Los personajes de She-ra y las princesas del poder no son de mi propiedad.
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Recuerdo las últimas palabras que Catra me dedicó en persona. Las recuerdo porque me dolieron y cada que pienso en ellas, me pesan.
Claro que estoy feliz, Adora, estoy feliz de que puedas irte de este lugar de mierda, por un futuro brillante y mejores compañías. ¡Así que vete y déjame sola!
Si, no son las más dulces, ni tampoco fue la última vez que la vi. Aquellas palabras me las dijo una semana antes de que me mudara de ciudad para asistir a la Universidad de Grayskull. Me enojé, pero conmigo, por esperar algo de bondad. Me costó entender o siquiera llegar a una conclusión de por qué Catra no se sentía feliz de que me estuvieran sucediendo cosas buenas. Lo único que tenía claro era que no podía tratarse de celos.
Los días restantes permanecimos en silencio y distantes, yo mirándola a lo lejos mientras ella me evitaba a toda costa. Si alguien le hubiera dado a Catra la opción de hacerse invisible ante mis ojos, probablemente la hubiera aceptado, porque era prácticamente imposible no vernos ya que éramos vecinas.
Después de esos tortuosos días, mi último atisbo de ella sucedió el mismo día en que estaba mudándome. Como si Catra lo supiera, aunque no le hubiera comentado nada porque ella me evitaba, la vi afuera, sentada en el porche de su casa, siguiendo con sus heterocromáticos ojos cada uno de mis movimientos al salir y entrar de mi casa. Sentía su penetrante mirada justo en la nuca y ella no se molestó en disimularlo.
Cada que posaba mis ojos en los de ella, veía en estos un sentimiento indescifrable que me incomodó a tal punto que tuve que obligarme a apartar la vista. Cuando subí al carro de mi madre, ella se puso de pie. En ese instante mi pecho se llenó de esperanza, una esperanza traicionera que murió al poco tiempo, porque, lo único que hizo fue meterse a su casa.
Fue cuestión de días para que me carcomiera la culpa y en un par de semanas empecé a mandarle mensajes porque era consciente de que una llamada nunca me la contestaría. Fue una comunicación amarga y unilateral, no sé con exactitud cuánto duró, pero fui constante y después de un par de meses ella me contestó.
Nunca se disculpó, ni yo tampoco, pero me conformaba con saber que ella seguía viva.
Por un tiempo continuamos así. Sabía que ella cursaba el último año en la preparatoria así que intentaba preguntarle cómo le iba, pero Catra nunca me dio muchos detalles sobre su día a día. Yo solía mandarle fotos de la escuela, de mis amigos, le contaba cosas que me iban pasando, fueran grandes o pequeñas, las compartía con ella. Tardaba en contestarme, pero lo hacía.
Las pocas veces que llegué a visitar a mi abuela, porque fui vecina de Catra todo el tiempo que viví bajo el cuidado de mi abuela Razz, yo le avisaba con la esperanza de que nos viéramos. Pero nunca la vi salir, tampoco a su madre, y aunque por las noches las luces de su casa estaban prendidas, nunca hubo indicio alguno de que alguien habitara en su cuarto, por lo que opté por ni siquiera preguntarle a Miss Catalina por ella.
Hasta que un día, sin menor explicación, me pidió que dejara de buscarla. De nuevo no entendía lo que había hecho mal y fue por eso mismo que respeté su petición. O al menos eso intenté. Ella por su parte nunca bloqueó mi número, cosa que hubiera facilitado mucho las cosas.
Sin embargo, la situación ahora iba a ser diametralmente opuesta. Si alguien le hubiera dicho a la Adora de hace dos años que algún día Catra se mudaría con ella, lo hubiera tiraría de a loco. Pero allí me encontraba, sorprendida de pensar que ahora estaba ayudándole a mover las cosas de su casa a mi departamento.
El trato quedó algo así: yo pasaría por Catra un par de días antes de que iniciaran las clases mientras ella se encargaba de avisar a su madre y en su trabajo sobre su actual situación.
Mi amiga Glimmer se ofreció a ayudarnos con el transporte, una camioneta Range Rover Evoque que le había pedido a su padre la pintara de color uva. Sin embargo, yo sabía que su altruismo era movido por un morbo poco disimulado de conocer a la persona por cuya amistad lloré. Por mi parte, le pedí a Bow, mi mejor amigo, que nos acompañara para que controlara a nuestra curiosa conductora.
El día de las inscripciones, el que me presentara ahí no fue algo fortuito. Igual que el año pasado, había comprado las listas en las que se anunciaba a los alumnos que habían entrado a Grayskull, entre mis amigos Bow y Glimmer, checamos la larga tabla de nombres y Bow encontró su nombre y el increíble puntaje que había sacado en los exámenes de ingreso.
Recuerdo la inmensa alegría que sentí al recibir la noticia, en parte por saber que Catra seguía esforzándose por salir a delante y, por otro lado, porque era consciente de la inteligencia que poseía. Sin duda, estaba orgullosa de ella. No obstante, la felicidad que sentía se debía a la posibilidad de verla. Simplemente eso, podría verla.
Con la ayuda de las influencias de Glimmer, logramos descubrir que día debía ir a inscribirse y, hecha un manojo de nervios, fui ese día como voluntaria para ayudar en lo que se pudiera pero que me diera la posibilidad de interactuar con los alumnos de nuevo ingreso. Y así fue como la vi, no me fue difícil identificarla. Seguía portando esa mirada triste que le vi por última vez.
Su cabello estaba distinto, había dejado de ser la melena rebelde de antes para volverse un cabello que parecía revuelto, pero extrañamente bien peinado. Los mechones más claros que tenía debajo de las orejas, resultado de un accidente que ocurrió cuando éramos pequeñas y que había decidido mantener para que evitar las burlas de los demás, habían desaparecido. Su ropa era más oscura y su cuerpo estaba más delgado. Incluso así, yo supe que era ella.
La vi entregar sus papeles, hacer el trámite con cara de fastidio y dirigirse a la salida. Espabilé y la llamé, pero cuando vi que no volteó, insistí. Y de nuevo, la suerte me saludó de tal forma, que ahora estaba en el exterior de su casa, como en los viejos tiempos, esperando a que bajara, pero la diferencia era que ahora lo haría con todas sus pertenencias para que se mudara conmigo. Mientras tanto, aproveché para ver a mi abuela y presentarle a Bow y a Glimmer.
Catra me había dicho que Miss Catalina tenía un trabajo que la mantenía ocupada casi todos los días, y, sin embargo, cuando fui por ella, la mujer estaba ahí. Salió y habló conmigo sobre el cómo todo había cambiado una vez que me había ido y lo mucho que ella me había extrañado porque al parecer su hija le dio muchos problemas en su último año de preparatoria. Yo la escuché con paciencia e interés, mientras veía de reojo a Catra quien me miraba con desaprobación.
– Ya están las cosas –comentó señalando un par de cajas que había dejado en el porche.
– Genial, ahorita te ayudamos –le sonreí.
– Déjala, Adora, ella ya puede hacerse cargo de sus cosas –espetó la madre de Catra con un tono de desprecio que me sorprendió.
Al parecer, en dos años, su complicada relación había empeorado.
– Sí, sí –agregó Catra rodando los ojos para después dirigir su mirada nuevamente a mí–. Dime ¿dónde, meto las cosas?
En ese momento, Glimmer salió de mi antigua casa junto con Bow y mi abuela, quien se puso a seguirle la plática a Miss Catalina, mientras yo le ayudaba a Catra con una de las cajas.
– No es necesario que lo hagas.
– Sin problemas –argumenté, tomando la caja con una de las manos y dándole un par de palmaditas en la espalda.
Vi a Glimmer aproximarse con las llaves de la camioneta en las manos, con ellas abrió la cajuela en donde podríamos depositar las cosas. Señalando el vehículo, avanzamos, pero antes de si quiera llegar a él, mi menuda amiga se detuvo enfrente de Catra y la miró de pies a cabeza con los brazos cruzados.
– ¿Así que tú eres Catra? –entrecerró los ojos.
– Ehm... sí. ¿Tú quién carajos eres?
En ese momento, Glimmer volvió su mirada a mi persona y pude notar el desconcierto en sus facciones. Catra al verse liberada del escrutinio, siguió avanzando.
– ¡Adora! ¿Nunca le has hablado de nosotros?
Como iba unos pasos atrás de Catra, cuando alcancé a Glimmer, me recibió con un golpe en el brazo.
– Auch –me quejé–. Di no a la violencia, Glimmer.
En ese momento Catra giró su cuerpo, ya había dejado la primera caja en la cajuela y ahora se acercaba a donde estábamos.
– Oh, espera – señaló a Glimmer y continuó– ¡Eres Brillitos!
Yo me reí al escuchar aquel apodo que Catra le había puesto un día en el que le conté por mensajes sobre la desgracia que sufrimos cuando accidentalmente esparcimos diamantina rosa en el cuarto de Glimmer sin darnos cuenta. Por varios días ella estuvo llegando a la escuela con brillitos en su ropa y cabello. Aunque también me sorprendió que aún lo recordara.
– ¿Brillitos? –ante eso Glimmer me dedicó una mirada asesina–. ¿Se lo contaste?
– Lo siento, no podía NO hacerlo –agregué escabulléndome para dejar la otra caja de pertenencias de Catra en la cajuela.
– Adora, ¡hicimos una promesa en nombre de nuestra amistad!
– Para tu información, Brillitos –Catra se acercó a donde estaba con Glimmer–, yo era amiga de Adora antes de que tú llegaras.
Era…
Todavía somos amigas, ¿no?
Me hubiera gustado preguntarle, pero iba a romper con aquella extraña interacción que Catra y Glimmer mantenían a base de rebatir sus argumentos. Bow intentó calmarlas y separarlas, por ello confiaba en él, era –la mayoría de las veces– la voz de la razón dentro de nuestro grupo.
– Chicas, chicas, por favor.
– ¡Ella empezó, BOW!
– Tranquila, Glimmer.
– ¿Bow? Oh… ¡Eres el niño arco!
– Adora, ¿también le contaste eso?
Sonreí, había sido atrapada infraganti. Mis otros dos amigos suspiraron, sabían que tratándose de Catra, le hubiera compartido hasta lo más vergonzoso por contar, con tal de seguir en comunicación con ella y me contestara.
Cuando regresé mi atención a Catra, ella me miraba con cierta extrañeza.
– ¿Ya no hay nada más que subir? –la vi negar con la cabeza.
– ¿En serio? ¿esto es todo? –preguntó Glimmer mirando dos cajas de cartón que Catra había subido a la cajuela de su camioneta.
– Bueno, pues vayámonos –agregó Bow rápidamente, intentando prevenir una nueva disputa.
– Voy a despedirme de mi abuela en lo que te despides de Miss Catalina –le comenté a Catra y la vi cruzarse de brazos.
Tomando de las manos a mis dos amigos, nos dirigimos a mi casa. Ahí nos despedimos de mi abuela Razz, ella nos dio una tarta para que la comiéramos una vez que llegáramos al departamento y me pidió que le saludara a Elin, mi madre. Cuando salimos, vimos a Catra recargada en la camioneta de Glimmer y su progenitora se acercó a mí. Mirando con sus ojos ambarinos a mis otros dos amigos, les pidió, sin necesidad de externarlo, que me dejaran a solas con ella.
– ¿Estás segura de esto, Adora?
– ¿Segura de qué?
– ¿De llevarte a Catra a vivir contigo?
– Ah… –sonreí–. Claro.
La vi suspirar con pesadumbre, probablemente le estaba quitando a la única compañía que tuvo en muchos años. Pero lo que me dijo, me hizo fruncir el ceño.
– Espero no te haga complicada la vida como a mí. Cuídate mucho, Adora.
Sin siquiera despedirse, se dio la vuelta y volvió a entrar en su casa. Yo me dirigí a la camioneta, Bow había tomado el lugar del copiloto, lo que me dejaba en los asientos traseros junto con Catra.
El trayecto fue más normal de lo que esperaba, importándonos muy poco que Catra estuviera presente, mis amigos y yo teníamos una acostumbrada actividad cuando de viajes se trataba. Cada uno escogía una canción y la cantábamos entre todos a todo pulmón. Cuando le tocó el turno a Catra de escoger la canción, prefirió cederme su turno. Y así lo hizo en cada una de sus oportunidades. Ella no cantó ni una sola. Se mantuvo la mayor parte del trayecto con los ojos clavados en la ventana, miraba con cierto extravío, y en algún punto la vi abrazarse a sí misma. Se veía… vulnerable.
Al llegar al departamento, el cual habíamos limpiado entre mis dos amigos y yo con anticipación para que pudiera instalarse Catra en uno de los cuartos que tenía lleno de cosas que utilizaba para entrenar, nos dispusimos a comer lo que habíamos comprado de camino. Después de una apacible plática, liderada en su mayoría por Bow, comimos una rebanada de la tarta que mi abuela nos había preparado. Ya al anochecer, Catra y yo nos quedamos a solas en el departamento que, de aquel día en adelante, quien sabe hasta cuando, compartiríamos.
Yo estaba lavando los trastes que habíamos ocupado mientras Catra me observaba aún sentada en una de las sillas del comedor. Hacía mis deberes mientras tarareaba una de las canciones que se me había pegado cuando íbamos de camino al departamento. Al terminar, me sequé las manos con una toalla que estaba en el mango del horno de la estufa y volví a sentarme en la mesa para hacerle compañía a mi amiga de la infancia.
La observé y ella me devolvió la mirada. Se veía cansada, pero su cuerpo parecía estar relajado. Podía casi asegurar que estaba feliz.
– ¿Qué?
Preguntó después de un tiempo en que seguí observándola sin palabra de por medio. Ella alzó una ceja y yo le sonreí.
– Me parece increíble, casi un sueño, el que estés aquí.
Ella bufó ante mi comentario y soltó una carcajada burlona.
– Ahorita que te vayas a dormir, vas a despertar y te darás cuenta de que todo fue un sueño.
Movió los dedos de sus manos por encima de la mesa. Yo me reí y, al intentar recuperar el aire e inhalar por la nariz, volví a hacer ese ruido que se asemejaba a un ronquido. Al abrir los ojos, Catra me sonreía cálidamente con su mejilla recargada en una mano.
– Aún te ríes como puerco.
– Bueno, hay cosas que por más que pase el tiempo y por más que quieras, no cambian –le dije tratando de sonar intelectual. Ella solo rodó sus ojos.
Volví a sonreír con soltura. Ella se veía tan tranquila, con una mano solícita y lánguida puesta sobre la mesa, extendida como queriendo ser alcanzada. Decidí no pensarlo mucho, antes lo hacía casi por instinto, y tomé su mano.
– De verdad, me alegra que estés aquí –seguí sonriendo mientras le apretaba con delicadeza su mano–. Te extrañé.
No esperaba aquellas palabras de regreso, en realidad, no esperaba respuesta audible salir de su boca, solo quería comunicarle un hecho innegable e irrefutable. La extrañé todo este tiempo, a mi mejor amiga, incluso entre mensajes. Sin embargo, ella quitó su mano, no fue un movimiento brusco, sino uno casi grácil y delicado, como queriendo evitar que lo notara, como no queriendo lastimarme, quizá lastimarse. Y cuando su mano estuvo lejos de la mía, la cerró en un puño.
– Iré a dormir –suspiró y desvió la mirada–. Fue un día bastante raro…
No iba a presionarla. no era nadie para hacerlo
– Está bien. Descansa, Catra, porque mañana te explicare algunas cosas del departamento –le dije mientras la miraba asentir y levantarse.
La observé caminar de espaldas, sin voltearse, hasta que desapareció por el pasillo que daba a las habitaciones. Únicamente me quedó la tranquilidad de escuchar sus pasos alejarse y luego el delicado golpe de una puerta cerrarse.
…
…
Mis rutinas siempre han estado bien marcadas desde que era pequeña, eso se debía a que mi madre me había dicho que la mejor cualidad en una persona es la disciplina. Así que ella nutría mi mente y mi cuerpo, no solo con una alimentación balanceada, sino con una variedad de conocimientos, reflexiones y entrenamientos que me fueron forjando desde corta edad. Siempre fui amable y servicial con las personas mayores, figuras de autoridad y con todo ser vivo. Siempre busqué dar lo mejor de mí, en todos los casos y con todas las personas.
Eso también aplicaba a Catra. Y sin embargo, en mi vida ella figuraba como la excepción a la regla. Por un tiempo mi madre adoptiva pensó que ella me distraía considerablemente de mis actividades diarias, por suerte, mi abuela Razz siempre estaba ahí para ser permisiva conmigo y dejarme jugar con ella mientras mi madre no estuviera. Claro que terminó enterándose y cuando lo hizo me regañó y reprendió a mi abuela, pero aquello había servido para demostrar que bien podía divertirme sin perder mi dedicación. A tal grado que a mis 20 años sigo confiando en mis rutinas.
Cuando me mudé a Bright Moon para asistir a la Universidad, estaba considerablemente confundida. No tenía amistades, no conocía a nadie y lo único que lograba sin tropiezo era ir y regresar de la casa a la escuela y viceversa. A eso me dediqué las primeras semanas, pero pronto todo fue tomando cierto orden. Conocí a Bow y Glimmer, empecé a salir con ellos y a descubrir la ciudad, tomé confianza para desenvolverme mejor en la escuela, comenzó a irme mejor en mis clases, entré al equipo de judo y todo fue viento en popa.
Menos una cosa, o para ser exactos, la situación con una persona. De nuevo, la excepción era Catra.
Aunque Elin me pidió que me concentrara totalmente en mis estudios, a veces parte de mi energía la consumía mi preocupación por Catra, que no hacía más que aumentar cada día que pasaba sin hablarle. Comentándolo con Bow y Glimmer, ellos me dijeron que simplemente lo intentara. Y así lo hice.
Pese a nuestras altas y bajas, se me presentaba una nueva oportunidad de remediar las cosas y reforzar mi amistad con ella. Por lo que, al día siguiente, lista para irme a correr –como en todas las mañanas desde que había decidido ponerle un orden a mi vida, empezando por algo nuevo y sencillo: la disciplina del ejercicio–, me había levantado para preparar un desayuno para las dos y así, antes de salir, hablar con ella sobre algunos asuntos que aún quedaban pendientes.
Sin embargo, no siempre acierto en mis predicciones, pues en cuanto Catra se levantó y me vio en la cocina, soltó un grito.
– ¡Por todos los demonios, Adora! Ponte algo de ropa.
– Trigo ropa, Catra –agregué, mirando mi indumentaria.
Quizá no fuera lo más adecuado para recibir a alguien en la cocina, menos a alguien con quien no he convivido por más de dos años, pero suelo dormir con ropa interior deportiva para levantarme en las mañanas, ponerme algún conjunto y salir a correr. Aquel día tocaba mi short rojo y una playera que dejaba al descubierto parte de mi torso.
– Pues ponte algo… ¡menos llamativo!
– Es mi ropa para salir a trotar –argumenté como si fuera lo obvio–, aparte ¡me has visto con menos ropa!
– Eso fue cuando éramos pequeñas –se llevó una mano al puente de su nariz–. Espera… ¡¿Con eso sales a trotar?!
– Si, es cómodo –comenté encogiéndome de hombros y sonriendo.
– ¿Ahora me dirás que Bright Moon es una ciudad idílica donde el acoso no existe?
– Pues no lo sé –lo medité–, regularmente llevo audífonos, así que si me gritan algo indebido no los escucho.
– Las miradas lascivas, Adora, esas se sienten…
– Mmm… –traté de recordar alguna extraña sensación cuando salía a correr: nada. Procedí a negar con la cabeza–. Nop, no lo he sentido. Pero qué bueno que estás despierta, hice el desayuno, porque tenemos que desayunar bien y luego podemos zanjar algunas cosas.
– Está bien, pero ¿podrías ponerte algo más de ropa?
– Oh si, perdón.
Regresé a mi habitación, me puse una bermuda y una sudadera. Al salir y regresar a la cocina, Catra estaba sentada en la mesa, como niña pequeña esperando a su madre para que le sirviera su plato. Aprovechando la oportunidad le di un tour por la cocina y los muebles.
– Mira –empecé con los muebles que estaban por encima de la estufa integral que tenía el departamento–, en este espacio de aquí están las tazas y los vasos, si abres esta puerta aquí hay platos, en esta están los recipientes por si un día necesitas llevar desayuno.
Al girar el rostro, me encontré con su mirada puesta en mí, ella asintió con la cabeza y yo le sonreí.
– En las puertas de abajo hay cacerolas, sartenes, ollas y toda clase de trastes para cocinar –continúe–. En las puertas que están justo arriba de la estufa están los condimentos y muchas otras cosas. En los cajones de aquí hay cubiertos y otros utensilios.
Tomando un par de platos, serví el huevo que había preparado para ambas en iguales porciones. Le extendí un plato a Catra y ella lo tomó mirando con curiosidad su contenido. Después le ofrecí un tenedor y me dispuse para desayunar con ella.
– Puedes ocupar todo lo que hay en casa –le dije mientras empezaba a tomar un poco de comida con mi tenedor–, la televisión, los jabones, el champú, la pasta de dientes, los trastes, los alimentos. Lo que necesites.
Di el primer bocado y volví a sonreírle. No podía evitarlo. Sin embargo, ella me miraba como extrañada. Y si el tiempo no había cambiado el significado de sus expresiones, podía asegurar que quería preguntarme o comentarme algo.
– Suéltalo –tente terreno y ella pareció relajar los músculos de su mandíbula.
– ¿Desde cuándo sabes cocinar? No quiero que esto me mate.
Ella señalo el plato con su tenedor y no pude evitar reírme.
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N/A: otro capitulo de esta historia. Para quienes leen Delicada Noción, ya esta en camino el siguiente capítulo, solo quería subir algo para que no piensen que he muerto.
Esta historia estará así, un capitulo la perspectiva de Catra y después Adora, para que entiendan el conflicto y ambas mentes uwu
Sin más, los dejo.
Hasta la próxima.
