II.
And you say you'll drive me home 'cause I'm on your way
—Me gustaría hacerte unas preguntas. Si eso está bien contigo.
Suguru mantuvo sus ojos al frente, en la carretera que se extendía delante de ellos y al tráfico liviano, severamente menos saturado de lo que hubiera esperado para tratarse de Shibuya, incluso para ser menos de las once de la noche.
—Adelante —respondió.
—¿Puedes conducir luego de haber tomado?
Gojo estaba explayado sobre el asiento del copiloto, sus largas, infinitas piernas extendidas sobre el tablero del auto y su cuerpo malamente atrincherado en la silla, de una forma que solo podía describirse como visualmente incómoda, con los brazos echados por encima de la cabeza y más manos largas y duras aferrándose al comodín de cuero claro.
—¿Quieres conducir tú? —inquirió Suguru, sin hacer el menor amago de detenerse para cederle el volante.
Gojo hizo un ruido al fondo de su garganta, como si se fuera a reír.
—No. En absoluto.
—Como quieras.
—¿Me dejarías hacerlo de verdad si dijera que sí? —su voz se tiñó otra vez de ese tono expertamente estudiado, tan causal que era como si estuviera leyendo las líneas de un guion justo frente a sus ojos—. Permitirle conducir tu auto a un extraño… eso es raro.
—Voy a poner mi verga en tu culo apenas pongas un pie dentro de mi casa. No creo que manejar mi auto sea más raro que eso.
Gojo se removió en su asiento, reacomodándose hasta quedar de costado. Parecía un gato, experto en relajarse sobre superficies duras y acomodarse en posiciones extrañas y difíciles, el pelo revolviéndosele hasta quedar señalando en todas las direcciones.
Encantado.
—¿Lo haces seguido?, ¿llevar extraños a tu casa para follártelos?
Suguru giró en una intersección, saliendo del distrito y adentrándose ahora en la vía que los llevaría al sur de Tokio, siguiendo la fila de carros escurriéndose delante de ellos.
—¿Importa? —inquirió de vuelta, sintiendo que no era ni sería la última vez que decía eso.
Gojo se encogió de hombros.
—No realmente —de repente, una de sus manos se soltó del cabecero del asiento, cayendo sobre el muslo derecho de Suguru. Nada casual—. Pero siento que me prendería mucho saber si es así.
Suguru suspiró.
—Si eso te hace feliz, cree lo que quieras.
Aquella respuesta provocó que Gojo resoplara con fuerza.
—Lo dices solo para que me calle.
Suguru no dijo nada. Gojo volvió a resoplar, restregando la mano contra su pantalón hasta resultar casi fastidioso, como si quisiera limpiarse el sudor de la palma. Sus dedos huesudos se deslizaron hasta su entrepierna, tentativamente, deteniéndose un momento, como si quisiera comprobar que a Suguru no le molestaba en absoluto—antes de convertirse en una caricia en toda regla.
—Sabes que estoy conduciendo, ¿verdad? ¿Estás tan hambriento y desesperado por mi polla que no puedes aguantar a que lleguemos?
Gojo enarcó una ceja.
—¿Te molesta?
—No.
De verdad que no lo hacía. Suguru se concentró en manejar, sintiendo las manos de Gojo apresurarse sobre el cinturón de su pantalón y soltándolo de la hebilla con una destreza que solo hablaba de experiencia. Una parte de su mente se preguntó cuántas veces habría hecho eso, soltar el botón de la pretina únicamente con el pulgar y el dedo índice y bajarle la cremallera con el meñique.
A cuántos hombres. Antes que a él. Después de a él.
Las luces de la ciudad se reflejaban dentro del auto como un caleidoscopio, creando sombras de diferentes colores en el cabello de Gojo. Suguru lo espió por el rabillo del ojo, viendo cómo bajaba las piernas del tablero y se sentaba, finalmente, de manera correcta en su sitio, solo un segundo, antes volver acomodarse sobre su costado izquierdo y meter la mano directamente en el pantalón de Suguru, directamente en su polla. Ayudándose del pulgar, apartó la tela del calzoncillo de su camino, quitándola solo lo necesario para darle espacio a sus dedos de sacar el falo por completo.
Suguru se detuvo frente al semáforo, la luz amarilla tiñéndose de rojo en el momento en que Gojo se inclinó sobre su regazo, tragándose la verga hasta la mitad solo en el primer intento.
—Um —murmuró Suguru, sintiendo cómo la sangre se le calentaba inmediatamente, viajando a su entrepierna a la velocidad del rayo—. Rápido.
Los labios de Gojo se apretaron alrededor de su verga semi flácida, un poco, como preguntándose cuánto más podía aguantar así hasta que se pusiera dura del todo, antes de apartarse completamente. Lamiendo la cabeza con cuidado, pasando la punta de la lengua a través de la esponja de nervios justo debajo.
—¿Te molesta si te la chupo mientras conduces? —quiso saber, sus labios arrastrándose sobre la piel sensible.
Suguru enterró los dedos en la masa de cabello plateado, cerrándose levemente en la nuca y apretando la otra en el volante. Desesperado por pisar el acelerador.
—No.
—Bien, entonces.
Suguru mantuvo la vista al frente, concentrado en la autopista, esperando el momento en que la luz se tiñera de verde para avanzar. Miró al semáforo, intentando ignorar la boca de Gojo, suave y caliente y húmeda, subiendo y bajando alrededor de su polla con lentitud, instándola a endurecerse, poco a poco, tragándola cada dos o tres besos de por medio para sentir cómo se llenaba en su boca, cómo comenzaba a estirar sus labios. Suguru pasó los dedos por su cabello, suelto y delgado, como mouliné, arrancándole un leve murmullo de gusto cuando jaló ligeramente, solo un poco, justo en el nacimiento de su cuello.
—Te gusta esto —dijo Suguru. No era una pregunta.
Gojo succionó suavemente, echando la cabeza hacia atrás contra su mano como una afirmación. Suguru volvió a tirar, esta vez más duro, recibiendo un gemido sofocado como respuesta.
El semáforo cambió. Suguru tomó una exhalación, profunda, el zumbido delicioso y estremecedor del placer repartiéndose como fuego a través de su cuerpo, recorriéndole desde la punta de los dedos de sus pies hasta el cuello, hasta donde su mano izquierda estaba firmemente anclada en el volante. Pisó el acelerador, arrancando en línea recta y mezclándose con la fila de autos a ambos lados del suyo, sopesándolo solo un momento antes de empujar sus caderas hacia arriba, solo un poco, todo lo que le permitían ambos, el cinturón de seguridad y el peso de los hombros ajenos en su regazo.
Gojo escupió un ruido húmedo, magnifico, sus labios sellándose sobre la base de su pene. Suguru apretó su cabello, manteniéndolo ahí, uno, dos, tres segundos, su garganta caliente y estrecha amoldándose a toda la longitud de su polla de manera maravillosa, antes de alejarse de él completamente.
—¿Piensas ahogarme? —inquirió Gojo, jadeando, irguiéndose a su lado.
Suguru no debería verlo, no realmente, no si mantenía los ojos en el parabrisas y atentos a la carretera, pero no pudo evitar echar un pequeño vistazo, por el rabillo del ojo, solo un momento. Bebiéndose la visión de esos ojos azules, imposiblemente azules, nublados y oscurecidos por las pupilas, sus labios rojos sobresaliendo en un puchero que era más bien una mueca de burla, y las gafas negras, horribles, torcidas sobre el puente de su nariz, sus mejillas hechas un desastre de saliva a causa del pequeño espacio en que estuvo metido.
Suguru volvió a mirar al frente.
—Apuesto a que te gustaría —respondió de vuelta.
Gojo se lamió los labios, pasándose una mano por el pelo desordenado. Ahora fue el turno de Suguru para removerse en su asiento, el aire frío del interior del coche pegándose a la piel sobrecalentada de su polla, haciéndolo sisear.
—Sí, me encantaría.
—Entonces continúa.
Por un segundo Suguru creyó que no lo haría. Gojo ladeó la cabeza, como si estuviera pensándolo, completamente ajeno al calor que se cocinaba debajo de su fachada de tranquilidad, antes de finalmente volver a masticar una risa que no era risa de diversión real, sino más bien algo parecido al alivio, e inclinarse nuevamente sobre su regazo, envolviendo primero sus labios en la cabeza de la verga para chupar levemente, girando la lengua alrededor.
Suguru suspiró, volviendo a enterrar los dedos en su cabello, derritiéndose en el calor apretado y acogedor de su boca.
—¿Quieres que folle tu boca? —preguntó, mirando el túnel que se acercaba adelante, su vista ligeramente empañada.
Gojo gimió, asintiendo, su cabeza subiendo y bajando con el movimiento de sus labios. Su mano derecha se aferró a la rodilla de Suguru, la otra buscando a ciegas a dónde anclarse.
Suguru parpadeó, varias veces, alejando la nubosidad de su vista, en vano. Tenía el cuerpo tan tenso que hasta eso suponía un esfuerzo, manejando prácticamente en piloto automático, el resto de su cerebro ocupado en su verga y lo bien que se sentía la boca de Gojo a su alrededor, la entrada de su garganta apenas una burla en la punta de la cabeza. Cerró los ojos, un instante, menos de lo que dura un latido de corazón, empujando contra el calor apretado justo cuando entraban en el túnel, siendo engullidos por la oscuridad.
Gojo jadeó, clavando los dedos en su rodilla con fuerza, el sonido roto y exquisito.
Suguru se concentró en eso, en eso, en la oscuridad frente a sus ojos y la caverna húmeda y caliente envolviendo su polla, entrando y saliendo de ella, siguiendo el ritmo impuesto por la mano duramente anclada en la maraña de cabello plateado. El interior el auto se llenó del ruido obsceno e indistinto de una verga siendo chupada, de los jadeos y gemidos de Gojo, bajos y sofocados en el fondo de su garganta, alternando entre lloriqueos de gusto y también de desesperación, como si no pudiera tener suficiente. Suguru se mordió el interior de la mejilla, el ardor en sus músculos tensos bordeando ese filo entre insoportable e irresistible, obligándolo a sostener el volante casi con furia, embistiendo más duro, más rápido, más-
Dio la vuelta en la próxima avenida, escapando del túnel y dejándolo atrás, lejos, metiéndose por fin al pabellón Ota, donde las calles dejaban de lucir como las calles del resto y se transformaban en suburbios, rodeados a ambos lados de casas enormes y elegantes, a ambos.
—Eres tan bueno —murmuró entre dientes, acariciando más que jalando la mata de cabello en su regazo—. Apuesto a que podría tenerte aquí todo el día.
Gojo hizo otro de esos ruidos maravillosos, relajando aún más la mandíbula, moviendo la cabeza lo poco que podía en un asentimiento.
—Podrías ser solo eso, tener tu boca lista para mi verga todo el día, cuando yo quiera.
Denenchofu se levantó delante de sus ojos, elegante y hermoso, sus casas enormes de estilo inglés elevándose en cada punto en que pudiera descansar la vista.
Suguru se relajó contra su asiento. Gojo sacudió la cabeza, liberándose de su agarre y dejando ir el falo entre sus labios, jadeando ruidosamente.
—¿Te cansaste? —preguntó entre hipidos, restregando la mejilla cálida contra la piel ardiente y húmeda del falo—. Pensé que querías follarme la boca.
Suguru le pasó el pulgar por los labios, a ciegas, riéndose sin hacer ruido, solo en el fondo de su garganta, cuando Gojo chupó el falange dentro de su boca.
—Pensé que estarías más interesado en que te follara como se debe, en mi casa. ¿Te vas a echar para atrás ahora?
En un parpadeo, Gojo volvió a erguirse su asiento, echándole un vistazo rápido al paisaje a través de la ventana. Suguru no dijo nada, permitiéndole darse cuenta de dónde estaban, soltándose primero del cinturón de seguridad y reacomodándose la ropa interior en su sitio. Finalmente echándole un buen vistazo a su rostro sonrojado a la altura de los pómulos, a sus labios hinchados y brillantes, a la mejilla donde se restregó contra su polla manchada de pre semen.
Gojo esbozó una sonrisa complacida, limpiándose la saliva de la barbilla con el dorso de la mano, y Suguru estiró la mano, arrancándole las gafas de una vez por todas.
—¿Por qué no me dijiste que llegamos?
—No preguntaste.
Gojo se lamió los labios, y Suguru siguió el movimiento con los ojos.
—¿Entramos?
