El efecto derrame


Taectaectaectaec.

Koushirou tecleaba nerviosamente. Sus dedos, rápidos, golpeaban las pequeñas teclas casi con furia. Era el único sonido audible, la banda sonora de una madrugada catastrófica.

Taectaectaectaec.

Mientras sus manos hacían lo suyo, sus ojos observaban alternativamente su digivice y su teléfono celular. Uno no brillaba, el otro no sonaba.

Taectaectaectaec. Taectaectaectaectaectaec.

Aumentó el golpeteo de sus dedos.

Sonó el teléfono.

—¡¿Taichi?! —exclamó.

Primero escuchó un silencio. Le pareció temeroso.

—Soy Cathghine —contestó la suave voz de la digielegida francesa, quien cambiaba las r y borraba las e.

—¿Dónde está Taichi?

Taectaectaectaec.

—Está en el digimundo… lo siento, Koushigho, si puedo ayudaght…

—Necesito a Taichi. Esto es urgente.

Taectaectaectaec.

—No sé como resolveghlo. Tiene su digivice, estoy segugha que ha ghecibido tu mensaje…

Taectaectaectaec. Taectaectaectaectaectaec.

—¿Koushigho?

—Necesito que movilices tus contactos alrededor del mundo. ¿Puedes hacerlo? Catherine —agregó, ante el silencio de la mujer—. Esto es una emergencia.

Por unos segundos solo escuchó taec taec taec de su lado de la línea. Del de Catherine algo indefinido. ¿Roce de telas?

—Me estoy vistiendo. Voy a comenzagh a llamaghlos a todos.

Taectaectaectaectaectaec.

—Gracias —y cortó.

Taectaectaectaec.

Silencio.

Una pantalla se abrió en su computador.

—¿Koushirou? Estoy con Agumon —le dijo Tentomon. Alejó sus manos del teclado y focalizó su atención en el aparato próximo al suyo.

—Tentomon, Agumon, ¡¿dónde está Taichi?!

—Gennai lo está buscando con sus clones, no te preocupes.

—¡Él sabe que está pasando algo, Koushirou! ¡No es su culpa! —reclamó Agumon.

Taectaectaectaec.

—Por favor Agumon, contáctate con Taichi —fue todo lo que pudo decir—. Tentomon, te lo encargo. Debes estar atento para dar la alarma. Y si algo llegara a suceder…

No finalizó su frase, porque era muy dolorosa. Pero también dejó de teclear.

—Lo sé Koushirou, no te preocupes. Adiós.

—Asegúrate de venir a este mundo… —pronunció, finalmente.

Apoyó las palmas de las manos sobre su escritorio y desplazó su silla hacia atrás. Estirando los brazos, pudo observar el caos en que había convertido las oficinas donde trabajaba con Takenouchi Haruhiko y Kido Shuu. Tenía por lo menos tres computadoras prendidas, una pantalla de televisión –desde hacía horas en negro-, la cafetera humeando en silencio y las luces apagadas. Solo lo iluminaban la luz de sus pantallas y solo oía su teclear.

—Maldito Taichi —masculló.

No había a quien llamar. Catherine podría movilizar ejércitos con sus dotes para la comunicación, pero solo Taichi podía patear el tablero en la ONU para detener lo que estaba sucediendo.

Si es que aún no era tarde.

Su propio pensamiento lo enervó.

Taectaectaectaec.

Pensó en despertar a sus colegas, pero la noche era muy helada y su capacidad de influencia muy pequeña. Habían comenzado por denegarle a Shuu la entrada al digimundo, así como así. Claro que luego de haber desactivado los pases de todos los asistentes de menor categoría del centro. Pero lo peor fue lo que le hicieron a Haruhiko. Pensarlo lo ponía nervioso.

Taectaectaectaec.

Pero aunque a Haruhiko podían dejarlo al borde de la ilegalidad, cancelándole su pase mientras estaba allí, y a Shuu podían dejarlo afuera, a él no podían ponerle un dedo encima porque era un niño elegido. Por eso debía resolverlo solo.

Maldito Taichi.

Uno de los computadores que estaba aparentemente en reposo se encendió, dando lugar a la pequeña ventanita que indicaba que alguien del digimundo quería comunicarse. Deslizó su silla por el piso alfombrado.

—¡Taichi! —exclamó, viendo su rostro moreno en la pantalla—. Maldición, ¿dónde te habías metido?

—Tranquilo, estoy haciendo lo mismo que tú pero desde aquí.

—¿Lo mismo que yo? ¡Debiste hacerlo hace años en la ONU, no cuando todo se descalabra! —Le sorprendió el tono de su voz. Nunca le había gritado a Taichi, ni siquiera las dos veces en que él había tratado de golpearlo.

—Si te corres puedo llegar a tu oficina y hablaremos tranquilos —respondió, haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad que había comenzado a desarrollar luego de la universidad, queriendo ingresar al servicio exterior de Japón.

Koushirou se hizo a un lado. Recién en ese momento se dio cuenta de lo silencioso que podía ser su oficina cuando nadie tecleaba.

Taichi aterrizó en el suelo, porque no importaba cuantos miles de viajes hubiesen hecho desde la niñez, aún la única que podía volver con gracia del digimundo era Hikari.

Se miraron en silencio. El pelirrojo permaneció sentado mientras él se incorporaba. Taichi no se animó a hablar, ninguna palabra parecía ser adecuada frente a un Koushirou furioso. Los interrumpió el sonido de su teléfono celular.

—Es Catherine —informó.

—Ya hablé con ella. Está dándome una mano —lo observó debatirse entre atenderla o prestarle atención a su amigo de la infancia—. Reaccionó mucho antes que ti.

—¿Desde cuándo peleas en vez de buscar una solución? —preguntó, dudoso. Súbitamente no sabía cómo tratarlo.

—Desde que es tu culpa.

Taichi hizo silencio. Koushirou lo observó, no volvió a teclear. Los enchufes se estaban sobrecalentando y un sonido muy leve, que parecía rasgar el aire, comenzaba a hacerse audible. Comenzaba porque, si bien seguramente estaba presente hacía rato, Koushirou recién lo notaba debido al aumento de la tensión en la sala.

—¿Vamos a quedarnos acá mirándonos, o nos pondremos manos a la obra…? Estoy aquí para ayudarte, Koushirou, pero no puedo si no me explicas. Ni siquiera entiendo porque todo esto puede ser mi culpa.

Suspiró y dio el brazo a torcer. Giró su cuerpo hacia las computadoras y comenzó a abrir distintas ventanas en cada una. Taichi se acercó y apoyó una mano sobre su hombro, Koushirou se tensó, y luego se relajó. El moreno lo notó y supo que su amigo había regresado a su personalidad usual. Volvió a sonar su móvil, no lo atendió.

—Estos son distintos lugares del digimundo —le explicó—. Son todas las zonas que han sido aprobadas para experimentación.

—Vengo de allí —dijo, indicando una de las pantallas—. ¿Qué es todo ese humo? No se podía respirar. No vi a ningún digimon en la zona.

—Están huyendo, Taichi. Aparentemente habría algún elemento bajo la superficie que los repele.

—Pero no lo entiendo, ¿qué acaso no hay tan solo datos? ¿Por qué puede ser… venenoso, o lo que sea, con los digimon?

—Bastantes enemigos luego, ¿aún no te enteras que los datos pueden ser fatales?

No contestó, pensando en las palabras de su amigo. Cuán certeras.

—¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos detenerlo?

—Necesito que viajes al Consejo de Seguridad y logres que se detengan las excavaciones. ¡No sé cómo! —adelantó, antes que su amigo lo interrumpiese—. Esa es tu parte del trabajo. Yo puedo acercarte más informes, pero estimo que serán tan bien recibidos como todos los que te di antes de que se firmara el acuerdo.

—Te recuerdo que yo voté en contra, Koushirou. Estoy tan en desacuerdo con esto como tú.

—Tú eres el representante del Digimundo, Taichi. Sé que estás lleno de buenas intenciones y de iniciativas, pero fallaste cuando debías protegerlo —Yagami levantó la vista al techo y retiró su mano del hombro de Koushirou. No sabía que responder—… aunque es la primera vez que fallas —finalizó, suavizando el tono. Taichi sonrió. Un poquito, porque no era el momento para ello.

—Explícame todo. Me movilizaré ahora mismo.

—Las excavaciones han "movido" el digimundo… es como si fuera un eclipse. Está acercándose peligrosamente a nuestro mundo, pero no van a chocar, porque forman parte de espacios distintos.

Taichi asintió, acostumbrado a que su amigo simplificara la complejidad.

—Por ende estos datos que están huyendo del digimundo, por las excavaciones, comenzarán a derramarse en el nuestro…

—¿Y qué pasará? —preguntó, alertado por las imágenes en video que graficaban el escenario. Dos esferas, una sobre la otra, abiertas y derramándose—. ¿Por qué la esfera de abajo también está derramando? ¿Acaso nuestro mundo también está en peligro?

—Por supuesto Taichi. No llegarán digimon, llegarán datos sueltos. Nuestro mundo no tiene datos sueltos, flotando en el aire. Puede suceder cualquier cosa.

Taichi aspiró el peligro.

Taectaectaectaec. Koushirou ya estaba trabajando.

—¿Qué podemos hacer?

—Tú, debes volver a lo tuyo. Yo, a seguir investigando. Aún no pude contactar a Wallace. Catherine está llamando a todos los digielegidos del mundo.

—¿Para qué le has pedido eso? —preguntó, mirando en su móvil la sucesión de llamadas perdidas.

Koushirou giró en su asiento, cruzó los brazos sobre su pecho y observó a su amigo. Él estaba nervioso, Taichi desesperado. Koushirou sabía que era tan solo la antesala a que se pusiera en acción. Y que Yagami preocupado por la seguridad del digimundo era una garantía.

—Taichi… —suspiró—. Voy a confiar en ti y no daré ninguna orden sin dejarte actuar ni sin consultártelo…

—¿Qué orden? ¿De qué hablas? —reclamó.

—Si las excavaciones no se detienen… los digimon se impondrán para defender su mundo.

—¿Los… echarán a la fuerza? —preguntó, apretando los puños. De tan solo imaginar a Greymon luchando contra una máquina… Koushirou asintió—. Eso sería una guerra, Koushirou…

Koushirou asintió.

Taectaectaectaec. Taectaectaectaectaectaec.

FIN