Day 2 — Reincarnation/ Soulmates
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Los largos y carnosos dedos acarician suavemente el vientre abultado de su pareja, sintiendo leves movimientos contra sus palmas. Oh, le encantaba esa sensación, sentir a su príncipe corresponder cada vez que se inclinaba a acariciar donde temporalmente residía.
Un azabache apreciaba de forma divertida, como el gran y temible rey de las maldiciones jugaba animadamente con su vientre de seis meses de gestación. Según la bruja a la que acudieron para su chequeo, tendría muchos movimientos por parte de su bebé en dicho mes.
— Quién diría que el gran Ryomen Sukuna, rey de las maldiciones, esté de rodillas ante mi, interactuando tan dulce con su heredero.
La maldición soltó una carcajada que se escuchó por todo el lugar, momentos después se levantó de donde estaba postrado, no sin antes depositar un beso sobre su vientre. — Si mi príncipe quiere mimos de su padre, pues los tendrá entonces. Todo lo que quiera se le concederá.
— Lo estás mal acostumbrando. — mencionó el azabache llevado una de sus manos a su vientre. — Por eso no me deja dormir después.
Los primeros meses habían sido tranquilos, pero no fue hasta en el cuarto mes que sus síntomas... cambiaron. Cargar a un híbrido en su vientre no iba a ser normal después de todo, sobre todo si era de una maldición... y mucho menos de un alfa.
Él al ser un omega, y humano... prácticamente su situación es ilegal.
Sukuna hizo levantar al muchacho de donde se encontraba, para sentarse él en su lugar, lo que llevó al azabache sentarse de costado sobre su regazo rodeando su cuello con uno de sus brazos para acomodarse mejor.
El alfa soltó sus feromonas para tranquilizar a su progenitor, calmando al omega que se recostó sobre su hombro. Lo amaba tanto... que podía llegar a ser su perdición.
— ¿Cuándo volverás? — cuestionó el omega mientras acariciaba el pecho de su pareja. Sukuna solía irse por largos períodos de tiempo en búsqueda de localidades en las que podría dejar sus dedos cuando su hijo creciera y tomara su lugar.
— No quiero tardar más de dos meses...
— Más te vale, porque tienes que estar para cuando nazca. — dijo refiriéndose a su abultado vientre que crecía poco a poco.
Sukuna en respuesta sonrió besando su frente. — Tenlo por seguro.
¿Faltar al nacimiento del príncipe de las maldiciones? Ni de broma.
Estaba emocionado, no lo negaría. Sin embargo, a su vez, le preocupaba... El omega era un hechicero, que al unir su vida con la de él, fue exiliado del clan al que pertenecía con la amenaza de volver a verlo, sería para aniquilarlo por traición a la humanidad. Lo que lo llevó a huir viviendo en un lugar completamente alejado de cualquiera que quisiera hacerle daño.
Mentiría si dijera que no le angustiaba dejarlo solo cada vez que debía salir. No podía estar tranquilo sabiendo que algún día; tarde o temprano lo encontrarían. Más ahora que lleva a su hijo en su vientre. No quería ni imaginarse las probabilidades.
— Uraume estará aquí para cuando lo necesites. — informó el alfa al joven sobre sus piernas — cualquier cosa que necesites, me lo hará saber y volveré a ti de inmediato.
El muchacho sólo asintió ante lo dicho, acurrucandose más al hombre en el que sentía una cálida sensación de protección.
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Maldito el día en que lo dejó solo.
Solo habían pasado dos semanas desde que se fue. Maldición, ¡¿Por qué?!
Uraume lo llamó por medio de una maldición; una emergencia. Una terrible emergencia.
El clan Zenin de donde provenía su pareja lo habían encontrado, utilizando una barrera, impidieron que su sucesor o cualquier otra maldición pudiera entrar. Quedando a merced de aquellos que lo habían amenazado. Corriendo lo más rápido que podía para salvar a su amado al escuchar los gritos de agonía llamándolo para salvarlo, y cuando por fin llegó... ya era tarde.
Apreció con horror el cuerpo de su amante en el suelo con una gran mancha de sangre sobre su vientre esparcido sobre la tierra en donde estaba.
No.
No. Él no.
Todo, menos ellos...
Fácilmente pudo atravesar la barrera, sabiendo por obvias razones que había sido apropósito para encontrarse con esa desgarradora escena. Tomó el frío e inerte cuerpo del azabache entre sus brazos, notando las heridas en su rostro; él estuvo peleando, peleando por su vida. Sus ojos se dirigieron a su vientre al igual que su mano intentando sentir algo: nada. No había nada más que signos de puñaladas sobre el vientre, de unas cinco veces o más...
— Meg... — llamó cuidadosamente con la esperanza de que abriera sus hermosos ojos y le sonriera diciéndole que estaban bien, que ambos lo estaban. Sin embargo sintió todo su ser derrumbarse al no recibir respuesta. — Por favor... no te vayas, no se alejen de mi. — continuó acariciando el ahora inerte vientre.
Se sorprendió al sentir sus mejillas húmedas, Ryomen Sukuna estaba llorando. Un gran odio se apoderó de todo su cuerpo, esos malditos humanos.
Plantó un beso sobre los labios bañados en rojo carmesí del azabache, dejándolo despacio en el suelo. Con un gran dolor, se levantó y gritó con furia en su agonía.
Lo van a pagar, lo jura.
Y ese día... fue la pesadilla mortal de la humanidad. El rey de las maldiciones había acabado con la mitad de la humanidad de la hechicería en su furia por haberle arrebatado a su amante quien llevaba a su hijo no nato.
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Cien años de soledad pasaron en un abrir y cerrar de ojos. La culpa y el odio devoraban el alma de Ryomen. Intento mantener aquellos recuerdos hasta el final mientras duerme en un profundo silencio.
Duele.
Una maldición tan poderosa como él, consumido por el dolor y odio. Caminando entre tanta niebla nada más que con las frías marcas muestra de las torturas que estuvo haciendo a cada humano que se le atravesara.
No fue hasta un día que volvió a sentir ese sentimiento cálido al volver a verlo...
¿Es una mala broma del destino? Porque su amado estaba a unos metros frente a él. Y no negaría que le dolió cuando el chico huyó de él cuando se acercó para hablarle. No, no era él... era su reencarnación. El alma de su amado había renacido en un joven mortal. Maldita sea el destino.
Le tomó tiempo, pero por fin había conquistado su corazón. Sosteniéndolo en sus brazos en un abrazo que no quería que terminara nunca ante la confesión del muchacho sobre no poder recordar nada de su vida pasada.
— Por favor quédate y no te alejas más de mi. — pidió en un murmuro solo para el muchacho en sus brazos.
Copos de nieve cayendo por sus cabellos al estar en pleno invierno.
— Nunca. — respondió su amado formando una promesa.
Una promesa rota...
Nuevamente dos semanas después, cuando fue a su cabaña donde vivía a visitarlo; lo encontró degollado sobre la mesa en donde tantas veces le había hecho el amor.
No, no otra vez.
Sintiendo nuevamente ese dolor en su ser al tomar su cuerpo entre sus brazos. Sosteniendo este dolor como aquel día que lo abandonó todo.
Ese día de invierno, Megumi murió solo como aquel vez hace cien años.
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Su siguiente reencarnación fue tres siglos después. El mundo de los alfas y omegas se iba existiendo conforme pasaba el tiempo, como si el destino quisiera borrar cada recuerdo de su amado..
Apreció como la siguiente reencarnación fue en otro muchacho que se ganaba la vida en un circo. Siendo el "mago" de dicha atracción. Y le iba más o menos bien, pero a pesar de ello, tanto él como sus compañeros de circo sufrían de discriminación por la gente de primera clase en el pueblo, llamándolos enfermos y juzgando su apariencia.
Intentando soportar las ganas que tenía de asesinar a cada uno que le había daño verbal como físicamente.
Si le preguntaran, dirían que la gente les trataba por miedo, los humanos le temen a lo desconocido, llevándolos a acabar con eso que desconocen. Siendo el circo la presa perfecta para los depredadores.
Recién apenas había podido hablar con él, sintiéndose como un niño al pedirle algo tímidamente a sus padres, era él único que lo hacía sentir de tal forma.
Algo que siempre recordaría y aprecie cada vez que pueda, son sus bellos ojos, en cada reencarnación iba cambiando, pero extrañamente solo de dos colores, la primera vez que renació sus ojos eran azules, cuando eran verdes, y en la segunda vez si llegaron a ser verdes. En cambio ahora... fue bendecido al tener ambos colores en su iris. Lo que llamaba más la atención de él en el circo; sus ojos heterocromáticos.
Ese día, lo vio con un traje café con una camisa blanca y un chaleco del mismo color de su traje, con un sombrero de copa sobre su cabeza y un moño rojo en su cuello. Está tan hermoso como el día en que se fue.
Le costó un poco invitarlo a salir sin tartamudear al hablar, pero fue todo un éxito cuando el muchacho con heterocromía le sonrió aceptando su invitación.
Y así es como se encontraba esperando en una de las bancas de la ciudad, esperando pacientemente por su amado con una rosa en sus manos, se la daría en cuanto apareciera.
Comenzó a angustiarse al notar que estaba tardando demasiado en llegar. Al principio no le tomó importancia, debido a que entendía que no todos eran puntuales, pero podía jurar que ya habían pasado como dos horas desde la hora acordada. Nervioso encaminó hasta el circo en su búsqueda, llevando la sorpresa de ver todo destruido. Otra vez ese mal presentimiento apoderándose de él.
Al girarse para ir en su búsqueda, se topó con Uraume, que lo veía con miedo apretando sus dedos. — Ryomen Sukuna-sama...
— ¿Qué es lo que quieres? — respondió tajante a su más fiel seguidor, el único testigo de su desgracia.
— Lo siento mucho. — el albino inclinó su cabeza con pesar — Hice todo lo que pude, pero no pude detenerlos...
La mirada de Sukuna tornándose oscura, cuestionó — ¿Qué pasó?
— La muchedumbre vino por ellos para ejecutarlos.
Cuando Uraume parpadeo, Sukuna ya no estaba ahí. Cabizbajo abrió el portal que lo llevaría inframundo donde pertenecía, encontrándose en el suelo la rosa que su amo llevaba hace unos momentos en sus manos. Maldito sea el destino.
Sukuna lo encontró.
Colgando de un árbol desde una soga en su cuello, su amado murió ahorcado como si de una bruja se tratase.
Cayó sobre sus rodillas frente a él, otra vez su amado murió solo, en una agonía al intentar aferrarse a la vida sin que nadie llegara a salvarlo.
Ese día Sukuna lloró como nunca lo había hecho desde aquella vez en la que el clan zenin mató a su amado y a su bebé.
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Cuanto desearía que fuera todo mentira.
Miles y miles de años pasaron, y en cada cierto tiempo, Sukuna era testigo de como ya lo había amado mil vidas atrás, y lo volvería a hacer las veces que fueran, hasta tenerlo muerto en sus brazos.
Con solo dolor en ese deja vu al no poder salvar a su amado y no poder hacer nada al respecto. Muriendo de distintas maneras, cada una de ellas igual de horribles. Desde humanos hasta las mismas maldiciones acabando con él.
Estaba harto, no quería más cuchillos en su alma clavarse cada vez que veía el asesinato de Megumi, no, ya no más...
Por lo que para su siguiente reencarnación decidió no caer tan rápido en la tentación, endureciendo su alma y volverse todo un despiadado como siempre debió ser, tal y como su título de maldición lo describía.
Un joven chamán de quince años poseedor de la técnica de las diez sombras. Todo un prodigio...
Si su destino era ver morir a la persona que más amaba, entonces lo mejor era jamás conocerse.
Enorgullecerse con la evolución de poder del muchacho fue lo único que se permitió para no volver a caer ante su mirada. Porque no permitiría perderlo de nuevo, y si eso signifique alejarse de él para siempre... entonces lo haría.
Lo demostró ese día en Shibuya en donde volvió a morir, donde con poderes mejor evolucionados; revivió al joven cuya vida pasada tanto amo. Se alejó de inmediato en cuanto lo hizo, era la única forma de salvarlo de esa... maldición.
Sintiendo más dolor cada día en este interminable deja vu. Porque estaría condenado en ver morir entre sus brazos una y otra, y otra vez... aquél que tanto amo.
