Inefable
Por: SadChirimoya


Resumen: Él se enamoró escuchando su voz. Todos los días a la misma hora tomaba el mismo desvío sólo para poder ver a aquella muchacha de ojos verdes cantando y tocando guitarra afuera del escaparate de la misma tienda. No importaba la temporada o el clima, ella siempre estaba ahí, esperándole con una canción y una sonrisa.

[Romance, AU]


Un verso.


La primera vez que llamó su atención fue un par de meses después de llegar a Japón, cuando no la vio fuera del escaparate de siempre.

Pese a que llevaba ya poco más de un par de meses en aquella pequeña ciudad (ya había dejado de referirse a ella despectivamente como pueblo), seguía sin sentirse a gusto con la idea de haberse mudado allí.

Por un lado, le gustaba bastante su independiente vida de estudiante universitario. Le agradaba vivir solo, sin su asfixiante familia rondándole y molestándole cada cinco minutos.

La libertad que había adquirido era también otro punto a favor, y junto con eso, la paz que sentía de no tener que cumplir con las responsabilidades de ser el único varón de la familia Li; eso significaba no más eventos estúpidos, no más madre sobre analizando cualquiera de sus movimientos, no más cenas forzadas con su prima política y prometida, y no más tonterías banales.

Por primera vez podía comportarse como se le daba la gana y hacer lo que se le ocurriese sin que terminase en regaños y peleas con su madre.

Por el otro lado, si bien la universidad no estaba nada mal, seguía molestándole no estar en China, y no es que tuviese un cariño especial por su país natal, realmente poco había de eso en sus motivaciones; tampoco se trataba de algún tipo de aversión a Japón, o algún problema con adaptarse a sus costumbres o idioma, ambos los manejaba muy hábilmente, de hecho, el gran "pero" de todas sus quejas era su madre.

Su querida y excéntrica madre.

Una mujer sin igual y probablemente la única de su tipo que Xiao Lang había tenido la desgracia de conocer. Seria, bella, imponente; toda palabra que salía de sus labios era acatada sin rechistar, sin cuestionamientos y sin tardanzas. La mujer que actualmente era la cabeza de la importantísima familia Li, inteligente a extremos que sorprendía a todos sus hijos, incluyendo el menor que tan difícil parecía ser de asombrar.

Li admiraba a su madre pese a las fuertes discusiones que su propia rebeldía los había orillado a tener. Aspiraba tener tanto e incluso más conocimiento que aquella mujer, y por ello su madre presentaba orgullosamente a su hijo menor como el futuro sucesor del legado familiar; pero, así como él mismo tenía sus excentricidades, ella también las tenía, mucho más privadas y escondidas del mundo observador, claro.

Yelan era una mujer terriblemente supersticiosa y espiritual, a tal punto, que sacaba de quicio a Xiao Lang.

No entendía, y probablemente nunca sería capaz de hacerlo, cómo una mujer de ciencias, tan actualizada en conocimientos y tan dedicada al estudio de lo tangible como lo era ella, podía siquiera considerar el creer en espiritualidades y supersticiones sinsentido. Lo que era aún peor y lo desesperaba hasta niveles inimaginables era aquella tontería de vivir su vida entorno a aquellas tontas premoniciones que su espiritual progenitora decía tener.

Todo se complicó cuando la mujer comenzó a dirigir su vida, sutilmente, por ciertos caminos que sus sueños le habían mostrado.

El que su madre tuviera creencias era una cosa aceptable, pero que quisiese imponerlas como un estilo de vida para el resto era algo que el ambarino simplemente no podía tolerar, pero que a regañadientes tuvo que aceptar, pues la mujer en cuestión no sólo era su madre, sino también la cabeza de la familia, y la persona a la cual nadie era capaz de decirle no.

Básicamente, aquella ridícula situación de su mudanza se debía a un sueño "premonitorio" que su madre había tenido semanas antes de su viaje.

Se había consolado pensando que era una tontería que no duraría más que unas semanas, sin embargo, ahí estaba, más de dos meses después, pensando cómo adaptar un área de descanso en su habitación, pues en vista que aquello sería una tontería de prolongada duración, al menos se aseguraría de adaptarla a su gusto.

Fue una alerta de su teléfono móvil lo que lo sacó de sus pensamientos, invitándolo insistentemente a acercarse al aparato en cuestión; era un compañero de la universidad, Hiragizawa, recordándole sobre el favor al que se había comprometido unos días atrás.

Tecleó rápido en su móvil para hacerle saber que en pocos minutos estaría en el lugar de encuentro.

Se acercó al armario para tomar un abrigo, el otoño estaba llegando a su fin y la condenada ciudad era muchísimo más fría de lo que le hubiese gustado tolerar, pero, aunque quisiese, no podía manejar el clima a su gusto y nada sacaba de reclamar por las constantes y bajas temperaturas, así que, en su lugar se abrigaba dentro de lo que sus ligeras prendas le permitían.

Tomó una pequeña bolsa que tenía sobre su cama, en cuyo interior se alojaba el libro que había quedado en prestarle a su compañero. Fue luego de buscar las llaves que abandonó el departamento en dirección a la estación del metro que se hallaba a unas cuantas calles.

Una fría brisa le recibió en cuanto abandonó el edificio, obligándole a meter las manos a sus bolsillos y haciéndole arrepentir mentalmente el no haber conseguido una bufanda en los días anteriores, o un gorro, o un par de guantes, o todas las anteriores juntas.

Caminó a paso apresurado, recorriendo las mismas calles que solía cruzar cuando iba a la tienda de conveniencia, pues la estación del metro quedaba a medio camino. No prestaba real atención al entorno, pues veía exactamente lo mismo cada vez que tomaba aquella ruta; gente caminando de aquí para allá, tiendas cuyas puertas ocasionalmente se abrían para permitir el ingreso o la salida de clientes, y el infaltable tumulto de personas reunidas siempre fuera del mismo escaparate para escuchar a la misma artista que se paraba todos los días a la misma hora a cantarle a desconocidos.

Era una cuidad pequeña cuya vida no parecía variar en absolutamente nada, todo seguía igual desde el primer día que puso sus pies en las calles.

Fue cuestión de minutos cuando ya estaba esperando por la llegada de Hiragizawa fuera de la entrada del metro. Paseó su mirada en busca del joven peli azul, pero en primera instancia no logró divisarlo, en su lugar se percató de un pequeño detalle que nunca había notado, bueno, quizás fueron dos detalles.

El primero estaba relacionado a un par de tiendas que estaba en la esquina de al frente; había una joyería, una cafetería, una tienda de juguetes y lo que parecía ser una pequeña papelería. Llamó su atención el no haber reparado antes en ellas, después de todo pasaba al menos un par de veces a la semana por la acera de enfrente y nunca había sido un sujeto tan distraído como para no percatarse de detalles como aquel.

Luego, llegó a su cabeza la segunda particularidad que llamó su atención, que, a su vez, funcionaba como justificación para el no haber notado antes la presencia de aquellas tiendas: No estaba el usual cúmulo de personas fuera de aquel comercio escuchando a la niña que hacía de artista callejero, pues tampoco estaba la muchacha en cuestión.

Distraídamente sacó el móvil del bolsillo de su abrigo para ver la hora. Un poco pasado las siete de la tarde. Cada que iba a la tienda o cruzaba hacia el metro la veía alrededor de esa hora, tocando fuera de lo que ahora sabía era una joyería.

Nunca le había prestado real atención, no había parado ni si quiera una vez, ni por un par de segundos para escucharla; no le interesaba, pero aún así sintió su ausencia como si una pequeña parte de su rutina se hubiese esfumado.

"Hey." La profunda y a la vez suave voz de su compañero lo sacó de su ensimismamiento, haciéndole voltear el rostro en la dirección que había escuchado su voz.

"Traje el libro que me pediste." Comentó el castaño, levantando la bolsa que sostenía en dirección al joven de lentes, quien la recibió con una sonrisa en los labios.

"Gracias, y lamento la demora." Xiao Lang simplemente se encogió de hombros ante su disculpa, no había esperado demasiado tiempo, así que no importaba realmente. "Hombre, pareces al borde de una hipotermia ¿Quieres tomar un café ahí enfrente?"

Mentiría si negase lo agradable que sonó la invitación, especialmente cuando su cuerpo clamaba desesperado por un lugar más cálido.

"Claro."

Sin los ánimos de permanecer más tiempo en el frío, ambos universitarios se dirigieron al pequeño café que estaba cruzando la calle, ordenaron sus respectivas bebidas y fueron a sentarse en una de las mesas que daban a la ventana. Si bien ninguno de los dos era de muchas palabras habían logrado entenderse bastante bien en las últimas semanas, convirtiéndose en algo parecido a amigos que en escasas ocasiones pasaban algo de tiempo juntos.

Eriol observaba con cierta curiosidad como Li desviaba su mirada cada tanto hacia la calle, como si estuviese en busca de algo o alguien. Una sonrisa traviesa surcó por sus labios, gesto del cual el castaño no se percató.

"¿Buscas a alguien? También lucías distraído cuando llegué." Comentó inocentemente mientras bebía café.

Los ojos ámbar del joven se dirigieron de forma automática a los azules ajenos. Lucía extrañado, quizás desconcertado, ante la mirada de Eriol.

"No realmente." Respondió él, pero momentos después volvió a desviar su mirada.

"No sé si te has percatado, pero una chica suele tocar guitarra todas las tardes fuera de este lugar." Curiosamente, esa frase capturó la atención de Li, quien volvió a fijar la mirada en su interlocutor.

Eriol tuvo que guardarse cualquier gesto de diversión que le produjesen las expresiones del castaño. No pensó que fuese alguien tan transparente.

"No creo haberlo hecho." Respondió, pero no apartó su mirada, como si aquello fuese una señal para permitirle seguir hablando.

"Suele venir todos los días, incluso los fines de semana. Quizás deberías parar a escucharla un día, tiene una voz preciosa y además es muy linda." Apenas terminó de pronunciar palabra se percató de un brillo muy particular en la mirada ámbar, sin embargo, no duró más que un escaso segundo.

Hiragizawa Eriol era un hombre sumamente perceptivo.

"¿La conoces?" Cuestionó él, acercando la cálida taza de chocolate caliente a sus labios.

Eriol asintió como toda respuesta, a lo que el castaño rodó los ojos.

"La he visto un par de veces, cuando voy a la tienda que está un par de calles más allá." Confesó, entre sorbos.

"Es la mejor amiga de mi novia."

La revelación hizo que Xiao Lang se atragantara con la propia bebida, provocando que el de cabellos azules soltase una estruendosa carcajada.

La sorpresa no venía de que conociese a la cría que se paraba a cantar ahí afuera, más bien era porque le asombraba saber que aquel joven que parecía tan serio y centrado disfrutase de salir románticamente con niñas de secundaria.

Era retorcido.

"No creí que tuvieses esa clase de gustos, Hiragizawa." Murmuró luego de que se recuperó de su asombro.

El de lentos lo miró interrogante.

"Las niñas, Hiragizawa, no pensé que te gustaran las niñas de secundaria."

Fue otra carcajada lo que recibió como respuesta.

"¿De qué estás hablando, Syaoran?"

El nombrado frunció el entrecejo, no le molestaba que usara su nombre de pila, pero sí le irritaba recibir esa estúpida risa ante cada cosa que decía; Eriol, por su puesto, se percató e intentó retomar su actitud más serena.

"La mocosa de la que hablas, es una niña de secundaria ¿No?"

Su compañero negó con la cabeza.

"Está terminando el instituto, tiene diecisiete. Y mi novia también, el próximo año irán a la universidad."

Era imposible.

No recordaba muchas características físicas de la joven en cuestión, después de todo, no se dedicó a verla por más que un escaso par de segundos, pero recordaba claramente que su primera impresión había sido asombro por ver a una mocosa de tan corta edad en aquellas actividades.

"Mh." No le interesaba discutir más sobre una desconocida, en su lugar, prefería terminar su apetitoso chocolate caliente y volver a su casa en cuanto fuese posible,

"Puedes llamarme Eriol." Comentó él, luego de unos minutos de silencio en los que no dejó de observar fijamente al distraído castaño que tenía frente a él.

"Como quieras."

Fue cerca de media hora después que los jóvenes se despidieron en la puerta de aquel café, cada quien tomó camino en dirección a su hogar; Syaoran estaba impaciente por llegar a su departamento para protegerse del frío, sin embargo, cuando a penas le faltaban unos cuantos metros para llegar al edificio se percató de que no tenía su usual caja de cigarrillos en sus bolsillos, y en su lugar, tenía las llaves, un par de dulces que siempre cargaba y el mechero que utilizaba para prender su tabaco.

Suspiró frustrado al mismo tiempo que pateaba un par de hojas en el suelo. Si se hubiese percatado antes no hubiese sido problema tomar un camino distinto para ir a la tienda y luego retornar a su solitario hogar; ahora, tenía que decidir entre ir a esconderse del frío y quedarse sin cigarrillos o volver todo el camino que ya había recorrido para poder satisfacer su vicio.

Ganó la segunda.

Con cara de pocos amigos, bastante usual en su persona, giró sobre sus propios talones y recorrió los mismos pasos que lo habían llevado hasta ahí en primer lugar. Pasó fuera de la estación del metro, donde antes había encontrado a Eriol y continuó por la vereda del frente, pues en cosa de minutos se había reunido un pequeño grupo de personas fuera de las tiendas entre las cuales se encontraba la cafetería de la que había salido hace un rato.

Después de dar una rápida mirada se percató de que estaba ahí la muchacha de la que habían hablado antes, tocando guitarra y cantando para aquel público que debía estar volviendo del trabajo a esas horas.

Frunció ligeramente el entrecejo al percatarse de que ya estaba oscuro y aún así esa niña parecía apenas haber comenzado su show, sin embargo, continuó su camino en dirección a la tienda.

Para suerte suya no había demasiada gente, así que pronto obtuvo su cajetilla, y nada más salir encendió un cigarro. Quizás eso lo distrajera del tremendo frío que hacía a esas horas.

Más calmado y relajado, ya no tan molesto, enlenteció su andar y se dedicó a prestar un poco más de atención a su entorno.

Muchas personas iban y venían, todas muy abrigadas, con altas bufandas cubriéndoles la mitad del rostro y con calentitos gorros protegiendo sus cabezas. Los envidiaba, sentía genuina envidia de todos aquellos que se veían tan cómodos pese al frío infernal que estaba afectando la ciudad.

Detuvo sus pasos cuando escuchó sonar una melodía de guitarra. Con la mirada buscó el lugar del que sabía que estaba viniendo aquel sonido y sin pensárselo mucho, cruzó la calle en su dirección, con las palabras de Eriol resonado en su cabeza.

Deberías parar a escucharla un día.

Eso le había dicho.

Paró entre las escasas personas que estaban de pie alrededor de la chica, gracias a su altura alcanzaba a ver perfectamente a la mocosa que estaba cantando.

Dio una profunda calada al cigarrillo que aún no se consumía entre sus dedos y dejó escapar el humo en un largo suspiro. Sus ojos ámbar recorrían atentamente a la jovencita, examinando detalladamente su apariencia.

Estado más cerca se percató de que definitivamente era muy pequeña para ser una chica de instituto, bueno, no es que pusiera en duda la palabra de su compañero, pero ahora entendía más claramente porqué la había confundido con una niña de secundaria, y es que fácilmente le sacaba unos 20 centímetros, quizás más. Por otro lado, su rostro y sus facciones, aunque bastante delicadas se notaban más bien aniñadas, especialmente en aquel momento, donde cuyas mejillas portaban un evidente sonrojo, al igual que su nariz, muy probablemente a causa del frío.

Su mirada bajó hacia el instrumento que se sostenía gracias a una banda que cruzaba por su espalda y confirmó lo que había pensado: La cría estaba muriendo de frío. Sus dedos se encontraban sumamente rojos, pero aún así, no parecían temblar al rasguear o presionar las cuerdas.

Bastó bajar un poco más sus ojos para entender porqué la muchacha se veía tan afectada por el frío: Su uniforme escolar. No portaba un abrigo, estaba vistiendo aquella estúpidamente corta falda y un liviano chaleco sobre su camiseta, prendas totalmente insuficientes como para aportar, o siquiera retener el calor.

Subió sus ambarinos ojos hasta su rostro de nuevo y se quedó prendando por apenas un segundo de aquellos verdes ojos.

Era un color demasiado extraño en un japonés, o en cualquier persona, pero en especial en alguien de aquella nación, además sus ojos eran particularmente verdes, intensos, tenían un brillo que nunca había visto en los ojos de nadie.

Escuchar su voz fue casi igual de sorprende que ver sus ojos verdes; una voz dulce, melodiosa, delicada, vibrante. Si lo pensaba pegaba perfecto a la imagen que mostraba.

Otra calada y bajó la mirada hacia el estuche de la guitarra que descansaba abierto frente a sus pies. Quizás el dinero fuese un móvil suficiente como para pararse a cantar en medio de la calle en pleno otoño y a esas horas, o al menos él le servía como razón suficiente para justificar su actuar.

Una suave nube de humo se escapó de sus labios mientras buscaba en su bolsillo el móvil; ya eran las nueve, demasiado tarde y demasiado frío para estar en la calle, para que una niña estuviese en la calle. Volvió a guardar el aparato y se topó con aquellos dulces que portaba.

Eriol tenía razón al decirle que la joven cantaba de forma bastante aceptable, entendía por qué diariamente se reunían tantas personas a escucharla y porqué ella intentaba ganar dinero de aquella forma. Si dependiese de él, no le molestaría dejarle algo, aunque apenas haya escuchado un par de versos de su canción, pero en aquel momento no portaba más que dulces en su bolsillo.

Quizás no era lo que esperase, pero era su forma de aprobar, de cierta forma, su talento musical, aunque él poco supiera de música. Se inclinó entonces, retirando los chocolates de su bolsillo y los dejó caer dentro de su estuche; fue al volver a su posición original, con aquella mirada impasible, casi escrutiñadora, y con sus facciones tan serias como siempre, que sus ojos se encontraron por apenas unos segundos.

Fue él mismo quien interrumpió el contacto visual al girar sobre sus propios talones para abandonar a aquel grupo de gente que se deleitaba de la música de la muchacha.

No miró atrás, no le interesaba, ya había escuchado suficiente y efectivamente Eriol tenía razón, ya había satisfecho su curiosidad.

De haber mirado atrás, aunque sea sólo una vez, se hubiese percatado de que aquellos ojos verdes lo siguieron entre la multitud hasta que se perdió por culpa de las personas que se cruzaban entre su mirada y su figura.


N/A:

¡Muchísimas gracias por sus comentarios! Realmente me ayuda mucho saber que les agrada esta historia.

Bueno, nuestro querido Syaoran se percata por primera vez de Sakura ¡Y debido a su ausencia! Además, su nuevo amigo la conoce, así que inevitablemente se van a verse relacionados en un futuro, quizás antes o después de que Li empiece a reparar más seriamente en ella.

Espero de todo corazón que les haya gustado este capítulo, y espero tener el próximo muy pronto. También deseo que puedan seguir apoyándome con rvw's, me hace muy feliz ver el recibimiento que tiene esta historia.

Antes de despedirme, aprovecharé de disculparme en caso de que se me haya pasado algún error ortográfico o en la redacción, intento revisarlo exhaustivamente, pero siempre termina pasándoseme algo.

Saludos!