El Mobile World Congress era el congreso de telefonía móvil más importante del mundo, y desde el año 2006 se celebraba en la ciudad de Barcelona. Durante cuatro días, sería el escaparate para que más de setenta y cinco mil profesionales de doscientos países intercambiaran información y expusieran las novedades del sector. Era todo un acontecimiento para la ciudad, porque además de tener una repercusión económica de cientos de millones de euros, también ofrecía la creación de miles de puestos de trabajo.
Los hoteles podían cuadriplicar sus tarifas y aun así colgaban el cartel de completo con meses de antelación; los restaurantes y zonas de ocio nocturnas se frotaban las manos esperando la avalancha de altos ejecutivos extranjeros dispuestos a degustar la famosa cocina española y la más afamada aún marcha nocturna.
Por lo que Ino me había contado, este año el congreso comenzaba el lunes dos de marzo, pero muchas de las marcas hacían algún tipo de evento el fin de semana de antes, por lo que el sábado ya había muchos participantes recorriendo las calles de Barcelona.
Varias de las grandes empresas que iban a participar en el congreso habían solicitado atención personalizada para recibir a sus ejecutivos VIP, y Contact One, la empresa para la que Ino trabajaba, era una de las encargadas de proporcionarla.
Iba a ser un trabajo sencillo: hacer de acompañante personal y traductora para el VIP que me habían asignado en un evento que se había organizado el sábado por la noche, comenzando por recogerlo en el aeropuerto. Todavía no sabía con detalle qué era lo que se esperaba de mí, pero Ino me había asegurado que en el hotel recibiría instrucciones detalladas de todo.
«Traductora durante una fiesta… ¿Y por esto pagaban quinientos euros?», pensé incrédula.
Si en verdad era así, había elegido la profesión correcta.
Hasta el momento todo había ido sin contratiempos, había cogido el tren hasta Barcelona de buena mañana y había llegado al hotel que me habían asignado. Me inquietaba el check-in , porque hasta donde yo sabía siempre se pedía el DNI, pero Ino me había asegurado que no me preocupase, que no me pedirían ningún tipo de documentación, puesto que el hotel era de la empresa, y así fue. En cuanto les dije que era Shion, el nombre con el que mi amiga me había dicho que era conocida en su trabajo, y que trabajaba en la empresa Contact One, se limitaron a darme la llave de mi habitación y un sobre con instrucciones.
Por un momento me sentí como en una película de espías: nombres en clave, sobres con instrucciones, todo muy misterioso… y muy sospechoso. En el mundo real, en mi mundo, las cosas no eran así de enrevesadas, al menos no las legales. Y la sensación de que estaba haciendo algo ilegal no se me iba de la cabeza. Un mal presentimiento me revolvió el estómago.
Mi habitación estaba en la planta cinco. Una estancia sencilla pero elegante con una moderna decoración estilo minimalista en blanco y negro y varias serigrafías de arte abstracto adornando las paredes.
Dejé el equipaje que llevaba en un rincón, sintiéndome un poco ridícula por llevar dos maletas para una estancia de una noche, pero así era. Una era la mía, con mi ropa y mis objetos de aseo personal. La otra, mucho más grande, había sido un préstamo sorpresa de Ino, que me había entregado en la estación de tren.
Me senté en la cama, impaciente por descubrir el contenido del sobre que me habían dejado. Parecía una breve biografía del VIP que me habían asignado, incluyendo una foto que mostraba a un hombre que a pesar de la edad seguía siendo atractivo. Su intensa mirada transmitía seguridad en sí mismo y fortaleza.
Nombre: Fugaku Uchira. Edad: sesenta y siete años.
Altura: un metro setenta y siete centímetros.
Peso: ochenta y nueve kilos. Color cabello: cano.
Color ojos: negros.
Presidente de G&G Corporation, importante multinacional con sede en Dallas, Texas. Le gustan los caballos, la pesca y la naturaleza.
Escueto, pero por lo menos sabía lo que me esperaba.
En el sobre también había un horario detallado con instrucciones de los pasos a seguir en cada momento:
15.30h. La limusina la recogerá en el hotel y la llevará al aeropuerto.
16.15h. Hora prevista de aterrizaje en Barcelona del jet privado del señor Uchira. Le estará esperando en la pista de aterrizaje y le acompañará en la limusina hasta su hotel, entablando una conversación agradable e interesándose por su viaje y su comodidad. El señor Uchira tiene reservada la suite Penthouse en el hotel Mandarín Oriental. Según la elección del cliente, se le puede llevar directamente a su hotel o dar un breve paseo en limusina por la ciudad.
19.30h. La limusina la recogerá en el hotel para dar comienzo la velada.
P. D.: Se recomienda vestido de cóctel.
¿Un vestido de cóctel? ¿De dónde se suponía que iba a sacar yo un vestido así? Mis ojos volaron hacia la maleta que me había dado Ino. Ella había dicho que allí encontraría el vestuario adecuado para el fin de semana.
Abrí la maleta expectante y su contenido me hizo suspirar de placer. Una a una fui sacando de su apretado encierro las delicadas prendas de alta costura que valían más que mi sueldo de un año. Un abrigo gris marengo de abotonadura cruzada de Carolina Herrera, un par de trajes de chaqueta de pantalón largo de Salvatore Ferragamo, dos trajes chaqueta con falda recta de Roberto Cavalli, varias blusas a juego y… dos vestidos de noche.
Uno era un hermoso vestido de cóctel en color negro, de escote palabra de honor, entallado en la cintura y falda acampanada hasta la rodilla. De corte sencillo pero muy elegante.
El otro vestido de noche me hizo contener el aliento. Era impresionante, de los que podrían lucir las estrellas de Hollywood en la alfombra roja, sencillo y sexy a la vez. Un glamuroso vestido largo de terciopelo color burdeos, de escote cerrado por delante pero con la espalda abierta en un atrevido escote en forma de V.
En la maleta también estaban todos los zapatos y complementos a juego que pudiera necesitar, todos de primeras marcas.
Cogí mi móvil y llamé al instante a Ino.
—¿Para qué se supone que es el vestido color burdeos? —pregunté nada más escuchar su voz.
—Es solo un comodín, por si te toca acompañar al VIP a alguna cena de gala.
—Pero se supone que la velada de esta noche es una especie de cóctel de negocios.
—Pues entonces no lo vas a necesitar. Utiliza el negro.
—Pero toda esta ropa…
—Sin, solo es un préstamo. El hotel tiene servicio de habitaciones a cuenta de la empresa, así que ordena que te lo planchen todo y ponte lo que consideres oportuno—explicó Ino con voz práctica—. Te he puesto un poco de todo para que tengas donde elegir.
—Ino, esto me resulta un poco extraño, lo del apodo que usas para trabajar, y tanto misterio… no serás una puta, ¿verdad? —pregunté de forma directa—. Porque si me estás metiendo en algo ilegal…
—¡Pero qué bruta eres, Sin! —exclamó Ino—. Te aseguro que no soy una puta. Tú concéntrate en satisfacer al VIP este fin de semana.
—Define «satisfacción» —repliqué con voz seca—. Porque hay muchos tipos de satisfacciones que no estoy dispuesta a darle a ese hombre por muy VIP que sea.
—Sin, no se espera de ti que le des sexo, solo un poco de compañía y conversación si la necesita.
—Espero que él lo tenga claro —gruñí—. No me gustaría tener que lidiar con un viejo verde en busca de acción.
—¿El cliente es un hombre mayor?
—Sesenta y siete años.
—Entonces tranquila, si las cosas se ponen difíciles sal corriendo y no te podrá alcanzar —bromeó con una risa. Luego recuperó su tono más razonable—. Sin, no tienes de qué preocuparte. Sé simpática y educada y todo saldrá bien. Y, sobre todo, guarda las distancias, a no ser que quieras terminar en una situación «delicada». En este tipo de trabajos los acercamientos físicos son fácilmente malinterpretados — aconsejó Ino.
Me pareció un consejo un poco fuera de lugar. Se supone que iba a trabajar como traductora y asistente personal, se daba por descontado que no iban a haber «acercamientos físicos» de ningún tipo. ¿O no? Sobre todo teniendo en cuenta que el cliente en cuestión podía ser mi padre. Descarté aquel pensamiento al instante. Iba a ser tan profesional, fría y educada que no iba a dar lugar a ningún tipo de malentendido sobre mi trabajo de aquel fin de semana.
Un gemido doliente me llegó a través de la línea.
—Ino, ¿estás bien? —pregunté, recordando que en la estación de tren, aquella mañana, la había visto pálida y ojerosa.
—Nooo —se lamentó, con voz débil—. No sé lo que me pasa, pero llevo toda la semana con el estómago revuelto y acabo de vomitar hasta la primera papilla. Debe ser algún tipo de virus. Creo que me voy a acercar a urgencias a ver si me dan algo.
—Está bien, cuídate, ¿quieres? Ando escasa de amigas y no me gustaría perderte—bromeé, aunque en el fondo era cierto.
Mi vida social era irrisoria, por no decir inexistente, y había pocas amistades que sobreviviesen a eso. El poco tiempo libre que tenía lo dedicaba a mi familia. Cuando tenía algo de dinero para ir al cine o a cenar por ahí, acababa yendo con mi hijo y con mi abuela, y para las chicas de mi edad no eran las compañías más deseables para una velada, así que había acabado perdiendo el contacto con mis amigas o no pudiendo avanzar en nuevas amistades.
Ino era la excepción. Ella parecía disfrutar acoplándose a nuestras escapadas familiares e incluso venía a comer de vez en cuando a casa con nosotros. Mi abuela y Daisuke la adoraban, y yo la quería como a una hermana. Razón por la que ahora estaba allí. «Bueno, por eso y por los quinientos euros», me recordó una vocecilla interior.
Miré el reloj y me puse en acción. Según el horario, la limusina pasaría a recogerme a las tres y media, así que tenía una hora para comer un poco y arreglarme. Me di una ducha rápida y comencé mi batalla particular para domar mi cabello. Opté por recogerlo en una trenza y enrollarla en un moño bajo, en un recogido sencillo pero elegante que, junto al traje chaqueta negro, me daba un aire bastante profesional —y cuyo pantalón me hacía un culo fantástico, todo hay que decirlo—. Una vez satisfecha con mi peinado me puse un maquillaje discreto de acabado natural y unos zapatos negros de Prada con unos taconazos de diez centímetros que eran sorprendentemente cómodos.
Analicé el resultado en el espejo de cuerpo entero que había en la habitación. Tenía un aspecto estupendo, elegante y profesional. Era milagroso lo que la ropa de buena calidad podía hacer en una persona. La blusa rojo sangre daba un toque de color a la austeridad del traje, y se me ocurrió dar un toque de ese mismo color en mi imagen.
Cogí una barra de labios de un color casi idéntico al de la blusa y me pinté los labios, delineándolos con minuciosidad.
Siempre había pensado que mi boca era mi mejor rasgo. Tenía unos dientes de sonrisa Profident y unos labios plenos y carnosos de lo más sensuales.
Era una lástima que la sensualidad no tuviera cabida en mi vida.
