Y en la inmensidad de la oscuridad, aquella sombra encontró, esa luz que lo definía.
Su larga y lisa melena se mecía con cada movimiento, liviana y elegante; como un delgado manto que se perdía en la oscuridad del bosque, que en ese momento atravesaban. Ella lideraba el camino, segura y silenciosa.
Ausente.
Respetar sus silencios era algo que había aprendido a lo largo del tiempo, en aquellas tardes en que lo acompañaba luego de su separación con Temari. Encuentros, donde simplemente se sentaba a su lado a mirar el cielo durante horas, y que, con el transcurso del tiempo, se transformaron en sesiones semanales de duelos de Shogi, donde poco a poco le ayudó superar la ruptura. Era por eso que sabía que ella hablaba cuando lo creía conveniente o estrictamente necesario, y nunca más de la cuenta; mucho menos decía cosas de si misma.
Y, a pesar de que creía haberla conocido, tres años en esa simple rutina le habían mostrado solo una parte de su personalidad; aquella suave y dulce kunoichi, que en sus partidas era una buena estratega, jamás había mostrado ese lado desesperado… casi salvaje, que esa noche conoció.
Suspiró, y mantuvo la vista al frente, siguiéndola atentamente mientras esperaba que ella hablara, y le explicara algo de esa misión.
Pero las horas de viaje pasaron, en aquella fría noche de invierno, sin que ella soltara una sola palabra.
Sin nada que decir.
—Shikamaru—llamó, deteniéndose de golpe—, necesito pedirte algo, un favor.
Su voz sonó suave y aproblemada, indecisa, como cuando estaban en la academia, y él entendió que la situación se volvía más delicada de lo que podía imaginar. La observó, ubicándose a su lado y notó que su byakugan estaba activado.
—Dime.
—Lo que veas y escuches durante la misión, debe quedar en secreto.
Aceptó sin darle mayores vueltas al asunto, y ella inmediatamente le demostró que aquella sería una promesa que iba más allá de una simple misión de rescate.
De un momento a otro, la postura de Hinata cambió a una de combate y el estratega de Konoha comprendió que el enemigo estaba cerca.
Y todo ocurrió en un par de segundos.
Hombres con piel totalmente negra y vestidos del mismo color los atacaron. Un golpe tras otro, de manera sincronizada y sin pausas, se vieron enfrentados a enemigos extremadamente poderosos en Taijutsu, pero no lo suficientemente entrenados como para ganar el encuentro. No lo suficientemente fuertes como para ganarles a quienes habían combatido en la gran guerra.
—¿Qué fue eso? —preguntó, mientras recogía el último de sus kunai desde el cuerpo de uno de los atacantes, que ahora volvía a su color normal.
Hinata, que se encontraba realizando lo mismo, cerró su pequeño bolso y lo miró con incomodidad, para luego desviar la mirada y llevarla al frente.
—Es mejor que no lo sepas.
El silencio, nuevamente, se tomó el ambiente y Hinata, otra vez, guardó su voz; pero ahora, la desconfianza dolió. No se sintió bien.
Esa pequeña luz parecía asustada de brillar en esa inmensa oscuridad.
Un fuerte ruido los alertó y quebró el silencio que los envolvía, anunciando una tormenta. El cielo, oscuro, ocultó la luna entre las nubes cargadas de agua, y el viento, inclemente, se levantó; continuar era travesía que parecía imposible.
Intentó convencerla de que debían buscar refugio, pero ella se negó mientras seguía avanzando en un silencio que se hacía cada vez más pesado e insoportable para él. Y esa distancia que ella siempre había mantenido con los demás, se volvía aún más notoria entre ellos.
Como si, deliberadamente, estuviera apartándolo.
Y no le gustaba. No lo aceptaba.
Porque aún cuando él no fuera como Shino o Kiba para ella, quería pensar que tenían un lazo. Que esas tardes que habían compartido cuando se encontraban en el bosque de casualidad, mientras ella buscaba un lugar para leer y él para descansar, significaban algo.
Que haber armado una rutina de desafíos de Shogi para pasar el rato, los acercaba un poco más.
O que cuando ella lo había acogido en sus brazos, el día que finalmente colapsó por su ruptura, y lo dejó llorar en su hombro mientras lo escuchaba, era una señal de que había confianza; ella era la única que sabía de eso.
Así que no, no eran desconocidos, y ella no lo iba a mantener al margen.
Porque él estaba ahí, ellos eran amigos, y esta vez quería ayudar.
Joder, ¿es que acaso solo él pensaba así?
—¡Cuidado!
Su grito lo trajo de vuelta a la realidad, y de un rápido movimiento Hinata tiró de su brazo y lo alejó a tiempo de un rayo que caía con violencia en un árbol cercano a él.
Pero no fue suficiente y la electricidad se expandió sobre el suelo mojado y los golpeó.
Adolorido, despertó al rato después algo desorientado y cubierto de barro, pero se recuperó y buscó a su compañera con la mirada, encontrándola a su lado y con su mano aún sujetándolo. Ella seguía desmayada.
La tomó sin perder tiempo y la cargó en su espalda mientras la lluvia continuaba cayendo, cada vez con más fuerza, y el viento soplaba sin piedad.
No le costó demasiado encontrar refugio, había pasado varias veces por ese bosque y sabía que había un lugar que serviría; una pequeña cabaña abandonada en la guerra.
El lugar estaba seco, pero sucio y frío, así que rápidamente dejó a Hinata en el suelo y se acercó a la chimenea para prender unos troncos que se encontraban en el interior. Y cuando hubo terminado con su tarea, volvió hacia su compañera y la acercó, ambos necesitaban secarse.
No pasó mucho rato para que su cuerpo comenzara a calentarse y su ropa a secarse y con eso, su cabeza comenzó a funcionar; era momento de analizar la situación.
Un pequeño quejido distrajo cualquier pensamiento que se comenzó a formar y su mirada voló hacia su compañera que se encontraba durmiendo.
Y por primera vez, Shikamaru fue consciente de la mujer que descansaba a su lado: de Hinata.
Se conocían, a una paciente distancia que los volvía inalcanzables… en miradas que jamás se habían encontrado.
Con certeza, él había hablado de frente con ella y mirándola a los ojos; en más de una oportunidad la había observado a lo lejos; y conocía el conjunto de rasgos que la definían, así como lo hacía de cualquiera de sus otros compañeros.
Pero en esa ocasión, parecía que fuera la primera vez que realmente la miraba.
Quizás, era la luz suave y cálida del fuego.
Tal vez, la situación de estar en una misión de la cual aún no entendía nada.
O, a lo mejor, la sorpresa de haber visto una versión totalmente distinta de ella.
No lo sabía.
No lo entendía, y no lograba tener una explicación racional para lo que en ese momento lo estaba consumiendo, pero ella, con toda la calma que mostraba en su expresión lo tenía atrapado.
La forma en que la luz de las llamas acariciaba su rostro y lo delineaba, acentuaba las suaves líneas que lo formaban. Su pequeña nariz se alzaba en perfecta armonía con sus claras mejillas y sus labios, formando un conjunto balanceado y sutil. El contraste, entre su pálida piel y oscuro cabello marcaba esos ojos especiales con una violencia encantadora.
Ella era hermosa, de una forma totalmente diferente a las demás. No había perfección, ni mucho menos una belleza extraordinaria; se trataba del conjunto que la definía.
Su gracia estaba en ese rostro elegante y delicado, agradable; en su voz calmada; en su tranquila personalidad que se transformaba en pura decisión cuando se trataba de sus amigos; en su valentía y voluntad de fuego. Y más, mucho, mucho más.
Hinata era perfecta en sus propios defectos porque era real y no intentaba ser otra cosa, porque era tímida y no intentaba mostrar lo contrario, y porque su corazón siempre estaba primero. Y nunca tuvo miedo de mostrarlo. Nunca tuvo miedo de morir por quien amaba.
Comprendió, con una claridad impresionante, al momento de ver como su mano se alzaba con indecisión en el aire intentando alcanzarla, lo que ocurría con él.
La razón por la cual dolía la desconfianza, era simple.
La intensión de ayudarla con esto cuando él no acostumbraba a ser tan proactivo, era demasiado obvia.
Él la quería.
Eso era todo.
La simple realización de una verdad tan evidente lo estremeció, y a su vez, le hizo comprender muchas cosas; le hizo entender porqué buscó razones para continuar sus encuentros cuando el dolor de la ruptura terminó, las partidas de Shogi eran la excusa para mantenerla a su lado.
Verla, en aquellos encuentros silenciosos y privados, una vez a la semana era una forma de sentirse cercano.
Encontrarla en el bosque, cada vez que tenía tiempo, no era casual, mucho menos coincidencia, él sabía que ella escapaba a leer a ese lugar; era una búsqueda premeditada y no asumida.
Joder, él era el genio de Konoha y le tomó dos años darse cuenta.
Pero, así como la primera revelación de su corazón llegó, una verdad no muy agradable lo acompañó: Naruto.
Hinata era la novia de Naruto.
Y aquella mano que se encontraba suspendida en el aire, inquieta e impaciente por alcanzarla, se cerró, volviendo a su lugar.
Ella siempre había amado a Naruto.
No había espacio para él.
La tormenta sacudió con fuerza, en un explosión de truenos y relámpagos que hicieron temblar al cielo y que ocultaron la frustración de saber, que su amigo era quien podría admirar con propiedad ese rostro cada mañana, enredar sus dedos en ese cabello oscuro y deleitarse con su agradable presencia.
Había llegado tarde, y conocía muy bien los sentimientos de su compañera como para animarse a una conquista; quería a su compañero como para pensar en robarla.
No podía.
No lo haría.
Esos hermosos ojos claros que lo miraban intensos, pero con dulzura y timidez, debían mantenerse alegres, felices. Así que, si no podía ser él quien caminara a su lado, sería su amigo.
Si no podía ser él quien se robara sus sueños, al menos sería quien la ayudara a cumplirlos.
Esa pequeña sombra había encontrado la luz a la cual pertenecía, a pesar, de que ella estaba demasiado ocupada para verlo, en medio de toda esa inmensa oscuridad.
—El rayo nos golpeó y quedamos inconscientes —explicó al verla sentarse—, te traje a este lugar para recuperarnos.
Hinata asintió, y su mirada viajó hacia la ventana y luego a la puerta mientras se incorporaba, y Shikamaru entendió lo que pretendía.
—Es peligroso salir —advirtió—, debemos continuar mañana, cuando la tormenta pase.
En la oscuridad, con los tenues rayos de luz producidos por las llamas, notó como los ojos de su compañera se volvieron salvajes, impacientes, y feroces; como la tormenta que se desataba en el exterior.
Ella iba a irse, iba a salir sin importarle nada. Kiba, en ese momento, era mucho más importante que su propia vida.
—No puedo—respondió.
Se giró, para dirigirse a la puerta, pero él fue más rápido y la retuvo del brazo.
—Hinata.
—No tienes que venir—le interrumpió—seguiré sola.
Y, el genio de Konoha, el ninja de las sombras, sabía que había solo una persona a la cual Hinata escucharía; una persona a la cual ella respetaba.
—¿Crees que Shino estaría tranquilo?
Eso fue todo lo que necesitó para que ella se detuviera y se quedara en su lugar.
Contenida, y algo avergonzada, se mantuvo en su posición mientras imaginaba a su amigo regañándole y a la vez, luchaba por mantener a raya la preocupación que le causaba la urgencia de la situación de Kiba.
Shikamaru, aprovechó la oportunidad y se ubicó delante de ella.
Y su voz escapó, esta vez sin restricción.
—Hinata, necesito saber la verdad.
