CAPÍTULO 1

Escocia 1° de abril de 1513

Sasuke James Lyon Uchiha, tercer Conde de Dalkeith, se deslizó silenciosamente sobre el suelo. Las gotas de agua fluían de su pelo húmedo hacia su pecho ancho, uniéndose en un solo riachuelo entre las ondulaciones dobles de músculos en su abdomen. La luz de la luna brilló débilmente a través de la ventana abierta y lanzó una luminosidad plateada sobre su piel de bronce, creando la ilusión de que había sido esculpido en acero fundido.

La tina detrás de él había quedado fría y olvidada. La mujer en la cama también estaba fría y olvidada. Ella lo sabía.

Y no le gustaba ni un poco.

Es casi demasiado hermoso para mí, pensó Kin. Pero por todos los Santos, si el hombre era un trago de veneno, otro sorbo fresco y largo de su cuerpo era la única cura para la toxina. Pensó en las cosas que había hecho para ganarlo, compartir su cama, y —Dios la perdonara— las cosas que haría para quedarse allí.

Casi lo odiaba por eso. Sabía que ella misma se odiaba por ello. Debe ser mío, pensó. Lo miró pasear por el cuarto espacioso hasta la ventana, que abrió entre las columnas de granito acanaladas que se encontraban en un arco a una altura de veinte pies sobre su cabeza. Kin sonrió con desprecio a espaldas de él. Demasiado tonto —abrir esas ventanas sin defensa ni cuidado— o demasiado arrogante. ¿Para qué, si uno podía quedarse en la maciza cama con colchón de plumas, querría mirar fijamente a través del arco rosado un cielo aterciopelado agujereado de relucientes estrellas?

Ella lo había sorprendido mirando fijamente de esa manera esa noche, cuando había entrado de golpe en ella y había excitado esa hambre sin fin en su sangre, con su virilidad dura como una piedra, que sólo él poseía. Había lloriqueado bajo él en el más grandioso éxtasis que alguna vez experimentara y él ahora estaba mirando fuera de la ventana, como si nadie más estuviera junto a él.

¿Había estado contando las estrellas?

¿Canciones obscenas silenciosamente recitadas para impedirse caer rendido y dormir?

Lo había perdido.

No, Kin se juró, nunca lo perdería.

—¿Sasuke?

—¿Hmmm?

Ella aplanó la sábana de seda lavanda a través de sus dedos temblorosos.

—Ven de nuevo a la cama, Sasuke.

—Estoy inquieto esta noche, dulzura. —Él jugó con el tallo de una gran flor azul pálida. Una media hora antes había barrido los pétalos cubiertos de rocío a lo largo de su femenina piel de seda.

Kin retrocedió ante su admisión de que todavía tenía energía para derrochar. Soñolientamente saciada, podría ver que el cuerpo del hombre todavía era atravesado desde la cabeza a los dedos de los pies con su vigor inquieto. ¿Qué tipo de mujer debería tomar —o a cuántas— para dejar a ese hombre adormecido en fascinada satisfacción?

Más mujer que ella, y dioses, cuánto la indignaba eso.

¿Lo había dejado su hermana más saciado? ¿Su hermana, que había calentado su cama hasta que ella, Sarā, había encontrado una manera de tomar su lugar?

—¿Soy mejor que mi hermana? —Las palabras se le escaparon antes de que pudiera detenerlas. Se mordió los labios y esperó su respuesta ansiosamente.

Sus palabras distrajeron la mirada humeante del hombre de la noche estrellada, a través de la extensión ancha del dormitorio, para descansar en la acalorada gitana de cabellos como el ala de un cuervo.

—Kin —él reprendió suavemente.

—¿Lo soy? —Su tono de contralto se elevó a un diapasón malhumorado.

Él suspiró.

—Hemos tenido esta discusión antes.

—Y nunca me contestas.

—Deja de compararte, dulce. Sabes que es tonto…

—¿Cómo podría no hacerlo cuando puedes compararme a cien, no mil, mujeres, incluso mi propia hermana? —las cejas bien formadas se arrugaron en un ceño sobre los ojos destellantes.

Su risa masculina rodó.

—¿Y a cuántos comparas conmigo, encantadora Kin?

—Mi hermana no podría ser tan buena como yo. Ella era casi virgen. —Escupió la palabra con hastío. La vida era demasiado imprevisible para que la virginidad fuera una posesión apreciada entre su gente. La lujuria, en todas sus facetas, era un aspecto saludable de la cultura Rom.

Él levantó una mano, advirtiéndola.

—Detente. Ahora.

Pero ella no pudo. El veneno de las palabras de acusación empezó a derramarse rápida y furiosamente hacia el único hombre que había hecho alguna vez cantar su sangre pagana, y el poder sobre ella que había sido cincelado entre sus muslos en granito, con su cara perfecta, esa misma víspera. En verdad, desde hacía muchas noches hasta entonces.

Él sufrió su rabia en silencio, y cuando por fin la lengua de la mujer descansó, volvió a su ventana. El aullido de un lobo solitario rompió la noche y ella sintió un lamento parecido contestando dentro de sí. Supo que el silencio de Sasuke era su adiós. Herida por el rechazo y la humillación, se levantó temblando de su cama, la cama a la que sabía nunca le pedirían que entrara de nuevo.

Mataría por él.

Que precisamente fue lo que quiso hacer momentos después, cuando corrió hacia él con el dirk color de plata que había levantado de la mesa junto a la cama. Kin podría haber salido sin un juramento de venganza, si él hubiera parecido sorprendido. Momentáneamente alarmado. Afligido, incluso.

Pero él no exhibió ninguna de estas emociones. Su cara perfecta se encendió con risa cuando la detuvo fácilmente, cogió su brazo y desvió el dirk, lanzándolo a través de la ventana abierta.

Él se rió.

Y ella lo maldijo. Y a todos sus hijos y cualquier descendiente futuro.

Cuando él la calmó con besos, ella siguió maldiciendo a través de los dientes rechinantes, así como su cuerpo traidor se fundió con su tacto. Ningún hombre debía ser tan hermoso. Ningún hombre debía ser tan intocable. Y tan detestablemente intrépido.

Ningún hombre debía tener el privilegio de abandonar a Kin. Él la tendría, pero ella no lo tendría a él. Ella nunca lo tendría a él.

.

.

.

—No fue tu culpa, Sasuke —manifestó Naruto. Estaban sentados en la terraza empedrada con guijarros de Dalkeith, bebiendo a sorbos oporto y fumando tabaco importado con una satisfacción completamente masculina.

Sasuke James Lyon Uchiha frotó su mandíbula perfecta con una mano perfecta, irritada por la sombra perfecta que siempre aparecía sólo unas horas después de afeitarse.

—Apenas lo entiendo, Naruto. Yo pensé que ella encontraría placer conmigo. ¿Por qué buscaría matarme?

Naruto arqueó una ceja.

—¿Qué haces con las chicas en la cama, Sasuke?

—Les doy lo que ellas quieren. Fantasía. Mi carne y mi sangre para servir cada uno de sus antojos.

—¿Y cómo se puede saber cuáles son las fantasías de una mujer?— se preguntó Naruto en voz alta.

El earl de Dalkeith rió suavemente; un temerario, seguro retumbar, al recordar los ronroneos que conocía de las salvajes manadas de mujeres.

—Ah, Naruto, simplemente tienes que escuchar con tu cuerpo entero. Con los ojos ella te lo dice, lo sepa o no. Con sus suaves gemidos te guía. En las contorsiones sutiles de su cuerpo, sabes si ella te quiere delante o detrás de sus curvas lujuriosas. Con apacibilidad o con poder; si desea un amante tierno o busca una bestia. Si le gustan que sus labios sean besados, o salvajemente devorados. Si le gustan que sus pechos...

—Me hago una idea —interrumpió Naruto y tragó en seco. Cambió de posición en su silla y descruzó las piernas. Volvió a cruzarlas y enderezó su kilt. Las descruzó de nuevo y suspiró—. ¿Y Kin? ¿Entendiste sus fantasías?

—Demasiado bien. Una de ellas incluía ser la señora de Sasuke.

—Ella tenía que saber no podría ser, Sasuke. Todos sabemos que has estado casi como casado desde que el Rey James decretó tus esponsales.

—¿Casi como casado? Como muerto. Y no quiero hablar de eso.

—El tiempo casi termina, Sasuke. No sólo vas a tener que hablar sobre eso, vas a tener que hacer algo al respecto... como recoger a tu novia. El tiempo está corriendo. ¿O no te preocupa? —Sasuke dirigió una mirada salvaje a Naruto—. Sólo me aseguraba, eso es todo. Queda escasamente una quincena, ¿recuerdas?

Sasuke miró fijamente la noche cristalina, iluminada con estrellas resplandecientes.

—¿Cómo podría olvidarlo?

—¿Piensas realmente que James llevaría a cabo sus amenazas si no te casas con la chica de Shimura?

—Absolutamente —dijo Sasuke, rotundo.

—No entiendo por qué te odia tanto.

Una sonrisa sardónica relampagueó en la cara de Sasuke. Sabía por qué James lo odiaba. Hacía treinta años los padres de Sasuke habían humillado a James en el punto más flaco de su vanidosa alma. Puesto que el padre de Sasuke había muerto antes de que James pudiera vengarse, el rey había depositado en Sasuke el odio hacia su padre.

Durante quince largos años, James había controlado todos los minutos de la vida de Sasuke. Días antes de que expirara su prenda de servicio, James ideó un plan para afectar cada momento futuro de él. Por decreto del rey, Sasuke estaba obligado a casarse con una chica que no conocía y no quería. Una solterona recluida que se rumoreaba era bastante horrorosa e indiscutiblemente loca. Era la idea retorcida del Rey James de una cadena perpetua.

—¿Quién puede conocer la mente de los reyes, mi amigo? —evadió Sasuke, acabando significativamente con el tema.

Los dos hombres pasaron un tiempo en silencio, ambos cavilando por razones diferentes mientras miraban fijamente el cielo aterciopelado. Un búho gritó suavemente en los jardines. Los grillos frotaron sus patas en un concierto dulce y ofrecieron tributo al crepúsculo de Dalkeith. Las estrellas pulsaron y brillaron débilmente contra el dosel negroazulado de la noche.

—Mira. Una estrella fugaz. Allí, Sasuke. ¿Qué hay que hacer ahora? —Naruto apuntó una mancha blanca que caía de los cielos, dejando una cola láctea brillando en su estela.

—Kin dice que si pides un deseo a esas estrellas fugaces, te será concedido.

—¿Qué deseas justo ahora?

—Tonterías —se mofó Sasuke—. Cuentos para tontas chicas románticas de mirada soñadora. —Por supuesto que él había pedido un deseo. Cada vez que había visto una estrella fugaz últimamente. Y siempre el mismo. Después de todo, el tiempo estaba acabándose.

—Bien, yo probaré —refunfuñó Naruto, sin vacilar por la burla de Sasuke—. Deseo…

—Dilo, Naruto. ¿Cuál es tu deseo? —preguntó Sasuke con curiosidad.

—Ninguno que te concierna. Tú no crees en ellos.

—¿Yo? ¿El eterno romántico que encanta legiones con su poesía y seducción, un incrédulo de todas esas encantadoras cosas femeninas?

Naruto disparó a su amigo una mirada de advertencia.

—Cuidado, Sasuke. Búrlate de ellos bajo tu propio riesgo. Realmente, puedes hacer un día enfadar a una chica. Y no sabrás tratar con eso. De momento, ellas todavía caen por tus sonrisas perfectas.

—¿Quieres decir como esta? —Sasuke arqueó una ceja y esbozó una sonrisa, completándola con unos soñolientamente entrecerrados ojos que llenarían volúmenes acerca de cómo la chica que lo recibiera sería la única verdadera belleza de su corazón, un corazón que tenía lugar para sólo una. Y quienquiera que fuera, pasaba a estar en los brazos de Sasuke en ese mismo momento.

Naruto agitó su cabeza en aversión simulada.

—Lo practicas. Deberías. Ven, admítelo.

—Por supuesto que lo hago. Funciona. ¿No lo practicarías tú?

—Mujeriego.

—Uh-hmm —Sasuke estaba de acuerdo.

—¿Y recuerdas todos sus nombres?

—Todos los cinco mil.

Sasuke escondió su mueca detrás de una sonrisa torcida.

—Sinvergüenza. Libertino.

—Pícaro. Arrogante. Pecador. Ah, aquí hay uno bueno: 'voluptuoso'—proporcionó Sasuke servicialmente.

—¿Por qué no ven tus verdaderas intenciones?

Sasuke encogió un hombro.

—Les gusta lo que reciben de mí. Hay muchas chicas hambrientas allí afuera. Yo no puedo, de buena fe, rechazarlas. Llenarían mi cabeza de preocupaciones.

—Creo que sé cuál cabeza exactamente se preocuparía —dijo Naruto secamente—.
La misma que va a meterte en un gran problema algún día.

—¿Qué deseaste, Naruto? —Sasuke ignoró la advertencia con la actitud de demonio sin preocupaciones que era costumbre, y que tanto atraía a las mujeres.

Una sonrisa lenta resbaló sobre la cara de Naruto.

—Una chica que no te quiera. Una celestial… no, una chica terrenalmente hermosa, con ingenio y sabiduría para calzarse las botas. Una con una cara perfecta y un cuerpo perfecto, y un perfecto 'no' en sus labios perfectos para ti, mi amigo tan perfecto. Y también deseé que se me permitiera observar la batalla.

Sasuke sonrió limpiamente.

—Nunca pasará.

El viento llevó una voz sin cuerpo, que flotó en una brisa de jazmín y sándalo, dulcemente a través de los pinos. Entonces habló en palabras risueñas que ningún humano podría oír.

—Creo que eso puede arreglarse.