Capítulo primero
Llegó a Nueva York en medio de una ventisca, como si de una advertencia sutil se tratase. Cuando el vuelo directo procedente de París se posó en suelo neoyorkino lo hizo después de varias maniobras por parte de los pilotos para evitar que el fuerte temporal pudiera provocar un accidente.
El viento había azotado el avión con crueldad y los propios pasajeros habían temido por su integridad. Cuando había pisado tierra no pudieron evitar —cuanto menos— romperse a aplaudir ante la habilidad de los pilotos, tratando así de eliminar toda la tensión vivida.
La nieve teñía de blanco los alrededores de las pistas de aterrizaje y las profundas nubes no permitían ver más allá de un par de metros. El temporal que habían vaticinado los servicios meteorológicos se había producido tal y como había sido previsto.
Takeru, más tranquilo tras el aterrizaje, se desperezó tratando de desentumecer los músculos y encendió su teléfono móvil esperando que comenzase a funcionar su nuevo número estadounidense. Contempló aliviado que así era y lo estrenó escribiendo a su amigo para indicarle que ya habían aterrizado.
No tardó en recibir una llamada del susodicho y se apresuró a contestarla, nervioso:
—¿Daisuke-san? —preguntó temeroso por algún inconveniente.
—¡Takeru, perdóname! —oyó gritar a su amigo provocando que separase el teléfono un poco de su oreja— Sé que te prometí estar a la hora, pero me he quedado atascado de camino al aeropuerto. No te puedes imaginar cómo está todo de nieve, en cuanto despejen la carretera estoy ahí, sólo espérame.
—De acuerdo, de acuerdo —se apresuró a contestar atajando la verborrea sin fin de su amigo, visiblemente agobiado—. Te esperaré en la terminal.
Casi le cortó a mitad de la conversación, pero su amigo había comenzado a divagar como le ocurría siempre que se ponía nervioso y así no iban a llegar a ninguna parte. Suspiró cansado por tantas horas de vuelo y por la hiperactividad de Daisuke al otro lado del teléfono. Tenía mucho cariño a su amigo de la adolescencia, pero a veces copaba sus nervios.
Cuando finalmente el avión apagó los motores y abrieron las puertas, se unió obediente a la cola de pasajeros y todos salieron de allí por el túnel que les conectaba con la terminal del aeropuerto Kennedy. No tenía prisa, tendría que estar bastante tiempo esperando, así que caminó lentamente hasta que logró recoger su maleta y se encaminó a la salida de la zona de tránsito donde pasó todos los controles sin ningún contratiempo.
Una vez fuera, tomó asiento en el lugar más alejado de la puerta de entrada donde el gélido viento hacía acto de presencia siempre que alguien entraba en la terminal. Dejó todas sus pertenencias a un lado y se quedó concentrado, observando el sello que habían estampado en su pasaporte con el logo estadounidense en él.
No podía creerse que finalmente lo hubiera hecho, sentía tan irreal el hecho de encontrarse a tantos kilómetros de Francia que pensarlo fríamente le provocaba un estremecimiento.
Se recordó a sí mismo, meses atrás, volviendo de una entrevista con su editor en París muy agobiado. La causa había sido la evidente falta de proyecto literario después de casi un año y medio desde su último libro.
Aún rondaba por su cabeza la sugerencia de su editor acerca de expandir horizontes y buscar nuevas experiencias para superar esa sequía que estaba atravesando. Sugerencia que más bien le había sonado a ultimátum.
Se sentía muy frustrado. Había pensado en distintas tramas nuevas, pero ninguna terminaba de formarse como una historia que valiera la pena, ninguna de ellas le parecía merecedora de ser contada a nadie. Creer que había perdido la inspiración para siempre le llenaba de un profundo terror.
Profundamente deprimido, había llegado a su casa y se encontró con que ya había alguien en su interior. Un agradable olor a comida le embargó y sonrió de forma inconsciente. No se había dado cuenta del hambre que tenía. Se acercó a la cocina y saludó:
—Ni-san, no sabía que habías vuelto.
Al momento vio la rubia cabellera de Yamato, su hermano mayor, asomarse por la puerta. Llevaba puesto un delantal que no recordaba tener en casa y una cuchara sopera en la mano. Sonreía relajado y le contestó:
—Creo que ya he tenido suficientes paseos en moto por París con el abuelo.
Takeru se echó a reír al escucharle. Su abuelo Michel, a pesar de su avanzada edad, seguía siendo un entusiasta de la moto y siempre que alguien iba a visitarle, era de obligado cumplimiento recorrer la capital francesa en moto. Y con Yamato no iba a ser una excepción.
Su hermano estaba pasando unos días en París con él antes de emprender su viaje hacia Florida, donde permanecería los siguientes seis meses inmerso en el mayor proyecto conjunto de japoneses y estadounidenses para el envío de diversas sondas al espacio, proyecto muy ambicioso del que el equipo de su hermano estaba muy orgulloso. Takeru también estaba muy orgulloso de su hermano, aunque por aquel motivo las visitas se vieran más reducidas de lo que a él le gustaría.
De pronto, el sonido de sus tripas reclamando alimento le sacaron de sus pensamientos y volvió a percibir el buen olor que despedía la cocina:
—No tenías que haberte molestado tanto, ni-san —dijo incómodo por la situación.
—Claro que sí —repuso ofendido Yamato—. Estoy harto de que te alimentes de cualquier manera y, antes de que me marche a Florida, voy a dejarte comida preparada para toda la semana. A ver si empiezas a cuidarte, Takeru.
Takeru rodó los ojos cansado de que siempre le reprochase lo mismo, pero en el fondo agradecía que, de vez en cuando, su responsable hermano mayor se dejase caer por allí a recordarle cómo debe ser una buena alimentación:
—Espero que a Sora-san no le des tanto la tabarra —contestó fingiendo molestia aludiendo a la novia de su hermano, con la que llevaba viviendo más de tres años en Tokio.
—Sora es más responsable que tú —atajó dando por terminada la conversación.
Acababa de terminar de cocinar y le ordenó que preparase la mesa para ponerse a comer, obedeciéndole inmediatamente. Al momento, ya se encontraban comiendo y sirviéndose un vino francés que su hermano siempre le pedía que comprase cada vez que acudía a visitarle:
—¿Entonces qué pasó? —comenzó a preguntar Yamato cuando retiró la botella del campo de visión— ¿Qué te dijo el editor?
—Lo que yo ya sabía —contestó deprimido—, pero no puedo evitarlo. No tengo ideas nuevas, parece como si se me hubiese secado el cerebro. Él decía que podría marcharme una temporada en busca de inspiración, pero no tengo ni idea de adónde sugiere que vaya.
—¿Por qué no vuelves una temporada a Tokio con mamá? —sugirió Yamato—. Ahora que yo estaré fuera, a nuestros padres les iría bien tenerte por allí.
—No, Tokio no —negó éste muy seguro de lo que decía—. Si tengo que marcharme de Francia para recuperar la inspiración, debería ser algo drástico, algún lugar donde no haya vivido nunca.
—¿No está Daisuke siempre quejándose de que, desde que se mudó a Nueva York, todos os habíais olvidado de él? —preguntó Yamato fingiendo desinterés— Podrías irte con él una temporada, seguro que te acoge encantado.
—Tendría que irme mucho tiempo, ¿cómo va a aceptarme todos esos meses que podría estar? —repuso incrédulo.
—Inténtalo, te garantizo que Daisuke te aceptará sin problemas —repitió muy seguro de lo que decía.
Le parecía una locura lo que Yamato estaba diciendo, pero aun así no había podido evitar animarse al imaginar ese viaje. Sólo había estado una vez en Nueva York cuando tenía quince años y aún recordaba la adrenalina disparada mientras recorría aquellas calles tan inmensas y atestadas de gente. De imaginarse otra vez con aquella sensación, sentía que volvía a emocionarse y que podría escribir tres libros de una sentada.
—Bueno, esta noche le prometí que tendríamos una charla por Skype ya que tú estás aquí también, le comentaré la idea, pero no garantizo nada —finalizó, aunque en su cabeza ya se hubiera formado la idea de vivir en Nueva York.
Su amigo Daisuke, tal y como su hermano había vaticinado, había acogido la idea con gran entusiasmo y aceptó sin reservas tenerle en su casa el tiempo que hiciese falta para que volviera a escribir otro éxito de ventas.
Después de aquella noche, todo fue demasiado deprisa y, de repente, se encontraba sentado en un banco del aeropuerto Kennedy rodeado de sus maletas con la sensación de no haber digerido nada de lo que había ocurrido en los últimos meses.
Sin embargo, no pudo continuar analizando la situación porque, en ese momento, escuchó su nombre y enfocó al hombre que había estado esperando, corriendo en su dirección con los brazos en alto. Motomiya Daisuke era su amigo del instituto, un joven enérgico y valiente que había decidido dejar toda su vida acomodada en Japón para lanzarse a una aventura que nadie realmente había comprendido: venta de fideos fritos en Nueva York. A pesar de la oposición de toda la gente de su alrededor, él se negó a claudicar y se marchó de Tokio con una sola maleta y muchas ilusiones en la mente. Era una persona realmente admirable.
—¡Takeru-kun! —le oyó gritar antes de ser apretujado entre sus brazos— Siento mucho el retraso, ¿he tardado mucho?
—No tanto —contestó aliviado de ver una cara conocida— ¿Cómo está el temporal?
—Amainó un poco, pero no hay que confiarse. ¡Vamos! Cuanto antes lleguemos al coche, antes nos iremos a casa —exclamó ayudándole a recoger sus cosas.
Los dos muchachos se encaminaron hasta el inmenso aparcamiento del aeropuerto donde se encontraba aparcado el coche de Daisuke. Era bastante viejo y muy grande, pero a Takeru no le sorprendió: su amigo no tenía que estar holgado económicamente.
Sin hacer ningún comentario, dejó las cosas dentro maletero, no sin antes pelear con él para que se abriera, y se acomodó en el asiento de copiloto, siendo secundado casi enseguida por su amigo.
Contempló —no sin horror— cómo estaba el coche lleno de envoltorios vacíos de comida rápida y cómo Daisuke se había prestado también a la moda americana de coleccionar en el salpicadero distintas figuras de dudoso gusto que seguramente le tocaban en los menús de las grandes cadenas de comida rápida:
—Disculpa el desastre —comentó su amigo adivinando sus pensamientos—. A veces es a lo único que tengo tiempo para comer antes de volver al trabajo.
—Puedo pasar la comida basura, Daisuke —no pudo evitar bromear mientras cogía una de las terribles figuras que coronaban el salpicadero y añadía— ¿Pero este Elvis Presley medio desteñido? Por dios, ¿quieres que tenga pesadillas esta noche?
—¿Qué le pasa? A mí me gusta —se defendió ofendido arrebatándoselo de las manos— Si vieras cómo se contonea cuando tomamos la Autopista, es el Rey y lo sabes.
Todo lo que Takeru hizo fue levantar las manos en posición de rendición y esto hizo que Daisuke se animase a arrancar el coche por primera vez. Los recibió un sonido de congestión del motor bastante desagradable y traqueteó ligeramente hasta que finalmente lograron ponerse en marcha, abandonando el recinto del aeropuerto.
Cuando se incorporaron a la autopista en dirección a la ciudad, Takeru por fin pudo ser verdaderamente consciente de la magnitud de la tormenta de nieve en la que se había visto envuelto. Masas de nieve se encontraban apostadas a ambos lados de la carretera y una máquina quitanieves trabajaba a toda velocidad tratando de despejar del todo las vías, provocando que la circulación fuese mucho más lenta. El cielo estaba completamente gris y podía apreciar el fuerte viento que arrastraba copos de nieve de un lado a otro.
A su lado, Daisuke había sintonizado la anticuada radio del coche y se podía escuchar el sonido enlatado de una canción que, en ese momento, retransmitían por la radio local. Tratando de evadir su mente de aquel sonido atronador, se quedó hipnotizado ante aquel paisaje tan devastador y se proyectó a sí mismo de forma inconsciente atravesando aquellas toneladas de nieve descalzo y solamente con la fuerza de sus piernas. Imaginó el frío helador de aquella nieve compacta bajo sus pies, el fuerte viento cortante golpeándole la cara y la sensación quemadora del frío sobre sus labios, congelándolos al momento.
Entonces Daisuke cambió la sintonía de la radio a otra aún más atronadora, sacándole de sus cavilaciones de forma violenta. Sacudió la cabeza y trató de volver a la realidad. Estaba demasiado cansado del viaje y su mente se perdía en cualquier cosa:
—¿Dónde queda exactamente tu casa, Daisuke? —preguntó curioso.
—En el West Bronx, a orillas del río Hudson —le explicó mientras terminaba de cruzar el distrito de Queens—. Pero no te alarmes, el vecindario en el que vivo no es peligroso, no hay muchos japoneses por allí, pero el alquiler es bastante asequible. Sólo será algo temporal hasta que el negocio remonte.
No pudo evitar mirarle con un gesto de ternura. Su amigo nunca se rendía y sabía que su lema siempre era el de seguir adelante pasara lo que pasara y hacer todo lo que fuera posible para conseguir sus sueños. No había cambiado ni un ápice desde que se conocían.
Pronto vio el complejo de edificios donde pasaría los próximos tres meses. Eran viejos y estaban un tanto destartalados, pero eso no le amilanó. Recordaba que, cuando compró su piso en Montmatre, éste se encontraba en un edificio que, por fuera, estaba completamente deshabilitado, pero cuando lo reformó por dentro, la sensación cambió por completo.
Sin embargo, el nivel de nieve acumulada en ese tramo de la carretera era tal que Daisuke se vio obligado a dar un rodeo y aparcar el coche en un lugar más apartado donde no había ni rastro de la nieve. Ya casi era noche cerrada.
Cuando salieron del vehículo y Daisuke se aseguró de que había dejado el coche bien cerrado, éste le indicó con una mano que le siguiera y eso hizo. Por el camino, se escuchaban sirenas de policía y disparos aislados lejos de allí, pero eso había sido suficiente para hacer que Takeru se encogiese dentro de su abrigo y acelerase el paso para no perder de vista a su amigo.
Entre los dos llevaron el equipaje de Takeru y pronto volvieron a divisar el edificio donde Daisuke vivía. Más de cerca todavía resultaba más desolador que a primera vista, a pesar de la luz eléctrica que vomitaban las viviendas de su interior:
—¡Subamos! —anunció Daisuke con su habitual buen humor— Hace un frío de muerte.
Takeru corroboró y le siguió silencioso hasta un tercer piso sin ascensor donde fueron recibidos por dos puertas con la pintura desconchada y bastante viejas. Daisuke comenzó a maniobrar con su llave haciendo más ruido del que debiera y le invitó a entrar mientras las sirenas de la policía cada vez se escuchaban más cerca:
—¡Ya estamos! Bienvenido a mi humilde morada, Takeru —celebró Daisuke, encendiendo la luz y mostrándole su vivienda.
Takeru se internó en la estancia y lo primero que pudo apreciar era el horroroso frío que se había quedado atrapado entre aquellas paredes, permitiendo que el vaho que salía de su boca al respirar fuera visible a sus ojos. Contempló el hogar de su amigo y sintió un intenso desamparo ante el panorama que se le presentaba ante sus ojos. Apenas tenía muebles y la naturaleza desordenada y un tanto desastrosa de Daisuke estaba presente en forma de ropa arrugada y otros objetos no identificados desperdigados por el suelo. Viendo aquel lugar donde pasaría los próximos meses le hizo preguntarse por qué le pareció una buena idea buscar su inspiración en aquel lugar. Seguramente a esta le hubiera gustado aquel lugar menos que a él.
—Bueno, ¿qué te parece? —preguntó Daisuke con la mano en la nuca nervioso—. Sé que no es gran cosa, pero mañana seguro que lo verás de otra forma. La calefacción está estropeada y hasta mañana no vendrán a arreglarla, pero te he dejado mi viejo calefactor en la habitación donde dormirás. Te prometo que no pasarás ningún frío.
—¿Tienes dos habitaciones? —preguntó sorprendido.
—Sí, era la de mi antiguo compañero de piso… un tipo muy extraño, la verdad. Me alegro de que se haya largado a pesar de que dejó a deber un montón de meses de alquiler… —le explicó entonces.
—Muy bien —contestó Takeru dejando sus bolsas en el suelo y rebuscando en su cartera hasta que halló un fajo de dólares recién adquiridos en el aeropuerto— ¿Cuánto necesitarás para los próximos tres meses?
—¡Ni lo sueñes, Takeru! Eres mi invitado —exclamó Daisuke indignado.
—No puedo permitir que corras con mis gastos —espetó Takeru tendiéndole el dinero—. Me lo agradecerás a final de mes.
—De verdad que no es necesario —contestó Daisuke cerrado en banda—. Por favor, me vas a ofender.
—Está bien, pero yo te ayudaré con tu negocio a cambio de todo esto —cedió finalmente y se apresuró a añadir antes de que Daisuke abriera la boca— No admito objeción alguna.
—De acuerdo, aunque te vas a aburrir —aceptó el otro chico mientras se estiraba—. Bueno, será mejor que nos vayamos a dormir. Mañana tengo que trabajar temprano.
Takeru asintió y bostezó, dándose cuenta por primera vez de lo que cansado que se encontraba. Daisuke le dio todo lo que podría necesitar durante los días que pasarían juntos y se despidieron en la puerta de sus respectivas habitaciones.
Ni siquiera echó un vistazo a la habitación cuando entró y se abalanzó sobre el colchón, sintiendo los muelles crujir y el calor que despedía aquella vieja estufa, segundos antes de caer completamente dormido.
Notas finales: Espero que os haya gustado.
Antes de nada, me gustaría aclarar que jamás he pisado suelo neoyorquino. Todo lo descrito aquí es parte de un proceso de investigación de páginas de turismo, curiosidades y fotos de Pinterest. Si vosotros habéis estado y descubrís algo que no os cuadre, no dudéis en comentármelo.
Nos leemos en el siguiente episodio.
