— Prólogo — [Draco]


—¡Levántate, escoria!—

Cada parte de su cuerpo punzó y su mundo giró sobre su eje cuando fue levantado con rudeza del suelo, sin tener un momento para asimilar lo que estaba sucediendo. Sintió la respiración del guardia antes de verlo y el agarre tosco en su brazo. Era el primer contacto humano que tenía en días después de haber sido dejado en su celda y, pese a su brusquedad, se había sentido casi cálido en comparación con la soledad que le había asolado desde hace tanto.

Un mes atrás su padre había sido lo suficientemente ingenuo para creer que iban a poder huir. Ilusos. Todos fueron unos ilusos. Fue despojado de cualquier objeto de valor y de su dignidad como mago y humano (algo que había olvidado que era, emborrachado hasta la muerte con basura sobre la pureza de sangre y como la magia siempre los haría más poderosos que a los sucios muggles), dejado de lado en ese lugar.

Azkaban era un lugar tétrico y frío. Cada minuto que pasaba en el sitio podía sentir los indicios de la tan llamada locura Black rasgando los límites de su cordura como una bestia al acecho. Sus peores recuerdos y pesadillas se repetían en su mente una y otra vez, y hacía frío… tanto frío, que solo con respirar podía sentir como el hielo congelaba sus pulmones. El vaho salía de sus temblorosos labios, cuando en intentos desesperados intentaba mantener el calor soplando en sus manos. El que fue su abrigo favorito alguna vez apenas le calentaba, raído y húmedo de la última lluvia que había azotado la isla (lo que fácilmente podía ser cada dos días). No tenía ni siquiera una manta para protegerse, solo un catre maltrecho y era todo, y no era como si fuese a hacer una gran diferencia. A ese punto no sabía si el frío lo mataría antes que los dementores.

No sólo el ambiente estaba helado, su corazón, su esperanza y sus emociones poco a poco también fueron presas de ello, congelando la certeza de alguna vez salir de ese agujero. Todo acompañado de los gritos de los pobres diablos que ya habían sido condenados o estaban a la espera de recibir su sentencia como él.

La única forma de contar los días pasar era cada vez que le arrojaban una bandeja con aquella papilla aguada que osaban llamar comida. Desabrida e incomible para el paladar sangrepura que acostumbraba siempre lo mejor de lo mejor, pero resignado a no morir de hambre lo comía con avidez.

Al principio, había intentado que le respondiesen un par de preguntas. "¿Dónde está mi madre?", "¿Mi padre?", "¿Cuándo va ser mi juicio?". Si corría con suerte solo le cerraban la puerta en la cara, pero en otras ocasiones... Un fuerte escalofrío le recorrió al recordar el dolor punzante de la maldición que le habían arrojado y los ecos de las risas de los guardias. Nada era peor que cualquier maldición arrojada por el Señor Oscuro enojado o no, pero no se encontraba en su mejor condición, y con los días optó por callar. Tenía que guardar fuerzas para su juicio, se repetía constantemente mientras rezaba a Madre Magia para que se apiadase de él y su desolada alma. Pero los dementores ciertamente no le daban tregua y cada noche mientras temblaba acostado, su mente se llenaba de pensamientos cada vez más pesimistas y oscuros.

¿Realmente tenía una esperanza de salir ileso de todo esto? No era una blanca palomita, de eso estaba consciente, pero jamás había querido esto. ¡Las cosas no debían suceder así! Solo… solo quería que su padre estuviera orgulloso. Quiso huir tantas veces una vez que vio la verdadera cara del monstruo, pero se veía incapaz de dejar a su madre atrás, dejar atrás todo aquello a lo que estaba acostumbrado, todo aquello que amaba. ¡Sabía que estaba mal! Toda la tortura, toda la sangre tanto magicas como no, perdida solo para satisfacer el bruto megalomano al que servían. Había estado aterrado. Toda su vida le habían enseñado que eso estaba bien, y de repente la realidad le había golpeado en la cara, y todo lo que sabía y le habían mostrado se resquebrajó como una torre de naipes justo frente a él. Pero nadie lo entendería. Nadie lo vería así. Para ellos sólo había sido un cobarde, sin embargo, nadie sabía la valentía que debías de tener para ver y hacer todo lo que tuvo que hacer. Correría con suerte si lo condenaron de por vida a Azkaban.

Las pesadas cadenas le trajeron de vuelta al hoy. ¿Cuántos días habían pasado ya…? Su cuerpo se sentía aletargado y su mirada se sentía ligeramente vidriosa. Se sentía… derrotado. Y no solo era el sentimiento, si no el conocimiento que sería la última vez que siquiera caminaría fuera de una celda. Era un hombre muerto yendo hacia su ejecución.

Se dio cuenta muy tarde de sus errores. Quiso jugar a ser como su padre, y ahora estaría condenado todo el tiempo que Madre Magia quisiera dejarle con vida. No lograría una carrera. Su madre se quedaría sola si es que lograba librarse de este lío. El legado Malfoy que su padre tanto quiso proteger desaparecería con su vida. Quería llorar, pero ya ni siquiera era capaz de ello. Las lágrimas se habían secado ya hace tanto. Los dementores se habían dado un festín con su llanto desgarrado noche tras noche de vigía y penumbra. Todo ya estaba dicho y comprado. Se lo merecía. Lo merecía tanto por estupido, por haberse dejado enamorar de una utopía perfecta. Una utopía perfecta empapada de sangre y de vidas inocentes.

La puerta por donde lo guiaban se abrió con un estrépito, y la voz de la gente poco a poco mermó hasta desaparecer. El repentino resplandor de colores le hizo cerrar los ojos. Tenía días que todo lo que veía era la pared de piedra de su celda y el verde esmeralda con el que había vivido toda su vida, pero había demasiadas personas. Demasiados colores. Solía mentalizarse que algo como esto podía suceder, pero débil como estaba ninguna cantidad de preparación lo harían soportarlo.

Todo el Wizengamot estaba presente, notó con la espina de la ansiedad que había pensado perder mermando una vez que abrió los ojos. Estaba acabado. Punto.

Si hubiera existido aunque sea una remota posibilidad de salir con vida de esto la acababa de perder. El Wizengamot nunca se reunía completo más que para crímenes terribles u objetivos de alto nivel. Tragó profundo. Las brujas y magos con sus horrendas túnicas color ciruela le observaban con altanería y burla, algunos de forma más disimulada que otros. Había otras caras más familiares entre los miembros que si bien eran más reservados en sus expresiones mantenían un deje de pena en su mirar. Pena de que un muchacho tan joven tuviera que pasar por un juicio o que se hubiese descarriado lo suficiente como para tener que llegar a ser marcado u otros tantos que conocían al joven desde bebé y observaban su expresión derrotada. Si, bueno… Draco no necesitaba su lastima. Iba a obtener lo que merecía por sus crímenes, obligado o no. Era consciente que la Ley era injusta en muchos aspectos pero una parte de sí no se veía capaz de enfrentar lo que vendría después si era liberado. Llamenlo cobarde si querian, ya lo habían hecho toda su vida de todas formas, pero su dañada mente no aguantaría nada más. No quería salir. No era parte de sus planes, sólo quería volver a su fría celda y dormir hasta que su vida se apagase.

Su mirada se deslizó hacia su madre sentada a un lado de su abogado. Sus ojos brillaron con reconocimiento antes de que volvieran a ser opacos. Narcissa Malfoy tenía sus máscaras sangrepura alzadas completamente, pero no evitó que sus ojos se humedecieran ante el estado precario de su hijo. Una parte de ella, su lado de madre, estuvo a punto de ponerse de pie y correr al encuentro de su hijo para protegerlo en sus brazos ante la fragilidad que irradiaba, pero fue contenida por el apretón de su abogado; Ella igual no estaba en sus mejores galas, pero su hijo simplemente se veía fatal. Sus manos temblaban como si hubiera sido expuesto a una horda de dementores antes de venir al juicio y su piel estaba de un tono casi cetrino. Sus ojos estaban desenfocados. No era ni siquiera una sombra de un Malfoy, notó con sorpresa y una pizca de tristeza. Nada. No quedaba nada de Draco Malfoy más que su distintivo cabello rubio. Si bien, había cosas que no le gustaban de la actitud de su hijo, al final del día lo hacían lo que era, y su corazón de madre sangraba al no poder ver siquiera una pizca de personalidad y esperanza en esos iris grises. Lo sacaría de aquí, aunque fuese lo último que hiciese, se prometió apretando los labios. Voy a enmendar todo el daño que nos hiciste, Lucius. Pero los pensamientos de Draco, estaban lejos de formular una defensa para salir de ahí, observando a su madre, intentando memorizar su rostro, teniendo la certeza que sería la última vez que la vería en esta vida.

—El día 05 de Junio del presente año se celebra el juicio contra el acusado Draco Lucius Malfoy, por los crímenes de Alta Traición en la recién nombrada Segunda Guerra Mágica. El acusado porta la marca que lo señala como un Mortífago, y como tal participe de los crímenes e ideales del Señor Oscuro caído...— el juez hizo una ligera pausa. —Voldemort— un escalofrío general recorrió a la asamblea y algunos comenzaron a cuchichear, siendo silenciados por el sonido del martillo. —Así como de Tortura, coacción, amenaza y asesinato, ¿El acusado como se declara?—

—Culpable— su voz apenas fue un susurro, pero el silencio de la asamblea la hizo sonar cientos de veces más fuerte.

Su abogado se puso de pie intentando alegar y decenas de voces estallaron pidiendo justicia.

—¡Inquisidor, objeción! Esos cargos son falsos. Mi cliente se encuentra bajo mucho estrés, y no se me permitió hablar con él como lo indica la ley mágica—

—¡Denle el beso del dementor!—

—¡Que se pudra en Azkaban!—

—¡Escoria Mortífaga!—

—¡Él admitió su culpabilidad!, ¿a qué estamos esperando?—

—¡Silencio!— golpeó con fuerza. —Objeción denegada, abogado. El acta es clara. A través de las pruebas presentadas a lo largo del juicio podremos discernir si el alegato de culpa es considerado como válido en su totalidad o parcialmente, y en dado caso podremos negociar respecto a su sentencia. Abstenganse de emitir veredictos antes de ello— señaló, mirando a los presentes. —Respecto al otro tema… haré que Madame Bones revise la inasistencia en el caso, pero temo que no podemos posponer más el juicio. — acomodó sus anteojos, siendo consciente de la obvia omisión pero con las manos atadas respecto al tema. No había mucho que hacer respecto a ello, más que una llamada de atención ocasional a los guardias en Azkaban, que eran más un grupo independiente que parte del grupo de aurores y no es que fueran a hacer mucho caso. Además de que había muchos juicios pendientes y muchas confesiones que escuchar aun y el día apenas comenzaba. Aclaró su voz y dio un golpe con el martillo. —Que Madre Magia nos ilumine. Damos comienzo. El Ministerio de Magia contra Draco Lucius Malfoy. Se hará administración del Veritaserum de acuerdo a lo acordado en la reunión del Wizengamont en lo relativo a los juicios contra los Mortífagos, para evitar posibles alteraciones y comprobar la veracidad de los hechos, así como enmendar los anteriores errores que el Ministerio cometió en nombre de salvaguardar la justicia. Maestro, administre la poción.—

Un hombre de túnica negra se acercó a él con un pequeño frasco transparente. Por un momento le recordó a su antiguo Jefe de Casa y casi le hizo sonreír, pero al recordar su trágica muerte a manos del Señor Oscuro por su culpa, toda indicación de añoranza desapareció para volverse en la cruel y helada perdida. Si hubiera tenido el suficiente valor para desarmar a Dumbledore él seguiría con vida. Una parte de él era consciente que para que eso pasase tendría que haber entrado en una lucha a muerte con el viejo mago, pero la otra sólo podía sufrir culpa, ¿qué era un poco más dentro del saco de desesperación del que los dementores se hicieron un banquete? Le daba aún más sabor a su desesperanza. El recuerdo de Severus Snape en el suelo de la Casa de los Gritos era una imagen difícil de olvidar junto al verde de la maldición asesina cuando Dumbledore murió por las mismas manos que le enseñaron el arte exacto de las pociones. Alzaron su cabeza con brusquedad arrancándolo de la escena y de los vacíos ojos del ex-director mientras caía de la torre de Astronomía haciéndolo beber tres gotas. Un sanador estaba parado cerca con su varita fuera, en caso de que tuviese una reacción a la poción. Contaron hasta tres y después de un rígido asentimiento, comenzaron el interrogatorio.

—¿Es usted Draco Malfoy—

—Si,—

—¿Es la Mansión Malfoy en Wiltshire, Inglaterra su actual residencia?—

—Si,—

Comprobado que la poción estaba en óptimo funcionamiento, dieron inicio a las preguntas.

—¿Formaba usted parte del grupo extremista partidarios del conocido Mago Oscuro "Lord Voldemort" llamados Mortífagos?—

—Si,—

—¿Qué edad tenía cuando fue marcado?—

—16,—

Todos se detuvieron en ese punto. Los cuchicheos, las declaraciones entre dientes de que dejaran de perder el tiempo y que lo condenaran de una vez, las pláticas por lo bajo interesadas en todo menos en el juicio para dejar al mortal silencio.

—¿16 años?— no fue realmente una pregunta, pero Draco respondió de todas formas de manera afirmativa. Todos voltearon a verse entre ellos, sin esperar esa información.

—¿Por qué razón tomó la marca?—

—Mi padre le había fallado al Señor Oscuro, y si yo no cumplía su voluntad mataría a mi madre—

—¡Está mintiendo, todos saben que tu-sabes-quien solo tomaba a magos mayores de edad!— los presentes se recuperaron del shock y comenzaron a atacar al acusado y otros tantos a cuchichear.

—¡Logró sortear el suero!—

—¡Es imposible sortearlo, vieja bruja! Tu deberías saberlo—

—¡Silencio!—

Lo que esperaban era una respuesta llena de bazofia de pureza de sangre, pero, lo que obtuvieron los hizo retroceder y reclamar. Las preguntas realizadas habían sido una lista aprobada por el Ministerio para los acusados y habían estado recibiendo respuestas similares o casi idénticas, hasta antes de este juicio, al menos de parte de los Mortífagos marcados. Era imposible que de repente este muchachito, hijo de un conocido Mortífago, no siguiera el patrón exacto. ¡Era una locura!.

—¿Cuáles fueron sus misiones como Mortífago?— siguió después de recuperar el orden.

—Espionaje, mayormente.—

—¿Algo en particular?— Por un momento Draco pareció pelear con los efectos de la poción, hasta que sus ojos volvieron a ponerse vidriosos y continuó hablando.

—Tenía que hacer útil un armario evanescente para permitirle la entrada a los Mortífagos a Hogwarts y tenía que matar a Albus Dumbledore— una gota de sudor se deslizó por su nuca.

Los sonidos de indignación ante el héroe caído no se hicieron esperar y pronto los que habían sentido una mínima simpatía por su caso ahora pedían su muerte. Estaba agotado y cada vez que abría la boca era para condenarse cada vez más. Merlín le ayudase.

—¡Protesto, inquisidor! Se ha demostrado que el ex-director Severus T. Snape fue el que provocó la muerte de Albus Dumbledore— el abogado reclamó.

—A lugar,—

—¿Tuvo ayuda para reparar el armario?— una voz diferente le preguntó, interrumpiendo las reclamaciones.

—¡Lord Martell! No está autorizado para realizarle preguntas al acusado. Señor Malfoy no tiene que contestar...— pero antes de que terminase los labios de Draco se estaban moviendo solos.

—No, solo yo. Nadie podía saber de mi misión o sospechar, bajo pena de muerte—

—Es un trabajo realmente sorprendente para un joven estudiante y más si lo realizó solo, ¿no lo creen? — se inclinó con confianza en su sitio, — Es una gran mente como para desperdiciarlo de esa forma, condenado en Azkaban. Quiero decir, hasta los Inefables tendrían dificultad para trabajar con ello, ¿o me equivoco?— hizo una ligera pausa y una sonrisa burlesca y conocedora se acentuó en su rostro —Además,en los estatutos mágicos indica que si el acusado era menor de edad se impondría la pena mínima para cualquier crimen. Una condena en Azkaban suena un poco fuera de lugar en este punto— el eco de sus palabras rodeó a todo el Wizengamont. Algunos le daban la razón, otros seguían exigiendo la pena máxima y los que restaban estaban inseguros sobre qué postura tomar.

—¡Silencio! Está usted en lo correcto Lord Martell, pero no hay que olvidar que los crímenes cometidos son bastante graves, además de que si bien, el Veritaserum es infalible no es una prueba por sí mismo y sin ellas, el acusado como mínimo enfrentará una condena de 10 años en Azkaban por poner en peligro al alumnado de Hogwarts— Lord Martiall retrocedió con una mueca y le dirigió una mirada de disculpa a Narcissa: había hecho su mejor esfuerzo. Los únicos aliados y amigos de la ex-Slytherin (y que no formaban de la lista de los acusados o condenados) intentaban apoyar lo mejor posible a aquellos que estaban conscientes que no habían participado activamente o en dado caso a los niños, pero no tenían mucho para trabajar desde que Draco se declaró culpable. —¿La defensa como responde?— preguntó el inquisidor.

Lord Flamel se puso en pie, y con toda la dignidad que pudo reunir y rezando a Madre Magia que lo guiase para sacar al joven heredero Malfoy del agujero en el que él mismo se metió, habló.

—Llamo a Harry James Potter al estrado—

La claridad volvía a Draco poco a poco. ¿Potter? El fuerte rojo que caracterizaba al ex-Gryffindor fue por lo que le reconoció primero antes de que las propias facciones. ¿Qué hacía el niño dorado ahí? Pero no tuvo tiempo para expresar sus pensamientos en voz alta cuando notó el hilo plateado y como un miembro del Ministerio le acercaba un pensadero.

—Bien Draco, ¿Es él?, ¿Es Harry Potter?— la voz de su padre le hizo enfocar con rapidez al pensadero, tanto que una ligera neblina le cubrió los ojos ante el movimiento repentino. Pasó saliva para intentar humedecer un poco su garganta reseca y desde que entró se permitió desviar la mirada buscando a su progenitor entre los presentes. Una parte inconsciente de sí sabía que no estaba ahí, había sido un fugitivo al final del día, pero su parte consciente aún le buscaba con desesperación. Recorrió con la mirada lentamente el sitio hasta volver a su madre e inmediatamente supo que su búsqueda era en vano. El usual amarillo-dorado de la matriarca era lo suficientemente opaco para confundirse con cafe, en señal de la desolación que invadía su alma, combinado con otros resplandores de algunas emociones que pudo identificar como la ira y tristeza. Su padre no lo había logrado. La angustia de su madre era compartida, pero una parte de él se sentía aliviada de ello, aunque se estremeció al tan siquiera tener el pensamiento fugaz.

—No puedo - No puedo estar seguro— Su propia voz le hizo volver la mirada y el lamentable espectáculo de sí mismo reflejado le recibió. Lucia miserable y empequeñecido mientras tenía un debate interno de lo que era verdaderamente correcto y moral, y aquello en lo que creía con lo que fue criado desde pequeño. Aún podía sentir ese día como si hubiese sido ayer. El disparo de adrenalina, las ligeras náuseas, la realización de que no quería servir a Lord Voldemort. Antes había tenido sus dudas, claro. Lloró, sufrió, pero ese justo momento fue decisivo en su vida. Hacer lo que estaba realmente bien. Fue casi liberador.

Al notar la carencia del verde a su alrededor en la proyección se sintió incómodo. Era tan familiar con el que ser privado de ello, era casi doloroso. Draco había sido bendecido con una extraña habilidad olvidada siglos atrás en los libros de los Malfoys. Podía sentir la magia, pero no en el sentido clásico de la palabra. Todos los seres mágicos pueden sentirla en algún punto de su vida pero son lo suficientemente jóvenes para no recordarla en la tan llamada "magia incidental", pero Draco era simplemente diferente: podía sentirla y realmente verla; todas las personas estaban acompañadas de un color característico que representaba a su personalidad y su verdadero yo, que variaba en colores más brillantes si tenían sentimientos positivos y eran opacos cuando eran negativos.

—Pero míralo cuidadosamente, ¡míralo!, acércate Draco, si somos nosotros quienes le entregamos a Harry Potter al Señor Tenebroso, ¡todo será perdonado!— Su padre… su padre aún en el estado en el que había estado seguía jurando lealtad al psicópata megalómano asesino de masas. Sabía que era Potter en el momento que le vio. No había forma de poder engañarle a él respecto a eso, y aún así había mentido, con el peligro de ser descubierto y ser puesto bajo la maldición Cruciatus hasta hacerle compañía a los Longbotom en el ala de San Mungo.

Fue "disciplinado" después de ese episodio, oh claro que sí. Estuvo a punto de serlo por la loca de su tía. Recordar la mirada de locura de Bellatrix Lestrange aún le provocaba pesadillas. Si verla dirigiendosela a otros era escalofriante, ser el receptor era mil veces peor. Estaba en el suelo de lo que fue el salón de su hogar, donde tenía miles de hermosos recuerdos, ahora manchados por el dolor y la traición, cuando Bellatrix extendió su varita, sed de sangre brillando en sus ojos cuando la mano de Lucius Malfoy la detuvo. "Yo me haré cargo. Permíteme esto, Bella." la loca mujer lo miró a los ojos y pareció encontrar algo que le convenció, porque sonrió ampliamente y con una floritura dramática le abrió paso "Sírvete a ti mismo" y… se relamió los labios. "No hay otro más ideal para enseñarle el verdadero camino a mi dulce y pequeño sobrino que la mano de su amoroso padre ". El hombre se estremeció ligeramente ante el título para después alzar su varita. Dolor. Dolor. Y más dolor. Si creía que alguna vez había sufrido, aquello fue un paseo por el parque. La maldición Cruciatus era… penetrante. Podía sentir que su interior se estremecía. Rojo. Rojo. Solo podía ver rojo, hasta que todo se volvió oscuro. Había estado aterrado. Gritó hasta que pudo jurar que sus cuerdas vocales se habían roto. El único dolor comparable fue el Sectumpsempra, pero en esa ocasión estaba tan adormecido por la pérdida de sangre que llegó un punto que dejó de sentir su cuerpo. El llanto silencioso de su madre fue la señal para despertar. Su padre no estaba, lo que era un claro mensaje por sí solo. Los chispazos de las emociones que plagaban le revolvieron el estómago. Decepción. A los ojos de su padre le había vuelto a fallar, pero el patriarca había decepcionado algo peor que a su amo. Decepcionó su confianza, la parte inocente e infantil de Draco, que aún veía a su padre en Lucius. Los Malfoy defendían primero a la familia que a su deber, esa había sido la primera norma que le habían enseñado, y su padre la había traicionado. Se había burlado de ella en su cara. Su padre no había hecho nada para protegerlos. Nada. Más que la traición a la sangre, a las costumbres y política sangrepura… traicionó a su familia.

El juicio procedió en un murmullo sordo detrás de él con sus antiguas memorias tan frescas y tan al borde de su consciencia que no notó que se acercaban a un veredicto cuando observó que su abogado se sentaba con un suspiro agotado y comenzaban a alzar sus varitas. ¿Eso era todo? Merlín le salve y se apiade de su alma. Comenzó a contar las puntas iluminadas. 32. ¿A favor de qué?

—Esta corte declara al acusado, Draco Lucius Malfoy como inocente de los cargos imputados. Se ha demostrado que el acusado fue coaccionado bajo peligro inminente de muerte a cumplir las órdenes de Lord Voldemort. — un estremecimiento general volvió a recorrer a todos los presentes, y lo que a Draco en otra época le hubiese hecho doblar de dolor, solo le acompañó el más completo vacío e incredulidad. —Al ser menor de edad y debido al testimonio del señor Potter y las pruebas presentadas, demostrando sus buenas intenciones hacia el bando de la Luz, la compensación por sus omisiones es mantenerse en contacto con el Ministerio por un año para demostrar su buena conducta y pagar la multa que asciende a 5, 000 galeones, 12 knuts y 7 sickles teniendo dos años para efectuar el pago, así como un servicio a la comunidad mágica con una duración de un año que deberá presentar en la Escuela de Magia y Hechicería "Hogwarts", por los daños presentados. Los detalles de ello se le presentarán en el colegio. Sin más que agregar, ante los ojos del Ministerio no nos debe nada. Muchas gracias por su paciencia y felicidades, señor Malfoy. Usted es un hombre libre —

Draco parpadeó un par de veces, observando al juez, pero sin realmente verlo. ¿Libre? ¿Era él un hombre libre? Tragó profundamente, sin querer creerlo. Ya se había despertado muchas veces de un sueño similar a este, para estar en la fría celda donde había esperado su juicio. No quería hacerse falsas esperanzas. De forma mecánica volvió la vista hacia donde había visto a su madre para encontrarla sosteniendo un pañuelo contra sus labios y sonriéndole con tanto afecto y emoción que le tomó desprevenido. Su madre no enseñaba emociones en público. Jamás. El fuerte sonido del martillo lo sacó de su estupor, y las manos toscas de los aurores quitando las cadenas que ataban sus manos a la rudimentaria silla fue la última pieza del imposible rompecabezas que se la había presentado para demostrar lo real que era todo. Su varita fue puesta en su mano. El calor familiar en su mano le hizo soltar el aire que no sabía que estaba conteniendo, guardandola rápidamente en su manga, con el temor que se la volviesen a arrebatar. Acarició sus muñecas distraídamente mientras se dirigía lo más firme que podía hacia su madre. Narcissa Malfoy lo recibió con los brazos abiertos, con la misma emoción que lo había sostenido hace tantos años en San Mungo cuando nació. Con tanto amor como si aún fuera su niño pequeño, su pequeño Dragón.

Hacía más de un mes que no la veía. Con las celebraciones de la guerra ganada, las reparaciones y el duelo a los muertos, los juicios a los Mortífagos y a los presuntos se había atrasado lo más posible con el dolor aún demasiado fresco para comenzar a enfrentar todos los horrores que se vivieron.

Ambos lucían tan demacrados como se sentían. Los días en prisión no les habían cobrado muy bien, y las pesadas ojeras debajo de sus ojos, la ropa ligeramente raída y los apenas disimulados moretones porque había "resbalado" no ayudaban. Pero pese a todo ello, ella lo seguía viendo tan hermoso como siempre, su dulce niño. Su corazón de madre había sufrido tanto desde que su hijo tuvo que llevar la asquerosa marca que ahora decoraba su piel, y no había dejado de doler hasta el día de hoy, pero había tenido un papel que jugar, aunque ya no más. Acarició su rostro buscando la mirada de su hijo, esperando no encontrar al monstruo que Lucius había querido formar. Pero ahí estaba, lleno de dolor, pero aún su dulce niño. Le sonrió con amor e intentando que su voz fuese lo más suave pero firme posible, habló.

—Mi dulce hijo, es hora de volver a casa— susurró mientras lo sacaba del salón siendo consciente de lo agotado que ambos estaban. Eran libres. ¡Libres al fin! Libres de pagar los errores a los que habían sido jalados. Narcissa Malfoy se prometió algo ese día mientras se dirigía al atrio del Ministerio como una mujer libre, jamás dejaría que nadie volviese a decidir por ella y enmendaría los errores que cometió todos esos años. Claro que lo haría. No vas a ganar esta, Lucius.


No pudieron siquiera poner un pie en la Mansión Malfoy. Después de los sucesos de la guerra ni él ni su madre fueron capaces de seguir viviendo en el ancestral hogar, sitio en el que habían vivido generación tras generación de sangrepuras de la más alta élite, lugar de su infancia, lleno de recuerdos hermosos, pero sobre todo un santuario de descanso. Lucius Malfoy lo había profanado y manchado desde que dejó que intrusos entrasen en el y lo mancillaran. No era capaz de entrar en el lugar sin temblar, escuchar ruidos fantasmas de gritos de terror y lo peor... imaginar cruzarse con el Señor Tenebroso cada que diese vuelta en una esquina.

Habían decidido entonces mudarse a una pequeña propiedad a nombre de su madre, por parte de herencia de los Black. Era un poco más modesta y sobre todo más pequeña, pero tenía todo lo que necesitaba. Pidió a los elfos que trajeran algunas de sus cosas a la nueva propiedad e intentaron volver a hacer su vida.

Narcissa intentaba retomar la dignidad y la normalidad de su vida, pero veía como poco a poco el brillo en los ojos de su hijo desaparecía. Draco se volvió ermitaño y no salía de su habitación para nada después de una fatídica salida, donde le había insistido que saliese, para ser recibido con malas miradas y algún "valiente" le gritase "Mortífago". La puerta estaba cerrada a cal y canto desde entonces, y silenciada para que no escuchase los gritos de terror cuando las pesadillas eran demasiadas. Sobraba decir que Narcissa estaba desesperada, tanto que un par de días prohibió a los elfos que le subieran comida para que él tuviese que bajar, pero aparentemente lo único que logró es que no comiese en todo el día. Esperaba ver a su hijo bajar enojado o lo que fuese, pero… nada. Solo silencio. El puro silencio. Frunció los labios consternada, sin saber qué hacer, desesperada pidió auxilio a Madre Magia. Fue entonces cuando llegó la carta de Hogwarts junto a la placa de prefecto que tomó una decisión. Con varita en mano y una resolución, abrió la puerta de golpe. Era la jefa de esta pequeña familia ahora, y le iba a escuchar. No quiso siquiera oír excusas respecto a no volver al colegio, así que con decisión le ayudó a empacar, cosa que no hacía desde que había entrado a su primer año. Draco le observó al principio en silencio, pero viendo la mirada determinada de su madre sólo pudo suspirar uniéndose después.

El 1 de Septiembre se encontraba en el andén 9 y ¾ junto a tantas familias que se despedían de los niños. Era un espectáculo agridulce de ver. La alegría inocente de los niños al asistir al colegio, junto con el alivio de los padres de que la pesadilla haya terminado, aunque claro, eran obvias las faltas de personas, todos los caídos en la guerra. Fingió no notar cuando comenzaron a susurrar y muchos padres tomaban los hombros de sus hijos para alejarlos. Suspiró, resignado que su vida sería así de ahora en adelante. Un ligero carraspeo le hizo volver la mirada a su madre que le observaba fijamente. La expresión de Narcissa estaba desprovista de emociones, y mientras comenzaba a fingir acomodar la corbata de su hijo (aunque innecesario ya que no se encontraba desajustada) comenzó a hablar.

—Escúchame bien, Dragón y hazlo claramente. — su voz era poco más que un suspiro, con ese deje lento, aristocrático pero siempre dulce y maternal cuando hablaba con él. — Demuéstrales que eres más que un nombre y los errores de tu padre. — su voz ya no se quebró como la primera vez que se quiso referir a él. El fantasma de lo que alguna vez fue su amado esposo a veces la perseguía, pero ella era más rápida, y lo había encerrado en lo más profundo de su mente. —Demuéstrales que eres más fuerte y más que la marca que adorna tu brazo, Draco. Más que un Malfoy también eres un Black, y eres mi hijo, puedes hacer todo aquello que te propongas. Recuerda que tu madre te ama y hará cualquier cosa por ti. — Y dejando un beso en su frente y un abrazo fuerte lo despidió. Le vio marchar despidiéndose con la mano cuando hicieron contacto visual. Se abrazó a sí misma, intentando mantener el calor, pero sabía que no era un frio del que se podría librar fácilmente. Era un frio de ausencia y nada lo repararía mas que el tiempo. El destello de un recuerdo de su primera vez en Hogwarts mientras observaba el tren marcharse destelló en su mente. Había perdido a Bella ya, pero… ¿Era el momento acaso…?

Ese año fue como un borrón para Draco. Pocos de sus antiguos colegas y compañeros de Slytherin regresaron. Algunos se habían mudado del país (inteligente de ellos) y otros figuraban en la lista de los muertos o encarcelados por la guerra. Había sido "afortunado", en palabras de algunos que creían que no merecía la absolución, seguramente había comprado su libertad, decían. Cobarde… Lo llamaban cobarde. Afortunado. ¡Ha! Que intentaran tener al mismísimo Señor Oscuro en casa y después que se atrevieran a hablar.

Había comenzado un proceso consigo mismo en el tiempo que había estado encerrado en su habitación, y el discurso de su madre fue el broche de oro para sellar su resolución. Empezó a leer algunos libros de psicomagia y (¡Merlin lo ayude!) algunos libros de psicología muggle. No eran del todo útiles, pero tampoco eran tan malos. No admitiría jamás que quizás lo ayudaban un poco, aunque sería toda la ayuda que estaba dispuesto a tomar. Aún no estaba listo para tener a un extraño husmeando en su cabeza.

Ese año la selección de los nuevos años fue casi un infierno. Todos aquellos sorteados en Slytherin estaban aterrorizados y rogaban un cambio, temiendo lo peor. Para sorpresa de todos, una vez en su sala común el que los tranquilizó no fue otro que Draco Malfoy. Con su insignia de prefecto y sabiendo que quizás nadie tendría el valor para tranquilizarlos les ofreció una sonrisa vacilante y comenzó su discurso. Pese a todo, logró tranquilizarlos y parar las lágrimas que algunos otros empezaban a derramar. Todos le dirigieron una mirada incrédula, pero asintieron en reconocimiento algunos más reacios que otros, pero por algo se empezaba. Draco suspiró aliviado, eso quería decir que no existían viejos rencores y le aceptaban de vuelta, al final del día los Slytherins solo se tenían los unos a los otros. Algún día quizás las casas se unificarian, pero en ese momento sería una utopía muy lejana.

El antiguo príncipe de hielo de Slytherin comenzó a "derretirlo". Se centró en todas sus clases (Hasta Historia de la magia donde había logrado sacar un S por poco en sus TIMOs y consideraba realmente aburrida por el profesor, aunque la disfrutaba por sí mismo) e intentó volver a ser el estudiante modelo, pero siempre pasando desapercibido, siendo el contrario del Draco Malfoy al que todos estaban acostumbrados. No se iba dando la mano y tomando el té con los sangres sucias, pero todo el matón en él desapareció, volviéndose hasta ligeramente cordial, pero... más solitario. Era normal verle sentado debajo del gran roble leyendo, en la biblioteca o en la enfermería con Madame Pomfrey donde hacía su servicio comunitario, en algunas ocasiones rodeados de algunos primeros años en busca de consejo o ayuda en clases. Contrario al paradigma y las advertencias de todos, los primer año parecían adorar al joven Slytherin, atraídos por su excepcional forma de enseñar y desenvolverse, logrando tener varios tutorados. Y si bien todos estaban a la expectativa que hiciese algo malo, para demostrar que el Ministerio estaba equivocado, nunca lo encontraron actuando fuera de la línea. Ni aunque intentaran hechizarlo. Con una simple demostración de magia no verbal se deshacía de todo, sin dar una segunda mirada. Seguía lo que ¿Moody? ¿El falso Moody? ¿Barty Crouch Jr…? Bueno, él decía, manteniéndose en "alerta permanente", eran mayormente maldiciones leves, así que no le daba tanta importancia y si hablaba, ¿alguien realmente lo escucharía? No tenía caso.

Hablaba con su madre todos los días por carta, intentando fingir una normalidad que no sentía y tanto su madre como él sabían que no era del todo real. Evitaban tocar temas controversiales como sus sentimientos, yendo por los seguros de cómo iba su avance en la escuela o de qué trataba el nuevo libro que había estado leyendo. Su madre por su parte informaba de pequeñas inversiones que había estado haciendo con el dinero de su cuenta y algunos planes que tenía a futuro, dándole el espacio que su hijo necesitaba para volver a florecer. Sería un proceso largo y cansado, pero lo lograrían.

Pronto todos se acostumbraron a ese nuevo Draco, pero mientras que había un gran cambio en el exterior, por dentro el cambio fue más grande. Estaba en un constante proceso de deconstrucción y había días buenos, malos y otros terribles, donde apenas podía salir de la cama o donde directamente no lo hacía. En sus peores días lloraba en completo silencio recordando los horrores de la guerra y viendo con odio la horrible marca que quemaba su piel. Había intentado quitarla, arañarla, cortarla, pero nada daba resultado. Todo lo que restaba de su vida la marca estaría para recordarle lo estúpido que fue. No necesitaba a nadie más que a sí mismo para recordárselo y atormentarlo. Su mirada estaba perdida y nadie lograba sacarlo de su estupor, hasta que él mismo regresaba de donde sus recuerdos lo hubiesen enviado.

Cada lugar le torturaba con cosas que no estaban. Cosas que pudieron ser y ahora nunca podrían ser. Personas que estaban, pero ya no más. En ocasiones se encontraba hablando con el aire buscando a alguno de sus amigos, o en momentos de dolor queriendo hablar con el profesor Snape para notar que jamás le volvería a ver. Draco estaba solo. Jodidamente solo. Y eso comenzaba a consumirlo.


Cuando al fin salió de Hogwarts egresó como un hombre nuevo. En definitiva, aún tenía sus... complicaciones, pero con el tiempo aprendió a sobrellevarlas, negándose a ver a un sanador mental aún. Estaba bien, solo un poco cansado y no es como que iría confesandole a cualquier persona como se estaba sintiendo como si estuviese hablando del clima. Seguía siendo un Malfoy y el orgullo que le habían inculcado con respecto a sus emociones seguía aún latente, pese a que ya no se sentía tan orgulloso como antes de llevar ese nombre. Algún día iría con un sanador mental, pero aún no era tiempo. No se sentía listo para revivir muchas cosas.

Pese a su negativa a hacer nuevos amigos o convivir con los anteriores, terminó acercándose a Poppy después de ir en reiteradas ocasiones a la enfermería acompañando a algún primer año y después de un tiempo por hacerle compañía a la mujer. Terminó admitiendo en alguna de sus conversaciones que su mayor sueño de niño fue volverse un sanador, pero era algo que según su padre no era digno de un nombre tan noble como el de Malfoy, y ahora con su historial las posibilidades de volverse en uno remontaban a 0. La Academia no le aceptaría, y ningún sanador con dos dedos de frente le tomaría como su pupilo. Parecía que al final su padre había ganado con eso. Se había resignado a invertir el patrimonio que no había sido confiscado por el Ministerio, dedicándose a ello el resto de su vida.

La mujer le dirigió una mirada determinada y asintió, pero ella ya tenía su propia agenda respecto al tema. De forma disimulada pero no lo suficiente para escapar de la perspectiva de un Slytherin comenzó a enseñarle algunos hechizos curativos y cosas que tenía permitido enseñarle que no influían en su juramento como medibruja. El chico era innato, se encontró observando realmente no del todo sorprendida. Había demostrado ser ágil en casi cualquier magia que se le presentase, pese a que muchos decían que los practicantes de las Artes Oscuras no podían realizar magia curativa ya que era considerada de "Luz", claramente se equivocaban. Fue cuando llegó a la conclusión que el chico necesitaba explotar sus conocimientos, y en Gran Bretaña no sería capaz. Era triste lo atrasados y de mente tan cerrada que aún podían ser. De nada les había servido llegar a una guerra si no habían cambiado para nada su forma de pensar.

El día de su graduación pronto llegó sin que apenas lo notase. Fue un evento grande y después de unas palabras de la actual directora y después de Granger (por ser la alumna de la generación, que admitiendose, se lo merecía) se dio por terminado todo, solo dejando una pequeña reunión y baile para los que deseasen convivir con sus ahora ex-compañeros.

Estaba tomando un vaso de cerveza de mantequilla cuando unos pasos seguros y conocidos le hicieron volver la mirada. La matrona se acercó con su clásico gesto profesional y se permitió darle una pequeña sonrisa y un asentimiento. Hasta ella para ese evento había optado por usar algo más acorde a la ocasión dejando su uniforme atrás. Draco dejó un beso sobre su dorso como le habían educado y le ofreció una sonrisa.

—Luces encantadora esta noche, Poppy— la medibruja bufó levemente y negó con la cabeza.

—Muchas felicidades, Señor Malfoy.— el chico le sonrió y le ofreció una ligera reverencia en agradecimiento. —Sé que quizás esté un poco ocupado referente a la celebración, pero me gustaría hablar un momento en privado con usted de ser posible— extrañado, dejó la copa en la mesa detrás de él y la siguió por los pasillos de Hogwarts, observando ligeramente los pasillos que por tantos años le habían albergado hasta llegar al que había sido su santuario ese último año para dirigirse a la oficina de la mujer y sentarse frente a ella.

Esperó pacientemente a que hablara, realmente curioso más que preocupado. Había aprendido a confiar en Poppy más rápido que lo que su instinto Slytherin le habría permitido en un pasado, pero no se arrepentía. Había sido la única constante en su vida, la única que no lo había tratado como si fuese de cristal, pero tampoco como un criminal profugo. Casi como un ritual a esa hora tomaban té, así que no se extrañó cuando dos tazas aparecieron frente a ellos.

—Siempre malcriandome, Poppy— murmuró al ver el platillo con bollos a lado de su taza. La mujer le sonrió maternalmente pero disimuló el gesto dando un sorbo a su taza de té, pero Draco aún así alcanzó a verla. Arqueó una ceja y sonrió confundido interrogando a la matrona al observar que continuaba en silencio. No le molestaba en lo más mínimo, pero la curiosidad era grande. Usualmente callaría esos impulsos y esperaría pero… se arriesgaría por esta noche. —¿Compartimos esta hermosa y dulce velada por el valor de la compañía el uno o al otro…? ¿O quizás me vas a dar un obsequio sorpresa de graduación que no quieres que nadie más vea?— su tono era juguetón pero al ver el asentimiento de la mujer repuso cariñosamente. —Oh Poppy, no te hubieras molestado...— aún con lo dicho, la mirada del joven se deslizó por el escritorio de la medibruja en busca de que podía ser la sorpresa que le había preparado.

—Si debí.— comenzó lentamente, haciendo una pausa en busca de las palabras del discurso preparado que tenía, esperando que Draco no se negase. —Verás, tengo un amigo en Estados Unidos. Es un sanador certificado, de los mejores en su campo. Le comenté sobre cierto jovencito con un gran amor y don por las artes curativas, y me dijo que estaría más que encantado de tomarle bajo su ala de protección.— el sorbo que estaba tomando de té se fue por el conducto equivocado debido a la impresión y comenzó a toser fuertemente, incrédulo. Dejó la taza para ver a Poppy, buscando una mentira, el mínimo rastro de una broma, pero al no encontrarla puso sus manos sobre su regazo, tocando su marca distraídamente.

—Poppy, agradezco tu oferta, pero sabes que yo no puedo. ¡Por supuesto que quiero!— se apresuró a aclarar, no queriendo herir la buena intención de la bruja —Y me siento muy honrado, pero...—

—Él lo sabe— interrumpió. Si alguien hubiese interrumpido a Draco Malfoy en un pasado, no hubiese terminado de escuchar la larga lista de insultos al respecto, pero ahora estaba atónito. —Y no le importa en lo más mínimo—

Draco no podía caber en su júbilo. Primero rió fuertemente, cubriendo sus labios para ver a la medibruja y luego, haciendo algo que iba totalmente en contra de toda su educación sangrepura, abrazó a la mujer y no contento con ello la alzó y le dio un par de vueltas como si fuese una colegiala. Murmurando agradecimientos y aún riendo. Cuando se detuvo, Poppy estuvo a punto de reprenderlo, pero al ver que por primera vez después de la guerra la sonrisa que adornaba sus labios brillaba en sus ojos se abstuvo para darle sólo una de sus miradas severas y una pequeña mueca.

—Yo no recomendaría a cualquiera con él. — advirtió seriamente —Tiene talento, Señor Malfoy. Un talento que si se mantiene aquí jamás será aprovechado. La guerra ya terminó el-que-no-debe-ser-nombrado no va a regresar. Pero, muchos no lo entienden. William Redferne es quizás de las pocas personas que le va a ver más allá de su pasado o quién dicen que es— los ojos de Draco brillaron con la sombra del pasado, pero después asintió determinado. —Tiene que partir en cuanto sea lo posible. Will tiene un amigo en la MACUSA así que dudo que tengas problemas para acceder— le pasó un pequeño broche, que al instante reconoció como un traslador. —Diríjase con Jonathan Snow, él lo llevará directamente con él. Cuídese, Señor Malfoy y buena suerte. — le dio una palmada en el hombro como despedida. —Escríbame si tiene tiempo de hablar con una vieja bruja y, recuerde siempre mantener la mente abierta. No se cierre a lo nuevo, deje las cosas fluir— agregó como una ocurrencia tardía.

—Lo haré, Poppy. Muchas gracias—


Sólo le tomó un par de días dejar todo en forma para decirle adiós a Reino Unido. Eran realmente pocas las cosas que lo seguían atando al sitio y una de ellas era su madre, que con un brillo en sus ojos le deseó la mejor de las suertes. Con un baúl expansible y con las esperanzas de un mejor futuro partió a su nuevo hogar.

Cuando llegó por el traslador internacional sentía que podía regresar lo poco que había desayunado esa mañana al impoluto suelo de la MACUSA, pero por suerte pudo contenerse. El hombre rubio frente a él le ofreció una sonrisa y un pequeño vial que identificó como poción anti náuseas. Agradeció antes de destaparlo y beberlo.

—Mira nomas como te dejaron, chamaco. Todo paliducho y enclenque ¿No usas mucho los trasladores?— cuestionó el hombre en un tono bastante conversacional. Quizás fue el estado de Draco, pero no había entendido una sola palabra de lo que había dicho. ¿Siquiera estaba hablando en inglés?**.

—¿Disculpe?— murmuró, aclarando su voz. El hombre frunció el ceño, pareciendo buscar las palabras antes de regresar a su expresión jovial.

—Ah olvidé que venías del otro lado del charco— murmuró para sí mismo. Aclaró su voz antes de empezar a hablar —¿No estás habituado a los trasladores? Luces bastante pálido— el acento aún sonaba un poco extraño, pero pudo entenderlo infinitamente mejor.

—No de tan largas distancias—

El hombre asintió comprendiendo y lo dejó sentarse para que se recuperara. Un poco más estable, le dirigieron a la aduana donde revisaron su varita, su historial (en el que sorpresivamente no hicieron ningún comentario), para finalmente dejarle libre.

Si Draco hubiese estado un poco más versado en el mundo muggle como años después, podría haber comparado el sitio con un aeropuerto internacional. Cientos y cientos de personas pasaban a un lado de él, usando ropa muggle y… ¿Con quién hablaban? Llevaban una clase de aparato extraño en su oído mientras continuaban caminando. Sentía que había entrado a una realidad completamente diferente o que estaba en una clase de sueño muy extraño. Aunque se agradecía la previsión de haber usado ropa más "casual" en lugar de las túnicas de mago, definitivamente hubiera desentonado demasiado.

Tranquilizate, Draco. Puedes hacer esto. Mente abierta como dijo Poppy. No te cierres, se repitió como una mantra hasta que logró tranquilizarse y continuar su camino hacia la salida. Buscaba con la mirada a alguien que pudiese tener esa cara de sanador, ya que con la emoción del momento había olvidado preguntar cómo lucía exactamente el hombre con el que se iba a quedar. Se regañó a sí mismo por la clara muestra de previsión y continuó buscando. En Gran Bretaña los sanadores se distinguían mucho por su porte y por el aura que los rodeaba. Regios, serios, formales, educados y siempre profesionales. Por lo que al ver a un hombre de unos treinta y tantos, de aspecto desgarbado y con unos anteojos que le recordaban a cierto cara rajada casi le hizo retroceder. Quizás algo en su rostro lo debe de haber delatado porque el hombre se acercó a él, tendiendo su mano en un gesto bastante amistoso.

—Bienvenido a Virginia, Draco. Soy William Redferne— y sonrió. Los desconocidos normalmente no le sonreían a Draco (ni siquiera en sus mejores tiempos cuando conocía a alguien), el gesto le conmovió y se encontró correspondiendo. ¡Era la segunda persona que le sonreía, Merlín! Estados Unidos era bastante diferente a Gran Bretaña definitivamente. El siguiente cambio notorio fue el clima, en cuanto dejó las instalaciones era obvio. Era bastante cálido al punto de ser bochornoso y tener que quitarse la chaqueta que estaba usando en ese momento, hasta la realización de que era un mago y podía usar magia. El hechizo refrescante no ayudó del todo, pero peor era ía absorber todo aquello que lo rodeaba con avidez y una curiosidad que pocas veces sentía, hasta que su atención fue llamada por el caminar del sanador.

—Disculpe, sanador Redferne...— comenzó lentamente, siendo interrumpido por un "llamame Will", Draco asintió y continuó. —Will...— la informalidad de la situación le sentaba raro en la lengua y una pizca de incomodidad punzaba en su cabeza, donde años de educación sangrepura se albergaban. —¿Exactamente cómo nos vamos a trasladar?— No quería sonar como un quejica pero no creía que su estómago soportase la sensación de aparecerse o viajar por Flú como fuese el caso, pero no se veía capaz de mencionar su malestar. Pareció que Will podía leer sus pensamientos ya que sonrió de medio lado, burlonamente pero en cierto grado comprensivo. ¿Cómo una sonrisa podía expresar ambas cosas al mismo tiempo? Era un misterio.

—Supuse que no te sentaria bien tanto jaleo así que me tomé la libertad de elegir un método de transporte bastante pintoresco pero tranquilo— no se dió cuenta cuando llegaron frente a un automóvil. Solo había viajado una vez cuando era muy joven e iban a la ópera en uno de los cumpleaños de su madre. Recordar esos momentos le daba un sabor amargo en la boca y lo encontraron presionando con fuerza sus manos para reconectarse a la realidad. Will esperó en silencio con una expresión en blanco hasta que volvió en sí. Le abrió la puerta y le pidió ponerse el cinturón mientras él daba la vuelta para entrar en el lado del conductor.

El auto emprendió la marcha con apenas una indicación del motor y se puso en marcha. La música sonaba apenas para llenar el silencio entre ambos. Draco observaba de reojo al mago que sería su tutor los próximos años con un poco de desconfianza y miedo, sin saber exactamente cómo proceder desde aquí. No era lo que esperaba de un sanador o bueno, no parecía a lo que acostumbraba ver en San Mungo con sus túnicas impolutas en colores azules y verdes. William Cyrus Redferne se mimetizaba demasiado bien dentro del área de Virginia muggle, con sus camisas a cuadros, sus jeans y sus botas, lucía más como un cazador que como un sangrepura o mínimo un médico. Tenía una sonrisa fácil y su cabello ondulado y barba castaña, junto con esos ojos intensos azules le hacían sentir ligeramente incómodo. Parecía joven, no tanto como él mismo, pero no tan viejo como sus padres. Su destino estaba en las manos de este hombre, se encontró notando con un escalofrío.

—Dispara— y ahí estaba otra vez esa sonrisa. Ni siquiera había despegado la vista de la carretera.

—¿Disculpe?— abrió los ojos de par en par, asustado. ¿El hombre no pensaba seriamente que lo iba a lastimar, verdad?

—¿Demasiada jerga muggle para ti, muchacho? Vaya, parece que tengo un largo trabajo por delante— se rio ligeramente en una broma privada. Al dar una vuelta alcanzó a notar la gran interrogante en su rostro y decidió compadecerse, el chico parecía un cervatillo frente a los faros de un auto que se paró de seco en mitad de la noche. —Significa que me digas que es lo que me quieres preguntar. Sabrás que viviremos y trabajaremos en el mismo lugar por al menos un par de años, y el camino a casa es largo aun así que: dispara. — repitió lentamente, como asegurandose de que Draco no olvidase la palabra. —No voy a ofenderme preguntes lo que preguntes. — tarareó ligeramente, dándole confianza al chico.

—¿Realmente eres un sangrepura? — soltó secamente, pero rápidamente agregó, no queriendo sonar como... bueno, el antiguo Malfoy. —Quiero decir, luces tan acostumbrado y natural con todo que es simplemente difícil pensar que eres uno...— se detuvieron frente a una caja con tres diferentes luces, que ahora estaba iluminada de rojo.

El hombre se quedó en silencio y Draco ya había abierto la boca para pedir una disculpa cuando el hombre se rio. ¿Se estaba burlando de él…? Parpadeó un par de veces, incrédulo pensando en que podía haber dicho que fuese tan gracioso hasta que el hombre puso el auto en movimiento y le ofreció una media sonrisa antes de hablar.

—Sí, señor Malfoy. Soy un sangrepura. Mi linaje es fácilmente comparado con el suyo. No, no soy un "traidor a la sangre" si es lo que pregunta. Pero mi noble casa a tenido que aprender a adaptarse. Usted es un Slytherin, comprenderá ese detalle mejor que nadie. — su tono se volvió más lento y culto, dejando atrás aquel acento estadounidense sureño y tomando el británico con facilidad, como si nunca hubiese estado ahí. —Adaptarse y sobrevivir, o morir al resistirse al cambio. — bajó el volumen en su radio, hasta apagarlo. —Qué es exactamente lo que estás haciendo— Draco se tensó en su asiento, dándole una mirada escrutadora. El acento americano volvió —No voy a juzgarte, chico. No es mi deber ni debería ser el de nadie. Fuiste eximido de toda culpa y eso debería bastar para el resto— se estacionó en frente de una pequeña propiedad. —Bueno, bienvenido a mi hogar, joven Malfoy y si ese es su deseo también puede ser el tuyo. — Draco abrió los ojos ampliamente, pero no encontró las palabras para decir nada así que solo asintió lentamente. Will notando que su mensaje fue recibido regresó el asentimiento y salió. Le ayudó a bajar del coche, abriendo su puerta para después ir a la cajuela y sacar algunas cosas. Draco se ofreció a ayudar (con magia, por supuesto) pero el hombre le silenció con un movimiento de mano, quitándole importancia. ¡Y después tomó todo en brazos! Debía estar fallando terriblemente en mantener su cara de pokér o quizás Will era demasiado bueno leyendo a las personas ya que una risita se le escapó mientras entraban a la casa y las dejaba en el suelo.

—No suelo usar magia a menos de que sea necesaria. Te haces dependiente de ella y hasta flojo. Olvidas como hacer cosas realmente básicas. Lo aprenderás con el tiempo— agregó ante la incredulidad de Draco. —Vas a dormir en la habitación de arriba. Mi habitación está justo frente a la tuya. Mi esposa y mi hijo son las únicas otras dos personas que viven aquí, pero actualmente están con su madre en Kansas por vacaciones, pero volverán pronto. El consultorio se encuentra en el lado mágico de la ciudad, pero vamos directamente por Flú en ese caso.— dió un suspiro aliviado y agradecido mientras se estiraba. —Fue un trámite burocrático enorme, del tamaño de un buque para que aceptasen conectar mi chimenea en el área muggle al consultorio mágico, pero ¡hey! Se logró, y me facilita mil veces la vida.—

El hombre era… parlanchín. Bastante. Pero después de la demostración en el coche, se dio cuenta que realmente las apariencias y las máscaras del hombre estaban muy bien cimentadas y realmente lo estaba probando. No pudo evitar que un escalofrío lo recorriese, preguntándose seriamente donde había venido a meterse. Dulce Merlín, sálvame.

La convivencia entre Will (como había insistido en que le llamase. "Odio la burocracia, chico. Hui de Gran Bretaña por una razón" y después se había reído.) y él, al principio fue un poco tensa. Eran como el ying y el yang. Demasiado opuestos para su gusto, pero no negaría que era un buen maestro. Se burlaba de él con un sarcasmo pero una elegancia que dejaban los suyos en más una rabieta de un niño pequeño. Lo que más le exasperaba de Will es que hubiese tomado como misión personal el "sacarle lo estirado" y volverlo "un buen chico de Virginia". Además de sus trabajos en el consultorio ordenando algunas cosas, le enseñaba a realizar labores domésticas ya que "por más lindo que seas, no soy tu elfo doméstico, chico", pensó que había bromeado el primer día pero la realidad le cayó como un baldazo de agua fría cuando tuvo que realizar el trabajo pesado ¡sin su varita! y sin siquiera poder intentar algo sin varita, porque en ese caso, Will (el muy cabrón) haciendo demostración de su adorable encanto, con una floritura elegante y ensayada volvía a dejar todo como estaba o en ocasiones peor. Elizabeth (su esposa) había llegado por esos días, funcionando como mediador entre ambos cuando su esposo sobrepasaba la línea o le estaba atosigando demasiado, también ayudaba a Draco a adaptarse y para su comodidad traía a colación algunas costumbres y pasatiempos mágicos. Pero sobre todo, el pequeño Jamy había sido lo más nuevo y su miembro favorito de la familia. Los niños mágicos no eran muy normales de ver en Gran Bretaña Mágica debido a los largos ciclos de endogamia entre las familias sangre puras y a su vez la una criatura adorable y timida, no hacia mucho ruido ni escandalo por las cosas y a pesar de su corta edad tenia unos modales excelentes.

Tomaron una rutina rápidamente, por las mañanas salían a correr, hacían un par de ejercicios rutinarios, ayudaría a Eliz a preparar el desayuno, Will se iría al consultorio junto con Eliz, dejandole algunos labores de autoestudio y a cargo del pequeño Leo (al principio el matrimonio insistió con dejarlo con la vieja señora Franc pero el pequeño se acercaba más a la edad donde presentaban sus muestras de magia accidental y no querían provocar un ataque a la mujer), volverían para el almuerzo preparado por Draco y después Eliz se quedaría en casa y Draco lo acompañaría al consultorio. Trabajarían y comerían algo en el lado mágico para volver en la noche a repasar lo visto y dormir. Era casi… acogedor. Pero pese a los meses, Draco seguía experimentando una sensación extraña. Como si los Redferne conocieran demasiado de él, y él por su parte no supiese casi nada de ellos.

Y Draco Malfoy entendió tarde que no debía tentar al destino en ninguna de sus formas. No había sido su hijo predilecto desde hace mucho tiempo.

Ese día al marcharse Will y Eliz en la mañana le dieron una mirada preocupada al verle más pálido de lo habitual, y Eliz preguntó si estaba bien mientras tocaba su rostro. Draco asintió distraídamente, y cuando iba a insistir lo pensó bien y se fue, advirtiendo que si se sentía mal le llamase por Flú. Si bien, su instinto de medibruja le pedía revisar al chico, no quería lucir como si desconfiara de él, así que lo dejó pasar. Le dio un beso a la frente a Jamy y uno sobre su autoproclamado hijo, Draco.

Comenzó a realizar sus labores en el hogar cuando comenzó a sentirse un poco mareado. Decidió ignorarlo y seguir trabajando. Al ser tan bueno en pociones Will había delegado ese trabajo a él y no quería decepcionarle, pero su cuerpo no estaba cooperando. Se sentía aletargado y cuando tomó un bubotubérculo, las náuseas lo invadieron y no pudo contenerse, tuvo que salir del laboratorio y entrando al baño vomitó todo lo que había comido. Enjuagó su rostro y al verse hizo una mueca al notar lo pálido que estaba.

Bajó las escaleras con cuidado para llamar a Will, pero apenas había llegado al salón cuando sus rodillas no pudieron sostener su cuerpo y cayó al suelo presa de la fiebre. Juró haber escuchado el llanto de un niño.

Se vio a sí mismo en el suelo. El dolor de la maldición Cruciatus siendo aplicada una y otra vez. Sus gritos de dolor, haciéndole retorcerse en el suelo. Las lágrimas heladas que se combinaban con la sangre que se deslizaba por sus labios. La mirada espejo a la suya que le veía con tanto odio. Las risas de locura de Bellatrix, mientras sostenía a su madre obligándole a ver.

—¡Draco!—

El tacto de las manos temblorosas de su madre tocando su rastro, mientras un líquido cálido goteaba su rostro le hicieron intentar abrir los ojos, pero era imposible.

—Perdoname, mi dragón. Perdoname...—

—Draco, está bien. Estás a salvo, solo estamos tu y yo. Despierta por favor— una voz lejana habló, tranquilizándolo y dejando de luchar. Cayendo profundamente dormido de nuevo.

Despertó sin saber cuánto tiempo después, con la sensación de algo frío en su frente. Abrió los ojos lentamente para ver unos iris azules mirándole con preocupación.

—Bienvenido al mundo de los vivos, Draco— habló lentamente, como si temiera sobresaltarle. —¿Cómo te sientes? Tuve que deletearte un par de pociones ya que la fiebre no bajaba.— quiso incorporarse, pero un fuerte dolor de cabeza le hizo regresar. Notó que traía puesta un pijama que en definitiva no era suya y tampoco estaba en su habitación. Al notar la gran interrogante, Will suspiró. —Es de noche. Te encontramos a la hora del almuerzo tirado en el salón, nos diste un susto de muerte. Por un momento yo solo pensé…— tomó aire, viéndolo, pero su mirada se perdió en un recuerdo lejano. Negó con la cabeza y continuó su relato. —Como sea. Te traje del salón a la habitación de invitados, no quería invadir tu privacidad entrando en tu habitación sin permiso. Ya sabes lo que pienso de ello, así que también por eso el pijama. Aunque lo bueno de todo es que Jamy hizo su primera manifestación de magia para avisarnos… de repente apareció en el consultorio así que imaginarás nuestra sorpresa—

Hubo silencio después de esa declaración hasta que volvió a hablar Will.

—Draco… ¿quieres hablar de la pesadilla que tuviste?— por un momento se quedó estático, para después negar rápidamente, haciendo que su flequillo se moviese con él. Will rió sin humor. —Me lo imaginaba. Es bueno hablar de lo que sientes Draco y más una experiencia tan traumática como la que tu pasaste. No es necesario que sea conmigo ni voy a presionarte para hablar de querer hacerlo. Estás bajo mi cuidado, y más que un discípulo eres parte de mí pequeña familia en este momento — suspiró. —Todos tenemos nuestra propia historia, y te entiendo más de lo que muchos podrán. ¿Recuerdas que me preguntaste que si era un sangrepura?, ¿Recuerdas lo que yo contesté? — una vez que asintió procedió, le ofreció una sonrisa que cayó rápidamente. Su rostro se llenó de un dolor familiar, un dolor que veía todas las mañanas que se veía al espejo. —Mi familia viene de una larga línea de sangrepuras. Inventos, patentes, todo lo que te pudieras imaginar… hasta que claro, la codicia del poder nubló la mirada de mi abuelo. ¿Supongo que en la escuela les explicaron sobre Grindelwald o siguieron estancados con la guerra de los goblins? — bromeó sacándole una risa a Draco que negó, pero susurró que lo conocía. —Bueno, mi abuelo se encontraba entre los más allegados. Tobías Redferne besaba el piso sobre el que caminaba y había tanta adoración en su persona que… no le importó seguirle hasta la muerte. Dejando a mi padre y a mi abuela solos. — negó ligeramente desviando la mirada. —La gente juzgó porque es algo que le encanta hacer, al igual que hacer pagar justos por pecadores. Mi familia ha viajado desde entonces por diferentes partes del mundo, pero lo más lejos de Estados Unidos posibles. La mancha que ensucia mi legado se ha ido desvaneciendo con el tiempo. Yo corrí con más suerte que mi padre. Ya no quedan muchas personas vivas que recuerden con verdadera pasión aquella guerra más que como detalles históricos, además que fue bastante opacada por la primera guerra mágica británica. Sólo los viejos siguen peleando una guerra que ya no existe. Así que decidí regresar, me casé, tuve un hijo y eso es todo. Al menos mi hijo ya no tendrá que vivir con el miedo de ser asesinado por algo que sucedió cuando él aún no nacía. —

Un crudo silencio cayó sobre ellos, con todas las palabras que se dejaron entrever y la ligera empatía que Draco sintió.

—Yo jamás quise ser un Mortífago.— declaró con una voz tan pequeña que de no haber estado tan cerca no lo habría escuchado.

Y se desplomó. Se permitió llorar todo lo que no había hecho en todos esos años, sollozar y ser acunado como un niño pequeño. Ni siquiera cuando Eliz entró a la habitación para ver como estaban se detuvo, salió y regresó con un vaso con agua. Acarició maternalmente su rostro y limpió sus lágrimas con un pañuelo. Le ofreció el vaso y tomó asiento en la cama mientras le observaba determinadamente.

—Quiero que entiendas bien esto, Draco. Nada de lo que pasó fue tu culpa. Tuviste un padre que en lugar de protegerte te puso directo en la línea de fuego. Te cargo con responsabilidades que no te correspondian y te orilló a actuar, para después castigarte por no cumplir con estándares imposibles.—

—Por eso cuando Poppy me dijo que necesitabas un maestro no me lo pensé demasiado. Se lo que es estar de ese lado de la situación, por lo que… quizás y no es mucho, pero siempre vas a tener un hueco en nuestra familia. Siempre, Draco—


T: **Hay que tomar en cuenta que nosotros hablamos español, pero Draco habla inglés. Cada país y estado tiene un acento diferente y esto sólo es un reflejo de mi persona, un hablante "intermedio" en inglés que en el momento de hablar con un sureño cayó en realización que realmente no sabía nada de inglés.

En español no se nota mucho la diferencia y al pasar las frases del inglés al español pierde la gracia, pero, intento usar un español más "formal" cuando es británico y uno un poco más regionalizado cuando es el de Virginia. No lo hago con el afán de burlarme ni nada que se le parezca. Simple entretenimiento.

Esperamos que este primer capítulo les haya gustado, pronto volveremos con otro.

Hasta entonces✨