoro.
"Corazón de piedra me lo deja sin latido"
El silencio pareció durar horas. HoroHoro, con el corazón ligero y aquella bobalicona sonrisa aun en su rostro y los surcos de sus lágrimas aun dibujados, se dejaba acariciar por la brisa sintiéndose cada vez más aliviado. Ren en cambio emprendió su camino de regreso dando grandes zancadas, con los puños apretados y el ceño fruncido, ya no parecía tener ánimos para burlas o desafíos. Dejó escapar un par de palabras en chino y al pasar junto al inu dejó escapar con debilidad sus palabras de despedida "Esto es estúpido".
Esta vez fue el ainu quien le siguió el paso aunque era evidente que su presencia irritaba al joven chino.
—El paseo terminó. Vete a casa, yo sabré qué hacer.
—¿De verdad piensas regresar sólo? ¿Dónde quedó el respeto por las montañas?
—En china — susurró Ren, molesto— Junto con mi cordura
El ainu dejó escapar una risita alegre, haciendo caso omiso a las palabras de Ren, definitivamente había recuperado algo de su buen humor. Dando un paso enorme se adelantó hasta llegar a su lado, dispuesto a bloquearle el paso.
—Me caías mejor ayer, cuando estabas deprimido — intentó cortar el chino sin ocultar su molestia.
—No seas tonto, eso no es algo que desaparezca así de rápido— respondió HoroHoro divertido — Aún podría saltar de ese precipicio.
—No— cortó el chino con violencia, esquivándolo— No eres capaz.
—¡Hey! Espera, te digo.
Jaló de la enorme y aun reluciente túnica para para encarar al chino de frente, estaba dispuesto a recibir más insultos pero su sorpresa fue mayúscula al encontrar una mirada confundida y una mueca de desagrado.
—Ya suéltame. Ya perdí el interés.
Con un ademán violento Ren se deshizo del ainu y continuó su caminata a paso firme, sin dejar de murmurar maldiciones. Su aventura recorriendo Hokkaido había terminado, si se quedaba un poco más acabaría completamente humillado. Pensó que había conseguido un juguete interesante, que sería divertido experimentar un poco, presionarlo, enloquecerlo y ver qué pasaba. No esperaba encontrarse con que el único confundido seria él mismo, se lo había enrostrado ese ainu tonto pero decidido. No, aquello estaba bien para un idiota de pueblo sin futuro pero no para el, no podía darse ese lujo. Su futuro estaba resuelto y su deber era cumplirlo sin confusiones. Repitió su mantra nuevamente aunque de a poco comenzaba a cuestionar su sentido. No más errores, no más desvíos, no volvería a perder su camino.
Por su parte HoroHoro caminaba tranquilo sin quitarle el ojo de encima a su acompañante, que nuevamente había caído en un incómodo mutismo. Aún no asimilaba muy bien la extraña situación. Sólo habían pasado unas cuantas horas desde que conoció a Ren y aunque el tipo era molesto, irritante e increíblemente hiriente, de algún modo dejó ver cierta fragilidad en la que él mismo se podía reflejar. ¿Cómo llegaron a ese punto? A penas y le conocía, no sabía qué hacía en la isla, mucho menos si se quedaría, y sin embargo ambos se habían expuesto de forma indirecta pero al mismo tiempo honesta. Definitivamente mañana le carcomiera la vergüenza y se arrepentiría de haber hablado con tanta confianza, pero en ese momento no podía evitar sentirse agradecido por aligerar un poco su pesada carga, lo invadía una plena calma. Aunque tampoco podía negar que ver un comportamiento tan infantil en el tipo que hasta el minuto solo había intentado humillarlo resultaba una venganza algo placentera.
Llegaron al pie de la montaña cuando comenzaba a atardecer, guiados por los últimos rayos del sol atravesaron el bosque y al llegar al camino principal el cielo ya se estaba apagado casi por completo. Aún era temprano y HoroHoro pensaba que si se despedía en ese momento podría darle a su hermana una grata sorpresa. Pero algo lo retenía. Sin siquiera despedirse Tao Ren tomó un desvío encaminándose hacía el pueblo. Si lo pensaba cuidadosamente el tramo que le quedaba por recorrer era bastante largo y considerando lo mucho que habían caminado aquella tarde y que el clima empeoraba cada vez más, nuevamente se resistía a abandonarlo a su suerte.
—Oye Ren—lo llamó— ¿Te veo de nuevo mañana?
—Ni lo sueñes.
Sin borrar la sonrisa de su rostro el ainu contempló como aquella menuda figura se alejaba lentamente en medio de la oscuridad. Si lo pensaba detenidamente al chino le esperaba un tramo bastante largo hasta el que suponía podría ser su hospedaje, no había muchos hoteles de lujo por esa área. Notó algo de inseguridad en sus orgullosos pasos y un ligero temblor en sus hombros y brazos. Seguramente no lo admitirá pero era evidente que el frío de Hokkaido le estaba afectando. Entonces una idea fugaz cruzó por su mente. Impulsado por esa racha de buen humor, aunque también era posible que el frío también nublara sus propias ideas, tomó impulso, sin siquiera detenerse a pensarlo y gritando su nombre, corrió tras él.
"Los amores llegan y se van como marinos"
Muchas gracias por tomarse la molestia de leer.
Es la primera vez que publico un escrito de ese tipo, soy más del tipo espectador por lo que aún me da algo de nervios publicar y difundir algo propio. De todas formas, agradeceré cualquier comentario o crítica que quieran dejarme.
Un agradecimiento especial a Allie que me escribió un hermoso review, me dio ánimos para terminar y corregir este segundo capítulo.
Me tardaré un poco más con el siguiente ya que estaré dibujando algo para la Faustus Week (o eso espero) y me tardo demasiado haciendo correcciones es que estos días hay tantas distracciones.
Nuevamente gracias y recuerden que ya casi es abril.
*Los personajes y la obra de Shaman King pertenecen a Hiroyuki Takei.
*Los versos en "negrita cursiva" corresponden a la canción "Marinos" de Francisco Victoria.
