Aclaración: La letra cursiva se utiliza para flashbacks.
2 – UNA MISIÓN INESPERADA
Se había quedado parada en mitad del andén 9 y ¾, pensando en las últimas y duras palabras de su inusual compañero, rodeada de lacrimosos padres que observaban como el majestuoso expreso escarlata de Hogwarts se convertía en una diminuta gota de sangre y humo negro manchando el horizonte. Sin duda había sido una última semana de vacaciones muy distinta a todas las demás.
Aquel día había amanecido extrañamente claro y despejado, si es que a la primera luz de la mañana se le podía llamar amanecer. Se trataba de un tiempo impropio para la ciudad de Londres, mucho más acostumbrada al frío, a la humedad y a la llovizna incluso en los meses veraniegos. Una tormenta había provocado cientos de daños en la ciudad apenas unas semanas atrás.
Tonks todavía no sabía qué hacía sentada, sola, en aquella cafetería muggle a las afueras de la capital pocos días antes de finalizar agosto. Estaba demasiado lejos de casa, e incluso había tenido que pedir indicaciones a una madrugadora pareja de muggles, pues estaba convencida de no haber pisado jamás el barrio en el que ahora se encontraba. Era demasiado temprano, y uno de sus últimos días de vacaciones para más inri... podía haber aprovechado la mañana para disfrutar en compañía de sus familiares; salir a tomar algo con sus amigos; u holgazanear entre las sábanas de su mullida cama. Sin duda se merecía un buen descanso antes de incorporarse a la Academia de Aurores. Los próximos años pintaban largos y complicados si pretendía ganarse la vida deteniendo a magos criminales. Había aprobado el examen de ingreso de milagro, pero había aprobado tras un año entero de estudio sin descanso desde que abandonó el colegio... Un año que había pasado factura en sus facciones y cuerpo: pérdida de peso; nuevos tonos grisáceos en su corto cabello que con gusto había decidido conservar; nuevas y pronunciadas ojeras que acentuaban todavía más su pálido rostro; y una incomunicación perpetúa con los que hasta ese momento habían sido sus mejores amigos. Sí, sin duda se merecía un buen descanso... más su antiguo director de Hogwarts no parecía coincidir con aquella opinión.
Había recibido una lechuza de Albus Dumbledore unos días antes, solicitando su presencia esa misma mañana y en aquel apacible lugar, alejados del mundanal ruido de la ciudad y su aire contaminado. No obstante, pasaban 15 minutos de la hora establecida en el pergamino y seguía sola, como el café helado que le había pedido al camarero, ondeando el horizonte en busca del viejo rostro familiar que allí la había citado. Pensar en Dumbledore transportó sus pensamientos inmediatamente a Hogwarts y a los mejores años de su vida: Recordó a Rowan Khana y Penny Haywood, sus íntimos e inseparables amigos y compañeros de Hufflepuff; aquellas tardes bebiendo cerveza de mantequilla en las "Tres Escobas"; los largos paseos por el nevado Hogsmade; las infinitas charlas a las orillas del Lago Negro, su pequeño destrozó al jardín del guardabosques durante una de sus primeras clases de vuelo; el eterno olor a comida que siempre impregnaba la sala común debido a su proximidad con las cocinas del colegio; aquella vez que "soltó" por accidente una tentacula venenosa en el aula de Pociones… Había pasado sólo un año, pero aquellos recuerdos parecían ya muy distantes en el castillo de su memoria.
Tan inmersa se encontraba en sus pensamientos, que ni siquiera se percató de que un hombre se había sentado bruscamente en su mesa frente a ella, y no se trataba de un hombre cualquiera, ni siquiera de aquel al que estaba esperando, sino de Alastor "Ojoloco" Moody.
- Llego tarde –dijo escupiendo atropelladamente las palabras con su voz ronca, como si debiera deducir de su respuesta que Tonks le estaba esperando.
Tonks estaba convencida por su tono de que no se trataba de una disculpa, pero esas pocas palabras daban a entender que Dumbledore también le había invitado, y que al contrario que ella, sí sabía que habría más de una persona en la reunión. Antes de que pudiera replicar contestación alguna, su acompañante le había pedido al camarero un té por cortesía, había inclinado la cabeza y cerrado su único ojo visible, disminuyendo lentamente el ritmo de su respiración. Era asombrosa la facilidad con la que parecía haberse quedado dormido.
Tonks no conocía personalmente al exauror. Únicamente lo había visto de reojo semanas atrás durante las pruebas de acceso a la Academia de Aurores en las que Moody, debido a su larga y legendaria trayectoria, había participado como asesor ante el asombro de todos, pues era bien sabido de su nefasta relación actual con el Ministerio de Magia. Sin embargo, estaba tal y como lo recordaba de aquellos exámenes teórico-prácticos; alto, robusto y musculado, con una larga melena en parte negra y parte cana, medio afeitado, una piel gruesa marcada por innumerables cicatrices, una boca pequeña y una enorme nariz seccionada por algún maleficio del pasado. No se podía considerar a Alastor Moody como un hombre atractivo, pero desprendía un aura de experiencia en todos los poros de su rostro. Incluso el resto de los clientes muggles que llegaban a la cafetería le echaban alguna que otra mirada llena de curiosidad. Pero sin duda, lo que más llamaba la atención de Moody y lo convertía en un hombre terrorífico, eran sus ojos: Uno era oscuro, pequeño y brillante, mientras que recordaba el otro, tapado ahora por un parche de cuero negro, bastante grande, redondo como un abalorio metálico, azul eléctrico y sin párpado, moviéndose sin cesar, girando de arriba hacia abajo y de un lado para el otro, estudiando el alrededor, completamente independiente de su ojo humano.
¿Qué hacía él allí? No habían compartido nunca palabra alguna, ¿por qué los había citado Dumbledore juntos? ¿acaso esperaban a alguien más? ¿y por qué demonios el director no había hecho acto de presencia todavía?
- ¡ALERTA PERMANENTE! –gritó de repente Moody, asustando a Tonks y provocando que se le cayera la taza de café al suelo, resquebrajándose en mil pedazos y vertiendo todo su contenido tanto por la mesa como por su ropa.
El resto de los clientes posaron sus miradas de mofa en ella, juzgándola por su torpeza, señalándola como el origen de tal desastre. El camarero, que traía el té de Moody, empezó a limpiar el caos que había provocado, marchándose con los trozos de cerámica y una molesta mirada. No era justo, si bien tenía la fama de ser alguien torpe, esta vez no podían declararla culpable de aquel estropicio.
- ¡Me cago en Merlín! ¡maldita sea! ¿se puede saber a qué ha venido eso? –preguntó molesta mientras se agachaba para intentar secar el café de sus recién estrenados pantalones (no podía hacerlo mediante magia debido a la proximidad de los muggles que los rodeaban), pudiendo apreciar bajo la mesa la pata metálica terminada en una garra de su acompañante.
- Vaya, esperaba que hubieras mejorado tu concentración. Sin duda te hace falta, sobre todo después de ver tu patética actuación durante las pruebas de acceso –replicó Moody. – Pero no te preocupes... peor no puedes hacerlo. Con el tiempo seguro que hacemos de ti una auror excelente, o por lo menos alguien mínimamente capaz de detectar incluso mis más inoportunos ataques –añadió finalmente ignorando por completo su pregunta.
- ¡Espere un momento! ¿usted va a entrenarme? ¿por eso estamos aquí? ¿se lo ha pedido Dumbledore? Si ni siquiera he empezado el curso básico de la academia. No puedo empezar a trabajar, y mucho menos con usted…
- ¡No digas tonterías! –bramó Moody interrumpiéndola. – Por supuesto que no voy a entrenarte. ¡JA! ¿entrenar yo a mi edad? Tengo 60 años querida, y formas más entretenidas con las que perder mi valioso tiempo. Menuda estupidez, te creía más lista. ¡Y hazme el favor de sacar la varita del bolsillo trasero de tu pantalón! ¡podrías perder fácilmente una nalga! Estamos en una misión especial, por lo que necesito que la tengas a mano ante cualquier improvisto –sonaba amenazador a pesar de no haber levantado un ápice el tono de su voz, temeroso de que alguien pudiese escucharlos hablar de magia o de varitas. - ¡Esta juventud! A nadie le importan ya las medidas de seguridad.
- ¿Una misión? ¿Cómo voy a hacer yo una misión? Apenas hace un año que terminé la escuela, y no he recibido más formación desde entonces –preguntó Tonks de forma atropellada por los nervios, sin obviar ni olvidar que aquel hombre había visto a través de su ropa para localizar su varita. Toda esa información nueva no solucionaba ninguna de sus dudas, al contrario, sólo añadía más.
- Eso mismo pienso yo, querida –contestó Moody, enfadándola todavía más por el tono condescendiente de sus palabras. – No sé en qué demonios está pensando Dumbledore confiando en una cría. Pero así es él, le gusta confiar en los jóvenes, dice que son el futuro y… ¡estupideces!, quizás haya perdido la cabeza del todo.
Moody llevaba apenas 10 minutos sentado junto a ella, pero ya la había asustado, provocado que derramara su bebida, "desnudado" e insultado de varias formas distintas, pero también sonreír con aquel comentario ¿Quién iba a decir que sería "Ojoloco" Moody el más indicado para llamar loco a Albus Dumbledore? Por último, le había otorgado un hilo de información del que ir tirando para llegar a entender la situación en la que se encontraban en esos momentos.
- Entonces… dice usted estamos en una misión para Dumbledore ¿en qué consiste?
- Guardia y escolta –respondió Moody a la vez que sacaba una vieja petaca verde con el tapón en forma de calavera plateada del bolsillo interior de su ligero abrigo y daba un sorbo corto.
Tonks no pudo reconocer el contenido de la petaca por su olor, pero podía asegurar que no se trataba de zumo de calabaza ni nada que ella estuviera dispuesta a probar. Se percató entonces de que Moody no había probado el té que el camarero le había servido y que ya debía de empezar a enfriarse. Se rumoreaba que cuando finalizó la guerra, Moody empezó a desconfiar de todo el mundo y a desarrollar ciertas costumbres erráticas y antisociales, más propias de tiempos de batalla como comer con sus propios cubiertos, oler la comida antes de metérsela en la boca, beber de su propia petaca, o echar maleficios a cualquiera que hablara más alto de lo normal sin avisar en su presencia.
- No me ha dicho a quién debemos escoltar si esa iba a ser tu siguiente pregunta –añadió en seguida Moody dejando a Tonks literalmente con la palabra en la boca y medio sonrojada, pues el exauror había leído completamente su mente e intenciones. – Sin embargo, conociendo a Dumbledore, y dadas las circunstancias en las que nos encontramos, no ha sido difícil descubrir la identidad de la persona a proteger –hizo otra pausa para volver a beber de su petaca. - ¡Ese viejo verde! ¡Se cree más listo que nadie! ¡Se cree mucho más listo de lo que en realidad es! ¡JA! A mí no me la cuela… no, no, no, conmigo no podrá. Yo veo como teje poco a poco su enredadera y manipula a los demás.
Tonks se sorprendió ante la dureza de aquellos comentarios. Se estaba refiriendo a Albus Dumbledore, probablemente el mago más importante de la historia. Nunca había escuchado a nadie hablar así de él en aquellos términos. A pesar de ellos, podía notar cierto grado de camaradería en el tono de sus palabras. Estaba convencida de que la intención de Moody no era la de ofender al director de Hogwarts, que seguramente sólo sentía amistad y admiración por Albus Dumbledore.
- Entonces… –empezó Tonks para que Moody volviera a mirarla. - ¿A quién debemos escoltar?
- No voy a decírtelo… No todavía al menos –dijo tranquilamente con la voz pausada. – Es algo que puedes y deberías descubrir por tu cuenta, si es que pretendes demostrar ser digna para la misión. Un auror, incluso una novata como tú, ante cualquier nueva circunstancia con la que se encuentre, lo primero que siempre debe preguntarse es el "¿por qué?".
- ¿El por qué? –repitió Tonks, si bien sólo pretendía arañar de Moody alguna otra pista o que éste continuara con su explicación.
- Así es. Primero, ¿por qué estoy yo aquí? –preguntó mirándola a los ojos, esperando que fuese ella quien contestase a la pregunta. – Llevo retirado y apartado del Cuartel General de Aurores desde 1985, 6 años ya, desde que "amablemente" me pidieron que me fuera –añadió finalmente con sorna ante el silencio de Tonks a la pregunta. - ¿Por qué no le ha confiado la misión a Kingsley Shacklebolt? Ha demostrado estar más que capacitado para misiones mucho más complicadas, además es de los pocos hombres dignos de confianza dentro de ese barco de pretenciosas y avariciosas ratas que es el cuartel –finalizó mientras se balanceaba lentamente en su silla, de atrás hacia delante, y con su único ojo bueno fijo en ella, pero sin llegar a verla, perdido en sus divagaciones.
- No –se apresuró a contestar, continuando con su monólogo y olvidando que se encontraba junto a él. – Yo soy un apestado para el Ministerio, no quieren verme ni en los recortes de "El Profeta". Si Scrimgeour no hubiese estado del todo ocupado ni me habría pedido que participará en las pruebas de acceso. No tendría que haberles ayudado –podía notar la melancolía en sus palabras, sin duda echaba de menos su trabajo. – Ese es el motivo principal por el que me ha escogido para esta misión, a parte de mi sobrada experiencia –afirmó dándose la razón a sí mismo. No iba a ser ella quien negase tal premisa. – A Dumbledore le encanta guardar secretos y manejar el mundo a su antojo desde lo más alto de su torre. No quiere que nadie conozca que se trae entre manos, mucho menos que se entere el Ministerio... por eso me la ha encomendado a mí.
Se hizo el silencio durante un breve período de tiempo, el suficiente para que los primeros comensales empezaran a levantarse una vez terminados sus desayunos, y otros ocuparan sus lugares. La ciudad parecía haber superado su somnolencia y cobrado vida, los muggles salían de sus casas dispuestos a disfrutar del caluroso día, pero ella sólo tenía ojos y oídos para su acompañante. Se había quedado de piedra escuchado el primer razonamiento de Moody sobre la misión, quería escuchar más y no interrumpirle, por temor a devolverles a la triste realidad en la que él estaba disgustosamente jubilado y ella no era más que una joven sin ninguna experiencia.
- ¿Por qué? –volvió a empezar Moody. - ¿Por qué estás tú aquí? ¿Aparte de tu edad, qué te hace tan especial para que el mismísimo Dumbledore te haya incluido en la misión? ¿Por qué estás tú aquí, Nymphadora Tonks? –había recalcado lentamente su nombre de pila con una sonrisa dibujada en su cara, como si supiera que desencadenaría llamarla por su nombre completo.
- ¡NO ME LLAMES NYMPHADORA! –exigió Tonks provocando que los pocos clientes que quedaban se giraran molestos y asustados en su dirección. No cabía duda de que se estaban volviendo la atracción principal de aquella mañana. – Me llamo Tonks –dijo recuperando su habitual tono de amabilidad.
Dedujo que Moody ya sabía la respuesta, pero no pensaba compartirla. Estaba probando su nivel de análisis y deducción, comprobando si, a pesar de su nefasta opinión sobre ella, era válida para el puesto, digna de confianza para continuar con la misión. Tardó más tiempo en hallar la respuesta del que le hubiera gustado, tanto que Moody parecía haber vaciado su petaca mediante varios tragos esparcidos en el tiempo. Su participación en la misión parecía deberse a algo que le había acompañado durante toda su vida.
- Mi condición de metamorfomaga –añadió finalmente con tristeza. Esperaba que la hubiesen elegido por todo su esfuerzo en aprobar el examen de ingreso, no por algo ajeno a su voluntad con lo que había nacido.
- ¡Correcto! ¡correcto! –celebró Ojoloco por poder volver a conjeturar sobre la misión, sin llegar a apreciar el cambio de ánimo de Tonks. – Muy buena deducción. Con tus condiciones, puedes ser tú misma o cualquier otra persona, lo que añade un tercer pilar en nuestra misión –aguardó unos segundos para que contestase ella, o para introducir más suspense en su análisis. – CA-MU-FLA-JE. Sí, debemos pasar inadvertidos por completo.
- Entiendo… ¿y cuál es el siguiente "por qué? –preguntó Tonks de inmediato, ansiosa y disfrutando enormemente de la conversación, aprendiendo mucho más aquella mañana que de los aburridos libros que le habían obligado a comprarse y que sólo había ojeado.
- Una pregunta mucho más difícil de contestar. ¿Por qué estamos justo aquí? –agregó mientras extendía los brazos, intentando abarcar todo el ancho de la calle con ellos. – Fíjate detenidamente en el lugar que nos ocupa. No sólo en esta cafetería o esta mesa en particular, si sólo observas el tronco del árbol que tienes enfrente te perderás en la inmensidad del bosque –Tonks sonrío al descubrir que Moody era alguien propenso a utilizar metáforas. Hubiera apostado los pocos galeones de su recién abierta cuenta en Gringotts contra aquella idea, y habría perdido.
Tonks intentó seguir su consejo, observar con detalle todos los puntos que la rodeaban… pero allí no había nada más que bloques de apartamentos, alguna tienda muggle, un parque en que jugaban algunos niños bajo la atenta mirada de sus padres, y la cafetería en la que estaban sentados. En esa calle no había nada extraño, probablemente fueran los únicos magos en kilómetros a la redonda… ¡ESO ERA! Dumbledore les había citado en una zona residencial común muggle, apartada de todo indicio de magia, reforzándose así su intención de no ser vistos y pasar inadvertidos.
- No hay ningún mago cerc….
- ¡SÍ! –gritó jubilosamente Moody volviendo a interrumpirla. – Bueno, más o menos –matizó con una enorme sonrisa. – Pero sí, no hay ningún núcleo de población mágica cerca. Deberíamos coger el autobús noctámbulo para ir a San Mungo, al Callejón Diagón o a cualquiera de las entradas del Ministerio, ni siquiera la red Flú pasa por aquí. Muy buena deducción. Por lo tanto…
- ¿Se trata de asuntos de muggles? –preguntó Tonks confundida. Esta vez había sido ella quien interrumpió al exauror. Aquello no tenía sentido, y le restaba mucho interés a la misión.
- No –replicó inmediatamente Moody. – Dumbledore no se preocuparía tanto por asuntos de muggles, además, es al Ministerio al que solicitan la seguridad de las personas no mágicas más influyentes. Pero, debe de tratarse de algún mago para el que el mundo de la magia es del todo desconocido.
- Un mago que no sepa de nosotros, que viva en una zona residencial muggle, y que necesite ayuda… –empezó a enumerar Tonks en voz baja, con la mirada perdida y rozando con el pulgar la yema de sus dedos ante cada una de las circunstancias. – Si incluimos mi juventud como variante de la incógnita... Debe ser un alumno nuevo sin padres, pero ¿por qué ocultarlo al Ministerio?
- Vas muy bien encaminada... y a la vez estás tan lejos de la respuesta –fue sólo un segundo, pero Tonks juraría que Moody había vuelto a sonreír, pero esta vez de satisfacción por la respuesta que ella había dado, y no por lo mucho que parecía gustarle escucharse a sí mismo. – Dumbledore tendrá cientos de títulos y mil quehaceres, pero ante todo es director de Hogwarts. Nada le importa más que sus alumnos y su dichoso colegio.
Moody no dijo nada más, y ella así lo prefería, se limitó a sacar un reloj de bolsillo de oro de su abrigo y dejarlo sobre la mesa, en una posición en la que podía ver como el minutero avanzaba mucho más rápido de lo que deseaba, escuchando como el tic-tac del segundero perforaba su cabeza. Ese hombre estaba, literalmente, torturándola, poniendo obstáculos a su concentración para comprobar si podía dar con la respuesta incluso bajo presión… pero no podía, sin una nueva pregunta que hacerse o una nueva pista a la que aferrarse terminaba por rendirse en un callejón sin salida.
- Me rindo –añadió Tonks finalmente, abatida y agotada. - ¿Cuál es el siguiente paso?
- Introducir el concepto del tiempo –contestó Moody tranquilamente, señalando el reloj que minuciosamente había colocado en la mesa minutos antes. Había estado jugando con ella todo ese silencioso tiempo, el mismo objeto con el que la había estado torturando era a su vez la pista que tanto necesitaba. - ¿Por qué ahora? –preguntó Moody, más no le dejo tiempo para que contestase, había perdido su oportunidad. – Diez años –susurró dándole de nuevo voz a sus pensamientos. – Diez años han pasado desde la última vez que Dumbledore me confiara personalmente misiones de guarda y escolta al margen del Ministerio.
Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Tonks por la fecha en cuestión. Diez años era el tiempo que el mundo mágico había estado en paz desde la caída de "El que no debe ser nombrado" en 1981. Para entonces ella sólo tenía nueve años, pero con el tiempo fue más consciente de todo el daño que la guerra había hecho: Grietas en un sistema que no habían terminado de sanar, familias rotas por el dolor, la muerte o los enfrentamientos entre sus integrantes, si bien su familia en particular llevaba rota mucho tiempo antes del conflicto bélico. Por mucho que dijesen lo contrario los libros de texto, la guerra no parecía haber acabado para gente como Alastor Moody, y estaba convencida de que Albus Dumbledore era alguien del mismo parecer.
- ¿Sabes ya la respuesta? –preguntó Moody.
Se levantó bastante rápido para alguien con una pierna de metal. Con tres largas zancadas y su habitual cojera llegó hasta la única otra mesa ocupada del café. En ella, un hombre adulto, vestido con un impoluto traje de cuadros grisáceo, con el pelo corto, castaño casi pelirrojo, leía meticulosamente el periódico, mientras que, a su lado, un chico que podría ser su hijo se encontraba inmerso en un libro demasiado grueso para alguien de su tamaño. Se había quedado parado frente a ellos, controlando a ambos comensales de manera individual, su ojo humano observando el periódico con el que el hombre se tapaba el rostro, y el ojo metálico, oculto bajo el parche de cuero, hacía tanto ruido que parecía querer escapar de su órbita circular.
- Sí –dijo ella levantándose de la mesa con dirección hacia su acompañante.
- Dilo Tonks –exigió Moody con un tono eufórico, sin apartar la mirada de la pareja que se unía a su conversación. - ¿Qué personaje público, desconocedor de nuestro mundo, ha escondido Dumbledore de las sucias garras del Ministerio durante los últimos diez años? ¿Qué niño, a punto de comenzar Hogwarts, puede ser tan importante como para necesitar una delegación que le proteja mientras pasa inadvertido? –todas y cada una de las preguntas las había hecho con una sonrisa de oreja a oreja, pero esta vez no había intentado disimularla ni había durado apenas un instante.
Tonks llegó hasta ellos en el momento en que Moody retiraba el periódico de las manos del adulto, dejando ver una recortada barba pelirroja y unos viejos ojos azules ocultos tras unas gafas de media luna. Todas las piezas encajaban perfectamente; Dumbledore y su misticismo, el momento y el lugar oportunos, todos los "por qué". Era imposible que estuviera equivocada en la respuesta, Moody se había preocupado de conducirla lentamente hacia ella, irradiándola de un increíble sentimiento de satisfacción y victoria del que quería disfrutar y que el mismo Moody parecía compartir.
- Harry Potter –contestó Tonks finalmente, casi en un susurro, sólo perceptible para las cuatro personas que se enfrentaban en la mesa, dos de pie y dos sentadas. Moody tenía la ventaja de poder observar a los dos comensales a la vez, pero ella no podía, o no más bien no quería apartar la mirada del niño que se encontraba sentado a su izquierda. Unas gafas redondas ocultaban unos profundos ojos verdes que le devolvían una mirada desafiante.
No era consciente del tiempo que llevaban en silencio desde su última intervención, aguantando las miradas cuando el hombre, ya sin su periódico, les pidió que se sentaran y les acompañasen en su mesa. Tonks se percató entonces del libro que había estado leyendo el chico desde primera hora de la mañana: "Hogwarts, una Historia". Justo enfrente de sus narices todo el tiempo... en el futuro debería prestar más atención a los detalles que la rodeaban.
- Brillante deducción, mi querido Alastor –respondió el hombre trajeado que, con un sutil movimiento de su cucharilla de té hizo desaparecer el hechizo óptico que modificaba sus apariencias.
Poco a poco el adulto que les había pedido que se sentasen empezó a desaparecer. En su lugar se encontraba un anciano de rostro familiar y expresión bondadosa, de complexión alta y delgada, con incontables arrugas por el inevitable paso del tiempo. Tenía la nariz larga y encorvada, el cabello le había crecido y adquirido un tono plateado. A Tonks le pareció que el viejo director no imponía tanto tomándose un té detrás de una mesa de plástico como sí lo hacía en los terrenos y murallas de Hogwarts.
Su acompañante juvenil por el contrario sólo cambió el tono de su cabello, pasando de un castaño claro a un intenso negro azabache. Además, una cicatriz en forma de rayo empezó a dibujarse lentamente en su frente, como si la estuvieran perfilando en su piel en ese momento con una varita. Un escalofrío la hizo estremecer en cuanto se fijó en el punto de impacto de la maldición asesina. Habían pasado ya diez años y nadie podía explicar todavía cómo Harry Potter había sobrevivido aquella fatídica noche. Aguantarle la mirada al joven comenzó a hacerle sentir incómoda, incluso mareada, la cabeza comenzó a darle vueltas, como si un trol estuviera golpeándola durante horas después de una noche de borrachera con whiskey de fuego. Finalmente apartó la mirada, haciendo así desaparecer el ligero siseo incomprensible que había estado escuchando durante unos segundos, ¿había sido cosa del chico? ¿era Harry Potter alguien peligroso? Sentía la necesidad de preguntarle cientos de dudas que bombardeaban su cabeza, más se quedó en completo silencio.
- Cada vez que escucho alguna de tus brillantes deducciones comprendo porque el Sombrero Seleccionador te colocó en Ravenclaw, Alastor –el comentario de Dumbledore la sacó de sus pensamientos sobre el chico, volviendo a posar su mirada en los magos adultos que la acompañaban.
- ¡Papanatas! –respondió inmediatamente Moody. – Sabes tan bien como yo que el sistema de Casas sólo sirve para enfrentar a unos alumnos con otros e integrar a los primerizos. Si estos no se cagasen en los pantalones al cruzar las puertas del Gran Comedor por primera vez, la selección dejaría de tener sentido.
- Hogwarts no prohíbe a los alumnos fraternizar con compañeros de otras casas, Alastor –contestó Dumbledore. – Al contrario, intentamos incentivarles a relacionarse con todos los compañeros. Por eso tenemos un sistema alterno de clases. Además, sería imposible impartir estas si juntásemos a todos los alumnos de cada curso juntos. Sé que todavía queda mucho trabajo, pero no podemos hacer que se enfrenten a sus objetivos sin un hogar en el que apoyarse y en el que se sientan cómodos –el director se quitó las gafas y empezó a limpiarlas con un viejo pañuelo de seda que sacó del bolsillo de su túnica mientras miraba de reojo a Harry Potter. – Ningún joven debería pasar por Hogwarts sin disfrutar de la compañía de unos buenos amigos.
Tonks no estaba completamente segura, pero parecía que Dumbledore intentaba mandarle un aviso al joven Potter, que no había dicho una sola palabra desde que se habían sentado junto a ellos. Tampoco recordaba haberlo escuchado hablar cuando estaba oculto bajo el hechizo óptico. Parecía sumergido en su lectura, ignorando por completo la conversación entre los adultos y las indirectas dirigidas hacia su persona.
Respecto al tema de las casas sobre el que discutían, se sentía con la obligación de darle la razón a su antiguo director. Su amistad con Rowan y Penny era uno de los mejores regalos que se llevaba del colegio, y no sabría decir que habría sido de ella sin ellos durante aquellas primeras semanas de confusión y clases. También había tenido buenos amigos de otras casas. Gryffindor, Ravenclaw y Huflepuff parecían vivir en armonía en la escuela, siempre con sus más y sus menos por supuesto... Slytherin era un caso aparte. Parecían sentirse a gusto sin relacionarse con el resto de casas, despreciando a cualquiera que no vistiera el uniforme verde y plata. Quizás eso había provocado que el resto de los alumnos mantuvieran con ellos el mismo sentimiento recíproco, y era una pena, porque algunos compañeros de Slytherin no merecían dicho trato. Dumbledore tenía razón, aún tenían mucho trabajo que hacer en esa faceta del colegio.
- En cualquier caso –dijo Dumbledore comenzando de nuevo la conversación – Como bien has deducido, el joven Potter debe coger el expreso a Hogwarts el 1 de Septiembre, al igual que el resto de estudiantes, y me gustaría que ese día fuera únicamente un alumno más. Todavía faltan 4 días, lo que considero tiempo más que suficiente para llevar a cabo las compras y solucionar cualquier posible conflicto que surja –se levantó y estrechó cariñosamente la mano a Moody, sonrió a Tonks y echó una última mirada de preocupación al chico. – Nos veremos pronto Harry, procura hacer todo lo que te digan. Lo dejo en tus manos, Alastor –había avanzado sólo unos pocos pasos en dirección contraria a la suya cuando se dio la vuelta. – Ha estado muy bien hoy señorita Tonks, justo como me imaginaba, estoy seguro de que tendremos grandes noticias de usted en el futuro.
El anciano se metió las manos en los bolsillos y dio media vuelta antes de seguir su camino entre la columna de farolas, silbando una alegre melodía a la vez que volvía a convertirse en un adulto de mediana edad perdiéndose en la distancia. Aquel último comentario la había hecho tremendamente feliz a Tonks.
- Pongámonos ya en marcha –dijo Moody levantándose rápidamente de la mesa como segundos antes había hecho Dumbledore. – No tenemos todo el día. Debemos fijar una base lejos de aquí, buscar otra para mañana, sí, sí, sí –había dejado de hablar con ellos, pero continuaba elaborando el plan en su cabeza. – Lo primero será devolverte al estado en el que te conocimos, chico.
- Ya lo hago yo –comentó Tonks adelantándose a Moody que ya había sacado su varita después de comprobar varias veces los alrededores. - ¿Quieres algún color de pelo u ojos especial? ¿quieres parecerte a algún famoso de la televisión? Mi padre se pasa las horas delante de ella, puede que entienda las referencias –su intención era la de ser amable, pero sentía incomodidad respecto al chico: quizás fuera su sonrisa, o la ausencia de esta, quizás su mirada desafiante y penetradora, o quizás fueran sólo imaginaciones suyas y se tratase sólo de un niño, probablemente asustado por la apariencia y los modales de Ojoloco y con miles de preguntas por hacer. – Me llamo Tonks, Nymphadora Tonks. Pero te mataré de la forma más dolorosa posible que puedas imaginarte si me llamas así alguna vez –aclaró con una sonrisa cómplice que el joven terminó finalmente por devolverle.
Después de aquel primer contacto los días pasaron lentamente, y para Tonks la misión resultó ser mucho más fácil de lo que había imaginado en su primer encuentro con Dumbledore, Moody y Harry. Quizás porque la paranoia de "Ojoloco" le hacía preparar minuciosamente hasta el más mínimo detalle en cada una de sus incursiones: Cada mañana habían ido al Callejón Diagón, entrando desde uno de los diferentes puntos de acceso y cambiando diariamente su aspecto, ella como metamorfomaga se adecuaba al aspecto que llevase Harry bajo el efecto del hechizo óptico. Se las había arreglado para parecer una joven que acompañaba a su hermano pequeño con sus compras para el colegio. Moody siempre andaba por los alrededores, vigilando, pero su conocimiento en ocultación y disfraces debía de ser sobresaliente, pues ella no había conseguido identificarle ni una vez.
Se había maravillado ante la cara de felicidad de Harry el primer día que pisaron el Callejón: Los mercaderes vendían a voz en grito, los estandartes ondeaban al viento, y algunos titiriteros llamaban la atención de los más despistados. Era una orgía de color y movimiento en la que Harry giraba la cabeza en todas las direcciones posibles, tratando de asimilar y memorizar todo al mismo tiempo; las tiendas, todos los artilugios de los escaparates, incluso al resto de magos haciendo sus compras. Sería maravilloso volver a pisar aquellos desgastados adoquines por primera vez.
Limitaban su tiempo en el callejón por órdenes de Moody, por lo que cada día habían entrado en unas cuantas tiendas ya preseleccionadas. Por suerte, la lista de materiales necesarios para los alumnos de primero no era muy extensa, por lo que, a pesar de las contradicciones de Ojoloco, Tonks se las apañaba para que Harry pudiera detenerse unos instantes frente a sus escaparates favoritos; "Emporio de la Lechuza" y "Artículos de Calidad para Quidditch". Eran más que obvias sus ganas por aprender a jugar un deporte de equipo montado en una escoba voladora después de todo lo que le había contado sobre su infancia. Había crecido en un orfanato al otro lado de la ciudad, sin amigos de su edad con los que poder jugar, correr o revolcarse por el barro, probablemente por ello parecía sentirse acostumbrado a la soledad.
El resto del día lo pasaban encerrados en las bases en las que se establecían: hostales u hogares muggles deshabitados por las vacaciones, uno distinto cada día. Sobre todo, hablaban de Hogwarts y del mundo mágico, resolvía cualquier duda que tuviera o surgiera de las lecturas que había comprado en Flourish & Blotts (había comprado por gusto muchos más libros de los que necesitaba y sobre temas muy variados). También tenían tiempo para jugar al Snap Explosivo o al ajedrez mágico, por el contrario, Moody se la pasaba haciendo rondas, siempre de un lado para el otro, comprobando las defensas que instauraba y cambiándolas segundos después por otras distintas. Un día casi maldijo a Tonks por no recordar una de sus muchas contraseñas. El poco tiempo que pasaba junto a ellos en la habitación lo hacía siempre con una mirada de preocupación en el rostro. Era el único momento del día en que su ojo eléctrico se quedaba parado, sin moverse si quiera un milímetro, siempre fijo en Harry.
Finalmente, el mes de Agosto terminó dando paso a Septiembre y el inicio de las clases, y camuflados como el resto de días, acompañaron a Harry hasta King´s Cross por una de las rutas que había estado probando Moody durante aquella semana.
Tonks le ayudó a cruzar entre los andenes 9 y 10 debido a la cara de terror que había puesto cuando le dijeron que debía dirigirse directamente contra el muro de ladrillos rojos. Había cientos de familias despidiendo a sus hijos, de todas las edades, pero su vista se enfocó en Harry y su mirada de felicidad, daría lo que fuera por verse a sí misma observando el expreso de Hogwarts por primera vez.
Moody se quedó vigilando las cercanías y alrededores mientras subían sus pertenencias en uno de los compartimentos vacíos. Antes de despedirse le entregó un regalo, una hermosa lechuza blanca medio dormida dentro de una enorme jaula con la que le animó a escribirle si así lo deseaba, para finalmente poner rumbo dirección a la salida tras depositar un beso en su mejilla.
- Tonks… –la llamó Harry desde la puerta del compartimento cuando ya tenía un pie en el escalón de la salida. – Esto… tienes que mejorar mucho en los gobstones para el año que viene –añadió medio nervioso, esperando que ella captase lo que en realidad pretendía decir, que se habían divertido, puede que incluso como verdaderos hermanos.
- Pero si te he dejado ganar todas las veces, mocoso –contestó ella, sacándole la lengua a modo de complicidad por el vínculo que difícilmente habían terminado por establecer durante aquellos días encerrados después de derribar el muro con el que el chico se protegía de los desconocidos. – Hasta el año que viene, Harry.
Bajaba del tren emocionada, con la sonrisa todavía dibujada en su cara cuando tropezó con sus propios pies para terminar dándose de bruces contra el suelo. Sin duda debía de haber sido gracioso, pues un corrillo de alumnos pequeños empezó a reírse a carcajadas a su costa. Estaba dispuesta a levantarse y darles una paliza cuando divisó una figura adulta que cojeaba destacando entre el corillo.
- Menuda caída más chapucera, como todo tu trabajo en realidad –puntualizó Moody con un gigantesco gesto de desaprobación. – Nunca debes encariñarte con el objetivo de la misión –añadió negando con la cabeza. Era obvio que su ojo mágico había visto a través del metal del tren. – Y mucho menos de alguien como Harry Potter, mucho menos después de lo poco que sabemos de él y lo que hemos podido ver del chico. Todavía tienes muchas cosas que aprender.
- ¿Por qué? ¿Qué es lo que ha visto? –preguntó instintivamente Tonks. Fuera lo que fuese, tenían pensamientos dispares respecto a Harry Potter.
- Demasiadas cosas –dijo su compañero de misión. – Todas muy diferentes, y algunas puede que incluso muy malas –puntualizó el exauror. – Debo informar a Dumbledore. También decirle que estaba equivocado en lo que a ti concierne. No estabas lista para la misión. Ni siquiera has cambiado las iniciales del baúl de acuerdo con su tapadera –añadió a modo de despedida, pues terminó por darse la vuelta y dirigirse cojeando a la salida del andén, sin decir adiós y antes de que partiera el expreso, seguramente para evitar las aglomeraciones de padres cuando este arrancara sus motores, pero ella no se movió.
Limpió las pocas lagrimas que recorrían su cara, fruto de la despedida y las duras palabras de Moody, y se encontró con una pequeña niña pelirroja de no más de 10 años, que hacía exactamente lo mismo de camino a los brazos de sus padres. La había visto correr detrás del tren despidiéndose de alguien, probablemente algún hermano, y gritando algo inaudible sobre un inodoro hasta que no le quedó más superficie lisa por la que correr.
- Buena suerte, Harry –susurró mirando el punto por donde había terminado de desaparecer el expreso de Hogwarts. Giró sobre sus talones con dirección a la bulliciosa salida como el resto de los familiares, pensando en su siguiente destino, volver a casa y prepararse para que Alastor Moody se tragase sus propias palabras.
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