Eran casi las tres de la mañana, pero Marinette no lograba dormir, a pesar de estar física y mentalmente exhausta. Esa tarde la pelea fue salvaje: se habían enfrentado a una oleada de zombies parecidos a los de la película "Guerra Mundial Z", y la infección se había expandido rápidamente por toda la ciudad. Habría perdido su Miraculous de no ser por la oportuna intervención de Ryuko. Había sido su culpa, se dejó acorralar. Pero había aprendido la lección, eso no se repetiría.

Quería ir al cementerio. Hablar frente a la tumba de Adrien Agreste, fingiendo que de alguna forma su Chatón la escuchaba, le brindaba cierta paz. Pero volver al cementerio no era una opción, no desde esa vez, dos meses atrás, cuando había encontrado a Shadow Moth frente a la lápida. Aún no entendía qué hacía esa noche en ese lugar: Primero había creído que se trataba de una emboscada, pero en cuanto se percató de su presencia, huyó como el maldito cobarde que era.

Trataba de consolarse pensando que de todas formas era una visita absurda, pues lo único que había de Adrien en ese lugar era un monumento conmemorativo. La tumba estaba vacía: Gabriel Agreste había reclamado el cuerpo de su hijo y nadie en el mundo sabía qué había hecho con él. Habían teorías muy locas en internet, pero Marinette creía que le había dado un entierro más privado, en su mansión, lejos del mundo... Igual que cuando estaba vivo.

Trató de no pensar en eso. A pesar de que habían pasado ya tres años, recordar a Adrien era... Asfixiante. La imagen del niño dorado, lleno de vida, la personificación del sol, el Ángel de París, se veía superpuesta por la de un chico frágil, pálido, con los ojos llenos de temor, el cuerpo roto, ahogándose en su propia sangre. Bueno, en algunas ocasiones (principalmente en sueños) lograba verlo como era realmente, lo que, irónicamente, era aún más doloroso.

A veces, después de algún sueño particularmente vívido, tardaba unos segundos (unos gloriosos segundos) antes de ser golpeada por la realidad. Que Adrien no volvería. Que Chat Noir no volvería. Shadow Moth se había encargado de eso.

Necesitaba despejarse, por lo que trató salir sigilosamente de la cama. Cuando creyó que había escapado victoriosa, notó de reojo que la figura bajo las sábanas se revolvía, buscando por inercia la fuente de calor arrebatada.

—¿Marinette? ¿A dónde vas?

—A dar una vuelta. Volveré en un par de horas.

—¿Quieres que te acompañe?— Ofreció el chico, incorporándose levemente para demostrar que estaba dispuesto a ponerse de pie en ese mismo instante, a pesar de que, a juzgar por su voz, era evidente que prefería mil veces seguir en la cama. Así era Luka, siempre ponía los deseos de otros sobre sus propias necesidades. Marinette se odiaba por aprovecharse de eso.

—No es necesario, sigue durmiendo.— Al ver que aún no volvía a recostarse, se acercó para darle un beso en la frente, lo que pareció apaciguarlo. El ritmo de su respiración no tardó en regularizarse nuevamente, indicando que otra vez estaba dormido.

Marinette no perdió el tiempo. Estuvo a punto de transformarse sin más, pero recordó lo mucho que odiaba Tikki que la sacaran de su sueño de esa forma, así que optó por ofrecerle una galleta. Siempre tenía un tarro a la mano. La kwami no hizo comentarios al respecto: Los paseos nocturnos le parecía uno de los métodos de catarsis más saludables de su portadora.

La Legendaria Ladybug se escabulló por la ventana, cobijada por las sombras. Usualmente Equinae la teletransportaba a lugares aleatorios, para no dar pistas sobre su ubicación (y subsecuentemente, sobre su identidad), pero su oscuro traje se camuflaba de maravilla entre las sombras, por lo que creía que estaba a salvo.

Durante el camino, no pudo bloquear el pensamiento de que posiblemente Adrien estaría vivo si hubiera asignado a más portadores permanentes en ese entonces. Tikki le decía que no debía torturarse al respecto: era joven e inexperta, y seguía aferrada al secretismo del maestro Fú (con Alya como su única excepción y en ese entonces solía sentirse culpable al respecto). Entonces, su rencor iba hacia el viejo guardian, por haberlos elegido tan jóvenes, por haberla dejado con una responsabilidad tan grande. Pero tampoco era su culpa. En todo caso, los responsables eran los miembros de la orden de los guardianes, tan crueles, tan desalmados, poniendo tan enorme peso sobre los hombros de un Fú igual de joven e inexperto que ella al inicios de esa locura. Parecía casi lógico culparlos, pero su lado racional comprendía ese comportamiento: había demasiada responsabilidad, el orden mismo del universo estaba en sus manos.

Y luego estaba Shadow Moth, ese hijo de puta. A él sí que podía odiarlo. A veces, cuando sentía que ya no podía con toda esa mierda y pensaba en mandar todo al demonio, pensaba en él. En las mil y un formas en las que fantaseaba con matarlo. Eso le daba nuevas energías.

Por alguna razón, sus pasos (o sus balanceos) la llevaron frente al Arco del Triunfo. El lugar donde hace tres años, dos meses y siete días, Adrien Agreste había perecido.

—¿Tampoco lograbas dormir?

La voz de Ryuko la tomó por sorpresa, pero no lo demostró.

—No, supongo que no.

Ambas permanecieron en silencio, contemplando los Campos Elíseos. No tenían nada que decir, o por lo menos nada que la otra ya supiera.

Los casos con los portadores eran muy distintos.

Por ejemplo, Nino, Zoe y Juleka ayudaban de forma esporádica, como portadores temporales. Rose también lo hacía antes de que las quimioterapias la debilitaran demasiado.

Luka había cambiado de nombre y apariencia, para disimular su identidad. Presentarse coni Viperion, cuando evidentemente era un portador permanente, lo hubiera puesto en peligro a él y a su familia.

Nathaniel, Marc, Mylène, Kim y Max habían abandonado el país, fuera por sus estudios o por su propia seguridad.

Chloé era una portadora permanente, pero ahora con un nuevo Miraculous, el del caballo. Marinette había dudado muchísimo antes de cederle el prodigio, pero los argumentos de la rubia habían sido irrefutables: "Lo último que Shadow Moth espera es que vuelvas a confiarme un prodigio. Y yo también quiero su cabeza en una estaca."

Alya solía actuar tras bambalinas, pero cuando su aparición era forzosa, modificaba su apariencia, dando la ilusión de ser un chico conocido como Fauxnette. Ella había sido la primera portadora permanente designada por Ladybug: Se encargó de cubrirla por semanas tras la muerte de Chat Noir, mientras ella se escabullía cada noche al templo de los guardianes, en busca de información que le ayudara a consumar su venganza.

Alix solo aparecía cuando las cosas estaban excepcionalmente jodidas. Su relación con Marinette era tensa, pues esta nunca había creído que lo de Adrien "era la opción menos catastrófica".

Y Kagami... Kagami era un caso particular. Desde la muerte de su madre, unas semanas después de la de Adrien Agreste, había decidido que ya no tenía nada que perder. Estaba su amistad con Marinette, por supuesto, pero ambas habían acordado fingir una ruptura. Al inicio, Shadow Moth había enviado decenas de Akumas contra ella, pero la chica era prácticamente irrasteable como civil, especialmente en una ciudad tan concurrida como París.

—Kagami.— Apenas reconoció su propia voz. Sonaba rota.

—¿Sí?

—Lo extraño. Lo extraño demasiado.

La japanesa pensó en regalarla. En decirle que ya habían pasado tres años, que tenía que superarlo tarde o temprano. Que aferrarse a un muerto era inútil, vergonzoso, patético. Pero hubiera sido innecesariamente cruel.

E hipócrita.

—Yo también, Marinette. Yo también.