El niño es ahora un adulto.
Un adulto infeliz, resentido, que tiene el corazón lleno de amargura.
Un hombre que mira la felicidad de los otros desde la distancia, con ojos cargados de envidia y añoranza.
Él se sabe despreciado por las gentes, quienes mantienen un silencio receloso ante su presencia: a sus espaldas, los niños hacen burla de su persona e imitan su torpe manera de caminar.
Cojeaba de una pierna, producto de su caída nocturna, empeorándose su renguera debido a los malos tratos recibidos del juez malo y la institutriz.
Ambos han muerto ya desde hace un tiempo; la vieja institutriz contrajo una gravísima enfermedad, que la hacía toser sangre copiosamente, o al menos eso es lo que dicen algunos: Un grupo de beatas hipócritas comenta entre suspiros que ahora esa perversa mujer se encuentra en presencia del Señor, habiendo alcanzado la paz después de una larga agonía.
El juez malo también contrajo una grave enfermedad: Producto de sus constantes borracheras, terminó encontrando la muerte un día de invierno, cayendo desde lo alto de un puente a un lago congelado, rompiéndose la nuca.
Su entierro fue de lo más miserable, acudiendo únicamente ese desdichado joven a quien ese rufián había adoptado sin otro propósito más que el de preservar su apellido.
Mientras lo enterraban, a ese joven le parecía escuchar un leve sonido proveniente del cajón, como si alguien estuviese golpeando desde adentro: Bien fueran aquellos golpes reales o imaginarios, el joven no dijo nada al respecto, sintiendo que el hecho de ser enterrado vivo no era suficiente castigo para ese miserable.
"¡Demasiado tarde y demasiado endeble es el castigo que ese par de almas mezquinas reciben…!" se lamenta varias veces el desdichado hermano de la pobre y enfermiza Alma, quien numerosas veces fuera testigo silente de las terribles fechorías de aquel horrible juez, presenciado cómo es que aceptaba en su casa a la peor gentuza, quien esperaban conseguir su favor por medio de sobornos; ha perdido también la cuenta de a cuantos hombres inocentes él había mandado a la horca.
"No es suficiente el castigo que esos dos recibieron…" piensa ese joven, quien ni siquiera mucho tiempo después de la muerte de ambos puede sentir alivio para su rencor.
Él ya no cree en milagros, ni tampoco en la justicia divina: Ya dejó inclusive de creer en la posibilidad de reunirse alguna vez con su querida hermana, aunque hay veces en las que no puede evitar preguntarse si acaso ella vivirá todavía.
Ya lleva un buen tiempo buscándola por toda aquella región, yendo de granja en granja, sin que nadie sepa darle razón con respecto al paradero de sus padres, ni de sus hermanos, ni de la pobre Alma.
Hay veces durante las cuales se pregunta si su memoria no le engaña, si acaso en verdad no será él realmente hijo de aquel juez malo.
Ya no volvió a escuchar más la alegre música proveniente del bosque cercano, ni tampoco volvió a ver a esa misteriosa niña de cabellos azules: Sin embargo, hay noches durante las cuales él cree escuchar un murmullo espectral proveniente de los árboles aledaños a la casona, el mismo que se le hace semejante a la lamentación de una voz humana.
Él recuerda haber leído alguna vez en La Divina Comedia que el castigo de los suicidas era ser convertidos en árboles cuyas ramas eran arrancadas por las harpías: Hay noches en las que tiene pesadillas espantosas, apareciéndosele la vieja institutriz y el viejo juez convertidos en árboles horribles, cuyas ramas eran arrancadas por demonios; y uno de esos demonios tiene su propio rostro, de gesto tan monstruoso que ya ni siquiera parece el de un ser humano.
