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SASUKE
Tenía todo el derecho del mundo a cabrearme y nadie me iba a convencer de lo contrario. Quería a mi hermano y daría mi vida por salvar la suya, pero nunca olvidaría el aspecto de Sakura cuando la encontré desangrándose en el suelo. Yo no estaba allí para protegerla, y Obito se puso como objetivo darle una paliza que la dejara al borde de la muerte. Ahora aquella mujer era mi esposa, y era responsabilidad mía mantenerla a salvo.
Me tomaba aquel trabajo muy en serio.
Había sido violada por un psicópata. Un gilipollas le había dado una paliza. Y el mismo psicópata había vuelto a asaltarla. Ahora estábamos en la fase de luna de miel, una época en la que ambos debíamos ser felices.
Llegué a casa a mi hora habitual y fui recibido por Lars.
―Buenas tardes, señor. La cena se servirá en una hora.
―Que sean mejor dos horas. ―Me aflojé la corbata mientras me acercaba a las escaleras. A Botón más le valía estar preparada cuando entrase en aquel dormitorio. Aquella boca estaba a punto de ser follada hasta que tuviera arcadas―. Y me disculpo por mi comportamiento de antes. Estaba portándome como un imbécil. ―No me sentía culpable por tratar a Obito a patadas, porque se lo merecía. Pero Lars no había hecho otra cosa que demostrar su lealtad desde que había empezado a trabajar para mi familia, hacía décadas. No se merecía de mí otra cosa que no fuese respecto.
―Tonterías, señor. ―Lars diría aquello aunque yo estuviera equivocado. Le preocupaba más hacerme sentir mejor sobre el tema que aceptar una disculpa que merecía―. Pero le agradezco sus palabras igualmente.
Le di unas palmaditas en el hombro y subí al segundo piso.
―Que no nos molesten. Bajaremos cuando estemos preparados.
―Por supuesto, Excelencia. ―Lars sabía exactamente a qué me refería cuando decía que no quería ser molestado. Quería follarme a mi esposa en paz, sin tener al resto del personal escuchándonos hacerlo.
Llegué a la tercera planta, desabrochándome la camisa por el camino. No tenía ninguna duda de que ella seguiría mis instrucciones. Era cabezota y discutidora, y me desafiaba sólo por principios.
Abrí la puerta y, tal y como esperaba, allí estaba ella. Totalmente desnuda. Con el culo levantado en el aire.
Jodidamente perfecta.
Cerré la puerta de una patada a mi espalda y me desvestí, dejando caer al suelo la chaqueta del traje, la corbata y la camisa. Me acerqué a ella lentamente mientras me desabrochaba el cinturón, dejando al aire mi erección, dura y con el glande enrojecido por toda la sangre que lo recorría. Me quité toda la ropa y me quedé de pie ante ella, sintiéndome como un rey delante de su reina.
Tenía un culo precioso y, desde aquel ángulo, podía apreciar la cerrada curva de su espalda. Era toda una mujer, con la piel sedosa y unas curvas de infarto. Llevaba la alianza en la mano izquierda, igual que todos y cada uno de los días. Cerré el puño en torno a su cabello y tiré de ella suavemente hacia atrás, obligando a que posara los ojos en mi rostro.
La dominaba como todo marido debería dominar a su esposa. Es posible que estuviéramos casados, pero ella seguía siendo de mi propiedad. Llevaba en el dedo el último botón que jamás le daría, así que siempre estaría en deuda conmigo. Siempre sería mi prisionera voluntaria.
Me rodeé con los dedos la base del miembro y froté la punta contra sus labios, extendiendo la gota de lubricante que se había formado sobre mi glande por su preciosa boca. La tenía ligeramente abierta y podía ver sus pequeños dientes detrás de los labios.
―Abre más.
Abrió del todo la boca, aplanando la lengua.
Introduje mi erección en su boca igual que lo haría si fuese su sexo. Sentí la estrechez de su garganta al profundizar en ella. Su lengua actuaba como acolchado, áspera y suave al mismo tiempo. Podía sentir su saliva rodeándome, lubricando mi grueso sexo mientras le follaba la boca.
Mantuve su pelo firmemente agarrado con una mano mientras mis caderas se balanceaban, entrando y saliendo de ella. Un hilillo de saliva emergía de sus labios y goteaba en el suelo. Los ojos se le llenaban de lágrimas debido a sus esfuerzos por resistir las arcadas. Me encantaba verlas, observar las lágrimas que le provocaba mi enorme miembro.
Estaba cabreado con ella por desafiar mis deseos pasando el rato con Obito. Pero no podía decirle qué hacer. Aquella mujer no escucharía ni una sola de mis órdenes... a menos que hubiera sexo de por medio. Así que ahora me saldría con la mía, y aliviaría mi frustración dominándola en aquella cama.
Quería correrme, pero todavía tenía dos lugares que visitar. Se la saqué de la boca y le enjugué las lágrimas con el pulgar.
―Date la vuelta, Botón.
Hizo lo que le pedía y colocó el trasero en el borde de la cama. Su sexo húmedo estaba reluciente de excitación, y supe que había disfrutado haciéndome aquella mamada tanto como yo recibiéndola.
Me enterré en su interior y sentí sus paredes estrechándose en torno a mí por la intrusión. Su humedad facilitó mi entrada, permitiéndome introducirme por su estrecho canal. La sensación era increíble, igual que todas las demás veces que había follado con ella.
―Las manos a la espalda.
Ella juntó las manos y las colocó en la acentuada curva de su espalda. Sus gemidos llegaron un segundo después, al sentir mi erección enterrada en lo más profundo de su ser una y otra vez.
―Mi marido...
Cerré los ojos al sentir el escalofrío. No había nada más sensual que oírla decir aquello. Me pertenecía en más de un sentido. Estaba legalmente unida a mí, era la otra mitad de mi alma hasta que el tiempo reclamara nuestras vidas.
Me chupé el pulgar antes de introducírselo por la puerta trasera. Ella se tensó alrededor de inmediato, tanto su sexo como su ano. Sus gemidos fueron interrumpidos por una respiración irregular.
Su sexo era cálido y húmedo. Deseaba quedarme allí para siempre, enterrado en lo más profundo de mi mujer. Volvía a sentir deseos de correrme, pero ni siquiera estaba cerca de haber terminado. Tenía que asegurarme de que Botón supiese que hasta el último de sus orificios corporales me pertenecía. Corcoveé con más fuerza y le inserté otro dedo por detrás, preparándola para mi enorme miembro.
No tardó mucho en llegar al orgasmo. Tenía la cara apretada contra las sábanas, lo que amortiguaba sus gemidos. Su cuerpo se arqueaba y se retorcía, intentando obtener más de mí a un ritmo más rápido.
No le negué aquel placer.
Su sexo se tensó alrededor de mi erección, bañándomela en una nueva oleada de humedad. Continuó apretándome hasta que pasó la euforia.
Ahora sí que quería correrme. No había nada que me pusiera más caliente que ver a mi mujer tener un orgasmo para mí.
Salí de ella y contemplé su preciosa entrepierna. Aún goteaba de excitación, y sus fluidos blancos se habían acumulado en la base de mi miembro. Saqué los dedos de su cuerpo y presioné mi sexo palpitante contra su trasero. Su cuerpo se resistió al principio, pero terminé por poder introducir mi violenta erección en su interior.
Ella mantuvo las manos detrás de la espalda mientras gemía al sentir mi sexo gigantesco. Pequeños gemidos escapaban de sus labios mientras se adaptaba a la considerable dilatación.
Me la follé despacio, por su bien y por el mío. Si me movía sólo un poco más rápido, me correría mucho antes de lo que quería. Ella ya había alcanzado el orgasmo, así que me tocaba a mí liberar mi placer. Pero quería disfrutarlo un poco más, follarla un poco más fuerte.
―Córrete en mi culo ―dijo entre gemidos―. Por favor.
Dejé escapar un gemido involuntario. Mi esposa deseaba mi semen, y yo iba a dárselo. Todo.
―¿Quieres mi semen, Botón?
Le agarré las caderas y ella me rodeó las muñecas con los dedos.
―Dámelo.
Puse un pie sobre la cama y la penetré sin piedad, empujándola hasta que gritaba. Mi miembro entraba y salía de su culo una y otra vez, los veintitrés centímetros completos. Un segundo después, estallé.
―Joder... ―Me liberé en su interior, depositando mi semilla caliente dentro de la mujer que me pertenecía.
Me apretó más fuerte las muñecas y se tensó.
―Sí...
Aceptar mi semen la excitaba, como todo lo demás. Yo gruñí al depositar las últimas gotas en su interior, llenándole el recto con grandes cantidades de mi semilla. Mi sexo se ablandaba lentamente, pero disfruté de las últimas sensaciones de placer.
Deseaba quedarme un poco más en su interior, pero necesitaba lavarme. Tras hacerlo, podría volver a tirármela. Me aparté y contemplé su ano dilatado, enorgulleciéndome de mi obra. Observé el semen blanco en la entrada.
Me incliné sobre ella y le giré la barbilla hacia mi rostro. Le di un beso con los ojos abiertos, mirando fijamente la satisfacción en sus ojos. No me importaba la discusión que habíamos tenido antes, porque acababa de demostrar mi punto de vista.
Ella era mía, y yo podía hacer lo que me diera la gana.
