Capítulo II: Aguamarina

Era domingo y Demelza Carne se ganaba la vida como artista callejera, interpretando a un payaso para niños en la feria de artesanos de Truro.

Demelza estaba por terminar la carrera de maestra jardinera y trabajaba para ayudar económicamente a su familia, en especial a sus hermanos, ya que su madre había fallecido cuando era una niña y lo que ganaba su padre no alcanzaba.

Los domingos por la tarde viajaba de Illugan, donde vivía, hasta Truro para montar un espectáculo callejero que le daba algún dinero como también le satisfacía mucho entretener a los más pequeños.

Años atrás, había inventado e interpretado a un payaso para la fiesta de cumpleaños de su hermano menor Drake. Como había sido todo un éxito, se animó a hacerlo en la calle y luego en la feria.

Demelza era alta, delgada, de cabellos cobrizos y ojos azules verdosos, transparentes como dos aguamarinas. Dicen que los ojos son el reflejo del alma pues los de Demelza dejaban traslucir un alma buena y generosa.

Ese domingo se le estaba haciendo tarde para llegar a la feria. Contando que previamente tenía que vestirse y preparar a Garrick, su perro, que no solo la acompañaba sino que también participaba del espectáculo.

El show se trataba de un payaso que contaba cuentos y cantaba canciones a los niños. Hacía algún juego para que los pequeños participaran y finalmente les obsequiaba golosinas y un llavero como recordatorio.

A ella la hacía feliz hacer este show para los niños aunque su padre, que no era muy bueno con ella, no estaba de acuerdo. Sin embargo como en su casa el dinero nunca sobraba, su padre hacía la vista gorda y Demelza seguía adelante. Gracias a este show podía costear su carrera, a la vez que le permitía tener tiempo para estudiar y atender a sus hermanos.

Demelza viajaba en la motoneta que era de su madre. Paraba en la estación de servicio de Truro más próxima a las calles donde funcionaba la feria, entraba a los sanitarios y se vestía allí. Se ponía unos pantalones y una camisa de su padre que le quedaban grandes, dos tiradores, una peluca de todos colores y la infaltable nariz roja. Cuando llegaba hasta la esquina de siempre para hacer el espectáculo amarraba la motoneta y empezaba a hacer la función. Pero ese día en el apuro olvidó traer la cadena con la que aseguraba su vehículo.

Cada vez que empezaba la función, la gente se acercaba alrededor de ella formando un gran círculo de numerosos ojitos que la miraban maravillados.

Ese día empezó contando divertidos cuentos para hacer reír a los pequeños.

Cuando llegó el momento de jugar eligió a algunos niños del público y les preguntó su nombre.

El último que era el más pequeño, dijo que se llamaba Valentine.

Sí, era Valentine Poldark y estaba con su padre. Ross había ido a Truro a visitarlo como hacía todos los fines de semana desde hacía unos cuantos meses.

Habían salido a dar un paseo y se encontraron con la feria.

Al estar su hijo participando empezó a prestar atención al payaso. Al principio creyó que era un muchacho pero no tardó en darse cuenta que era una chica.

Cuando la escuchó hablar, lo confirmó. Tenía una voz suave y mirada tierna.

Demelza hizo jugar a Valentine con Garrick. El niño estaba loco de alegría y se reía a carcajadas porque el canino le lamía la cara y le daba la pata. Luego Demelza le dio su premio a la vez que le regaló una de esas sonrisas suyas que dan ganas de detener el tiempo para contemplarla.

Ross miró hacia abajo como queriendo esconder la alegría que sentía para no compartirla con nadie. Luego levantó la cabeza mostrando una media sonrisa de orgullo y felicidad. Se había emocionado por ver a su hijo tan feliz en ese momento y quizás también por algo más.

Y pensó: -Esa chica tiene algo. Tiene encanto. Y pensó también en qué distinto sería todo si Elizabeth hubiese tenido ese tipo de encanto. Cuánto sufrimiento le hubiera evitado a Valentine y a él.

Ross no era consciente que al igual que Valentine había sido encantado por aquella chica. Apenas alcanzaba a entender que el encanto de una mujer no pasaba solo por la belleza física sino por la actitud.

Cuando terminó la función, Demelza se dirigió a uno de los puestos que vendían tortas y pasteles para comprarse una porción. Entonces vio que un chico se estaba llevando su motoneta. Desesperada empezó a correrlo con Garrick detrás de ella ladrando. Otro chico que estaba con aquel, la increpó. La empujó y ella cayó al piso al tiempo que la arrastró para intentar arrebatarle el bolso.

Demelza, tendida en la vereda escuchó una voz grave que gritó:

-¡Suficiente! ¡Córrete!

-Y si no quiero? Le respondió el atacante.

-Te aconsejo que… y le propinó un fuerte puñetazo en la cara.

Todo fue muy rápido. La cuestión es que el chico logró escaparse, sin el bolso pero el otro sí le robó la motoneta.

-¿Estás bien, cómo te llamas? Le preguntó el hombre queriendo ayudarla.

-Demelza Carne dijo con voz baja y triste.

- No escuché bien, habla más alto…cómo dijiste que te llamas?

- Demelza Carne.

-Ross Poldark. Y le tendió la mano para ayudarla a levantarse.

Demelza se quitó la nariz roja y la peluca al mismo tiempo que comenzó a llorar por el lamentable episodio que le había tocado vivir y en el que había perdido la moto que era un recuerdo de su madre.

Al verla en ese estado, instintivamente, Ross la abrazó.

Demelza asombrada se acomodó en su pecho. Fue entonces cuando sintió una punzada en su corazón y también lo abrazó.

Todo era una mezcla de sensaciones. El asombro que la invadía fue esfumando su tristeza para dar lugar a la calma. De repente se sentía segura y protegida en esos brazos, como nunca antes se había sentido. Y esa voz que la defendió, sabía, nunca la olvidaría ni aunque perdiera la memoria.

Cuando Ross se aseguró que la chica se había tranquilizado, la soltó, tan delicadamente que Demelza se estremeció.

Entonces se apartó un momento para ir al encuentro con el niño que un rato antes había participado en su espectáculo.

-¿Sería su hijo? ¿Quién sabe? Se preguntó Demelza.

Ensimismada continuaba mirando a Ross. Parecía un hombre imponente, con carácter y tierno a la vez.

Llevaba puesto un suéter de hilo color azul francia ajustado que se adhería a su marcada musculatura, unos jeans azul oscuro y unas zapatillas abotinadas negras con blanco, de la marca que lleva una pipa a los costados. Al tiempo que observaba su rostro, sus ojos, sus cabellos rizados, todos revueltos, pensó:

- ¡Judas! Es… ¿cómo decirlo?

-¿Es real?