Los polos se atraen
Capítulo II: La princesa.
[Elsa]
Desperté en un domingo extraño, en una cama demasiado grande, en una habitación demasiado vacía. Todo estaba muy tranquilo sin Anna alborotando el ambiente. Quedé unos minutos tumbada, pensativa, recordando todo lo que había pasado, una locura de fin de semana.
Era la princesa de Corona, me gustara o no. Mis nuevos padres no iban a obligarme a reinar, por suerte, pero pude ver su decepción cuando les dije que no quería dejar a mi familia. Sentí las ganas que tenían de estar conmigo, y el dolor por el que pasaron mientras contaban desalmados el por qué de cada una de sus duras decisiones. No podría decir que no hubiera hecho lo mismo en su situación, aún así no entendía por qué esperaron tanto para contármelo, llevaba años controlando mis poderes.
Insistí en saber más sobre Rapunzel, mi corazón gritaba injusticia con sólo escuchar su nombre. Vivía lejos rodeada de piedra, sin árboles, sin madera, sin nada que pudiera inflamar. Proclamé que si yo fui capaz de domar mis poderes, ella también podría, que no tenía por qué vivir así. Exigí verla, pero me lo negaron.
Ella no había vivido una vida normal, no había vivido en una familia como yo, era difícil tratar con ella por lo que dijeron, y no era una buena idea, decían.
Me levanté de la cama, dando pesados pasos hacia el ventanal. Todo parecía pequeño desde ahí arriba, mi casa apenas se veía como una mota de polvo. Aquella no era la vista que tenía yo, los reyes no tenían ni idea de cómo era la vida ahí abajo, no iba a poder confiar en ellos y mucho menos considerarlos como mis padres. Estaba ansiando volver a mi hogar.
Una sirvienta me trajo el desayuno en bandeja de plata, tampoco iba a poder acostumbrarme a estos innecesarios lujos, menudo desperdicio.
Enfrié la comida y desayuné con mi cabeza aún dando vueltas. Era la esperanza de Corona, así me veían ellos. ¿Cómo podría asumir la responsabilidad de un reino entero? Si apenas podía apañármelas trabajando en una panadería, era surrealista, tendrían que buscarse a otro.
Una parte de mí quería aventurarse, hacer locuras, desatar mis poderes. La otra vivía cómoda a las afueras de la ciudad. Necesitaba unos días para pensar en todo aquello. Salí de la habitación con la bandeja, vacía, sin saber muy bien dónde llevarla.
Di con el rey, sonrió al verme.
— Buenos días querida, ¿puedo ayudarte con eso? — parecía ajetreado ya de buena mañana, aún siendo domingo, pero tomó su tiempo para deshacerme de esa bandeja y dar un paseo por el castillo.
Él llevaba la palabra confianza en sus hombros, era un buen hombre después de todo, odié que la suerte no estuviera de su lado. Habló mucho del reino, de sus valores, de lo que significaba para él. Fui sincera al decirle que aquello no era lo mío, yo jamás serviría para reinar.
En ese momento se detuvo, y me miró con determinación.
— Eres capaz de conseguir cualquier cosa que te propongas, llegar a ser quien tú quieras y vivir de la forma que desees, no quiero que nada ni nadie te haga pensar lo contrario. Escojas lo que escojas, mientras sea lo que tu corazón desee, quiero que sepas que te apoyaré, haré todo lo que esté en mi mano por ti.
Asentí, casi sin poder mover un músculo. La conversación se tornó hacia mí, sobre mis poderes, sobre lo que hacía con mi familia, con mis amigos… hasta que terminamos en el gran establo del castillo, la reina parecía estar preparando un caballo.
Rey Thomas se excusó, quedándome con ella. Al parecer íbamos a dar un trote con mi nuevo caballo personal. Era de ensueño, tan precioso como inmerecido, blanco como mi pelo, reluciente, equipado con las mejores monturas. No sirvió de nada negarme a él.
Mi pecho era un revuelto de emociones, cabalgamos libres por senderos que pocos conocerían, con una libertad que no esperaba viniendo de la reina. Llegamos sin darme cuenta a una cascada de la que sólo había escuchado hablar, y nos relajamos en unas pequeñas rocas. No parecía llevar corona desde allí.
Pidió que considerara una vez más pasar unos días en el castillo, que podía invitar a mi familia a comer, y a dormir incluso. Seguía buscando la forma de tenerme a mi lado y empezaba a ser difícil decir que no.
— Una semana — dije, temblando por desafiar a la mismísima reina — con una condición. Deja que vaya a ver a Rapunzel.
Respiró hondo, desviando la mirada. Sabía que era un tema delicado, especialmente para ella, pero si había alguien con poderes al igual que yo, tenía que conocerla, era mi hermana melliza.
— Está bien, me encargaré de hacerlo posible, pero no podremos acompañarte. Prométeme que tendrás cuidado, no soportaría que te pasara algo — seguía sin saber cómo encajar sus palabras maternales, apenas nos acabábamos de conocer.
— Lo tendré. Cuéntame sobre ella.
Fue un poco egoísta preguntarle algo así, pues cada palabra parecía doler más que la anterior. Hicieron lo que pudieron para tratar de deshacerse de esos poderes, pero nada funcionó. Confesó que el festival de la princesa perdida no era un llamamiento para que volviera, sino que pretendía mostrarle que no estaba sola, y que cada una de aquellas luces flotantes representaba un pedacito de amor para ella. Rapunzel lo sabía, o eso se hacía creer.
Aparté la mirada al ver que se secaba los ojos.
— Estoy segura de que espera las luces con ganas cada año — le dije, haciéndola soltar media risa que terminó en un disimulado sollozo.
Volvimos al castillo, ya casi era hora de comer. Nos esperaba un gran banquete, tan delicioso como presuntuoso, prefería mil veces la comida de mamá.
Estuve silenciosa durante la comida, tenía muchas cosas a las que darle vueltas, el castillo seguía haciéndome sentir extraña e incómoda.
Pedí volver a casa poco después, y negué llevarme el caballo celestial, sólo quería volver como si nada hubiera pasado.
Un carruaje se encargó de traerme, ahora sin grilletes imaginarios, pero con una sentencia de vida de la que no podría deshacerme.
Anna se echó encima de mí como si llevara meses sin verme, y entonces una ola de felicidad se me echó encima, acristalando mis pupilas.
[Anna]
La ahogamos a preguntas, nos pasamos como dos horas en el comedor hablando de… todo. Dolió saber que ella no era mi hermana de verdad, pero para mí lo seguiría siendo, para siempre, dijeran lo que dijeran. Me preocupaba que fuera a dejarnos e irse detrás de los lujos del castillo, pero repitió una y otra vez que no lo iba a hacer, aquella torre no era su hogar.
Habló también de la princesa perdida, Rapunzel, dijo que quería ir a verla, aún sabiendo que la podría chamuscar entera. No parecía para nada una buena idea, aunque pudiera usar su frío para protegerse, no era algo que debía tomarse a la ligera, pero le entró por un oído y le salió por el otro.
Iba a volver con Tong al día siguiente para trabajar en la panadería, y todo volvería a la normalidad, dentro de lo que cabe. Fue un domingo de lo más extraño.
Volví a dormir con ella aquella noche, aún tenía muchísimas preguntas que hacerle, no podía dejar de pensar que tenía a una princesa como hermana. La convencí para que me invitara al castillo un día de estos, ya me estaba imaginando la cara de mis compañeros de escuela al contárselo todo.
Despertamos con jaleo en casa, algo estaba pasando y no esperé para salir disparada a ver qué era. Se me rizaron los rizos al ver un caballo blanco y precioso delante de casa, pasé por alto los guardias que lo traían. También ignoré a papá pidiendo que volviera a casa.
— Es como si hubiera salido de un cuento de hadas… ¿Cómo se llama?
— Nokk, es el caballo de tu hermana — aclaró.
— Qué nombre más feo para un caballo tan bonito, yo le pondría Algodón, o… Viento veloz — lo acaricié sin poder dejar mis manos quietas, estaba impecable.
Elsa apareció extrañada, pidiendo que lo devolvieran al reino. Se lo negué con todas las mayúsculas, tenía que quedárselo, me moría por subirme y si era con ella aún mejor. Saqué todo mi arsenal para convencerla, y para no variar, me salí con la mía una vez más. Lo que no conseguí fue montarlo de inmediato, tendría que esperar a la tarde para ello, maldita escuela.
Por supuesto el día se me pasó volando, me había vuelto el centro de atención de todo el mundo, y es que no cada día descubres que tu hermana es la princesa que nadie sabía que existía. Algunos no me creyeron pero poco me importaba, ya faltaba menos para salir de excursión con ella.
Volví corriendo a casa, quedándome sin aliento. Me di cuenta demasiado tarde de que ella aún no habría vuelto de la panadería. Mamá me mantuvo ocupada hasta entonces, no podía dejar de hablar de nuestra princesa.
Dejé lo que estaba haciendo al escuchar su caballo, quería subir, quería subir, quería subir.
— Escaleras, ¡rápido! — le ordené. Me las hizo con sus poderes y subí despacio para no resbalar, no sería la primera vez que me pego un tortazo con su hielo.
— ¿Tantas ganas tenías de subir?
— Sí, sí, sí, ahora vámonos. ¡Adiós mamá~!
No podía estar más emocionada. Le di un montón de ideas sobre sitios a los que ir, pero me llevó a uno que no estaba en mi lista.
El camino se hizo muy divertido, y en nada llegamos a lo que parecía una cascada encantada, preciosa cuanto menos. Me contó un poco sobre ella, y entonces vi un brillo dorado entre los árboles. Fue solo un instante, pero no había ninguna duda.
Ya había visto ese brillo antes, años atrás, Elsa no me creyó entonces y tampoco lo hizo en aquel momento. Quise salir hacia allí pero me lo prohibió, adentrarse en ese bosque no era la mejor de las ideas.
Algo había en Corona, algo más. Si habían flores mágicas que daban poderes, podrían haber otras cosas también, se lo discutí con toda mi seriedad, pero no me hizo mucho caso.
Volvimos después de un rato dando vueltas por ahí, antes de que anocheciera. Fue una tarde para atesorar en mi cajita personal de recuerdos.
Aquella noche sin embargo, mi ilusión se hizo pedazos cuando ya por la noche me confesó que iba a tener que pasarse una semana entera en el castillo. Seguiría yendo a la pastelería y podría verla allí, pero no volvería a casa. Me enfadé con ella por mentirosa, porque dijo que prefería quedarse con nosotros.
— No te pongas así… sólo será una semana.
— ¿Sí? ¿Y luego qué? ¿Dos? ¿Un mes? ¿Cinco años? Mentirosa.
— Escucha… no lo hago por gusto vale, hice un trato con la reina para que me dejara ir a ver a Rapunzel, cuando vuelva todo volverá a ser como antes, te lo prometo.
— Tus promesas no valen nada — chasqueó la lengua, achuchándome como disculpa. Iba a tener que achucharme mucho para que la perdonara por aquello.
— ¿Quieres dormir conmigo otra vez?
— No.
— Venga~ si sé que te encanta. Oh, ¿quieres que mañana te recoja del colegio con en caballo? — mis ojos se abrieron de golpe, era imposible enfadarme con ella.
