Capítulo 2. Gratitud

- ¡Rin! Todavía te falta tender estas mantas – le exclamó Kaede.

- Es cierto, ya voy... ¡Ya voooy!

Rin y Kagome habían estado toda la mañana recogiendo plantas medicinales, preparando tónicos y posteriormente, Rin colaboraba lavando la ropa en el río y luego tendiéndola. La anciana Kaede era ya una persona muy mayor, por lo que dejaba esas labores a la joven Rin. Kagome siempre llevaba su ropa habitual de sacerdotisa, de alguna manera se las apañaba para realizar distintas tareas domésticas con dicho atuendo. Rin se había puesto un kimono azul algo raído que tenía para las labores domésticas, pero cuando tenía oportunidad usaba alguno que le había obsequiado su señor. El kimono camil, aún no lo había estrenado.

Luego de aquella atareada mañana, Kohaku miraba, apoyándose en un cerco de madera que daba a unas plantaciones de arroz, la nubosidad del cielo. En eso percibió una pequeña ave que aterrizó grácil en una rama seca de un árbol bastante alto. El ave movía su cabeza hacia los lados y luego le dio la espalda al joven.

- Kohaku... - musitó Rin.

- ¡Rin! – pronunció el muchacho saliendo de su letargo.

- ¿Te asusté? Has estado muy pensativo.

- Y tú muy melancólica - repuso.

Se miraron como si fueran cómplices en alguna travesura.

- Es cierto, he estado algo triste. Últimamente tengo pesadillas con mi familia. También me he sentido sola... Creo que me ha tomado mucho tiempo reponerme de ser huérfana.

- Pero no es solo eso ¿verdad? – Mencionó el joven retomando su mirada a la rama del árbol donde estaba el ave, ahora sin hallarla. – Sé que estás triste también porque el señor Sesshomaru no ha venido a verte.

Su respuesta fue reírse por lo bajo, pero ciertamente su rostro se notaba mustio. Miró al suelo, mientras apoyaba sus codos en el cerco. Dejó que la suave brisa le golpeara el cabello que se le había juntado en la cara. Kohaku la miró con ternura. Recordó cuando en el Inframundo, el señor Sesshomaru se había mostrado desesperado a causa de la muerte de Rin. Para Kohaku, en ese momento y ahora, era evidente que la joven era la prioridad del gran demonio.

- Me siento absurda ¿sabes? De niña siempre confié en él, lo admiraba. Por eso, nunca tuve miedo estando a su lado. Sin embargo, recientemente me pongo triste, no solo por su ausencia, bueno... sí, en gran parte por ello... es que siento que con cada día que pasa, me olvida un poco más... Si ahora viniera, no sabría cómo mirarlo a la cara. He traicionado su confianza con mis dudas.

- Rin... - dijo con un hilo de voz. – Somos frágiles cuando intentamos controlar las emociones ante recuerdos o sucesos nuevos que atañen a nuestros seres queridos. No siempre se puede ser fuerte.

Ahora era Kohaku quien se escuchaba como si sus palabras fueran un lamento.

- Yo aún siento remordimientos por lo que pasó con mi padre y mis compañeros exterminadores. Nunca podré olvidarlo, pero trato de agradecer mi existencia. Estoy vivo gracias a la bondad de la señorita Kikyo. – continuó- Hay cosas buenas en este mundo, Rin, no dejes que la culpabilidad deshaga tu alegría.

Se miraron...

- Sonríe como siempre – reparó el joven

Rin sonrió de inmediato. Decidió alegrarse sinceramente, hacer tal como su amigo le decía. Además, pronto volvería a irse a entrenar, debía mostrarse serena. A decir verdad, en Kohaku Rin había hallado a un amigo que la comprendía y que siempre tenía las palabras necesarias para calmar su corazón. Ambos habían sido víctimas de la vida a una tierna edad, por esa razón, se entendían y apoyaban mutuamente.

A lo lejos, Sango y Kagome habían sido testigos de la conversación entre ambos. Estaban sentadas en una banca tras ellos, a unos metros de distancia.

Aún sin saber de qué trataba, Sango se alegró. Se sentía agradecida por la vida que tenía: sus hijos, su esposo y por supuesto, por la vida de su hermano, la cual, parecía brillar ante sus ojos. Kohaku era ahora un muchacho apuesto, y sus facciones juveniles ahora se tornaron más varoniles. No obstante, seguía conservando el mismo carácter tímido y a la vez gentil.

- Parecen llevarse muy bien – expresó Kagome. – A Rin le ha hecho bien su estadía en la aldea.

- Lástima que pronto tenga que irse a entrenar nuevamente – musitó Sango.

¡Hemos llegadooo! – Celebró Miroku

Sus tres hijos corrieron hacia él llamándolo "papá". Inuyasha venía atrás con un jabalí mediano en los hombros. Miró a Kagome y sonrió.

- Alisten la fogata, que hoy se come en grande – dijo Miroku cargando a Hisui, quien ya podía caminar. Kin'u y Gyokuto alzaban sus brazos hacia él, esperando que también las cargara.

. . .

El celaje de la tarde era rosa, naranja y violeta. El sol estaba cerca de esconderse y las llamas chisporroteaban mientras cocinaban el lomo del jabalí. Estaba prácticamente hecho.

Alrededor de la fogata se encontraban todos: Inuyasha era víctima de las gemelas, quienes le jalaban sus orejas perrunas. Hisui se apoyaba en el muslo de Kohaku, como expresándole que lo levantara. Kaede, Rin, Sango y Kagome estaban sentadas un poco más lejos viendo la escena alegremente.

Miroku había ido un momento hacia su choza en busca de un resto de sake que tenía guardado. Encontrar aquella botella le tomó bastantes minutos, los suficientes para que el sol se escondiera y el cielo se oscureciera casi totalmente.

Cuando encontró el sake salió de su choza dispuesto a regresar; en eso, vio una figura esbelta y oscura, en relación con el cielo que aún mantenía unos vestigios de aquel celaje, la cual se acercaba a gran velocidad. De un momento a otro, divisó la figura de Sesshomaru, quien traía en su estola a Jaken.

- ¡Sesshomaru! – le gritó alegre.

Sesshomaru pensó continuar sin siquiera mirarlo, pero ante la insistencia de la mano de Miroku, que se agitaba en señal de saludo, se detuvo en el aire mientras lo miraba inexpresivo.

- Así que ha venido para al fin llevarse Rin ¿verdad? – le gritó Miroku rodeando su boca con la mano que tenía libre.

Sesshomaru aterrizó a una distancia considerable de aquel sujeto perverso.

- ¡Debe darse prisa! – Hay algunos jovencitos que han puesto un ojo en ella, je, je.

El demonio lo miró con cara de pocos amigos.

- Tonterías – se dignó a decir, volteándole la espalda, dispuesto a marchar con dirección a donde todos se encontraban.

- Era una broma - prosiguió Miroku. – En realidad, Rin ha estado algo triste.

El rostro de Miroku era serio. Sesshomaru volteó a verlo expresando algún gesto medianamente similar a un rostro compungido. Ya el demonio había percibido en días anteriores la escena de una Rin llorosa y solitaria. Aquellas palabras del monje confirmaban que la joven no se sentía feliz allí.

Emprendió el vuelo súbitamente, lo que provocó que un malencarado Jaken cayera al suelo a unos cuantos pasos de Miroku. Jaken, al ver que el monje se acercaba con un rostro malicioso, intentó correr, pero el malvado monje lo agarró bruscamente de la cabeza, provocando que al pequeño demonio verde se le escapara algún improperio.

No pasó mucho tiempo para que el gran Daiyokai llegara al lugar. Al buscar con la mirada el rostro de su protegida, la divisó sentada en un tronco de árbol alargado. Desde su perspectiva, Rin se veía casi de medio lado, mientras que Kohaku, quien estaba sentado a la par de esta, se apreciaba más claramente.

En ese preciso instante, Kohaku rodeó a Rin con un brazo mientras se aproximaba al oído de la joven para decirle alguna cosa. Rin sujetaba un gran trozo de carne de jabalí, que, al momento de acercarse el joven, esta le dio una gran mordida, provocando que sus mejillas asemejaran a la de una ardilla. Kohaku se sorprendió por tal mordida y procedió a reírse, retirando naturalmente su brazo del cuerpo de la joven hambrienta.

Sesshomaru aparentemente estoico miraba la escena. En sus ojos se reflejaba la figura de ambos. Al mismo tiempo, junto a estos, se podía ver las llamas incesantes del fuego, el cual seguía chisporroteando.

- ¡Sesshomaru! – espetó Inuyasha, quien aún tenía restos de comida en la boca. Todos voltearon a mirar al Daiyokai.

Ante la nula respuesta del demonio. Miroku se incorporó a la escena trayendo a Jaken en sus manos, el cual mostraba un rostro de derrota.

- Yo lo invité a compartir algunos sorbos de mi flamante sake, ja, ja.

- ¡Así que por eso te tardabas tanto! – vociferó Sango.

- Rin, ven conmigo. – le expresó el demonio, retirándose del lugar.

Una Rin algo contrariada, terminó el bocado que se estaba comiendo y con pasos pequeños y veloces se dirigió hacia la dirección tomada por su amo. Jaken, quien ya permanecía en el suelo, se disponía a acompañarlos cuando los demás lo detuvieron, con el fin de conocer a fondo los detalles de aquella visita.

. . .

Oscureció lo suficiente como para que las estrellas se apreciaran nítidamente. Sesshomaru permaneció impávido viendo a Rin, quien al momento de llegar lucía entre feliz y sorprendida. Algo agitada por el pequeño trote, se acercó a su señor dejándole notar el cambio en su mirada, rostro, silueta y estatura. No era un cambio tan drástico, pero sí lo suficiente como para comprobar a simple vista que su edad ya rondaba los 15 o 16 años.

- Señor Sesshomaru, qué alegría verlo – rápidamente miró al suelo. – Estuve muy ansiosa por su visita. Los extrañé... a usted y al señor Jaken.

El Daiyokai había dejado de mirarla, y ahora dirigía su mirada al cielo estrellado. Se encontraban lo suficientemente lejos de la fogata como para ya no lograr escuchar las voces de aquellos. El terreno era llano, que por el efecto de la noche se veía azul. El pasto se agitaba con el viento, y lo mismo los cabellos del demonio, el cual se encontraba cerca de un risco, con el rostro hacia el cielo.

Señor Sesshomaru, ahora que ha venido nuevamente, y que ha visto mis cambios físicos, ¿Acaso también ha podido leer en mis ojos lo que no puedo decirle? Después de todo, soy una humana, y eso nunca va a cambiar...

- Rin ¿por qué estabas llorando? – la voz grave del demonio la sacó de sus pensamientos.

- ¿Yo? ¿Llorando...? ¿Cuándo... he llorado?

Se quedó meditando un momento, lo suficiente para no notar que la figura de su amo ya no se encontraba lejos, si no a unos centímetros distancia. Rin se sorprendió al ver su repentino acercamiento. El demonio posó su mano en su mejilla, acariciándola con suavidad.

Se miraron tiernamente unos segundos. En ese momento, no existía nada ni nadie. Solo ellos, en la brevedad de sus latidos.

En la otra mano, Sesshomaru llevaba una pequeña caja musical. La acercó al rostro de ella, diciéndole:

- No sé por qué estás triste, pero esa no es la Rin que me gustaría que permaneciera a mi lado. – confesó.

Al hundirse en los ojos de aquella humana y ver su luz inalterada, vino a su mente el momento en que esta abrió sus ojos luego de ser revivida por Tenseiga. Se preguntó si acaso, al regresarle la vida, sus corazones comenzaron a latir al mismo tiempo, conectados.

Rin observó aquel objeto misterioso, y posó su mano en la misteriosa caja, pero el demonio aún no la había soltado, por lo que sus manos se encontraron. Rin miró dicha unión; Sesshomaru continuó ceñido en su rostro.

- Quiero verte sonreír... Por eso, si quisieras venir conmigo nuevamente, puedes hacerlo.

La joven permaneció muda un instante, estática, contemplado la caja que ahora pasó enteramente a sus manos.

- Amo Sesshomaru, ¡Por supuesto que iré con ustedes! Es lo que he esperado tanto tiempo. – repuso en un hilo de voz.

- Espera un poco más. Vendré por ti muy pronto, mientras tanto, puedes escuchar esta melodía cuando te sientas triste o sola.

Ni bien el demonio había terminado de proferir esas palabras cuando Rin lo abrazó fuertemente. Sesshomaru abrió ligeramente sus ojos, notando la calidez de aquella humana, pero no la retiró de su pecho, sino que más bien posó su mano en uno de los hombros de Rin y otra en la cabeza de esta.

Así, abrazados, permanecieron unos instantes. Rin había cerrado sus ojos, extasiada, viviendo aquel momento, mientras tanto, el demonio lucía frío, pero en sus ojos se apreciaba una calma infinita.