Dedicatoria para mi querida pequeña hija "Osibel". Espero la disfruten tanto como yo al escribirlo ;3
Los personajes de Saint Seiya pertenecen al magnífico mangaka "Masami Kurumada".
CAPITULO 1 "FRAGMENTADO"
Había pasado tiempo desde que la Guerra Santa contra Hades culminara. El juicio de los Dioses del Olimpo fue inminente, empero, la diosa Atenea salió al amparo por las almas de sus caballeros caídos por la guerra, literalmente la diosa actuó con sabiduría convenciendo a los dioses griegos de enmendar sus "pecados" como las divinidades lo llamaban por medio de una penitencia benevolente, no era contundente pelear ella misma contra toda su familia divina y debía acatar sus reglas deliberadas si es que quería salvar a las almas de sus subordinados y darle otra oportunidad a la humanidad.
A sus caballeros fallecidos les devolvían la vida a cambio de cumplir las "Tareas de los Dioses" asignados a cada uno de forma individual para obtener la redención, sin embargo de no lograrlo, se condenarían nuevamente a la muerte y a la purificación de sus almas en el Inframundo que no aseguraba su resurrección.
En el santuario de la diosa Atenea, los santos dorados ejecutaban las "Tareas de los Dioses" como parte de su rutina diaria, estos se trataban de trabajos sociales, ofrendas a las divinidades olímpicas, sacrificios como días completos que debían permanecer en sus respectivos templos sin entrenamiento, comida y sueño para reflexionar sus "rebeldes acciones", al final, todo para demostrar respeto a los Dioses y les concedieran la indulgencia. Atenea alentaba a sus caballeros de la obligación con el Olimpo y así, ser recompensados con una vida normal.
En el caso especial de Saga, su "tarea" encomendada era su rehabilitación total sobre su "trastorno de identidad disociativa" y es que se trataba de una cuestión que mantenían preocupados a los dioses olímpicos. El santo de géminis poseía un poder vasto que pudiera llegar a compararse a la de un "dios", evocando el suceso catastrófico que incurrió en el Santuario azuzado por su doble personalidad aviesa, era un hecho que no permitían pasar por alto, reconocían que los santos de Atenea habían detenido a tiempo la entidad vil del geminiano, una segunda vez que se presentase desconocían hasta que punto llegaría hacer estragos.
Saga tomaría sesiones de terapias intensivas todos los días impartidas por una psiquiatra de confianza seleccionada por los Dioses, el plazo para su rehabilitación era indefinido según su doctora determinara avances de su mejoría, sin embargo, no estaba exento de la muerte, por eso, el gemelo peliañil se veía obligado a cooperar extenuantemente en su tratamiento aunque él también deseaba reformarse de su caótico pasado.
-Kanon, soy Kanon – se decía para sí mismo contemplándose en el espejo de su recámara, se concentraba en su cabellera cerúlea y en su faz lívida. – Parezco narcisista como Afrodita mirándome en el espejo – río entre dientes.
El preludio del alba caía en el Templo de los Gemelos, Kanon había decidido visitar el pueblo de Rodorio, esperaba encontrar un producto en alguna tienda de belleza. Salió de su recámara y antes de encaminarse a su corto viaje se dirigió a la alcoba de su hermano mayor.
-Hermanito, voy a dar una vuelta a Rodorio, no he de tardar para ir a tu consulta – espetó sin abrir la puerta. – Saga siempre haces lo mismo – determinó al no recibir respuesta reiteradamente, entró al cuarto topándose al gemelo mayor yaciendo plácidamente en su cama, parecía internarse en un sueño profundo.
-Milo…
-De nuevo hablas dormido y creo que estas soñando una vez más con ese sujeto – musitó, soltando un hálito resignado. – Te dejaré una nota en tu mesita de noche.
Los ansiolíticos y antidepresivos que le habían recetado a Saga por su psiquiatra provocaban un efecto somnífero exacerbado, pensaba el gemelo menor, al menos descansaba tranquilamente sin sufrir arranques de ansiedad por las noches instigado por terrores nocturnos o coloquialmente llamados pesadillas.
Kanon bajaba las escalinatas del santuario a paso armonioso cruzando con sigilo los templos de sus compañeros de armas, Tauro y Aries, para no irrumpir por la temprana hora.
Arribó al porche principal del santuario, vislumbró la alborada en el horizonte y pensó si no se había precipitado en madrugarse, inmerso en sus cavilaciones tropezó con algo en el suelo.
-¿Una manzana roja?...
-¿Saga? ¿Qué haces muy temprano por acá?
El gemelo pelicerúleo respingó al oír la voz familiar de su compañero indeseado tornándose soslayo hacia él.
-Oh Kanon, eres tú, siempre los confundó – el joven de escorpión miró con escrúpulos a su mayor que fijaba sus ojos en él. – ¿Y a ti que te pasa?
El gemelo decidió voltearse para dirigirse hacia el griego hasta acortar distancia entre sus faces provocando un ligero arrebol en las mejillas de su compañero.
-Ka-Kanon, ¿pretendes intimidarme?
-No – repuso secamente separándose del menor para luego darle la espalda. – Sabes, Saga siempre sueña contigo.
-¿Sueña conmigo?
El comentario comprometedor había intensificado el color carmesí en sus mejillas a la vez que su compañero pelicerúleo se había percatado de eso y satisfecho decidió encaminarse a su destino al haber corroborado en parte una especulación.
-¡Espera Kanon! ¿Cómo te atreves a molestarme con algo así? – vociferó el griego del escorpio iracundo y ruborizado.
-Nos vemos Milo.
Milo, azorado aún más por la contestación estoica de su mayor que se alejaba de él, quizás pensó en detenerlo por su insolencia como lo consideraba pero no veía sentido comenzar un altercado, ya lo olvidaría o lo encararía después dependiendo de cómo se sintiera de ánimos.
