San Telmo, Buenos Aires.

Su día laboral finalmente había acabado. Antes de salir, como todos los días, pasaba a saludar a su consentida, a su amiga, a la señora Stella, aquella que insinuaba robarle al chico de sus sueños siguiendo al pie de la letra lo que la misma italiana le había mencionado alguna vez a la jovencita: "Mi difunto esposo era un patán, bueno para nada. Nuestro matrimonio fué totalmente arreglado entre familias adineradas de Turín y juré que en cuanto él desapareciera de la faz de la tierra, aprovecharía el tiempo con seis muchachos de veinte años." A Azula siempre le hacía reír aquello; a Shingo al principio le incomodó, pero al notar lo divertida que la argentina se ponía con la situación, decidió simplemente seguirle el juego a la encantadora (y un tanto alocada) anciana. Después de todo, el japonés sabía que solo se trataba de un juego para mantener la alegría en esas dos mujeres a las que tanto había llegado a querer.

-Estoy convencida en un porcentaje similar a mi edad que todavía no le dijiste al Príncipe lo que sientes por él.- Le dijo Stella, luego de que la chica la arropara cual pequeña. Azula negó. -Y, ¿por qué?

-Porque él está pensando en otras cosas ahora, tiene el torneo y después de eso, los Juegos Olímpicos.

-Y después tendrá un nuevo torneo, después otro, después el Mundial, después otro torneo, después los Juegos Olímpicos de nuevo...

-Y bueno.- Se encogió de hombros, dándole una mirada apenada. -Al fin y al cabo, es un futbolista. El fútbol va a estar primero siempre.

-Dices eso como si los futbolistas nunca tuvieran tiempo para las relaciones amorosas.- Se quejó la italiana. -Si es así, ¿cómo es que existe ese chico tan fastidioso con su fastidiosa hermana gemela, hijos de ese fastidioso futbolista argentino?

Azula rió.

-Porque su mamá es una modelo famosa francesa igual de fastidiosa que los demás.

-Bueno, mi punto es que ellos pudieron formar una familia y ser felices.

-No puedo argumentar nada ante eso.- Dijo ella, haciendo una mueca.

-¿Por qué no lo haces, entonces?

-A Shingo le caigo bien, y si tengo suerte probablemente me vea lo suficientemente linda como para salir conmigo alguna vez, pero ya pensar en un final feliz con él me parece... absurdo.- Suspiró, haciendo que la anciana frunciera el seño. -Él está en Italia, va a triunfar en Albese y después seguro va a volver a Inter, es en ese momento en donde él se va a olvidar de que alguna vez me conoció, ya que va a tener chicas de sobra, tanto buenas como zorras botineras. En serio me duele decirlo porque realmente me gustaría ser yo la que lo acompañara, pero me gustaría que él acabase con una chica buena tanto como lo es él.

Stella se sintió un poco mal por el pesimismo de su pequeña.

-Chiquita, ¿no pensás pelear por él? No es como si fueras un adefesio espantajo en comparación con las europeas o las asiáticas. O como si fueras una psicópata maldita que nadie tolera. Además, el chico te quiere.

-Y yo lo quiero a él.

La anciana se reincorporó y se sentó en la cama, con sus manos arrugadas ocultando un objeto sobre su regazo.

-¿Lo quieres lo suficiente como para casarte con él y darle muchos hijos?

-Me casaría en este mismo momento si él cruzara ahora por esa puerta y se me arrodillara para proponérmelo.- Respondió, con una tímida y vergonzosa sonrisa. -Ya lo de los hijos... "muchos" creo que es demasiado. Uno solo puedo tolerar.- Sonrió. -Es más, estoy segura de que sería nena y se llamaría Mizuki. Mizuki Aoi, ¿no suena lindo?

-¡Suena hermoso!- Habló una voz, un tanto lejana. Azula enrojeció, mirando a la abuela, en claro pánico. Esta se rió con picardía y le mostró el celular de entre sus manos, con una llamada en curso. -Ya, Azuli, cierra la boca, que estoy segura de que la tienes hasta el suelo.

-¿Yuki? ¿Qué...?- Azula se abalanzó sobre el aparato, tendido en la cama. -¡Olvidá lo que dije! ¡Fué... un error!

-Nada de error, amiga mía.- La otra chica se rió por lo bajo. -¿O debería decirte futura cuñada?

-Yuki, por favor, olvidá lo que dije.- Pidió.

-No lo haré, solo te diré una cosa: confiésate. Te ira bien.

La argentina volvió a sonrojarse furiosamente.

-¡N-No!

-Conozco a mi hermanito, sé lo que te digo. ¡Confiésate!

-¡N-No voy a confesarme en medio del torneo y por celular!

-¡Perfecto! Entonces lo harás cuando finalice. Hablaré con él para ver cómo demonios te enviaremos y te hospedaremos en Italia.

-Eso no es problema, preciosa.- Stella se entrometió. -Yo tengo una linda casita en Turín en donde podría quedarse, está a dos horas de la ciudad de Alba. Decidí irme de Italia hace veinte años por acciones de la familia de mi difunto esposo, pero aún tengo ciertas propiedades a mi nombre.

-¡Perfecto, Stella!- Celebró Yukiko. -Entonces junto con Shingo le compraremos el pasaje.

-¿Por qué ninguna pregunta qué es lo que yo quiero hacer?- La castaña de ambo amarillo pálido hizo un mohín.

-Vamos, ¿no quieres conocer Italia?- Dijo la japonesa.

-¡Sí!- Asintió con energía, mas después aligeró su expresión. -Pero... ¿y si llego y me encuentro con algo desafortunado?

-¿Algo desafortunado?- Preguntó Yukiko. Stella clavó sus ojos celestes en ella.

-Vos estás en Nakahara, no en Alba, Yuki. ¿Y si él tiene a alguna chica allá y no nos lo quiso decir?

-No seas tonta, ¡Shingo y yo siempre nos contamos todo!- Yuki se rió ante lo absurdo de su cuestión. -La única chica cercana a él es una chica que se llama Amelia Bruno, es una estudiante de la Universidad de Ciencias Agrícolas, según me dijo.

-A mi nunca me comentó nada sobre ella.- Enarcó una ceja.

-Él me dijo que era una amiga, y si me lo dijo le creo.

-Está bien.- Murmuró, no muy convencida.

-Oh, vamos. ¡No te pongas celosa! Solo pregúntale porqué nunca te había contado sobre ella y verás que no ocurre nada allí.

-Lo voy a hacer.

-Ahora... continuemos con tu viaje a Italia.

-¡Quiero ir!- Dijo, decidida. -Pero cuando el torneo termine, no quiero distraerlo.

Stella soltó una risita burlona.

-Eso era lo que necesitaba. Si no va pronto, se lo van a robar.

-¡A mi nadie me va a robar nada!- Exclamó, molesta, haciendo un mohín.

-De acuerdo, Stella, ¿qué le parece si...

-No quiero que él se entere de que voy a ir.- Dijo Azula, muy seria, interrumpiéndola. -Voy a guardar parte de mi sueldo hasta que el torneo termine y voy a pagarme mi pasaje.- Miró entonces a la anciana, decidida. -Si no me alcanza para mi estadía, ¿podrías prestarme? Prometo que después te voy a pagar hasta el último centavo.

-Eso no es problema.

-Entonces voy a ir, ¡pero no quiero que le digas nada, Yukiko!

-Calma, sé guardar secretos.- Dijo ella, con una risita pícara, a gusto de saber que con tal información le había dado el empujoncito de valor que le faltaba.


Ezeiza, Buenos Aires.

Luego de un largo día de trabajo, Azula regresó al departamento que compartía con su buena amiga Sharon. Pese al altercado que había generado Gero debido a sus confusiones sentimentales, además de una gran cantidad de lágrimas derramadas por la chica, grata había sido la sorpresa del muchacho al notar que, algunas semanas después, Sharon había vuelto a aceptarlo como amigo y mejor aún: había comenzado a expandir sus oportunidades románticas hacia un lado distinto.

Respecto a su vida en Argentina, Azula estaba muy feliz. Tenía un trabajo estable, una cierta cantidad de personas que la apreciaban y la constante atención de Yukiko y de Shingo, especialmente la de Shingo, quien con cada día que pasaba parecía adentrarse más y más en su mente.

-Ya volví.- Se anunció, oyendo unas cuántas risitas provenientes de la cocina. Enarcó una ceja y se acercó, con cautela.

-Es mi amiga, ¡ya la conocés! Ella es la que habían tildado de novia de Hino la vez que fueron al restaurante.

-Escuché algo de eso. No me gustó el accionar de los camareros. Además, Hino se enojó. No es bueno que un futbolista reconocido se enoje con un restaurante, especialmente porque él definitivamente atrae a clientes.

-¿Hola?- Azula saludó un tanto dudosa, encontrándose con su buen amiga Sharon en compañía de un muchacho con quien nunca había hablado, pero que definitivamente reconocía.

-Buenas tardes.- Saludó él. -Ya debés conocerme, soy Ramiro Valdéz.

-Sí, te conozco.- Le dijo, mirándolo aún con duda. Luego miró a Sharon y le enarcó una ceja.

-Bien, considerando que acabás de llegar de trabajar, según Sharon me contó, supongo que querrás descansar.

Azula respondió con una mueca, aunque después asintió y le sonrió levemente, más por pura educación que por otra cosa. Entonces él se levantó del asiento, le encajó un beso a Sharon (un tanto exagerado a su vista) y se retiró del lugar. La recién llegada lo siguió con la mirada hasta él cruzar la puerta y cerrarla detrás suyo, volteando inmediatamente su mirada caoba hacia su amiga.

-No vayas a decirme nada, por favor.- Suplicó Sharon, en un tono lamentoso.

-Hay millones de tipos en el mundo, ¿y venis a fijarte en este?- Se quejó. Meses atrás, cuando el pobre muchacho buscaba ganarse la aprobación tanto de Perrino como de Bond mediante cenas a domicilio y obsequios, el que la primera accediera a su capricho podría haber sido aceptable para la segunda. Sin embargo, ahora la cosa resultaba muy diferente y demasiado compleja, pues sobre los hombros de ese apuesto e insistente joven radicaba una denuncia por violencia de género de parte de una ex pareja, la cual había salido a la luz apenas dos meses atrás. Cosa inaceptable para Azula, mas no tanto para Sharon, al parecer. -No sé qué dirá tu mamá si llegase a enterarse, pero esto es para cagada, Sharon.

-Él... Él no parece un mal chico.- Se excusó, avergonzada.

-¡Por supuesto que no parece! ¿Creés que va a andar con un cartel que diga "golpeador" colgado en el cuello?- Azula estiró sus brazos dramáticamente. -¡Cuando ya se había dejado de molestar ahí vas y le das cuerda! ¡No quiero que te veas con ese estúpido!

-¿Qué se supone que haga? ¿Esperar a que Gero termine con ese Ken corderito que tiene y vuelva a esta senda?- Sharon se ofendió un poco por la falta de apoyo de su mejor amiga.

-No, pero como te dije: ¡hay millones de chicos en el mundo!

-Solo... Solo dale una oportunidad.- Volvió a suplicar. -Él está totalmente arrepentido de lo que hizo. ¡Por favor! ¡Te prometo que, en la primera que derrape, lo voy a dejar!

-Ay, Sharon... ¿sí sabes que si él llegara a hacerte algo, tanto yo como Gero, Ryoma, tu hermano Juanse y tu papá iríamos a la cárcel?- Dijo la chica, apoyando sus manos en su cadera. -¿Vas a arriesgarte a eso?

-No voy a dejar que pase.- Negó enfáticamente con la cabeza. -¡Por favor! ¡Vos siempre decís que no hay que prejuzgar a nadie y que todos merecemos una segunda oportunidad!

Azula Amelie hizo una mueca. Sharon la conocía lo suficiente como para saber dónde darle para que ella acabase accediendo a cualquier capricho absurdo que tuviese. Sin embargo hoy no sería así, este asunto era diferente: podría salir todo muy mal y ella no quería cargar con esa culpa.

-Mejor prevenir que curar.- Fué su última frase antes de entrar al baño, cual madre que acaba su conversación con su revelde hija. Solo esperaba que esta no se comportase como tal.