Advertencia: Transgresiones a la ética profesional y moral de un Sanador. Menciones implícitas y explícitas a la depresión. Relaciones tormentosas y hasta cierto punto tóxicas. Lenguaje ofensivo, y autodesprecio a la discapacidad.
No quiero ni romantizar ni normalizar ninguna de estas conductas.
Sin más que agregar, que lo disfruten. Será una historia bastante cortita y sí, Draco es Medimago de nuevo porque we stan a Healer Draco in this acc.
La vida era una mierda.
Sin más. Sin trasfondos místicos o patrañas sentimentalistas. No podía haber nada bueno en ese jodido mundo que no había hecho más que machacar su alma y hacerlo pasar por cosas que nadie, a tan corta edad, debía pasar. Y sin embargo, allí estaba.
Su habitación lucía un tanto diferente a lo que recordaba, y la ventana permanecía abierta. Siempre abierta. Y odiaba a Hermione por eso, porque no recordaba ya cuantas veces le había pedido que la cerrara, que no soportaba la puta luz, pero ella siempre le decía que era lo mejor para él, y como Harry no podía jodidamente pararse e ir a cerrarla, o simplemente mover su maldita varita, las cortinas seguían abiertas de par en par.
Incluso lo hacía odiar aún más a Ron. Siempre allí, parado como un imbécil, sin tener voz ni voto en las decisiones u opiniones de Hermione sobre su jodido cuidado. Eres mi puto mejor amigo, deseaba poder tener la fuerza para gritarle, ponte de mi lado como alguna vez lo hiciste.
Odiaba a todo el mundo en realidad. No quería que nadie le hablara, que lo tocaran, que experimentaran con él, que le hicieran decir palabras. Quería ser dejado allí, tendido en esa cama hasta que muriera de hambre, o de deshidratación, o de algo más. Solo que muriera. Poder irse a descansar por fin a ese lugar lleno de paz en vez seguir ahí, sufriendo. No era jodidamente justo.
Por lo mismo, estaba solo en su casa.
Al menos, hasta que las voces de sus amigos comenzaban a escucharse por el pasillo tras la puerta, charlando, haciéndolo desear que se fueran incluso antes de que la abrieran. Pero ese día era diferente. Sí. Porque una tercera voz se les había unido.
Sus pasos parecieron detenerse un segundo frente a su puerta, y Harry giró el cuello hasta ella. Esperando. Uno. Dos. Diez segundos. Entonces, se abrió.
Lo que encontró allí lo hubiese hecho gritar de horror si otras fuesen las circunstancias, pero como no podía, el odio que había estado acarreando desde que despertó un mes atrás, pareció rugir en su interior.
Porque allí, frente a él, estaba Draco Malfoy. Luciendo uno de sus estilizados trajes hechos a la medida, el cabello largo hasta poco más de la mandíbula, junto con unas suaves facciones que conocía demasiado bien y esos fríos ojos grises que parecían examinarlo completamente. Harry lo odió también.
No es que continuaran con su ridícula y apasionada enemistad como en sus años adolescentes. Era estúpido, y no solo imposible, seguir llevándose mal luego de que durante tantos años se lo había topado por los pasillos de San Mungo y había tenido que mantener charlas cordiales y amistosas con él. Pero sin embargo, lo odiaba. Porque en esos momentos, era todo lo que Harry ya no era y podía hacer todo lo que Harry ya no podía. Todos lo eran.
Ser normal.
—Buenos días, Harry —saludó Malfoy.
Se estremeció por el nombre. Muy pocas veces durante su vida le había llamado así. Una o dos. Tres con esa. No le gustaba. No le gustaba esa maldita situación para empezar. Quería que se fueran. Los tres.
Desvió la mirada hacia un lado, donde sus dos amigos se paraban a un costado de la puerta con expresiones nerviosas y titubeantes. Trató de plasmar su rostro con todo el desagrado que podía.
—Hola Harry —saludó dubitativamente la morena con un asentimiento.
—Hey compañero —secundó Ron.
Él simplemente devolvió su mirada hasta Draco, quien le observaba con una ceja elevada, las manos entrelazadas tras su espalda.
—¿Qué está haciendo él acá? —preguntó enfadado, y ocupando toda su fuerza para que su tono de voz subiera más de lo usual.
—Doce años, y sigues siendo tan educado, Potter. Hola para ti también —replicó Malfoy con sarcasmo.
Estaba seguro de que sus ojos verdes estaban enviándole dagas. Miles.
—Con todo respeto, jódete Malfoy —le espetó.
El rubio silbó, mientras Ron negaba con la cabeza y Hermione se acercaba hasta él.
—Harry...
—¿Qué? —dijo con rabia, haciendo que se detuviese en su lugar— ¿Este es uno de tus tantos intentos por hacer mi vida miserable?
—Harry...sabes que lo único que quiero es que estés bien. Esta es la forma —suplicó ella.
—¿Sí? Déjame dudarlo.
Ron fue el siguiente en actuar, caminando hasta él jugando con sus dedos, mientras Draco miraba la escena como un mero expectador. El pelinegro se rehusaba a prestarle un ápice de atención.
—Amigo, tu sabes lo mal que me ha caído el hurón...
—Gracias, Weasley.
—...y lo mucho que odiaría esta situación. De hecho, lo mucho que la odio —dijo Ron en tono conciliador—. Pero es lo único que te ayudará. No te haríamos pasar por esto si así no fuera.
Harry lo observó, impenetrable, con la cara hecha un glacial. Luego chasqueó la lengua, desviando la mirada a una esquina de la habitación.
—No quiero su ayuda —respondió simplemente, rechinando los dientes—. Ahora váyanse todos a la mierda.
Una mano se posó con fuerza en el colchón, obligándolo a mirarle. Hermione estaba con una expresión de determinación puesta en su cara, tensando cada músculo de su cuerpo.
—Tomarás esto, porque es tu única opción de poder volver a caminar —le siseó—. Tu única opción de volver a hacer magia, de reconstruir--
—¡Ve y rómpete las putas piernas si eres tan optimista en el asunto y luego deja que personas completamente sanas te hagan sembrar esperanzas de algo que sabes que es muy poco probable que pase! —le gritó de vuelta, lo más fuerte que podía, haciéndola enmudecer— ¡Ve y pierde tu jodida magia, la que ocupas a cada maldito momento del día y veamos si tu también aceptarías cualquier ayuda que se te presentara cuando toda la puta vida has hecho todo por ti misma! —prosiguió— ¡Ve, hazlo, y luego ven a decirme la mierda que quieras!
La habitación estuvo en silencio un momento, donde solo la respiración agitada de Harry sonaba. Su amiga sacudió la cabeza, alejándose, mientras Ron ponía una mano en el hombro de Hermione, dándole confort y dedicándole una mirada que variaba entre la rabia y la culpa. Pero no dijo nada. Nunca decía nada, joder. Quizás solo necesitaba que alguien le gritara y dejara de tratarlo como algo frágil que puede romperse en cualquier segundo.
—Bueno, qué mal por ti —dijo Draco, descruzando los brazos y avanzando hasta él—. Porque ellos son tus cuidadores legales y el contrato ya está firmado. Seré tu medimago.
La traición no se hizo esperar, volviendo la vista a sus amigos, con más rabia, si es que eso era posible.
—Genial. Me consiguieron a un puto Mortífago como mi cuidador —les escupió.
Malfoy soltó una leve risita, que sacudió sus hombros. Harry lo miró con el ceño fruncido.
—Puedes tratar de herirme todo lo que quieras, Potter. Mis pacientes intentan hacerlo todo el tiempo y ya he llegado a buenos términos con mi pasado. Cambié. Lo sé. Tú también lo sabes. Solo que en estos momentos, no eres capaz de verlo.
Aquello solo le hizo rechinar aún más los dientes, mientras el dolor y la ira seguían emergiendo en su interior. No quería eso. Realmente no. Quería volver a caminar, quería volver a vivir.
Pero no así.
Cerró los párpados, tratando de tranquilizarse, porque sentía un nudo en el cuello y las lágrimas comenzaban a formarse en sus ojos. No se iba a permitir llorar. No frente a Malfoy.
Devolvió la atención a sus amigos, encontrando diferentes niveles de lástima. No la quería. Increíblemente, la empatía que le demostraban, le hacía resentirlos un poco más.
—¿Por qué no me dejaron en San Mungo, por qué contratar a alguien especializado?
Ellos intercambiaron una mirada dudosa un segundo, y Harry se encogió en su lugar, (si es que eso era posible), esperando una respuesta. Cuando Hermione estaba a punto de abrir la boca, Draco se le adelantó.
—No es nada raro que las familias prefieran un enfoque más... personal en estos casos, Harry —explicó él con una suavidad que el moreno no sabía que poseía, pero su expresión seguía igual de estoica como una piedra. Tuvo que suprimir un escalofrío—. Además--
—Es el mejor en lo que hace —lo interrumpió Ron, casi con súplica—. ¿Te das cuenta lo mucho que me está doliendo decir esto?
Podía ver el destello de una risa en los fríos ojos grises, pero solo duró un segundo. Podría haberse reído él también, solo que realmente, no podía.
—Lárguense —ordenó, retirando la mirada—. Ya les dije lo que pensaba.
La castaña se veía tentada a replicar, pero Draco subió una mano, deteniéndola, y la puerta se abrió sola. Solía hacer mucho eso. A Harry le gustaba pensar que lo controlaba.
Sus amigos se fueron lentamente, como si estuvieran esperando que los detuviera. No pensaba hacerlo. Aún no volvía a posar sus ojos en él, pero sabía que Malfoy no había dejado la habitación, y tampoco parecía que deseaba hacerlo.
—¿No dije que...?
—Escucha, Potter —lo interrumpió. Harry giró los ojos—. No puedo decir que te comprendo, porque no lo hago. Jamás he estado en tu posición. Pero si puedo intentar entenderte. Sé lo dificil que es. Lo he visto —le dijo, analizando su cara. El pelinegro permaneció inexpresivo—. Y soy tu mejor opción. ¿Tienes idea lo que le costó a Granger, a Weasley ir y buscar mi ayuda? Si fuese de otra forma, no lo habrían hecho —tomó una larga respiración—. No puedo prometerte que volverás a caminar--
—¿Cuál es el punto entonces? —murmuró amargamente.
—El punto es, que podrías intentarlo. Acostado ahí no volverás a hacerlo, te lo aseguro, ni volver a hacer magia. Al menos puedes probar--
—Y si no resulta, me trago la puta decepción y acepto que voy a ser un maldito discapacitado el resto de mi vida. Gracias.
Lo oyó suspirar, mientras avanzaba más hasta él y se sentaba en una silla que Hermione había puesto allí días atrás. Ojalá hubiese podido moverse, y alejarse lo máximo posible de ese hombre.
—No sé que te habrán dicho tus médicos, Harry, pero no tienes daños ni en tus músculos, tendones, o huesos —dijo él, en tono cauteloso—. La maldición solo tocó tus nervios, por lo que tu aflicción es en su mayor parte mental, no física. Tienes mucho más posibilidades de volver a caminar que la mayoría.
Seguramente sí se lo habían explicado, porque tenía la noción de recordarlo, pero había estado muy histérico durante el último mes para prestar real atención a lo que sus medimagos le decian. Escucharlo de Draco, de todas formas... se sentía diferente.
—Y qué, ¿vas a vivir aquí acaso?
—Por supuesto que no, eso sería totalmente poco profesional de mi parte —rodó los ojos—. Vendré a primera hora de la mañana. Si gritas o te alteras, existe un enlace conmigo, puesta en el contrato, que me hará venir de inmediato. Espero que en poco tiempo, logremos un buen progreso, incluso si no vivo aquí.
Lo pensó un momento. Él volviendo a caminar. Volviendo a saltar, correr, volar. Teniendo la capacidad de moverse solo siquiera para ir al baño. Poder volver a hacer un maldito accio sin demayarse. Sonaba a privilegio ahora. Pero lo anhelaba. Era lo que más quería en el mundo.
¿Y qué tal si no funciona? ¿Soportarías volver a perderlo?
—Vete —ordenó tajantemente.
El rubio volvió a suspirar, pero se puso de pie, aunque no se sentía ni un poco derrotado. No podía ver su expresión, pero apostaba que no se equivocaba.
—Empezamos mañana, Potter.
Su cuerpo se calentó del puro enojo, y dirigió sus orbes esmeralda al pálido hombre, que seguía analizándolo. Reunió toda la fuerza que podía.
—¡Lárgate!
Y lo hizo.
No sin antes repetir, que se verían por la mañana.
La primera sesión de rehabilitación no fue tan mala, salvo quizás, por la parte de ir al baño.
Draco había llegado a primera hora de la mañana tal como dijo, y lo obligó a despertarse, destapándolo y volteándolo sobre su estómago, para poder iniciar. Harry estaba super complacido al respecto.
—Realmemte creí que tu nivel de estupidez era menos, ¿no te dije ya, como mil veces que no quiero esto?
—Lo siento, Harry —respondió él, acercándose—. Me rige un contrato, y a ti, y a Granger. A todos.
Dejó escapar un gruñido. Prefería no pensar mucho al respecto, porque solo le daban ganas de gritar. Y no podía gritar, o su fuerza vital se iría. No podía levantarse, no podía cortar nada de esto. No podía parar. Era una mierda.
Quería morir.
—¿Podrías dejar de decirme Harry? —le escupió.
Sintió las manos de Draco destapar lentamente la parte de atrás de la parte de arriba de su pijama, y su pulso se aceleró, su estómago se retorció sobre sí mismo en desesperación.
—No puedo. Ese es tu nombre, y eres mi paciente.
—¿Qué estás haciendo? —siseó sin poder verle la cara, dado que estaba con el cuello hacia el lado contrario— ¡Aléjate de mi! —trató de retorcerse, lo que solo hizo que temblara levemente.
—No te tocaré —trató de tranquilizarlo—. Solo veré que puedo hacer con esos nervios. Para que puedas tener más funciones motoras.
Su garganta volvió a cerrarse, en humillación. ¿Cómo explicar que eso era lo que más quería, siquiera poder mover sus manos con libertad, pero al mismo tiempo deseaba que todos se fuesen al infierno? Ni siquiera él sabía que sentía.
Una cálida sensación le invadió la espina dorsal, relajando sus músculos que no tenía idea que estaban tensos y haciéndolo soltar una larga respiración, del más puro alivio. Se sentía descansado, se sentía liviano.
—¿Nadie había hecho esto antes? —preguntó, como si estuviese asombrado.
—No en San Mungo. No —respondió él, más suave de lo que esperaba—. ¿Qué es?
Draco no respondió de inmediato, en cambio, siguió moviendo la magia por su cuerpo, expandiéndola. Merlín, se sentía tan bien que podría llorar.
—Eh... —titubeó un poco— Es un hechizo que ayuda a aflojar los nervios contraídos.
No sabía si ese era el término médico correcto, pero le daba igual, tenía sentido para él. Y mientras siguiese sintiéndose así, por Harry que continuase toda la vida.
Ni siquiera sabía que estaba en un dolor constante.
—Ni siquiera sabía que me dolía —pensó en voz alta.
—Suele suceder —explicó él—. Los pacientes se acostumbran tanto al dolor que aprenden a vivir con ello y la zona se duerme.
Soltó un suspiro tembloroso. Mierda. Podría acostumbrarse a vivir con esa clase de alivio momentáneo.
Se mantuvo así por lo menos diez minutos más, relajándolo, y Harry estuvo a punto de quedarse dormido, cuando Draco lo volteó, de la misma forma en que lo había volteado hacia abajo en cuanto llegó. El ojiverde se sobresaltó, frunciendo el ceño.
—¿Podrías al menos, avisarme que vas a hacer eso? —preguntó enojado.
—Lo siento —dijo, pero no lucía arrepentido en absoluto.
Harry detalló su rostro. Jamás habían estado así de cerca antes, excepto aquella vez en la Mansión Malfoy, hace muchos años atrás. Sus facciones se endurecieron, dejando a un lado al niño que conoció y dando paso al atractivo hombre que tenía al frente. Sus mejillas se ahuecaban, resaltando aún más sus pómulos y su mandíbula. La nariz recta y puntiaguada seguía intacta, suavizando su rostro. Y sus ojos...jamás lo había notado, pero tenían una pequeña heterocromía, uno era más azulado que gris, y resplandecían como pocas cosas que vio alguna vez. Tragó saliva, despertando de su ensoñación. Draco lo observaba con curiosidad mientras él apartaba la vista.
Además de todo, el muy bastardo era guapísimo.
—Bien, Harry —pronunció el hombre, como si le costara hablar. Se aclaró la garganta—. Intenta levantar uno de tus brazos.
El moreno bajó la vista hacia sus dedos. Podía moverlos con facilidad, el problema era cuando intentaba mover la mano, o en su complejidad, hasta el hombro. Tamborileó sobre la sábana, y se concentró, observando el dorso con determinación.
No le costó tanto levantar la mano, no tanto como él pensaba. Lo que fue realmente complicado era tratar de subir el antebrazo. El puto antebrazo. Algo que antes hacía con total normalidad e inconsciencia.
El brazo comenzó a doler, mientras temblaba por el esfuerzo de ser movido y volvía a punzar. Sentía como la vena estaba marcándose en su cuello al apretar los dientes bajo la atenta mirada de Draco sobre sí. Pudo flexionar el codo, a mitad de camino, pero la extremidad volvió a caer con fuerza sobre el colchón, y miles de agujas pinchando.
Por la jodida mierda.
—Es mejor de lo que creí.
Harry se volteó a observarlo con incredulidad tras sus lentes, encontrándose con el fantasma de una sonrisa en la cara del Sanador. Quería golpearlo hasta quitársela.
—¿Estás jodidamente bromeando, verdad?
El rubio simplemente negó, levantándose. El ojiverde notó que usaba un puto bastón elegante. Como si su sola presencia no fuera ya lo suficientemente pomposa. Deseaba golpearlo con el bastón también.
—¿Sabes lo increíble que es que puedas mover de esa forma una de tus extremidades? —preguntó, con emoción— El hechizo podría ser reversible--
—¡Ni siquiera pude levantar el maldito brazo, joder! —espetó con la rabia bullendo en su interior— ¿A eso le llamas...?
—La mayoría de casos similares al tuyo ni siquiera logran eso hasta la tercera sesión, Harry —lo cortó él con severidad. Tuvo que abstenerse a rodar los ojos—. Es buenísimo, lo creas o no. Ahora, vamos a darte un baño.
La respiración quedó atascada en sus oídos, negando levemente, mientras su corazón se saltaba un latido. El rubio lo miraba con una ceja alzada.
—No.
—¿Quieres estar apestoso? Lo siento, no trabajo así —pronunció, tirando las tapas de su cama más atrás aún.
—Pues haz un jodido hechizo y sigamos con esto. No me verás desnudo —replicó con horror.
—Harry, soy un medimago, y tú eres mi paciente. Créeme que no hay nada que--
—Llama a Hermione —dijo él—. Que ella me ayude. No tú.
—Pero soy tu doctor —su tinte de voz comenzaba a oírse más duro—. Y--
—Draco —lo cortó, humillado. Cerró los ojos. Por favor—. Llama a Hermione.
La situación no le agradaba. Podía sentirlo. Pasó al menos un minuto de silencio, antes de que volviese a hablar.
—Bien —terminó por aceptar a regañadientes—. Pero te levitaré yo hasta el baño.
No. Por favor. Era otra de las muchas humillaciones que no quería sentir. Deseaba ser capaz de gritar.
—Ron me trajo, ehm, una silla. Muggle —apuntó hacia la esquina de su cuarto—. Tráela y ayúdame, en vez de levitarme —se sintió grosero—. Por favor.
Draco alzó una ceja, y su frente se arrugó con disgusto. No le agradaba tampoco esa idea.
—Bien.
Harry había exhalado, soltando el aire que ni siquiera sabía que estaba reteniendo, y Draco buscó con la mirada la famosa silla, atrayéndola con magia no verbal y luego lo tomó de los brazos, ayudándolo a levantarse en la cama. Podía sentir al cálido tacto de sus manos sobre su piel, sus dedos largos aferrados allí, y no fue capaz de devolverle la mirada. Hasta que sus dedos bajaron hasta su cintura, envolviendo su torso con fuerza. Harry observó al hombre, cómo con determinación y fuerza, lo alzaba del colchón, su vista pegada en la piel expuesta en la V bajo su camiseta.
Notó como el rubio dejaba sus ojos allí un poco más de lo necesario, antes de dejarlo sobre el asiento, y sacudía la cabeza, retrocediendo dos pasos.
—¿Y ahora qué? —preguntó con voz áspera sin mirarlo, que hizo cosquillear su vientre.
—Ahora me empujas —contestó desorientado Harry— aquí atrás.
Draco tragó en seco, fijándose en dos manillas que sobresalían del espaldar y las tomó, haciendo más presión de la necesaria sobre la goma.
—Bien.
Lo llevó hasta el baño, donde una pila de ropa ya estaba lista. No se había bañado desde hace un mes. No había siquiera salido más de una vez de la cama. Todo el mundo le traía todo y sus amigos le aplicaban hechizos de limpieza porque se negaba a que le cargaran. Tenía una sonda mágica conectada a sus órganos bajos, en caso de que tuviese necesidades, que aparecía y desaparecía cada que la necesitara. No deseaba ayuda. No sabía por qué había aceptado tan fácilmente la de Draco.
Quizás porque no tienes opción.
Hermione no demoró en llegar, y con esa peculiar mirada de lástima que no parecía querer abandonar su rostro, se agachó recogiéndolo, desvistiéndolo y poniéndolo en la ducha, donde Draco llenó la tina.
—¿Puedes dejar de mirarme así? —le dijo luego de un rato, cuando ella estaba trabajando en su cabello.
—¿Así cómo?
Sintió el sonido del agua, aunque apenas podía ver, debido a la propia humedad que había caído entre sus párpados y la falta de lentes.
—Como si sintieras pena por mi. No necesito esa mierda.
La castaña suspiró, lavando la espuma de su pelo con una fuente. En el fondo, muy, muy en el fondo, estaba agradecido con ella, por no dejarlo, por preocuparse de esa forma. La amaba. Era su mejor amiga, por Merlín.
Lamentablemente, la rabia y el odio eran mucho más fuertes.
—No siento lástima por lo que te pasó, Harry —explicó ella suavemente, como si temiera que estallara—. Me da lástima que no quieras recuperar tu vida cuando tienes una forma. Una que no todo el mundo tiene.
Sus dedos se crisparon bajo el agua tibia, y se obligó a contar hasta diez. Sonaba tan simple, que quería llorar. No entendía. Nadie lo hacía.
No respondió, en cambio, se dejó hacer hasta que quedase bien limpio. Hermione tampoco apresuró el proceso, dedicándose con profundidad a su cuidado y ayudándolo a vestirse de igual forma.
Una vez en cama, con ropa nueva y nadie en el cuarto, se permitió liberar las lágrimas silenciosamente.
¿Esa era su puta vida ahora? ¿Despertar, agradecer que puede levantar la jodida palma de su mano y permitir que la gente lo lleve al baño? ¿Bañarse por la obra de alguien más? ¿Para qué? ¿Para qué mierda querría bañarse si va a volver a acostarse? ¿De qué servía?
¿Cuál era el maldito punto?
El ojigris llegó aproximádamente una hora más tarde, cuando ya se había calmado, con una bandeja de comida entre sus manos. El estómago de Harry rugió, hasta que se dio cuenta de lo que sucedería a continuación.
Oh no.
—Dime, por favor, que no me vas a dar de comer.
Él se mordió el labio, y Dios lo maldiga por lo guapo que se veía haciendo eso, pero no disminuyó el paso, sentándose a su lado y dejando la bandeja sobre la mesita de noche.
—Tengo que.
Con mucha dificultad, el moreno negó.
—Levita una cuchara. Por favor. No puedo...
Draco no puso resistencia, y movió la cabeza de arriba a abajo, manso, sacando su varita.
—Entiendo nuestra historia, Harry, pero por tienes que entender que yo no estoy aquí para burlarme, soy tu Sanad--
—No —lo interrumpió con fuerza, viendo como la cuchara levitaba hasta él luego de sacar un poco de comida del plato—. No tiene nada que ver con nuestra historia. Han pasado doce años. Ambos lo olvidamos tiempo atrás —suspiró, cerrando los ojos mientras la sopa se acercaba aún más, controlada por el rubio—. Sé lo que dije ayer, pero no-- No tiene nada que ver contigo. No quiero esto. Ni de ti, ni de Hermione, ni de Ron. Incluso de Molly. Simplemente no puedo...
El metal finalmente llegó hasta sus labios, haciendo que los apriete. Quería llorar de nuevo. Deseaba poder ser capaz de alimentarse por si mismo. Alimentarse solo. Nada más.
Deseaba que eso solo fuese una horrible pesadilla.
—Vas a tener que dejarme —probó Draco con una voz más suave—. Respetaré cada uno de tus límites. Jamás te forzaré a algo que no quieras--
—Ya dije que no quería ayuda, y sin embargo, aquí estás.
El rubio exhaló cansinamemte, mientras Harry se obligó a abrir la boca, y que la comida ingresara. Era insípida. Como todos sus días.
—Siento que las cosas tengan que ser así. Pero hablo en serio. Jamás te obligaré a algo que no quieres. Solo, y te lo digo de corazón, Harry...solo deseo que vuelvas a caminar, a vivir, a hacer magia.
Su corazón se hundió en su pecho con un deje de tristeza y añoranza.
—¿Por qué? —preguntó débilmente, y otra cucharada ingresó entre sus labios.
—Porque eres mi paciente. Eso quiero para todos mis pacientes.
Algo le decía, que no estaba siendo completamente honesto, pero no presionó más allá.
—¿Podré volver a hacerlo? —dijo, con temor a saber la respuesta— ¿Vivir?
La expresión Malfoy volvió a su rostro, cerrando su gesto. Sucedió tan rápido, que Harry se preguntó si realmente había visto calidez en sus ojos un momento atrás.
—Podemos intentarlo.
No era una promesa. Una aseveración.
Y él necesitaba desesperadamente una.
Sinceramente, trabajar con Draco no era tan desagradable. Lo desagradable eran las circunstancias en las que estaban pasando tiempo juntos.
Habían pasado unas cuantas semanas desde el primer día que llegó, y había hecho un pequeño avance físico, levantar el brazo completo unos segundos pero con ayuda de Draco, quien lo tomaba delicadamente con un mínimo de fuerza.
Y eso...era un problema. No el avance, eso lo tenía un poco más optimista.Si no el tacto del rubio, cada vez que lo levantaba de la cama y sin querer su camiseta se levantaba y sus dedos entraban en contacto con su piel, o cuando Draco se quedaba observando su rostro, sus labios más de lo normal, mientras creía que Harry no lo notaba. O la sonrisa radiante que tenía en su cara cada que el moreno lograba algo.
Era inexplicable.
Siempre lo había encontrado guapo, al menos después de la guerra, o de los juicios, cuando lo volvió a ver. Había recuperado peso saludable y su expresión volvía a tener vida, sin recuperar nuevamente el gesto agrio que le conoció toda la vida. Sí, Harry sabía que era guapo.
Pero hacerse así de consciente, de su cercanía, de sus angelicales facciones mientras cuidaba de él, era otra cosa completamente distinta, y hacía cosquillear su estómago de una forma indescriptible.
Y también era injusto. Injusto, porque no lo notó hasta que tuvo un accidente que lo dejó sin poder valerse por si mismo. Injusto, porque no podía cruzar esa maldita barrera profesional. Injusto, porque ya no era el Harry que fue. Injusto porque estaba seguro que nunca volvería a serlo. Que en esos momentos no era nadie, y que alguien como Draco nunca le vería con otros ojos. Que se merecía a una persona capaz de poder comer sin ayuda. De poder ir al baño sin ayuda. Era injusto porque lo deseaba tanto.
Un día después de que la realización de aquello lo golpeara, apenas pudo mirarlo a la cara, y como siempre al iniciar sus sesiones de rehabilitación, Draco comenzó, tratando de crear charla casual.
—Así que... —pronunció, sentándose a su lado, dejando el bastón apoyado en la silla— ¿Qué hacías antes de...?
El pelinegro levantó la vista, observando como Draco paseaba la vista por la habitación, como si viese algo que él no. Frunció el ceño, mientras su interior se revolvía con disgusto.
—No lo hagas.
El rubio volvió a posar sus fríos ojos en él, juntando las cejas con confusión.
—¿No hago...qué?
Harry tragó, volviendo a desviar la mirada.
—Preguntarme sobre la vida que tuve y no voy a recuperar —le dijo, cada palabra doliendo—. Hacerme pensar en lo que alguna vez fui.
Draco tamborileó los dedos sobre las cubiertas, pensando. Hasta ahora ninguno de sus pedidos habían sido reclinados. Sabía que esta no sería la excepción.
—Está bien —movió la cabeza de arriba a abajo al Harry prestarle nuevamente su atención—. Te contaré de mi entonces.
Estaba más que seguro que no quería saber eso tampoco.
—Tuve un año de arresto domiciliario luego de los juicios.
—Lo sabía —asintió él.
—Sé que lo sabías, idiota —replicó, rodando los ojos—. Pero tengo que empezar desde algún lado —se sentiría ofendido, si no fuese porque prefería aquello a que lo traten como si fuera de cristal—. Como te dije, tuve un año de arresto domiciliario, y luego un año más de servicio comunitario, reparando Hogwarts, orfanatos y comunidades destruidas durante la guerra —prosiguió— Allí conocí a una niña, de no más de nueve años, que sufrió de una maldición mal ejecutada por algún incompetente que se supone que debía cuidarla. El hechizo estaba drenando su magia. Traté de ayudarla, pero nadie me hizo caso. La pequeña no tenía el suficiente dinero para acceder a una buena salud, así que murió al poco tiempo, a pesar de mis intentos. En ese tiempo, no poseía los derechos sobre la herencia Malfoy. Ni yo, ni Madre —explicó con aquel gesto lejano e inexpresivo, pero Harry era experto en ver el dolor en los ojos ajenos—. Por ello, estudié medimagia, para poder darle oportunidad a la gente olvidada. Para reparar el daño que cause. Yo maté a esa niña--
—Tú no hiciste nada--
El hombre subió una mano, como cada que hacía cuando Harry lo interrumpía antes de tiempo, haciéndolo callar.
—Si la guerra no hubiese pasado, sus padres no hubieran muerto, y ella no hubiese estado en el orfanato en primer lugar. Si yo no me hubiera unido a los Mortífagos, nunca se me hubiese quitado mi dinero, y podría haberla ayudado. Pero no las cosas no pasaron de esa forma. Así que sí, permíteme sentir responsabilidad en el asunto.
El ojiverde no respondió nada a ello. Nunca había sido bueno consolando y sinceramente, por muy triste que sea la historia, no tenía ganas de hacerlo.
Se sentía mal decirlo, pero incluso, le ayudaba a sentirse mejor entre su miseria que existía gente además de él sufriendo.
—En fin —continuó con determinación—. Luego de cinco años, y dos años más para sacar mi especialización, ingresé a trabajar a San Mungo, aunque por ahora también trato casos particulares, como el tuyo. Desde hace tres años ejerzo. He perdido cinco pacientes.
Lo último fue dicho de manera sombría, pero Harry no comentó nada al respecto. Lo observó en silencio un largo rato.
Ese día estaba peinado a la perfección, y usaba un traje completamente negro, sus iris grises parecían brillar más y como siempre, estaba fascinantemente lindo. Los nervios afloraron al notar como Draco también le miraba con la misma intensidad.
—¿Por qué decidiste tomar mi caso? —preguntó— Sabes que tendría otros medios. Otras personas.
El rubio sonrió, reclinándose hacia atrás en su silla, alejándose de él, y Harry fue consciente recién ahí de lo cerca que estaban hace un momento. No tanto para estar cara a cara, pero aún así...
—Me había sorprendido que no hubieses preguntado aún —respondió—. Sencillamente, Harry, es porque te debo demasiado.
El moreno tragó pesadamente, y Draco volvía a rehuir de su mirada. Mírame, estuvo a punto de pedir, antes de horrorizarse consigo mismo.
—Ambos no salvamos la vida. Mutuamente, si no recuerdo mal.
—Sí, pero tú hablaste en mi juicio. Sin deberme nada. Odiándome. Y aunque no lo pude ver allí, me salvaste de ir a Azkaban. Me salvaste de nuevo. No podía no hacerlo. Simplemente no podía.
Pudo notar, que estaba siendo sincero, y algo se calentó en su pecho ante el pensamiento.
—¿No era por...no sé, lástima?
Tenía miedo de la respuesta.
Draco arrugó la frente, mirándolo penetrantemente.
—Preferiría colgarme, antes de tenerle lástima al jodido Harry Potter. Un Malfoy tiene sus límites.
Eso, lo hizo sonreír por primera vez en semanas.
Una semana después, la primera sesión de rehabilitación de su magia llegó.
Draco había ingresado a su cuarto más temprano que de costumbre, irrumpiendo en sus sueños. Literalmente.
—Arriba, Potter —lo llamó él al llegar a su lado. Harry se quejó—. Hora de levantarse.
—Vete a la mierda.
Las tapas fueron echadas hacia atrás, y Harry apretó los párpados por el frío, arrugándolos.
—Hoy vamos a intentar...—su voz se fue apagando con cada palabra que decía.
El ojiverde pestañeó un par de veces, desorientado y viendo borroso, para encontrarse a Draco con su vista fija en alguna parte de su cuerpo.
Como dormía casi sentado, no tuvo muchos problemas en bajar el cuello, y--oh.
Oh.
Devolvió rápidamente la vista hasta el rubio, que tragaba notoriamente moviendo su manzana de Adán, aún hipnotizado. El calor subió a sus mejillas, y su miembro dio un pequeño salto al notar que la cara de Draco no estaba asqueada o con gesto de desagrado. Sus pupilas se veían dilatadas, con las manos apretando el bastón hasta que sus nudillos estuvieron blancos. La sola mirada de aquello le excitó aún más. Carraspeó para detenerse.
—¿Me pasas mis lentes?
El ojigris se aclaró la garganta también, con fuerza, y reaccionó acercándose hasta la mesita de noche, para entregarle los lentes de montura redonda. Harry los tomó, rozando incidentalmente sus dedos solo por el gusto de tocarlo y percibiendo, con gusto, un ligero temblor en el cuerpo ajeno. Se los puso.
—¿Pasa eso seguido? —preguntó el Sanador luego de unos segundos en los que había estado mirándolo fijamente, y entonces apartó la vista.
Casi se atragantó con su saliva, y tosió un poco, observándolo con las cejas alzadas, su corazón bombeando sangre con demasiada fuerza.
—¿Disculpa?
Draco evitó posar su atención en Harry, en cambio, fingió buscar un lugar donde dejar su bastón y maletín. También se veía lindo así. Quería poder lanzarse encima de él y golpearlo.
O hacerle otras cosas.
—En tu caso, no sé hasta que punto la afección tomó tus nervios o mente. Por lo tanto, no sé y no me había cuestionado antes si podías tener una erección. Puede ser el indicador de una buena señal —explicó con un tono estrangulado, bastante raro en él.
Harry siguió sus movimientos con detenimiento, tratando de grabarlos en su mente, e hizo memoria. No recordaba sinceramente haber despertado antes con una erección, y ni siquiera las había tenido espontáneamente. Ahora, era la primera vez que soñaba con Draco y...quizás eso tenía algo que ver.
Las imágenes de su sueño volvieron a él. El ojigris susurrando en su oído, tocándolo, bajando lentamente hasta llegar a su miembro, ahuecandolo entre sus mejillas, sin despegar la vista de él. Haciendo sonidos que no podría reproducir--
—No lo recuerdo —confesó finalmente, intentando sacudir sus pensamientos.
El rubio tomó asiento a su lado en ese segundo, y puso su tan conocida máscara.
—Bien. Estaremos atentos a ello. Como dije, puede ser un indicador de algo bueno.
Luego, le sonrió, de manera amable. Lucía casi falso. Harry asintió, y volvió a mirar hacia abajo. La erección comenzaba a disminuir.
—Luego de que te vistas, porque tengo entendido que Granger te ayudó a bañarte por la noche, empezaremos con la sesión de hoy.
Él frunció el ceño. No lo recordaba bien. Sabía que alguien le ayudó, obviamente, pero no rememoraba del todo la escena. Sabía que fue obligado. Seguramente estaba dormido. Terminó por volver a asentir.
—Te ayudaré a vestirte —le dijo con lentitud, como si esperara que Harry se negara. Quería hacerlo. Pero no tenía ni las ganas, ni la fuerza ese día—. Ven.
Se inclinó hacia adelante, tomándolo de los brazos, y volviendo a enviarle descargas en su interior. Draco, nuevamente, estaba rehuyendo de mirarle, mientras lo dejaba sentado en la orilla, poniendo almohadas tras de sí para que no perdiese el equilibrio.
Corrió a buscar alguna camisa para ponerle. O alguna camiseta de manga larga, porque empezaba a hacer frío. Y unos jeans, junto a un par de calcetines. Luego, empezó a desvestirlo.
El hombre dudó un poco, recorriéndolo con los ojos de pies a cabeza, lo que le hizo preguntarse cuántas veces había hecho eso antes, porque en ese momento se veía como un novato, mientras pasaba saliva. ¿Habrán sido muchos o pocos los afortunados? Una parte de él quería que fuese la primera vez. Aunque no fuese nada con un doble sentido. Solo quería aquello, deseando que lo tocara incluso solo unos segundos y Draco, casi escuchando sus pensamientos, se inclinó más hacia él.
Era demasiado íntimo, y como la mayoría de las cosas que hacía últimamente, también humillante. Salvo que no podía permitirse sentirse así cuando Draco estaba levantando su camiseta hacia arriba, pasándola por cuidado en el área de su cuello y en sus brazos, para luego, como si hubiese estado esperándolo, dejar caer la mirada hasta su torso perfectamente marcado.
No encontró ni asco, ni nada que se le pareciera. Se sorprendió un poco al notar que eso estaba esperando, pero su sorpresa fue aún mayor cuando allí, en sus ojos, vio todo lo contrario. O eso diría, si tan solo su rostro no fuese tan inexpresivo. A Harry le dio la impresión de que demoraba un poco más en buscar la ropa de vestir para colocársela y sus nudillos y dedos se posaban más tiempo por sobre su piel de lo requerido, acariciando a su paso, haciendo que ya la familiar sensación de cosquillas apareciera, y su boca se resecara.
Pero eso solo podría ser su dañada mente y sus estupidas fantasías.
Lo mismo sucedió con los pantalones, y aunque le costó un poco más, bajó los ojos para notar cómo su erección había desaparecido por completo. Increíblemente. No debería ser así.
No, porque el tacto de Draco solo le hacía soltar escalofríos, llevándolo al borde de rogarle que por favor no se detuviera jamás.
Pero no tenía manera de informar aquello sin delatarse, así que calló, mientras el ojigris terminaba de vestirlo, poniendo sus calcetines en su lugar.
—Todo listo —volvió a darle una sonrisa gentil, pero Harry notó que su tono de voz había salido más ronco, lo que en cualquier otro momento habría hecho ponerle duro de nuevo—. Hoy veremos si podemos progresar con tu magia.
Se sintió como una patada en el estómago, siendo esta vez realmente despertado y hacerlo caer de golpe a la realidad. Los vellos de su nuca se erizaron y sus brazos se cerraron en débiles puños. Tenía miedo. No sabía si sería capaz de soportar fallar. No sabía si sería capaz de soportar que le viera fallar.
—Partiremos con algo liviano, Harry —trató de tranquilizarlo Draco, seguramente viendo la preocupación en su rostro—. Un truco de primer año. ¿Te suena el Wingardium Leviosa? —bromeó un poco. No tenía gracia.
Sonaba tan jodidamente sencillo que lo hacía sentir aún peor. No podía fallar. La ira volvía a crecer.
Estaba intentando hacer magia de niños de once años. Once. A los treinta.
Porque ya ni siquiera podía hacer una sola puta cosa.
El sentimiento de cansancio volvió a él.
—No quiero.
Draco suspiró, abriendo el cajón de su mesa y sacando su varita, posándola en su mano. Solo lo dejó, sin una sola protesta, porque había puesto sus largos dedos sobre los suyos, haciendo que la tomara. Se obligó a suprimir un escalofrío, concentrarse en lo importante.
—Yo te ayudaré a hacer los movimientos, tu solo deberás concentrarte en focalizar tu magia. Nada más —Harry negó, tercamente—. Mientras más rápido lo intentemos, más rápido te recuperarás.
Se mordió el labio inferior. No había nada más en el mundo que le interesara más que eso. Extrañaba su vida. Extrañaba ser él.
Y al mismo tiempo no deseaba hacerse ninguna falsa expectativa.
Draco no esperó respuesta, simplemente se sentó a su lado en la cama, tomando su codo y elevándolo. Harry, de manera inconsciente, se apegó a él con la poca movilidad que su cuerpo le permitía, oyendo como la respiración del rubio se detenía solo un segundo. Luego de un rato, en el que pareció tranquilizarse, posó una pluma en el mueble frente a ambos.
—Avísame si necesitas parar.
Se preguntó un segundo cómo era que el ojigris tenía la habilidad de hacerle aceptar todo. Si fuese Ron, o Hermione, ni siquiera hubiesen llegado a ese punto. Y Draco no lo forzaba, pero hacía que le hiciese caso. Harry asintió.
Se concentró con todas sus fuerzas en canalizar la magia. Si es que aún le quedaba alguna pizca en su interior. Sus sienes palpitaban, su cabeza dolía y sus párpados estaban apretados bruscamente mientras su boca se curvaba hacia abajo por el esfuerzo, apretando la mandíbula.
Sentía cada músculo de su cuerpo tenso, aferrándose a su varita.
Wingardium Leviosa. Wingardium Leviosa. Wingardium Leviosa.
No era necesario abrir los ojos para saber que nada sucedía, que la magia no verbal no estaba funcionando. De verdad tenía esperanzas de que funcionara.
Se resignó. Con muchísima dificultad abrió sus ojos, para mirar a Draco quien al parecer estaba esperando alguna confirmación de su parte para mover su brazo. Esa era. Y como si estuviesen conectados, empezó a hacer el movimiento.
—Wingardium Leviosa —susurró.
Nada. La pluma no se movió y su pulso pareció decaer.
—Intenta de nuevo —dijo conciliadoramente.
—Wingardium Leviosa.
Nada sucedió, no hasta el séptimo intento, donde ya con mucho cansancio por estar tratando de concentrar su magia, la pluma se volvió un centímetro hacia arriba antes de caer suavemente sobre la madera.
Pudo ver la pequeña sonrisa desde la esquina del ojo, pero no pudo disfrutarla. Ni eso, ni su pequeño triunfo.
Porque de un momento a otro, todo se oscureció y la inconsciencia llegó a él.
