Capítulo 2. Encuentros… ¿y encuentros?
-¡Hola mamáááá, ya llegamos! –dijeron ruidosamente los niños quienes de un brinco se bajaron de la Cyclon de Rand.
-¡Rooke! ¡Querida! ¡Traje algunas cositas dulces para comer!
-Mmmmh… qué bien –dijo ella, mientras preparaba la mesa para sentarse todos a comer y se relamía pensando qué era lo que su Randy había traído. La debilidad de ella era el pastel de chocolate con nueces, algo no muy amigo de las figuras estilizadas… pero como se comía una vez a las tantas, era más que aceptable. Era algo para salir de la rutina también, pues por tema de alimentación tenían más que autosuficiencia al darles la tierra todo lo necesario en hortalizas, verduras, frutas, huevos, leche y productos cárneos, que guardaban para los meses difíciles del invierno e imprevistos.
-Me encontré con Bruno Lippi en el almacén, y le dije que tenías ganas de visitar a su esposa.
-¡Qué bueno! ¿Y cómo se encuentran ellos?
-Pues… Se encuentran bien, sin ninguna novedad. Eso sí, con él saldré de cacería este fin de semana, allí te llevo a su casa y podrás conversar con su esposa.
-Pues muy bien: allí estaremos. Y sobre la escuela, ¿hay alguna noticia sobre las actividades de fin de año?
-Sí. Hay reunión de padres y apoderados también este comenzando el fin de semana. Se van a afinar los últimos detalles sobre el Festival de fin de año para recaudar fondos. Así que vamos con los niños y una vez terminada la reunión, nos vamos a la casa de Bruno.
-¿Nosotros también iremos? ¡Qué bueno! -dijeron ambos niños, quienes estaban pendientes de todo desde la habitación de al lado, asomando sus cabezas por el umbral de la puerta.
-Bien chicos, ¡a comer! –los llamó Rand, quienes pasaron a la mesa rápidamente. Les encantaba la comida que su madre les preparaba, y si venía con un bono extra tanto mejor.
Comieron y charlaron todos animadamente, una vez terminada la comida Rand recogió todos los cubiertos para llevarlos a la cocina y lavarlos en el lavabo, mientras Rooke jugueteaba con los niños, inspeccionaba qué tareas les dejó la profesora para hacer en casa. Alcanzaron a terminar sus obligaciones justo antes de anochecer, y se fueron a dormir. Ambos padres les leían cuentos para que se duerman o bien les contaban de algunas peripecias y aventuras de su época de guerrilleros, historias que de por sí ya eran numerosas. Una vez que se durmieron, ambos salieron silenciosamente de la habitación y se dirigieron al umbral de la puerta principal de la casa. Ya había oscurecido hace una hora, y la noche estaba despejada, con una hermosa miríada de estrellas pues no había luna. Se sentaron en un banco de madera con respaldo curvo que se encontraba en un costado, y abrazados, miraban las estrellas. La temperatura ambiental estaba algo templada, incluso un poco calurosa, debido a la humedad relativa del aire. Algunas rachas de aire fresco se dejaban caer desde la cordillera para aliviar la sensación térmica.
-Es increíble que haya pasado tanto tiempo… -dijo Rand con cierta melancolía.
-Sí… me pregunto qué estarán haciendo los otros chicos: Lancer, Lunk, Marlen, y Annie. Sobre todo Annie -le respondió Rooke.
-Sí… ella debe estar irreconocible. Pues en este momento debe haber cumplido ya los 18 años de edad. Esperemos que no haya dejado un rastro de corazones rotos en su camino –dijo sonriendo Rand.
-¡Por supuesto! Nadie podría rechazar y tampoco competir con la imbatible Annie –exclamó divertidamente Rooke. Y mirándose uno al otro, se acercaron aún más.
-Espero que Marlen esté ya junto a Scott… después de todo lo que ella ha pasado, se lo merece –dijo Rand, mirando hacia el horizonte donde se alzaban los picachos algo nevados de la cordillera.
-Así es… ella es tan gentil… un alma pura… inocente -Agregó melancólica y con un dejo de tristeza Rooke.
Ambos siguieron mirando el estrellado firmamento, cuando vieron pasar a través de la bóveda celeste una estrella fugaz. Recorrió un amplio trecho, más o menos la mitad ante de desaparecer. Sólo quedó un parpadeante y débil resplandor, casi invisible a la vista
¡Qué hermosa! –murmuró extasiada la rubia.
-¿Y alcanzaste a pedir un deseo? -Preguntó Rand-. Se veía que algo de ese objeto pudo entrar íntegro y por su trayectoria se estrelló no tan lejos de aquí.
-Pues no lo necesito. Todo lo que quiero ya está aquí -dijo ella tiernamente y con un dejo algo infantil… mientras le acariciaba la cara y le hacía algo de cosquiilas a Rand.
-Mmmmmh… ya es hora de ir a la cama… y no precisamente a dormir, querida –le dijo a ella con una rasposa voz, picara y maliciosa.
-Solo quedaba cumplir con las labores maritales… qué responsable –repicó melosamente la rubia. Ambos se pararon tomados de la mano y ella, antes que se dé cuenta, fue tomada por Rand desde la espalda y la alzó en brazos, para así cruzar la puerta como si fueran un par de recién casados. Un gritito de sorpresa dio Rooke que con sus manos alcanzó a reprimir tapándose la boca para así no despertar a los niños, mientras Rand cerraba la puerta con un pie. De ese modo llegaron a la habitación donde ambos se perdieron entre las sábanas de la cama matrimonial, enredados mutuamente en la esencia del otro… y se durmieron.
Al otro día, Rand y Rooke madrugaron para preparar lo necesario para ir a la reunión de padres y apoderados en la escuela y después ir a casa de Bruno. Prepararon las motociclones anexándole a cada una un side car en donde poder llevar más cómodamente a los niños y algunas cosas para pernoctar todo el fin de semana junto con espacio extra donde transportar lo que se obtenga de la cacería. Apenas se levantaron los niños y ordenaron sus habitaciones, desayunaron abundantemente e iniciaron viaje al caserío. La mañana estaba algo fresca y agradable haciendo el viaje más placentero. Los alerces gigantes proveían de abundante sombra y humedad, haciendo que las diferencias de temperatura provocaran pequeñas corrientes de aire entre el exterior y el interior del bosque, re circulando todo el aire y no estuviera viciado. Las zonas más bajas del nivel del suelo se encontraban con pequeños bancos de niebla, por lo cual el transito debía ser más cauteloso para evitar accidentes. El camino, de ripio (cascajos de piedra) formaba los primeros kilómetros al salir de la casa y después era reemplazado por pavimento ya agrietado y con algo de hierba verde y musgos creciendo en las aberturas de éste, también era de cuidado. A mitad de camino Rooke, quien iba a la cabeza disminuyó la velocidad pues a la orilla del camino divisó a un hombre que avanzaba a paso lento, afirmado sobre un cayado de madera, tan alto como su propietario. Al acercarse más al viejo, finalmente detuvo su máquina y Rand hizo lo mismo.
-Buenos días, abuelito –saludó cordial y cortésmente Rooke - ¿necesita de un aventón?
-Buenos días, señorita –contesta el viejo con una cansada voz.- He salido esta mañana a caminar bien temprano pues el día está muy hermoso… uno se entusiasma caminando, pero ya a mis años la vuelta se hace algo más pesada. El espíritu está dispuesto, pero ya no el cuerpo.
-Entonces con mayor razón necesita que lo llevemos –agregó Rand -adelante, suba a mi moto.
El viejo los miró largamente, daba la impresión como que hace mucho no encontraba gente joven así, que le diera prioridad a los ancianos, pues ese respeto con los años se había perdido, al menos eso es lo que él recordaba. Su rostro, marcado por profundas arrugas que más parecían surcos, se mostraba como un pergamino de papiro, un cutis reseco y con una apariencia gruesa. Sus canas se extendían a su barba que se veía bien cuidada, bien recortada en sus bordes, incluso esas canas llegaban hasta sus cejas muy tupidas, enmarcando unos ojos color azul verdoso, pero ya algo nublados que contaba un sinfín de experiencias a lo largo de su vida, junto a su vestimenta ya algo gastada y sobre todo anticuada a los tiempos que corrían: consistía en un pantalón de tela color verde militar con bolsillos en los costados con unas manchas verdes y marrones de distinta tonalidad, pero ya con el uso casi no se veían, junto a unas botas de caña alta con cordones en la parte delantera que subían hasta su parte superior para allí ser atadas. Portaba una casaca sin mangas del mismo color que los pantalones y una suerte de capa con capucha que estaba atada a modo de un rollo atravesado sobre su espalda. Sus brazos descubiertos, mostraban cicatrices de quien sabe qué accidentes, terminando esos brazos en unas manos grandes, gruesas y encallecidas, que por su aspecto han trabajado ruda y duramente y sostenían un cayado de madera con una superficie ya pulida por el uso de años, aunque tenga talladas muescas que le permitan un mayor agarre.
-Pues ante ese ofrecimiento de este par de atentos jóvenes lo menos que puedo hacer es aceptar –dijo el viejo con una radiante sonrisa. De manera que subió a la moto de Rand, y éste cogió el cayado del viejo para entregarlo a su hijo Alex que iba sentado en el side car y así llevarlo.
-Bien, partamos ya –dijo Rooke, y encendió su cyclon- nosotros vamos a la escuela del caserío cercano a una reunión de padres y apoderados. ¿Hasta dónde viaja usted, abuelito?
-Voy a unos 10 kilómetros más adelante… en una curva que franquea dos alerces cuyos troncos se juntan.
El viaje se hizo algo más ameno con esa compañía imprevista, y como habían salido bien temprano no tenían reparos en ir de forma calmada, atendiendo los detalles del camino y cuidando de la velocidad. De esa manera se podía conversar sin problemas.
-¿Cómo es que en todo este tiempo no lo habíamos visto, si vive a la orilla del camino? –pregunta Rand.
-Bueno… yo vivo del punto que les dije unos dos kilómetros bosque adentro… y de las pocas veces que salgo, lo hago muy temprano –dijo el viejo de forma calma. –Tampoco voy al pueblo, me siento más a gusto aquí.
-Una vida de ermitaño –dijo meditativamente Rooke. No sé si yo podría llevar una vida así.
-Pues si… pero ya a mis años no me molesta… he vivido ya mucho, visto tantos lugares y cosas que siento ya no me hace falta nada más. Pero tú hijita, aun eres joven. Debes ver muchas más cosas del mundo y no tendrías por qué razón llevar una vida como la mía. A mis años… a veces siento que la muerte se ha olvidado de mí.
-No diga eso, abuelito –dijo Rand. –Si aún está aquí, será porque algo le queda por hacer. Siempre he sido de la creencia que todos, sin importar quien sea tenemos un propósito. Nadie sobra y puede aportar en algo, por pequeño se sea.
-Tienes razón, muchacho… para tu edad, veo que piensas como alguien mucho mayor. Debes haber vivido muchas cosas en tu vida y muy rápido.
-Pues algo así. Tuve que valérmelas por mí mismo al morir mi padre cuando yo tenía 15 años de edad. Pero él ya me había enseñado todo lo necesario para sobrevivir, y me uní después a un grupo de guerrilla contra los invid. Allí conocí a la que hoy es mi esposa y compañera –dijo Rand haciéndole un guiño a ella, quien no pudo evitar un sonrojo en su mejillas.
-¿Así conociste a papá? –dijo emocionada la pequeña Helena, quien iba en el side car al lado de Rooke.
-Así es hija –le dijo ella pensativamente. –Al principio no encajamos, discutíamos mucho y nunca lo vi ni pensé en él como novio... ni menos un esposo. Pero aquí nos ves: juntos y muy unidos. Con unos lindos hijos –dijo con un dejo de satisfacción.
-¡Ya vamos llegando a la curva! –dijo Alex.
-Cómo pasó volando el tiempo –notó Rooke- y eso que íbamos a baja velocidad. Con la conversación ni cuenta uno se da.
Detuvieron sus máquinas al pie de los monumentales árboles que cruzados hacían las veces de un enorme portal, donde el viejo bajó de la motociclón y Alex atentamente le entregó su callado.
-Muchas gracias por el aventón… son muy buenos ustedes dos –dijo el viejo. -Les deseo que les vaya muy bien y que tengan una vida buena y próspera junto a sus hijos.
-De nada, abuelito… pero dígame, ¿cuáles su nombre? –preguntó Rand.
-¿Mi nombre? Uuuf… hace tanto que vivo de forma solitaria y por no tener mucha conversación con la gente casi lo he olvidado. Pero díganme Al, o sino simplemente: abuelo.
-Espero que nos volvamos a ver, Al… aunque mejor le digo abuelito. –dijo Rooke.
Una bandada de pájaros de forma súbita salieron volando de la copas de unos árboles, haciendo mucho ruido al elevarse y con sus trinos inundaron todo el ambiente, distrayendo a Rand, Rooke y los niños. Cuando volvieron la vista para despedirse del viejo, éste ya se había ido, desaparecido. Desconcertados, no podían explicarse cómo tuvo tanta agilidad ese viejo para escabullirse, y en absoluto silencio. Extrañados de tal particular encuentro reanudaron la marcha para finalmente llegar al caserío, donde ya había algo más de gente congregada en la puerta de la escuela esperando que comenzara la reunión. Allí pudieron ver a Bruno con su esposa, esta última saludó muy efusivamente a Rooke como si no se hubiesen visto en tanto tiempo. El resto de los padres ya estaban casi todos reunidos, se escuchaba un incesante barullo de conversaciones para pasar el rato mientras llegaba la profesora. Tenía ya algo de retraso, cosa extraña en ella pues era siempre cumplida y muy puntual.
-Qué raro que aún no haya llegado Jenny –dijo con extrañeza Bruno- como docente, ella siempre le ha dado el ejemplo a sus alumnos.
-Escuché que antes de venir hasta acá de camino iba a pasar a buscar a un par de niños que se quedaron en la casa de un amiguito y dejarlos en sus respectivas casas –dijo otro padre.
-Los niños son impredecibles –dijo Débora, la esposa de Bruno- siempre pueden causar un retraso.
-En todo caso son sólo 15 minutos de retraso –acotó Rooke. –Confiemos en que llegará.
Así que todos siguieron esperando. La mañana estaba hermosa e invitaba a tomar aire puro y no encerrarse en el salón de la escuela a esperar. Pasó una hora, todos ya estaban inquietos. La preocupación cundió entre los asistentes, de manera que llamaron por radio a las casas que Jenny se supone iba a visitar primero para allí los niños con sus padres y desde ahí les contestaron que la profesora no pasó por allá. Así que Rand y Bruno fueron a casa de Jenny a ver qué pasó. Su hogar se hallaba al otro lado de un lago, de donde desaguaba un río que se dirigía a las inmediaciones del caserío. Partieron a toda velocidad en sus motociclones el viaje duraría unos 45 minutos cuando a mitad de camino, vieron un vehículo que estaba a la orilla del camino en dirección opuesta, a medio volcar. Era el jeep de Jenny.
-Diablos, ¿qué ocurrió aquí? –dijo Bruno. –Se ve como un accidente automovilístico. -Pero no veo a nadie… tampoco señales de algún desperfecto. Sólo unas abolladuras en el capó del jeep.
-Sí… muy extraño. Pero mira las marcas en el suelo: al parecer frenó y perdió el control. Puede que se haya encontrado con otro vehículo o bien algún animal se atravesó en la ruta –notó Rand. –pero… un momento. Aquí hay varias huellas… pisadas. ¡Y se dirigen hacia dentro del bosque!
-Pues qué esperamos… entremos a buscarlos –replicó Bruno.
Al ver el hallazgo, llamaron por radio a los que se quedaron en la escuela para informar lo ocurrido. Ya era mediodía y el calor estaba en un nivel ya algo molesto, era un calor húmedo el que se podía sentir. Las enredaderas se aferraban los gruesos troncos de los alerces, formando atados más grandes entre cada una al unirse, formando lianas y verdaderas escaleras caracol naturales en los anchos troncos. Algunos arbustos de bambú flanqueaban el paso de los exploradores, cuyas hojas d bordes afilados podrían causar molestos cortes si es que no se tenía cuidado al avanzar.
-¿Te das cuenta de algo? –dijo Rand.
-Qué cosa? –preguntó Bruno.
-Pues que hay un silencio sepulcral… pesado. No se escuchan ni grillos, ni pájaros, nada de nada. Vayamos con cuidado, no quiero sorpresas desagradables –dijo mientras sacaba un arma de su mochila, y otra más se la facilitaba a Bruno.
-Vienes más que preparado por lo visto… -observó Bruno.
-Es ya un viejo hábito que no he abandonado. Herencia de mi vieja vida nómada. Como dicen en mi tierra: "Juan Segura vivió muchos años".
Siguieron avanzando, una ligera corriente de aire se levantó, agitando un poco las ramas de los árboles. Se sentía una pesada tensión en el ambiente, cuando se escuchó un ligero crujido proveniente de unas matas gigantes de bambúes orillados en un alerce. Bruno hizo un gesto que de un rodeo del grueso tronco del alerce hasta media distancia, mientras él se dirigiera en la otra dirección. Cautelosamente avanzaron hasta casi llegar al arbusto, cuando notaron algo que se movió en una oquedad del tronco. Bruno se abalanzó con todo sobre lo que se movía en ese agujero, y de un tirón sacó a quien allí se ocultaba.
-¡Nooo! ¡No me disparen! –se escuchó una atemorizada voz de hombre el cual con sus manos en alto se rendía.
-¿Tú? –Exclamó con incredulidad Rand -¿Qué rayos haces aquí Kevin?
Kevin, con una lividez de rostro como si hubiese visto al mismo diablo, les contestó:
-Iba caminando por la ruta, y le pedí aventón a un vehículo… que resultó ser de la maestra Jenny. Ella iba con dos niños y…
-¿Y? –expectante esperaba Bruno.
-Al avanzar algunos kilómetros, "algo" se dejó caer contra el capó del jeep, Jenny perdió el control y frenando se orilló al costado del camino… con la frenada, "eso" salió despedido del capó hacia la otra orilla del camino… un fulgor salió despedido desde la otra orilla del camino, como un disparo. Al ver eso, todos atinamos a huir hacia las profundidades del bosque… y fue cuando… cuando… -Kevin se tapó la cabeza con ambas manos, una a cada lado.
-¿Si? –dijo Rand.
-¡La niebla se los llevó!… ¡a los niños y a Jenny!
Los dos hombres se miraron. Era un absurdo lo que escuchaban, incomprensible e irracional. Pero los ojos de Kevin demostraban un horror intenso, incapacitante. Temblaba de sólo recordarlo, la parte delantera de la entrepierna de sus pantalones estaba húmeda, y gimoteaba como un cachorro desvalido. Pero no había motivo para no creerle: habían pruebas de lo que decía, al examinar el capó del jeep éste estaba abollado y se descubrió un punto de impacto en uno de los árboles, una marca de lo que parecía un láser, pero de mayor poder de fuego. Lo que sea que esté merodeando por el lugar, puede aún estar presente… así que los tres con cautelosa rapidez y sigilo salieron del lugar, en dirección a la escuela del caserío. Pero apenas llegaron, alguien más estaba allí hablando con todos y se había unido al grupo: era Erwin Opitz quien, armado fuertemente dijo:
- Eric Svalbard ha desaparecido.
Continuará...
