Capítulo 1: Juez y verdugo

Take me to church
I'll worship like a dog at the shrine of your lies
I'll tell you my sins and you can sharpen your knife
Offer me that deathless death
Good God, let me give you my life

Take Me To Church, Hozier


La primera vez que lo atraparon, todavía no era un cazador y tampoco tenía ni idea de lo que ocurría tras las puertas cerradas de las grandes casas y campos de los vampiros. Yueyang era una localidad tranquila a la que los vampiros de la secta Yueyang Chang «protegían». En realidad, sólo se preocupaban porque la gente no se muriera de hambre porque ese también era su alimento. En ese entonces, Xue Yang no sabía nada de nada.

La segunda vez que lo atraparon ya tenía cuchillos escondidos en su faja destinados especialmente a acabar con los vampiros.

Ataron sus manos a su espalda, le quitaron todas sus armas. Las manos frías de los vampiros lo arrastraron hasta Jinlintai. Creyó que lo matarían entonces y lo único que lamentó fue no haber podido vengarse de los Yueyang Chang por su dedo y su infancia rota. Pero en vez de eso Jin Guagshan se le quedó mirando un momento, con la ceja alzada. Examinó sus armas.

«¿Qué tanto sabes de los cazadores?», preguntó el líder de la secta vampírica.

«Mucho», respondió Xue Yang. No era una mentira. Había vivido entre ellos, aunque nunca les había jurado una lealtad verdadera. Conocía sus códigos, sus armas, sus rituales. Los había oído durante años hablar de Yiling Lazou, Wei Wuxian, el vampiro que había puesto en jaque al resto de los vampiros. Había escuchado la historia del asedio de los Yunmeng Jiang a los túmulos funerarios. Había escuchado de la muerte del único vampiro que compartía más con el código de los cazadores que con su propia especie.

«Mmm».

Jin Guagshan se tardó en agregar algo más. Sólo salió ese «mmm» durante largo rato y Xue Yang se preguntó si su hora estaba cerca.

Pero en vez de eso le pusieron una túnica con el emblema de los Jin y lo convirtieron en un sirviente. Lo usaron para perseguir cazadores y, como Xue Yang no les guardaba ninguna lealtad ni aprecio, ayudó a acabar con sus antiguos maestros, que habían sido siempre severos y nunca se habían molestado en comprender su odio. Sólo lo habían tratado como una herramienta más en cuanto habían avistado la sed de sangre que tenía.

Ahora está allí, otra vez, con las manos aprisionadas por un par de cuerdas y un vampiro errante que lo mira.

— Daozhang… —dice y le sonríe.

No esperaba volver a encontrarse con él en esa situación. Pero no hay duda. Es él. Va solo, sin el acompañante algo con el que siempre lo vio mientras duró la conferencia de Jinlitai. Usa el título que prefieren los vampiros, para no revelar que conoce su nombre.

—¿Vas a delatarme, Daozhang?

Xiao Xingchen es más alto que Xue Yan. Tiene que alzar la cabeza para alcanzar a ver sus ojos y los rasgos afilados que tiene; la barbilla que parece apuntarlos y los pómulos que le dan un aspecto de otro mundo.

—¿Has matado a alguien? —pregunta Xiao Xingchen.

—Todavía no. Pero si me sueltas, quizá…

La cuerda que aprisiona sus manos se aprieta un poco, cuando Xiao Xingchen la aprieta.

—Entonces, será mejor que no te deje escapar a ninguna parte, cazador. ¿Cuál es tu nombre?

—¿Cuál nombre quieres saber, Daozhang? —Xue Yang sonríe de lado. No le preocupa que Xiao Xingchen lo tenga atrapado, no le preocupa estar a su merced—. Puedo darle el que quieras…

El vampiro no responde y Xue Yang entiende que no le importa en lo más absoluto.

—Xue Chengmei —responde entonces, dándole el nombre de cortesía que le proporcionaron los cazadores. Nunca piensa en sí mismo con aquel nombre. Es sólo otra identidad que carga entre las que tiene y usa con sumo cuidado. Xiao Xingchen no se merece su nombre todavía.

No merece escuchar «Xue Yang».

—No matarás a nadie mientras te vigile, cazador —replica el vampiro.

Le ha quitado todas sus armas. Todos los cuchillos, su espada; se ha quedado sin nada. Ah, los vampiros que piensan que pueden establecer ellos el orden sobre la tierra y que ningún humano se quejará nunca, ni siquiera cuando los arrastran a sus guerras políticas y los usan como carne de cañón. Cuántos sirvientes humanos de las sectas vampíricas no habían muerto durante la Campaña para Derribar el Sol, esa donde la Secta Qishan Wen se había obsesionado por reinar por sobre todas las demás y el resto había decidido que era suficiente.

Xue Yang lo recuerda vagamente. Los cazadores hablaban de eso y se mantenían alejados.

Su lema: si los vampiros quieren matarse a sí mismos, dejémoslos.

—Está bien.

Se encoge de hombros en un gesto desdeñoso. Xiao Xingchen cree que puede controlarlo. Todos los vampiros creen eso, al principio.

—No podrás vigilarme por siempre, Daozhang —replica Xue Yang—. Y yo estaré esperando.

Xiao Xingchen jala un poco más la cuerda con la que ató sus muñecas y esta raspa su piel. Duele, pero Xue Yang está acostumbrado al dolor, así que sólo tuerce la boca en una mueca sardónica que podría parecer una sonrisa a medio lado.

El vampiro no dice nada. Lo observa. Tiene los ojos oscuros y en ellos puede adivinarse un aura de bondad que Xue Yang nunca ha visto en ningún otro vampiro; una sombra fatalista, de esas que acompañan a los héroes, es la que rige a Xiao Xingchen.

Unos momentos después, se da la vuelta y jala la cuerda, obligando a que Xue Yang camine detrás de él.

Xue Yang se deja arrastrar.

Todos los vampiros creen que pueden controlarlo. Al principio.


—¿Vas a dejarme ir, Daozhang? —pregunta.

—¿Qué te hace pensar…? —Xiao Xingchen parece confundido. Hay quizá un toque adorable en él cuando sus ojos se muestran genuinamente desconcertado ante la extrañeza que le causa su piedad a Xue Yang.

—Nadie nunca me ha dejado ir sin pedirme algo, Daozhang —responde Xue Yang, mirándolo fijamente—. He entregado aliados y asesinado a gente que creía confiar en mí. Los cazadores me matarían. Los vampiros quizá también desean hacerlo… Y tú… —Le regala una sonrisa torcida—. Tú no te preocupes. —Guiña un ojo en dirección a Xiao Xingchen—. Nunca te entregaría a ti a otro, Daozhang.

Estiraría las manos hasta él y pasaría la yema de sus dedos por sus mejillas.

Xiao Xingchen aparta la vista, visiblemente incómodo, más desconcertado que antes. Xue Yang sospecha que es uno de esos vampiros que sólo ve el mundo según sus reglas y eso hace que desee obligarlo a retorcerlas hasta que queden irreconocibles. Torcer los renglones de los libros de los que aprendió su filosofía y esa piedad extraña con la que Xue Yang no se había topado nunca.

Quizá eso lo empuja inexorablemente hacia Xiao Xingchen. La idea de que hay alguien en el mundo que puede verlo y no desea aprovecharse de él.

—No has matado a nadie —repone Xiao Xingchen, finalmente.

—Que tú sepas, Daozhang.

—No enfrente de mí —dice Xiao Xingchen—; si acumulas otros pecados, ¿quién soy yo para ser tu juez y verdugo?

Xue Yang se inclina hacia enfrente, intentando acercarse un poco más hasta Xiao Xingchen, tanto como lo permite la cuerda que mantiene su cintura pegada a la pared de la posada donde Xiao Xingchen ha decidido alojarlos por esa noche.

—¿Y que sí quisiera que fueras tú quien me castigue, Daozhang? —Una pausa, se permite saborear las palabras en su lengua e irlas pronunciando poco a poco, con un tono deliberadamente retador—. Quizá a ti te lo permitiría.

Xiao Xingchen se queda mirándolo y a Xue Yang le parece que no respira. Como si entre un latido y el siguiente se hubiera quedado congelado y hubiera habido una pausa que lo hubiera cambiado todo. No puede asegurarlo. No le quita los ojos de encima. Él es quien mueve los cordones alrededor de Xiao Xingchen, desea verlo romper aquella fachada perfecta, correcta, desea ver aquella perfección corromperse y caer a sus pies. O quizá desea estar a sus pies.

Si fuera Xiao Xingchen, lo permitiría.

Si fuera Xiao Xingchen, caería de rodillas.

Es la única vez que Xue Yang ha visto la piedad pintada en el rostro de alguien y se pregunta cómo se ve destruida, mancillada, hecha pedazos.

Qué significaría estar a su merced.


Xiao Xingchen no le devuelve ninguna de sus armas, pero desata sus manos con sumo cuidado. Sus dedos son gentiles mientras deshacen la cuerda con la que aprisionó sus muñecas. En un gesto de buena voluntad —o quizá curiosidad— Xue Yang espera hasta el crepúsculo siguiente.

—Todavía podría matar al vampiro que evitaste que asesinara, daozhang —puntualiza.

—Ya está muy lejos y tú no tienes armas. —Xiao Xingchen aprieta los labios en una fina línea, evaluando la situación. Xue Yang sonríe sin muchas preocupaciones: tiene al vampiro errante justo donde lo quiere—. Será difícil que lo hagas, cazador.

—Tengo otra solución para ti, Daozhang.

Sólo queda el último nudo y será libre. Podrá largarse corriente y nunca más volver. Pero jugará limpio. Se quedará unos momentos más para darle gusto, fingir que es un buen chico y que no matará a nadie en los próximos días.

Xiao Xingchen alza una ceja en un gesto apenas perceptible. Está preguntando cuál es aquella solución sin preguntarlo, esperando una respuesta.

—Podrías mantenerle a tu lado, Daozhang —dice Xue Yang—. La única manera de asegurarse que no te desobedezco… —El último nudo de su muñeca está a medio deshacer y él extiende las manos hacia el frente, como si le diera permiso de amarrarlo otra vez, aunque realmente quiere atar a Xiao Xingchen a él—. No crees que sería un buen vampiro, ¿Daozhang?

—Eres un cazador —replica Xiao Xingchen.

—Uno sin lealtad. —Xue Yang se pasa la lengua por lo labios—. Pero si tú me lo pidieras, Daozhang, sería leal a ti. Por cierto —agrega, después de pensarlo un momento—, quizá quieras recordar mi nombre…

—Me lo dijiste.

—Ese no, el verdadero. —Hay una pausa tensa y los dedos de Xiao Xingchen rozan su piel y sin embargo hay entre ellos una distancia insalvable—. Xue Yang.

El nudo cae y Xue Yang sabe que es libre.

El castigo de Xiao Xingchen es alejarlo.


Notas de este capítulo:

1) Voy a jugar a los capítulos cortos porque esta es una historia que se presta para ello porque tiene varios saltos al principio y es bastante episódica de momento. Igual las longitudes pueden variar, intentaré que no me dé la obsesión de la simetría de los capítulos.

2) Meterme en el POV de Xue Yang es maravilloso. Adoro a ese hombre de una forma un poco sana y es tan… no sé… unhinged… Sin su crueldad no es él, debo decir. (Así que siempre me verán intentar hacer al Xue Yang más IC posible según el material de origen —en este caso cualquier adaptación conocida de Yi City).


Andrea Poulain