Capítulo 1:
Volver a casa
Harry contempla a Deneb volando en el cielo completamente azul. El sol brilla sobre sus escamas rojas, provocando estelas de luces anaranjadas y rojizas sobre el suelo del bosque. El dragón ruge contento, exhalando llamas de color blanquecino por su hocico y haciendo que su sonido retumbe por la pacífica atmósfera que le rodea. Frunce los labios y emite un silbido corto y agudo para llamar su atención. El animal revolotea un poco, peor al final termina por bajar hacia el suelo.
—Buen chico —alaba con una sonrisa, mientras acaricia el cuello de Deneb con cariño.
Harry lo considera su alma gemela animal. Es uno de los poco dragones que ha nacido en el Santuario, el único Ágape de Birmania que han encontrado en más de cien años. Harry lo había hallado perdido y desorientado en las colinas que bordeaban el bosque. Aún recuerda lo pequeño y gruñón que era, lo mucho que luchó contra Harry por no dejarse atrapar. Le había arañado con una de sus zarpas, había zarandeado su larga cola en signo de advertencia para evitar que se acercase, y había terminado por quemarle parte del brazo, pero al final el dragón había comprendido que solo quería ayudarle y lo había llevado a la reserva para dragones jóvenes para curarle y alimentarle y, desde ese entonces, Deneb ha sido su sombra y su guardián.
Un empujón le saca de sus pensamientos. Harry ríe, dándole unos suaves golpes a Deneb en el hocico cuando el dragón vuelve a empujar su brazo. Es su manera de pedirle que vuele con él.
Está a punto de subir a su lomo cuando el patronus de Charlie zigzaguea por los árboles hasta llegar al claro donde está.
—Harry, necesito que vengas a Recepción. Hay alguien que dice tener a un Hyalino del Norte en su jardín... Sí, como lo has oído.
Parpadea, frunce el ceño y resopla incrédulo por varias razones. La principal es lo extraño que es encontrar a un Hyalino tan lejos de su habitad natural. En realidad, incluso estando en su entorno son difíciles de ver. Son dragones del norte, habituados al frío. Rumania no es el sitio ideal para ellos. Lo segundo que se pregunta es cómo alguien ha conseguido meter a un dragón en un jardín.
Se encoge de hombros mentalmente, acariciando a Deneb antes de alejarse.
—¿Por qué no vas a cazar un rato?
El dragón resopla y remueve su cola con impaciencia. Al final termina por desplegar sus alas y alzar el vuelo hacia el cielo con reticencia. Harry, por su parte y movido por la curiosidad, camina por el sendero del bosque que da hasta su cabaña. Una vez allí, utiliza la red flú para llegar hasta la recepción de la reserva donde le está esperando Charlie al lado de un hombre.
A Harry le resulta irónico que sea capaz de reconocer a Draco Malfoy más rápido ahora, a pesar de todos los años que ha estado sin verle, que cuando iban a Hogwarts y se lo cruzaba todos los días.
No ha cambiado mucho. Continúa siendo alto y delgado. Todavía mantiene su porte elegante y esa distante calma que siempre le acompañaba en el colegio. Su cabello sigue siendo igual de rubio y a Harry le parece igual de pálido que en aquel entonces.
—Charlie —llama, centrándose en su amigo a pesar de que ha conseguido llamar la atención de Draco—, ¿me necesitabas?
—Oh, sí. El señor Malfoy...
—Draco —corrige el rubio.
Harry nota que su voz, por el contrario, sí ha cambiado. Es mucho más grave, lo cual tiene sentido, ya que ahora ambos son dos hombres y no dos adolescentes y su acento inglés le descoloca durante un instante. Casi había olvidado cómo sonaba.
—Draco ha venido hasta aquí porque esta mañana ha encontrado a un dragón en su jardín. Por la descripción que me ha dado parece un Hyalino.
—¿En Londres? —pregunta, esta vez dirigiéndose al rubio.
—En Wiltshire —afirma.
—En tu jardín.
Sabe que suena escéptico y Draco también se ha dado cuenta porque arquea una ceja y se encoge de hombros.
—Es un jardín bastante grande —explica—. Lo encontré en uno de los invernaderos. Debió entrar por el techo, a juzgar por el enorme agujero que ha dejado.
—¿Viste si estaba herido?
—No lo sé. Cuando lo encontré estaba acurrucado en una esquina. Creo que podría ser una cría, porque no parece demasiado grande.
—No tiene porqué —replica— Los Hyalino son dragones pequeños.
—He pensado en que podrías ir a ver el estado del dragón, ver si está herido o desorientado y tratar de traerlo aquí —interviene Charlie—. Luego podríamos contactar con la reserva de Groenlandia para que lo trasladen.
—¿Quieres que vaya yo? —pregunta con sorpresa. Mira a Charlie con si le hubiera salido otra cabeza y luego desvía sus ojos hacia Draco, quien está escuchando con atención—. ¿Podemos hablar un momento?
Se alejan unos cuantos pasos, lo suficientes para que Malfoy ya no pueda escucharles.
—Sé lo que vas a decir: que no quieres volver a Inglaterra —declara Charlie antes de que Harry diga eso precisamente—. Pero yo no puedo ir porque estor a cargo de Kyra y Estelian está en enfermería. Además, tu eres el mejor domador aquí.
Se queda en silencio durante un segundo y luego niega con la cabeza.
—Estoy seguro de que Draco podrá encontrar a algún domador en Inglaterra que pueda ayudarle.
—Sí, puede ser, pero él ha venido aquí porque Hermione se lo ha dicho.
Harry abre la boca con asombro y luego resopla incrédulo. La mención de su amiga hace que una amarga culpabilidad se asiente en su pecho, pero a la vez no puede evitar que una sonrisa cariñosa se cuele en su boca.
—Ella sigue siendo demasiado inteligente —se queja.
Charlie ríe a la vez que le da una palmada en el hombro.
—Sí, ¿verdad? Hermione sabe que nunca podrías decirle que no a un dragón.
Harry mira por encima del hombro de Charlie, observando a Draco que todavía está esperando, desentonando por completo con sus túnicas caras y su acento inglés y piensa que el pelirrojo se equivoca, que Hermione no sabe que Harry nunca podría rechazar a dragón, sino que ella sabe que nunca podría decirle que no a Draco Malfoy.
Tiene un cajón entero lleno de cartas que nunca ha respondido, cartas de Ginny contándole sus victorias en Quidditch, cartas de Neville explicándole lo difícil y gratificante que es ser profesor de Hogwarts, cartas de Luna llenas de postales de todos los sitios a los que ha viajado, incluso tiene algunas de Ron, pidiéndole que vuelva con él. Lleva diez años respondiendo solo a las cartas de sus padres y de Remus. A Sirius no puede contestarle, porque el solo le envía vociferadores. O al menos lo hacía, los dos primeros años.
Para Harry, fue demasiado fácil alejarse de todos. Se mudó a Rumania y puso sus estudios de excusa para no ir a casa de visita. Luego justificó lo demandante que era su trabajo para no poder ir y, al final, su familia dejó de pedirle que fuera, entiendo que en realidad lo único que ocurría era que Harry no quería volver. Amaba a su familia y a sus amigos, pero tenía miedo de volver a ver esa piedad y esa tristeza en sus rostros cuando le mirasen, cuando recordasen que Harry era un Delta y que todos los sueños que había construido se habían roto una vez.
Pero una cosa es hacerse el desentendido y no responder a sus cartas y otra cosa es poner un pie en Inglaterra sin decírselo a su familia. No tiene planteado quedarse permanentemente. De hecho, lo único que ha acordado con Draco es visitar su casa, ver cómo está el dragón y avanzar desde ahí. Volverá a Rumania ese mismo día, pero Harry sabe que sus padres se sentirían demasiado dolidos y traicionados si supieran que ha vuelto sin decirles nada y no puede hacerles eso.
Mira el traslador en su mano, tragando el bulto en su garganta.
Era hora de volver a casa.
Llega a Inglaterra en un día lluvioso. Harry tiene que mantener un hechizo impermeable porque el agua cae de manera torrencial mientras camina desde el la entrada Del Valle de Godric hasta la casa de sus padres. No le ha dicho a nadie que iba a ir porque si se arrepiente, no decepcionará a nadie. Y ha pensado en ello varias veces: en darse la vuelta, ir a casa de Malfoy para ver al dragón, volver a Rumania y fingir que nunca ha estado en Inglaterra.
No se da la vuelta, sin embargo. No sabe si por culpabilidad, por vergüenza o por mantener algo de decencia de sí mismo, pero llega hasta la casa de sus padres a paso lento y con el agarre de su varita demasiado fuerte. Su mano se congela durante un instante sobre el timbre, toma una respiración lenta y, al final, lo aprieta. Se inquieta mientras espera, la lluvia no le deja escuchar el sonido del interior de la casa. Por un momento, se dice que no hay nadie allí, pero la puerta se abre de improvisto, revelando el rostro de su padre. Teme que no le reconozca y que le pregunte quién es, porque entonces el corazón de Harry se romperá por el remordimiento.
—Hijo —se ve envuelto en un abrazo apretado que le tambalea y hace que su hechizo impermeable se desvanezca y termine mojándolos. Le abraza devuelta, enterrando el rostro en el hombro del mayor y sintiéndose un poco estúpido por haber pensado que su padre le olvidaría—. Estás aquí.
—Hola, papá.
James no se mueve ni afloja su agarre a pesar de que la lluvia está empapándolos y Harry no se separa de él porque había olvidado lo cálidos que eran los abrazos de su padre.
—¿James? ¿Qué...? —los verdes ojos de Lily le miran con curiosidad un momento, después pasa a la extrañeza hasta que su padre por fin rompe su abrazo y Harry puede pararse delante de ella apropiadamente. Entonces su madre se lleva la mano a la boca y sus ojos se inundan en lágrimas—. Harry.
—Mamá.
El cuerpo de Lily es mucho más pequeño de lo que recordaba. La nota temblar cuando la abraza, sus hombros se sacuden y sus manos se aferran demasiado fuerte a su ropa. La mece suavemente de un lado al otro para consolarla, cerrando los ojos y aspirando el aroma floral que siempre ha acompañado a su madre desde que tiene memoria.
—Voy a avisar a Sirius y a Remus —escucha que dice su padre—. No se lo van a creer.
Lily se recompone rápidamente. Se seca las lágrimas, sonríe de manera acuosa hacia su hijo y le insta a entrar en casa. Se detiene cuando entra al salón, estudiando la estancia. No ha cambiado mucho. El sofá es nuevo, pero la alfombra sigue siendo la misma, así como los muebles y los cuadros. Hay fotos nuevas encima de la chimenea donde James está arrodillado hablando con Remus. Todas son de Harry, desde que era un bebé hasta el último día que despidió a sus padres para irse a Rumania.
—¿Cómo has estado? ¿Por qué has venido? ¿Ha pasado algo malo?
Harry sonríe tenuemente, negando con la cabeza. La culpabilidad está haciendo un agujero en su estomago, amenazando con hacerle vomitar, pero consigue respirar hondo y tranquilizarse antes de contestar.
—Está todo bien, no te preocupes.
Lily hace ademán para añadir algo, cuando la chimenea suena y las llamas verdes dejan pasar el rostro asombrado y expectante de Remus.
—Harry —exclama—. Has vuelto.
El abrazo de Remus es suave y amable, como siempre ha sido. Intenta ignorar el hecho de que se da cuenta de que los labios de Remus tiemblan y que sus ojos están inundándose en lágrimas mientras acaricia sus hombros con cuidado y le contempla como si pensase que Harry iba a esfumarse en cualquier momento. Ve a Sirius detrás, justo al lado de su padre. Su mirada gris es incrédula y su mandíbula está apretada fuertemente. Parece que es el único que no va a llorar. De hecho, Harry le ve muy cerca del enfado.
—Hola —saluda con cautela.
No le sorprende la bofetada que recibe a cambio y le duele más ver el rostro herido de su padrino que el golpe en sí. Se lleva la mano hacia la mejilla para frotar la piel herida.
—¡Sirius! —el grito horrorizado de su madre es el único que rompe toda la atmósfera tensa.
—No vuelvas a hacer eso —dice su padrino, ignorando a Lily. Le señala con el dedo, manteniendo su ceño fruncido y sus ojos grises entrecerrados—. No vuelvas a abandonarnos.
—Lo siento.
Hay un momento de silencio en el que Harry no se atreve a levantar la mirada. Después se ve envuelto en el abrazo torpe y apretado de Sirius.
—Te he echado de menos, león.
Harry sonríe con añoranza, disfrutando el contacto de su padrino. Han pasado tantos años desde que Sirius lo ha llamado así, que ni si quiera recordaba ese mote cariñoso que le había puesto al cumplir los tres años, y la de veces que le había perseguido por el jardín rugiendo y fingiendo que era un verdadero felino. Todavía puede decir que el momento en el que su padre transformó su cabello en una auténtica melena de león por su séptimo cumpleaños es uno de los mejores recuerdos que tiene. Que después su padre no supiera cómo volver a transformar su cabello fue menos agradable.
—Yo también —responde, con la voz mucha más ahogada de lo que pretendía.
—¿Te has dejado crecer el pelo? —le pregunta Sirius al separarse de él.
Harry lleva una mano hacia su cabello, el cual está atado en una pequeña coleta. Sonríe, mirando el propio pelo largo de su padrino.
—Solo hasta los hombros. Es más cómodo llevarlo así si tienes que volar sobre un dragón.
Su padre ríe y envuelve un acogedor brazo a su alrededor, apretándole cerca de su costado.
—¿Alguien quiere un té? —ofrece Lily.
Van a la cocina, donde todos se sientan y miran a Harry mientras su madre pone la tetera a hervir. Tiene asumido que le espera un gran interrogatorio. Se ha hecho a la idea de eso desde que decidió volver a casa.
—No es que no me alegre de tenerte aquí, pero... —comienza James— ¿A qué se debe? ¿Tienes algún problema?
Le duele ver que sus padres piensan que solo les visitaría en caso estar en apuros, pero también lo entiende. Han estado diez años sin ver a su hijo, conformándose con las escuetas cartas que les enviaba para que supieran que estaba bien.
—No tengo ningún problema —asegura con una sonrisa que espera que sea convincente—. Alguien vino al Santuario para pedirnos ayuda con un dragón. Resulta que vive aquí, así que vine a verlo. No puedo quedarme mucho tiempo, en realidad. Quedé en ir a su casa dentro de veinte minutos.
—Creí que nunca ibas a volver —comenta Lily, y puede ver el rastro de dolor en su rostro antes de que se gire para recoger la tetera—. ¿Por qué no nos avisaste de que vendrías?
Se encoge de hombros, sin querer admitir que ni él mismo estaba seguro de atreverse a volver.
—Ha sido de improvisto y... no sabía cómo ibais a recibirme.
—Siempre vamos a recibirte con los brazos abiertos —dice su padre. Su rostro es serio y su voz está llena de convicción. Cuando aprieta su mano por encima de la mesa, es reconfortante—. Eres nuestro hijo, Harry. No hay nada que vaya a cambiar eso.
Agacha la mirada, asintiendo con la cabeza.
—Lo siento. Debería haber venido antes.
—Deberías —coincide Sirius, aunque no hay acritud en su tono.
—Nunca supimos qué fue lo que te alejó —dice Lily dejando una taza de té frente a él—. Qué fue lo que hicimos mal.
—No hicisteis nada mal —apresura a aclarar—. Es solo que... todo fue desastroso desde que me presenté como un Delta. Mi último año en Hogwarts fue horrible y vosotros siempre parecíais tan... decepcionados.
—No estuvimos decepcionados en ningún momento —replica su padre—. Solo estuvimos preocupados porque vimos que cada vez estabas más solo y hablabas menos con nosotros. Por eso creímos que irte a Rumania a estudiar te haría feliz y volverías a ser el de antes.
Harry traga saliva con dificultad y se remueve en su asiento. Le duele el pecho y su estómago se enreda mientras mira los rostros de sus familiares. Han cambiado, el tiempo se ha hecho mella en ellos. Harry también ha madurado y, aun así, todavía le miran como si tuviera quince años, provocándole una sensación de nostalgia abrumadora. Supone que ese es un buen momento para dar alguna de las explicaciones que su familia merece.
—No podía soportar que la gente me mirase —explica con voz suave. A pesar del tiempo que ha pasado, una parte pequeña y todavía adolescente de Harry se siente juzgada e insegura—. Todos me observaban como si fuese un bicho raro, algunos me tenían miedo porque no sabían lo que era un Delta, otros tenían curiosidad y no dejaban de atosigarme a preguntas y los que sí me conocían me miraban con lastima. Ya no era Harry, sólo era el Delta que salía en los periódicos —no quiere levantar la vista y mirar a sus padres, porque todos en esa habitación saben que ellos estaban en esa última categoría—. En Rumania nadie me juzgó nunca. Allí no les importa el sub-género en lo más mínimo y me encontré cómodo. Supongo que fue demasiado fácil darle la espalda a mi vida aquí y hacer una nueva vida allí.
Lily alza una mano para apoyarla en su antebrazo y darle un patetismo. Su rostro refleja su culpabilidad y por un momento, Harry se arrepiente de todo lo que acaba de decir.
—Perdónanos por hacerte sentir así.
—No tengo nada que perdonar, mamá. No pasa nada. Hace mucho tiempo de eso, de todas formas.
La mujer esboza una pequeña sonrisa, aunque todavía hay remordimiento en sus ojos.
—¿Vas a visitar a alguno de tus amigos? —cuestiona Remus.
—Le escribiré a Hermione —afirma—. Si no fuera por ella ni si quiera estaría aquí. Fue la que me recomendó para el trabajo.
—Se alegrará de verte —contesta James—. Hermione siempre nos ha preguntado mucho por ti.
—Ron también lo ha hecho —dice su madre. Harry guarda silencio, sin observar a nadie en la mesa, creando una atmósfera incómoda en la habitación. Lo último que quiere es hablar de Ron. Él es uno de los principales motivos por los que no ha vuelto en tanto tiempo—. Todos los Weasley lo han hecho. Ginny te ha echado de menos —añade Lily para relajar el ambiente.
—Lo sé. Charlie me lo ha dicho —alza el rostro y sonríe—. Me ha hablado mucho de ellos y... he leído todas vuestras cartas, aunque muchas no las haya contestado.
—Entonces, ¿hay un dragón suelto por aquí? —pregunta Sirius. Harry le envía una mirada agradecida por desviar el tema.
—No está suelto, pero está fuera de su habitad natural, así que vengo a intentar trasladarlo —mira el reloj de pared, dándose cuenta de que estaba a punto de llegar tarde—. Y debería irme ya.
Termina su té y se levanta del asiento a la vez que lo hace su madre. Le abraza durante mucho tiempo, como si temiera que Harry se fuese por otros diez años más.
—Puedes venir a cenar, si quieres —hay una delicada esperanza en la voz de Lily que hace que Harry suspire temblorosamente.
—Claro, estaré aquí para la cena.
Su padre le abraza de la misma manera en la que lo recibió: firme y cálido. Harry finge no ver los ojos aguados de James cuando se separan.
—Ten cuidado, ¿vale? —le pide Remus.
—Y no hagas nada que yo no haría —añade Sirius, haciéndole reír.
—Volveré —les promete, y esta vez piensa cumplirlo.
Mira a su familia una vez más, antes de respirar hondo y aparecerse en la Mansión Malfoy.
Hoooooooooooola holita
Si digo que he escrito este capítulo tres veces no mentiría. Por un momento pensé que iba a tener que dejar la historia aquí, pero por suerte ya estoy saliendo de mi bloqueo mental y he podido terminarlo.
Sé que no es de los mejores capítulos ni mucho menos, pero es una especie de introducción a la historia en sí. Solo espero que al menos me haya quedado bien.
Aprovecho para aclarar, ya que he leído muchos comentarios, que no estoy siguiendo ninguna pauta ni norma ya escrita para los "Delta". Básicamente voy a inventarme lo que significan. Le puse Delta porque fue lo primero que se me ocurrió, pero podría haber elegido cualquier otra letra del abecedario. Con esto quiero decir que leáis la historia con la mente abierta y no asociéis ningún tipo de información que tengáis de los Delta con esta historia, porque no tendrá nada que ver.
Espero que os esté gustando. Intentaré escribir algo y actualizar pronto
