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MiyaFour vs Aobadivas

Universo Genderbend

Disclaimer: personajes no son míos


Anteriormente: Las MiyaThree, un grupo de voleibolistas influencers conformado por las gemelas Miya y la chica SunaRin, novia de una de las gemelas, suben videos resúmenes de eventos deportivos, y también tutoriales de recetas exprés y nail art. Miya Atsumu, la gemela soltera, no puede ocultar ni sus celos por Ushiwaka ni Kageyama, ni su enamoramiento hacia Omi-chan la número 1, y todo se resuelve en que Omi-chan da el primer paso y admite que también le gusta. A partir de ello, las MiyaThree pasan a convertirse en las MiyaFour.


II. Las Aobadivas

En la escuela privada Aoba Johsai, una de las escuelas más prestigiosa de Sendai, habitaba un grupo de cuatro chicas adineradas, bellas y magnéticas, quienes gobernaban la escuela a sus anchas. Sus palabras eran ley. Nadie se atrevía a desafiarlas, nadie se atrevía a contradecirlas. Imponían la moda dentro y fuera de los muros de la escuela, y removían corazones con su mera presencia. Las llamaban Aobadivas.

Makki y Mattsun, conocidas como las m&m, eran expertas en el arte de la seducción, se conocían cada chisme que circulaba en la escuela y fuera de esta. Actuaban en pack, una era el complemento de la otra.

Makki jugaba a la carta de la indefensa. Su cuerpo frágil como de bailarina generaba en los hombres el deseo irrefrenable de protegerla. Su cabello rosa pálido se elevaba con gracia ante el más suave viento. Tenía un rostro dulce, surcado de pequitas, que eran la mismísima arma del diablo. Sabía cuándo morder su labio, cuándo reír, y con sus largas pestañas se cobraba favores como si se tratase de un cajero automático. Decían que, tras graduarse, tomaría sus maletas y se iría a Hollywood. Ya tenía visto los contactos.

Mattsun, la otra mitad, era una dominatriz. Sus curvas peligrosas y su sujetador copa D, causaban la envidia de la mismísima Beyoncé, y los babeos de quienes se la cruzaban. Su mirada seria e impenetrable perturbaba a las mentes más débiles, daba la impresión de que era capaz de leer la mente. Tenía una línea de teléfono disponible, en casos de extrema emergencia. No pedía dinero, solo una férrea obediencia en quienes se atrevían a solicitar sus servicios. Actuaba con tal discreción, que aquella línea de teléfono disponible no parecía más que un mero rumor, que nadie se atrevía a corroborar, que nadie se atrevía a traicionar.

Iwacchan, conocida también como La Ace, se dedicaba a resolver los conflictos dentro y fuera del equipo. Su fuerza era tanto mental como física. No había objetivo que Iwacchan no lograse, ni obstáculo que no venciera. Fue bendecida con el cuerpo fuerte y fibroso de la atleta olímpica, tenía habilidad nata para los deportes, no era de extrañar que los clubes deportivos, incluso los masculinos, solicitasen su asistencia. Su serenidad era imperturbable, su tenacidad y su terquedad no la permitían abandonar. Pero su mayor virtud era ser la única con las agallas y el coraje suficiente para mantener a la diosa de las divas a raya.

Oikawa Tooru se llamaba, y era, lo que se dice, una leyenda viviente. Sin lugar a duda Oikawa era la joven más hermosa y coqueta que hubiese pisado la tierra. Comparable solo con la talla de otras diosas como Palas Atenea o Afrodita, despertaba la admiración y los celos por partes iguales, convirtiéndola en el centro del universo de la vida de cualquier ser humano que se haya cruzado con ella. Su encanto solo podía comparase a una maldición.

—¿«Su encanto solo podía compararse a una maldición»? ¡Qué estás escribiendo ahora!

Iwacchan agarró el archivador de Makki y leyó otros párrafos en voz alta. Makki trató de detenerla.

—¿De verdad? ¿Comparas a la estúpida de Oikawa con Palas Atenea? ¿Palas Atenea la diosa griega de la sabiduría? ¿Esa Palas Atenea?

—¡También es la diosa de la guerra! ¡Devuélveme el archivador!

Mattsun entró al vestuario.

—¿Por qué tanto escándalo? Desde el pasillo que se las oye hablar de Diosas del Olimpo, creí que acordamos que dejaríamos de hablar de Diosas del Olimpo.

—Fue Makki, no yo —se defendió Iwacchan y le entregó el archivador a Mattsun. Makki se cruzó de brazos, sabiendo que por la fuerza no iba a recuperar su archivador. Culpa suya por estarse escribiendo en el vestuario de chicas.

—Oh, vaya —Mattsun daba vueltas—, así que ahora soy Beyoncé.

—Ya basta, dejen de burlarse de mí.

—Sabes que no me burlo, pero esta vez estoy con Iwaizumi: no hay ninguna manera que Oikawa sea Palas Atenea. Si te vas a poner a escribir de mitología griega, primero documéntate bien, que esto da vergüenza ajena.

—Sí, por eso y por todo lo que has puesto —siguió acuchillando Iwacchan con sus palabras—. No te entiendo, Makki: ¿por qué te empeñas tanto que seamos como las Mean Girls? Son lo peor.

—¡No son lo peor! ¡Son lo opuesto a peor!

—Lo opuesto a peor… —meditó Mattsun—, ¿Roep? Roep ol nos surig usnaem sal.

Makki aprovechó que Mattsun estaba distraída con capicúas para robarle el archivador. Mattsun se encogió de hombros.

—¿Ves Mattsun? Por pasatiempos raros como ese es que estamos en el basurero social.

—¿Y qué esperabas? Míranos: somos las perdedoras de esta escuela, las tres lo somos. Solo escucha este elenco: somos una tortillera gamberra —Mattsun apuntó a Iwacchan, quien en ese momento trataba de desprender el chicle pegado a la suela de su sneaker—, una tortillera fanficker que no sabe NADA de mitología griega—, apuntó a la propia Makki—, y luego estoy yo, una persona indescriptible para los cánones conservadores, cuya sexualidad y gustos sexuales son tan peculiares que no encajan en categorías sino se mueven libremente por su espectro.

—Sin nombrar tu absurda y dogmática visión de la mitología griega —apuntó Makki.

—O tu obsesión por los cadáveres, por las capicúas, las aspiradoras, y francamente cualquier cosa rara —añadió Iwacchan, guerreando contra el chicle en su suela.

Makki, abrazada al archivador que contenía sus historias, se sentó junto a Mattsun.

—Hablando de espectros sexuales, ¿hoy qué te sientes, amigue?

—Hoy soy una de ustedes, Makki, y peor: cliché girly. Mira, llevo un brazalete pink —se lo enseñó—. Incluso me he depilado las piernas —también se las enseñó. Iwacchan se acercó a mirar los muslos de Mattsun. La puerta del vestuario volvió a abrirse, dejando entrar a Oikawa, quien ni se inmutó al ver a dos de sus amigas buscando vellos en las piernas de su tercera amiga.

—Cómo están mis bitches.

Iwacchan la cagó a piñas.

—¡YA TE DIJE OIKAWA QUE NO ME GUSTA QUE ME LLAMES ASÍ! ¡DEJA DE LLAMARME ASÍ ME CAGO EN LA PUTA!

Las m&m intercambiaron miradas. Makki pagó mil yenes a Mattsun. El gesto no le pasó desapercibido a Oikawa.

—¡Ustedes traidoras dejen de apostar cuánto tiempo pasa sin que me golpee esta bruta!

—A que te vuelvo a partir la cara —Iwacchan blandió el puño. Oikawa esta vez logró esquivarla a tiempo; se acomodó al final del vestuario.

—Siempre se están burlando de mí. Se van a cagar en el entrenamiento, las tres.

—Maldición Oikawa, ¿no ves que yo estoy de tu parte? —guerreó Makki—, siempre apuesto a tu favor. Si te vas a enfadar con alguien, enfádate con Mattsun quien no te guarda fe, o con Iwacchan que te caga a piñas cada vez que puede.

Oikawa se quitó la blusa y miró sus pechos. Quería agrandárselos. La perra de Ushiwaka las tenía más grandes. No era justo que unas tanto y otras tan poco. Iwacchan, que conocía perfectamente esa mirada, rodó los ojos.

—Deja de pensar que las tienes más chicas que Ushiwaka, no es así.

—Iwacchan, si no es solo que las tenga grandes, es lo que hace con ellas. ¿No lo has notado? Esa perra nunca ha dudado en exponer esos melones frente a los árbitros. Por ejemplo, ese innecesario cobro de red que le hicieron a Mattsun cuando efectivamente bloqueó a esa perra. O aquel recto de Ushiwaka en nuestro cuarto set, el año pasado. Fue más que fuera. Fue superfuera. Pero no, adentro marcó el juez de línea y punto de quiebre del partido a favor de las Vacas. Quien podría ganar un partido con tales desventajas. El único motivo por el cual las Shirato siempre han ganado, se debe a las ubres de esa vaca.

—Las Shiratorizawas quedaron descalificadas en la final de prefectura —le recordó Iwacchan.

—Ya, porque la Tobio-chan las tiene todavía más grande y aprendió sus mismas tácticas sucias.

—¿Qué dices? Kageyama las tiene más pequeñas que las tuyas.

—¿Entonces admites que la Ushiwaka-chan las tiene más grandes? No, ¿sabes?, me da igual, diga lo que diga, ustedes solo se unen para llevarme la contra. Hoy se van a cagar en el entrenamiento. Más vale que no lleguen tarde.

Oikawa se desvistió y vistió con rapidez, y dejó el vestuario con la nariz bien alta, como era propio en ella. Makki, que todavía no se cambiaba, volvió a abrir su archivador y destapó su pluma.

—De acuerdo, a lo mejor no somos las Mean Girls, pero ninguna de ustedes puede discutirme de que Oikawa no es una Regina George.

Ambas concordaron en ello. Se quedaron en silencio, mirándose alternadamente. Ninguna de las tres, desde que entraron al vestuario, se había empezado a cambiar de ropa.

—¿Mattsun? ¿Iwacchan? ¿Alguna irá a la práctica?

—Por qué deberíamos, técnicamente ya no formamos parte del equipo —respondió Mattsun—. Nos retiramos cuando perdimos en playoffs.

—¿Entonces qué hacen en el vestuario?

—¿Qué haces tú, Makki? —contrapreguntó Mattsun.

—Yo vine a escribir mi guion. No me mires así, sé que por ahora parece una novela, pero será un guion, eventualmente.

—No te miraba por eso. ¿Cómo puedes, de todos los lugares de la escuela, venirte a escribir al vestuario de vóleibol?

—Porque qué otras opciones me quedan, dime. En el salón de clases siempre hay algún molestoso dispuesto a burlarse, afuera llueve, por tanto, el patio y la azotea están descartados, y me prometí que nunca en la vida entraría a una biblioteca, por las ratas.

—Por última vez, Makki, las «ratas de biblioteca» no son ratas reales —interrumpió Iwacchan, volviéndose a enfadar. Makki la ignoró.

—Toda mi vida me la he pasado buscando refugios de quienes se burlan de mí por ser como soy. Solo desde que empecé a jugar vóleibol en este instituto, siento que encontré mi lugar. Ya queda poco para la graduación. Tengo que aprovechar este espacio lo que más pueda, porque nadie sabe cómo cambiará mi suerte después de preparatoria.

Mattsun e Iwacchan intercambiaron miradas.

—Si solo hubiésemos llegado a los nacionales al menos una vez… —suspiró Iwacchan—. Por supuesto, no me arrepiento de nada, pero me habría gustado ir a algún nacional, ¿te imaginas, por ejemplo, haber conocido a las MiyaThree?

—MiyaFour —corrigió Mattsun—, ahora son MiyaFour. Pero entiendo el sentimiento completamente. Joder, eso habría estado muy bien.

—¿Cierto? —Makki levantó la cabeza de su archivador—. Esas niñas son mis ídolos. A nadie le importa que sean cuatro tortilleras, es más, diría que las respetan por eso. No como aquí, que tenemos que escondernos en un estúpido vestuario.

—Makki, acabas de decir que te gustaba el vestuario.

—Sí, me gusta, pero es raro cuando ya no eres parte del equipo —colgó su morral al hombro y estrechó su archivador contra su pecho—. Solo estoy perdiendo el tiempo, me iré a casa.

—¿Y si nos quedamos a entrenar? —sugirió Iwacchan. Mattsun también tomó sus objetos personales—, ¿de verdad me dejarán sola?

—No le hagas la vida tan imposible a Oikawa —se despidió Mattsun—. Cuando le das la oportunidad, es hasta simpática.

Iwacchan se quedó sola en el vestuario. Después de pensarlo un momento, decidió desvestirse.

La novela de Hanamaki (o guion, eventualmente) no decía tantas mentiras, pensaba Iwacchan, al menos lo que era su relación con Oikawa lo había descrito bastante bien: era la única con las agallas para controlarla.

Se conocían desde primaria y con el tiempo se convirtieron en mejores amigas. Eran de esas BFF que compartían brazaletes de amistad y promesas de sangre. De todos los años que llevaban juntas, Iwacchan no recordaba a nadie que le hubiese caído bien Oikawa. Más de una vez alguien le preguntó cómo era posible que no se hubiera cansado ya de ella. De enumerar defectos, era para no acabar. Los peores, sin duda: la soberbia, el narcisismo, la falta absoluta de empatía. No era capaz de pensar en los demás sin anteponerse ella a todo.

Con la llegada de la adolescencia, sus defectos se vieron fortalecidos cuando le crecieron las tetas y su rostro tomó rasgos más finos. Se convirtió en un imán de chicos, casi todos con el ego igual de disparado que el de Oikawa. A ella le encantaba aquella clase de atención. Aprendió a mover las pestañas y a impostar la voz a fin de ganarse el favor de quienes la cortejaban. Y al principio funcionaba, pero después de un tiempo, los muchachos que babeaban por ella, la abandonaban. Oikawa, desolada, acudía a Iwacchan con su corazón destrozado.

Iwacchan le acariciaba el cabello, comiéndose la amargura para regalarle una sonrisa. Le decía:

—¿Sabes? Si lo decapitáramos, no estaría tan mal. Podríamos poner su cabeza en una bandeja, y luego la colgamos en la pared —y cosas por el estilo.

Las BFF trasnochaban imaginándose las venganzas más destructivas, las más dolorosas, y así, Oikawa recuperaba su talante natural de desconsiderada del año que nadie soportaba. Cuando ya se ponía del todo idiota, significaba que su dolor de amor había sanado satisfactoriamente, entonces Iwacchan olvidaba las indulgencias y le propinaba el golpe que se merecía, por odiosa.

Sin embargo, Oikawa podría ser desconsiderada y maleducada en muchos aspectos, pero cuando Iwacchan le confesó que le gustaban las mujeres, no armó gran alboroto, ni mucho menos la apartó de su lado, como hubo temido. Al contrario, extendió sus brazos para un gran abrazo, y le agradeció por decírselo.

—Cuando te enamores de alguien, me lo dirás, ¿sí? Y si esa chica te rompe el corazón, también me lo dirás, ¿sí? Entonces iremos a cortarle las mechas a esa desgraciada, por hacerte doler.

Quizá lo vio venir. Como se la mirase, Iwacchan era el estereotipo de la camionera tijereta: desaliñada, ruda, extremadamente grosera al hablar. Vestía, por norma general, con franelas o camisas de béisbol dos tallas más grandes, y jeans anchos rotos en las rodillas. Si acaso ponía algún empeño en vestirse, era en elegir sus tenis. Por eso le picaba haber pisado un chicle con la suela de la sneaker. Ya se preocuparía de eso en casa.

A lo mejor se encontraba en el pozo social de su colegio, pero Oikawa la aceptaba tal cómo era. Y en ese pozo, hubo conocido a Makki & Mattsun, quienes a su vez le enseñaron el canal de las MiyaThree, ahora MiyaFour, y de alguna manera, aquello la hacía sentirse menos sola, menos rara, como si la hubiese tocado una especie de rayo de la esperanza. Aunque las Aobajousai no lograron clasificar al nacional de primavera, todavía le quedaba el streaming para ver a las chicas del Inarizaki triunfar por el honor de las que eran como ellas.

—Iwacchan, ¿vienes o qué? —Oikawa volvía a asomar la cabeza al vestuario—, ¿dónde se metieron Makki y Mattsun?

—Tenían cosas que hacer.

—Par de holgazanas. Tú no te quedes allí, mueve el culo que las calorías no se quemarán solas.

Iwacchan corrió a cagar a piñas a esa desgraciada. Quien mirase con atención, se daría cuenta que, lejos de estar enfadada, Iwacchan sonreía. Y quién mirase con un poquito más de atención, se daría cuenta como, al final, esa sonrisa flojeaba y sus ojos seguían con tristeza a esa Oikawa que jamás la correspondería.

. . . .

Al día siguiente, Makki condujo su bandeja de almuerzo hasta la mesa donde Mattsun almorzaba sole. En esa ocasión, Mattsun iba vestide con el uniforme reglamentario de los chicos, y parecía que le había disminuido el busto. Debía estar usando un sostén deportivo increíblemente apretado.

—¿Así que boy hoy? —Mattsun asintió—. ¿Qué le sucedió a tu perilla?

—El profesor de matemáticas me la confiscó.

Parecía decaído, apenas tocaba su comida. Makki oteó en busca de ayuda. Al divisar a Iwacchan, totalmente perdida y sin saber dónde dirigir su bandeja de comida, Makki alzó los brazos y gritó. Iwacchan corrió hasta ella.

—¿Y Oikawa? —le preguntó Makki.

—Almorzando con el capitán del equipo de judo.

Aquella revelación pareció cabrear a m&m. Dijo Mattsun:

—No puede ser, ¿volvieron?

—Eso parece —Iwacchan se encogió de hombros—. Ayer al terminar la práctica Rambo vino a buscarla, y hoy Oikawa me ha escrito que no podría almorzar conmigo. No me ha explicado nada, pero puedo imaginarme qué ha sucedido.

—Así, sin pudor —Mattsun, que al parecer había desistido de almorzar, creaba una montaña con su puré—. ¿Hacemos una intervención?

—No, déjalo.

—¿Tú cómo estás, Iwaizumi? —preguntó Makki, acariciándole una mano. Iwacchan bajó la mirada.

—Bueno… esto apesta, qué te digo. Pero si Oikawa quiere pasar el tiempo con ese Rambo, es cosa de ella. A menos que de alguna manera la perjudique, jamás haría algo por impedirlo. Ayer el tipo llegó con flores y un peluche de koala. Tan hortera. Pero Oikawa se veía feliz, así que… me basta con eso.

—De acuerdo —interrumpió Mattsun—, la intervención será para ti. Iwaizumi, con Oikawa está bien, pero con nosotros no tienes que ser tan humilde. Si te dan celos, o si te quieres desahogar mandando a parir a todo mundo, puedes decírnoslo. Sabes que nos encanta imaginar decapitaciones ajenas.

—Exacto, Mattsun tiene razón. Iwacchan, deja de ser tan cool todo el tiempo. Por ejemplo, si quieres estropear el casillero de Rambo con salsa de tomate, no tienes ni que pedirlo.

—¿Salsa de tomate? —Iwacchan largó a reír—. Estás superdemente. Estoy bien, de verdad.

Las tres eran conscientes de los pocos días que les quedaban juntes. Pronto sería el test nacional, y luego la graduación, y sus caminos tomarían distintos caminos. No podían permitirse bajonear. No podían, especialmente, permitirse cambiar el statu quo.

Por cambiar de tema, o hacer fluir la conversación, Makki le dijo a Iwacchan que el maestro de mates le confiscó la perilla a Mattsun, por eso, si acaso se dio cuenta, estaba tan apático y jugaba con su comida.

Iwacchan donó sus zanahorias a Mattsun para que siguiera jugando con la comida, mientras hablaban de cualquier cosa, salvo de mitología griega.

Oikawa se les unió cuando faltaban 10 minutos para el término del receso.

—Qué pasa, mis bitches… más Iwacchan. No te dije bitch, no puedes pegarme.

De todas maneras, Iwacchan le dio un suave golpe de puño en el hombro cuando Oikawa tomó asiento junto a sus amigues. Todes le quedaron mirando. La caliente de Oikawa tenía el labial corrido.

—¿Qué sucede?

Las tres amigas se quedaron mirando, preguntándose si merecía la pena decírselo. Fue Mattsun quien la puso a prueba.

—No, qué sucede contigo —respondió—, por quién nos abandonaste esta vez.

—Nadie, como crees. Estaba en… la biblioteca… estudiando…

Bien sea, que se quedara con la cara de payaso, se lo merecía por mentirosa.

Oikawa picó del almuerzo de Mattsun. Siguió hablando, como nada.

—¿Qué harán mañana en la tarde? Las paletas del club de vóleibol se pidieron la sala de audiovisuales para ver el nacional de primavera. En resumen, no habrá práctica de vóley. Qué pérdida de tiempo.

—Pues a mí no me parece tan mal —opinó Makki—, aunque yo preferiría verlo en mi casa, acostadita, con una manta y abrazada a un cojín. La sala de audiovisuales es incomodísima.

—¿Entonces es un plan? —preguntó Mattsun—, a mí también me interesa verlo. Además, las MiyaFour estarán subiendo videos todo el día, podemos complementar el streaming con las historias que vayan apareciendo.

—Si es así yo también me sumo —dijo Iwacchan.

—En ese caso, ¿podemos reunirnos en tu casa, Iwacchan? —preguntó Makki—. En mi casa están haciendo obras.

—Y en la mía hay un hermano pequeño que no deja de llorar —dijo Mattsun, y explicó—, le están saliendo los dientes de leche.

Oikawa miraba a una y otra, preguntándose hasta cuándo duraría la broma. Las chicas comenzaron a repartirse quien llevaría qué botana, entonces Oikawa tuvo que detener aquel sinsentido.

—¿De verdad se van a juntar a ver esos partidos aburridísimos? Por favor, que ni siquiera es una liga, es un simple evento escolar. Si lo mencioné, fue para que hiciéramos algo entretenido las cuatro, no para perder el tiempo de esta manera.

—No seas tan envidiosa, será un evento escolar, pero incluso tú no puedes negar el nivel del evento —protestó Makki—. Además, realmente tengo ganas de ver a las MiyaFour jugar.

—¿Quiénes?

—Las MiyaFour —repitió Makki—. Espera, Oikawa, ¿no conoces a las MiyaFour? ¿Alguna vez en tu vida has escuchado algo de lo que te decimos?

—Ustedes siempre hablan de muchas cosas, es imposible que recuerde todo.

—Las MiyaFour —insistió Makki—. Si hay algo en lo que he sido increíblemente repetitiva es en las MiyaFour. Bueno, antes eran las MiyaThree, en todo caso he sido increíblemente repetitiva.

—No, en lo que eres increíblemente repetitiva es en hablar de las Diosas del Olimpo.

—Tópico que cancelamos —recordó Mattsun a Oikawa—, porque no hacían más que hablar blasfemias. Ambas, tú y Makki.

Y al notar cómo el ambiente se caldeaba, Iwacchan continuó la conversación que importaba.

—Las MiyaThree eran tres chicas que llevan un canal de YouTube sobre vóleibol y derivados. Cuando llegan los nacionales, en su cuenta de Instagram suben historias del campeonato, y al final, hacen un video resumen con análisis y todo, muy profesional. Ahora son cuatro. Son las MiyaFour.

—Perdón, ¿quiénes son esas chicas? Mira, olvídalo, no me interesa saber de adolescentes tan desesperadas por llamar la atención de los demás, que caen en estos recursos bajísimos como hacer historias de los nacionales en lugar de jugar los nacionales. Hay que subir un poquito el nivel.

—Pues esas chicas no fueron a documentar el nacional, ellas jugaron en él, Oikawa —defendió Iwacchan—, y volverán a hacerlo mañana.

—Entonces su visión del campeonato estará sesgada, esos videos serán basura.

—Son profesionales, Oikawa —insistió Mattsun—, y son muy buenas atletas. Cuando eran tres, el instituto de las MiyaThree estuvo a punto de ganar el nacional de verano. ¿Cierto, Makki?

—Sí, de hecho, Miya Atsumu ganó el premio a la mejor armadora.

Continuó Iwacchan:

—Y su novia, la cuarta Miya, fue la MVP del campeonato y la mejor atacante lateral.

Oikawa prestó atención de verdad.

—¿La MVP? Espera un momento, ¿Sakusa Kiyoomi es una Miya? ¿La número 1 es una Miya?

—Entonces sí sabes de qué hablamos.

—No, pero leo volleymonth, una fuente de información profesional y sin sesgos. Cualquier persona que supere a la Ushiwaka en el ranking de atacantes está en mi lista de personas a quienes miro positivamente y con menos condescendencia que al resto. A ver, explíquenme bien qué es esto de las MiyaFour. Por qué la número 1 es la cuarta Miya en lugar de la primera. ¿Es que no saben de jerarquía en ese canal?

Makki sacó su archivador y buscó su descripción de las MiyaFour. Eran sus ídolos, por supuesto que había escrito sobre ellas. Miya Atsumu y Miya Osamu, las gemelas Miyas, eran prodigios del vóleibol. Oikawa exigió fotos. Makki le mostró las que tenía en el teléfono.

—¿Estos bichos son prodigios? Y yo que estaba tomándote en serio, Makki. Qué decepción.

—Lo son, déjame mostrarte videos.

—Pero si esta tipa está gorda. Y esta otra, mira qué uñas. ¿Y tú dices que es una armadora? Ninguna armadora tendría esas uñas.

—Kageyama tiene esas uñas también.

—Y Kageyama es una pésima armadora.

—Kageyama debe ser de las mejores armadoras del país.

Después de ver varias fotos y videos, Oikawa no parecía satisfecha.

—Pero estas son dos, donde está la tercera Miya. No me digas que es ese dragón que se ve al fondo es una Miya.

—No es cualquier dragón —Mattsun parecía más indignado que Oikawa—, es Ridley, del Metroid.

—¿Eso es una película?

Mattsun apretó los puños. Makki le enseñó a Oikawa las fotografías del último Halloween. Miya Atsumu hacía cosplay de Pikachu, Osamu Miya era Samus Aran, y su novia Sunarin, la tercera Miya, era Ridley. Para Oikawa, nada tenía sentido.

—O sea que el dragón no es realmente una Miya. Por qué se llaman MiyaThree o MiyaFour si solo son dos las Miyas.

—No se puede hablar contigo de nada —escupió Mattsun.

—¿Al menos algune de ustedes vendrá a la práctica de hoy?

—No.

—Ni hablar. Ojalá cojan veinte kilos y les salgan unas cartucheras a lo Michelin, por malas.

Y se fue con su cara de payaso.

—Hey Mattsun, ¿qué pasó? —Makki parecía preocupada—. Oikawa ha dicho cosas peores y nunca te ha importado.

—Lo sé. Lo siento. Hoy simplemente no es un buen día. ¿Se habrá molestado mucho Oikawa?

—No, si en el fondo está contenta —le tranquilizó Iwacchan, que conocía a Oikawa mejor que la propia Oikawa—, en el fondo le encanta conocer nuevas rivales. No se nos unirá a ver los streaming, pero ten por seguro de que sí los verá, a escondidas. Ella es así.

Dicho y hecho.

. . . .

Por ser cabeza de serie, las MiyaFour jugarían a partir del segundo día, de todas maneras, marcaron presencia en redes con sus historias y reportes. Aunque ahora se llamaban las MiyaFour, Omi-chan la número 1 no participaba activamente en el canal, sin embargo, ese día, a pedido de su novia, apareció en pequeñas grabaciones. Makki era la más entusiasta.

—Es tan genial, tan genial. El amor yuri es lo mejor que hay.

—Omi-chan es un poco apagada, ¿no? —comentó Mattsun, que era más objetive. Como no estaban en la escuela, se había puesto todos sus aros y piercing—. Cuando la ves así, cuesta creerse que sea la número 1.

Iwacchan repartía las botanas entre sus amigas. Atsumu le preguntaba a Omi-chan qué opinaba de la 10 de Karasuno. Omi-chan se encogía de hombros, miraba hacia otro lado, y decía que su servicio era normal. Las Aobadivas explotaron en risas.

—Obviamente, se iban a fijar en la 10 de Karasuno —gruñó Mattsun, como si acabasen de abrir el cajón de los malos recuerdos.

Karasuno era el equipo de Kageyama Tobio. Estaba compuesto de gente que no era normal. Entre varias otras joyas, además de Kageyama que era como un robot, y la número 10 que era una hormiga atómica, había una cabeza rapada con rostro de guerra y una líbero con el flequillo rubio que parecía loca. En las semifinales de prefectura, Karasuno desclasificó a las Aobajousai, luego desclasificó a las Shiratorizawa, y ahora de pie en los nacionales, parecía que querían seguir desclasificando rivales.

Como supusieron, Karasuno ganó su primer partido. Revisaron el árbol de clasificaciones. El sudor les corrió frío. Makki lloró.

—Joder, el próximo partido de las Karasuno será contra las Miya. ¿Es que se puede tener tan mala suerte?

—¿De qué hablas ahora? —la interpeló Mattsun.

—Es obvio que Karasuno las desclasificará, porque esto es así. Las Karasuno son las eliminadoras de reinas. Es la única opción posible. Acabamos de ver lo desanimada que estaba la propia Omi-chan, eso es porque se huele que no tendrá ocasión de jugar contra su novia, su cuñada, y la novia de la cuñada que no sé si exista algún nombre para eso.

—Concuñada —dijo Mattsun.

—No lo sé. Te digo que no sé nada.

—Es concuñada. La novia de la cuñada es la concuñada.

Makki estaba muy excitada como para aprender nuevas palabras. Quedaron de juntarse al día siguiente en casa de Iwaizumi otra vez. Una vez se retiraron sus amigas, ya entrada la noche, Iwacchan se preguntó si le escribía a Oikawa. Al final decidió que no.

Al día siguiente, Iwacchan volvió a revisar el contacto de Oikawa. Otra vez pasó de escribirle. Le daba miedo que no le respondiere. O peor, que le respondiese tarde, y admitiera que su tardanza se debió a que había estado con Rambo. Esperó a las m&m mientras preparaba las botanas. Ya iba a mitad del primer set de las Miyas versus las Karasuno, y ese par de desastres aún no se reportaba.

—Makki, dónde están, el partido empezó hace media hora —le gritaba Iwaizumi a su celular.

—Lo siento, nos retrasamos comprando cachureos, pero ya vamos en camino con Mattsun. Estamos siguiendo el partido por el teléfono. Se pega a ratos la imagen, pero vale.

—¿Al menos vieron el bloqueo de la 10 del Karasuno a Miya Osamu?

—No, ¿qué pasó? ¿La bloqueó? ¿Esa chibbi?

—Sí, pero eso no es lo importante. Es que el estilo de bloqueo fue el mismo que el de Mattsun.

—Ah, claro —la voz de Mattsun—, ya sabía yo que no podía ser una alergia. Imposible en enero, sin gramíneas.

—¿Qué dice ese?

—Es que estornudó hace un rato, y se puso supersticiose —explicó Makki.

Cuando por fin llegaron m&m, empezaba el tercer set. Aunque ya sabía cómo iba el marcador, Makki casi se infarta al reparar que las Karasuno le robaron un set a las Miyas.

—Esas Karasuno es que no son normales, no lo son —repetía como disco rayado. Mattsun le metió un puñado de verdaderos m&m a la boca, para que se callara.

Al final sucedió lo que Makki no dejó de repetir a lo largo de todo el set. Las Miyas fueron desclasificadas por las Karasuno en su primer partido.

—Me siento tan triste —dijo Mattsun, y era cierto, sus ojos brillaban.

Apareció al rato un video de SunaRin, nuevamente con ojos de Mapache.

—Bueno, hemos perdido —decía, con el rostro tranquilo, como si perder no tuviese nada de extraordinario—, es un poco frustrante, pero así son las cosas. A veces ganas, a veces pierdes. Nosotras seguiremos aquí de todas maneras, siguiendo los partidos. Además, todavía queda una Miya a quien apoyar.

Se atravesó en la imagen Miya Atsumu, con lágrimas en los ojos, seguida por su hermana Osamu, también con lágrimas. Makki y Mattsun derramaron las suyas propias. Iwacchan trató de ser más optimista.

—Miren el lado bueno, si Karasuno sigue ganando, y Omi-chan gana lo suyo propio, la final será entre Karasuno versus Omi-chan recuperando el honor de su novia, su cuñada y su concuñada.

Makki revisó el árbol de clasificaciones. Iwacchan tenía razón. La final podría ser entre Karasuno y el Itachiyama. No quedaba remedio. Tendría que apoyar a Karasuno, a que ganasen todos sus partidos, para traicionarlas en la final. Era dramático. Era griego. Era algo que le iba como anillo al dedo.

—De acuerdo. Entonces mañana quién trae qué cosas.

Volvieron a repartirse las provisiones de botanas, y se juntaron, esta vez sin retrasos, en casa de Iwaizumi por tercer día consecutivo. Pero sucedió que Karasuno perdió en cuartos de final, lo mismo que Itachiyama, y al final, el torneo lo ganó un equipo que nadie hacía en el mapa.

A veces ganas, a veces pierdes. Oikawa, que a escondidas se había visto todos los partidos, era la que más sonreía.


Holos! Las Aobadivas solo son divas en la ficción (¿de la ficción?), pero es que la diveza se lleva por dentro.

Spoiler Alert!

—Miren, si es Omi-chan, la número 1.
Omi se giró, buscando el origen de la voz. Las chicas Fukurodani de tercer año la señalaban a la distancia.
Akaashi llegó corriendo hasta el paradero donde la aguardaba Omi.
—Lo siento, me retrasé. Vámonos rápido antes de que pregunten.
—¿Akaashi? —La voz de Bokucchan se alzó desde atrás— ¿Pero qué haces? ¿Eres amiga de la número 1?
—Muy tarde, corramos.
Akaashi agarró a Omi-chan del brazo; juntas emprendieron la huida.