Día 2. Au Moderno

Sin duda Johnny no entendía la razón por la que había accedido ir a una cita con Gyro Zeppeli. Un atractivo, alegre, algo infantil e increíblemente gentil estudiante de medicina que solía ver a lo lejos desde hace meses. Johnny de rostro algo pecoso, piel lechosa y una expresión aburrida permanente en su rostro tenía el horrible trabajo de servir en una cafetería. Sentado tras ese mostrador, impaciente por desaparecer cuanto antes. Fastidiado de tener que sonreír de forma forzada a los clientes y entregarles un café increíblemente ridículo. No entendía la razón para pedir tantas cosas en algo tan simple como un café y en su general mal humor, una noche todo ello comenzó a cambiar.

Al inicio fue la peor pesadilla para un chico que solo quería escapar de su terrible trabajo de medio tiempo e ir a dormir. En su trabajo se rolaban los turnos y uno que en particular amaba/odiaba Johnny era el de la tarde/noche, aunque las tardes eran espantosas por la cantidad de gente que llegaba y le mareaba, la noche siempre era más calma, con gente que no se molestaba en pedir nada extravagante para tomar fotos, solo personas sin buena conexión a internet en sus casas que pedían cualquier cosa barata y simple para poder usar el wifi sin inconvenientes.

Ciertamente ello lo dejaba más tiempo a su mente para murmurarle y recordar su misera existencia, pero sus libros del viejo medio oeste eran un gran placer que podían distraerlo lo suficiente en lo que las pobres almas en penumbras tecleaban con fervor. En este panorama apareció por primera vez en una noche un chico de peculiar aspecto, cabello largo amarrado, ropa de buen gusto y con una sonrisa de oro.

No fue más que una gran molestia por ser uno de los pocos ladrones de wifi con "decencia" que pedía un habitual café cargado y modificado con mil cosas. Y solía unirse a la banda de figuras tristes, cerca de una mesita que quedaba muy cerca del campo de visión de Johnny, saca unas gafas y escribía como los otros. Pero él se volvió especial, con los minutos que pasaban poco a poco desaparecían los fantasmas del café y para sorpresa de Johnny casi al límite de la hora del cierre el joven veía a su alrededor y con una risa apenada guardaba sus cosas y le ofrecía una disculpa a Johnny.

Un evento ciertamente raro para el rubio, sin embargo, no quiso prestarle atención. Pero no pudo evitar intercambiar palabra alguna cuando este suceso se repitió el resto de la semana y los meses próximos. Gyro tampoco pudo ignorar por más tiempo al chico que solía verle muy mal y le entregaba con desgano su bebida pero que aún con esa actitud tosca jamás le reclamo por salir antes del cierre, con todos los problemas que ello implica. En el silencioso café, donde solo estaban ellos, solo ellos dos y nadie más, en esas noches tan oscuras.

Gyro inicio a hablar. Lo que no es raro, era una persona, la gente hace eso, pero Gyro no se fijaba en nadie más que él. Johnny lo considero raro y dio respuestas cortas. Así fue como descubrió que tristemente Zeppeli no se rendía con facilidad. Siguió e intento cada día, tratando de que el más joven le prestara atención y con pocos resultados positivos, en una noche en la que prefirió ignorarle como hacía antes de fijo en el libro que leía Johnny y salió con tanta naturalidad.

—¿Te interesa el viejo oeste? —. Por primera vez en semanas Johnny se dignó a verle a los ojos y sin querer escapo un poco de su brillo interior. Charlaron, charlaron por meses, entre risas y bromas. Gyro resulto ser algo infantil, cantaba canciones y soltaba chistes tan terribles que se acoplaban con el espíritu sarcástico de Johnny. También supo por ello la inocencia que podía tener Gyro, tan emocionado lucia cuando no veía la ironía en las palabras del sureño. Y Johnny no intentaba nada para romperle esa burbuja.

Gyro descubrió que el chico tras la caja era todo lo que había imaginado, gruñón, quejoso, a veces sarcástico, muy serio y sin duda hosco. Pero también al conversar con el vio en su persona un aura de tristeza que no podía comprender, casi de frustración pura y observo también la ternura que a veces evocaba. Su amabilidad particular y ese pequeño deseo por no quererle desanimarle. Además de cierta obsesión por las estrellas.

Sucedió tan rápido, sin esperarlo que ambos se sintieron nerviosos y ansiosos por el día a punto de llegar, mientras el calendario avanzaba con rapidez, Johnny sin duda añoraba que este turno jamás acabase y Zeppeli anhelaba con cada noche poder desentrañar el corazón del otro. No podían negar que resultaba extraño que ambos no hubieran intercambiado aún su número o su Facebook, pero solían hundirse con tanto animo en su parloteo incesante que sin querer se acostumbraron. Lo que nos llevo al espeluznante anochecer en el que Gyro iba a ofrecerle una salida al cine a Johnny para encontrar a una chica pelirroja con expresión gélida y un collar de cruz alrededor de su cuello.

Por completo desesperado le conto entre lloriqueos a la pobre chica su desafortunada situación y entre suplicas le pidió una pista, un indició, algo, algo. Ella bastante fastidiada solo le replico que si tanto quería saber lo que sucedió con (según las palabras del molesto chico italiano) "el adorable americano, amante de los caballos, con su encantador acento, etc." Debía aparecer a una hora decente y moralmente adecuada para consumir café y no robar wifi entre las penumbras.

Johnny, cuya blanquezca piel era adornada por un gran sonrojo, con su labio superior que temblaba a instantes y solo escuchaba la multitud a su alrededor murmurar mientras él trataba de salir en su silla de ruedas de su molesto trabajo pero el gran obstáculo frente a él, era nada y nada menos que Gyro Zeppeli, estudiante de medicina que traía una bata blanca y un gran ramo de asters que se había inclinado para recitar un gran discurso (que perfectamente se puede resumir en un "¿Saldrías conmigo?").

Johhny no entendía y aun dudaba mucho del porque accedió a tener una cita con el chico tan ridículo de Zeppeli pero los ladrones de wifi matutinos y los clientes frecuentes no podían pensar en lo dulce y tierno que lucía el tan apático de Joestar cuando tenía a su lado al chico de sonrisa dorada.