II. El plan.
El viejo recuerdo de Jeanne atado al mundo, su atormentado espíritu que encuentra en sus pasos al muchacho de mechones dorados y brillantes iris de esmeralda. En el pequeño armario de la antigua casa en escombros, es que ha llegado él. Por simple curiosidad, se ha acercado sin esperar nada, con indulgencia escrutaba cada rincón y allí en el umbral la ha visto con claridad, perfectamente ve su rostro, su cabello corto, el largo vestido con flores, todo es tan detallado, no existe la distinción ni la sorpresa por su sombra. También con claridad es que admira las cadenas apenas visibles que la rodean en forma de tallos, son recuerdos, anhelos, toda su vida reflejada en pequeños lirios, entre rosas lazuli cuyas espinas sobresalen, gardenias, es una visión.
Con claridad, sin duda puede verla y ella lo nota, sorprendida, si hubiera vida en sus mejillas su pulso se aceleraría, él no parece en absoluto impresionado, con gentileza extiende su mano a forma de saludo, y ella roza suavemente la piel pálida, escucha el latir de su corazón, puede ver la vida en sus ojos, grandes y brillantes, iguales a dos guirnaldas de oliva, el sonido de su respiración algo agitada. Sigue con vida, está vivo, ella muerta, Jeanne es ahora mismo un suspiro de nostalgia pero el hombre frente a si está rebosante de vida y puede verla. Al principio no sabe que decir, las palabras no salen, ignora la mano que se extiende, centrada en el hecho de ser notada después de tanto tiempo. Aquel sería el primer encuentro entre un solitario hombre y el fantasma que ha estado anhelando desaparecer del mundo.
Los días pasan mientras el tiempo parece ahogar a Francis una vez más y le levanta glorioso solamente para hacerlo caer, las miradas son las mismas, los sollozos, las discusiones continúan, todo el mundo quiere salvarlo del pozo sin fondo en el que se ha metido, todos estiran la mano pero todas ellas son rechazadas, mientras se oculta en su santuario al fantasma que aborda su corazón, que pasea por los cuartos vacíos, esperando desaparecer.
Jeanne lo ha decidido y ha tomado la decisión de hacer algo, incluso si es invisible ella lo salvara, está decidida, con seguridad avanza dispuesta a cambiarlo todo. Arthur y la solitaria sombra de su persona vuelve al mismo lugar de antes, ambos han estado charlando cada día, le ha dicho como huir del mundo mortal, es la hora de actuar. Un favor a cambio de ir tras su amor, en una noche en penumbras, a la mitad de los restos de su antiguo hogar, cerca del armario que ocultaba las ataduras de Jeanne, un ladrón en la oscuridad lleva consigo un viejo collar, resguardando está joya Arthur sale del lugar con el espíritu de Jeanne a su espalda. Ambos han hecho un trato, han usado trucos y de esta peculiar alianza, el mundo no podrá ser el mismo.
Pequeño, joven e inocente Arthur lloraba con lánguidos sollozos, tratando de alcanzar el frió cuerpo que era llevado lejos, un último suspiro, una última sonrisa fue lo único que recibió antes de que frente a él cayera la dama de su vida, se desplomo haciendo caer su larga cabellera sobre el suelo, de sus labios descendió sangre, roja y reluciente, cubrió poco a poco la loza mientras el pequeño inglés lloraba pidiendo ayuda a la nada. Esos recuerdos siempre han perseguido a Arthur quien siempre ha soñado con un último adiós, digno y lleno de palabras inútiles pero reconfortantes. Si tan solo hubiera podido cambiar todo, si tan solo hubiera podido hacer algo por ella...
"Iré haya, la encontrare y diré tu último adiós pero por favor ayúdame a sacarlo de allí, detenlo de caminar hacía la guillotina". La promesa hecha entre murmullos, el trato de sangre para rescatarse mutuamente. Así una nueva mañana, Francis atrapado en las blancas paredes, dejo ir un poco de sus tristezas mientras caía un bote de pintura. A lo lejos el espíritu guiaba al chico hacía el primer encuentro. Fue un choque entre dos mundos, que colapsaban por las sombras de la muerte que había acechado su vida, el chico que cayó en la oscuridad escucho entre el murmullo la voz de alguien, a quien no conocía pero necesitaba. Él encriptado corazón del rubio, las espinas de la rosa, él orgullo y al otro lado la flor de lis, pequeña y marchita fue el choque de dos mundos en medio de una galería de arte.
