-Capítulo 2-

El joven Midoriya estaba tan nervioso que tenía la mente en blanco y no se le ocurría ninguna buena historia para poder convencer a su madre y salir de la aldea sin que sospechase nada. Fijaos si estaba tan nervioso que cuando su madre le avisó de que el almuerzo estaba listo se vino completamente abajo. ¡Había perdido gran parte del día en las labores de la granja sin ocurrírsele ninguna buena idea!

-A este ritmo perderé un día y el tiempo es muy valioso…- susurró para a continuación soltar una retahíla de posibles historias y excusas que pondrían convencer a su pobre madre. Sin embargo, estaba tan absorto en sus propios pensamientos ideando el mejor de los planes que ni se inmutó cuando su madre gritó de alegría en el interior de la casa para después correr hacia él.

-Izuku ¡Izuku!

-¿Qué ocurre?

-Ha llegado esta carta para ti.- le temblaban los labios y sus ojos brillaban a causa de las lágrimas.

Cuando leyó de dónde procedía el sobre se le escapó de las manos para caer hasta sus pies. ¡Imposible! ¡No podía ser real! ¡No podía haber tanta coincidencia! ¿O tal vez sí? Con los dedos como flanes consiguió abrir el sobre y junto a su madre leyeron muy lentamente hasta el final.

-Quieren que vaya a dar clases a la UA… Me quieren como profesor de historia, mamá.

-Pero eso es una excelente noticia. ¡Siempre quisiste ser profesor, Izuku! ¡Y por fin podrás serlo!

Su madre se limpiaba las lágrimas con el trapo de la cocina que llevaba atado en el delantal para después fundirse en un cálido abrazo, sin embargo todo aquello a Midoriya le resultaba muy extraño. Le era tan extraño que, estando en época de guerras le hicieran llamar para dar clases en la UA, la academia más prestigiosa donde enseñaría historia a alumnos procedentes de familias de la más alta sociedad. Pero fuese extraño o no… ¡YA TENÍA LA EXCUSA PERFECTA PARA PODER IR A PALACIO! Pues la Academia estaba en ese mismo reino.

Sin pensárselo dos veces y sin darle más vueltas a la cabeza de si era coincidencia o un golpe de suerte corrió hacia su habitación para preparar un pequeño macuto.

Su aventura estaba a punto de dar comienzo.

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-¿Seguro que lo llevas todo?

-Seguro.

-¿Ropa interior?

-Lista.

-¿Tus libros?

-No puedo llevarme todos, mamá.

-¿Comida y dinero para el viaje?

-Todo guardo.

-¿Tu documentación?

-Lista.

Más llantos por parte de su madre que Midoriya solo podía callar con otro abrazo. Le dolía dejar a su madre atrás pero había llegado la hora de volar del nido. Tenía veinte años y no podía pasarse toda la vida en la aldea. Era hora de salir al mundo exterior y cumplir su misión. Entregar la carta al Rey Endeavor, hacerle saber que estaba disponible para unirse a su ejército y posponer su llegada a la UA como profesor hasta que la batalla hubiese terminado.

Si sobrevivía, claro.

-Escríbeme en cuanto llegues.

-Lo haré, no te preocupes por nada. Estaré bien. El Reino está muy bien protegido y en la UA estaré a salvo.

-Cuídate mucho.

Otro abrazo y el último adiós.

Izuku Midoriya se ponía en marcha sin saber lo que realmente le esperaba en su largo, largo y oscuro camino.

****
Como su aldea era demasiado pequeña no había ningún sitio donde poder rentar un transporte por lo que tendría que ir caminando hasta la siguiente aldea. Un viaje de dos días donde tendría que dormir bajo el cielo nocturno y rodeado del sonido de los animales. Pero no tenía miedo. Estaba acostumbrado a dormir al aire libre, y tampoco temía a los animales salvajes. En sus secretos entrenamientos eran con éstos con los que luchaba y, aunque nunca se había atrevido a matar a ningún animal, le había servido para ganar musculatura, velocidad y agilidad ante ataques tanto por arriba como a ras de suelo.

Y ahora que llevaba una nueva espada se sentía más seguro pero aún no había podido empuñarla. Sentía respeto por todos aquellos que la empuñaron antes que él y cuya fuerza residía en ella. ¿Logaría ser un buen portador y no deshonrar sus memorias? Con esa pregunta y muchas más empezaba a quedarse dormido cuando escuchó el grito de una chica. Sin pensárselo dos veces, corrió hacia donde provenía y escondido entre los árboles vio como un par de bandidos intentaban robarle a una pobre chica de cabello corto y castaño.

Empuñando con fiereza la empuñadura, pues estaba más que dispuesto a salvar a la damisela en apuros, dio un paso al frente cuando lo que vio a continuación le dejaron totalmente alucinando. La chica no era para nada una damisela en apuros, al contrario, eran los bandidos quiénes se encontraron en un buen aprieto al intentar robar a la persona equivocada pues en cuestión de segundos flotaban en el aire boca abajo para luego ser lanzados varios metros de donde se encontraban. En cuanto se pusieron en pie, muertos de miedo y mareados, salieron corriendo.

-¡Y no volváis!

Escuchó gritar a la chica. Midoriya estaba tan impresionado que no fue capaz de moverse de su sitio hasta pasados unos segundos pero cuando quiso regresar hizo crujir una rama seca bajo su pie delatando su posición.

-¿Quién está ahí? – la chica levantó las manos hacia la silueta que pasaba de la oscuridad a la luz de la pequeña hoguera que tenía encendida para encontrarse frente a frente con un chico joven que levantaba las manos rindiéndose.

-Lo siento, escuché un grito y vine corriendo. Mi nombre es Mi- ¡OYE! ¿Te encuentras bien?

Le preguntó al ver como la chica se doblaba por la cintura y se tapaba la boca para no vomitar.

-S-sí…tranquilo… cada vez que uso mi poder me da náuseas…se me pasará en un rato…

Midoriya la ayudó a sentarse y ella, con la mejor de sus sonrisas y la cara más pálida que un fantasma, le invitó a sentarse. Cuando por fin pareció sentirse mejor se presentó.

-Mi nombre es Ochaco Uraraka. Soy una maga.

-¿Una maga? – gritó tan fuerte que se levantó de un salto impresionado.

-Bueno, aún soy una novata. Tengo que saber manejar mi poder para no sentir náuseas… Vaya, me has visto en una situación vergonzosa – reía muerta de vergüenza.

-Para nada, creo que lo que has hecho ha sido impresionante. Eres muy fuerte.

Uraraka le sonrió agradecida.

-Yo soy Izuku Midoriya, un simple granjero.

-No tienes que ser un soldado del ejército para salvar a una chica, Midoriya. El simple hecho de querer ayudar a una desconocida ya te honra y te hace más caballero que muchos de los que alardean de ese título.

El rostro de Midoriya ardió de vergüenza, pero mucho más cuando Uraraka se sentó a su lado para compartir su cena. ¡Está demasiado cerca! Se decía a sí mismo cuando le tendió un cuenco de una rica sopa.

-¿A dónde te diriges? – preguntó Uraraka con la boca llena.

-A la aldea más próxima. Quiero rentar un transporte. Necesito ir… - pero guardó silencio al escuchar un leve quejido en la lejanía - ¿Has escuchado eso? – le preguntó poniéndose de pie muy lentamente e intentando agudizar el oído. Su madre siempre le había dicho que desde muy pequeño era capaz de escuchar sonidos en la lejanía que nadie más podría y desde entonces había estado entrenando para identificar esos sonidos.

-¿Será un animal herido? ¿O esos bandidos a los que he lanzado por los aires? ¿Vendrán con más de sus amigos?

Parecía asustada pero al mismo tiempo que hablaba cogía su báculo dispuesta a lanzarle por los aires por segunda vez. En silencio, aguardaron por si se producía algún que otro sonido pero incluso los animales nocturnos habían enmudecido. Nada. No se oía nada más que un leve quejido.

-Iré a comprobarlo, tú quédate aquí.

-No, te acompañaré. Dos son mejor que uno.

Midoriya agradeció el gesto pero en realidad Uraraka no quería quedarse sola. Había podido defenderse de esos dos bandidos pero si aparecían más no le sería tan fácil, además de que aún se sentía un poco mareada.

Muy cerca uno del otro, caminaron en silencio. Uraraka seguía a Midoriya quien parecía saber de dónde procedía el sonido pero aún era incapaz de identificarlo. El quejido, que parecía más un lamento, no era de un animal de eso sí estaba claro. ¿Los bandidos habrían atacado a alguien más? ¿O serían otros? Fuese quien fuese, Midoriya solo tenía una cosa en mente. Que le salvaría fuese quien fuese.

Poco a poco el quejido se iba haciendo más fuerte y pasó a ser gritos de desesperación pidiendo ayuda. Midoriya y Uraraka aceleraron el paso y cuando llegaron a un amplio claro donde la luz de la luna les dejaba ver a la perfección se quedaron de piedra. Alguien estaba colgado boca abajo desde lo más alto de uno de los árboles. Alguien que intentaba escapar de una prisión de cuerdas que le había enjaulado. Alguien que pedía ayuda pero al mismo tiempo hacía todo lo posible para cortar las cuerdas con los dientes pues la red era tan estrecha que no podía mover ni manos ni pies.

Cuando Midoriya y Uraraka se acercaron un poco más tanto ellos como el que había sido capturado se quedaron un largo tiempo mirándose los unos a los otros como tres auténticos idiotas.