La nave atravesaba el espacio a velocidades vertiginosas. La luz de las estrellas distantes se plasmaba en el acero y lo rozaba hasta desaparecer al cruzar la popa.

Una pareja dormía dentro de uno de los camarotes. Adora estaba recostada boca arriba, cubierta con una manta. Tenía los ojos bien abiertos, no había podido dormir durante las horas pasadas. La emoción le tenía exaltada, a diferencia de Catra, quien yacía en un sueño profundo, acurrucada entre los pies de la rubia. La tenue iluminación azulada, reflejada por cristales en la pared metálica, le reconfortaba durante sus pensamientos. El ambiente era mas bien frío, lo suficiente como para no ser molesto; pero lo necesario para adormilar. Un olor metálico había inundado el interior de la nave durante el viaje. Bow y Catra coincidían en que se debía a la vejez de la nave.

Después de un gran periodo de meditación llegó a la conclusión de que era inútil esperar el sueño. «Quizás falte poco para llegar», pensó. Con cuidado puso los pies en el suelo, evitando hacer movimientos bruscos para no despertar a su compañera. Tardó un buen rato en levantarse. Tenía el cabello suelto, desparramado en el rostro. Se lo hizo a un lado y caminó hacia un pequeño cajón de donde sacó un par de botas y una chaqueta roja. De la forma más silenciosa posible, comenzó a caminar descalza por el suelo frío de metal hasta alcanzar la puerta triangular del camarote, la cual ascendió acompañada de un sonido mecánico. Una de las orejas de Catra se movió en un espasmo junto con el ruido. Cuando Adora cruzó el umbral, esta se cerró de nuevo.

Se colocó las botas y caminó con chaqueta en mano por el pasillo hacía la cabina de control. Además de un sonido repetitivo que quizás hacia el motor, y un ronquido que se escuchaba desde algún camarote, había tranquilidad suficiente como para perderse en los pensamientos: «¿Como será Eternia?, ¿será igual a Etheria?, ¿también habrán tipos malos?, ¿o una rebelión?, ¿esos ronquidos de quien serán?... deben de ser de Hordak, son monstruosos», pensó. Cuándo estaba por llegar a la puerta frente a ella, miró una extraña mariposa revolotear ante sus ojos, algo que le parecía fuera de lugar. Pero concluyó que quizás había subido durante el abordaje.

La puerta de acceso a la cabina de mandos se abrió y La chica accedió. Dentro, el tablero de control se encontraba iluminado, haciendo sonidos como: bip, con constancia. En el centro de la sala se encontraba el asiento de capitán. El respaldo volteaba hacia la chica. Por la gran ventanilla se observaba el espacio. Las estrellas se movían con lentitud, quizás por la pronta llegada la nave comenzaba a frenar. El corazón de la rubia latía con fuerza de solo pensar que estaba cerca de su cuna. Caminó hacia el asiento con la intención de tumbarse a observar, mientras avanzaba se colocó la chaqueta. Pero al franquearlo, miró un gran bulto pálido, sentado.

—¿Hordak, qué haces aquí? —preguntó sorprendida—. Espera —lo observó, extrañada—. ¿Tu especie no necesita dormir?

—Me parece más cómodo el asiento. —No despegaba los ojos verdosos del ventanal.

—¿En... serio? —Se rascó la cabeza tratando de entender.

—No pude dormir. —Volteó a mirarla, esbozando una leve sonrisa—. No falta mucho para llegar. Despertemos a los demás.

—Nah, déjalos que duerman un poco más —replicó con una sonrisa—. Glimmer se pone de malas si no duerme bien.

Hordak y Adora dirigieron la vista al espacio. De repente, los ojos de la chica se abrieron hasta tenerlos como platos, mientras una nueva idea aparecía: «Espera…, ¿entonces de quién eran los ronquidos?».

—Darla es una guerrera. A pesar de su edad, no se rinde —dijo Hordak mientras deslizaba los dedos sobre el soporte del brazo.

—¿Cómo sabes su nombre? —La chica lo miraba, confundida

—Entrapta me lo dijo —respondió mientras volvía la mirada impasible al espacio.

Adora lo observo en silencio. Ese rostro y el como lo dijo le daba la impresión de que además de la emoción por la llegada, también estaba triste por la partida.

—Será una estancia corta —Lo reconfortó mientras colocaba la mano en el hombro del capitán.

Hordak sonrió y respondió mientras seguía observando por el ventanal:

—De eso no estamos seguros. —Terminó con una tenue risa ronca.

A la chica se le revolvía el estomago de solo pensarlo. No solo consistía en llegar, debían encontrar a su familia. No sabía lo que tenía que decir al encontrarlos o como debía comportarse. «¿Y si creen que soy una tonta, o una bárbara?», se preguntaba. Pero antes que nada, debía enterarse si Eternia aún existía. Hordak le había advertido de su posible destrucción.

La puerta de acceso a la sala se abrió tras ellos.

—Hola, Adora. —Quien había entrado era Catra. Avanzó hacia la rubia—. Esta vez no lograste engañarme —le dijo, burlesca, mientras cruzaba los brazos.

—No quise despertarte... solo vine a ver si estábamos cerca del planeta. —Esbozó una sonrisa tonta.

—¡No creo que puedas ver un planeta que se encuentra a años luz de distancia, tonta! —exclamó mientras reía y se apoyaba en el hombro de la chica.

Adora, pensativa, intentaba descubrir cuantos días era un año luz. Catra la miró, aún riendo. Juntó su mejilla con la de ella y comenzó a abrazarla. El pelaje en el rostro de su compañera era ralo y suave. Se sentía cálido y reconfortante.

—Es distancia, —la felina ronroneó—, no tiempo, tonta—. Estalló en carcajadas al ver a la chica poner cara de sorpresa. Pero calló en el instante que miró a Hordak.

—¿Qué haces aquí, Hordak? —dijo con un chillido de sorpresa.

—Lo mismo pregunto por ustedes —respondió con el ceño fruncido—. Interrumpen la vista.

—Nop, no lo hacemos —objetó con una sonrisa maliciosa mientras se paraba frente a él—. Esto es interrumpir la vista.

Hordak mostró los colmillos, apretó los puños y se puso rígido en la silla.

—Adora —llamó Catra—, ¿crees que en tu planeta hayan facciones de criminales?

La chica se horrorizó al escucharla. Sabía que intentaba molestar a Hordak.

—Porque —continuó—, si es así, espero que sus líderes sepan lanzar un golpe sin dar pena ajena —. Rió de forma estridente mientras se le asomaba una lágrima.

Hordak se levantó y apuntó el índice hacia el techo, encogido entre hombros. Y en esa pose se acercó a ella.

—¡Yo espero que sus soldados no sean unos niños insolentes! —gruñó, con el rostro colorado y deformado por el enojo.

Adora tomó con brusquedad a Catra de los brazos y la colocó detrás de ella. Mientras, la gata mostraba una sonrisa burlesca a Hordak. La rubia rió de forma tonta, aun sosteniendo a Catra. La felina se asomó sobre el hombro de su compañera y sacó la lengua a Hordak.

—¡Chicos! —gritó Adora, nerviosa, en un intento por calmar el ambiente—, ¿no les parece curioso?... ¡Estamos de nuevo los tres en el mismo bando!... Aunque en el contrario.

Hordak se paró recto y arqueó el músculo de la ceja, extrañado por el comentario acertado de Adora.

Un orbe de energía verde avanzó por el espacio a la dirección de la nave. Estaba envuelto en llamas fluorescentes y amenazadoras. Pasó rozando el metal de Darla, lo suficiente como para que los escudos detectaran la energía.

Una sirena en el techo de la sala bañó en un bautismo rojo el área, acompañado de un sonido fuerte y molesto. Era una alarma que Entrapta había colocado tiempo atrás. Catra cerró los ojos y se tapó los oídos, el sonido parecía insoportable para sus sentidos super desarrollados. Adora volteó a donde provenía la luz y preguntó confundida:

—¿Hemos llegado?

—No solo llegamos —respondió Hordak con voz seria mientras miraba a través del ventanal, atónito—. Vinieron a recibirnos.

Catra y Adora voltearon impacientes al ventanal. El enorme planeta se encontraba frente a ellos, abarcando por completo el panorama. Verde y azul, adornada por nubes blancuzcas. Pero entre darla y el gigante rocoso se encontraba una gran cantidad de naves, como un enjambre. Interrumpían el paso formando una gran red y apuntando con los cañones amenazaban con acabar con sus vidas.