LA ROSA DEL VIKINGO


PRÓLOGO

INGUZ


[La Historia, imágenes y personajes NO me pertenecen, los tome para entretenimiento, SIN ánimo de LUCRO]


Fue concebido durante una tempestad, en una noche dominada por la ira y la pasión.

Y nació en el preciso instante en que caía un rayo; al parecer las tormentas estaban destinadas a regir su vida.

El terrible azote de un rayo rasgó el cielo, y Kushina, reina de Uzushiogakure, jadeante y convulsionada por las contracciones rápidas e implacables, lanzó una ahogada exclamación de dolor. Se mordió el labio porque estaba segura de que el parto iría bien y no deseaba asustar a los que la rodeaban ni a su señor y marido, el rey.

El dolor se intensificó, llegó a la cima y comenzó a disminuir lentamente. Hizo una profunda inspiración, cerró los ojos y logró sonreír, recordando la noche en que con toda seguridad había sido concebido ese hijo.

Se habían alejado mucho a caballo y la tormenta los sorprendió lejos de los muros de la ciudad, en las cuevas. Ese día se había enojado con Minato, aunque no recordaba ya por qué. Pero la furia jamás había sido un impedimento para ellos, tampoco esa noche. Las coléricas y entrecortadas palabras simplemente aumentaron el ardor que inflamaba su pasión.

Lo recordaba todo muy bien. Él le había gritado, y ella le había contestado con igual rabia; pero con el dulce y feroz ataque de su beso Kushina olvidó la pelea. En medio del furor de la tormenta, él la echó al suelo, al borde del acantilado bajo el cual rugía el salvaje y peligroso mar.

Juntos habían creado entonces la vida que en esos momentos se agitaba en su interior. Amada vida, porque amaba mucho a su señor. Recordaba con toda claridad el aspecto de su marido aquel día. Sus ojos color azul cobalto, siempre tiernos aunque encendidos de deseo. Sí, conservaba el dulce y nítido recuerdo: la fuerza de sus brazos, el ardor de sus besos, las caricias de sus manos.

Había sentido el fuego de su cuerpo, como el rayo, profundo, profundo en su interior.

Lo amaba muchísimo. Ambos eran prontos de genio y más prontos aún para la pasión, pero siempre estaba allí el amor.

—¡Ay, Dios mío! —volvió a exclamar al sentirse traspasada por otra punzada de dolor.

Sintió miedo. Recordando el difícil parto de Menma, había rogado a Dios que este segundo hijo saliera al mundo con más facilidad. Pero en esos momentos el dolor era igualmente lacerante, daba la impresión de que la iba a partir en dos. Sintió la suave caricia de su madre en la frente.

—¿Por qué, madre? —susurró—. ¿Por qué tiene que ser tan difícil? Mito le sonrió tiernamente, tratando de aparentar tranquilidad.

—Cariño, no es fácil dar a luz a los cachorros del Lobo.

Mito levantó la vista. Él estaba en la puerta, el Lobo de Noruega, el rey de Uzushiogakure. El majestuoso y gigantesco rey rubio miró a las dos mujeres y después se acercó a la cama de su esposa.

—Estoy aquí, princesa. Lucha por mí, lucha por mí otra vez. Dame mi segundo hijo.

Ella sonrió. Él pensó en su frágil belleza y en la fuerza que se escondía tras ella. Kushina tenía los ojos de una combinación de color entre gris y violeta insondablemente vivos como su fuerza interior, esa fuerza que se había apoderado de su corazón. Esa fuerza pertenecería a todos sus hijos. Era la pasión que pertenecía a todos los habitantes de la isla Esmeralda, y era el poder de los invasores del mar del Norte.

Ella le apretó la mano con fuerza, feliz de que estuviera a su lado.

—¡Esta vez es una niña! —dijo ella consiguiendo reír.

—No. —El rey meneó enérgicamente la cabeza—. Es un hijo.

—¿Un hijo?

—Sí. Jiraiya me lo ha dicho.

—¡Ah! —exclamó ella, pero no volvió a gritar, porque él estaba allí.

Entrelazó los dedos con los de él para extraer su fuerza. Otra dolorosa contracción la desgarró como un hierro candente, y entonces suspiró aliviada, porque el bebé se había abierto camino y avanzaba hacia el nacimiento.

—¡Ya viene! —anunció.

Minato había estado junto a ella en su primer parto y sabía cómo sostenerla. Y después ella rió y lloró, y él la besó, porque había expulsado al bebé. Mito le aseguró que, en efecto, se trataba de un varón.

—¿Es hermoso? —preguntó Kushina.

—Increíblemente hermoso —aseguró Minato.

La doncella de Kushina limpió rápidamente al bebé y se lo entregó a su madre, quien abrió mucho los ojos al ver el tamaño del pequeño.

—¡Otro rubio! —murmuró.

Minato echó a reír y le besó los húmedos mechones de cabello rojo como el fuego.

—Me parece que deberás tener una hija, cariño. Tal vez ella tenga el pelo rojo como el fuego —bromeó.

—¿Y me hablas de tener más hijos en este momento? —protestó ella con fingida indignación.

—En cuanto sea físicamente posible —susurró él sonriendo, y ambos sintieron el calor del amor que se profesaban. Él pensó que su amor era maravilloso, como todo en la vida.

—¿Y sus ojos…?

—Azules también, como los de su padre —respondió Mito con un suspiro.

Hizo un guiño a Minato y continuaron mirando al bebé.

—Pueden cambiar —dijo Kushina.

—Menma tiene ojos irlandeses —le recordó él.

—Seguro que los ojos pueden cambiar de color —afirmó Mito.

—Ah, pero estos no cambiarán —replicó Minato muy seguro.

El bebé estaba en la cama entre su madre y su padre, y su abuela lo contemplaba. Golpeaba las sábanas con los puños, con los ojos alertas, la boca abierta y haciendo oír su voz sonora y dominante.

—Ah, este es exigente —comentó Minato.

—Como su padre —dijo Kushina.

Ya estaba enamorada del recién nacido. Se reclinó y guió la boquita de su hijo hacia su pecho. El bebé lo cogió y al instante comenzó a chupar con tal seguridad y fuerza que ella ahogó una exclamación y echó a reír.

Minato, a su lado, le acarició el cabello. Ese era un momento de dulce y suprema paz. Se lo habían ganado, pensó. Habían tenido que afrontar tantas dificultades… Advirtió que a Kushina se le entrecerraban los ojos; sus tupidas pestañas formaban una media luna negra sobre sus mejillas. Mito lo miró y él asintió. Se dispuso a coger al bebé, pero Kushina despertó rápidamente, abriendo los ojos sobresaltada. Sujetó con fuerza a su hijo.

—¡No, no me lo quitéis! —susurró.

Él advirtió que estaba asustada. No mucho tiempo atrás su primer hijo, Menma, había sido raptado por el enemigo de Minato, Tobi el Danés. Tobi ya había muerto a manos de Minato, pero Kushina no había superado el miedo de que pudieran volver a arrebatarle a Menma, y ahora a su nuevo hijo.

—Soy yo, cariño —la tranquilizó él—. Soy yo. Déjame que lo coja para que las criadas cambien las sábanas y tu madre pueda bañarte. Soy yo, Kushina.

Ella volvió a cerrar sus deslumbrantes ojos y dedicó a Minato una sonrisa hermosa y apacible.

—Naruto —murmuró—. Se llamará Naruto.

—Naruto —susurró Minato, complacido.

Minato llevó al recién nacido hasta la ventana y allí lo contempló. Tenía el cabello fuerte y casi blanco, y sus ojos, bien abiertos, eran de un azul nórdico. El niño era grande.

—Vas a ser exigente —murmuró Minato.

—Un buen vikingo —dijo una voz a sus espaldas.

Minato se sobresaltó y se volvió para mirar fijamente al anciano que acababa de entrar en la habitación. Era Jiraiya, hombre anciano y eternamente joven a la vez, vikingo y druida, hijo de un maestro de runas nórdico y una legendaria sacerdotisa irlandesa de un antiguo culto druida.

Había servido al Ard-Ri, el rey supremo de Irlanda, padre de Kushina, y aunque todavía lo servía, solía pasar la mayor parte del tiempo con Kushina de Uzushiogakure, su favorita de entre los hijos de Ashina Uzumaki, el Ard-Ri. Jiraiya era el hombre más leal de Kushina y por lo tanto también de Minato.

Ciertamente era leal a Minato, aunque de vez en cuando surgían diferencias entre ellos.

Por lo visto, Jiraiya sabía moverse como el humo por el tiempo y el espacio. Había acudido desde su casa del bosque sin que nadie lo hubiera mandado llamar ni le hubiera avisado. Había sabido que el niño nacería ese día.

Otro rayo rasgó nuevamente los cielos, arrojando una curiosa luz sobre el rostro de Jiraiya. La luz iluminó también al bebé, que pareció resplandecer en los brazos de su padre.

—¿Vikingo? —preguntó sonriente Minato, e hizo un gesto con la cabeza hacia su esposa, que dormía en la cama. Las criadas se movían con cuidado y sigilo, cambiando las sábanas y lavándole la cara—. No lo digas en voz muy alta — advirtió al anciano—. A su madre no le gustaría.

Jiraiya tocó la cara del niño. El bebé cogió el dedo del druida y lo apretó con fuerza.

—Menma es irlandés, como su madre. Por los cuatro costados. Algún día será Señor de los Lobos, seguirá el ejemplo de su padre y será un buen rey de Uzushiogakure. Pero este, este Naruto… le habéis puesto un nombre vikingo, mi señor.

Minato frunció el entrecejo al percibir cierto tono de advertencia y estrechó con más fuerza a su hijo contra su ancho cuerpo, como si pretendiera protegerlo del futuro.

—¡Habla, viejo embustero!

—El Lobo sabe muy bien que no debe gruñirme —dijo Jiraiya con calma. Guardó silencio un momento e inspiró hondamente—. Este niño, señor Lobo, es tuyo. Es un vikingo. Como su padre, surcará los mares del mundo, participará con frecuencia en batallas y aprenderá a detener cualquier ataque con la espada. Con la habilidad de su mente y su destreza con la espada, gobernará a muchos. Va a…

—¿Va a qué? —La voz de Minato sonó tensa, porque aunque ya amaba al pequeño que acunaba en sus brazos, Naruto era su segundo hijo. Que él fuera a reinar en Uzushiogakure significaba peligro para su hermano Menma.

Advirtiendo ansiedad en la voz de Minato, Jiraiya negó con la cabeza.

—Su destino está en otras tierras. Se enfrentará a muy graves peligros.

—¡Pero vencerá esos peligros! —replicó Minato.

Jiraiya lo miró fijamente. No había mentiras entre ellos.

—Este niño está regido por Odín. Surcará los mares en medio de grandes tormentas, y de ese modo la tempestad entrará en su corazón y en el mundo donde él busque su destino. Cuando sea mayor habrá oscuridad… pero…

—¡Habla!

—También habrá luz.

El rostro de Jiraiya estaba serio, y Minato, el Señor de los Lobos, no sabía si rezar al Dios cristiano, que había adoptado para complacer a su esposa, o a Loki, Odín y Thor, los dioses de su pasado. Oraría a todos, decidió. Apretó las mandíbulas.

Jiraiya, temiendo que el gran guerrero triturara al niño, lo rescató de sus brazos, y sintió el calor del cuerpecito del bebé. Cerró los ojos.

—Sí, será muy parecido a su padre. El peligro lo acompañará siempre debido a su naturaleza apasionada, pero…

—Pero ¿qué? —rugió Minato.

Jiraiya sonrió por fin, aunque sus ojos mantenían una expresión solemne.

—Fórmalo bien, señor Lobo. Entrénalo para la batalla, enséñalo a ser astuto. Haz fuerte su brazo con la espada y buena su audición. Será un vikingo y deberá enfrentarse a terribles y traicioneros enemigos.

Jiraiya se quedó en silencio. El bebé lo miraba con los ojos de hielo y fuego de su padre. Al contemplarlo, al ver esos ojos que lo observaban como si el pequeño entendiera la suerte que le vaticinaba el druida, la sonrisa de Jiraiya se ensanchó.

—Ha nacido valiente, orgulloso, con el indómito espíritu de su madre y el poder y la voluntad de su padre. Transmítele tu sabiduría, Minato, y después déjalo libre, porque debe, como su padre, encontrar su propio corazón.

—Nada de enigmas, druida —dijo Minato con el entrecejo fruncido.

—No hablo en enigmas, te digo lo que sé. Déjalo libre y luchará contra sus dragones, sus demonios. Y después…

—¿Después?

—Bueno, después, mi señor, tal vez se imponga y triunfe porque, al igual que su padre, él también conocerá a una mujer con el poder de Odín, con la fuerza de la tormenta, el rayo y el trueno. Ella desafiará su poder en todo momento, le acarreará peligros, pero también le brindará la salvación. Será una arpía, una zorra tempestuosa de belleza inolvidable, y su odio será más profundo que el océano que separa sus países de origen. Sí, señor Minato, el triunfo será de ellos, si el lobo consigue domar a la zorra. —Jiraiya se quedó un instante pensativo—. O si la zorra consigue domar al lobo —añadió con una sutil sonrisa que ocultó a su señor vikingo.


INGUZ


Está relacionado con Freyr, el dios masculino de la fertilidad, también conocido como Ing, Ingwaz o Ingwi, de ahí deriva el nombre de esta runa. La runa vikinga Inguz simboliza regeneración y nuevos inicios.