Ann. 18 años. Una muchacha menuda, de pelo y ojos oscuros. Fragil, como un vaso de vidrio. Ignorada, por el mundo entero. ¿Hija de quien? De nadie. ¿Hermana de quién? De nadie. ¿Amiga de quién? De nadie. Lo único de lo que podía presumir esa joven era de poder hacer magia. Magia de viento.
Ann había crecido en el bosque vecino de Magnolia. De pequeña si que había vivido con su tia en la ciudad, una mujer autoritaria que desaprobaba la magia, pero cuando ella no contaba con más de catorce años, la había abandonado a su suerte. Se había planteado la opción de unirse al gremio más importante de la ciudad, pero después de tantos años de represión mágica, sus poderes habían quedado reducidos a unos minimos con los que no sería aceptada en ningun gremio de magia y mucho menos en uno tan importante como Fairy Tail.
Así pues, había acabado en el bosque, viviendo en un estado semisalvaje en el cual había conseguido desarrollar ese poder perdido. Al principio fue duro, pero pronto conoció a Porlyusica, la curandera de Fairy Tail, quien le había curado las heridas al principio, cuando no era más que una niña que se había perdido en el bosque.
Pero Ann creció pronto y aún siendo una chiquilla adoptó un modo de vida solitario y tranquilo. Entre el bosque y ella. Entre ella y el bosque.
Junio del año 783, Magnolia. Mientras que los dragon slayers seguían lamentando la perdida de sus dragones ya seis años atrás, en el consejo de magia se discutían las cuestiones más latentes del mundo mágico y en Fairy Tail reinaba un habitual caos, Ann despertaba en su cabaña del bosque.
No debían ser más de las nueve de la mañana, pero ya hacía rato que había amanecido. El día prometía ser claro y luminoso.
La joven se levantó y salió de casa, respirando el aire húmedo de la mañana. Si, hacía un día bueno de verdad. Su pelo, fino y liso, le caía llegandole hasta los hombros. Unos mechones más cortos en la parte delantera le caían formandole un flequillo desordenado.
En cuanto a personalidad, Ann siempre había sido una persona alegre y despreocupada. Si que al ser abandonada por su tía había pasado una mala época, pero puede que por la ayuda que le había brindado la curandera de Fairy Tail, puede que por el aire puro de la naturaleza, esos tiempos oscuros ya se habían acabado y volvía a ser feliz.
Volviendo a la historia. Ann cogió algunas ropas viejas y bajó a un arroyo cercano a lavarse. Después, fue a saludar a Porlyusica, como solía hacer todas las mañanas. Impulsando por un pequeño torbellino pronto llegó hasta el claro donde vivía la anciana. Se la encontró barriendo su portal.
-¡Buenos días, Porlyusica-san!
-Buenos días, Ann.-respondió la anciana con tono calmado.
-¡Mira lo que conseguí hacer ayer!-exclamó la muchacha.
Invocó un círculo mágico en cada mano y después los junto en uno, creando un circulo doble. A continuación, exclamó:
-¡Magia de Creación! ¡Wind Maker!
De entre los dos circulos surgieron varios pedazos de vientos, que como afilados boomerangs cortaron el aire terso en una equilibrada danza. Ann, contenta de su magia, sonrió. La curandera también sonrió, contenta de ver a la joven progresar. Pero su sonrisa se nubló enseguida.
-Ann, debo decirte algo...
La chica se giró sonriente, pero al ver que Porlyusica no sonreía, su sonrisa también se esfumó.
-¿Qué pasa, Porlyusica-san?
-Tú tia llegó hace una semana a la ciudad y requiere tu presencia.
Ann se mordió el labio y buscó sentarse en un tocón cercano. Casi podía decir que estaba un poco mareada. No quería ver a su tía, pues todavía le guardaba bastante rencor, pero si no había más remedio. Al fin y al cabo era su tía y ella todavía estaba a su recaudo.
-Pues...Supongo que iré a verla... Hoy tenía que ir a Magnolia igualmente... Aprovecharé...
Cuando Ann abandonó el claro donde vivía Porlyusica, no fue hacia Magnolia directamente, sino que se sentó en una gran piedra cercana al rio y apoyándose la cabeza en las manos, se puso a pensar. ¿Por qué la requería su tía cuatro años después de haberla abandonado?¿Por qué había vuelto?¿Era por qué ya era una adulta que no necesitaba de su ayuda?
Su tía había sido la hermana menor de su madre y le había tocado encargarse de Ann desde muy joven, impidiéndole disfrutar de muchas cosas de su juventud. Pero nadie la había obligado a ello. Ya que era maga, podría haberla dejado en Fairy Tail, o habersela dado a otra familial, incluso cuando la abandonó, aunque fuera ya más mayor. Pero no, no lo había hecho.
Algo resbaló entre sus dedos. Se apartó las manos de la cara y observó, no sin sorpresa, que lo que corría ahora por su palma era sangre. Se había apretado las uñas contra la cara con tanta fuerza que se había hecho sangre. Resignada a sufrir más se levantó y fue a ver que quería esa mala mujer.
Las calles de Magnolia estaban a rebosar. Vehículos mágicos se mezclaban con gentes que iban a comprar y vendedores ambulantes ofrecían sus productos a todos los transeúntes posibles. Ann consiguió fundirse con ese rio humano y llegar hasta la casa donde había vivido con su tia tantos años. Al otro lado de la plaza estaba el edificio de Fairy Tail, pero se negó a girarse y mirar.
Golpeó la puerta de la casa con fuerza y esperó a que le abrieran. Se oyó el ruido de una persona bajando las escaleras y luego el de alguien abriendo una puerta. De un momento para otro Ann y su tía se encontraron cara a cara.
-Hola tía-saludó Ann, fria.
Sin esperar respuesta, ni que la invitará a pasar entró y se sentó en uno de los sofás del comedor. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, que evidenciaba que allí no había vivido nadie durante años. Sintió ganas de invocar una corriente de aire que lo limpiara todo, pero prefería que su tía pensase que no podía hacee magia, al menos un poco más.
Su tia la siguió y se sentó en el sofá de enfrente. A estas acciones las sucedieron un incómodo silencio, que al final fue roto por Ann.
-¿Qué quieres?
Tras decir esto se cruzo tanto de brazos como de piernas, a modo de rebelión. Su tia había sido siempre muy estricta por los modales y sabía que aunque no lo estuviera mostrando al exterior, le molestaba ver a su sobrina con aquellas ropas viejas y andrajosas (encima, de hombre) y ese tipo de gestos.
-Ann-comenzó a decir la aludida-Cómo sabrás, hace cuatro año, cuando... ya sabes, eso, te dejé esta vivienda a tu nombre.
Ann arqueó las cejas. No estaba mintiendo. Realmente estaba sorprendida de que la casa fuera suya. Aún así, dejó que su tía siguiera hablando.
-Pues ahora, en la actualidad, necesito vivir allí.
¿Cómo era, que cuatro años después de haber abandonado la ciudad, volviera para buscar un lugar dónde vivir?¿Acaso carecía de uno? Ann tuvo ganas de preguntárselo, pero sabía que se podía enfadar si le hería el orgullo y no tenía demasiadas ganas de ello.
-Pue nada, la casa es tuya-acabó respondiendo-Yo llevo sin vivir aquí desde que te fuiste.
Justo después de decir eso se levantó del sofá y se dispuso a marcharse, pero una de las manos de la otra mujer la cogió por la muñeca y le impidió marcharse. Ann se giró bruscamente y levantó una de sus manos. Sin darse cuenta invocó un circulo mágico.
-He estado entrenando mis habilidades mágicas, si-confesó-Me hubiera gustado unirme a Fairy Tail, la verdad, pero por aquel entonces habían quedado reducidas a una chuminada, ¿sabes? Ahora tenía pensado probar a unirme, pero no lo sé, la verdad.
Cerró la palma de la mano y el círculo mágico desapareció. De nuevo se hizo un silencio incómodo, que a Ann le tocó romper de nuevo, para su desgracia, porque aunque no lo pareciese, estaba a punto de echarse a llorar.
-Bueno, siento ser tan dura, pero no me gustaría verte más. La casa es tuya, te permito vivir aquí.
Lo único que hizo su tia como respueta fue asentir, pues no dijo nada. Eso la extrañó un poco. La versión que Ann recordaba de ella habría sido capaz de imponer su autoridad sobre los demás, pero en ese momento temblaba como una hoja en un día de viento. Pero habían pasado cuatro años, ¿no? Cualquier cosa podía pasar en cuatro años.
Ann se concentró más en analizar su aspecto y cayó en la cuenta de que no llevaba nada en el cuello. Desde el mismo día en el que obtuvo la consciencia Ann había recordado a su tia con un bello colgante que según ella había pertenido a su madre. La joven nunca se había terminado de creer esa historia, pero aún así, después de irse, lo había buscado incansablemente por toda la casa, para acabar con las manos vacías, igualmente.
La ausencia de esa joya de tanta importancia familiar no hizo más que confirmar las sospechas de Ann. Fuese lo que fuese que hubiera estado haciendo fuera de la ciudad no le había ido bien y mucho menos economicamente. No le hizo ningún comentario, pero enseguida se giró y sin ni siquiera despedirse se marchó.
