CAPÍTULO II
Solo unas horas habían transcurrido y la tensión aún persistía en todo el ambiente, en especial desde la aparición de rumores que eran difíciles de creer, pero que continuaban propagándose por doquier entre los militares que habían regresado de la vanguardia, y a quienes trataba de escuchar entretanto atendía heridos, pero no estaba siendo muy fácil. Elia sólo podía pensar en que parecía como si una eternidad hubiese pasado desde que comenzó todo y aún no tenía señales de su hermana menor ni de los chicos. Temía lo peor, pero incluso si eso sucedía, no podía desfallecer; por el amor y orgullo en ella, esto era lo mínimo con lo cual cooperar. Para eso contó con la colaboración del dueño de ese local donde se encontraba ahora; un bar que era el más cercano a la puerta que daba al distrito y por lo mismo, sería de los primeros afectados si creaban otra brecha, esta vez hacia el muro Rose. Fue más menos lo que Elia le enfatizó con cierta dureza al hombre cuando percibió que estuvo a punto de negarse.
Era un sitio idóneo para poder asistirlos, ya que estaba repleto de alcohol que, aunque no era del tipo quirúrgico, de igual modo servía en una emergencia como la actual.
- Necesito que se mantenga quieto, por favor – le indicó a un hombre con el hombro dislocado que estaba pálido de miedo. Tanto que era ajeno a todo a su alrededor; ni siquiera emitió sonido alguno entretanto se colocaba en posición para devolverlo a su lugar – sé que las condiciones no lo permiten, pero una luxación como esta requiere que haga un reposo de al menos dos o tres semanas antes de realizar mayor movimiento – le indicó, ajustando vendajes y haciendo uso además de la tela de su capa verde oscura como un improvisado cabestrillo hasta que lograra obtener uno mejor – lo que puse ahora es provisorio, así que le sugiero que se dirija al hospital en cuanto pueda.
- …as – balbuceó el tipo justo cuando se levantaba. Quizá fue algo parecido a gracias, pero era difícil entenderle.
Le observó alejarse hasta llegar a un pequeño grupo de soldados que estaban cerca; muchos de ellos con heridas menores, pero ya tratadas.
Por un lado, el shock en que estaba la mayoría agilizaba su labor mientras desinfectaba y cocía a toda prisa, ya que no se quejaban o movían, pero para efectos de continuar batallando, se daba cuenta de que la mayor parte estaban aterrorizados. Elia exhaló para calmar su propia ansiedad mientras se cambiaba los guantes, evaluando al último cabo que le faltaba atender y se acababa de sentar frente a ella. Tenía un corte profundo cerca del párpado, que lo más seguro era que se lo hubiese hecho por una caída o algo parecido, pero al menos la herida no era grave y había dejado de sangrar; solo quedaban resquicios sangre seca manchando su rostro. Afortunadamente, el área no se infectará, se dijo a sí misma cuando finalizó con él y arrojó las gazas ensangrentadas al bote donde había estado arrojando todas las otras para luego ser quemadas. Elia suspiró cansada y se dirigió al baño del bar, notando que no disponía ya de muchos insumos en su bolsa, consciente de que los recursos militares estaban siendo destinados a otros sectores como hospitales con heridos de gravedad.
Mientras se lavaba la sangre seca de las manos, se miró en el espejo y abrió bastante los ojos, desconcertada con la persona que veía allí. Sus ojos estaban enrojecidos, tenía grandes ojeras y lo que más le molestó fue ver lo sucio que estaba su cabello, que era castaño oscuro, pero casi parecía una anciana llena de canas gracias al polvo, lo cual tampoco era ideal para tratar pacientes. Así que, sabiendo que por sobre todo necesitaba seguir funcionando, comenzó a desenredarlo con los dedos lo mejor que pudo y luego lo metió en el lavamanos para quitarse la suciedad. Recordó que en su bolso tenía un frasco de esencia de lavanda, de la cual sacó un poco y la utilizó para dejarlo impregnado en su pelo rápidamente, con la intención de que la familiaridad del aroma le mantuviese en calma y le ayudara a concentrarse. Al finalizar, estrujó su cabello con cuidado y con una pequeña toalla, lo secó hasta que dejara de gotear. Continuaba húmedo, pero de igual manera lo trenzó para mayor comodidad. Cuando estuvo casi lista, lavó su cara con agua fría y se sintió mejor al ver un rostro más parecido al suyo en el espejo, que además le mostraba por el reflejo de la ventanilla de atrás, que al fin había cesado de llover.
En el momento en que salía del baño, se dio cuenta de que todos los que estaban dentro de aquel bar salían para ver algo que estaba sucediendo, por lo que se apresuró y les siguió. Al atravesar la puerta de entrada, contempló la calle principal, impresionada por lo atestada de soldados que se encontraba. Todos ellos observaban atentos el intercambio de palabras que había entre varios soldados aterrados y el Comandante Dot Pyxis, apostado arriba del muro. Su decepción no fue menor al ver cómo muchos le daban la espalda al horror que se avecinaba y, si para ella era así, estaba segura de que Ilva se hubiese enfurecido enormemente de pura vergüenza ajena. Pero a fin de cuentas, Elia imaginaba que dadas las circunstancias, era lo mejor. Muchas veces, quienes entraban en shock, terminaban causando indirectamente la muerte a otros que trataban de salvarles o que esperaban asistencia en combate. El Comandante estaba en lo cierto al decirles que si tenían tanto miedo, no era recomendable que siguieran allí. No obstante, en aquel preciso momento emergió un grito entre la multitud, sacándola de sus cavilaciones.
- ¿Están preparados, desertores? – gritaba un oficial de mayor rango que parecía desquiciado y sus palabras iban cargadas de furia mientras desenvainaba una de sus cuchillas – ¡los cortaré a todos ustedes aquí y ahora!
Gritos por aquí y por allá alertaban del caos que estaba comenzando a reinar al verse desesperados por huir o desorientados por no saber si hacerlo. De igual modo iban a morir ahorcados por traición si se negaban cumplir sus juramentos en el campo de batalla. Pero el silencio reinó cuando, proveniente de arriba en el muro, la firme voz del anciano Comandante se hizo notar una vez más.
- ¡Bajo mi mando, cualquier persona que deserte quedará exenta de castigo! – gritó fuerte y claro – una vez que has visto el terror de los titanes, nunca serás capas de luchar contra ellos de nuevo. ¡Cualquier persona que haya sucumbido al terror de los titanes, debe irse! – No había falsedad en su tono, pero incluso así ella vio en varios rostros la incredulidad ante lo que les prometía - ¡Y todo el que quiera que ese mismo terror lo vivan sus hermanos, padres y seres queridos, también pueden irse! – decretó el veterano.
Elia vio cómo en ese instante, la mayoría de quienes antes querían huir se detuvieron en seco, paralizados ante la idea de solo imaginar el ver a sus seres queridos amenazados por esas espantosas criaturas. Aquello era el infierno y no podían permitirlo. Sí que es astuto, pensó la sanadora, observando complacida hacia el sitio donde el hombre se hallaba. El efecto que habían tenido sus palabras, si te importaba algo más que tu propia vida, eran la sacudida que los soldados necesitaban para seguir luchando. Es bueno saber que al menos contamos con alguien presente que parece saber cómo liderar, pensó Elia con cierto orgullo en él, siendo testigo de cómo los desertores volvían a sus filas y se preparaban para escuchar el plan de ataque.
El silencio era absoluto mientras el estratega hablaba de la posibilidad de cerrar el enorme agujero en Trost con la ayuda de un titán aliado, señalando a un tipo a su derecha. Elia entrecerró los ojos y bloqueó con su mano izquierda la luz solar que le impedía enfocar mejor, intentando asimilar cada palabra, sin poder creerlo aún. Fue entonces cuando atisbó mejor al muchacho de pie al lado del Comandate Pixis, el aliado que ayudaría a cerrar el muro. Para su gran desconcierto, así como había recordado a la pequeña niña que horas antes les había salvado, supo de inmediato que aquel chico era el hijo del doctor Jaegar. No puede ser, decía Elia, no tiene más de dieciséis años, ¿Cómo puede ser humano y también un titán?, se preguntaba conmocionada. Fue entonces cuando recordó lo que Ilva había dicho hace un tiempo, sobre su sospecha de que tanto el Titán Colosal como el Acorazado, eran más que excéntricos, porque sus ataques eran demasiado específicos para no poseer un nivel de inteligencia. Si bien habían destruido Shiganshina y expuesto el territorio en María, no existían reportes de ellos comiéndose a la gente como el resto. Sus objetivos, aunque desconocidos, habían sido claros, y aquel comportamiento no encajaba con el de un titán regular o excéntrico. Sin dejar de lado que siempre aparecían casi de la nada o desaparecían tras un ataque breve. Tal vez son capaces de verse como nosotros, resonó su familiar voz en su cabeza. Si aquello era posible, entonces la idea de que pudiesen contar con un aliado abría un montón de posibilidades. Se preguntaba si Ilva y los muchachos estaban escuchando aquello. Esperaba que así fuera.
Elia miró esperanzada una vez más al Comandante, decidida a ofrecer sus servicios para asistir a los heridos que llegaran durante la operación que tendría a lugar en una hora. No era una luchadora, pero estaba decidida a apoyarles en lo que pudiera, y arriba del muro era la mejor opción en ese momento.
Cuando finalmente llegaron a la cima del muro Rose, el Comandante Erwin ordenó que todos los heridos graves debían dirigirse al hospital de Karanese, ya que los del muro Rose probablemente estaban colapsando. Ahora necesitaban avanzar con rapidez, mientras el cielo comenzaba a despejarse y los titanes seguían ingresando sin parar.
- Por favor, Capitán – dijo su subalterno cuando escuchó el mandato de su líder – no estoy grave. Solicito su permiso para llegar allá – rogaba Erd, quien había despertado poco antes. Sus ojos denotaban temor, pero se mantenía firme mientras sostenía su brazo herido – esto no es nada. Por favor.
Levi lo miró inexpresivo, más no ajeno a ese sentimiento de urgencia por llegar a un lugar, como él mismo recordaba haber experimentado durante su primera expedición. Solo esperaba no tener que verse obligado atarlo en algún sitio ya bajo ningún motivo debía luchar; su muerte era segura si lo hacía. Exhaló algo exasperado, pero terminó por ceder.
- Tienes prohibido luchar – sentenció entretanto revisaba el mecanismo de los gatillos de su equipo – si lo haces, no seguirás bajo mi mando. ¿Queda claro? – afortunadamente, todos ellos sabían que sus amenazas iban en serio.
Erd no alcanzó a contestar ya que, en ese mismo instante, todos alrededor giraron la cabeza en dirección a la bengala de humo verde que habían lanzado relativamente cerca de donde se encontraba la brecha en el Distrito de Trost. Segundos después un nuevo rayo cayó del cielo, seguido de una bomba de sonido que provenía del mismo sitio.
- ¿Qué rayos pasa aquí? – exclamó Mike Zacharius desde un grupo más adelante del suyo y como siempre, buscando respuestas bajo esa inquietante manía suya de olfatear en el ambiente.
- Erwin – oyó decir a Hange, emocionada. Si seguían su teoría, esos estruendos implicaban la aparición de un titán pensante. Lo cual Levi creía, no era nada bueno.
- Me temo que si – le respondió el Comandante mientras se acercaba al borde de la muralla - ¡avancen por dentro del muro Rose! ¡No podemos lanzarnos a ciegas hasta entender mejor la situación, soldados! – Gritó dirigiéndose a todos ahora – ¡Adelante!
Su amigo se lanzó con decisión, seguido de los líderes de escuadrón y sus equipos, luego seguían ellos, los capitanes y compañía. Levi se volteó a su escuadrón, asintiendo levemente a los cuatro que le observaban atentos. Todos repitieron el gesto, en especial un agradecido Erd, a quien Gunther se ofreció de llevar sobre su espalda, por ser el más ligero.
Avanzaron con rapidez y precisión mientras oían gritos, estruendos y el sonido de las gigantescas pisadas provenientes del otro lado, sin poder participar hasta no saber en detalle de qué trataba la operación. Se habían enterado a grandes rasgos del asunto gracias a algunos soldados apostados en el muro a donde habían llegado, quienes lo comentaban asustados. Y para él, lo inverosímil de las historias que escuchaba le hacía pensar que varios ya habían perdido la razón, y no fue hasta que finalmente llegaron al punto donde estaba el Comandante Pixis que pudieron confirmar que en efecto, todo era verdad. ¿Un cadete que podía transformarse a voluntad en titán y, además, era aliado de la humanidad? Levi frunció el ceño y miró irritado al viejo, preguntándose si estaba tan ebrio como siempre, pero prefirió limitarse a observar en silencio. ¿Acaso ese chico era la esperanza que habían estado buscando tanto tiempo? Miró de soslayo a su lado, notando la sonrisa de Hange, que parecía como si fuese a explotar de la excitación, siendo probable que ya estuviese urdiendo planes para sus experimentos. Erwin por otro lado, se mantenía impertérrito, absorto en su propio mundo y con la vista fija en el lugar que estaba la brecha. Levi casi podía escuchar como su cabeza trabajaba, ideando y maquinando planes relacionados con el chico, especialmente para mantenerlo vivo, ya que según lo relatado por el viejo Comandante, el terror que había causado su aparición y la noticia, había provocado un incidente por parte de sus subalternos, quienes intentaron matarlo antes de su llegada. Levi se fijó en que el rostro de Pixis, repentinamente se había vuelto más viejo y cansado que nunca. Y por su reciente expresión endurecida, sospechaba que algo iba mal, lo cual comprobó al seguir la dirección de su mirada. Demasiado bueno para ser verdad, resopló para sí el Capitán, decepcionado por la estela de humo rojo que confirmaba el fracaso de la misión.
- Aún no sabemos qué sucede, pero confío en que lo traerás aquí, Levi – Erwin se le había acercado, haciendo imposible pasar por alto un brillo calculador en sus ojos – es el único camino.
- ¿A qué te refieres? – preguntó el Capitán, cansino – el mocoso no pudo controlar el poder y se volvió loco. Lo único que queda es matarlo.
- Ese chico es nuestra esperanza – le dijo el Comandante mientras colocaba su mano derecha sobre su hombro, instándole a calmarse – por lo que Pixis me dijo, es un buen cadete, de los diez mejores de su generación. Y estaba muy dispuesto a ayudar – le explicó – pero así como dices, no debe ser capaz de controlar a voluntad ese poder… Aún.
- ¿Y si es una nueva amenaza? – su naturaleza desconfiada siempre le había ayudado a sobrevivir. Esta vez no sería la excepción.
- No tiene mucho sentido según lo que hemos oído – sopesó el rubio - ya antes se ha enfocado en matar únicamente titanes, por eso creo que la posibilidad de que aprenda existe.
- En el instante que se vuelva peligroso, lo mataré – advirtió el Capitán, captando la urgencia en los ojos de su amigo y la tensión en su postura – No te alarmes, primero observaré antes de actuar – le aseguró, soltando un resoplido de resignación.
- Mantente alerta y espera mi señal – le dijo el Comandante, palmeándole en el mismo hombro como señal de confianza y luego se alejó de allí para volver con el veterano Comandante.
Levi resopló cansado y se alejó para preparar a su escuadrón, porque además no soportaba escuchar cómo algunos soldados lloraban y se lamentaban de haber apostado bastante en el plan, sacrificando a varios camaradas en la jugada perdida. Espero que tengas razón, Erwin, pensó irritado por lo incierta que era la situación entretanto se aproximaba a sus cuatro subalternos, que se encontraban juntos. Los tres ilesos ya estaban reabastecidos de gas y a espera de sus órdenes, pero al estar de espaldas a él, ninguno se había percatado de su presencia. Gunther y Auruo estaban bebiendo un poco de agua instalados sobre algunos barriles de pólvora, mientras que Erd se hallaba sentado sobre unas cajas de madera y estaba siendo atendido por alguien del personal médico a quien nunca había visto. La mujer estaba tratando su corte y cada tanto se dirigía a Petra, que permanecía de pie al lado de su compañero.
Levi agudizó la vista y reconoció algo familiar en ella, que claramente no era militar, o eso le decía su indumentaria de civil, y él no conocía a muchos de ellos. A lo mejor era alguien a quien había visto en su antigua vida bajo tierra; eso pensó por un instante, pero luego se fijó en el tono de su piel, que estaba lejos de parecer enfermiza, como el de la mayoría de las personas que vivían abajo. Se sentía ligeramente molesto de no dar con la respuesta, y al observarla de lejos no captaba más detalles aparte de su cabello oscuro que llevaba trenzado y que al sol dejaba resaltar algunos mechones rojizos. Se quedó a cierta distancia, observando la seguridad con que daba instrucciones a Erd y Petra sobre su lesión, y aparentemente, mostrándole movimientos que no debería realizar. Sus ojos captaron su presencia, y por la manera en que Petra se giró de inmediato para ir su encuentro, supo de inmediato que la desconocida se los había informado. Antes de dirigirse a la pelirroja, le miró una vez más, captando que estaba terminando de vendar a su segundo al mando.
- Erd se recuperará, Capitán – reportó su subordinada, claramente aliviada – Elia lo dejó como nuevo y dice que, si se cuida, sanará muy pronto. Además, ya comprobamos que la familia de Gunther y la prometida de Erd se encuentran a salvo gracias a un soldado conocido con el que se encontraron hace un rato – agregó sonriendo, y luego recomponiéndose al recordar con quién hablaba.
- Finalmente, un poco de buenas noticias. – comentó él con seriedad mientras limpiaba una mancha persistente en una de sus cuchillas – Informa al resto del escuadrón que partiremos dentro de poco. Estamos a espera de la señal – Petra se inclinó, y antes de que regresara con su grupo, el Capitán agregó – Erd se queda. No hay discusión.
La chica asintió, acatando el resto de sus indicaciones, luego se fue una vez más a reunir con ellos. Levi le siguió con la mirada hacia allá, notando que la desconocida continuaba cerca, a pesar de que todo indicaba que había terminado su trabajo con el soldado. Los muchachos estaban de pie y frente a ella, mientras Gunther le decía algo y ella le contestaba, sonriendo con cierta tristeza. Cuando Petra llegó junto a ellos y les habló, fue testigo de la postura desinflada de Erd, quien interrumpió su ingesta de lo que parecía ser agua, por su orden de quedarse atrás. Si bien Levi era un obseso por el orden y la limpieza, también lo era por sus subordinados que, de no estar en perfectas condiciones, no debían combatir a no ser que fuera imprescindible: era una de sus reglas.
Se mantuvo absorto y preocupado por lo que sucedería a partir de ese día, tanto que no se había percatado de que esa mujer le estaba observando. Para su sorpresa, por una fracción de segundos el contacto se mantuvo, y nuevamente lo atenazó la sensación de que ya la había visto antes.
Por otro lado, Levi tenía claro que consciente o inconscientemente, él era el tipo de personas que intimidaban de presencia a otros, pero le pareció interesante notar que la mirada de ella era tan firme como la suya, llena de seriedad y algo más que no supo cómo describir; solo sabía que incluso parecía como si lo estuviese evaluando, ¡y qué extraña sensación fue aquella! Se trató de fijar un poco mejor en sus ojos, dándose cuenta de que ciertos rasgos de su rostro eran lo familiar pero su expresión no lo era para nada. El momento se quebró cuando la vio redirigirse hacia sus soldados, intercambiar un par de palabras más con ellos y finalmente, le vio inclinarse como despedida. Después de eso se dirigió con paso firme hacia otro grupo que estaba cerca de los ascensores, donde habían llegado nuevos heridos y el doctor que estaba ya allí, parecía tener problemas con uno de los recién llegados, quien estaba en medio de un colapso nervioso y tenía el rostro cubierto de sangre. Ella tomó al tipo nervioso por los brazos; y por la forma que gesticulaba, parecía instarle a que respirara lento y hondo. Ella le hablaba y aunque el soldado la miraba inseguro, de igual modo le hacía caso; al poco tiempo después, Levi le vio finalmente relajarse cuando se dejó caer sobre una caja, sin cortar el ejercicio ni el contacto con ella, quien ahora limpiaba cuidadosamente su cara. Continuó observando sólo unos segundos más, porque verla trabajar tan resuelta en la situación que todos estaban, era revitalizante. Llegó incluso a pensar que sería útil contar con un equipo médico con nervios de acero como los de ella, cuando estaban en territorio enemigo.
Fue en ese instante que tuvo un ligero sobresaltó al oír a lo lejos el disparo de una nueva bengala y se giró siguiendo la misma dirección, genuinamente asombrado de ver que se trataba de una nueva estela de humo verde en el aire. ¿El plan ahora está dando resultado? Se preguntó, incrédulo. Y por el semblante confiado de Erwin, que se acercaba a él entretanto varios soldados corrían hacia los extremos de Trost, comprobó que era cierto: esta era la señal.
- Es hora, Levi – dijo el Comandante, señalando la brecha en Trost con una leve sonrisa en el rostro.
- Entendido – le dijo a su amigo.
Levi giró sobre sí, sin necesidad de caminar hacia su escuadrón ya que ellos se habían aproximado a él al ver la bengala y al Comandante. Todos escucharon con atención, acataron sus indicaciones, listos para avanzar.
- Capitán, yo… - alcanzó a decir Erd, pero Levi sólo se limitó a negar con la cabeza. No quería muertes innecesarias mientras pudiese evitarlas – Los veré luego – dijo finalmente, sintiéndose impotente, pero comprendiendo su orden.
- Ustedes correrán hasta quedar lo más cerca posible, luego utilicen el equipo de maniobras para acercarse y erradicar a esas pestes desde el flanco izquierdo – dijo él con cara de asco – yo me adelantaré por aire, ¿entendido?
Los tres le rindieron el saludo militar, acatando con solemnidad y se apresuraron a seguir sus instrucciones.
Levi exhaló tranquilo mientras ajustaba una vez más su equipo, satisfecho de tener una meta más clara. Corrió por el muro y se lanzó con fuerza, interesado ante la perspectiva de lo que podía significar contar con un aliado como ese. Si Erwin tenía razón, por primera vez en la historia, todas las muertes que les rodeaban no habrían sido en vano.
La vida siempre tenía maneras extrañas de proceder y ésta con seguridad era una de ellas. Con todo lo acaecido, jamás hubiese imaginado que se encontraría allí a su mejor amiga de infancia, con la que se habían conocido en la escuela primaria y a la que no veía desde su graduación. Alrededor de quince años habían pasado desde la última vez que hablaron apropiadamente, que fue cuando ambas escogieron caminos diferentes; Petra se enlistó en la milicia y ella por su parte había decidido seguir los pasos de la curación, que llevaba amando y aprendiendo desde pequeña.
Ilva era demasiado pequeña como para recordar que aquella mujer alegre, bajita y pecosa había ido una o dos veces a casa, porque le habría informado que era ni nada más ni nada menos que una de las subordinadas de su máximo héroe.
Después de ponerse al día brevemente, y luego de discutir y comenzar a tratar la lesión de su camarada, ahora se encontraba hablando de su hermana, de la que no sabía nada desde hacían horas. Elia ya sabía que ellos probablemente no sabían de quién se trataba, al ser mucho más joven, por lo que les dijo que no se preocuparan por ello. Acto seguido, comenzó a darle indicaciones al señor Gin sobre los movimientos que recomendaba no realizar por un par de semanas, entretanto dejaba que el suero de limpieza se secara antes de aplicar el que serviría para prevenir una infección. Si le hacía caso, una pronta recuperación era segura. Justo en ello, notó que alguien se acercaba por detrás de ellos y cuando levantó la vista, vio a un hombre de cabello oscuro y aspecto severo, a pesar de no ser demasiado alto. Cuando estuvo un poco más cerca, comprendió de quién se trataba, ya que una vez le había visto en la primera caravana a la cual Ilva iría por primera vez fuera de los muros.
El hombre miraba en su dirección, claramente buscándolos a ellos.
- Petra, no creo equivocarme al pensar que detrás de nosotros está tu jefe – le comentó a su amiga entretanto colocaba el líquido antiséptico con el que la habían provisionado cuando la llevaron arriba del muro.
Petra dio un respingo, se giró sobre sí y se encaminó de inmediato a hablar con él.
- Por la forma en que saltó, diría que le teme un poco – comentó a Erd, quien observaba atento lo que ella hacía a su brazo. Parecía reflexionar sobre algo.
- No es miedo – le aseguró, luego entornó ligeramente los ojos – bueno, si, y a la vez no.
- ¿Cómo es eso? – le preguntó, curiosa por saber algo sobre aquel personaje al que su hermana idolatraba. El juicio de Ilva no le parecía el más neutro para comprobar si efectivamente el tipo era quien ella decía, y quien mejor que su escuadrón para descubrirlo.
- El Capitán no es un hombre que se ande con rodeos. Dejando de lado sus impresionantes habilidades, es una persona que siempre dice lo que piensa, tal cual lo piensa, sin importar si se está dirigiendo a un soldado raso o al de más alto rango, rico o pobre; a él no le vienen con estupideces y por eso la mayoría lo considera una persona intimidante que, en efecto, lo es, pero nunca por motivos egoístas. – respondió el soldado, cerrando los ojos por la presión que debía hacer ella para vendarle sobre la piel recién suturada – No es alguien a quien puedan corromper ni comprar, mucho menos asustar, y eso lo hace peligroso, pero no para nosotros. Nuestro temor es más bien del tipo reverente, porque incluso con su fuerza, él confía en su equipo, y al mismo tiempo nos cuida y respeta. A su propia manera, pero lo hace con sinceridad. La cual a veces puede ser dura, pero sigue siendo justa.
Elia se quedó en silencio, concentrada en terminar de colocar el vendaje correctamente para que quedara firme en caso de que aquel hombre se viera obligado a entrar en acción; todo el movimiento alrededor indicaba que algo iba a suceder pronto.
- Me alegra comprobar que mi hermana estaba en lo cierto sobre su persona – le comentó, ya habiendo terminado su tarea con él y sin notar que los otros dos hombres, Auruo y Gunther, se habían acercado sigilosamente a ellos dos.
- Sí que lo está – aseguró el moreno con orgullo. Si no recordaba mal, se trataba de Gunther – el Capitán Levi es un gran líder.
- Por la forma en que hablan, todos ustedes podrían perfectamente formar un culto a él – les comentó con cierta gracia y una sonrisa melancólica. Ilva se uniría como miembro honorario de poder hacerlo.
Auruo iba a responder, pero justamente en ese momento, su pecosa amiga venía de regreso hacia ellos. El Capitán se había quedado rezagado donde mismo le había visto, enfrascado en limpiar algo mientras Petra los alcanzaba.
- Debemos estar alerta chicos. El Comandante Erwin nos enviará a la línea de fuego pero sólo cuando nos den la señal – les explicó ella, notando como los dos ilesos asentían a sus instrucciones, sin embargo la mirada del Sr. Gin lucía contrariada mientras bebía un poco de agua – lo siento Erd, pero el Capitán reiteró que tienes prohibido participar.
Entre ellos se habían puesto a comentar las órdenes dadas, concentrados en lo que Petra les decía y a lo que ella había decidido no prestar atención. Sin darse cuenta, su mirada se había ido sobre él, quien en aquel mismo instante observaba al grupo con total seriedad. Y aunque no tenía planeado que sus ojos y los suyos se encontraran, así había sucedido.
Esto probablemente debido a la orden dada a su subalterno herido de quedarse y que le seguía dando vueltas en su cabeza. El soldado que se quedaba no parecía nada contento de hacerlo y según sus propias palabras de antes, no tenía nada con que apelar. Aunque parece feroz, veo que lo dicen de usted realmente es así, pensó Elia, satisfecha de comprobar que además, no era el tipo de persona que tendía a desviar la mirada al saberse observado. Curiosamente, y por razones que desconocía, él a su vez parecía intentar ver algo en ella. Quién sabe, se dijo a sí misma, imaginando que tal vez le parecía inusual la familiaridad con la que ellos se comportaban a su alrededor.
Le hubiese gustado acercarse y preguntarle directamente si conocía a su hermana, pero no consideraba apropiado hacerlo en vista de que Ilva no era la única allá afuera que estaba luchando y arriesgando su vida. En lo único que ella debía concentrarse ahora era en asistir a quien lo necesitara.
- Bueno chicos, será mejor que me marche – cortó el contacto y se dirigió a ellos, percibiendo un murmullo acercándose desde atrás y que indicaba la llegada de un nuevo grupo de heridos a los que atender.
- Gracias, señorita – le dijo Erd, a lo que los otros también se unieron con una sonrisa amable, siendo la de Petra la más efusiva.
- Elia, ahora mismo no podemos hacer mucho, pero si llego a saber sobre tu hermana, te lo haré saber – le prometió la pelirroja – sé que hasta que no limpiemos la zona de titanes no podrán pasar los equipos, pero sigues viviendo en la misma parte ¿verdad? – le preguntó su amiga – sino te veré en los refugios.
- Seguimos viviendo donde mismo – le contestó agradecida – pero no vayas a los refugios. De todos modos, me uniré a los equipos de búsqueda cuando decreten la zona segura después de preguntar en el hospital si es que está allá – le dijo esperanzada.
- Me preocupa que lo hagas, pero lo entiendo – le contestó su amiga – volveremos a vernos, ¿vale? – le prometió, guiñándole un ojo.
- Gracias muchachos. Ha sido un verdadero honor poder ayudarles – les dijo mientras les rendía una inclinación en señal de respeto, porque así lo había sentido - les deseo la mejor de las suertes allá.
Sin más demora, se encaminó a socorrer al médico que estaba colapsando gracias a un paciente recién llegado que estaba en medio de un ataque de pánico. Se acercó a éste y realizó lo que siempre había visto a su padre hacer, con su paciencia infinita y ojos seguros, que ayudaban a tranquilizar al enfermo. Tenía una herida en la cabeza que le había dejado su rostro cubierto de sangre, y para poder tratarla, lo primero era calmarlo y estaba cerca de lograrlo.
Estaba terminando de atender al segundo paciente de ese grupo cuando unos ojos inescrutables se cruzaron por su mente. Elia ni siquiera le había visto alguna vez en acción, y aun así podía sentir una fuerza indescriptible emanando de él. Un aura y seguridad tan potentes que parecían ser compartidas con todos ellos que le admiraban, e incluso le estimaban; tanto, que se atrevía a afirmar que eran capaces de seguirlo hasta la propia muerte. La lealtad y fervor con que les había oído hablar de él le recordaba la misma devoción con que su Ilva lo hacía. Y aunque era claro que su semblante impertérrito e implacable demandaba un respeto absoluto, ella atisbó algo más que no supo cómo describir.
Finalmente, ahora que tenía un minuto de descanso gracias a que el doctor había tomado al tercero, Elia alzó la vista y les contempló a todos, esperando que de verdad se encontraran bien, en especial Petra, quien a pesar del tiempo, seguía siendo la misma persona llena de calidez y bondad. Recordaba lo mucho que ella se quejaba de que su padre le decía que quería verla casada y con muchos hijos, a lo que su amiga se resistía porque tenía otros sueños. Al menos parece ser feliz con su equipo y bajo su mando, pensó con optimismo.
Lo otro que llamaba su atención de todos ellos era la ausencia de miedo en sus miradas, razón por la cual, ahora más que nunca le quedaba claro que los de la Legión estaban hechos de una madera distinta a lo que llevaba viendo desde el inicio de esta pesadilla. Eran los primeros a los cuales podía calificar como guerreros, sin afán de desmerecer el esfuerzo de otros. Porque verdaderamente luchaban entregando sus corazones. Al igual que su hermana hacía.
- Algo nuevo sucede – escuchó decir a un soldado de los que había asistido recientemente, quien señalaba una bengala de humo verde que ahora comenzaba a descender.
Elia siguió la dirección que el tipo indicaba, y sin quererlo, fue testigo del intercambio que ese hombre y el Comandante Erwin mantenían justamente en ese minuto. Les observó con disimulo, sabedora y esperanzada de que su entrada podría significar el fin de la batalla; no era por nada que le llamaban "el soldado más fuerte de la humanidad", como le recordó el eco de la voz de Ilva en su mente.
- Espero que le esté ordenando eliminar a ese fenómeno antes de que nos cause más problemas – comentó otro sujeto a una chica de mirada nerviosa que lo acompañaba.
Yo espero que sea lo contrario, rogó para sí, un tanto afligida por el destino que le tocaría al hijo del doctor. Ese muchacho sigue siendo un niño con demasiado peso sobre sus hombros.
Suspiró cansada mientras se enfocaba en desechar los insumos contaminados en el bote de basura. Segundos después, volvió a dirigir la vista a Petra y los otros, que se marchaban corriendo por el muro, siguiendo la misma ruta que el chico Jaegar había hecho antes. Y una vez más, sin planearlo, sus ojos lo buscaron al percatarse de que no iba con ellos.
Allí estaba él, exactamente en el mismo punto donde le había visto antes con el Comandante Smith. Estaba guardando algo, luego ajustó en sus manos los mandos de su equipo de maniobras y le vio correr con una velocidad impresionante hacia el borde del muro, dándose un gran impulso para lanzarse con fuerza al horror que había caído sobre su Distrito.
Buena suerte a todos pensó Elia, esta vez incluyéndole en su silenciosa plegaria.
Una vez logrado el exterminio de los titanes que amenazaban Trost, el ejército permitió la entrada a un reducido número de civiles voluntarios para que ayudaran con la búsqueda de sobrevivientes y el levantamiento de cuerpos. Petra y el resto de la milicia sabían que el Gobierno lo necesitaba hecho lo más pronto posible por dos razones: decretar la zona limpia y segura, evitando una posible epidemia y, por consiguiente, autorizar el regreso de los habitantes del distrito a sus hogares lo antes posible; claro, todos quienes continuaban teniendo alguno.
Muchos ya llevaban varias horas en el proceso, sin embargo, a ella y a su grupo les habían dado aquel tiempo para recuperarse y ayudar con otras cosas. Todo gracias a su trabajo liquidando a los monstruos que quedaban dentro de la zona posteriormente al cierre de la brecha.
En su caso, y como su asistente, el Capitán le había encargado que verificara el estado de Erd en el hospital y por otro lado, que averiguara sobre el paradero de unos reclutas que supuestamente estaban de baja en el momento que todo comenzó. Su sorpresa no fue menor cuando comprendió que uno de ellos era la hermana menor de su amiga de infancia, a la que encontró por mera casualidad.
- Ilva pertenece a la Legión – le había dicho Elia allá arriba, cuando le preguntó por su familia, que recordaba, vivían en ese mismo distrito – fue dada de baja y por eso no estaba allá afuera con ustedes. Nosotros estábamos en casa cuando todo inició – había dicho ella, claramente preocupada pero compuesta - La última vez que la vi, ya usaba todo el equipo de maniobras e iba con Will y Luther hacia la brecha.
Petra se había percatado de que a sus padres ni los mencionó, e imaginaba el por qué. Al menos cuando hablaba de su hermana, no lo hacía en tiempo pasado, por lo que claramente no se resignaba, pero aun así había un dolor anticipado en sus ojos.
Petra solo esperaba que sus esperanzas no fuesen en vano y la chica se encontrara bien. Era en lo que iba pensando justo después de comprobar que su compañero estaba ya con su familia, recuperándose como debía de su herida. Ahora solo quedaba un lugar al cual acudir para obtener más información, por lo que caminó deprisa en dirección a la central, donde llevaban las listas de pacientes ingresados de gravedad, la de fallecidos registrados, quienes figuraban desaparecidos y a los que aún no eran reconocidos. Y lo más importante, en dónde se encontraban.
Una vez dentro del recinto, tuvo que mantenerse en una fila alrededor de veinte minutos para ser atendida por uno de los reclutas que habían dejado a cargo, quien a su vez la derivo a un mesón, ubicado al final del corredor, donde una mujer que le llevaba unos veinte años por delante, algo robusta y no muy amigable, escribía algo a gran velocidad e iba dejando cada documento sobre una pequeña pila a su izquierda. Llevaba el símbolo de las rosas en su delantal y cuando llegó delante suyo, la mujer se le quedó mirando sin decir nada, así que prefirió tomar la iniciativa.
- Buenas tardes. Vengo como oficial del Escuadrón de Operaciones Especiales – le explicó a la mujer, a quien no necesitó decirle su división ya que el emblema de las Alas en su hombro, a donde ella miró directamente, lo dejaba claro - Necesito información sobre tres soldados, por favor – solicitó, dándole sus nombres, destacamento y características físicas.
La mujer comenzó a mirar en los papeles, dejando escapar una pequeña reacción de reconocimiento, que luego se ensombreció. Comenzó a escribir con velocidad en una hoja y luego se la tendió.
- Dado a que la morgue está atestada en estos momentos, el complejo al final de la avenida Crest está funcionando como apoyo. – cuando le oyó decir aquello, su estómago se contrajo – Ahora, sobre la paciente, podrá encontrarla en el edificio de Emergencias, a cargo del Dr. Prince. Está dentro del mismo complejo, es el único edificio de cuatro pisos allí – detalló la mujer.
- Gracias por la información – respondió en un tono respetuoso y a la vez agradecido justo antes de marcharse. No debía ser fácil estar a cargo de llevar el registro de novedades sobre incontables víctimas, y tener que transmitirlas a quien lo pidiera; probablemente a eso se debía su expresión de antes.
Mientras salía de aquel sitio, Petra se debatía entre ir directamente hasta donde su amiga y llevarle con ella al hospital, pero temía a la posibilidad de que la persona a quien habían registrado como Ilva podría no ser ella; ese sería un golpe devastador. Por eso, la mejor opción era ir por su cuenta y comprobarlo antes y, con la esperanza de que efectivamente se tratara de la muchacha y Elia no hubiese perdido a su familia por completo, se dirigió al lugar que la mujer le había indicado, consciente de que cruzando las puertas al distrito de Trost, la búsqueda y reconocimiento de cadáveres continuaba y ella debía encontrarse allí.
Por otro lado, pensaba en las malas noticias para el Capitán sobre los muchachos, de los que sólo sabía que confirmaron sus decesos, pero esperaba obtener más información al llegar allí. El estado de Ilva podía tener gran relación con ellos ya que siempre trabajaban en equipo.
Para cuando llegó al edificio indicado, el anochecer estaba por caer sobre todos y calculaba que el Capitán a esas horas debía estar reunido con el Comandante y otros oficiales. La noticia del chico titán era todo un acontecimiento, lo que a su juicio no sabía si en realidad era bueno o malo, pero era un cambio, y tal vez alguna puerta de salida en esta interminable desesperación. La pelirroja suspiró cansada, ingresó decidida y se dirigió a un chico que parecía enfermero que justamente iba pasando por delante de ella; siendo la primera persona que veía allí dentro.
- Quisiera hablar con el Dr. Prince, por favor – le dijo, colocándose rígida y dándole a entender que venía como oficial.
- Segundo piso, pasillo principal, doble hacia la derecha. La puerta del fondo es la del doctor – le dijo casi mecánicamente, y la dejó sola. Seguramente debían estar colapsando de personal, a juzgar por la prisa con la que desapareció.
Ella se encaminó siguiendo sus instrucciones, siendo testigo de la reducida cantidad de civiles que había junto a pacientes que se podía entrever hacia las habitaciones que tenían la puerta abierta. Tal vez es por la hora, se dijo intentando no pensar en que sus familias estaban muertas.
Iba tan absorta en sus pensamientos que dio de lleno con un hombre joven y calvo, de bata blanca que venía saliendo de una de las habitaciones con un libro en mano en el cual iba escribiendo. Ahora tanto él como su libreta y lápiz se encontraban en el suelo.
- Lo lamento, doctor – se disculpó ella, inclinándose hacia él y luego tendiéndole su mano – no le vi.
- No hay problema, señorita – le contestó el hombre al momento que aceptaba su ayuda – yo también estaba distraído – dijo entretanto se agachaba a buscar sus notas.
Cuando el hombre se levantó, vislumbró en su bata un nombre bordado en el bolsillo superior delantero.
- ¿Usted es el doctor Prince? – le preguntó la chica, aliviada de haberle encontrado tan rápido – mi nombre es Petra Ral, Escuadrón de Operaciones Especiales de la Legión de Reconocimiento. Quisiera hacerle unas preguntas, por favor.
El hombre la miró intrigado; todos en la ciudad sabían quiénes eran los de aquel escuadrón. Era un poco sorprendente pensar que esa mujer bajita y delgada, de apariencia frágil y bastante bonita, era toda una soldado. Luego recordó al Capitán del cual ella seguía órdenes, quien a pesar de su baja estatura, era todo un personaje.
- Sígame, por favor – le contestó y comenzó a dirigirse a la oficina que ella había estado dirigiéndose.
Petra le vio sacar sus llaves para abrir sin prisa, probablemente preguntándose qué querrían saber. Le concedió el espacio para que ingresara primero y luego cerró la puerta tras seguirle dentro. Como bien sabía ella, aquel lugar había sido rápidamente habilitado en vista de la gran cantidad de afectados durante la batalla, por lo que era comprensible que aquel fuera un despacho improvisado. Lo vio invitarle a tomar asiento y luego de que ella lo hiciera, le imitó.
- En qué puedo ayudarle, señorita Ral – le escuchó decir, sin preámbulos y cruzándose de brazos.
- Estoy buscando a una paciente – le explicó – pertenece a nuestras filas. En la central me dijeron que la registraron aquí, después de ser encontrada.
- Necesito su nombre y descripción física, por favor – dijo el doctor mientras abría un cajón a su izquierda. Uno que contenía numerosos expedientes, ordenados bajo algún criterio profesional.
- Ilva Stoltz. Veinte años. Mide aproximadamente 1.67 cm, cabello oscuro y hasta los hombros. Su color de ojos también son café oscuro, rostro en forma de corazón, nariz pequeña y hombros anchos – era una descripción escueta, pero desconocía otros detalles, como alguna cicatriz o algo así. Ella recordaba a la muchacha, sin saber quien era, pero nunca había estado tan cerca como para saber más detalles.
El doctor la miró y a juzgar por su expresión, sabía de quién le estaba hablando. Buscó en un área específica y, sacando una carpeta de allí, se levantó y le pidió que la acompañara. Ambos se levantaron, y aunque este tipo de incertidumbre no era para nada alentadora, debía continuar. Salieron de la oficina y el doctor se dirigió a la misma dirección por la que ella había llegado, pero en lugar de bajar, subió un piso y se adentró en un pasillo a mano derecha, hasta llegar a una puerta beige con el número treinta y cuatro grabado en la parte superior.
- Continúe hasta el fondo de la habitación, por favor – le dijo el doctor mientras sostenía la puerta, para seguirle de cerca.
Petra hizo lo que pedía, y caminó despacio, sin detenerse a mirar a los pacientes de las dos camas antes de llegar a donde él señaló.
Cuando la vio, se quedó petrificada de la impresión que le causó verla así, cubierta por vendajes en la mayor parte de su lado izquierdo.
El doctor probablemente notó que ella reconocía a la chica, y por lo mismo, comenzó a hablar.
- La paciente llegó hace unas tres horas, viva, pero ha sido imposible despertarla – relataba, acercándose a comprobar sus signos vitales luego de dejar la carpeta sobre la mesita al lado de la cama – venía acompañada por un muchacho poco mayor que ella, quien tenía heridas graves y falleció al poco tiempo desde su ingreso.
- ¿Sólo uno, doctor? – se atrevió a preguntar, intuyendo de quién podría tratarse.
- Efectivamente – confirmó él, apesadumbrado. Luego la miró y añadió – sin embargo, poco después nos enteramos de que el muchacho tenía un hermano idéntico, a quien ubicaron muerto sobre un tejado, cerca de donde los encontraron a ellos.
La pelirroja ya no deseaba oír más detalles hasta que Elia no estuviese allí. Le parecía injusto que fuese a ella a quien le contaban esto, a pesar de tener órdenes, que de todas maneras después podría cumplir.
- Doctor – le interrumpió sin ser descortés – ella es a quién buscaba. No obstante, su única familia se encuentra ahora mismo buscándola y creo que será mejor que vaya a buscarla para que pueda relatarle todo con mayor precisión.
- Entiendo – dijo él, pensativo mientras giraba la vista a la muchacha – yo estaré aquí hasta dentro de tres horas. Si logra ubicarla antes de eso, no tengo inconveniente.
- Gracias, señor – agradeció Petra, sabiendo que estaba haciendo lo correcto – volveremos lo antes posible – le aseguró.
Y dándole una última mirada a Ilva, quien al menos respiraba con normalidad, la mujer salió de aquel lugar con gran prisa.
Poco a poco se van hilando situaciones y momentos, pero aquí finalmente está empezando a tomar más cuerpo la historia, habiendo una mayor interacción entre varios personajes, como los del escuadrón, a quienes les tengo un cariño especial.
Y bueno, no me aventuro a decir más, aparte de prometer que pronto podré subir el tercer capítulo (que también está terminado, pero debe pasar por una nueva revisión).
Gracias por leer.
Sus comentarios y percepciones por supuesto, las tomaré en cuenta.
Namárië
